lunes, 27 de septiembre de 2021

El auge del PCE (m-l) y las acciones armadas del FRAP de 1973-75; Equipo de Bitácora (M-L), 2021


[Este capítulo fue escrito originalmente en 2020, ha sido reeditado en 2021]

«La crítica y la autocrítica es un buen indicador para evaluar cómo se desarrolla la lucha de clases en el partido. Donde hay una crítica y autocrítica correcta, basada en principios, y severa, sin miedo ni vacilación, no echan raíces los males que amenazan al partido, no puede progresar el trabajo del enemigo, y están garantizadas la aplicación de las decisiones y las directrices, el papel de vanguardia de los comunistas, el liderazgo de la organización de base del partido y del pleno del comité del partido. (...) El choque de opiniones nunca es perjudicial cuando se basa en la política y los intereses del partido, de la clase obrera y del socialismo. Por el contrario, es necesario y útil, porque refuerza el carácter militante y revolucionario de la unidad, porque hace que sea más fácil descubrir y combatir los errores y las deficiencias, las infracciones y las distorsiones de la línea, y porque ayuda a tomar las decisiones más correctas». (Ndreçi Plasari; La lucha de clases en el seno del partido: Una garantía de que el partido seguirá siendo siempre un partido revolucionario de la clase obrera, 1978)

Para comprender el momento álgido del Partido Comunista de España (marxista-leninista) y su posterior declive debemos arrojar algo de luz donde ha solido predominar las sombras del silencio o la distorsión histórica, y obviamente no pasar de puntillas sobre las famosas acciones armadas del FRAP (Frente Republicano Antifascista Patriótico) en verano de 1975.


El FRAP como pretendido frente de masas

Basándonos en los documentos históricos, uno puede detectar que la formación del FRAP en 1971 tenía unos objetivos muy específicos:

«Elena Ódena: El FRAP surge porque está escrito también en la línea del partido que para organizar al pueblo hace falta un frente unido. Un frente revolucionario. El partido no puede en modo alguno incorporar a sus filas a la inmensa mayoría del pueblo, eso supone la aceptación de una disciplina, de una ideología y de unos principios». (Elena Ódena; Entrevista realizada para «Interviú» por el periodista José Dalmau, 17 de febrero de 1977)

Sus puntos programáticos eran:

«1.– Derrocar la dictadura fascista y expulsar al imperialismo yanqui mediante la lucha revolucionaria.

2.– Establecimiento de una República Popular y Federativa, que garantice las libertades democráticas para el pueblo y los derechos para las minorías nacionales.

3.– Nacionalización de los bienes monopolísticos extranjeros y confiscación de los bienes de la oligarquía.

4.– Profunda reforma agraria, sobre la base de la confiscación de los grandes latifundios.

5.– Liquidación de los restos del colonialismo español.

6.– Formación de un Ejército al servicio del pueblo». (Comunicado sobre la constitución del Comité Coordinador Pro FRAP y extractos de una resolución del mismo, 1971)

Aunque en los primeros momentos nadie daba un duro por estas pretensiones, el heroísmo y trabajo abnegado de sus militantes entre las masas daría sus frutos. Uno de los exmiembros del FRAP, el cual rechaza hoy toda vinculación con el comunismo, afirma a partir de su estudio:

«El FRAP llegaría a tener 10.000 de militantes en toda su trayectoria». (Periodista Digital; Catalán Deus (ex FRAP): «No entiendo a los jóvenes que creen que la violencia es la solución», 2017)

Seguramente estas sean cifras exageradas, pero una cosa es cierta: pese a las duras condiciones represivas bajo el franquismo, y aún con la hegemonía del jruschovismo en el movimiento proletario de «izquierda», a principios de los años 70 esta organización logró constituirse como segunda fuerza política dentro del totum revolutum de grupos que se autodenominaban marxistas, solo por detrás del PCE de Carrillo, que contaba con grandes métodos de financiación y un amplio aparato de propaganda en comparación con cualquier otra organización que se reclamara «de izquierda». No olvidemos tampoco que el PCE contaba con una gran manga ancha administrativa en cuanto a represión. Si bien es cierto que este estatus de fuerza del PCE (m-l)/FRAP se perdería a medida que avanzase la década, no deja de ser un logro formidable.

En 1974, los informes franquistas avalaban con temor nuestras afirmaciones:

«El PCE (m-l) se encuentra extendido por casi todo el territorio nacional y entre los emigrantes de Europa Occidental, pudiendo estimarse un número máximo de 1.500 militantes y el doble número de simpatizantes, siendo particularmente numerosos los estudiantes. Sus relaciones con otros grupos se caracterizan por la hostilidad y el aislamiento. (…) Dentro del sector comunista, el PCE (m-l) es el grupo más numeroso después del PCE. (…) El PCE (m-l) mantiene un elevado número de publicaciones periódicas, sólo superado entre los grupos clandestinos por el PCE. (…) El FRAP es hoy, entre los grupos revolucionarios de acción violenta el más agresivo, aguerrido y peligroso extendido por todo el país». (Informe del SECED Sobre el Partido Comunista de España (marxista-leninista), Grupos subversivos, julio de 1974)

Sobre el FRAP, sin duda, deben hacerse unas puntualizaciones, porque ha sido uno de los blancos preferidos de los periodistas de la «derecha» política para soltar todo tipo de medias verdades y calumnias, aunque no han sido los grupos de «izquierda» que han alimentado diversas leyendas sin argumentación de peso:

«-¿Cuánto se ha mentido sobre el F.R.A.P. y sobre el proceso «ese idílico» que muchos nos venden sobre la transición? .

-Se mintió mucho, desde que era una organización sin importancia, hasta que éramos unos fanáticos, dogmáticos y sectarios fácilmente manipulables, para terminar con que la organización estaba dirigida por infiltrados. Estas opiniones fueron frecuentes, pero se trató de una organización importante en algunos ámbitos, los militantes eran capaces de mantener y generalmente ganar debates ideológicos con otras tendencias u organizaciones y cuarenta años más tarde, nadie ha aportado ningún dato relevante sobre posibles infiltraciones en la dirección. Todos estos mensajes se difundieron precisamente en las épocas más críticas de la transición, cuando era más interesante para el poder desprestigiar todo lo que se reclamase republicano, federalista». (Cazarabet conversa con Julio Gomariz Acuña, 2018)

Ahora, si seguimos indagando y buscamos «la verdad detrás del mito», veremos que la formación del FRAP no fue tan gloriosa, teniendo claros signos de improvisación y falta de seriedad en la elección de los cuadros:

«En algún sitio he leído de pasada algo sobre un mitin que se hizo en Paris. No fue uno fueron dos y si mal no recuerdo, de estos actos el PCE (m-l) no hizo ninguna reseña en sus medios, no me preguntes las razones, pero al menos en esa etapa no les interesaba mucho el FRAP. El primer mitin, se hizo invitados por los representantes de los derechos humanos en la Unesco, asistieron más de cien personas. El segundo se hizo en el centro de los sindicatos franceses La Mutualité, asistieron más de mil personas. Te lo dice una persona que desde el primer momento que le pusieron lo seis puntos del programa delante me entregué de bruces y con los ojos cerrados sobre el proyecto. Es más, fueron muy grande las ilusiones que despertó entre los jóvenes y sobre todo entre intelectuales y estudiantes. En los dos actos participó esta que habla, e insisto, date cuenta lo que parecía importarles el FRAP, pues yo seguro no era la persona más adecuada dadas mis limitaciones –todo mi bagaje teórico cuando entré allí era haberme leído las Obras Escogidas de Lenin y la lectura del semanal de la Humanite marxista-leninista de los franceses y claro, el famoso Libro Rojo de Mao–. Pedí que por lo menos me hiciesen el discurso, y después de mucho rogar –pues en el primero tuve que ser yo la que se las arreglase–, en el segundo acto, sabiendo que era mucho más importante, al final uno de la dirección se dignó venir en teoría a corregir lo que hiciera falta. Hacia bien, pues después de leerlo, dijo que así estaba bien, y en ningún documento del PCE (m-l) quedó la reseña. Si mal no recuerdo, en la organización del FRAP de Paris, por cierto bastante numerosa, la única de extracción obrera era yo. Sé de lo que hablo, porque participé desde el primer momento en el proyecto, tuve muchas reuniones con Álvarez del Vayo junto a otros camaradas en una buhardilla de París. A mí me propusieron enviarme a Argel como responsable del FRAP sin que nadie me hubiese entrevistado para saber de mis capacidades, lo que pasa es que yo tuve mucha suerte, pues tenía una relación con un miembro de la máxima dirección y claro mi formación era bastante más fuerte que un militante de base, pero no lo sabía nadie de la dirección. A ver, ni que decir tiene, que si digo todo esto no es por ningún sentimiento de revancha o de hacer leña del árbol caído, sino por honor a la verdad, y para recalcar la distancia, frialdad y la insolidaridad con la que a veces los jefes del PCE (m-l) trataban a sus militantes más abnegados. Cuando se vio como se iban a apañar las cosas, con la monarquía, la reconciliación nacional y la amnistía para los franquistas... supieron que poco podían hacer y el pueblo aún no estaba por la revolución ni mucho menos». (Comentarios y reflexiones de F. a Bitácora (M-L), 2019)

Otro exmilitante, este de la cúpula del PCE (m-l) hasta 1972, constataría en sus memorias que en un principio el FRAP no contó con demasiada atención por parte de la dirección del primero:

«No hablo en este libro de las dos reuniones parisinas en las que se creó y se pretendió impulsar el comité coordinador pro-Frente Revolucionario Antifascista y Patriota: la primera en enero de 1971 y la segunda en la primavera del mismo año. Lo entonces puesto en pie apenas era nada, porque simplemente adicionaba al PCE (m-l) un individuo que, viviendo en un aislamiento político absoluto, no representaba nada más que el pasado: D. Julio Alvarez del Vayo –cuya memoria merece todo respeto–; sólo lo conocían algunos lectores de libros de historia; nadie más. Su colaborador nominal, Alberto Fernández –de quien ya he hablado más arriba–, no compartía sus posiciones políticas –aunque del Vayo parecía desconocerlo–. No otorgué ninguna significación a mi participación en esas dos reuniones. Para mí eran reuniones de rutina, de tantas como había tenido, y en las que se estampaban unas ideas en un manifiesto, al igual que se había hecho otras veces, sin que nadie supiera si ese comité –carente de verdadera entidad– iba a durar ni si jugaría algún papel en el futuro. Por mi presencia en esas dos reuniones se me ha calificado de co-fundador del FRAP. Creo que la calificación es excesiva. Ese comité coordinador apadrinó la publicación de un boletín que se llamó Acción y a cuyo frente se colocó a Manuel Castells, sociólogo, residente en París, ex-dirigente del FLP y con el cual me reuní un par de veces, no surgiendo entre nosotros la menor simpatía –al menos por mi parte–. Creo que Castells abandonó esa empresa poco tiempo después. En Acción debió de salir algún artículo mío, pero mi entusiasmo por aquel atisbo o presunto embrión de pseudo-frente era escaso o nulo». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

Javier Iglesias, padre del actual líder de Podemos Pablo Iglesias, fue exmiembro de la rama estudiantil del FRAP durante 1972-74 y, como en el caso de su hijo, hoy en día su pensamiento socialdemócrata es más que evidente. No deja de ser irónico que se haya convertido en el muñeco de paja de la derecha mediática, que lo utiliza como herramienta para acusar a Podemos de «comunista», «neomarxismo» y demás epítetos que el lector puede imaginarse. La realidad es que ni padre ni hijo han estado cerca de tales principios más que superficialmente, más aún si tenemos en cuenta que Javier Iglesias fue una figura desconocida cuya función en la organización del FRAP era la de ayudar a repartir propaganda. En una entrevista explicó los motivos de su salida del FRAP: 

«El FRAP no existe como tal hasta finales del año 1973, que es cuando se funda realmente. Yo pertenecí al comité para la creación del FRAP. Cuando los compañeros deciden que el Frente ya está formado y que el FRAP, por tanto, ya existe... yo discrepo de la decisión. Creía que un Frente Revolucionario tenía que ser mucho más grande y que teníamos que seguir trabajando en el comité para ampliar el grupo. Para ser más y para que pudiera tener éxito una huelga social revolucionaria que impidiera la continuidad del franquismo. (...) Yo abandoné la organización a principios de 1974 por estas discrepancias». (El Público; Javier Iglesias: «Todo mi pasado terrorista se reduce a haber repartido tres panfletos del Primero de Mayo», 28 de mayo de 2020)

Efectivamente, para el año 1973, la influencia del FRAP entre la población y la fortaleza de sus alianzas con otros grupos eran aún bastante bajas como para conseguir sus metas, pero eso de que «se debía haber ampliado el frente», aunque puede parecer una alusión y crítica aparentemente inocente, sospechosamente sigue el esquema de las ideas que luego repetirían machaconamente los jefes de la escisión de 1976. Estos no planteaban trabajar más y mejor en cuanto a popularizar la línea del partido –el PCE (m-l)–, sino rebajar las condiciones programáticas para que los jefes de otras formaciones oportunistas aceptasen ingresar al frente –el FRAP–, creyendo que tal fórmula mágica barrería todos los obstáculos, «acelerando la unidad de la oposición antifranquista». Pero ese no fue el principal problema del FRAP y, en caso de haber seguido esta estrategia, solo habría conseguido una unidad formal y efímera, como ocurrió con otras formaciones, como la famosa unión «ORT-PTE», las cuales hicieron un gran esfuerzo por extender sus alianzas con el PCE y PSOE para, finalmente, ser absorbidos por éstos al borrar las principales líneas divisorias.

Atendiendo al factor objetivo y subjetivo de la revolución, hay varias cosas que apuntar sobre las tareas de aquel entonces. En España existían unas pronunciadas tareas antifascistas y antiimperialistas que obligaban más si cabe a prestar especial atención a la cuestión de las alianzas, de eso no cabe la menor duda. Ahora, durante sus inicios, el PCE (m-l) había mostrado ciertas dudas sobre las tareas y los posibles aliados de la revolución. El no tener ciertas cosas claras fue uno de los factores que sí puede decirse que retrasó la exposición del programa totalmente errado de otros competidores. Pero sobre esto no nos explayaremos porque ya fue comentado atrás. Véase el capítulo: «Los duros comienzos del PCE (m-l) bajo la España franquista y ante la hegemonía del revisionismo» de 2020.

La cuestión no era si existían diferencias entre el PCE (m-l) y otras organizaciones –PCE y tantas otras– en cuanto a qué se debía hacer y cómo, pues es evidente que, desde un principio, las había y muy profundas. La duda giraba en torno al qué hacer una vez comprobado que ambas propuestas eran irreconciliables. Las tareas de una revolución y las posibles alianzas nunca deben realizarse a través de acuerdos entre la dirigencia revolucionaria y los jefes oportunistas; deben hacerse «desde abajo», trabajando para exponer ante la militancia de base un programa de lucha común en contra de los líderes que no reconocen científicamente las tareas concretas o se niegan a aplicar la solución con la que supuestamente han dicho estar de acuerdo. 

Entonces, como veremos en otros capítulos, el PCE (m-l), pese a tener gran peso entre los estudiantes y ciertos intelectuales, nunca arrebató al revisionismo su influencia sobre la clase obrera y el resto de capas laboriosas. El no haber penetrado y trabajado como se debería en los sindicatos amarillos, así como la irrisoria influencia entre el campesinado pobre, hacían más importantes –aún si cabe– la necesidad de forjar alianzas, pero, desafortunadamente, estas nunca se llevaron a cabo. Véase el capítulo: «El perfil del militante medio, el trabajo con las distintas capas de la población y la forma de reclutamiento» de 2020.

Cierto es que, pese a los esfuerzos destinados a crear un frente popular antifascista, los éxitos fueron mínimos. De hecho, si hay algo que se pueda criticar de la política del PCE (m-l) con el FRAP y los frentes posteriores, como la Convención Republicana, fue el excesivo tono triunfalista que se podía leer en sus medios, que, para ser sinceros, distaba bastante de la realidad. En estas circunstancias de creciente aislamiento con las plataformas más afamadas consideraron oportuno seguir su camino en solitario, o aliándose con otras organizaciones que estimaban más capaces para desempeñar la lucha. El mismo FRAP, que se mantuvo activo durante 1971-78, no logró agrupar otras fuerzas de renombre ni influencia bajo dicho frente: la mayoría de organizaciones que lo conformaban eran ramas del propio partido o simpatizantes del mismo. Cuando no era así, y se lograban atraer al FRAP o incluso disolver agrupaciones dentro del PCE (m-l), como ocurrió con una escisión del MCE, estas eran marginales, es decir, de nula incidencia en el panorama político como para suponer un avance cualitativo. En parte esto era normal, si tenemos en cuenta que la línea del PCE (m-l) era inaceptable para aquellos partidos que se negaban a aceptar los puntos programáticos del FRAP, como el PCE y PSOE, pues se trataba de organizaciones con líderes que hacía largo tiempo que habían degenerado ideológicamente en extremo, o que nunca se habían acercado a la línea marxista-leninista. Dicho esto, esto no justificaba su incapacidad, pues existen otros casos en los que las organizaciones simpatizaban con las propuestas del FRAP, como el propio MCE, pero desconfiaban de la pretendida fuerza e influencia que quería aparentar el PCE (m-l), dudando así de la capacidad de estos para poder llevar a cabo una lucha por las tareas candentes del momento. Esto mostraba que la arrogancia no conduce a ningún lugar, salvo a la desconfianza. El error del PCE (m-l) aquí radica en que, pese a contar con una línea política mucho más acertada que sus competidores, jamás desplegó una lucha diaria teórico-práctica efectiva para desenmascarar con efectividad a los líderes reaccionarios de estas agrupaciones, por lo que las militancias se mantuvieron inmóviles, como era de esperar. Esto siempre tiene directa relación no solo con la escasez de medios humanos y técnicos, sino con el propio concepto de militancia primitivo, donde lo importante era el hacer, no el pensar para que se hace.

Hay que comentar que este es un defecto que los partidos revisionistas repitieron –y repiten– continuamente. Nos referimos a presentarse bajo diferentes siglas y organizaciones satélite para, a continuación, proclamar que «se ha logrado aunar a un frente revolucionario de lucha a variadas organizaciones». Esto es faltar a la verdad, esconder la fuerza real del partido para ocultar la incapacidad para tejer alianzas y supone, en resumidas cuentas, entorpecer el trabajo real para con las masas y minar la posibilidad real de crear las necesarias alianzas coyunturales con otras fuerzas en causas comunes. No hablemos ya del chasco que supone para el militante medio darse cuenta de que detrás del pretendido «frente» no hay nada más que el propio partido, y que todo se trata de burda parafernalia, propaganda engañosa.


La concepción de la violencia revolucionaria según el FRAP

El marxismo-leninismo siempre criticó duramente el aventurerismo basado en el terrorismo de un puñado de «héroes», el golpismo de lanzar la presunta «vanguardia del proletariado» a un choque prematuro contra las fuerzas enemigos:

«La mayoría de los miembros de esta asociación comprende tan bien las bases de la misma que, cuando la ambición y el arribismo de algunos de sus miembros llevaron a las tentativas de convertirla en una organización conspiradora para hacer la revolución ex tempere [de improviso, sin preparación alguna] fueron expulsados en seguida». (Friedrich Engels; El reciente proceso en Colonia, 1852)

«El terrorismo ruso ha sido y sigue siendo un método de lucha específicamente intelectualista. Y por mucho que se nos diga en cuanto a la importancia del terror, no en sustitución del movimiento del pueblo, sino combinado con él, los hechos demuestran de manera irrefutable que, en nuestro país, los asesinatos políticos individuales nada tienen que ver con las acciones violentas de una revolución popular. (...) Tampoco tiene nada de extraño que entre los intelectuales revolucionarios se entusiasmen con el terrorismo –por mucho tiempo o por un instante– quienes no creen en la vitalidad y la fuerza del proletariado ni en la lucha de clase del proletariado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La autocracia y el proletariado, 1905)

«Junto con las desviaciones oportunistas de derecha, también hubo signos de desviaciones «izquierdas» en la Internacional Comunista. Las últimas desviaciones encontraron su expresión en una tendencia a ignorar el lema de ganarse a las masas. Los sectarios de «izquierda» se imaginaron los partidos comunistas como partidos de una minoría terrorista que son capaces de llevar a las masas a la lucha en cualquier momento dado cuando ellos así lo deseen. Esto también dio lugar a una actitud negativa hacia trabajar en los sindicatos reformistas». (N. Popov; Resumen de la historia del Partido Comunista de la Unión Soviética, 1935)

Pero, por desgracia:

«En toda nueva etapa histórica, los viejos errores reaparecen un instante para desaparecer poco después». (Karl Marx y Friedrich Engels; Las pretendidas escisiones en la Internacional; Circular reservada del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores, 1872)

Esto no significa que, por contra, el revolucionario deba ser un pacifista convencido. Históricamente, los partidos comunistas, incluso mucho antes de la toma de poder, se enfrentan a la construcción de su rama militar por cuestiones obvias:

«El hecho de que el objetivo final de todos sea la conquista del Poder, y que las milicias nazcan en una situación revolucionaria, no quiere decir que éstas se creen exclusivamente para la impugnación y el asalto al poder». (Mundo Obrero; Qué son las milicias revolucionarias, 12 de diciembre de 1931)

Por ejemplo, los grupos de combate alemanes tenían como misión:

«Los grupos de combate estaban concebidos al principio como la guardia de reuniones, mítines y manifestaciones del Partido. En estas funciones, había igualmente guardias nocturnos para los comités de barrio y las imprentas comunistas, así como para pintar consignas y pegar proclamas». (A. Neuberg; La insurrección armada, 1928)

Todos los que han renegado del marxismo echando la vista atrás confiesan que se han convertido en pacifistas convencidos, pero habría que recordarles que:

«Exceptuando a los anarquistas cristianos y a los discípulos de Tolstoi, nadie ha deducido todavía de ello –de esa afirmación general– que el socialismo se oponga a la violencia revolucionaria». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)

«Hablar de violencia en general, sin distinguir las condiciones que diferencian la violencia revolucionaria, es equipararse a un filisteo que niega la revolución, o bien engañarse a uno mismo y engañar a los demás con sofismas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)

Uno de los líderes de la escisión del PCE (m-l) de 1976, nos comentaba en 2013 lo siguiente sobre estos temas:

«La violencia en general es inconcebible en la acción política. (...) La lección principal es que la violencia debe de ser descartada. Por eso cuando hoy día hay gente que coquetea con la idea, a mí me duele mucho. Porque yo reconozco haber creído en ella. (...) Pero es mi obligación decir que estaba equivocado. (...) Rompo con el FRAP en verano de 1976. (...) Rompo porque se producen las primeras escisiones y luchas internas». (José Catalán Deus, director de «La chispa y la pradera», 27-9-2013)

Aquí el tema no versa en «creer» o no en si el proletariado se verá forzado a emplear la violencia durante el desarrollo y agudización de la lucha de clases, en sí, una vez tenga en sus manos la capacidad de lanzarse a la conquista del poder deberá usar una combinación de formas pacíficas y violentas, en si una vez en el poder deberá emplear todos los resortes –sin excepción– del aparato represivo del nuevo Estado. Esto es algo que está fuera de toda duda, pues la historia nos demuestra que los trabajadores jamás han sido capaces de conquistar y mantener el poder sin que esto ocurra. Quien no entiende esto no es solo un renegado, sino un desconocedor de la historia o, peor, alguien que la oculta deliberadamente:

«La Revolución plantea a la clase obrera el problema del poder político. El Estado está en manos de las castas y de la gran burguesía. El primer paso de la Revolución es enjuagarla, aniquilar el Estado de los capitalistas. Una vez realizada esta tarea, ¿qué debe hacer la clase obrera? ¿Alguien puede creer que la burguesía derrocada aplicara la máxima cristiana de poner la otra mejilla? La experiencia nos dice que una clase que tiene en manos el Estado se defiende hasta el último extremo y que la nueva clase ascensional debe llevar este combate también, si quiere triunfar, hasta el último extremo. Esto es lo que en España no se ha sabido hacer nunca. (...) Conservar el poder es también un asunto muy serio. No es una tarea fácil. Ni es tarea que se ha de confiar en charlatanes del «idealismo» y del «humanismo». (...) No es asunto que se pueda resolver con tartufismos sentimentales. Es un asunto muy serio, porque justamente en el periodo de transición es cuando la lucha de clases se agudiza al máximo y se plantea el dilema de vida o muerte. Esta exigencia histórica, la hemos experimentado. Si la clase obrera no toma el poder político y no organiza con severidad y rapidez el Estado de los proletarios y las masas populares, podrá lanzarse a acciones más o menos violentas, más o menos heroicas y gloriosas, pero así no hará jamás la Revolución. Será siempre vencida. De un estado de explotación pasará a otro de esclavitud». (Joan Comorera; La revolución plantea a la clase obrera el problema del poder político; Carta abierta a un grupo de obreros cenetistas de Barcelona, 1949)

La cuestión es, en caso de que el partido revolucionario se vea ante tal tesitura, ¿cómo debe de abordar una cuestión tan compleja? ¿Cuál era la idea de lucha armada que tenía el PCE (m-l)?:

«La ley general de todas las revoluciones en la historia: sólo por la violencia puede abatirse el poder de las clases dominantes reaccionarias e implantar el poder de las clases revolucionarias –puesto que el poder estatal se ejerce mediante un aparato militar–. Ley general de todas las revoluciones proletarias y populares –dirigidas por el proletariado–: no solamente es necesario derrocar por la violencia a las clases dominantes reaccionarias, sino también destruir por la fuerza todo el aparato militar y burocrático de dichas clases; para ello es preciso crear y desarrollar destacamentos de fuerzas armadas revolucionarias. En el desarrollo de dichas fuerzas armadas se ponen en marcha muy diversas formas de violencia. Pero el proceso debe culminar, necesariamente, con la insurrección armada de las masas populares. (...) La lucha armada revolucionaria surge en el seno del pueblo trabajador únicamente como resultado de una tenaz agitación y propaganda políticas. Sólo mediante la labor propagandística de las organizaciones de vanguardia, fundamentalmente del PCE (m-l), podrán las masas estar ideológicamente capacitadas para comprender la necesidad de levantarse en armas contra la dictadura yanqui-franquista. La lucha armada no puede surgir ni desarrollarse aislada de la lucha de masas, sino sólo en estrecho contacto con el movimiento obrero y campesino de masas. De las formas iniciales –huelgas, manifestaciones–, hay que ir pasando gradualmente –y la evolución espontánea de la lucha confirma esta trayectoria–, a formas superiores de combate: refriegas violentas con las fuerzas de la dictadura, asaltos, motines, etc». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Línea Política del PCE (m-l), 1967)

Esto era algo que, efectivamente, atraía a los sujetos más combativos de la época, mucho más cuando este comparaba dicha línea con la de otras formaciones como el PCE de Carrillo-Ibárruri:

«Mi entorno [Elche], que era la gente joven del PCE, nos fuimos todos. Lo que es cierto es que me reafirmé cuando leí el documento del Iº Congreso del PCE (m-l) de 1973, donde veía que al menos planteaba un camino para hacer la revolución, mientras que en el PCE se mantenía todo en una nebulosa. (...) Me quede en el PCE (m-l) porque realmente vi un camino en cuanto a la línea política, mientras que en el PCE no veía línea política que trazara ningún camino [hacia la revolución]». (Entrevista de Adriana Catalá a Pepe Avilés, exmilitante del FRAP, 2015)

En mayor o menor medida –y dejando a un lado los planteamientos maoístas que hemos omitido y que en 1973-75 se acabaron rechazando–, las ideas del PCE (m-l)/FRAP concordaban en lo fundamental con la idea bolchevique sobre esta cuestión específica:

«Cuando las clases dirigentes están desorganizadas, cuando las masas están en estado de efervescencia revolucionaria, cuando las capas sociales intermediarias están dispuestas, en medio de sus dudas, a unirse con el proletariado, cuando las masas están listas para el combate y para los sacrificios, el partido del proletariado tiene como meta llevarlas directamente a asaltar el Estado burgués. Lo hace mediante la propagación de consignas transitorias, cada vez más acentuadas –soviets, control obrero de la producción; comités campesinos para la expropiación de las grandes propiedades de tierra, desarme de la burguesía, armamento del proletariado, etc.–, y mediante la organización de acciones de masas. Estas acciones de masas se refieren a: las huelgas y las manifestaciones combinadas, las huelgas combinadas con las manifestaciones armadas, y finalmente la huelga general ligada con la insurrección armada contra el poder del Estado de la burguesía. Esta última forma superior de la lucha está sometida a las leyes del arte militar, supone un plan estratégico de las operaciones ofensivas, la abnegación y el heroísmo del proletariado». (A. Neuberg; La insurrección armada, 1928)

Ante la pregunta sobre las acciones armadas del FRAP en el tardofranquismo, y en especial las del verano de 1975, Elena Ódena respondía en 1977 a algunas de las incógnitas del público general. La primera petición del periodista era que explicase su concepto de lucha armada:

«–José Dalmau: Después de ese proceso, el PCE (m-l) sigue una evolución hasta llegar a 1975, en que el FRAP emerge con la lucha armada, ¿cuándo se decidió seguir este camino?

–Elena Ódena: La lucha armada, en lo que al partido se refiere, está decidida desde el primer día. En la línea política del partido está escrito que la violencia revolucionaria, la lucha armada y la guerra popular, era el único medio para derrocar al capitalismo y a la dictadura franquista en aquella época, y para implantar un régimen de democracia popular y socialismo. O sea que no es nada nuevo». (Elena Ódena; Entrevista realizada para «Interviú» por el periodista José Dalmau, 17 de febrero de 1977)

En resumidas cuentas, el PCE (m-l) concebía la necesidad de la violencia revolucionaria para derrocar al régimen burgués. En este caso, la violencia hacia uno de naturaleza fascista –llegado el momento oportuno, claro está–. Pero hubo un momento concreto en que se empezó a materializar la idea, desde la dirección, de que era posible aplicar esta teoría en la praxis. Hasta aquí todo parece lógico según los cánones, pero ¿cuál fue el momento que el PCE (m-l) eligió para diseñar el paso de la teoría a la acción? ¿Se cumplía las condiciones objetivas y subjetivas para tal paso tan delicado? Veamos.

A principios de los años 70, el PCE (m-l) observaba el aumento de los fenómenos sociales que oponían resistencia al régimen:

«De hecho, la intranquilidad del franquismo en estos años seguía traduciéndose en una dura política de orden público para tratar de frenar una conflictividad político-social creciente, una medida de contención que a su vez generaba más disenso y despertaba la solidaridad con los actos de oposición, que si bien continuaban siendo obra de una minoría activista también es verdad que esta  era cada vez más numerosa. La coyuntura de crisis económica y la fragilidad física de Franco agravaron la situación para la dictadura, que tuvo que hacer frente a una persistencia de la conflictividad laboral durante los primeros meses de 1975, en los que se desarrollaron importantes huelgas obreras y estudiantiles e inusitadas protestas como la del gremio de actores de teatro en Madrid. (…) Huelgas generalizadas –sobre todo en los primeros meses de 1975–, protestas estudiantiles, e incipiente desarrollo del movimiento vecinal. A ello se añadían las disidencias «internas» de la Iglesia –el tenso caso Añoveros– y, en mucha menor medida, del Ejército –aparición de la Unión Militar Democrática–. El fracaso aperturista se agudizaba con los efectos de la crisis económica de 1973 y con el espectro surgido a raíz de las caídas de las dictaduras griega y portuguesa, que dejaban a la española en una posición singular en el ámbito europeo mediterráneo». (Ana Domínguez Rama; La «Guerra Popular» en la lucha antifranquista: Una aproximación a la historia del FRAP, 2009)

La idea del PCE (m-l) fue la de extender la organización de la llamada violencia revolucionaria en esta etapa:

«Si bien es cierto que aún la forma principal de lucha del FRAP es la lucha de masas política, sin embargo, ya hay manifestaciones del cambio cualitativo que se está produciendo, como son los enfrentamientos violentos con las fuerzas represivas, el cubrir las manifestaciones con grupos de protección armados, los comandos contra instituciones fascistas y yanquis, etc., que son en realidad formas embrionarias de lucha armada, las cuales tenemos que, no sólo popularizar y generalizar, sino desarrollar hacia formas superiores de lucha armada, para así ir avanzando por el camino de la guerra popular, en la que el FRAP alcanzará su pleno desarrollo agrupando y dirigiendo a la inmensa mayoría del pueblo español hacia su liberación social y nacional». (Revolución Española; Forjemos el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota para derrocar al yanqui-franquismo, Nº6, 1973)

Una de las acciones más famosas del FRAP está relacionada con los eventos acaecidos el 1 de mayo de 1973. En una manifestación convocada por el PCE (m-l) acabó con la muerte de un miembro de la brigada político-social:

«Las manifestaciones del 1 de mayo de 73, especialmente la de Madrid, fueron muy importantes por su combatividad y por su carácter ofensivo. Los manifestantes no adoptaron una actitud de defensa, dándose a la fuga ante la aparición de la policía, sino que hicieron valer su voluntad de manifestarse sin abandonarse la calle, enfrentándose con los agentes que se concentraban en la zona con el fin de impedir la manifestación. (...) La manifestación tomó la forma de «saltos» de grupos dispersos de manifestantes que iban surgiendo por todas partes y que se fueron concentrando hacia las calles de Atocha y Santa Isabel. En algunos puntos la policía se vio obligada a retroceder hacia Antón Martín. En ese momento algunos jeeps quedaron embotellados en medio de los manifestantes y aislados del resto de fuerzas de la policía. Los agentes intentaron abrirse paso con las armas y los manifestantes reaccionaron con su armamento improvisado. Algunos llevaban navajas. Durante los enfrentamientos sucedió el episodio que marcó toda la jornada. Un subinspector de la brigada político-social, del servicio de información en la universidad, fue acuchillado y murió». (Riccardo Gualino; FRAP: una temporada en España, 2010)

En esta época de grandes movilizaciones sociales, protestas y huelgas, y ante la feroz represión del régimen, el PCE (m-l)/FRAP insistía ante su población para que no se dejasen engañar por las maniobras y pactos que entre los «aperturistas» del franquismo y la oposición antifranquista «moderada» se estaban fraguando. Se llamaba, nada más y nada menos, a la preparación para derrocar al régimen (sic):

«Tenemos, no obstante, que estar preparados, ya que, ante el callejón sin salida en el que se encuentra la dictadura, esta  intentará toda suerte de maniobras para prolongar su existencia y conservar sus intereses de clase. Lo que es verdaderamente importante en estos momentos es intensificar la acción de las masas por todos los medios, elevar la combatividad frente a la dictadura y redoblar nuestros esfuerzos unitarios con todos aquellos, organizados o sin organizar, que verdaderamente deseen luchar hasta derrocar a la dictadura pro-yanqui por el único medio posible: el de la lucha revolucionaria del pueblo». (Elena Ódena; Para derrocar a la dictadura franquista no sirve más que la lucha revolucionaria, 1975)

Fue entonces cuando el FRAP, por medio de su presidente, Álvarez del Vayo, decide elevar el tono de sus acciones, creyendo posible acabar ese mismo año con la dictadura franquista (sic):

«La tarea próxima e inmediata del FRAP es la de ampliar su radio de acción. (…) Observadores imparciales de dentro y de fuera, informes diplomáticos, etc., concuerdan en que este es un año decisivo; yo diré que es un año en que si el FRAP trabaja como puede y como debe trabajar, es el año del final de la dictadura». (Álvarez del Vayo; Discurso en la reunión del Comité Permanente (ampliado) del FRAP, 29 de marzo de 1975)

Y poco después se vanagloriaba de las acciones realizadas:

«El pueblo español se encuentra hoy en la víspera de su victoria sobre la dictadura. (...) La Huelga General Revolucionaria prolongada, lanzada por el FRAP ha sido y continúa siendo un éxito». (Julio Álvarez del Vayo; Carta al pueblo chino y al presidente Mao Zedong, abril de 1975)

¿Cómo iba a dirigir el FRAP una «huelga general revolucionaria» con el propósito que fuese –defensivo u ofensivo–, si su política sindical no había podido atraer a los trabajadores de la nefasta influencia del fascismo, el reformismo, o el anarquismo? Véase el capítulo: «La línea sindical y la tardanza en corregir los reflejos sectarios» de 2020.

Esta declaración entra dentro del análisis eufórico tan clásico en la historia del PCE (m-l), pero al igual que sus impresiones sobre sus «grandes éxitos electorales» o la «rápida desintegración del PSOE-PCE», en verdad todo distaba de la realidad una vez se analizaba en frío. Esto no es una opinión, sino hechos históricos, no tiene más vuelta de hoja, aunque algunos exmilitantes o militantes actuales quieran «matizar» esto y aquello. Véase el capítulo: «El triunfalismo en los análisis y pronósticos» de 2020.

Conocer bien a fondo el contexto y los resultados que tuvieron las sucesivas acciones armadas del FRAP de 1973-75 es algo de importancia cardinal para entender el desarrollo del PCE (m-l), pues entre otros motivos propiciará la escisión de 1976 que desangró al partido y marcó la cuesta debajo de la organización en cuanto a influencia. Véase el capítulo: «El gran cisma en el PCE (m-l) de 1976» de 2020.


La evaluación de las condiciones objetivas y subjetivas para la lucha armada

Lenin, seguramente el mayor referente del marxismo en cuanto a cuestión militar, explicaba así las condiciones objetivas –que no dependen de la voluntad de las personas– y subjetivas –las que si dependen de la voluntad de las personas– que se tienen que dar para que una situación desemboque en una lucha de poder, en una revolución:

«A un marxista no le cabe duda de que la revolución es imposible sin una situación revolucionaria; además, no toda situación revolucionaria desemboca en una revolución. ¿Cuáles son, en términos generales, los síntomas distintivos de una situación revolucionaria? Seguramente no incurrimos en error si señalamos estos tres síntomas principales: 1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las «alturas», una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar con que «los de abajo no quieran», sino que hace falta, además, que «los de arriba no puedan» seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de «paz» se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos «de arriba», a una acción histórica independiente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La bancarrota de la II Internacional, 1915)

Y añadía por si no había quedado claro:

«Sin estos cambios objetivos, no sólo independientes de la voluntad de los distintos grupos y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se denomina situación revolucionaria. (…) No toda situación revolucionaria origina una revolución, sino tan sólo la situación en que a los cambios objetivos arriba enumerados se agrega un cambio subjetivo, a saber: la capacidad de la clase revolucionaria de llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo suficiente fuertes para romper –o quebrantar– el viejo gobierno, que nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, «caerá» si no se le «hace caer». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La bancarrota de la II Internacional, 1915)

Volviendo a explicar las diferencias entre blanquismo y marxismo, diría en 1917:

«Un complot militar pertenece al blanquismo puro si no está organizado por el partido de una clase determinada; si sus organizadores no han apreciado justamente el momento político en general y la situación internacional en particular; si no cuentan con la simpatía –demostrada con hechos– de la mayoría del pueblo; si el curso de la revolución no ha destruido las ilusiones y las esperanzas de la pequeña burguesía en cuanto a la posibilidad y a la eficacia del acuerdo entre las clases; si los organizadores del complot no han conquistado la mayoría, en el seno de los órganos de la lucha revolucionaria, «provistos de plenos poderes» o, al igual que los Soviets, con un lugar importante en la vida de la nación; si no hay en el ejército –en tiempos de guerra– una determinada hostilidad frente al gobierno que prolonga una guerra injusta, contra la voluntad del pueblo; si las consignas de la insurrección –«Todo el poder para los Soviets», «La tierra para los campesinos», «Propuesta inmediata a todos los Estados beligerantes de una paz democrática», «Anulación inmediata de los tratados secretos», «Abolición de la diplomacia secreta», etc.– no cuentan con una amplia difusión y con la mayor popularidad; si los obreros avanzados no están convencidos de la situación desesperada de las masas y asegurados del apoyo de los campesinos –apoyo demostrado por un importante movimiento campesino, o por una sublevación de gran envergadura, contra los propietarios y el gobierno que los defiende–; si la situación económica permite esperar realmente una solución favorable de la crisis, por medios pacíficos y por vía parlamentaria». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a los camaradas, 1917)

Sabemos que a los revisionistas no les gusta demasiado la historia, pues supone excavar en sus errores y recordar los axiomas que atraviesan el materialismo histórico del que constantemente hablan sin entender un ápice. Queda demostrado históricamente que, aún con unas condiciones objetivas de franca crisis del sistema, se puede utilizar la violencia sin tener en cuenta las condiciones subjetivas de la organización revolucionaria que la lleva a cabo. Los comunistas criticaban así en 1933 los intentos del anarquismo de «hacer la revolución libertaria» en España:

«España entraba en el nuevo año 1933, cuando el impulso revolucionario se acentuaba cada vez más en la ciudad y en el campo. En esta atmósfera estallaron los acontecimientos del 8 y 9 de enero en Madrid y Barcelona, acontecimientos que tuvieron repercusiones y una prolongación en otras regiones del país. En Barcelona, el 8 de enero, un grupo armado de bombas y de revólveres, atacó el cuartel de San Agustín, hirió a un centinela y disparó sobre el edificio. Al mismo tiempo se produjeron choques armados en diversos puntos de la ciudad. La policía detuvo, en varios lugares, automóviles cuyos ocupantes eran portadores de bombas y de armas de fuego. Algunos de ellos hicieron resistencia. En la estación se oyeron disparos. En algunas calles se disparó contra los agentes de la policía. Un tiroteo especialmente nutrido partió del balcón del inmueble ocupado por el Sindicato de Empleados de la Industria Hotelera. La policía sitió la casa y la tomó por asalto. Análogos acontecimientos se produjeron en Madrid el 9 de enero. Se hicieron ataques contra los cuarteles de María Cristina, la Montaña y Cuatro Vientos. El tiroteo fue especialmente vivo en las proximidades de este último cuartel. Se dispararon centenares de tiros. Los soldados y la policía rechazaron el ataque. La completa absurdidad de estos ataques armados, resalta sin necesidad de demostrarla especialmente. Fueron realizados al margen del movimiento de las masas, sin su apoyo. Iban dirigidos especialmente contra los cuarteles, contra los soldados, sin haber hecho el menor intento de sublevar al menos una parte, contra el mando. Semejantes acciones no pueden tener una significación revolucionaria positiva. Al contrario, revisten un carácter objetivo de provocación, separan a los soldados de la revolución y ayudan al Gobierno a acentuar la represión. (…) La idea del golpe de sorpresa, efectuado por un grupo de valientes, es presentada por los anarquistas como una receta mágica para hacer la revolución. (…) Hay que diferenciar también el movimiento de masas, digno de admiración, de la dirección anarquista que las lleva al fracaso. (…) No se trata de falta de valor ni de abnegación por la causa, de los jefes anarquistas. La verdad es que el contenido del anarquismo, de su ideología, de su táctica de lucha, hace que desempeñe un papel objetivamente contrarrevolucionario, a pesar de su valor personal». (J. Dornier; El desenvolvimiento de la revolución en España y la lucha contra el anarco-sindicalismo, 1933)

Los comunistas de aquella época, al esgrimir esta crítica, no pueden ser tachados, ni mucho menos, de haber sido unos «cobardes que rechazaron defender al pueblo con las armas tras haber caído en el reformismo», como muchos anarquistas pretenderán alegar tras leer estas líneas. El Partido Comunista de España (PCE) se destacaría como la organización que más firme resistencia armada opondría al fascismo durante la Revolución de Asturias (1934) y durante la Guerra Civil (1936-39), arrebatando en muchísimas zonas la hegemonía al anarquismo y el reformismo. Aquí no se niega la importancia de la lucha armada como palanca de un proceso sociohistórico, sino de que esta sepa ser llevarla a buen puerto mediante una ligazón con las masas, con una estrategia y una táctica correctas, todo lo demás es verbalismo estéril para aquellos que tienden hacia el activismo inconsciente, y que tienen especial alergia por la teoría científica. Los fracasos armados del anarquismo en enero de 1932, enero de 1933 y diciembre de 1933 fueron experiencias que demostraban a dónde llevaban a los trabajadores el aventurerismo y el terrorismo. Ni hace falta comentar tampoco la «eficacia» del modelo militar anarquista del Ejército Negro durante la Guerra Civil Rusa de 1918-22.

Yendo más allá, la experiencia histórica de España está repleta de experiencias armadas: los bakuninistas en 1873, la efervescencia del pistolerismo y las bombas tanto de anarquistas como socialistas en los años 20, los fallidos intentos de revolución del anarquismo en 1932-33, la resistencia antifascista de octubre de 1934, la guerra civil antifascista de 1936-39 o la lucha guerrilla antifranquista de 1940-48. Estas lecciones no fueron tenidas en cuenta por los revolucionarios de los años 60, pues hubo una ausencia de análisis de los errores y méritos, habiendo solamente frases abstractas contra el aventurerismo y el terrorismo; pero, como veremos más adelante, no parece que lo comprendieran mucho más concretamente. En consecuencia, estas equivocaciones se volverían a repetir, como era de esperar. No son pocos las cabezas huecas que consideran estos estudios de evaluación y aprendizaje del pasado son una «cuestión baladí», «discusiones bizantinas», pero lo verdaderamente estéril es repetir constantemente las pifias de los movimientos previos, máxime cuando tenemos en frente de nuestras narices una rica historia a nuestra disposición y de la cual podemos enriquecernos enormemente. El problema aquí es que no ha solido haber políticos, historiadores, filósofos, militares y economistas que se encarguen debidamente de estas tareas de análisis. Hasta ahora, solo hemos contado con mediocres intentos, o con personas que están de acuerdo en que esta tarea es necesaria, prometiéndonos que algún buen día nos traerán sus conclusiones.


Cuando la fraseología no coincide con una triste realidad

Volviendo al tema, el PCE (m-l) partía de un esquema obvio: si el pueblo quería obtener libertades y derechos, cuanto más avanzase, más se reprimiría a su movimiento, siendo el enfrentamiento con el poder inevitable, ergo, si los trabajadores deseaban lograr su emancipación social frente a un régimen antipopular, debían asimilar que el combate no era una opción, sino una necesidad:

«Se alternaban acciones clásicas –manifestaciones, huelgas, asambleas– y simbólicas –ataques a instituciones representativas del poder franquista o estadounidense– con otras de baja intensidad –servicios de protección en saltos, manifestaciones y repartos de propaganda–; lanzamientos de cócteles molotov a sucursales bancarias, hasta alcanzar mayores cotas de agitación y «activismo armado» –expropiaciones económicas y técnicas, robo de armas, y alguna agresión a personas relacionadas con conflictos laborales y/o significadas con su adscripción al régimen–. La línea ascendente del radicalismo de sus acciones estaba en concordancia con el incremento de la movilización social y de la conflictividad laboral durante los últimos años del franquismo, una situación que alcanzaría su punto culminante en 1975, apareciendo con la coyuntura propicia, según el PCE (m-l), para que el FRAP iniciase la «lucha armada». (Ana Domínguez Rama; La «violencia revolucionaria» del FRAP durante el tardofranquismo, 2010)

El PCE (m-l) insistió hasta la saciedad en tener una comprensión correcta de la lucha armada, anotando que era, hasta cierto punto, un fenómeno normal el que entre sus bases afloraran las concepciones metafísicas propias de una desviación izquierdista del marxismo, entiéndase aquí que:

«Cuando hablamos de «desviaciones izquierdistas» solemos referirnos a maximalismos de o todo o nada, a cuando se intentar encajar mecánicamente una situación del pasado con una actual que no tienen nada que ver, a no saber calibrar nuestras fuerzas y las del contrario. Es cierto que la primera se suele identificar con el reformismo y el posibilismo político, mientras la segunda casa mejor con el anarquismo y el aventurerismo. Huelga decir que quien conozca al anarquismo sabrá lo poco disciplinado que es, así como cualquier que sepa cómo se las gastan en las filas reformistas conocerá que el exceso de optimismo bien puede ser una de sus señas perfectamente. Conclusión: ningún movimiento político es plenamente de «izquierda» o «derecha» en lo ideológico; ningún grupo pseudomarxista sufre solo de desviaciones «izquierdistas» o «derechistas», aunque, como en todo, se tiende más hacia uno u otro». (Equipo de Bitácora (M-L); Fundamentos y propósitos, 2021)

Así pues, en el artículo: «Atención al trabajo de organización», el PCE (m-l) recordaba que había que:

«Velar contra las desviaciones izquierdistas. Afirmar tajantemente contra las tesis revisionistas la necesidad de la revolución violenta –lucha armada y ruptura del aparato burgués de gobierno– y la necesidad de la dictadura del proletariado produce, como reacción, en la generalidad de los camaradas de base, una visión simplificada de esas necesidades. Se ve la lucha armada como el medio de lucha casi exclusivo y como aplicable en todos los momentos. Hay que aclarar bien la idea de que el proletariado en armas es la culminación de todo un proceso, y que este proceso es, primero, largo y, segundo, el conjunto de toda una serie de tareas que encierran muchas formas y estadios de la lucha pacífica y violenta, legal e ilegal, ideológica y práctica». (Vanguardia Obrera; Nº2, 1965)

En especial, son particularmente valiosos los escritos de Elena Ódena advirtiendo sobre el «revolucionarismo pequeñoburgués» y sus clásicos errores. Entiéndase:

«No podemos dejar, en modo alguno, de tener presente que el revolucionarismo pequeño burgués, el izquierdismo, puede en determinados momentos causar graves daños a la causa de la revolución y al pueblo en general. El desencadenamiento de acciones prematuras, para las cuales no existen condiciones ni para realizarlas ni para hacer frente a lo esencial de sus consecuencias, el llevar a cabo actos de terrorismo, fuera del contexto de la lucha revolucionaria de masas. (...) El izquierdismo pequeño burgués que desvía a ciertos sectores de la lucha auténticamente revolucionaria, es el complemento natural del revisionismo moderno, ya que al no apoyarse en la lucha de masas, acaba siempre en los fracasos a que inevitablemente conduce el revolucionarismo y activismo pequeño burgueses, en un plazo más o menos corto, cayendo en compromisos sin principios con el revisionismo o abandonando la lucha». (Elena Ódena; Los revisionistas apoyan el izquierdismo y calumnian la política de principios de los marxista- leninistas, 1973)

La insistencia en «no caer en aventuras» y en «el sectarismo» se puede apreciar en todos los documentos relevantes del PCE (m-l)/FRAP de aquellos tiempos:

«El FRAP no es sectario, no lo ha sido nunca, admite la colaboración incluso con aquellos que nos han criticado o que no han creído en el porvenir del FRAP. (…) El crecimiento del FRAP justifica ya la creación de lo que podríamos llamar una rama militar. Una rama militar que no es el terrorismo a ciegas, sino el empleo de las posibilidades inmediatas en España para acciones complementarias a las huelgas. (…) Ya no basta compañeros, con promover acciones huelguísticas; ya no basta con organizar e impulsar la violencia de las masas, elevar cada vez más esa violencia que, por venir de las masas y estar orientada contra el fascismo es revolucionaria. No se trata de caer en el aventurerismo, ni en el terrorismo desligado de las masas; se trata de canalizar el ardor popular que se manifiesta cada vez más para, de forma organizada, golpear más y más a la dictadura». (Álvarez del Vayo; Discurso en la reunión del Comité Permanente (ampliado) del FRAP, 29 de marzo de 1975)

El PCE (m-l) golpeaba dos nociones: la pasividad y la ineficacia pacifista de los grupos reformistas, y también los esquemas irreales y precipitados del terrorismo que practicaban los grupos semianarquistas:

«Debemos denunciar y combatir por todos los medios el pacifismo y el miedo a la violencia revolucionaria sembrados por el revisionismo moderno y en especial, el carrillismo. (…) Por otra parte, debemos combatir las ilusiones que pueden crear entre el pueblo que desea verdaderamente luchar por todos los medios contra el fascismo, las acciones terroristas dirigidas contra la dictadura llevadas a cabo por algunos grupos marginados de la lucha de masas, ya que derrocar a un enemigo como la dictadura franquista, afincando en el poder, y disponiendo de numerosos medios y armadas contra el pueblo, es posible sólo mediante la lucha armada de las masas populares y la guerra popular». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Sobre las situaciones revolucionarias, la lucha armada y la guerra popular, 1975)

En el IIº Congreso del PCE (m-l) (1977), tras los trágicos acontecimientos de 1975, se insistía en la necesidad de la lucha armada, pero se recordaba el «no jugar con la revolución»: 

«Debe quedar muy claro que nuestro Partido no juega a la revolución. (...) Tampoco se va a dejar influir ahora por los que vacilen hacia el otro extremo, el aventurismo, el putchismo». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Pero, cabe preguntarse entonces, ¿había cumplido estos recordatorios de no caer en el aventurerismo y el terrorismo? ¿Se aplicaron a pies juntillas estas advertencias? Evidentemente, a estas alturas el lector sabrá que el PCE (m-l)/FRAP no pudo escapar a aquello que rechazaba y en lo que temía incurrir. 

Políticamente y organizativamente hablando, iniciar las acciones armadas en 1975 sin la preparación logística pertinente y desatendiendo otros factores de relevancia, como la falta de apoyo popular, era un suicidio –cosa que quedó de sobra demostrada por los propios acontecimientos que le sobrepasaron–. El PCE (m-l) comprendió que, efectivamente, existían unas condiciones objetivas que vaticinaban una crisis económica, política y social que anticipaban el posible fin del régimen. El problema viene dado porque no valoró correctamente –es decir, no supo entender la importancia– la inexistencia de las condiciones subjetivas necesarias para llevar a cabo acciones armadas –no hablemos de ampliarlas–, tal y como repetían en sus medios que tenían intención de hacer. Decimos esto porque el PCE (m-l) nunca logró sobrepasar al PCE en la contienda por ganarse a los elementos autodenominados comunistas. Sin este requisito previo no podemos siquiera considerar que el PCE (m-l) tuviese la influencia suficiente entre la clase obrera, y huelga decir que, sin ganarse a la mayoría de la clase obrera, que se materialice cualquier revolución en mayúsculas es imposible. En realidad, tampoco se había debilitado tanto la nociva influencia del fascismo y otras corrientes entre la población trabajadora. No hay debate que justifique estos hechos. 

En el caso del PCE (m-l), sin una experiencia militar previa reseñable y con una parca presencia en el ámbito rural –como ellos mismos reconocían–, las posibilidades de que esas acciones armadas cosecharan resultados positivos eran ínfimas. La cúpula del PCE (m-l) jamás realizó una autocrítica profunda de este curso de acción, como debiera haber ocurrido o, al menos, no hay constancia pública, lo que es lo mismo para las masas. De existir tal «autocrítica» esto se ligaría a otro defecto: el miedo a la autocrítica ante el pueblo. En lo sucesivo, sus líderes promulgaron en todo momento que esas acciones «fueron positivas» y hasta «necesarias» para acabar con el franquismo. Fin de la historia. Pero, ¿cómo van a ser decisivas y necesarias las acciones armadas de un partido totalmente secundario? ¿Qué va a revertir en la política con su todavía insuficiente capacidad de influenciar a las masas? ¿Quiénes salieron peor parados del otoño de 1975, los franquistas o el PCE (m-l)? La respuesta es simple para el honesto: al PCE (m-l) le sucedió una escisión y su tiempo de gloria se fue para nunca jamás volver; los franquistas pudieron adaptarse al nuevo régimen democrático-burgués sin que ninguno fuese juzgado por sus crímenes, y muchos de ellos pudieron, incluso, mantenerse en los puestos de poder.

«Por consiguiente, para hacer la revolución hay que conseguir, en primer lugar, que la mayoría de los obreros –o, en todo caso, la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos– comprenda a fondo la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases dirigentes atraviesen una crisis gubernamental que arrastre a la política hasta a las masas más atrasadas –el síntoma de toda revolución verdadera es que se decuplican o centuplican el número de hombres aptos para la lucha política pertenecientes a la masa trabajadora y oprimida, antes apática–, que reduzca a la impotencia al gobierno y haga posible su rápido derrocamiento por los revolucionarios». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)

Los jefes del PCE (m-l)/FRAP insistieron, casi en tonos guevaristas, que las acciones podrían abrir o profundizar una crisis política o una crisis revolucionaria, pero al igual que estas bandas, no se paraban a analizar si es que acaso se había alcanzado tal situación, tanto en los factores que no dependían de ellos como en los que sí:

«El oportunismo se ha manifestado asimismo en defender que, antes de iniciar cualquier acción armada, han de estar maduras toda una serie de condiciones objetivas y subjetivas, que caracterizan de verdad un estado de guerra. (...) Esta clase de argumentaciones dejan de lado el hecho de que las acciones armadas, en determinadas situaciones, actúan de catalizador para crear o profundizar una crisis política del régimen, o para abrir un ensanchar una crisis revolucionaria». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

En efecto, se quiera o no, existe una interrelación existente entre las condiciones objetivas y subjetivas para desencadenar la ansiada revolución de la que todos hablan, y esta no pasa por lanzar a la pretendida vanguardia a un ataque suicida:

«La primera obligación de un partido de vanguardia del proletariado es la organización de su clase; así el objetivo estratégico fundamental en ese fin –y que pasa por la acumulación de fuerzas– no es aunar un buen número de votantes fieles para un mero «contraataque» electoral ni una política pasiva de «resistencia» armada como preconizan algunos románticos del guerrillerismo terrorista con sus atentados esporádicos. Ni ese reformismo oportunista ni ese aventurerismo desesperado llevan al movimiento hacia una acumulación real de fuerzas ni a la deseada transformación social de la que parlotean de tanto en tanto. Nosotros no estamos hablando ni de socialdemocratismo ni de anarquismo, nos referimos a una actividad seria y rigurosa que haga coincidir las «condiciones objetivas» del momento –que no dependen de nuestra voluntad– con las «condiciones subjetivas» –estas últimas son el fruto de la labor sociopolítica de un agente colectivo transformador–. 

Este movimiento tiene que ser sólido en pensamiento y acción, debe contar con una línea política reconocible hasta para quien no tiene nociones políticas. Este eje es el único punto de apoyo posible que sirve para aunar a las capas más conscientes del pueblo, y si este juega sus cartas correctamente posibilitará en un futuro el aumento progresivo de sus afiliados, recursos y actividad como para poner en jaque de verdad al sistema no en palabras sino en hechos. Antes de ello, debe llegar al punto de lograr el autoconvencimiento de una parte fundamental de las masas laboriosas en torno a la línea correcta del partido. Estas deberán familiarzarse y aprobar sus propuestas y acciones, en definitiva, comprender que de su propia situación emana la necesidad de realizar la revolución para cambiar sus vidas de arriba a abajo. Esto solo puede ocurrir si dicho marco de referencia logra fabricar naturalmente cuadros cada vez más probados, con más experiencia y más eficaces, esto es, los dirigentes que puedan acumular y encabezar luchas a nivel local, regional y nacional contra las instituciones burguesas y sus fuerzas auxiliares. Esto incluye que se necesita todo tipo de gente para todos los campos imaginables: para la tribuna parlamentaria, el trabajo sindical, los artículos periodísticos o en las barricadas, choques que tomarán un carácter más o menos desagradable dependiendo del contexto político del momento. 

En resumidas cuentas, estamos hablando de toda una serie de condiciones que puedan hacer a esta fuerza de oposición desencadenar finalmente la toma de poder, hacer rendir el pabellón burgués. Vale decir que el trabajo por desarrollar las condiciones subjetivas ha de darse también cuando las condiciones objetivas no son propicias, y así estar preparados organizativa e ideológicamente hablando para cuando las condiciones objetivas acaben dándose. De hecho, este retraso en la acumulación de fuerzas, esa desorganización y desideologización, es lo que hace que no se avance ni siquiera en luchas menores, lo que ha permitido al capital en crisis, desarrollar todo un enjambre de políticas encaminadas a vaciar de contenido el derecho laboral o el acceso a la sanidad y educación; es lo que ha resultado en los simpatizantes de la causa su nivel de formación política y compromiso sea escaso cuando no nulo. Es por ello, que aislando a la estructura de resolver estas tareas no puede cumplir la pretendida misión de vanguardia, como organizador de los elementos más conscientes debe ocupar, motivo por el cual se acaba zozobrando en una autosatisfacción basada en meras consignas mientras estos y otros deberes urgentes siguen sin acometerse». (Equipo de Bitácora (M-L); Crítica al documento: «El PCPE explica el porqué de no participar en la Marcha de la Dignidad», 2014)

El propio Enver Hoxha diría sobre este tipo de falsas concepciones:

«La lucha armada de un grupo de revolucionarios profesionales sólo puede ejercer influencia en el ímpetu de las masas cuando se coordina con otros objetivos políticos, sociales, psicológicos que determinan el surgimiento de la situación revolucionaria y cuando se apoya en las amplias masas del pueblo y goza de su simpatía y respaldo activos. De lo contrario, como demuestra la dolorosa experiencia en algunos países de Latinoamérica, la acción de la minoría armada, por heroica y abnegada que sea, choca con la incomprensión de las masas, se aísla de ellas y sufre derrotas. Las revoluciones maduran en la situación misma, en tanto que su victoria o su derrota depende, de la situación y del papel del factor subjetivo. Este factor no puede representarlo un solo grupo, por más consciente que sea de la necesidad de la revolución. La revolución es obra de las masas. Sin su convencimiento, preparación, movilización y organización, ninguna revolución podrá triunfar. El factor subjetivo no se prepara únicamente mediante las acciones de un «foco» guerrillero, ni tampoco tan sólo con agitación y propaganda. Para ello, como nos enseña Lenin y la vida misma, es indispensable que las masas se convenzan a través de su experiencia práctica. (…) Sobrestiman y absolutizan el papel de la «actividad subjetiva», y piensan que la situación revolucionaria, como condición para el estallido de la revolución, puede ser creada artificialmente por las «acciones enérgicas» de un grupo de combatientes que sirve como «pequeño motor» que pone en movimiento al «gran motor» de las masas». (Enver Hoxha; Informe en el VIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1971)

Los dirigentes albaneses advertirían esto en más de una ocasión:

«Si no me equivoco, América Latina tiene tradiciones golpistas, pero debe haber una ruptura con estas tradiciones porque todos los aventureros anarquistas que se hacen pasar por revolucionarios marxistas se basan en ellas. Si los partidos marxista-leninistas no aclaran esta cuestión, pensamos que los anarquistas, que salen con consignas «ultramarxistas», harán un gran daño a la causa de la revolución, porque hay gente que equipara el golpe de Estado con la revolución y emprender aventuras, llamando al pueblo a tomar las armas en un momento en que no se han creado las condiciones para ello». (Albania Today; En la lucha y la revolución los marxista-leninistas deben ser fuertes e indomables; Extractos de una conversación del camarada Enver Hoxha con el camarada Pedro Pomar 18 de agosto de 1967, 1977)

Lo extraño es que el Partido del Trabajo de Albania (PTA) no criticase este tipo de concepciones que también se hicieron común entre los nuevos partidos marxista-leninistas como el español. Por el contrario, desde Radio Tirana hubo un apoyo absoluto a las acciones del FRAP durante 1972-78. Es de suponer que en parte esto fue influenciado por la realidad edulcorada que algunos dirigentes de la dirección del PCE (m-l) vendían en el exterior. Véase la Entrevista a Raúl Marco publicada por Radio Tirana el 6 de junio de 1977.


Las acciones llevadas a cabo por el FRAP

Ciertamente, las acciones desempeñadas en el verano de 1975 tienen cierto componente de tipo aventurero. Léase al respecto el propio documento de la cúpula del PCE (m-l): «Grupo Edelvec; FRAP, 27 de septiembre de 1975» (1985) para darse cuenta de que las acciones no tenían un fin en sí ni, como se vería más adelante, se tenía la capacidad de resistir la retaliación gubernamental a tales acciones:

«En Madrid, uno de los grupos de combate entraría en acción el día 14, matando a Lucio Rodríguez Martín, un miembro de la Policía Armada que prestaba un servicio de vigilancia en el Centro de Programación de la compañía aérea «Iberia». Setenta y dos horas más tarde, otro «comando» agredía a José Miguel Otaolarruchi Fernández, director de la Residencia Sanitaria «Príncipes de España» de Bellvitge –en Hospitalet–, un ataque que se enmarca en el conflicto que atravesaban los Médicos Interinos Residentes (MIR) en Barcelona. A la mañana siguiente, también en Barcelona, una nueva agresión tuvo lugar: esta vez contra otro Policía Armado que actuaba de centinela en la comisaría de Collblanc, el cual fue socorrido por otros policías produciéndose un intercambio de disparos con los asaltantes frapistas, siendo uno de ellos herido de bala y posteriormente detenido. Además del lanzamiento de «cócteles molotov» contra el edificio, los miembros del «comando» tuvieron tiempo de dejar en la comisaría una bandera republicana con las siglas del FRAP. Ampliando el listado de víctimas de la ofensiva frentista durante el mes de julio, el día 19 fue herido de gravedad nuevamente otro miembro de la Policía Armada, Armando Justo Pozo Cuadrado. Sobre las nueve de la mañana varios miembros del FRAP le dispararon en la madrileña calle Gómez Ortega, siendo trasladado de urgencia al Hospital Francisco Franco, donde se le practicó una larga operación quirúrgica que consiguió salvarle la vida. Aunque el FRAP no reivindicó de forma inmediata el atentado, las Fuerzas de Orden Público emprendieron una discreta operación general de búsqueda y captura de militantes del FRAP, que conllevaría una serie de importantes «caídas» de la organización. En realidad, desde el día siguiente a la muerte del Policía Armado Lucio Rodríguez la policía llevaba a cabo un proceso de detenciones en la capital, optando por apresar al mayor número posible de militantes del FRAP, muchos de los cuales eran ya conocidos por anteriores detenciones y estaban siendo vigilados desde hacía algún tiempo por la BPS. Se trataba de una exhaustiva campaña policial contra el Frente, como denotaba el título de la portada del semanario Cambio 16 de finales de mes: «Guerra al FRAP». (…) A pesar de las detenciones, el FRAP proseguía su escalada de violencia contra agentes de las FOP. Esta vez el tiroteado sería un Guardia Civil, Prudencio Martínez Sánchez, que realizaba un servicio a las puertas de la Prisión Provincial de Mujeres de Valencia, causándole heridas que no revistieron mucha gravedad. Ocurría unos días antes de que se hiciese pública la petición fiscal de varias penas de muerte para militantes del FRAP –que recaía sobre cinco de los catorce acusados de participar en la acción del día 14– y se anunciase la elaboración de una nueva Ley Anti-Terrorismo. El Frente, que no parecía amedrentarse ante el futuro próximo, procedió a realizar nuevos atentados. El 16 de agosto era asesinado el teniente de la Guardia Civil Antonio Pose Rodríguez en el barrio madrileño de El Batán, donde el grupo de autodefensa y combate del FRAP arrojó octavillas reivindicando el hecho, una autoría que –según algunos periódicos españoles– fue confirmada públicamente durante un mitin en París celebrado en la tarde del día siguiente. Unos días después, dos ataques más se sucedieron en Valencia. El 18 un «comando» compuesto por cuatro activistas asaltó el cuartel de Artillería de Paterna, arrebatándole a un centinela un fusil de asalto «Cetme», antes de que una patrulla disparase al coche robado en que viajaban los frapistas, y en el que sin embargo consiguieron huir. En la segunda acción, efectuada en la noche del día 21, el mismo grupo realizó dos disparos de pistola desde un turismo, uno de los cuales alcanzó la pierna de un soldado norteamericano, Donald A. Croswaye, marino de la tripulación del buque «Fainfaxs Country», que venía de una sala de fiestas situada en las cercanías de los poblados marítimos de Valencia. Al día siguiente, en una llamada telefónica al diario Las Provincias se reivindicaba el ataque en nombre del FRAP». (Ana Domínguez Rama; La «Guerra Popular» en la lucha antifranquista: Una aproximación a la historia del FRAP, 2009)

Puede decirse sin miedo que este documento sirve por su alto nivel descriptivo para hacernos una idea de las acciones desempeñadas, pero no hay una pizca de autocrítica ni de lecciones a extraer de cara al futuro, es sumamente vacuo en cuanto a rasgos pedagógicos, ergo, no puede ser parte pues de un libro de formación para hacernos una idea del FRAP ni por asomo. El hecho de que la dirección instruyera a las futuras generaciones con este tipo de libros, explica la mitificación que hoy la militancia tiene sobre estos sucesos.

Lo único que extrajo el FRAP de todas estas acciones fue la muerte de tres miembros de los cuerpos represivos y varios heridos. A cambio, el PCE (m-l)/FRAP sufriría de una serie de detecciones que desangrarían a la organización en todo el ámbito nacional. 


Los juicios a los frapistas y el eco de solidaridad 

No podemos seguir sin hacer un inciso. Entre estos sucesos cabe citar la detención, juicio farsa y posterior fusilamiento de tres miembros del FRAP: Ramón García Sanz, José Luis Sánchez Bravo y Humberto Baena, convirtiéndose en los últimos fusilados del franquismo y en símbolos del antifascismo español.

En una de sus últimas cartas diría Baena sobre su proceso y el objetivo de su militancia:

«El 22 de julio, fui detenido de una manera violenta con la pistola en la sien, luego me llevaron a la Dirección General de Seguridad, y después de pasar más de 72 horas que dicen que son las reglamentarias, me trasladaron a la cárcel de Carabanchel, donde estuvimos 36 días sin salir de las celdas de castigo, excepto para hablar con nuestros abogados. A partir del 15, no sé exactamente el día, nos enteramos de que nos acusaban de la muerte de un policía, por la jurisdicción militar, y que las peticiones fiscales eran de pena de muerte de cinco compañeros. Tuvimos el juicio el 11 y 12 de ese mes, un juicio que fue una farsa desde el momento en que no admitieron ninguna prueba de la defensa, pruebas tan fundamentales como la solicitud de las huellas dactilares de un revolver que decían que había sido utilizado, o pruebas como las testificales, pues decían que habíamos sido vistos por otras personas y sin embargo no las llamaron a declarar.

Yo creo que lo ocurrido en nuestro juicio es normal para un Estado fascista, para un gobierno que ha asesinado tantas vidas de personas basado incluso en la muerte de un millón y que sigue oprimiendo, no puede hacer un juicio normal con militantes de una organización. Nuestro juicio fue una farsa total y por supuesto ya estábamos condenados antes del juicio. Además, a algunos familiares nuestros, en concreto a mi familia, no la han dejado pasar.

Las penas que nos han impuesto son debidas a que las luchas populares cada vez son mayores y la oligarquía sólo puede reaccionar de una forma dura. No se puede esperar que el fascismo tenga mano blanda con nosotros, por supuesto es una venganza que toman contra los primeros militantes del Frente que han encontrado». (Carta de Xosé Humberto Baena días antes de ser fusilado, 1975)

Mandando un mensaje de cara a los revolucionarios del mundo, decía:

«Creo que para que el pueblo llegue a una democracia sólo es viable en una República Popular y Federativa. Para conseguir eso, sólo lo podemos hacer de una manera violenta, ya que los que gobiernan, no van a dejar el poder por las buenas, durante cuarenta años han dado prueba de ello. Sería absurdo que cuando nos apalean pusiésemos la otra mejilla para que nos sigan apaleando, que cuando nos despiden de las fábricas y nos echan a las cárceles, siguiésemos bendiciéndolos. Que si protestamos por cosas elementales, como el agua, como pasó en Carmona, nos peguen un tiro. Entonces llega el momento en que el pueblo se hace la pregunta y ve necesario contestar con sus propias armas, contestar a la violencia fascista con la violencia revolucionaria». (Carta de Xosé Humberto Baena días antes de ser fusilado, 1975)

Durante el juicio a los frapistas, donde se pedirían penas de muerte para varios militantes, hubo gran solidaridad nacional e internacional. Pero, a diferencia de lo que se cree, varios partidos negaron su solidaridad para no poner en peligro los acuerdos que estaban tramando con el poder franquista para la llamada «Transición» (1976-82):

«En medio de las movilizaciones de masas venciendo todo tipo de dificultades y de la represión, que se llevaban a cabo dentro y fuera de España, la llamada «Junta Democrática», que dirigía el PCE y la llamada «Convergencia» o «Plataforma» encabezada por el PSOE, hicieron una declaración conjunta, el 18 de septiembre. En ella no había ni una sola palabra contra las penas de muerte, y sin embargo, sí que censuraban explícitamente la lucha del FRAP y se dedicaban, en unos momentos en que el fascismo estaba condenando a muerte a unos antifascistas, a hablar de «reconciliación» y de «diálogo». (...) Pascual Moreno Torregrosa, militante del PCE (m-l) y del FRAP, que se encontraba ese verano del 75 en la Universidad catalana de verano en Prades, enviado por el Partido, comprobó en la práctica, el boicot a todo tipo de movilización por parte de los «platajunteros»: «Detecté junto con otro camarada que venía conmigo, el boicot que había por parte de una serie de fuerzas a que se salvase a esta gente, cuando lo que había que hacer era denunciar la represión fascista y salvar la vida de estos antifascistas. Había un boicot por parte del PSUC, por parte de fuerzas nacionalistas, gente del PSOE que hoy está en el Gobierno, por parte de Ernest Lluch y otra serie de gente. Un boicot descarado. Incluso con Ernest Lluch hablé para buscar su apoyo y me lo negó. Estaba también Alfons Cucó. Ellos estaban tramando ya el continuismo, haciendo progresismo de palabra y les importaba muy poco el fusilamiento de los antifascistas». (Grupo Edelvec; FRAP, 27 de septiembre de 1975)

El PCE ordenaría a sus abogados negar cualquier asistencia a los acusados, como recuerdan varios testigos imparciales:

«Gerardo Viada, abogado que aceptó la defensa de los militantes del PCE (m-l) y del FRAP, recuerda que: «Los partidos de entonces, el PCE y el PSOE –que entonces estaba empezando a aflorar dentro de la convivencia política–, no quisieron hacer nada, ni quisieron encargarse de la defensa. Decían que era un error, que nosotros no podíamos involucrarnos en asuntos de terrorismo...». Esa vil actitud no impidió que diversos abogados asumieran valientemente la defensa de los militantes del PCE (m-l) y del FRAP. (...) Desgraciadamente para «los revisionistas del PCE, cuyo comportamiento sólo cabe tachar de canallesco, los abogados no les hicieron caso. Fernando Salas, recuerda: «Lo que yo tengo que decir y lo diré toda mi vida, y lo siento mucho por los compañeros abogados que en aquel entonces estaban en el PCE, la actitud del PCE fue absolutamente lamentable: se negó rotundamente a aceptar ningún tipo de defensas. Fue una consigna de partido el que, bajo ningún concepto, un abogado del PCE figurase como defensor de estos señores... Lo que pasa es que luego cambiaron las tornas, y cuando después los acontecimientos se precipitan y cuando el mundo entero se lanza sobre la dictadura y cuando empieza a movilizarse todo el mundo en Europa y cuando empiezan las manifestaciones y cuando comienza la retirada de embajadores, entonces todo el mundo empezó a querer...». (Grupo Edelvec; FRAP, 27 de septiembre de 1975)

En toda Europa hubo un eco de solidaridad como hacía décadas que no se veía –especialmente en países como Suiza, Francia y Portugal–. En cambio, tres gobiernos de países reaccionarios destacaron por su falta de solidaridad:

«La dictadura franquista se veía así censurada internacionalmente. Entre los gobiernos que no cursaron ninguna protesta destacan tres: la URSS, los EE.UU. y China. Pero no cabía duda de que el franquismo salía de aquellas jornadas, duramente golpeado en todos los sentidos Las consecuencias más inmediatas de las acciones armadas». (Grupo Edelvec; FRAP, 27 de septiembre de 1975)

En especial, la posición china fue una traición expresa al FRAP, ya que su cabeza visible pidió ayuda expresa al líder chino:

«El FRAP acaba de lanzar un llamamiento a todas las fuerzas revolucionarias y antiimperialistas del mundo para que actúen firmemente contra todas las maniobras del imperialismo y del hegemonismo en España. Y para que apoyen la lucha revolucionaria del pueblo español. Lo dirige hoy al pueblo chino y al presidente Mao Zedong, frecuente defensor del internacionalismo proletario. Y está seguro de su apoyo». (Julio Álvarez del Vayo; Carta al pueblo chino y al presidente Mao Zedong, abril de 1975)

Esto solo puede ser tachado como una estúpida ilusión en momentos en que, por ejemplo, China estaba traicionando al pueblo de Vietnam firmando el famoso «Comunicado de Shangái» (1972), donde se blanqueaba y apoyaba la política exterior del imperialismo estadounidense. Por no olvidar que la China de Mao había restaurado relaciones con la España de Franco en 1973. ¡Casi nada!

En el caso del señor Del Vayo el «desliz» es mucho más grave dado que él tuvo la ocasión de visitar China varias veces y estaba al tanto de la política exterior oportunista del país asiático. La pregunta es, ¿por qué Del Vayo fue cabeza del FRAP durante 1971-1975 si este frente estaba dirigido por el PCE (m-l)? Del Vayo sería un famoso exministro del PSOE durante la Guerra Civil, siempre afín a la línea de Negrín, después de una lucha contra la dirección del PSOE en el exilio, sería expulsado y andaría en diversas organizaciones socialistas minúsculas, finalmente se acabaría acercando a los círculos del PCE y posteriormente al PCE (m-l). Entendemos que este último le puso a la cabeza del FRAP por mera cuestión de marketing, debido a su prestigio y su dilatada experiencia diplomática. ¿Pero era un líder preparado ideológicamente para los retos de entonces? Pese a la posterior magnificación de su figura, estaba claro que en algunos puntos dejaba mucho que desear –pero no seremos demasiado duros con su ceguera respecto a China, dado que la dirección del PCE (m-l) el señor Marco y la señora Ódena andaba con las mismas esperanzas, al menos hasta un tardío año 1978–. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su tardía desmaoización» de 2020.

Acoger en tu seno a los «socialistas de izquierda» críticos con su dirección reformista, puede suponer en ocasiones que estés incorporando en tus filas a sujetos honestos, incluso de grandes méritos pasados, pero no significa que tengan todavía un nivel ideológico acorde a las circunstancias que se presuponen, sobre todo si hablamos de la dirección de un partido comunista o un frente. Ciertamente es inexplicable que dicha figura dirigiese el FRAP, ni siquiera de forma «honorífica» –como aluden algunos–, ya que la dirección de un partido o frente no puede ser cosa de sentimentalismos ni cuestión de haber quien tiene más fama. De Vayo fallecería en mayo de ese año, y solo habría que esperar un tiempo para ver que China no iba a apoyar la lucha del FRAP, muy por el contrario, sus diplomáticos estarían presentes para el funeral de Franco a finales de ese año 1975 y mandarían públicamente unas sentidas condolencias, al igual que otros regímenes revisionistas, como el castrista. 

Hoy, el PCE (m-l) actual de Raúl Marco, que solo se parece al antiguo en el nombre, convoca charlas y actos en honor a los tres fusilados de 1975 junto al PCE, partidos brezhevistas y maoístas (*), antiguos enemigos acérrimos del PCE (m-l), que se hicieron famosos por atacar la línea antirevisionista de esta organización de la cual hablaban con desprecio por sus posturas «proalbanesas». Si ya es mezquino aprovecharse de una fecha así para cocinar las alianzas con el revisionismo, mucho peor es darle la bienvenida a los que se negaron a dar cobertura legal y boicotearon con ímpetu los actos para salvar a los fusilados –como el PCE–. ¡Vivir para ver!

Si Elena Ódena denunciaba que los José Díaz o Miguel Hernández nada tenían que ver ya con los Ibárruri o Carrillo del PCE que habían traicionado su legado, lo mismo puede decirse hoy de los Cipriano Martos, Xosé Humberto Baena, Ramón García Sanz o José Luis Sánchez-Bravo y aquellos como Chivite, Marco y compañía del PCE (m-l):

«Qué decir de todos los que manipulan su memoria y sus principios –empezando por el señor Marco–, arropándose como plañideras con los valores que aquellos valientes representaron y que todos estos niegan hoy. Todo aquel que hoy por hoy saca una bandera roja, un símbolo como una estrella roja, la hoz y el martillo, incluso una simple bandera republicana con esta mentalidad hipócrita me da absoluto asco. Muchos de ellos estaban en contra de luchar por cualquier tipo de la República –como el PCE–, calumniaban a nuestros militantes diariamente –como también hizo el PCE (r) que se apuntó a la lucha tarde y mal–, sin olvidarnos de los famosos «pro-rusos» y los maoístas de ayer y hoy con diversos apellidos. Podría hablarte de los exmilitantes reconvertidos en «podemitas», «sociatas» incluso «peperos», esos que renegaron absolutamente de todo principio del viejo PCE (m-l), pero que parecer que en estas fechas se ponen «nostálgicos» y sacan a relucir su «currículum revolucionario» como «luchador antifranquista», algunos incluso tratan de aparentar que todavía tienen que ver algo con esos revolucionarios. Y si hablamos de los lumpen como los Vaquero y cía… para que seguir, cuando lo descubrí por primera vez me asombré y pregunté qué nueva organización era esta que copiaba la simbología del PCE (m-l)/FRAP mientras a su vez adoptaba la tricolor con estrella roja del PCE (r) y sus dogmas maoístas, ¿cómo es posible este eclecticismo en nombre de «recuperar el legado»? ¿Vamos para atrás como los cangrejos? Para que seguir... como dicen en mi tierra «Iros a escardar cebollinos» y dejar en paz a nuestros camaradas los cuales siempre estarán en nuestra memoria y nuestro corazón». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)

En las últimas décadas, bajo una hegemonía más acusada aún del revisionismo, se ha distorsionado con total libertad el concepto de solidaridad, al menos desde el punto de vista marxista-leninista. Los seguidores de ETA o el PCE (r)/GRAPO han vendido la idea de que «La solidaridad no puede ser con cortapisas», que la adhesión debe ser total, es decir, sin crítica ideológica. Se resisten a aceptar el concepto de los bolcheviques, el cual enseña que:

«Es correcto –y hasta necesario– defender a todos aquellos presos que son sometidos a torturas, a montajes, condenas excesivas e incumplimiento de la propia ley burguesa, a aquellos que han sido encarcelados por asociación ilícita, aunque no sean marxistas-leninistas. Faltaría más. No hacerlo supondría desaprovechar una excelente oportunidad para revelar el cariz del sistema burgués ante las masas, facilitar la represión del Estado burgués. Esto no significa que, bajo la excusa de la solidaridad, el comunista deba apoyar el pacifismo, el feminismo o el nacionalismo que profesan las organizaciones de estos presos no marxistas. Es indispensable evitar el seguidismo y la condescendencia con los elementos que se hayan acostumbrado al pandillerismo o al terrorismo indiscriminado, desviaciones que deben ser criticadas como tendencias tan nocivas como las anteriores». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

Sobre la llamada solidaridad antirrepresiva debe saberse:

«Un partido marxista-leninista que aspira a organizar la revolución, que es obra de las masas y no de un pequeño grupo conspiratorio, no basa su estrategia en tratar de sacar rédito político de sus mártires para ganarse a las masas, sino que se dedica a denunciar los hechos, seguir el trabajo y tomar estos episodios como consecuencia triste pero lógica de la lucha. En ningún caso se dedica, como otras bandas semianarquistas, a mirarse el ombligo con victimismo, esperando una respuesta masiva de la población que jamás sucederá, y mucho menos poner en tela de juicio a la clase obrera por su negativa a seguirles, que es el colmo del sectarismo ultraizquierdista. Incluso cuando la causa es justa, en muchas ocasiones, para pedir la solidaridad en contra de la represión y en favor de los militantes, este llamamiento solo será efectivo si va acompañado de un trabajo previo de la organización entre las masas, si ellas sienten que el partido defiende sus intereses cotidianos y ulteriores, porque es entonces cuando entienden que están siendo reprimidos aunque esta represión no les afecte directamente, pues lo consideran ya «su» movimiento de clase, incluso aunque no militen en él. Obviamente, cuando se suceden casos escandalosos de tortura y asesinato, el círculo de apoyos se puede ampliar con relativa facilidad, entonces el pueblo por cuestiones de compasión y empatía humanitaria puede sumar sus apoyos a dicha causa-organización, aunque sea como excepción. Pero esto es un espejismo que no implica una influencia sobre las masas, como creen algunos, ni mucho menos que comulguen con la línea del afectado. 

Si una organización logra movilizar a las masas y presionar a las instancias gubernamentales para mejorar las condiciones de sus presos e incluso llegar a liberarlos gracias al apoyo popular –esto último algo casi imposible para un colectivo sin influencia entre las masas–, estos serán actos que, a la postre, no servirán de nada si luego descuida participar de las luchas cotidianas y se dedica a hacer llamamientos para que todos los trabajadores se rindan a su fama como «revolucionarios que han sufrido una feroz represión». Si se comete este error, las simpatías obtenidas en un momento se desvanecerán en un abrir y cerrar de ojos, se volverán efímeras, la atención recibida se esfumará por esos aires que respiran presuntuosidad. Recuérdese de paso que prepotente es aquel que presume de algo, pero hay nada más ridículo que un prepotente que realmente no tiene nada de que vanagloriarse salvo sus episodios ficticios o exagerados.

No hablemos ya de casos surrealistas de bandas armadas que no han logrado nada reseñable en sus campañas antirrepresivas y todavía hoy no se explican la razón tal fenómeno, pero nosotros le ayudaremos a salir del atolladero: es tan fácil como reflexionar que plantear la revolución como el juego de los «héroes» y la «muchedumbre» nunca da buenos resultados, mucho menos cuando acometen acciones armadas en nombre de las masas y estas son tratadas de forma paternalista por los conspiradores, hasta el punto de creerse con derecho a atentar contra ellas por «ingratas», momento en el que ya no solo no los acompañan en su empresa aventurera, sino que se oponen abiertamente a sus métodos.

Como se ve, el revisionismo no solo ha distorsionado los pilares básicos de la doctrina, sino también en los secundarios o auxiliares». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)


El PCE rechaza las acciones del FRAP, ¿pero tenía el carrillismo legitimidad moral para hablar contra el terrorismo?

Por supuesto, para las tribunas del revisionismo, es decir, las del Partido Comunista de España (PCE), el carácter rudimentario, descoordinado e indiscriminado de las acciones armadas llevadas a cabo por el FRAP fue algo que no dejaron pasar. Es más, lo aprovecharon para organizar una campaña general contra el PCE (m-l)/FRAP. En una entrevista llamada «Declaraciones de Santiago Carrillo a M.O.» se comentaba:

«-¿Cuál es la posición de los comunistas ante el terrorismo individual? 

-Yo creo que es hora de decir, sin ninguna concesión, que el terrorismo individual no es el camino. Y menos aún los atentados indiscriminados de los que parece reclamar la responsabilidad el FRAP. Tenemos que condenar sin ninguna vacilación ese terrorismo que les viene a la medida a los «ultras» para intensificar el terrorismo oficial. Hay que empezar a preguntarse seriamente quién manipula, quién está en realidad detrás de atentados que políticamente sirven, sobre todo, al régimen». (Mundo Obrero; Órgano del Comité Central del Partido Comunista de España, Nº27, septiembre, 1975)

Por supuesto, que ante estas acciones armadas de confuso fin los revisionistas del PCE se aprovecharon para calificar a los adversarios de «grupo parapolicial» por si se acertaba. Es la misma táctica que el PCE (m-l) emplearía, al mismo tiempo, con el PCE (r)/GRAPO, donde, en lugar de analizar y criticar desde una óptica ponderada el origen del grupo y las posibles razones de tal proceder, dejando a la historia el confirmar si estos grupos estaban infectados o manipulados por agentes policiales, se lanzó a la especulación y calumnia sin pruebas. Es verdad que el PCE (r), que había llegado a la lucha antifranquista tarde, e igualmente cierto es que este a su vez acusaría patéticamente al PCE (m-l) de ser un nido de «falangistas infiltrados en el movimiento comunista». Véase la obra de Arenas: «La dirección falangista del llamado PCE (m-l) al descubierto» de 1977. ¡Esperpéntico cruce de acusaciones para bochorno del espectador! Y todavía hoy hay quienes pretenden usar estas técnicas para para ganar debates, como ocurre con RC y multitud de grupillos.

En el artículo «Los comunistas y el terrorismo», la sección catalana del PCE decía:

«La escalada de violencia terrorista durante las últimas semanas por parte principalmente del régimen, pero también de algunos grupos de oposición, inquieta a la opinión pública y reclama un esfuerzo de esclarecimiento político. (…) No es nada claro el sentido de la violencia desenfrenada por algunos grupos que últimamente han adquirido formas gratuitas y provocativas –las cuales hacen pensar en auténticas provocaciones policiales–. (…) El ministro de gobernación García Hernández ha acusado calumniosamente al PCE, con motivo del enterramiento de una supuesta víctima del FRAP, de ser culpable de la muerte de guardias civiles. Se ha hablado también se instigadores ideológicos». García Hernández sabe tan bien como los sabemos nosotros y como saben los aliados antifranquistas del PCE y el PSUC que nuestra política es decididamente contraria e incompatible al terrorismo. Y eso no es nuevo en el movimiento comunista. El socialismo marxista ha condenado siempre la violencia individual, el atentado personal y el terrorismo, como instrumento político no constructivo, que difícilmente suscita la acción revolucionaria de las masas y les ayuda a liberarse de su pasividad ni a sentirse protagonistas de la lucha política». (Treball; editado por la delegación del Comité Central del Partido Socialista Unificado de Cataluña, Nº420, 2 de septiembre de 1975)

La intención de Ibárruri-Carrillo era clara: con estas acciones no solo se pretendía condenar al terrorismo, sino que también se intentaba desligar de los trabajadores la idea de la violencia revolucionaria en todas sus formas. ¿Pero tenían los jefes del PCE autoridad para condenar el terrorismo? Echemos la vista un poco más atrás...

En el interior del PCE, tras la muerte de muchísimos de sus cuadros, incluyendo su Secretario General, José Díaz, y el principal organizador del partido, Pedro Checa, a partir de 1942 hubo una cruenta lucha interna para imponerse en la dirección: Ibárruri, Antón y Carrillo utilizaron todo tipo de métodos para eliminar a sus competidores. Desataron la calumnia y la liquidación física de los cuadros revolucionarios opuestos a su dirección. Enrique Líster, miembro carrillista del PCE hasta los 70 –cuando se escindió para crear su propio partido brézhnevista–, comentó de forma privada que Vicente Uribe le relató sobre un plan fallido de atentado contra Joan Comorera, el líder del PSUC. Cuando el revolucionario catalán logró zafarse de sus asesinos y cruzar la frontera franco-española, la nueva táctica de Carrillo contra Comorera fue la calumnia en los medios de comunicación del PCE:

«El examen y decisión sobre las eliminaciones físicas se hicieron siempre en el Secretariado, y el encargado de asegurar su ejecución era Carrillo, quien tenía los ejecutores en su aparato. Alguna vez la ejecución fallaba. Tomemos, por ejemplo, el caso Comorera. Tú conoces toda la parte política del problema. Pues bien, Carrillo y Antón propusieron al Secretariado la liquidación física de Comorera. La propuesta fue aceptada y Carrillo, encargado de organizar la liquidación. Carrillo designó dos camaradas para llevarla a cabo; pero Comorera decidió marcharse del país. A través del informador que tenía entre la gente de Comorera, Carrillo conoció la decisión de aquél y luego el lugar de su paso por la frontera y su fecha. Carrillo envió a sus hombres a ese lugar para liquidar a Comorera al ir a cruzar la frontera. Pero éste, que se sentía en peligro y vivía con una gran desconfianza, a última hora cambió el lugar del paso. Supimos que había cruzado la frontera cuando ya llevaba quince días en Barcelona. En 1971 y después de leer mi libro ¡Basta!, uno de los componentes del equipo que debía liquidar a Comorera me completó la información que me había hecho Uribe. El equipo lo componían seis, entre ellos el jefe del sector de pasos por donde Comorera debía cruzar la frontera. Este miembro del equipo me dio los nombres de los restantes componentes del mismo. Dos siguen con Carrillo, tres han roto con él, incluido el responsable del sector de pasos, y el sexto no sé lo que fue de él. Me dijo también que el tiempo que estuvieron en la montaña esperando el paso de Comorera fue de tres semanas. Ante la imposibilidad de la liquidación física, Carrillo, como buen especialista de las acusaciones y denuncias del más puro estilo policíaco y provocador, se dedicó a la destrucción moral por medio de calumnias infames. Dirigida por él, se abrió en nuestras publicaciones y en nuestra radio una ofensiva de chivatería denunciando la presencia de Comorera en Barcelona». (Enrique Líster; Así destruyó Carrillo el PCE, 1982)

Lo mismo cabe de decir sobre el Caso Monzón, Trilla y muchos otros opuestos a la nueva dirección del PCE. Véase la obra: «Unas reflexiones sobre unos comentarios emitidos en «Nuestra Bandera» en 1950 vistos a la luz de nuestros días» de 2015.

El PCE cesó oficialmente la actividad de sus grupos guerrilleros en 1948, aunque algunos mantendrían su actividad durante algo más de tiempo. Gregorio Morán documenta a la perfección la falta de directrices en los militantes que salían de la cárcel, la falta de orientación y apoyo en los guerrilleros, el nulo trabajo del partido en los sindicatos y, en general, el creciente aislamiento del partido entre las masas. Pese a esto, el terrorismo no solo era el medio por el cual los oportunistas pretendían imponerse dentro del partido, sino que, en aquel entonces, un joven Carrillo, criticando a otros cuadros por su tibieza en la ejecución de las actividades en el interior de España. en un intento de darle la vuelta a la situación, en 1945 daría órdenes de pasar a practicar el terrorismo de forma indiscriminada:

«Es la famosa «Carta abierta de la Delegación del CC del interior» [1945], en la que se enunciaran críticas implícitas y explícitas a los hombres que hasta aquel momento han capitaneado la Junta Suprema en el país. Esta archicitada «carta abierta» fue redactada íntegramente en Francia por Santiago Carrillo. (...) La «carta abierta» quiere echar la casa por la ventana y lanzarse al no va más que para ellos es el terrorismo individual: «Hay que ejecutar a todos los magistrados que firmen una sentencia de muerte contra un patriota. (…) Hay que pasar decididamente a la ejecución de los jefes de Falange responsables de la ola de crímenes y terror. (…) ¡Por cada patriota ejecutado deben pagar con su vida dos falangistas!». Es este el primer llamamiento al ojo por ojo y al terror y hay que reconocer que hasta entonces no había precedentes de actos de esta naturaleza. Es a partir de esta declaración de Santiago Carrillo y del grupo de Toulouse que el PCE se inclinará hacia las operaciones sangrientas en las ciudades, más que a la infraestructura guerrillera de montaña». (Gregorio Morán; Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985, 2017)

Ningún líder del PCE entonaría el mea culpa sobre este periodo. Carecían de autoridad moral para criticar a otros grupos posteriores, pero intentaron borrar estos hechos de la memoria colectiva. Además, las desavenencias de los grupos guerrilleros con la dirección del PCE darían lugar a otra serie de sangrientas purgas. Véase la obra: «Unas reflexiones sobre unos comentarios emitidos en «Nuestra Bandera» en 1950 vistos a la luz de nuestros días» de 2015.

Viendo los problemas que había generado la persistencia en la lucha armada antifranquista, las divergencias y desconfianzas frente a los jefes guerrilleros del interior, así como la ineficacia de las «acciones directas» para sumar a la población a la causa. Esto ocurría a la par que en la URSS el revisionismo tomaba la delantera definitivamente a mediados de 1953, implantando el «nuevo curso» y tres años más tarde la «desestalinización». Para aquel entonces el PCE comenzó a teorizar que el régimen franquista no sería derrotado por una «revolución popular», como habían repetido machaconamente y de forma efusiva, sino a través de la huelga nacional pacífica, lo que en la práctica fue un gran fiasco que sirvió únicamente para acumular derrotas sucesivas durante los años 60, quedando muy desacreditada la dirección en este proceso. En esta misma época también se empezó a parlotear sobre las posibilidades del arte abstracto, etc. Como el lector comprenderá, el PCE iba cuesta abajo y sin frenos. Llegados al año 1975 el PCE llevaba ya mucho tiempo criminalizando todo tipo de lucha armada, incluso se sentía incómodo al tener que defender a los movimientos de liberación nacional que en aquel momento luchaban contra el imperialismo y el socialimperialismo, pues la estructura también hacía mucho que trataba de entenderse con ambos, aunque de tanto en tanto defendiera alguna que otra causa progresista con tal de aparentar una pose «antiimperialista» y «progresista». En este juego de equilibrismo se mantuvo el PCE, aunque cada vez engañaba a menos personas.

Volviendo a 1975, en el anterior artículo –ya citado–, desde el PSUC carrillista se aprovechaban las acciones del FRAP para decir lo siguiente: 

«Los comunistas, es más, tenemos varios motivos para rechazar el terrorismo y para tener una actitud más cauta que antes frente a la violencia en general. Las experiencias revolucionarias han revelado falsas las ilusiones según las cuales la revolución ha de comenzar por destruirlo todo, por hacer tabla rasa, y construir sobre ruinas, una sociedad nueva y flamante. La historia ha mostrado que los hábitos y vicios engendrados durante el proceso revolucionario se incrustan de manera persistente en las costumbres de la nueva sociedad y tienen larga vida. Esto pasa también con el uso y abuso de la violencia. (…) Hemos aprendido que las revoluciones más exitosas, más populares, más democráticas, son las que consiguen incorporar a las grandes masas, y no solo las del proletariado, a la acción política, a través de la explicación, el trabajo de convencimiento –también de posibles adversarios– a fin de reducir al mínimo inevitable la aplicación de la violencia y de la coerción. Vietnam ha dado una lección clara en este sentido». (Treball; editado por la delegación del Comité Central del Partido Socialista Unificado de Cataluña, Nº 420, 2 de septiembre de 1975)

Este fragmento reproduce sutilmente toda la propaganda anticomunista y antistalinista contra las experiencias históricas socialistas de 1917-53. No se diferencia en nada de los epítetos socialdemócratas, trotskistas, titoístas, maoístas o jruschovistas. En cambio, el artículo ponía en alza las teorías oportunistas del liderazgo vietnamita. Nos referimos: a) unión y alianza inmutable entre explotados y explotadores en la «construcción del socialismo»; b) alabanzas a la «integración pacífica de los explotadores en el socialismo»; c) la orgullosa expresión de asociación política y expresión cultural de la burguesía nacional; d) la «reeducación socialista pacífica» de los explotadores a través de concesiones donde se permitía una extracción de plusvalía «razonable»; e) la permisión de la penetración económica de imperialismos extranjeros. Todo esto es lo que se plasmó en la Vietnam de HồChí Minh y Lê Duẩn cuyos resultados no tardaron en dejarse ver, los cuales hoy son innegables. Ello no es sino consecuencia de la influencia de las ideas maoístas en Vietnam, las cuales Carrillo, Ibárruri y todo el PCE venían alabando desde 1956 en sus medios de propaganda. Véase nuestro capítulo: «Una breve glosa sobre la influencia del revisionismo chino en la conformación del revisionismo eurocomunista» de 2015.

Las concepciones sobre la violencia en la historia que Carrillo emitía no son casuales, sino que se corresponden con el clásico pensamiento diletante de claro-oscuros, y, como vemos, tiene ramificaciones y profundas consecuencias a la hora de plantear cuestiones relacionadas, como es inevitable en la dialéctica circundante, la cual incide en una cosa y en las anexas:

«No levantan un dedo cuando al pueblo se le niega los presuntos «derechos fundamentales» de expresión, asociación y demás, pero hablan de que «la ley es la ley», que, en todo caso, cualquier cosa debe ser discutida en el parlamento y que ya se avanzará a base de progresivas reformas, puesto que todo eso es mejor que volver a una agudización social interna donde «haya excesos de las dos partes». Algunos hasta se vuelven unos pacifistas pequeño burgueses, de esos que estarían dispuestos a ver que los tanques pisoteen a los obreros en las huelgas con tal de no perder los nobles principios del pacifismo, incluso llegan a tal punto de hipismo que, aunque se dicen «antiimperialistas», miran con malos ojos la violencia revolucionaria de los pueblos que son invadidos y luchan contra sus agresores. Sobre los diversos acontecimientos políticos se suelen lamentar del desempleo, del tráfico de influencias, del fraude fiscal, de la falta de equidad en la justicia y la represión general; en definitiva, de este suceso u otro y de las consecuencias que azotan y afectan al país, pero admiten que llegados a este punto de «reconversión ideológica» hacia el «humanismo», para ellos el respetar la «legalidad» burguesa y no salirse de los marcos constitucionales es su máxima prioridad ahora. Esto, lo consideran como un «principio elemental» de esa «democracia» en abstracto que solo funciona en su mente. Cuan ridículo se torna todo esto cuando, en realidad, a poco que conozcamos la génesis histórica de la «democracia liberal» sabremos que esta jamás se ha constituido a base de pacifismo, ni desde luego se mantiene exclusivamente por métodos no violentos». (Equipo de Bitácora (M-L); Una reflexión necesaria sobre las FARC-EP, los acuerdos de paz y la historia de las guerrillas en Colombia, 2016)

Las acciones armadas de grupos como ETA, el FRAP y luego el GRAPO, fueron el pretexto perfecto para que la dirección del PCE pudiera presentarse ante los incautos como un grupo que no caía en provocaciones, como alguien que se atenía a los principios de Marx y Lenin de que el terrorismo individual no era el camino a seguir. Pero esto era falaz, ya que, por otro lado, ponía sobre la mesa su visión reformista y pacifista de lucha contra el régimen, lo cual tampoco era propio de estas figuras. 

Tampoco debemos olvidar el cinismo característico de figuras como Ibárruri, Líster, Semprún, Gallego o Carrillo, que clamaban contra el terrorismo cuando ellos mismos lo emplearon o aprobaron extensivamente en sus purgas a la desesperada a finales de los años 40. ¿Qué legitimidad tenían para clamar contra las desviaciones de ese tipo que se empezaban a manifestar en los nuevos partidos? Ninguna, pues aún en los años 60 nadie en la dirección carrillista había hecho autocrítica pública de la sangría de cuadros producida en el PCE años atrás, enviando temerariamente a la liza contra el franquismo a sus cuadros bajo auspicios irreales. Tampoco nadie se disculpó por el terrorismo verbal y físico desatado para suprimir a los elementos críticos del partido. Si los grupos revolucionarios que finalmente conformaron el PCE (m-l) surgieron en 1964 hubieran estudiado esta etapa oscura del PCE, seguramente se podrían haber ahorrado la reproducción de los peores vicios del movimiento.

Esto tampoco excusa que en los años 70 los dirigentes del FRAP, como Ódena o Marco, no analizaran el fondo de los comentarios y críticas que provenían del PCE y de tantos otros grupos a razón de la más que evidente enemistad, así como por el miedo a mostrarse «débiles». En su lugar, optaron por calificar los comentarios del PCE y otros de «oportunismo», «cobardía», «doctrinarismo», de «hacerle el juego al régimen», pero no supieron ver que su concepción de la lucha armada y, sobre todo, su praxis, no estaban en consonancia con los axiomas del marxismo-leninismo. No supieron ver –o no quisieron reconocer– abiertamente que sus precipitaciones estaban reforzando a los pacifistas como Carrillo, que ahora aprovechaban para armar una campaña para confundir a las masas, y dificultando la elevación del nivel de concienciación de las mismas en un futuro cercano, todo, a causa de las connotaciones negativas sobre la violencia que estaban empezando a calar entre ellas. Tampoco cayeron en la cuenta de que, con esta metodología, los medios, los grupos políticos y las masas empezaría a confundir al FRAP con grupos como ETA o los GRAPO, ambos repudiados por el PCE (m-l) por su militarismo intransigente. 


La idealización de las acciones armadas y la falta de autocrítica

Durante los primeros meses posteriores al verano de 1975 la dirección del PCE (m-l) aplastaba cualquier crítica que proviniese de aquellos que alzaban la voz contra la falta de preparación. Pero el verano de 1976 una cúpula ya forzada por las continuas protestas ahora mantenía lo contrario, reconociendo fallos, aunque sin ahondar en nada que sirviese de lección futura. En primer lugar:

«En aquellos momentos se daban en España prácticamente todas las condiciones objetivas para ese tipo de acciones armadas. Faltaban algunas subjetivas como era –luego lo hemos visto– la insuficiente preparación del Partido y del FRAP». (Raúl Marco; Discurso en la IIº Conferencia del PCE (m-l), julio de 1976)

Como se ha visto a lo largo de la historia del movimiento comunista, a sus líderes siempre les ha costado reconocer sus meteduras de pata. Tratan de justificar las faltas por esto o aquello, y, cuando no, tratan de minimizar la gravedad de los errores evitando asumir responsabilidades o, peor, buscando una cabeza de turco para salir del paso. Lo normal es que, si bien hay que lanzarse con valentía a señalar los errores ajenos, se debe ser igual de severo con los propios, pues cuanto antes se reconozcan y queden remediados, antes serán superados. Pero lamentablemente el idealismo, el sentimentalismo y, especialmente, el ego, hacen su aparición estelar en estos casos, obstaculizando este proceso. 

Las acciones del FRAP durante 1973-75 ni siquiera pueden ser consideradas una «revolución», «insurrección» o «levantamiento», tratándose más bien de acciones armadas dispersas sin un fin claro –es más, la dirección apelaría en cada situación distinta a una razón diferente para justificar el haberlas desencadenado–. Estas acciones recuerdan a las deficiencias de los comunistas estonios en su fallida insurrección de 1924:

«Con excepción de grupos aislados de obreros, y sobre todo de obreras, que se unieron a ellos durante el combate, o les prestaron alguna ayuda en la lucha. (...) La gran mayoría de la clase obrera de Reval fue espectadora, sin interés en el combate. (...) El partido esperaba arrancar el poder a la burguesía con pequeños grupos de revolucionarios fieles, o sea con la vanguardia de una vanguardia, mediante acciones militares inesperadas; o por lo menos abrir una brecha en el Estado burgués, de manera a arrastrar posteriormente a las masas, y coronar la batalla con una insurrección general del pueblo trabajador. (...) No son las acciones militares de una vanguardia lo que puede y debe suscitar la lucha activa de las masas para tomar el poder; es el poderoso impulso revolucionario de las masas laboriosas lo que debe provocar las acciones militares de los destacamentos de vanguardia; éstos deben entrar en la acción –según un plan previamente bien estudiado en todos sus aspectos– impulsados por el aliento revolucionario de las masas». (A. Neuberg; La insurrección armada, 1928)

En honor a la verdad, las acciones del FRAP no pueden considerarse un intento de insurrección, sino que como dejaban entrever sus jefes, eran acciones armadas dispersas sin un fin claro –es más, la dirección en cada ocasión apelaría a una razón diferente para haberlas desencadenado–. El cometer fallos en esta materia no es tan grave como el hecho de no reconocerlos y rectificarlos a tiempo:

«Alguien quizás puede decir que se han cometido errores. Pero ¿dónde está el partido, grande o pequeño, viejo o nuevo, que no ha tenido deficiencias y ha cometido errores en su trabajo? Lo importante aquí no es ocultarlos, sino reconocerlos, analizarlos y corregirlos sobre la base del marxismo-leninismo. Esta es la dialéctica marxista». (Albania Today; En la lucha y la revolución los marxista-leninistas deben ser fuertes e indomables; Extractos de una conversación del camarada Enver Hoxha con el camarada Pedro Pomar 18 de agosto de 1967, 1977)

Y por supuesto, un partido no puede esperar que siempre le «saquen las castañas del fuego» otros partidos hermanos del exterior, por más instruidos y veteranos que sean. Es él quien debe hacerse cargo de tal responsabilidad como representante del proletariado de su país, es él quien más conoce a su pueblo y quien mejor puede recalar información suficiente como para trazar su línea de actuación en base a la situación concreta. Por tanto, aunque el PTA se equivocó apoyando toda actuación del PCE (m-l), la responsabilidad principal recae en este último.

Con el paso de los años tanto los afines a la vieja dirección de entonces, como los que se acabarían oponiendo a ella, reconocen una serie de errores en las acciones armadas. Uno de los líderes de la escisión de verano de 1976 diría:

«El PCE (m-l) camuflándose en las siglas del FRAP, inicia en verano de 1975 acciones armadas individuales que no tendrán ninguna continuidad pocos meses después. Una nula preparación técnica, una falta total de infraestructura para resguardarse de las acciones de la policía, una absoluta negligencia en la preparación de la retaguardia, una desligazón total del movimiento de masas, son las características principales de aquellas acciones». (Alejandro Diz; La sombra del FRAP; Génesis y mito de un partido, 1977)

Un militante del PCE (m-l) y del FRAP durante 1971-76 comentaría que la razón de su salida fue un desacuerdo con la dirección del partido en Cataluña respecto a las formas y consecuencias de las primeras acciones armadas. Su testimonio no tiene desperdicio:

«Felipe Moreno: Hubo muchas cosas que no se hicieron bien. Hubo acciones digámoslas así, muy aventureras, que no contaban con suficiente planificación, suficiente estructura para organizar un aparato y una cobertura de seguridad, no había un esquema de organización realmente estructurado en el FRAP a determinados niveles, lo que entiendo que tuvo que ver en muchas caídas que sufrimos. Otro aspecto con el que siempre fui muy crítico, y esa fue precisamente la cuestión que motivó mi enfrentamiento posterior con la dirección del PCE (m-l), es que muchos de los responsables de llevar a cabo determinadas acciones, sobre todo aquellos que tenían que ejecutar acciones de comandos armados, no tenían suficiente formación política ni un nivel de concienciación ideológica realmente desarrollado.

Yo siempre he pensado que cuando se toma la decisión de llevar la lucha a una fase cualitativamente más avanzada como es la de provocar enfrentamientos directo con el régimen a base de acciones armadas, es necesario un nivel de preparación ideológica, unos fundamentos ideológicos muy arraigados que le hagan a la persona que adquiere esta responsabilidad tener la suficiente fortaleza psicológica para resistir interrogatorios policiales, para saber mantener la disciplina en las medidas de seguridad, un sentido de la organización, en fin, muchas cosas que solo se adquieren mediante un conocimiento profundo a nivel ideológico de las razones y los objetivos de la lucha. Aquí en Cataluña me consta que había gente que entraba al FRAP y que a los tres meses ya se le encomendaban acciones de una responsabilidad enorme, que era una temeridad dejar en manos de alguien que ni siquiera sabíamos qué base tenía, qué grado de identificación real tenía con la organización». (Mariano Muniesa; FRAP: memoria oral de la resistencia antifranquista, 2015)

Este tipo de casos parecen ser la tónica general, casos en los que se denunciaba la ausencia de una perspectiva realista por parte de las direcciones regional y nacional sumado a que, una vez dispuesto el plan, finalmente siempre se hacía evidente la falta de preparación y profesionalización de las acciones, negligencias manifiestas que dejaban desprotegidos a los militantes del FRAP:

«La versión sindical del PCE (m-l), la Oposición Sindical Obrera (OSO), tuvo un crecimiento rapidísimo, hasta tal punto que se llegó a pensar que Elche era una especie de zona roja y cuando llego el 1 de mayo de 1973, la dirección del PCE (m-l), puesto que todavía no estaba constituido el FRAP, pensó que se tenía que hacer unas «manifestaciones llamativas» en toda España. Se eligió Valencia, Madrid, Barcelona, Sagunto y Elche, que es donde se suponían o imaginaban que iba a ser el inicio de la caída del régimen, pero aquí no existía unas condiciones para unas manifestaciones de esas características, cuando en aquellos momentos lo que el PCE (m-l) estaba planteando es que frente a la violencia fascista y la represión, lo que había que oponer era la violencia revolucionaria, como oposición a la política del PCE que practicaba la vía pacífica al socialismo. El caso es que aquí se organizó una manifestación que desbordaba las posibilidades. Por lo menos en el escrito figuraba cócteles, clavos y dinamita, aunque únicamente teníamos cócteles. La idea era concentrar a las supuestas masas que iban a invadir la glorieta de Elche. Yo con una peluca y la cara pintada, hablaría a las masas, mientras que a mí me protegería un piquete armado de cócteles molotov. Nada de eso se llevó a cabo. Ni yo hablé porque me sacaron, ni aparecieron los piquetes. Me detuvieron esa noche. (...) Estuve en prisión preventiva 21 meses sin juicio, me acusaron de propaganda ilegal y asociación ilícita, aunque inicialmente me querían acusar de terrorismo, 10 años». (Entrevista de Adriana Catalá a Pepe Avilés, exmilitante del FRAP, 2015)

Sobre las acciones más contundentes del FRAP en 1975, en otra entrevista, Pepe Avilés relataría que, para muchos militantes, la nueva política de violencia revolucionaria que el FRAP estaba empezando a practicar era desconcertante, pues rompía con lo que hasta hacía poco se venía manteniendo sobre evitar la violencia que no proviniera de masas:

«El PCE (m-l) planteaba que la violencia no podía ser mediante actuación individual, planteaba que la violencia en todo caso, debía ser asumida por las amplias masas. En concreto el PCE (m-l) criticaba la posición guevarista, la tesis de Guevara, de creaciones de focos revolucionarios, aun no existiendo un contexto de masas que lo posibilitara. Criticaba las actuaciones de ETA como movimientos aislados pequeño burgueses. El PCE (m-l) era partidario de que en las en las manifestaciones se hiciera frente a la policía con diversos medios. En todo ello, el PCE (m-l) marcaba la diferencia en cuanto a los métodos y a la práctica, él aspiraba a que su práctica diaria estuviera en línea con su planteamiento estratégico de la toma del poder. Al principio, planteaba que todo ese planteamiento de masas, plasmará o terminará en una guerra popular. (...) El PCE (m-l) intentó poner en marcha, acelerar el proceso, hacia la creación de la guerra popular, entonces se lanzó una serie de acciones, coincidentes con la represión que en este momento se realizaba hacia un movimiento obrero creciente, coincidía que el movimiento obrero cada vez era más importante, había obreros muertos en manifestaciones, etc., y el PCE (m-l) decide hacer acciones armadas, por su cuenta. Las organiza en diversos sitios, por ejemplo: se asalta el cuartel de Zaragoza, pero eran acciones organizadas fundamentalmente por el PCE (m-l), en Valencia y Madrid se atacó a diversos policías, etc., Al principio creó una crisis interna en el PCE (m-l) puesto que se contradecía con lo que antes se decía. «Oye nosotros queremos una violencia de masas, no ser quijotes». Hubo ciertas tensiones que hasta provocaron incluso la salida de cierta gente. (...) Otro tipo de gente veíamos, que lo que antes habíamos defendiendo del no a la violencia de ETA, porque no está sostenida por el pueblo, que eso era violencia individual, no cuadraba con lo de ahora». (Entrevista a Pepe Avilés, exmilitante del FRAP, 2016)

A propósito de esto, una nota para que el lector no se confunda por los sofismas que acostumbran a usar algunos: el que Pepe Avilés abandonase el PCE (m-l) en 1978, entre otras cuestiones, por su profundo maoísmo en un período de desmaoización, o que después haya militado en agrupaciones maoístas –como OCE (BR) – y republicanas –como ahora en REM–, no invalida su crítica y los argumentos objetivos sobre los eventos de 1974-75. La crítica debe valorarse por la información y el tipo de fuente que se use, no por el prestigio ni la militancia de cada individuo. Véase el capítulo: «El republicanismo abstracto como bandera reconocible del oportunismo de nuestra época» de 2020. 

Otro exmilitante estrechamente vinculado al FRAP, que ha querido guardar su anonimato, nos dijo lo siguiente –de forma confidencial– respecto a las acciones armadas de otoño de 1975 y la represión que sufrió el partido por la falta de preparación:

«Para que después no haya malas interpretaciones te diré que yo pedí el ingreso en el partido, más que nada empujada por un sentimiento de lealtad a mis principios, y a la nostalgia que al convencimiento de que este partido sea el partido que nos lleve a la revolución. Lo que yo puedo aportar es por mis vagos recuerdos, y no serán muy objetivos, pero solo diré que ni Chivite ni mucho menos Marco han podido aportar nada positivo al partido. Me fui en 1974 porque la atmósfera que ya se respiraba en el partido, sobre todo a niveles más altos, era ya irrespirable, presagiando a masacre gratuita que vendría en 1975. Este fue un drama que nunca tuvo que ocurrir porque no se daban las condiciones ni subjetivas ni objetivas, y nadie me va convencer de que aquello fueron «errores», pero claro, me faltan las pruebas. Pruebas, que de haberlas, están a buen recaudo. Me gustaría saber porque gente que formó parte del partido desde su fundación se fueron yendo, porque a algunos los conocía muy bien, pero nadie me dio una explicación ni la espero a estas alturas. De Raúl Marco no quiero ni los buenos días, jamás le voy a pedir una explicación de nada porque sé que no me la va a dar». (Comentarios y reflexiones de F. a Bitácora (M-L), 2019)

Citemos el testimonio actual de otra figura vinculada con el FRAP:

«Tienes que tener en cuenta lo siguiente, vosotros los críticos actuales podéis comprenderlo fácilmente sin tomarlo desde la experiencia personal, pero hay situaciones en las que para muchos exmilitantes es más difícil de asimilar, poner en duda aquello que ocurrió y hacer un análisis totalmente frío, según como lo planteáis algunos, que desde luego tenéis razón, es muy duro. Es comprensible que para muchos es difícil dudar del ideal en el que creyeron y siguen creyendo, aunque no fuera correcto en la forma. Para muchos de los integrantes del FRAP, los cuales todos somos ya muy mayores, recordamos aquellos días como el que recuerda sus amores de juventud, adornados por el tiempo, el idealismo que teníamos, el de una generación de la que la mayor parte no tenía una preparación política, solo un grado de conciencia devenida de nuestros padres y algo de formación con el partido en sus publicaciones, como «Vanguardia Obrera» y otros. Hay algo muy real, independientemente de los errores de la dirección, no nos engañaron no íbamos manipulados... todos cometimos el mismo error de apreciación, yo mismo en aquel momento estaba 100% de acuerdo con las acciones armadas, pero «a toro pasado» y analizando fríamente todo lo que ocurrió, está claro que no fue acertado, la prueba la tienes en hoy... es doloroso que murieran aquellos valientes para nada». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)

Una de las acusaciones que se levantó desde la bancada escisionista de 1976 fue que las acciones habían sido llevadas a cabo sin realizar consulta alguna, o que no todos las aprobaban:

«–José Dalmau: Los miembros de la escisión del pasado verano indican como principal ataque la unilateralidad de la decisión sobre la lucha armada y el sectarismo de la dirección.

–Elena Ódena: Esto es un análisis puramente subjetivo. No solamente hubo la conferencia de abril de 1975, sino que hubo un Pleno del Comité Central en julio de 1975 donde se ratificó. No había habido ningún síntoma de división. Algunos militantes lloraban de alegría cuando se decidió la formación de grupos armados, incluso entre los que ahora están en la fracción de la manera más repugnante. La fracción tiene dos causas: subjetivas –son los elementos que pensaban que la lucha era fácil y victoriosa desde el principio– y objetiva –habían venido al partido porque era la única barricada contra la dictadura y contra el imperialismo yanqui, pero no asumieron la ideología marxista-leninista–». (Elena Ódena; Entrevista realizada para «Interviú» por el periodista José Dalmau, 17 de febrero de 1977)

El líder de la facción de 1976 reconocía que ellos mismos habían aprobado estas acciones, aunque supuestamente manifestaban dudas internas:

«Los militantes del FRAP en la cárcel de Carabanchel aprobamos formalmente las acciones armadas, aunque en casi todos había ya gérmenes de dudas». (Alejandro Diz; La sombra del FRAP; Génesis y mito de un partido, 1977) 

En una serie de testimonios recogidos años después para rememorar la andadura del FRAP, Riccardo Gualino, afín a la dirección histórica, analizaría con total sinceridad los fallos según su perceptiva:

«Riccardo Gualino: La decisión de usar las armas en nuestras acciones y de dar a las mismas acciones armadas un ritmo sistemático no fue fácil. En realidad, ya las habíamos utilizado. A menudo nuestros cuadros iban armados. El primero de mayo de 1973 un grupo del partido había matado a un agente de la Brigada Político-Social. Con frecuencia la pegada de carteles del partido y las acciones de propaganda las protegían camaradas armados. (...) Como muchos han observado después, acusándonos de aventurerismo, nosotros no estábamos preparados para dar ese paso. Eso hace que dicha acusación sea exacta, por lo menos en parte. No teníamos la mínima preparación, no teníamos una infraestructura adecuada, no teníamos casi armas, todo ello era verdad. (...) Tampoco había tiempo para prepararnos y que «preocuparnos», la idea de que al comienzo de la acción armada tuviera que antecederla una fase de «preparación» a la misma, nos parecía una manera de paralizarnos. (...) Pensábamos en cómo había iniciado la resistencia francesa, con el homicidio de un soldado alemán en el metro de París, y estábamos convencidos de que el conflicto armado empezaría de la misma manera, o de forma análoga. (...) Las armas progresivamente llegarían, se crearía la organización, la práctica nos daría conocimientos y capacidades insospechadas. Todo ello puede parecer ingenuo. (...) Pero esto no fue nuestro mayor error. El error fue que juzgamos equívocamente el momento político. Estábamos convencidos de que nos encontrábamos en una fase revolucionaria, pensábamos que nos acercábamos a una crisis definitiva del sistema imperialista y que España sería el punto de ruptura del sistema». (Mariano Muniesa; FRAP: memoria oral de la resistencia antifranquista, 2015)

Aquí vemos un ejemplo de los peligrosos senderos por los que nos puede llevar hacer un mal análisis de las condiciones objetivas y subjetivas de la situación, cayendo en lecturas ficticias como la de considerar que «la próxima crisis es la que va a terminar por poner fin al capitalismo», que «estamos en una fase álgida revolucionaria», todo sin considerar el estado de ánimo real de las masas, el nivel ideológico medio del proletariado ni las fuerzas de uno u otro bando. Esto hoy se sigue repitiendo muy a menudo aunque ya no se acompañe de arengas que huelen a pólvora. Véase el capítulo: «La creencia que en la etapa imperialista cualquier crisis es la tumba del capitalismo» de 2017.

Pero, además, querer emprender cualquier tarea política sin primero atender a todas las tareas ideológicas y organizativas es no entender una de las principales frases de Lenin: «La revolución no se hace, se organiza». Esta frase no debe ser tomada a la ligera; significa que se necesita una fuerte organización y un gran trabajo ideológico previo con tal de conseguir que las condiciones subjetivas se conjuguen con las objetivas, y entonces sí se podrán aprovechar los momentos de debilidad del capitalismo. Si no se cumple esto y se insiste en buscar el «dar la estocada de muerte al capitalismo» la crisis se tratará de resolver por «otros métodos», como ya bien sabemos, primando las acciones del aventurerismo voluntarista. Esta tergiversación izquierdista, que exagera la profundidad de la crisis económica o su capacidad de recoger sus frutos es donde han caído y siguen cayendo muchos partidos actualmente, ni siquiera es una desviación exclusiva de los anarquistas, puesto que también anida entre los grupos más reformistas. Véase el capítulo: «De nuevo la importancia del concepto de «partido» en el siglo XXI» de 2020.

Los líderes del PCE (m-l), rememorando aquellos días, dirían de nuevo en 1985:

«[El FRAP] No pudo cumplir plenamente sus objetivos. Mas logró impedir que la maniobra de la transición se llevase a cabo tal y como la habían planeado el dictador y sus colaboradores». (Grupo Edelvec; FRAP, 27 de septiembre de 1975)

Esta horripilante falta de autocrítica de la dirección del PCE (m-l) se deriva de dos posibles opciones: a) realmente creían que no habían errado en nada relevante; o b) pretendían ocultar al público las autocríticas realizadas por vergüenza. 

El primer caso es prueba de una miopía política imperdonable, y el segundo, de una actitud directamente antimarxista:

«La autocrítica es indicio de fuerza, y no de debilidad de nuestro partido. Sólo un partido fuerte, arraigado en la vida y que marcha hacia la victoria, se puede permitir la crítica implacable de sus propios defectos que nuestro partido ha hecho y hará siempre ante los ojos de todo el pueblo. El partido que oculta la verdad al pueblo, que teme la luz y la crítica, no es un partido, sino un hatajo de embusteros condenados a hundirse. Los señores burgueses nos miden con su propio rasero. Temen la luz y ocultan celosamente la verdad al pueblo, encubriendo sus defectos con un rótulo de aparente bonanza. Y piensan que nosotros, los comunistas, también debemos de ocultar la verdad al pueblo. Ellos temen la luz, porque sería suficiente que admitiesen una autocrítica más o menos seria, una crítica de sus propios defectos, más o menos libre, para que del régimen burgués no quedase piedra sobre piedra. Y piensan que si nosotros, los comunistas, toleramos la autocrítica, eso es indicio de que estamos cercados y debatiéndonos en el aire. Los honorables burgueses y socialdemócratas nos miden con su propio rasero. Sólo los partidos que van siendo cosa del pasado y están condenados a hundirse, pueden temer la luz y la crítica. Nosotros no tememos ni lo uno ni lo otro, y no lo tememos porque somos un partido ascendente, que marcha hacia la victoria. Por eso, la autocrítica que se viene practicando desde hace ya unos meses es indicio de la fuerza ingente de nuestro Partido, y no de debilidad, un medio para su fortalecimiento, y no para su descomposición». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los resultados de los trabajos de la XIVº Conferencia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1925)

Es de destacar el documento reflexivo y autocrítico de los marxista-leninistas brasileños del Partido Comunista de Brasil (PC do B) sobre el uso de la violencia armada en su obra: «Estudio crítico acerca del principio de la violencia revolucionaria» de 1983. En ella se analiza su propia experiencia y sus errores, resaltando la influencia de teorías militares ajenas a la concepción marxista, como la guerra popular prolongada del maoísmo o el foquismo guevarista que, como el lector habrá podido detectar, también influenciaron en mayor o menor medida al PCE (m-l). En cuanto a este último, es correcto decir que el PCE (m-l) había rechazado varios conceptos maoístas de la GPP durante 1973-75, antes de la crítica general al maoísmo como doctrina revisionista en 1978, por lo que los errores de estos años en parte están vinculados con la influencia que el maoísmo todavía tenía entre sus filas. Solo hace falta constatar que su documento «Algunas cuestiones sobre la lucha armada, la insurrección y la guerra popular» (1977) aun estaba engalanado de toda una serie de citas de Mao y se utilizaba sus mismas simplificaciones. Véase el capítulo: «La mecánica adopción inicial de la «Guerra Popular Prolongada» (GPP) en el PCE (m-l) como método militar de toma de poder» de 2020.

¿Qué aspectos de la GPP vemos reflejados en los errores del PCE (m-l)?:

«Se apela a que en sus movimientos defensivos iniciales, las masas se sumen a la revolución a partir de sus acciones, esperando que este destacamento de «héroes» guerrilleros cree la chispa que «prenda toda la pradera» y haga participar a toda la población con sus acciones». (Equipo de Bitácora (M-L); ¿Qué fue de la «Revolución Popular Sandinista»?: Un análisis de la historia del FSLN y sus procesos, 2015)

¿Qué aspectos del foquismo vemos reflejados en los errores del PCE (m-l)?:

«No se toma en cuenta [bien] las condiciones objetivas ni subjetivas para el desencadenamiento de la toma de poder». (Equipo de Bitácora (M-L); ¿Qué fue de la «Revolución Popular Sandinista»?: Un análisis de la historia del FSLN y sus procesos, 2015)

Ya comentamos brevemente sobre las experiencias armadas de los partidos marxista-leninistas en los años 70 y sus deficiencias:

«Entre las filas de los partidos marxista-leninistas nacidos en los 60 también hubo varias experiencias armadas de grandes aciertos e hitos. Aun así, en la mayoría de ocasiones, adolecían de defectos ligados a cuestiones muy parecidas a la que estamos viendo: 1) exagerar la crisis del gobierno, su debilidad y su posible capacidad de respuesta ante un levantamiento popular; 2) sobrestimar la influencia y capacidad de la organización proletaria entre las masas; 3) tendencia hacia la unilateralidad en el trabajo –queriendo solo trabajar y actuar en el campo o solo en la ciudad–; 4) falta de infraestructuras para llevar a cabo acciones de gran calado; 5) descuidos en cuestiones de seguridad, careciendo de una red para salir indemnes de todo tipo de acciones; 6) falta de entrenamiento y experiencia para acciones de gran envergadura; 7) una selección militar de blancos indiscriminada que causaba incomprensión en el pueblo; 8) una falta de perspectiva de para qué estaban destinadas dichas acciones; 9) no saber leer los acontecimientos y, por tanto, no saber atacar o replegarse a tiempo; 10) falta de un análisis autocrítico sobre los resultados de las acciones fuesen acertadas en su mayoría o no, etc. 

Algunos de estos rasgos estaban claramente derivados de la gran influencia que el castrismo-maoísmo tenía todavía entre sus filas en la cuestión armada. Por tanto, no se debe creer que estos defectos fueron exclusivos de las bandas claramente eclécticas y basadas netamente en sus actividades en acciones armadas de tipo terrorista, sino que se hizo extensible a gran parte de los teóricos partidos de vanguardia. Aun así, es de justicia decir que, a diferencia de las bandas seminarquistas, en su mayoría no mantuvieron una vía militarista a toda costa, sino que supieron replegarse y reorganizarse a tiempo para no malgastar energías y recursos.

Muchos grupos obtuvieron gran prestigio y, en algunos casos, dichas acciones armadas forzaron las concesiones políticas de sus respectivos gobiernos. Sin embargo, ningún dispositivo de este tipo tuvo la madurez ni adquirió la relevancia como para lograr luchar por la toma de poder. Si esto no hace reflexionar a todo el mundo, es que el nivel de reflexión es nulo. En el caso de las acciones armadas prematuras, fuesen del tipo que fuesen, dichas organizaciones sufrieron una sangría de detenciones y muertes de militantes como contrarespuesta gubernamental, que no compensó lo desempeñado. En el caso de las acciones armadas que sí tenían un objetivo claro, que eran acordes a sus posibilidades y que fueron supeditadas a una lucha de masas, pese a las pérdidas sufridas en el desempeño de las mismas, sí sirvieron para seguir ligando y templando a las organizaciones con los trabajadores.

Hay que añadir que la gran mayoría de los partidos marxista-leninistas degeneraron a finales de los 80 en grupos socialdemócratas –entre ellos el propio PCE (m-l)–. No solo acabaron practicando una colaboración de clases, una reconciliación con las corrientes revisionistas y todo tipo de cuestiones que les trajeron la ruina, convirtiéndolos en sombras de lo que fueron a nivel de militancia e influencia, sino que además muchos de ellos aceptaron de iure o de facto la lucha parlamentaria como única vía posible para la toma de poder, acabaron en juegos electoralistas apoyando a uno u otro candidato burgués y se convirtieron en grandes pacifistas, incluso en cuestiones como las luchas antiimperialistas de otros pueblos». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)


La política militar indiscriminada contra las fuerzas del Estado 

Un punto a analizar, sin duda, es el excesivo activismo armado que, combinado a las deficiencias ya tratadas, se fusionaba con la predisposición a no seleccionar los blancos adecuadamente, sino a un ejercicio indiscriminado:

«[El FRAP parece] haber iniciado una escalada contra la policía de forma indiscriminada, y, al contrario que el otro grupo armado que funciona en el país, ETA (Frente Militar), sus acciones no son cuidadosamente preparadas ni están relacionadas con determinados elementos de las fuerzas de Orden público, sino que van dirigidas contra cualquier persona uniformada al servicio del Estado español». (Cambio 16; Nº 190, 28 de julio de 1975)

Ojo a lo que aquí se comenta. Desde las tribunas reaccionarias se consideraba al FRAP de 1975 como un grupo armado que en sus ataques era mucho más indiscriminado que a la propia ETA (militar). Para quien no lo sepa estamos hablando de la rama de más hostil de la organización vasca, la cual durante la próxima década no solo llegaría a atentar contra civiles, sino que, como sabemos, también se caracterizó por los ajustes de cuentas con los jefes de ETA (político-militar) y, en general, por atacar a cualquier miembro de su entorno que tratase de desertar de la organización, convirtiéndose así en una verdadera mafia. 

En el IIº Congreso del PCE (m-l) (1977) algunos miembros de lo que a la postre sería la fracción de 1976, tras criticar algunos aspectos de las acciones armadas del FRAP, ahora estaban renunciando públicamente al uso de todo tipo de violencia revolucionaria adoptando, en líneas generales, el camino parlamentario y pacífico socialdemócrata. Véase el capítulo: «El gran cisma en el PCE (m-l) de 1976» de 2020.

Estos líderes escisionistas, como los hermanos Diz, que ya en 1975 habían sido de los más efusivos apoyos de las acciones armadas, se lamentaban poco después de no haberlo dispuesto todo para haber realizado un mayor énfasis en ellas. En su momento, incluso hubo quienes propusieron liquidar a reconocidos altos cargos de la dictadura franquista:

«Pues bien, camaradas, los hechos siguen dando la razón al Partido, tanto en lo que se refiere a la justeza de las acciones armadas de 1975 como a la calificación de los que las critican. Uno de estos elementos –sobre cuya actitud hay abierta una investigación, ya que existen puntos muy oscuros sobre su comportamiento ante la policía y ciertas concomitancias–, que ahora ataca furibundamente a las acciones armadas, llegó a decir que él siempre estuvo en contra de tales acciones y que las condenó enérgicamente. Por desgracia para este más que dudoso individuo, se conservan en los archivos cartas escritas de su puño y letra, de las que sacamos los siguientes párrafos:

«Propongo que el próximo «afortunado» sea Billy el Niño». [Se refiere a su ejecución]». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Probablemente la selección de blancos entre los más significados del régimen, en lugar de funcionarios anónimos, podría haber granjeado unas mayores simpatías entre la población antifascista, ayudando a desechar, de paso, la idea de que el deseo del FRAP era el de poner muertos sobre la mesa. Incluso podría haber aumentado su popularidad nacional e internacionalmente, aunque su fama ya fuese bastante notoria. Aun con todo, eran acciones para las que el partido no estaba preparado logísticamente por el escaso apoyo de las masas y por toda una variedad de factores que no repetiremos. Todo esto sin contar que la revolución con mayúsculas nunca se realiza eliminando a un par de las cabezas visibles del régimen, puesto que estas serán sustituidas por otras mientras el sistema se queda intacto. La revolución es un acto en que los explotados se levantan contra los explotadores. Es un acto popular, de masas. La cuestión no es una carrera por eliminar a los jefes del otro bando, sino hacer rendir al pabellón burgués.

Cuando el entrevistador José Dalmau pasa a analizar el tipo de acciones que el FRAP cometió, destaca que no hubo demasiada selección en sus blancos y pregunta a Elena Ódena si esto era cosa del partido:

«–José Dalmau: Los comandos que realizaban la lucha armada, ¿dependían directamente del Comité Central? ¿Tenían autonomía?

–Elena Ódena: Tenían autonomía. Pero naturalmente el partido, a través de los comités del FRAP y los comités del partido, tenía un papel de dirección en esos grupos.

–José Dalmau: ¿Entonces cómo se explican que hubiera asesinatos gratuitos?

–Elena Ódena: Nosotros lo llamábamos ajusticiamientos o ejecuciones. Hay una cuestión de importancia: al analizar que el aparato represivo era el instrumento principal del gobierno de la dictadura en aquellos momentos, era evidente que designar a tal o cual personalidad, como objetivo de la violencia revolucionaria, era personalizar. En cambio, al considerar al conjunto del aparato represivo como tal, se creó un gran caos: todo elemento conocido como miembro podría ser objeto de un ataque». (Elena Ódena; Entrevista realizada para «Interviú» por el periodista José Dalmau, 17 de febrero de 1977)

Aquí Elena Ódena comete un error estrepitoso en su planteamiento: si un partido revolucionario no es selectivo en su propaganda y en sus objetivos –en este caso objetivos militares–, máxime hablando directamente de «ajusticiamientos» –que solo son recomendables en situaciones preinsurrecionales, pues en caso contrario sus acciones se convierten en actos de venganza estériles–,no distingue entre «peces pequeños» y «peces gordos», ergo estaba ampliando el radio de acción –como ella misma dice– a toda persona perteneciente a los «cuerpos de represión», que, en el caso español, incluía al ejército, legión, guardia civil, brigada político-social, etc. Ese maniqueísmo no tenía demasiado sentido aplicado a los cuerpos de seguridad, basándose en la disyuntiva «o desertas ahora o eres contrarrevolucionario». Tampoco lo tenía plantear que el partido había alcanzado el estadio donde podía declarar y sostener una «guerra total» cuando se reconocía no tener más que un par de pistolas y escopetas de caza con solo un puñado de militantes dispuestos a tomarlas. Esto, desde un análisis pulcro, era un suicidio político-militar a todas luces.

En un artículo del FRAP, Julio Arroyo afirmaba en el mismo sentido:

«Todo policía por el mero hecho de serlo, en los momentos actuales es un instrumento consciente de sus amos; es así, que para ningún policía, verde, gris, o negro social, puede haber clemencia, ningún en estas condiciones, puede escapar a la justicia social. Hacer distinciones entre esta carroña de la sociedad, es olvidar que no hay uno, que no esté voluntariamente al lado de los opresores del pueblo». (Emancipación Europa; Nº14, octubre de 1975) 

¿Qué dicen otros grupos sobre la cuestión? Sin reflexión alguna, intentan ganarse a los adeptos más viscerales con ese verbalismo revolucionario:

«El FRAP era un grupo armado y utilizaba la violencia como instrumento contra la dictadura fascista que había en España, sí, es verdad ¿Y qué? ¿Qué problema hay con eso? ¿Hay que pedir perdón a los policías ajusticiados por ellos? Por supuesto que no, que no se hubieran hecho policías de un régimen fascista, así es la vida, así es la lucha de clases. No eran ningunos angelitos, eran fascistas que asesinaban y torturaban a diario solo por tener una forma distinta de pensar y de actuar ¿Acaso se merecían otro final? Firmemente no. Además, el FRAP no actuaba de forma anarquista, cuándo actuaban contra alguien era por cuestiones concretas, no era algo al azar». (Roberto Vaquero; En defensa del FRAP, 2020)

El artículo demuestra una vez más la pobreza teórica de este grupo pseudocomunista... ¡no sabemos decir si estamos leyendo a Raúl Marco, Pablo Hasél o a Roberto Vaquero! Con tales simplificaciones… estamos seguros de que con este artículo se habrá ganado el aplauso de los mismos seguidistas que condenaron al PCE (m-l) a un callejón sin salida en su día. Curiosamente, Reconstrucción Comunista (RC)-Frente Obrero (FO), dice reivindicar el legado del PCE (m-l)/FRAP fariseamente, pero son los mismos que luego se han aliado con sus históricos enemigos y han pisoteado todos sus principios, como PCPE-PCOE, los maoístas de la ICOR y Cía. Véase la obra: «Antología sobre Reconstrucción Comunista y su podredumbre oportunista» de 2017.

Estas respuestas del señor Vaquero entran en profunda contradicción con el bolchevismo. Recordemos una proclama de la revolución rusa de 1905:

«Distingan bien sus enemigos: conscientes de sus enemigos inconscientes y accidentales. Aniquilen a los primeros, perdonen a los segundos. En lo posible, no toquen a la infantería. Los soldados son los hijos del pueblo, y no irán por voluntad propia en contra del pueblo. Los oficiales o la comandancia superior los obligan. Dirijan sus golpes contra estos oficiales y esta comandancia. Cualquier oficial que conduzca a los soldados a masacrar obreros, es declarado enemigo del pueblo y puesto fuera de la ley; mátenlo sin piedad. No den cuartel a los cosacos. Están cubiertos de mucha sangre del pueblo, han sido siempre enemigos de los obreros. Ataquen a las brigadas y a las patrullas y aniquílenlas. Al luchar contra la policía, actúen así: en cualquier ocasión favorable, maten a todos los oficiales, hasta el grado de comisario inclusive; desarmen y arresten a los simples inspectores, y maten a los que sean conocidos por su crueldad y sus canalladas; a los simples policías, sólo quítenles sus armas y oblíguenlos a servir no ya a la policía, sino a ustedes mismos». (A. Neuberg; La insurrección armada, 1928)

Declarar que todo miembro de la policía o el ejército forma parte de estos cuerpos voluntariamente, como si se tratara de reaccionarios convencidos, es similar a declarar que todo trabajador que disfruta de un trabajo precario lo hace por voluntad propia, que toda prostituta desea serlo, o que todo delincuente vulgar ha decidido serlo sin más; un reduccionismo barato, carente de todo análisis global y particular. En este caso se trata de una incomprensión absoluta de la desesperación de las capas más hondas del proletariado que, en su ignorancia, históricamente han terminado accediendo a cuerpos represivos con tal de escapar a la miseria y de obtener un cierto estatus social. Durante el franquismo esta visión caló entre el campesinado pobre que habitaba las pequeñas poblaciones, que deseaba asegurarse un futuro mejor creyendo que el camino más fácil era el de integrarse en estos cuerpos represivos. No por casualidad, para las próximas oposiciones a Guardia Civil de 2022 se ha anunciado que, por primera vez, será obligatorio el bachillerato para acceder al cuerpo, lo que demuestra que, desde siempre, la obediencia ha primado sobre el raciocinio y las dotes intelectuales/culturales para formar del aparato represivo. 

Politzer explicaba con el ejemplo de un «elemento fascista trabajador» el error que sería no tratar de entender las contradicciones inherentes en dicho caso particular:

«Prácticamente, pues, la dialéctica nos obliga a considerar siempre no un lado de las cosas, sino sus dos lados: no considerar nunca la verdad sin el error, la ciencia sin la ignorancia. El gran error de la metafísica, consiste justamente en no considerar más que un lado de las cosas, en juzgar en forma unilateral y, si cometemos muchos errores, es siempre en la medida en que no vemos sino un lado de las cosas, es porque a menudo tenemos razonamientos unilaterales. (...) Si encontramos un adversario perteneciente a una organización reaccionaria, lo juzgamos según sus jefes. Y sin embargo, tal vez se trata simplemente de un empleadito agriado, descontento, y no debemos juzgarlo como a un gran patrón fascista. Del mismo modo se puede aplicar este razonamiento a los patrones, y comprender que si nos parecen malos, a menudo es porque ellos mismos están dominados por la estructura de la sociedad, y que, en otras condiciones sociales, quizás serían diferentes. Si pensamos en la unidad de los contrarios, consideraremos las cosas en sus múltiples aspectos. Veremos, pues, que este reaccionario es reaccionario por un lado, pero que del otro es un trabajador y que en él hay una contradicción. Se investigará y se descubrirá por qué ha adherido a esta organización, y al mismo tiempo se investigará por qué no hubiera debido adherir a ella. Y entonces juzgaremos y discutiremos así en forma menos sectaria». (Georges Politzer; Principios elementales de la filosofía, 1949)

Si Carrillo o Líster hacían el completo ridículo y pecaban de traidores cuando emitían manifiestos y discursos públicos alabando a los cuerpos represivos como el ejército, sosteniendo que debían ser una de las bases para un «tránsito democrático», igual de erróneo era creer que los cuerpos represivos constituían un todo homogéneo ultrarreaccionario, donde no existían elementos populares con unas mínimas inclinaciones progresistas o, peor aún, que en el caso de ser unos reaccionarios todos y cada uno de ellos no se debía realizar un trabajo entre sus filas para desmoralizarlos y neutralizarlos, proponiendo abandonar toda agitación entre ellos. Quien afirme esto desconoce cómo se fraguaron las revoluciones comunistas del siglo XX y tiene en su mente un cuadro idealizado y anarquista de las mismas.

Como hemos dicho, ¡no se trata de discernir si son elementos reaccionarios conscientes o no, sino de si los revolucionarios deben trabajar entre los elementos de dichos cuerpos o no! ¿No es una máxima del leninismo el realizar trabajo de agitación entre estos cuerpos represivos?

«Donde los bolcheviques realizaban la labor más intensa era en el seno del ejército. Por todas partes comenzaron a crearse organizaciones militares. Los bolcheviques trabajaban incansablemente en los frentes y en la retaguardia por organizar a los soldados y a los marinos. A la obra de revolucionarización de los soldados contribuyó en sumo grado un periódico destinado al frente que publicaban los bolcheviques con el título de «Okopnaia Pravda» [«Pravda de las Trincheras»].

Gracias a esta labor de propaganda y agitación de los bolcheviques, se consiguió que ya en los primeros meses de la revolución los obreros de muchas ciudades procediesen a reelegir a los Soviets, en particular los de distrito, expulsando de ellos a los mencheviques y socialrevolucionarios y sustituyéndolos por afiliados al Partido bolchevique». (Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética; Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1938)

Ignorar la posibilidad de que un miembro de un cuerpo reaccionario y represivo como la policía o el ejército no puede reformarse es la misma conducta de aquellos que consideran que un obrero de un sindicato amarillo está perdido, es una perspectiva izquierdista, anarquista. ¿O es que acaso todos han nacido con la línea revolucionaria implantada en su cabeza? Evidentemente que no, todos han cometido equivocaciones o comenzaron militando en organizaciones reaccionarias. Renegar del camino de la rehabilitación para alguien que seguramente apenas haya recibido noción política alguna es caer justamente en aquello de lo que la burguesía falsamente acusa a los regímenes comunistas, de ajusticiar de forma indiscriminada a todo aquel que vaya en su contra. En cambio, la primera opción para nosotros debe ser siempre la agitación y la educación y más cuando la correlación de fuerzas está en nuestra contra. 

¿Cuál fue la línea de la Internacional Comunista (IC) de Lenin y Stalin?:

«En sus decisiones, la Internacional Comunista ha subrayado muchas veces la importancia de la labor dentro del ejército y de la marina. (...) Para cualquier partido revolucionario, el principio esencial es que se debe realizar una labor revolucionaria allí donde estén concentradas las masas. Los ejércitos y las marinas de la burguesía agrupan siempre decenas y centenares de miles de jóvenes proletarios o campesinos, que son tan aptos para recibir las consignas y las ideas revolucionarias como los obreros de las fábricas y ciertas categorías de campesinos. Puesto que el ejército, la policía y la marina son los principales instrumentos de represión y los principales medios con los cuales el Estado burgués –y cualquier Estado– combate al proletariado revolucionario, no se debe subestimar la necesidad de efectuar una labor revolucionaria en sus filas. Un partido que, directa o indirectamente renuncie a este aspecto esencial de la acción revolucionaria, se expone a sufrir consecuencias extremadamente nefastas para la revolución. Esta acción debe ser realizada sin descanso por todo el Partido Comunista, tanto en periodo de acumulación de las fuerzas revolucionarias como, y principalmente, en periodo de auge de la revolución. En vista de las consideraciones expuestas anteriormente, creemos que esta agitación no es menos esencial que la labor del Partido en muchos otros sectores –conquista de las clases medias, etc.–. (...) La conclusión a la cual se debe llegar es que la preparación de la insurrección debe realizarse a la vez mediante la agitación dentro del ejército, y mediante la formación de fuerzas armadas proletarias propias, capaces de luchar, con las armas en la mano, contra la fracción del ejército regular que todavía no ha sido descompuesto. No se debe olvidar que en el momento de la insurrección, la lucha en el ejército debe efectuarse también con las armas. Mientras más avanzada esté la descomposición del ejército burgués, más poderosas serán las fuerzas armadas del proletariado, más fácil será la lucha durante la insurrección en sí. También lo contrario es cierto». (A. Neuberg; La insurrección armada, 1928)

Esto, obviamente, significa que:

«Para ganarse al ejército burgués con miras a la revolución, para debilitarlo, hay que tomar muy en cuenta la agitación en favor de reivindicaciones parciales, así como la lucha revolucionaria por la reforma de tal o cual aspecto de la vida militar del Estado burgués. Las reivindicaciones parciales del proletariado en materia militar variarán en todos los países, según la naturaleza de las fuerzas armadas regulares, el modo de reclutamiento, la duración del servicio y su carácter dentro de las tropas determinadas por el servicio militar obligatorio, la condición material y jurídica de los oficiales y de los soldados, etc». (A. Neuberg; La insurrección armada, 1928)

¿No ha demostrado la historia que el ejército del proletariado no tiene ninguna posibilidad de vencer a todo el aparato represivo burgués sino inutiliza a parte del mismo? ¿No se ha visto ya que la pretendida «revolución» no dura ni dos días, rápidamente triunfa la contrarrevolución y la consiguiente represión, si los cuerpos represivos no están en plena descomposición y desmoralizados? El revolucionario albanés Enver Hoxha, analizaría profundamente este tema en su magnífica obra «Eurocomunismo es anticomunismo» de 1980:

«El gran número de efectivos de los ejércitos en los países capitalistas podría hacer creer que, en tales circunstancias, la revolución y la destrucción del Estado opresor y explotador resultan imposibles. Estos puntos de vista son propagados y pregonados sobre todo por los eurocomunistas, quienes no golpean al ejército burgués ni siquiera con plumones. La cantidad de los efectivos del ejército no cambia gran cosa para la revolución, mientras que para la burguesía representa un problema preocupante. El que el ejército sea ampliado con numerosos elementos procedentes de las diversas capas de la población, crea condiciones más favorables para desmoralizarlo y hacer que se vuelva contra la propia burguesía.

De este modo, la revolución tiene ante sí dos grandes problemas. Por un lado, debe ganarse a la clase obrera y a las masas trabajadoras sin las cuales no se puede ir a la revolución, y, por el otro, debe desmoralizar y desintegrar al ejército burgués, que reprime la revolución. Si para alcanzar sus fines la burguesía utiliza la aristocracia obrera en los sindicatos, en el ejército se vale de la casta de oficiales, que en este medio cumplen las mismas funciones que los bonzos sindicalistas en los sindicatos.

Los principios, las leyes y las estructuras organizativas de los ejércitos burgueses son de tal índole que permiten a la burguesía ejercer su control sobre ellos, mantenerlos en pie y prepararlos como instrumentos de represión de la revolución y de los pueblos. Esto es testimonio del acentuado carácter clasista y reaccionario del ejército burgués desenmascara los esfuerzos por presentarlo como si estuviera «por encima de las clases», como «nacional», «ajeno a la política», que «respeta la democracia», etc. El ejército burgués de cualquier país, independientemente de sus «tradiciones democráticas», es un ejército antipopular y está destinado a defender la dominación de la burguesía, a realizar sus objetivos expansionistas.

Sin embargo, el ejército burgués no constituye una masa compacta en él no existe ni puede existir la unidad. Las contradicciones antagónicas entre la burguesía capitalista y revisionista por un lado, y el proletariado y demás masas trabajadoras, por el otro, se reflejan también en los ejércitos de estos países. La masa de soldados, que está constituida de hijos de obreros y de campesinos, tiene intereses diametralmente opuestos al carácter y la misión que encomienda la burguesía a su ejército. Esta masa está interesada, al igual que los obreros y demás trabajadores, en derrocar el régimen explotador, por eso la burguesía la mantiene encerrada en los cuarteles, apartada del pueblo, transformando el ejército, como señalaba Lenin, en «prisión» para las masas de millones de soldados.

Aquí tiene su origen el conflicto que se va profundizando continuamente entre los soldados; que son hijos del pueblo, y los mandos, los oficiales; que son los ejecutores de las órdenes de la burguesía capitalista, y han sido preparados y educados para servir celosamente a los intereses del capital. La labor del partido marxista-leninista tiende a que el soldado se rebele contra el oficial, no cumpla las órdenes, la disciplina, las leyes de la burguesía, sabotee las armas para que no sean utilizadas contra el pueblo. Lenin ha dicho:

«Sin «desorganización» del ejército no se ha producido ni puede producirse ninguna gran revolución. Porque el ejército es el instrumento más fosilizado en que se apoya el viejo régimen, el baluarte más pétreo de la disciplina burguesa y de la dominación del capital, del mantenimiento y la formación de la mansedumbre servil y la sumisión de los trabajadores ante el capital». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)

Naturalmente los métodos, las formas y las tácticas que se utilizan para desorganizar y desintegrar el ejército, son numerosos y variados, y están en función de las condiciones concretas. Actualmente las condiciones no son idénticas en cada país, por eso también las tácticas de los marxistas-leninistas varían de un país a otro. Hay países donde la dictadura fascista y el terror se ejercen abiertamente, hay otros donde se puede y se debe aprovechar también las limitadas formas legales de democracia burguesa. Pero, en general, el trabajo individual con cada soldado tanto dentro como fuera del cuartel, la encarnizada lucha de los obreros, las continuas huelgas, las manifestaciones, los mítines, las protestas, etc., desempeñan un importante papel tanto en la movilización de las masas, como en la desorganización del ejército burgués:

«Todas estas batallas y escaramuzas de prueba, por decirlo así, incorporan inevitablemente al ejército a la vida política, y por consiguiente, al círculo de los problemas revolucionarios. La experiencia de la lucha alecciona con mayor rapidez y profundidad que años enteros de propaganda en condiciones distintas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Huelga política y lucha callejera en Moscú, 1905)

Con el soldado, hijo del pueblo, hay que trabajar antes de que se aliste en el ejército, luego durante el servicio militar, que es una fase más decisiva, y finalmente después que se ha licenciado y pasa a la situación de reserva. Tampoco debe descartarse el trabajo con los oficiales de escalafón inferior para apartarlos de la casta de oficiales de alta graduación y persuadirles de que no levanten la mano contra el pueblo.

No cabe duda de que el trabajo político en el ejército es tan importante como peligroso. Mientras en el seno de los sindicatos, la máxima sanción por actividad y propaganda política es el despido del trabajo, en el ejército, donde la actividad y la propaganda políticas están rigurosamente prohibidas, la condena puede llegar hasta el fusilamiento. Pero a los comunistas revolucionarios jamás les ha faltado el espíritu de sacrificio, ni la convicción de que, sin trabajar en este sector, no puede abrirse el camino a la revolución». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)

Léase también la entrevista de Stalin con los comunistas indios del 9 de febrero de 1951, en la que recomienda exactamente lo mismo apoyándose en el histórico trabajo de los bolcheviques en el ejército y sus grandes resultados:

«El trabajo entre las guarniciones, entre los soldados. En 1917, habíamos llevado a cabo propaganda entre los soldados en la medida de extender que toda la guarnición estuviera de nuestro lado. ¿Qué trajo a los soldados? La cuestión de la tierra. Era un arma tal que ni siquiera los cosacos, que eran los guardias pretorianos del zar, pudieron resistirse. Para llevar a cabo la política correcta, uno puede sembrar un estado de ánimo revolucionario y evocar diferencias dentro de los círculos reaccionarios». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Grabación de las Discusiones de Iósif Stalin con los Representantes del Comité Central del Partido Comunista de la India, Camaradas Rao, Dange, Ghosh y Punniaiah, 9 de febrero de 1951)

Años después, el FRAP rectificaría esta postura sectaria, adoptando la posición marxista-leninista sobre la necesidad de trabajar en el ejército, aunque sin lograr resultados sustanciales:

«Un aspecto importante del trabajo de organización del FRAP de cara a las amplias masas es el que debemos llevar a cabo entre los soldados y marineros en sus acuartelamientos. Es urgente levantar organizaciones de soldados en los cuarteles y apoyarlas desde fuera, a fin de ir elevando la conciencia política y revolucionaria de nuestra juventud acuartelada, de llegar a organizaciones acciones y movilizaciones de masas en los cuarteles y de ir creando las condiciones para impedir que en los momentos críticos los hijos del pueblo disparen como autómatas contra sus hermanos y lograr por el contrario que se levanten contra sus jefes y apoyen al pueblo. Dicho trabajo debe completarse con una labor inteligente y paciente hacia las capas bajas de la oficialidad». (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota; Declaración, enero, 1978)

En 1976, el hoy famosísimo renegado Raúl Marco daba muestras de esta falta de autocrítica que caracterizó a la dirección del PCE (m-l)/FRAP:

«Los fallos, errores y deficiencias –inevitables hasta cierto punto– que se dieron entonces, son de orden organizativo, propagandístico, de control, pero de ninguna manera fueron fallos ideológicos ni políticos». (Vanguardia Obrera; Nº164, 19-25 de diciembre de 1976)


¿Las acciones fracasaron por falta de ímpetu o por ser descabelladas desde un principio?

En aquellos momentos la dirección del partido juzgaba como derechismo toda reticencia a una mejor preparación de las acciones:

«El derechismo se manifiesta asimismo, en quien argumenta que las fuerzas revolucionarias no deben lanzarse al combate hasta tener un mínimo de esto y otro mínimo de aquello, hasta completar tal requisito o reunir tal condición. Quien así razona no comprende que, en la fase actual, pretender acumular y generar nuevas fuerzas sin desplegar en la lucha de masas las ya existentes es la mejor manera de perderlo todo, de quedarse al margen de las masas». (Vanguardia Obrera; Reproducido por el Comité de Madrid del PCE ml, Nº106, mayo de 1975)

Algo de lo que, aunque fuese parcialmente, tuvieron que retractarse meses después ante la evidencia de los resultados. Durante el IIº Congreso del PCE (m-l) (1977) quedó recopilada una anécdota muy interesante: en otoño de 1975, la reacción inmediata de algunos de los líderes de la futura fracción de 1976 fue la misma que la de la dirección oficial. Es decir, ¡para ellos el error radicaba en no haber intensificado las acciones armadas!:

«Hablando del asalto fracasado al YA; escribe: 

«El fallo fue no cargarse al vigilante y así haber impedido que diese la voz de alarma».

Y cuando ingresaron en Carabanchel los camaradas que después serían condenados a muerte, este mismo elemento escribió:

«Independientemente de estas caídas dolorosas, queremos dar un fuerte ¡bravo!, por las acciones armadas en sí, y volver a repetir que la organización de aquí está totalmente compenetrada con la línea general de ir hacia formas superiores y violentas de lucha». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Hacer hincapié en la falta de arrojo o la necesidad de preparar acciones de mayor calado cuando la organización no había salido bien parada de las acciones acometidas era un claro signo de subjetivismo, de que la dirección vivía en una realidad paralela. Incluso se pueden leer declaraciones todavía peores:

«Esas acciones eran justas y correctas en lo esencial. La situación objetiva del país lo exigía, y las masas populares, en diverso grado, también. La conclusión que se impone –incluso analizando la situación de hoy después de la muerte de Franco– es que deberíamos habernos lanzado con más fuerza». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Informe del Central Ejecutivo en la IIº Conferencia Nacional, 1976) 

Esta postura intransigente también puede ser constatada en los escritos de Elena Ódena y de todos los líderes de aquel entonces, tanto de los que formarían parte de la fracción de 1976 como de los que se enzarzarían en una lucha contra ellos.


Las acciones del FRAP no mostraban la «vulnerabilidad de las fuerzas represivas»

«Es claro que el valeroso ejemplo de los militantes del FRAP, de sus primeros grupos armados que empuñaron las armas en la primavera, puso de manifiesto la vulnerabilidad de las fuerzas represivas». (Elena Ódena; La política y las tareas actuales del FRAP (II), 1976)

Que pequeños comandos lleven a cabo la ejecución de cualquier «esbirro del régimen» sin importancia no demuestra «la debilidad de las fuerzas represivas» del mismo. Eso es una ilusión peligrosa. Prácticamente cualquier persona es capaz de ejecutar un atentado contra un elemento de las fuerzas de seguridad, pero eso no significa ni que se esté actuando de forma revolucionaria ni que las fuerzas del orden burgués sean débiles, ya que las fuerzas de seguridad estatales no prueban su consistencia contra inesperados y esporádicos atentados de grupos políticos o de cualquier elemento inestable. Su fiabilidad se prueba en guerras convencionales contra otro ejército extranjero o, en su defecto, contra motines, revueltas, guerrillas o insurrecciones populares de calado. El PCE (m-l) resaltaba en sus primeros documentos la instrucción recibida por el ejército franquista y sus cuerpos represivos en técnicas impartidas por el ejército y los servicios secretos estadounidenses, así como el apoyo logístico y armamentístico que recibía de estos últimos. El haber subestimado a las fuerzas a las que tuvieron que oponerse era sin duda puro aventurerismo. 

Lenin aconsejó a los revolucionarios suizos que, atendiendo a la experiencia que habían cosechado ya los bolcheviques, la lucha por el socialismo debía ser plasmada en una propaganda que combatiera sistemáticamente tanto el pacifismo de los oportunistas como el terrorismo de los aventureros anarquistas, que se debía educar a las masas en el uso de la violencia revolucionaria, sí, por supuesto, pero siempre involucrando al pueblo en ese desempeño. Así, llegado el momento, se podría ejercer una insurrección armada popular no solamente lanzando a la vanguardia, sino a las amplias masas concienciadas, algo que difiere radicalmente de los pequeños comandos terroristas que actúan a su libre albedrío creyendo estimular el despertar político del resto del mundo:

«Estamos convencidos de que la experiencia de la revolución y contrarrevolución en Rusia confirmó lo acertado de la lucha de más de veinte años de nuestro partido contra el terrorismo como táctica. No debemos olvidar, sin embargo, que esta lucha estuvo estrechamente vinculada con una lucha despiadada contra el oportunismo, que se inclinaba a repudiar el empleo de toda violencia por parte de las clases oprimidas contra sus opresores. Nosotros siempre estuvimos por el empleo de la violencia en la lucha de masas y con respecto a ella. En segundo lugar, hemos vinculado la lucha contra el terrorismo con muchos años de propaganda, iniciada mucho antes de diciembre de 1905, en favor de una insurrección armada. Considerábamos la insurrección armada no sólo la mejor respuesta del proletariado a la política del gobierno, sino también el resultado inevitable del desarrollo de la lucha de clases por el socialismo y la democracia. En tercer lugar, no nos hemos limitado a aceptar la violencia como principio ni a hacer propaganda en favor de la insurrección armada. Así por ejemplo, cuatro años, antes de la revolución, apoyamos el empleo de la violencia por las masas contra sus opresores, especialmente en las manifestaciones callejeras. Hemos tratado de que la lección dada por cada manifestación de este tipo fuera asimilada por todo el país. Comenzamos a prestar cada vez mayor atención a la organización de una resistencia sistemáticamente y sostenida de las masas contra la policía y el ejército, a traer, mediante esa resistencia, la mayor parte posible del ejército al lado del proletariado en su lucha contra el gobierno, a inducir al campesinado y al ejército a que participasen con conciencia de esa lucha. Esta es la táctica que hemos aplicado en la lucha contra el terrorismo y estamos profundamente convencidos de que fue coronada con éxito». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Discurso en el Congreso del Partido Socialdemócrata Suizo, 4 de noviembre de 1916)

¿Y qué esquema siguió el FRAP? ¿El de Lenin?:

«–José Dalmau: Pero insisto, ¿en qué momento se decide de manera inmediata?

–Elena Ódena: Se decide en la Reunión Ampliada del FRAP que se celebró en el mes de abril de 1975, presidida por Álvarez del Vayo. En aquel momento se decide que ya existían síntomas en la lucha de masas, especialmente en las luchas obreras, que ponían de manifiesto que el movimiento de masas estaba en un callejón sin salida. La represión seguía siendo el arma que frenaba para pasar a una fase superior de la lucha y, en esa coyuntura, sólo existía una salida: teníamos que darla rompiendo esos esquemas. Ante la maniobra pseudoliberalizante, con la que pretendían ocultar la dictadura incluso durante la vida de Franco, era necesario poner de manifiesto cuál era la naturaleza de la dictadura y cómo si la clase obrera y las clases populares se defendían, la represión iba a caer. Solamente en la medida en que prevalecía una línea colaboracionista la dictadura podía jugar la fase pseudoliberalizante. Había que manifestar su libertad, sus derechos y particularmente la clase obrera, se ponía de manifiesto cuál era la naturaleza de la dictadura». (Elena Ódena; Entrevista realizada para «Interviú» por el periodista José Dalmau, 17 de febrero de 1977)

La intención del FRAP era ampliar la lucha armada como complemento a la agudización de la lucha de clases en España, un hecho indudable, como mostraban las grandes huelgas y manifestaciones del momento. Esta estrategia podría haber sido correcta si se hubieran dado las condiciones subjetivas –algo que no se cumplían ni por asomo–, pero, a su vez, se planteaba el extraño objetivo de demostrar al pueblo con las acciones armadas y la consecuente represión que «el régimen seguía siendo reaccionario en su esencia», que «no cambiaría» (?). Esto es algo sacado de la experiencia anticolonial argelina: acción-reacción-acción. Lamentablemente, esta concepción era común a todos los grupos de «izquierda» de la época, que actuaron partiendo de este precepto con una fe inusitada. ETA, por ejemplo, fue firme partidaria de esta teoría. El único «detalle» que olvidaban los grupos europeos es que, para que este esquema tuviese éxito, la población debía de apoyar masivamente al grupo que provocaba las acciones, sostenerlo frente a la represión, hacer suyo su discurso y programa. A riesgo de parecer repetitivos, reincidimos en que tal cosa no sucedió. A lo anterior debemos añadir que el PCE (m-l) consideraba que la burguesía no podía pasar de un régimen político fascista a uno democrático-burgués –lo cual, y como se ha visto en España, Argentina, Chile y otros tantos países, no es cierto–. Véase el capítulo: «La creencia de que si un Estado conserva figuras, instituciones o leyes de una etapa fascista es demostrativo de que el fascismo aún persiste» de 2017.

Repetimos una vez más: reivindicar la memoria del PCE (m-l)/FRAP desde una óptica útil significa comprender sus méritos y errores. Por lo tanto, del mismo modo que ponemos en valor sus aciertos es deber para nosotros criticar y superar las desviaciones «derechistas» e «izquierdistas» que impidieron a la organización cumplir sus objetivos. De otro modo la reivindicación es estéril, folclore vacuo para mentes complacientes.


El tipo de régimen político de la burguesía no justifica el terrorismo espontáneo como método de lucha

«Tras haber empleado, en el pasado no tan lejano, todo tipo de violencia para derrocar a las castas feudales –ejecuciones en masa, aniquilación de familias enteras, etc., etc.–, las castas burguesas que actualmente detentan el poder económico, político y militar, llevan a cabo una incesante labor de intoxicación y condicionamiento para condenar y presentar la violencia revolucionaria como algo nunca visto, como algo que ha de ser condenado y reprimido a sangre y fuego, tildando de asesinos y criminales a los revolucionarios y patriotas que utilizan la violencia revolucionaria para defender sus derechos, su país y sus ideales en el marco de luchas populares de amplios sectores de las masas. (...) La violencia más brutal la ha empleado en todo momento el capitalismo naciente y la burguesía colonialista contra sus propios pueblos y contra los pueblos de otros países para someterlos y saquearlos y la siguen empleando contra los distintos pueblos del mundo que se levantan contra los regímenes coloniales o semicoloniales. Las distintas castas burguesas han utilizado incluso la violencia entre sí –durante el pasado y presente siglo, en varias ocasiones, para repartirse el mundo–. Y actualmente la burguesía de todo el mundo se mantiene en el poder esencialmente gracias a sus engaños, a sus fuerzas armadas, policiales y judiciales». (Elena Ódena; Una necesidad ineluctable para todos los pueblos; organizar y ampliar la violencia popular, 1975)

Esto es una verdad histórica y presente incontestable. Los errores del FRAP no eliminan esta máxima. Luego leemos también:

«El cinismo de las castas en el poder es tal que cuando las masas revolucionarias, encabezadas por el FRAP, deciden iniciar una nueva fase de la lucha, aplicando formas de lucha armada y llamando a las masas a la violencia contra la dictadura, todas ellas, en todo el mundo, levantan los brazos al cielo para tildar de terrorismo y de criminal esta justa violencia contra la tiranía. Todo ello está dentro de la lógica y forma parte de las armas que el capitalismo utiliza para mantener a los pueblos inmóviles, bajo su dominio y su explotación. Ahora bien, lo que es menos lógico es que fuerzas y grupos políticos que pretenden servir intereses populares, se sumen a la reacción para condenar la violencia revolucionaria del pueblo. Son estos más fariseos y más cínicos aún que las mismas castas oligárquicas, ya que éstas defienden por lo menos sus intereses, mientras que los otros son unos miserables vendidos que, a cambio de un plato de lentejas, engañan al pueblo para que no luche de la única manera por la que pude derrocar a la dictadura fascista y a cualquier Estado reaccionario». (Elena Ódena; Una necesidad ineluctable para todos los pueblos; organizar y ampliar la violencia popular, 1975)

Esto no es justo. La burguesía –y la reacción, en general– tienen un interés obvio en condenar toda violencia que no ejerzan ellas mismas. Pero los hechos son los hechos. Si el FRAP se desvió del concepto de lucha armada, si esa violencia no llegó a ser una «violencia popular» dirigida por un grupo, sino una violencia esporádica y puntual de un grupo que se pretendía vanguardia de ese pueblo, lo que digan los liberales, fascistas o revisionistas, nos es indiferente. Que la violencia revolucionaria es la única forma de derribar al régimen burgués mientras la correlación de fuerzas sea favorable para la burguesía a nivel global –e incluso en este contexto no es descartable– es cierto, pero eso no significa que los marxistas estén a favor de utilizar cualquier acción armada más allá de su contexto y fin. Por tanto, no se le puede exigir a los demás individuos y organizaciones la aceptación de estos actos y la negación de la crítica. Ese modo de pensar es, precisamente, el que han utilizado todas las bandas que exigían una sumisión absoluta a los patrones de pensamiento filoterroristas. De nuevo se volvía a decir:

«Al igual que los servicios policiacos y los reaccionarios y fascistas, estos pretendidos líderes de la «unidad» de la oposición antifranquista autodenominados algunos socialistas y comunistas, tildan de terrorismo individual a los que emplean la violencia contra la más feroz violencia fascista de la dictadura –que no ha cesado desde hace más de 35 años contra el pueblo–. (...) En vez de apoyar y respaldar las acciones de los que responden con la única respuesta posible a esa violencia, se dediquen a denigrar, atacar e injuriar, tildándoles de «terroristas individuales» e incluso difundiendo abiertamente calumnias y viles acusaciones contra los partidos y organizaciones de los que van a ser asesinados por la dictadura. ¿A quién sirven esas calumnias y esas acusaciones? A los verdugos de los luchadores antifranquistas y revolucionarios. Objetivamente le están incitando a perpetrar sus asesinatos y a continuar por ese camino. Resulta, además, grotesco que en el comunicado que comentamos en el que ni una sola vez aparece la palabra «lucha» se lucubre sobre la apertura de «período constituyente», «consultas populares», y se insista en la necesidad de acabar por «vía pacífica con la dictadura» como única salida a la actual situación». (Elena Ódena; ¿Quién manipula y a quién sirven la junta carrillista y la convergencia social carlista?, 1975)

Aquí se exponen argumentos similares, e insistimos en lo mismo. Que un régimen sea represor y que «la violencia no haya cesado jamás» en un gobierno fascista no justifica el sacrificar la pretendida «vanguardia» aventurándola a acciones armadas esporádicas, sin coordinación ni fin concreto alguno, y mucho menos sin tener el apoyo de la mayoría de la clase obrera, ni un plan correcto de repliegue, que también es responsabilidad de la organización de «vanguardia». Las ideas pacifistas, las concesiones, pactos y prebendas que los revisionistas cierren con la burguesía en el poder para mantener el régimen fascista a flote o para transformarlo en una democracia burguesa es una cuestión indiferente que nada tiene que ver con el carácter de las acciones armadas a desarrollar por el FRAP. 

Incluso si estos tratos se debían tomar en cuenta era para recapacitar aún más de lo inútil que iban a ser desatar tales acciones armadas, pues la pinza de los franquistas y los revisionistas y su influencia en la población hacía imposible al PCE (m-l) lanzarse por la toma de poder ni que se le asemejara.


¿Las acciones armadas mostrarían el carácter reaccionario del régimen franquista a las masas? ¿Iban a detener su pactismo con las fuerzas moderadas del antifranquismo?

A veces se trajo a la palestra la necia idea de que golpeando al régimen fascista se lograría demostrar su falsa transición hacia una democracia burguesa:

«Es preciso recordar a algunos que, tal vez de buena fe, no comprenderán aún el determinante papel que han desempañado las justas acciones violentas del FRAP, ejecuciones de esbirros, etc., que han sido precisamente esas acciones las que han permitido arrancar la máscara liberalizante al franquismo cuando este trataba, mediante una campaña de mistificación, demostrar lo contrario». (Elena Ódena; La lucha revolucionaria de las masas contra las castas reaccionarias en el poder, ha de basarse inevitablemente en la violencia popular, 1976)

Craso error. ¿Acaso cualquier régimen, bien sea fascista o democrático-burgués, no iba a desatar una feroz represión contra un grupo armado que se dedicase a la «ejecución de esbirros»? Pues claro que sí, la represión está asegurada incluso con acciones de «menor contundencia» como huelgas y manifestaciones no autorizadas. La premisa de la que se partía era –y es– incorrecta. El PCE (m-l) no acertó en su análisis, que consideraba que las acciones –aún sin ser exitosas– desatarían la represión y esto, a su vez, el despertar de las masas, que impedirían el pactismo. Quiérase o no, en España el terrorismo tuvo el mismo resultado que en Rusia:

«Así escribía Marx en 1877. A la sazón había en Rusia dos gobiernos: el del zar y el del comité ejecutivo [ispolnítelnyi komitet] secreto de los conspiradores terroristas. (…) La revolución rusa no se produjo. El zarismo ha triunfado sobre el terrorismo, el cual, en el momento presente ha empujado a todas las clases pudientes y «amigas del orden» a que se abracen con el zarismo». (Friedrich Engels; Acerca de la cuestión social en Rusia, 1894)

La reacción en el poder triunfó sobre los diversos grupos aventureros que le fueron saliendo al paso, y entre tanto, reclutó «a todas las clases pudientes» y «amigas del orden» para apuntalar su régimen. Fue gracias a los bolcheviques, y no a los terroristas, por lo que el orden burgués saltó por los aires, nunca mejor dicho. Lenin condenó una y otra vez la teoría anarquista de que el pueblo ruso necesitaba «estimulantes» como el de los atentados para impulsar la organización y movilización del movimiento obrero. Incluso conectó esta desviación terrorista con la de los economicistas, ya que ambas eran expresiones del espontaneísmo:

«Svoboda [los eseristas] hace propaganda del terror como medio para «excitar» al movimiento obrero e imprimirle un «fuerte impulso». ¡Es difícil imaginarse una argumentación que se refute a sí misma con mayor evidencia! Cabe preguntar si es que existen en la vida rusa tan pocos abusos, que aún falta inventar medios «excitantes» especiales. Y, por otra parte, si hay quien no se excita ni es excitable ni siquiera por la arbitrariedad rusa, ¿no es acaso evidente que seguirá contemplando también el duelo entre el gobierno y un puñado de terroristas sin que nada le importe un comino? Se trata justamente de que las masas obreras se excitan mucho por las infamias de la vida rusa, pero nosotros no sabemos reunir, si es posible expresarse de este modo, y concentrar todas las gotas y arroyuelos de la excitación popular que la vida rusa destila en cantidad inconmensurablemente mayor de lo que todos nosotros nos figuramos y creemos y que hay que reunir precisamente en un solo torrente gigantesco. Que es una tarea realizable lo demuestra de un modo irrefutable el enorme crecimiento del movimiento obrero, así como el ansia de los obreros, señalada más arriba, por la literatura política. Pero los llamamientos al terror, así como los llamamientos a que se imprima a la lucha económica misma un carácter político, representan distintas formas de esquivar el deber más imperioso de los revolucionarios rusos: organizar la agitación política en todos sus aspectos. (…) Tanto los terroristas como los economistas subestiman la actividad revolucionaria de las masas. (...) Además, unos se precipitan en busca de «excitantes» artificiales, otros hablan de «reivindicaciones concretas». Ni los unos ni los otros prestan suficiente atención al desarrollo de su propia actividad en lo que atañe a la agitación política y a la organización de las denuncias políticas. Y ni ahora ni en ningún otro momento se puede sustituir esto por nada». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

Efectivamente. Cuando hablamos de la España franquista, el obrero promedio tenía suficientes elementos «excitantes» como la creciente inflación, el desempleo o la represión para su rabia; lo que necesitaba era elevar su nivel ideológico y una buena organización. Con el paso de los años no solo Raúl Marco ha usado este pretexto para convencer a las nuevas generaciones de que las «acciones fueron necesarias para impedir la farsa de la transición». También Roberto Vaquero, otro aprendiz de demagogo, lejos de rescatar lo mejor del PCE (m-l), apoya a Marco en su cruzada por sostener los mitos de la «izquierda combativa». Ambos han realizado siempre tal labor porque creen que al sostener este relato épico disimulan los errores de sus propias organizaciones. En el caso del discípulo, comentaba lo siguiente:

«Las acciones que llevó a cabo el FRAP, todo el trabajo que desarrolló fue para impedir la transición». (Discurso de Roberto Vaquero en el homenaje a los últimos fusilados del franquismo, 2018)

Sostener un apoyo ciego a unas acciones armadas no convierte a uno en el más revolucionario. Esta absurda postura es similar a la de aquellos que tratan de glorificar el periodo del Partido Comunista Alemán (PCA) de la posguerra bajo Rosa Luxemburgo, o quienes quieren ver en el período de Thälmann de 1925-33 una «línea de enormes triunfos a emular». Entonces, ¿por qué las revoluciones comunistas entre 1918-23 fueron suprimidas? ¿¡Por qué los comunistas no evitaron la subida al poder del fascismo!? Todos estos desmemoriados, casualmente, olvidan comentar los gravísimos errores que la propia Internacional Comunista (IC), con mayor o menor acierto criticó, más otros muchos apuntes que quedaron en el tintero. ¿Resolverán ellos estas incógnitas? ¡No! Porque pedir a estos «comunistas» eso es un imposible. No es que no tengan en cuenta la historia y lo que ya se sabe, sino que pedirles análisis propio que conclusiones originales y útiles es una utopía, algo fuera de sus capacidades. Lo suyo se limita a marchar en desfiles, sacar a pasear banderas en días señalados y tatuarse símbolos revolucionarios, como acostumbra el señor Vaquero, pero jamás entender la esencia de lo que supuestamente dicen representar. Por eso este tipo de perfil tarde o temprano acaba trabajando para la contrarrevolución: bien para los socialdemócratas o para el fascismo mismo. Y en el caso de la enorme cantidad de halagos que ha recibido el señor Roberto de estos últimos, sabemos donde está ya este «rojipardo».


¿Por qué se siguió vendiendo que el FRAP tenía capacidad para enfrentar al régimen?

A finales de los 70 incluso se propagó la idea de que el PCE (m-l) seguía pensando que la tendencia general era hacia la lucha armada, preparándose en consecuencia:

«En cuanto a las perspectivas del desarrollo general de la violencia revolucionaria de las masas, la insurrección armada y la guerra popular, mantenemos que es hacia estas formas altas de lucha política hacia donde apunta la tendencia principal de los acontecimientos, sin que podamos ahora profetizar sobre los ritmos y los plazos. (...) Los grupos de combate han de cumplir, en esta fase, el papel de destacamentos avanzados del movimiento de masas en las manifestaciones, las huelgas, los asaltos a supermercados, almacenes u oficinas por parte de los desempleados, las marchas sobre cortijos y ciudades de los jornaleros y campesinos pobres, los asaltos a comisarías y coches celulares para liberar a los prisioneros, las ocupaciones de fábricas, ayuntamientos, terrenos, etc. Todas ellas son hoy acciones que se proponen las masas y para cuya realización deben contar con los grupos de combate capaces de planificar los aspectos militares de las acciones, organizar los piquetes y distribuirlos, encabezar los enfrentamientos con la policía o la guardia civil, organizar la fabricación de botellas molotov, su distribución y utilización, orientar a las masas en las luchas de barricadas, recoger las múltiples experiencias de las masas que, necesitando armarse, crean instrumentos y artefactos útiles para la lucha y de fácil fabricación, etc. (...) El C.C., del Partido deberá establecer las medidas a tomar y los instrumentos idóneos a crear en cada organización del Partido a fin de llevar adelante estas tareas». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

En la práctica no se llevó a cabo ninguna acción armada de renombre, ni mucho menos actos parecidos a los de 1975, los únicos grupos de combate, clandestinos, fueron desarticulados durante el año 1978:

«Catorce personas han sido detenidas por la policía como presuntos miembros de la organización Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP), según una nota oficial de la Dirección General de Seguridad hecha pública ayer. «Se dedicaban -dice la nota- a la consecución de fondos por medio de atracos a entidades bancarias. Les han sido ocupados dieciocho revólveres, veinte pistolas, 37 escopetas y una metralleta, abundante munición y material explosivo». Al margen de la nota, fuentes competentes precisan que les fueron ocupados treinta kilos de exógeno plástico, informa Efe. Desde hace semanas la policía observó que determinados atracos, que en principio parecían desconectados, tenían similitudes. Iniciadas las investigaciones se detuvo a «comandos armados de la organización FRAP, que mantenían un aparato de propaganda y que resultaron ser los presuntos autores de estos atracos», afirma la nota policial. En Madrid se ha detenido a Carlos Hurtado Arias, Tomás Pellicer Oliveros y María Inmaculada Pardo Acosta. Además de 32 escopetas, trece pistolas, diez revólveres, una metralleta, una granada de mano, explosivos «goma-2», munición, documentación y detonadores, les fue ocupada información sobre cuarteles del Ejército y zonas militares». (El País; Detenidos catorce presuntos miembros del FRAP y requisado numeroso armamento, 2 de diciembre de 1978)

En la práctica no se llevó a cabo ninguna acción armada de renombre, ni mucho menos actos parecidos a los de 1975. Los grupos de combate remanentes, clandestinos, fueron desarticulados durante 1978 sin haber entrado en grandes acciones a excepción de algunas como las que se relatan aquí –como asalto a supermercados o bancos para subsanar la carestía económica del partido y, teóricamente, preparar mayores acciones–. Véase el testimonio directo del ahora anarquista Tomás Pellicer en su obra: «FRAP: Grupo armado» de 2009.

Aparentemente, el anuncio de que las acciones continuarían se trataba o de una idea demencial o de una bravuconería de cara a la galería, es decir, una fantochada más de Raúl Marco. Ya en 1984, con varios años de inactividad de sus grupos de combate, rememorando aquellos últimos días del franquismo, se proclamaba:

«Se equivocan aquéllos que pretenden que los partidos revolucionarios no deben recurrir a formas de lucha armada en determinados momentos y coyunturas, lo que es pura y simplemente oportunismo y pacifismo que hace el juego de la reacción en el poder, o los que pretenden que para ser un partido consecuentemente revolucionario debe llevar a cabo en todo momento acciones armadas –lo que puede llevar al aventurerismo trotskizante y al terrorismo alejado de las luchas de masas–. (...) También nuestro Partido supo, a raíz de la puesta en marcha de la maniobra de la transición monárquica, cambiar sus formas de lucha armada –válidas bajo el franquismo a través del FRAP– por una táctica de amplia unidad popular republicana». (Elena Ódena; La lucha armada y los comunistas, 1984)

La primera parte del párrafo era totalmente correcta: un marxista no tendría nada que objetar a tal afirmación. Pero en la segunda debe anotarse en honor de la verdad histórica que el propio PCE (m-l) y su frente el FRAP se vieron forzados a paralizar las acciones armadas que habían desatado durante 1975, pero no porque se estuviese transitando del fascismo hacia la democracia burguesa, ni porque los reformistas se entendiesen con los viejos franquistas, ya que los bolcheviques tomaron el poder en un contexto muy similar: pasándose de la autocracia zarista a una democracia burguesa, más la unión de toda la reacción para aislar a los bolcheviques y su plan de una salida revolucionaria. Entonces, las razones que verdaderamente obligaron al PCE (m-l)/FRAP a detener sus acciones armadas versan en que se dieron cuenta de que no contaban con el apoyo de la mayoría del pueblo como habían creído, que nunca habían llegado a superar la influencia que el franquismo y el revisionismo poseían sobre los trabajadores, y al haberse dado cuenta tarde de todo esto –y otros factores ya comentados– se había caído en ese temido «aventurerismo trotskizante y terrorista alejado de las luchas de masas» –se reconociese públicamente o no–, teniendo que detener las acciones armadas y luego también eliminando poco a poco las frases grandilocuentes sobre la capacidad de llevarlas a cabo. 

En 2020, uno los líderes del PCE (ml) que más ha distorsionado la historia real del FRAP, el señor Marco, reconocía, por fin, que las acciones armadas del mismo fueron paralizadas en 1978 a causa del escaso apoyo de la población, que en su mayoría siempre había estado en el bando del reformismo y el franquismo:

«Las maniobras de los reformistas y oportunistas lograron poco a poco desmovilizar a las masas y a los sectores más combativos de España, entre los que no podemos dejar de señalar que se encontraban la mayoría de los militantes del PCE, que no se dieron cuenta de la traición. Ante esa situación, mantener las acciones del FRAP equivalía a un suicidio político. (...) Tomamos la decisión de paralizar sus acciones. El FRAP no fue desarticulado por la policía: fue una decisión política que la práctica ha demostrado ser acertada». (Raúl Marco; Otra vez, algunas precisiones sobre el FRAP, 2020)

«A buenas horas mangas verdes». La cuestión es ésta: ¿y no fue el «suicidio político» del FRAP lanzar a sus militantes tanto a la acción armada como a otros trabajos para los cuales no estaban preparados ni de lejos? ¿No fue malgastar el enorme potencial y el gran torrente de fuerza e ilusión que se había cosechado hasta entonces? La dirección faltó a la verdad vendiendo que el FRAP tenía «capacidad de derrocar al régimen», y después todo el desastre se justificó alegando simplemente que todo fue «necesario», porque en «la lucha hay que arriesgar» y «se sufren pérdidas». La dirección debería haber combatido las críticas derechistas –de aquellos que querían la domesticación del PCE (m-l) o directamente su disolución en el PCE–, mientras a su vez reconocía sin complejos sus errores y depuraba responsabilidades, de este modo la historia hubiera sido muy diferente… la escisión de 1976 habría sido más bien la expulsión o la baja voluntaria de algunas figuras claramente oportunistas que se hubieran bajado del barco, y el partido habría salido de la crisis con casi toda su militancia intacta, con la lección aprendida y mucho más fortalecido por la autocrítica. En cambio, con esta actitud, puso el primer clavo de su tumba, puesto que acostumbró a la militancia a mitificar el pasado, un vicio al que le tomaría el gusto, como también haría en la cuestión del maoísmo. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su tardía desmaoización» de 2020.


¿Por qué la dirección reconoció como suyos atentados de otras organizaciones?

Años después, concretamente a inicios de la década de los 90, el grupo forjado alrededor de Manuel Chivite derrocaría al Secretario General Raúl Marco y el núcleo de fieles que había agrupado bajo su mando. Ambas líneas, revisionistas a todas luces, habían hecho degenerar el PCE (m-l) en la década anterior de los 80. No por casualidad ambas líneas estuvieron de acuerdo en muchos de los cambios políticos que iremos examinando poco a poco a lo largo del documento. Como comentábamos, el señor Chivite, aprovechando su nueva posición dentro de la cúpula, consiguió la expulsión de Raúl Marco y sus fieles en 1991. La nueva dirección, ya con el control de todo el aparato, intentó esbozar toda una serie de revisiones históricas sobre el partido para justificar la postura pasada de su nuevo líder y de otras figuras de importancia, como Pablo Mayoral. En especial se realizó un «nuevo análisis» sobre lo que rodeaba las acciones armadas de 1975. La intención era la de exonerar a algunas de las figuras del grupo de Chivite, el cual, casualmente, en su momento habían dado un gran apoyo a las mismas, llegando al punto de la intransigencia frente a las dudas y las críticas que surgieron tanto de parte de miembros de la cúpula como de base durante 1976.

Tras la disolución oficial del PCE (m-l) en 1992, los colectivos que permanecerían favorables a la línea de Chivite seguirían senda de la revisión histórica. El llamado Colectivo Libertad Siete publicaba un texto en el que decía:

«Con motivo del VIº Congreso se inició la labor de elaborar una historia y una reflexión histórica sobre la trayectoria del partido. (…) Hoy los colectivos Libertad Siete o por un Nuevo Proyecto Revolucionario, de alguna manera podrían continuar tal tarea. (…) En estas fechas, con motivo del dieciocho aniversario del 27 de septiembre de 1975, queremos aportar algunos apuntes para nuestra historia. (…) Respecto al comportamiento de la dirección máxima del partido, en concreto Julio Manuel López (Raúl Marco) y Benita Ganuza (Elena Ódena), y sobre todo el primero por la responsabilidad que había adquirido como vicepresidente del FRAP, es preciso que dejó mucho que desear. Él era responsable, entre otras cosas, de pasar armamento para los comandos del FRAP que en condiciones de alucinante precariedad se formaron en España. Pues bien, del exterior, donde estuvo todo este tiempo R. M., no llegó ni una mala pistola. El escasísimo y elemental armamento de los comandos se consiguió íntegramente por los propios militantes del PCE (m-l) y del FRAP en el interior. Del exterior, de la dirección máxima, sólo llegaban órdenes y prisas, jamás preparación, medios o armas. Respecto a las labores de movilización y solidaridad tampoco Raúl Marco ni Elena Ódena destacaron por su diligencia. Dieron órdenes pero no dieron la cara». (Colectivo Libertad Siete Madrid; Sobre 1975; VIº Congreso del PCE (m-l), 1992) 

Como podemos comprobar en una amplia gama de fuentes –el libro de Riccardo Gualino: «FRAP: una temporada en España» (2010), el libro de Mariano Muniesa: «FRAP: memoria oral de la resistencia antifranquista» (2015), y muchos otros ya citados– todas parecen coincidir en que uno de los defectos de las acciones del FRAP fue la falta de armas, es decir, su precariedad. Esto ha sido confirmado por nuestra parte a través de diversos testigos directos e indirectos ya citados.

El PCE (m-l) era un partido que existía en un país de corte fascista. Contaba, hasta inicios de los años 70, con relaciones notables con China que, a partir de entonces, serían sustituidas por unas excelentes relaciones con Albania. También tenía contactos con diversos movimientos de liberación nacional. El no contar con suficientes armas, ni siquiera para garantizar la autodefensa de sus militantes ante los cuerpos represivos o las bandas fascistas, suponía un error manifiesto de la dirección que, sabedora de esta situación, se propuso desarrollar las acciones armadas en 1975. De igual modo es inexplicable que los cuadros intermedios no criticasen o se negasen a realizar esas acciones frente a un cuerpo represivo como el franquista, que, sin ser la flor y nata de los ejércitos europeos, estaba dotado con las armas y la instrucción estadounidense desde los convenios hispano-estadounidenses de 1953. 

Seguramente este relato sea exagerado y se tratase de una estratagema del renegado y adulador Manuel Chivite para denigrar la imagen del viejo PCE (m-l) y, sobre todo, de la figura de Elena Ódena, pudiendo así rehacer el partido en base a sus percepciones, en realidad tan viejas como su oportunismo. Riccardo Gualino relata cómo la señora Ódena hizo todo lo posible para apoyar las acciones del interior y, una vez capturados varios de sus militantes, por obtener toda la ayuda internacional posible ante la intención del franquismo de emitir varias penas de muerte indiscriminadas. Este trabajo dio sus frutos, pues las penas de algunos de los reos fueron conmutadas a penas de cárcel y no de ejecución. Entre los presos se encuentra el propio Chivite. ¡Pero así es como esta gente agradece a sus «viejos camaradas» los servicios prestados!

«Un capítulo que merece la pena apuntar es el relativo a la confusión entre las acciones armadas del FRAP y las del GRAPO en toda una fase. A lo largo de los meses de julio, agosto, septiembre y octubre de 1975 comienzan a producirse diversas acciones armadas paralelas al FRAP, que Raúl y Elena tienen confirmación no han sido realizadas por el FRAP y que sin embargo en ningún momento niegan o toman postura para distanciarse de ellas. Se trata de acciones armadas espectaculares, la más conocida la del 1 de octubre –que daría luego nombre a los GRAPO–, aunque previamente ya se habían realizado otras que incluso fueron públicamente reivindicadas como del FRAP sin serlo. Desde la dirección máxima del PCE (m-l) y del FRAP en ningún momento se desmienten ante la opinión pública estas acciones reivindicadas en falso, y de hecho de una u otra forma se asume sin informar a la militancia, sin aclarar su desconocido origen político ni deslindar campos. Este nefasto silencio creó después notable confusión y la respuesta dada, a posteriori, por el PCE (m-l) realizada en Paris en junio de 1976 se sigue sin aclarar la falsedad de estas acciones, sin desmentir nuestra participación, y lo que es igual de grave, sin informar a los camaradas de ello. El porqué se mantuvo la señalada confusión GRAPO-FRAP, que luego se pretendió resolver únicamente denunciando al presunto carácter parapolicial de los GRAPO queda por parte de Raúl Marco sin explicarse». (Colectivo Libertad Siete Madrid; Sobre 1975; VIº Congreso del PCE (m-l), 1992)

La crítica que aquí se hace al partido por no desmarcarse de las acciones del GRAPO en 1975 –al que luego tanto criticarían como provocador por sus acciones– es del todo correcta. ¿Por qué se incurrió en este error desde la dirección máxima? Hay dos opciones. La primera es que la dirección dudara de la autoría de las acciones armadas sabiendo que sus grupos armados no estaban bien controlados por ella. La otra opción es que, en aquel entonces, el partido estuviera envuelto en una frenética carrera por acumular el mayor número de cadáveres y, así, presentarse ante las masas como el «grupo verdaderamente revolucionario ante el franquismo», que por tanto no hacía remilgos a adjudicarse cualquier muerte de «cualquier esbirro del sistema».


El militarismo y la «clandestinitis» como fantasmas en el aire

Muchos grupos de tendencias militaristas, como ETA o el GRAPO, intentaron justificar su política apoyándose en los bolcheviques. No puede haber nada más surrealista, pues la historia del bolchevismo es la viva imagen de lucha contra el aventurerismo militar y el eclecticismo ideológico que en ellos se materializaba.

Las expropiaciones pueden ser un complemento necesario en un momento de ascenso revolucionario, preinsurrecional. Eso es innegable. Pero de igual forma ha de decirse que los grupos que solamente se hacen notar por estas acciones, y hablamos de casos donde nunca pueden probar ni hay más constancia de más actividades que éstas en un largo periodo, son, en verdad, grupos que se dedican casi en exclusiva a dichas acciones. Muchos de ellos han intentado demostrar con su propaganda que sus acciones no se limitan a las expropiaciones, secuestros o ejecuciones, sino que también existe un trabajo de agitación y propaganda, así como un trabajo en los sindicatos o movimientos vecinales. Pero, como decimos, nunca dejan de ser meros enunciados propagandísticos destinados a cubrir su actividad principal, basada en los secuestros, robos y atentados. Antes se coge a un mentiroso que a un cojo, y se acaba probando que, efectivamente, no realizan trabajo de masas, pues las masas desconocen de su existencia más allá de dichas acciones. 

No por casualidad los grupos pseudomarxistas dan mucha importancia a las acciones de los bolcheviques que se pueden asemejar a sus actos. Las consideran, como decíamos, las acciones más importantes para preparar la revolución. Especialmente, sacan a relucir el Atraco al banco de Tiflis de 1907. Habría que preguntarse por qué la famosa «acción» de 1907 no es reivindicada por el propio Partido Bolchevique en sus escritos oficiales como, por ejemplo, «Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS» (1938), ni aparece en las Obras Escogidas de Stalin sobre 1907, ni hay referencia directa sobre la misma en las obras de Lenin. Recordemos, además, que más allá del elevado saldo de fallecidos y de heridos, gran parte del botín no pudo ser aprovechado por diversas razones, por lo que el atraco, por mucho que se pretenda lo contrario, no fue un éxito ni mucho menos, y las principales cabezas del bolchevismo se distanciaron de él.

La única referencia a actos de una magnitud similar se da en pleno auge preinsurrecional. Lenin cita el caso de los letones, pues parte de la financiación del partido se logró en base a expropiaciones –unos 5.800 rublos de los casi 50.000 del partido, lo que no hace ni la mitad de las cuentas–. Si estos ilustrados de la historia del bolchevismo hubiesen leído las resoluciones de los congresos entre 1903-07 quizás entenderían esta crítica. Quizás si hubiesen leído las principales críticas de los bolcheviques al anarquismo ruso sabrían que una de estas críticas estaba enfocada en centrar la actividad en la «expropiación de los expropiadores».

¿Qué decían los bolcheviques de los anarquistas y de los grupos seminarquistas disfrazados de marxistas que llevaban a cabo estas acciones? Hablando de la revolución de 1905, anotaban:

«Los métodos revolucionarios de lucha, como las huelgas masivas y el levantamiento armado, fueron extensamente utilizados en Rusia, no bajo la influencia y liderazgo de los anarquistas, sino bajo el partido bolchevique. En la insurrección de Moscú de diciembre de 1905 –la más importante en Rusia hasta la revolución de 1917– no hubo una sola escuadra de lucha anarquista, mientras los bolcheviques incluso secciones de obreros mencheviques lucharon en las barricadas. Los métodos favoritos elegidos por los anarquistas en 1906-07 fueron el terror individual y las expropiaciones; pero estos métodos demostraban su debilidad, y no la fortaleza del movimiento anarquista. Ello degeneró en puro bandidaje, el cual no tiene nada en común con los objetivos de la revolución. (...) Por supuesto, era más fácil atacar a pequeños tenderos, o robar apartamentos privados, que ponerse a organizar la lucha de clases contra la clase terrateniente o capitalista en general; era más fácil atacar a un oficial individual del gobierno zarista que organizar a las masas para derrocar el zarismo. Pero tal actividad no es revolucionaria, ni mucho menos. Esos anarquistas se llamaban así mismos comunistas. (...) Debe anotarse que estos anarquistas no llevaron a cabo sus actividades entre los obreros más organizados y con mayor conciencia de clase, sino entre las ruinas jóvenes de la pequeña burguesía, entre los intelectuales pequeño burgueses, entre el lumpenproletariado, y algunas veces entre verdaderos criminales, ya que los bandidos eran bastante adecuados en lo que respecta a robos y ataques a casas y tiendas. Para ello no precisaban de principios. (...) Pero las tácticas del terror individual y económico practicadas por los grupos anarquistas y los anarquistas individuales servían a despertar entre una sección de los obreros la falsa esperanza de que los «héroes» anarquistas estaban luchando su batalla, que ellos serían libres de la explotación como resultados de los actos terroristas anarquistas. Estas tácticas relajaron las actividades de las masas, suavizaron su espíritu de masas militante. (...) [En verano de 1906] Los anarquistas asesinaron al director de los trabajos de ingeniería en esa ciudad, aunque ellos no tomaron parte en la huelga que estaba en progreso. Este acto terrorista, como la mayoría de este tipo, solo produjeron resultados negativos». (E. Yaroslavsky; Historia del anarquismo en Rusia, 1941)

Queda claro que estos métodos no son decisivos para preparar una revolución, y que su exceso es sumamente contraproducente. Ya lo dijo Lenin: 

«Se dice que la guerra de guerrillas aproxima al proletariado consciente a la categoría de los vagabundos borrachines y degradados. Es cierto. Pero de esto sólo se desprende que el partido del proletariado no puede nunca considerar la guerra de guerrillas como el único, ni siquiera como el principal procedimiento de lucha; que este procedimiento debe estar subordinado a los otros, debe ser proporcionado a los procedimientos esenciales de lucha, ennoblecido por la influencia educadora y organizadora del socialismo. (...) El sector de bolcheviques que las defiende ha puesto las condiciones siguientes para su aprobación: no son toleradas en absoluto las «expropiaciones» de bienes privados; las «expropiaciones» de bienes del Estado no son recomendadas; sólo son toleradas a condición de que se hagan bajo el control del Partido y de que los recursos sean destinados a las necesidades de la insurrección. (...) El mundo de los vagabundos, el «lumpenproletariat» y los grupos anarquistas han adoptado esta forma de lucha como la forma principal y hasta exclusiva de lucha social. (...) Las acciones de guerrillas que revisten la forma de actos terroristas son recomendadas contra los opresores gubernamentales y los elementos activos de las «centurias negras», pero con las condiciones siguientes: 1) tener en cuenta el estado de ánimo de las grandes masas; 2) tomar en consideración las condiciones del movimiento obrero local; 3) preocuparse de no gastar inútilmente las fuerzas del proletariado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La guerra de guerrillas, 1906)

Estas tesis bolcheviques fueron confeccionadas en un momento de efervescencia revolucionaria en todo el país, con grandes protestas que demandaban pan, aumento de salarios y, en un franco momento insurreccional, como fue 1905-06, con una organización de los marxistas, con una buena ligazón entre las masas. En cambio, los grupos ácratas que se hacen eco de estas tácticas como patrón general de acción no tienen en cuenta nada de esto, lanzándose a la refriega día tras día, aunque no se den las condiciones objetivas y subjetivas para ello. Y aunque los resultados sean nefastos, estas acciones siguen siendo la piedra angular de su línea general, justificándose bajo la premisa de que «constituyen una resistencia legítima contra el Estado». 

Sin una adecuada comprensión de todo lo anterior los grupos armados clandestinos de cualquier partido pueden entran en una espiral: hay necesidad de fondos para llevar a cabo las próximas acciones, se realizan acciones para conseguir financiación para realizar estas otras acciones que, a su vez, tienen como finalidad obtener más fondos para realizar acciones de mayor envergadura; todo esto, con el desgaste consecuente, claro está. Tampoco es infrecuente que muchos de estos grupos, una vez perdido el férreo control del partido, caigan en el bandolerismo como forma de vida o, peor aún, que sus acciones deriven en el terrorismo indiscriminado como fruto de su deriva militarista

Después de 1975, la dirección del PCE (m-l)/FRAP logró eludir estas tendencias que habrían desembocado en el desastre total. De hecho, comenzó a criticar con saña el militarismo de otros grupos, como ETA y los GRAPO, cosa que no exime a la organización de sus anteriores errores en este campo, así como de la falta de autocrítica ante su militancia. También existe otro factor a tener en cuenta: la adjudicación de acciones de dudosa finalidad a los grupos revolucionarios. El FRAP fue acusado mediante un provocador que se había identificado como miembro del frente y autor del atentado del incendio de la Sala de Fiesta «Scala» en Barcelona, el 15 de enero de 1978. Esta acción tuvo como resultado la muerte de cuatro trabajadores afiliados a la Confederación Nacional de Trabajo (CNT) de carácter anarco-sindicalista. Varios medios, como «Hoja oficial» o «Mediterráneo», dieron por hecho la autoría en sus panfletos. El FRAP tuvo que desmentir esta acusación. Tiempo después, fueron arrestados y condenados tres jóvenes anarquistas por la autoría del atentado. Por aquel entonces, la CNT se había negado a aceptar –como el FRAP– el Pacto de la Moncloa, urdido por los partidos y sindicatos colaboracionistas, y movilizaba a las masas contra él. Así mismo, denunció que los autores del atentado eran infiltrados policiales. Los jóvenes negaron en el juicio de 1980 la acusación y señalaron la incongruencia de la de la versión del fiscal, señalando que todo era un montaje, siendo Joaquín Gambín el principal acusado. Pocos años después, en 1983, durante un doble juicio, Gambín confiesa su actuación como confidente policial, delatando a su reclutador y al autor del montaje policial de 1978. Esto, además de un ejemplo de las calumnias y uso de provocadores para desprestigiar a los grupos revolucionarios, también es muestra de que determinado tipo de acciones no benefician al partido comunista, que puede ser tachado de grupo aventurero con mayor facilidad y, en consecuencia, es más fácil endiñarle acciones reprochables. 

A través de un informante que asistió al congreso de 1977, el periódico «El País» reportó material secreto del PCE (m-l). Según el informante, allí se comentó que las acciones armadas seguirían y que las nuevas organizaciones armadas que surgían y podían hacerle la competencia eran un mero instrumento del fascismo –coincidiendo esto con lo que la organización también vendía de puertas para fuera–:

«Habrá acciones armadas –afirmó el dirigente del PCE (m-l)– en tanto sean necesarias para seguir avanzando». Respecto a los GRAPO, el dirigente del partido denunció a este grupo como «provocador, dirigido por el fascismo, que actúa contra la política de nuestro partido y busca desprestigiar la lucha armada y alejar a las masas de ella». El informante dijo que tenían datos para hablar así, y que el hecho de que hubiera «militantes en el GRAPO que sean honrados no significa nada», ya que sirven intereses fascistas. Denunció también su «repentina irrupción en el campo republicano», calificándolo de «quintacolumnista y contrarrevolucionario». (El País; El FRAP anuncia nuevas acciones armadas, 20 de julio de 1977)

Todo grupo antisistema siempre será susceptible de ser infiltrado por los servicios secretos del aparato burgués. Si el lector conoce mínimamente la historia de la revolución rusa, sabrá que los bolcheviques no fueron excepción –véase el caso de Malinovsky–. Hoy también se sabe que el PCE (m-l) tampoco lo fue –véase el caso de José Luis Espinosa Pardo que actuó como infiltrado en UGT, FRAP y PCE (r)/GRAPO–. 

Por tanto, la única estrategia que puede seguir el partido comunista es la de diferenciarse del resto de sus competidores, tomando esta cuestión con más seriedad que el resto y manteniendo una férrea exigencia ideológica, así como un estricto control de las acciones a tomar, todo con el fin de que no haya equívocos o malentendidos y, evidentemente, para que los cargos de responsabilidad estén ocupados por individuos fiables y competentes. 

Como todos sabemos, el GRAPO tuvo en su seno grandes infiltraciones policiales. Incluso entre los infiltrados, como Rufo Mora, se denunció ante los medios de comunicación la falta de contundencia del gobierno para desarticular a toda la banda ya que contaba con las condiciones. Sea como sea, las ideas semianarquistas entre los integrantes de la cúpula eran más que notorias como para necesitar un «impulso» de fuera. Véase la obra: «Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO» de 2017.

Este simplismo del PCE (m-l) para explicar el nacimiento y operación de un grupo como este es inadmisible para un partido que se dice marxista-leninista, pues es imposible convencer a nadie con dos dedos de frente con unas explicaciones tan insuficientes. Sí nos parece relevante otra cuestión que estos grupos sacaban a colación constantemente: la traición ideológica. El revolucionario debería memorizar como advertencia el triste destino que siempre aguarda al traidor que deserta de las filas revolucionarias hacia la reacción: una vida de mentiras e insatisfacción que puede conducir al desprecio de uno mismo y, finalmente, al suicidio. No hay mejor receta que repasar el final de cada uno de los casos para evitar caer en estas «tentaciones». En especial sobre aquellos que aceptan hacer las veces de chivatos y espías.

«Así en el ámbito de la organización, algunos de estos nuevos partidos marxista-leninistas que se separaron de los partidos revisionistas, se organizaron, por decirlo así, en las mismas formas legales que los partidos revisionistas y socialdemócratas, así la entera opinión política e ideológica del país no podía fallar en ejercer una influencia dentro de sus filas. Hasta a día de hoy, hay miembros de estos partidos que piensan que ellos pueden militar en las formas legales como comunistas marxista-leninistas sin que ser molestados por el capitalismo y sin sufrir su aparato de represión. En estas circunstancias, entonces, difícilmente se puede decir que allí existe ese núcleo sólido tan fuerte como para poder estar en condiciones de ilegalidad, siendo capaz de resistir un ataque repentino de la reacción, ataque que seguramente se realizará contra el partido». (Enver Hoxha; El movimiento marxista-leninista y la crisis mundial del capitalismo, agosto de 1979)

La dirección no siempre se adaptó a un trabajo ilegal eficaz, siendo fácil desmantelar sus células por su pésima disposición de acción, véase un ejemplo:

«Uno de los golpes definitivos llegaría, paradójicamente, con el aniversario de la proclamación de la República en 1977. Unas ochenta personas fueron detenidas el 14 de abril de 1977 en las diferentes manifestaciones por el 46º aniversario de la proclamación de la II República española. La mayoría de los detenidos, según el Ministerio de la Gobernación eran miembros del FRAP (El País, 15 de abril de 1977). A última hora de la tarde, numerosos grupos de personas realizaron diversos intentos de manifestación en el centro de Madrid, respondiendo a la convocatoria del Frente, de Acción Republicana Democrática Española (ARDE), del Comité Regional de Castilla del Partido (Comunista de España (marxista-leninista) y del Movimiento Comunista para manifestarse en la plaza de España de Madrid (Informaciones, 15 de abril de 1977). Sobre las diez de la noche, una vez concluida la manifestación, fueron arrojados algunos cócteles molotov contra las sedes de algunos bancos, como las oficinas madrileñas del banco de Vizcaya o del Comercial Occidental de la calle de Alcalá. A ello se sumaron vuelcos de automóviles y levantamiento de barricadas y obstáculos en la vía pública con bancos y material de construcción. Cinco policías armados fueron lesionados con ocasión de los enfrentamientos (Informaciones, 15 de abril de 1977). En cuanto a incidentes fuera España, las oficinas de Ginebra de la compañía aérea Iberia sufrieron en el día un intento de ocupación por miembros frapistas (El País, 15 de abril de 1977). En cuanto a incidentes fuera España, las oficinas de Ginebra de la compañía aérea Iberia sufrieron en el día un intento de ocupación por miembros frapistas». (Antonio Martínez de la Orden; El Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP): Una aproximación histórica (1971-1978), 2015)

Esto venía a demostrar los métodos primitivos de la organización:

«A menudo tienen lugar fracasos como resultado de la inadmisible situación en la que se encuentran los camaradas de realizar trabajos en condiciones de ilegalidad en el mismo lugar durante varios años. Es imprescindible mover y desplazar a los cuadros de los partidos regularmente, enviando a la «retaguardia» a los trabajadores que ya sean conocidos por la policía y estén en peligro según sea oportuno. Por otro lado, el partido malgasta fuerzas significativas en la organización de diferentes manifestaciones convocadas en fechas conocidas por la policía –el día de la Comuna de París, el Primero de mayo, un día contra la guerra, el aniversario de noviembre, la Comuna del Cantón, etc.–. Al exigir que todos los miembros del partido participen en estas manifestaciones, así como la participación abierta de los principales cuadros en las acciones de huelga, el partido expone descuidadamente a sus cuadros, privándose así de la oportunidad de incrementar sus fuerzas». (Internacional Comunista; La situación en China y las tareas del Partido Comunista de China, 14 de abril de 1936)

Reflexionando sobre la histórica infiltración en los grupos revolucionarios se llega a la conclusión de que, pese al sabotaje y labor de chivateo, el topo está obligado por sus circunstancias a realizar la labor encomendada, pues de no hacerlo de forma sistemática será relevado o acusado de saboteador. Por tanto, el topo siempre cumple, quiera o no –por su propio bienestar–, una función útil al grupo donde ha penetrado y, en caso de no hacerlo, debe abandonar el mismo o será desenmascarado, peligrando su vida. Esto debe ser una lección a aprender, pues sin caer en el extremo de afirmar que la infiltración es inevitable y que no debemos preocuparnos por ella –todo lo contrario–, no debemos caer en la paranoia y el sectarismo que impiden conocer, aprovechar y probar el trabajo de diversos individuos. Hay que acostumbrarse a suprimir las murmuraciones y toda acusación a la ligera hacia un compañero, del mismo modo que se debe suprimir a aquellos que basan su crítica política única y exclusivamente en estos términos, más allá de que éstos sean ciertos o no.

Hoy encontramos que algunos de los miembros del antiguo PCE (m-l), personas que ya se encuentran en las filas de Podemos, Izquierda Unida o esa otra caricatura que es el PCE (m-l) actual, siguen arrastrando en su fuero interno una «clandestinitis» cuanto menos graciosa; es decir, una paranoia donde ven la mano de los «espías» y «provocadores» a cada paso, todo esto mientras no tienen ningún problema en mostrar todas sus acciones políticas en redes sociales a cara descubierta. ¡Una concepción de la seguridad curiosa, sin duda! Véase el capítulo: «De nuevo la importancia del concepto de «partido» en el siglo XXI» de 2020.


¿Las acciones reforzaron o debilitaron al partido?

«–José Dalmau: Sin embargo los costes fueron muy elevados para vosotros.

–Elena Ódena: Por supuesto pero no hay batallas sin pérdidas. Quizá fueron algo mayores de lo que cabía esperar. (…) El conjunto de militancia del partido eran camaradas inexpertos y con escaso encuadramiento». (Elena Ódena; Entrevista realizada para «Interviú» por el periodista José Dalmau, 17 de febrero de 1977)

La organización no solo tendría que enfrentar la represión del gobierno –que causaría un enorme número de bajas–, sino que, a la postre, el PCE (m-l) sufriría una escisión en verano de 1976, escisión que ponía en tela de juicio toda la línea política del partido. Trataremos este episodio en el siguiente capítulo. Véase el capítulo: «El gran cisma en el PCE (m-l) de 1976» de 2020.

Ante las acusaciones que generaron sus errores, los dirigentes del PCE (ml)/FRAP se limitaron a reconocer que éstos pudieron haber ocurrido, pero sin especificar cuáles, sin ejemplos concretos, tratándose de un mero formalismo que, quiérase o no, el militante medio no podía comprender, mucho menos un revolucionario que indagara en los años sucesivos pretendiendo entender dicha experiencia histórica:

«Dejando de lado a estos individuos, insistimos en que dentro de la actividad del partido desde el Iº Congreso de 1973, las acciones armadas han desempeñado un papel altamente positivo, lo cual no excluye el que se cometieran errores y fallos, errores y fallos de los que debemos sacar experiencias y lecciones para prepararnos mejor, ya que, como hemos dicho infinidad de veces, el partido no renuncia a la lucha armada. Esta es una cuestión de principios, una línea de demarcación entre marxista-leninistas y revisionistas y oportunistas de todo tipo». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Se puede decir que esta forma de encarar los problemas en un acto del calado de un congreso –que constituye el evento más vital para el partido comunista– solo daba munición para los fraccionalistas de 1976 que todavía tuvieran apoyos dentro del partido, o para reforzar los argumentos de su salida, pues en este evento habría sido menester elaborar un análisis completo de las acciones armadas, sus virtudes y defectos, comprender su relación con la salida de ciertos militantes –tuviesen razón o no en sus postulados–; inclusive era el momento de exigir responsabilidades a los organismos superiores por los desastres ocurridos.

En el congreso de 1977, la dirección general del PCE (m-l) justificaba las acciones como «positivas, pese a los costes»:

«Dentro de la actividad del partido en este periodo, debemos señalar la enorme campaña llevada a cabo para tratar de salvar a nuestros camaradas condenados a muerte y, después, como protesta por el asesinato de Xosé Humberto Baena, Ramón García Sanz, José Luis Sánchez-Bravo y los dos antifascistas vascos. Todo el partido, todas sus organizaciones, todos sus militantes se movilizaron admirablemente, encabezaron manifestaciones, organizaron mítines, etc., y la voz del partido y del FRAP llegó a todos los rincones del mundo –con la excepción de algún país «hermano» que boicoteó vergonzosamente aquella campaña y que se limitó a escribir que en España habían sido «fusilados cinco militantes de organizaciones de masas»–. El partido y el FRAP adquirieron un gran prestigio internacional, y en aquellas movilizaciones de millones de seres en el mundo, los auténticos marxista-leninistas se reforzaron. Fue, de rechazo, un golpe para el revisionismo que hasta entonces monopolizaba prácticamente el movimiento de masas a nivel internacional ya que, de repente, gracias a la acción de nuestro partido y del FRAP, gracias al heroísmo de nuestros inolvidables camaradas, las masas se lanzaron a la calle y los mismos gerifaltes revisionistas se vieron obligados a manifestarse para así tratar de no ser desbordados por sus propias bases». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Observemos la postura de Raúl Marco –que ha seguido manteniendo hasta la actualidad–:

«¿Qué cometimos errores y tuvimos fallos y carencias? Cierto, pero aparte de inexperiencia, de escasez de medios materiales, a pesar del alto precio pagado, fue necesario». (Raúl Marco; Ráfagas y retazos de la historia del PCE (m-l) y el FRAP, 2018)

Décadas después, uno de los máximos inspiradores de aquellas acciones y encargados de su supervisión aún sigue sin explicar a sus militantes y exmilitantes cuáles son esos errores. Y estamos seguros de que este rufián se irá a la tumba sin soltar prenda de todo lo que sabe. Lo lamentable es que nadie exigiera rendir cuentas a la dirección por estos errores de cálculo. En cualquier partido comunista decente Marco habría sido degradado, cuando no expulsado, por su negligencia. Y si alguien cree que exageramos, ahora están disponibles tanto en español como en inglés los documentos de la Internacional Comunista sobre líderes como Heinrich Brandler, Béla Kún, Bohumír Šmeral o el propio José Bullejos para, así, observar las críticas de las que fueron blancos y el destino que sufrieron por sus negligencias manifiestas. Estas negligencias van desde una mala planificación hasta las muestras de cobardía durante las insurrecciones. Realmente no es necesario valerse de casos tan extremos para relevar de su cargo a un dirigente incompetente.

El enorme precio pagado no era necesario, porque lejos de reforzar, hundió la reputación que hasta entonces había cosechado el PCE (m-l)/FRAP organizando la lucha de masas, y criticando precisamente el aventurerismo armado.


El ocaso de un mito: la disolución del FRAP (1978)

En 1978 el PCE (m-l) decidió suprimir el FRAP, el frente con el que hasta ahora se había identificado plenamente en su propaganda:

«En este mismo año, 1978, y dadas las nuevas circunstancias políticas y sociales, tanto a nivel del poder como del movimiento obrero y popular, el PCE (m-l), fuerza principal y dirigente, decidió suspender la actividad del FRAP, ya que en la nueva situación tanto los objetivos y las formas de lucha de una y otra organización coincidían en lo esencial en todos los terrenos». (Grupo Edelvec; FRAP, 27 de septiembre de 1975, 1985)

Hasta hoy la dirección no ha dado ninguna explicación plausible sobre su disolución, salvo peroratas como la que acabamos de leer. Aunque fuese tardíamente, la dirección comprendería la necesidad de adaptarse a las posibilidades del nuevo régimen, dado el mayor grado de posibilidades que comportaba para el desempeño del trabajo legal e, incluso, la participación en las elecciones. Véase el capítulo: «Replanteamientos, remodelaciones y choques internos de 1978-79» de 2020.

Pero, ¿qué tenía esto que ver con los puntos del FRAP emitidos en 1971 que, en su mayoría, seguían teniendo vigencia pese a la transformación del régimen franquista en una democracia burguesa con claros tintes autoritarios? La disolución solo podía responder a la incapacidad para movilizar a las masas bajo esos puntos, sin dejar de tener en cuenta que el FRAP era tachado frecuentemente de terrorista.

Algunos exmilitantes consideran que la disolución del FRAP fue motivada por la claudicación ideológica de la dirección, pues desde entonces el partido en su política frentista se centró demasiado en alianzas con republicanos no revolucionarios y, finalmente, el PCE (m-l) se apartó de sus propios objetivos, perdiendo poco a poco su esencia revolucionaria y contentándose con ciertas alianzas superficiales con restos marginales del republicanismo reformista, que no llevaban al partido a avanzar. Esto, a priori, puede parecer cierto viendo cómo el partido se acabó deslizando hacia el republicanismo pequeño burgués. Pero recordamos al lector que ese tránsito ocurrió mucho después, al menos a partir de 1986. Véase el capítulo: «Un deslizamiento hacia las clásicas desviaciones basadas en un republicanismo pequeño burgués» de 2020.

Volvemos a insistir en que debemos tener en cuenta que el FRAP, ya en el periodo de 1971-78, pese a su propósito de ser un «frente revolucionario» que agrupase a varias capas de la población y sus representantes, no logró cerrar las alianzas que pretendía, acabando por reunir las agrupaciones satélites del PCE (m-l), pero nunca a otras organizaciones antifascistas de importancia. Esto indica un déficit a la hora de influenciar a las militancias de base de otras organizaciones, un modelo errado en el modelo organizativo:

«Planteaba un modelo, por el cual se habían hecho las revoluciones tradicionales, de frente popular. El PCE (m-l) planteó el FRAP como frente popular, como alianza de clase [se refiere a la principal alianza obrero-campesina], y a tal fin se creó unas organizaciones a medida, no organizaciones que surgían de la realidad social, sino que él las creó. Creó la Unión Popular de Mujeres (UPM), la Unión Popular de Artistas (UPA), la Oposición Sindical Obrera (OSO), la Federación Universitaria Democrática de Estudiantes (FUDE) [también las Uniones Populares del Campo (UPC), la Federación de Estudiantes de Enseñanza Media (FEDEM)]. Esas organizaciones eran el PCE (m-l) y su entorno de simpatizantes. (...) Con todas esas organizaciones y con una pequeña organización socialista escindida del PSOE, cuyo dirigente era Julio Álvarez del Vayo, que había sido ministro de Asuntos Exteriores durante la II República, fundó el FRAP. El FRAP surgió intentando reconstruir un frente popular, un frente de masas, no surgió [simplemente] como grupos de autodefensa. (...) No nos vayamos a engañar, el FRAP era el PCE (m-l) y sus simpatizantes, no era un frente popular. Es la realidad, vista desde la distancia, otra cosa es la mística que se llegó a hacer sobre el mismo». (Entrevista de Adriana Catalá a Pepe Avilés, exmilitante del FRAP, 2015)

Claro que hacia la juventud hay que dedicar un tipo de agitación y propaganda concreta, pero, ¿eso justifica una «organización específica»? Por esa regla de tres, el partido revolucionario debería crear siempre organizaciones específicas dedicadas a las mujeres, intelectuales, soldados, campesinos, una rama sindical obrera, otra para los trabajadores del campo, y así sucesivamente para un sin fin de capas de la población. Esto no garantizará un mejor acercamiento hacia esos colectivos si no se solventan problemas más acuciantes, como el tener una línea política clara o el estudio de las necesidades de estos colectivos, con el planteamiento de sus soluciones bien sintetizadas y popularizadas.

El PCE (m-l) tuvo este tipo de organizaciones satélite a su cargo, pero eso no solucionó automáticamente la falta de influencia entre las mujeres –ni qué hablar hacia los campesinos o los soldados–. Este «creacionismo», sobre todo para un partido que acaba de nacer, supone crear más trabas burocráticas que otra cosa, así como un desperdicio evidente de energías. Ciertamente debe de existir dentro del partido una sección específica, una secretaria –si se quiere decir así–, que se dedique a abordar los problemas de la juventud, pero no como para que exista en sí una rama segregada del partido, ni mucho menos autónoma, pues las ramas y frentes «tapadera» no hacen sino diluir la popularización del partido sobre cuestiones genéricas que enlazan los intereses comunes de todo el pueblo trabajador, entre ellos, crear una conciencia socialista generalizada. 

Pongamos como ejemplo la cuestión de la mujer. ¿Acaso unas jornadas específicas para entender «la histórica situación de la mujer trabajadora en el capitalismo», o cualquier trabajo concreto hacia la mujer que desarrollase la rama femenina del partido no le incumbe de igual forma a los jóvenes estudiantes, intelectuales, sindicalistas obreros o campesinos del partido varones? El partido puede «adecuar» su propaganda a determinadas capas de la sociedad sin perderse en entramados de organizaciones satélites que suponen un doble gasto de energía. El programa del partido debe de dar cabida a todas estas reivindicaciones y a adaptarse a los diversos frentes de masas existentes recogiendo su voz y reivindicaciones. Esto no significa que, efectivamente, se puedan dar las condiciones para crear un verdadero frente con otras organizaciones o elementos sin partido, pero esta creación jamás debe ser mecánica, ni mucho menos debe responder a la necesidad de crear organizaciones fantasmas para hacer creer que se está en contacto con las masas. Si esto no se cumple, el partido comunista acabará con sus mil secciones y mil reivindicaciones concretas para cada sección particular bajo un cantonalismo de manual. Su acción será más cercana a las reivindicaciones parciales y actuar de los grupos eclécticos antifascistas y posmodernos contemporáneos que a una política de masas comunista.

Este defecto del «creacionismo» mecánico e indiscriminado de pequeñas ramas específicas del partido como sinónimo de «frente de masas», es un defecto ya clásico que es reproducido hoy por casi todas las organizaciones revisionistas, cualquiera que eche un vistazo al actual PCE (m-l), RC, PCPE, PCTE, PCE, etc. sabrá de lo que hablamos. En muchas ocasiones lo combinan con las alianzas con otros oportunistas sin principios. De este modo, creen estar solventando su estilo de trabajo desfasado. Aunque parezca una broma, con este tipo de formalismos que son estos frentes-fantasmas, unos piensan poder disimular estas carencias y otros creen que de verdad están creciendo en influencia. 

Volvamos a la política de frentes del antiguo PCE (m-l). A partir de 1976, el nuevo frente republicano de la Convención Republicana de los Pueblos de España (CRPE) –al menos, inicialmente– no rechazaba la unión con los republicanos de distinto tipo, siempre que no fuesen colaboracionistas del régimen, pero combatiendo dentro del frente las concepciones burguesas y pequeño burguesas, incluyendo los límites del pacifismo y el reformismo, tal y como se hacía en los años del FRAP. Véase el capítulo: «El gran cisma en el PCE (m-l) de 1976» de 2020.

La idea de que a partir de 1978 el PCE (m-l) se derechizó porque disolvió el FRAP parece ser precipitada, y parte más bien de exmilitantes conversos al anarquismo que en algún momento estuvieron en la órbita armada del FRAP, como Tomás Pellicer, quienes deseaban continuar con sus acciones armadas a toda costa. En realidad, justo en aquella época la dirección combatiría internamente los sucesivos intentos de reconciliarse con las organizaciones oportunistas a través de la cuestión de las alianzas y otros temas. Véase el capítulo: «La importante fracción de 1981 en el PCE (m-l)» de 2020.

Esta derechización empezó a ocurrir más tarde, sobre todo bajo la influencia de las coaliciones electorales de 1986-89, donde la dirección liderada por el dúo Marco-Chivite acabó cayendo en concepciones republicanas pequeño burguesas, rehabilitando al revisionismo patrio y ensalzando a cualquier figura pública de la socialdemocracia. Véase el capítulo: «El progresivo cambio en las alianzas: con los revolucionarios y progresistas honrados vs aliarse con los cabecillas oportunistas» de 2020.

Esto le ha ocurrido, en mayor o menor medida, a todos los partidos que van a parar al cenagal del revisionismo de forma progresiva o fulminante, cosa que se ve acentuada si se obtienen grandes cuotas electorales y grandes números de militancia:

«De allí la adaptación de la táctica parlamentaria de los partidos socialistas a la acción legislativa «orgánica» de los parlamentos burgueses y la importancia, siempre creciente, de la lucha por la introducción de reformas dentro de los marcos del capitalismo, el predominio del programa mínimo de los partidos socialistas, la transformación del programa máximo en una plataforma destinada a las discusiones sobre un lejano «objetivo final». Sobre esta base se desarrolló el arribismo parlamentario, la corrupción, la traición abierta o solapada de los intereses primordiales de la clase obrera». (Internacional Comunista; El partido comunista y el parlamentarismo; IIº Congreso de la Internacional Comunista, 1920)

Aunque para que surja esta adaptación oportunista al sistema no es necesario ni siquiera que el partido fragüe un éxito en las elecciones burguesas, ya que con el PCE (m-l) jamás se dio tal caso: todo lo contrario, ocurrió al presentarse en 1979, 1982 o 1989. Véase el capítulo: «El triunfalismo en los análisis y pronósticos» de 2020.

En todo caso el bajo rendimiento electoral puede ser una de las razones que hizo que la dirección empezase a ver con buenos ojos forjar alianzas extrañas con elementos derechistas sin nula incidencia entre las capas populares, como fue el caso de la infame coalición con el Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE) en 1989, organización que Elena Ódena y el PCE (m-l) antaño habían criticado con saña por su extremo oportunismo. 

Un defecto así no suele ser fortuito ni debido únicamente a la cuestión electoral, pues suele estar ligado a los defectos organizativos, de agitación y propaganda del partido, de la postura del partido frente al revisionismo en general y en particular al que tiende al reformismo; de ahí que a nivel internacional el PCE (m-l) rehabilitase todo revisionismo que antes combatía: el castro-guevarismo, el jruschovismo, el maoísmo, el tercermundismo, etc. Véase el capítulo: «De la aplicación del internacionalismo a la reconciliación con el revisionismo» de 2020.

Como epílogo a estas cuestiones que, efectivamente, deben ser asimilados y comprendidos por todo marxista-leninista, debemos recordar que el partido comunista marxista-leninista debe entender lo siguiente:

1) Sin un método y estilo de trabajo correcto la organización proletaria no puede avanzar, se queda anquilosada y, tarde o temprano, se desvía y es liquidada.

2) Si se ignora el estado de concienciación de las masas, si se cree que el cambio de conciencia política es automático en la mayoría de población, incluso en períodos de crisis, se está en las antípodas del marxismo. Este cambio se produce lentamente y bajo el impulso de una organización seria y paciente.

3) No debe creer que no habrá persecución por parte del Estado burgués, ya que su actividad revolucionaria propicia el choque entre las fuerzas del proletariado y las fuerzas y cuerpos del Estado burgués. No debe crear ilusiones sobre el trabajo «legal» y caer en el «cretinismo parlamentario» de derecha y la creencia del «tránsito pacífico al socialismo» bajo el régimen parlamentario burgués. Tampoco debe creer que las cuestiones clave pueden ser resueltas bajo el parlamentarismo. Su objetivo debe ser preparar al partido para la toma de poder.

4) No debe limitar su lucha a la «legalidad» burguesa, sino combinarla con la lucha clandestina y unir ambas para cimentar el camino hacia la revolución. El grupo que solo tiene en cuenta la lucha clandestina se acaba convirtiendo en una agrupación aventurera y conspiradora, y el que solo tiene en cuenta la lucha legal se acaba convirtiendo en un parlamentarista y legalista burgués.

5) No debe tener miedo a desenmascarar la falsedad de la democracia burguesa, mostrando a las masas populares la verdad detrás de su mito y contraponiéndola siempre a la democracia proletaria. Se deben popularizar, pues, los principios del comunismo a viva voz.

6) No debe temer violar la legalidad burguesa cuando sus actos supongan un avance para el movimiento, pues la burguesía viola diariamente su propia legalidad y ha de saberse que, para el proletariado, violar la constitución y legalidad burguesas es la única forma de ver nacer una sociedad nueva, libre de la esclavitud asalariada.

7) No debe subordinar la existencia legal de su organización a una renuncia pública de sus principios.

8) No debe perder la independencia de sus puntos programáticos, ni siquiera cuando contrae alianzas con otras agrupaciones progresistas, sino que debe popularizar dentro de esta alianza sus principios revolucionarios para que se acaben imponiendo dentro del campo progresista. De otro modo, el partido comunista se acaba fusionando con organizaciones y tendencias ideológicas no proletarias, adoptando así sus defectos y vicios. 


El oportunismo lejos de superar los mitos se esfuerza por sostenerlos por sentimentalismo y conveniencia

Ya en 1977, durante el IIº Congreso del PCE (m-l), se esgrimió la idea de que las acciones armadas del FRAP no podían ser terroristas porque este había tenido o tenía las simpatías y apoyo de parte del pueblo –como si eso tuviera algo que ver con el hecho objetivo de la acción cometida–. En el documento anexo llamado «Algunas cuestiones sobre la lucha armada, la insurrección y la guerra popular» se decía:

«Esto no significa que todas aquellas acciones armadas que no logren, desde un principio, todo el apoyo popular, se convierten en actos terroristas. (...) Las propias masas, por centenares de miles, respondían a esta odiosa campaña reaccionaria con una consigna que resume todo el problema: ¡Vosotros fascistas sois los terroristas!». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Esto era literalmente transmutar el significado de palabras como «terrorismo», el cual según la RAE significa literalmente: «Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror». Para los jefes del PCE (m-l), sin embargo, su violencia no puede ser nunca de carácter terrorista. Esto tiene estrecha relación con la idealización populista de la propia organización. De aquí se deriva que muchos de estos grupos no reconozcan que buscan establecer una dictadura política sobre otra parte, sino que simplemente «domina políticamente» a secas, no se verá obligada a practicar la violencia para quebrar la resistencia enemiga, sino «la legítima autodefensa», etc. Al fin y al cabo eufemismos que eluden llamar a las cosas por su nombre bajo un halo de victimismo. Esto, lejos de ser una exposición consecuente y real, es una forma de manipular a la población y de llevar al autoengaño a los propios ejecutores. Ejemplos de estas tendencias hay a miles.

Hoy, como ayer, Raúl Marco, emplea la demagogia para defender el error de apreciación en las acciones armadas del FRAP y su responsabilidad personal política y moral:

«El FRAP no fue una organización terrorista, sus acciones nunca fueron contra objetivos civiles, sus militantes eran luchadores del pueblo contra la dictadura. Muchos de ellos fueron torturados, algunos hasta la muerte». (Raúl Marco; Otra vez, algunas precisiones sobre el FRAP, 2020)

No reconocer que el FRAP cayó en el terrorismo porque «la lucha no fue contra civiles» es un argumento ridículo. Que los blancos fuesen civiles o fuerzas del orden no determina el carácter objetivo de lo que es propiamente una acción terrorista. El terrorismo es terrorismo siempre, objetivamente hablando. Otra cuestión muy diferente son las motivaciones, el número de personas que lo ejerzan o el apoyo de las masas ante tales acciones, pero nada de esto altera su esencia. Tampoco cambia la naturaleza aventurera de las acciones armadas, el ataque a blancos indiscriminados, la falta de preparación técnica, ni tampoco otros hechos, como son la represión sufrida por el grupo revolucionario o el carácter fascista del régimen que combaten. Esto es un ejercicio de diversionismo extremo que han utilizado todas las bandas para justificar sus acciones desesperadas. Un anarquismo jesuita, como Marx tachaba las ideas hipócritas de Bakunin recogidas en el «Catecismo revolucionario».

El propio PCE (m-l) realizaba en 1977 una distinción entre las acciones armadas de los grupos terroristas y la de los grupos revolucionarios, queriendo colocarse en este segundo bloque, aunque a cada estrofa más se evidenciaba que su dirección vivía muy alejada de la realidad:

«El terrorismo individual basado en acciones armadas asiladas de la lucha, de los sentimientos y las aspiraciones de las masas; el terrorismo individual que apunta a que los grandes problemas de la revolución sean resueltos por el testimonio individual de un puñado de héroes y no por las masas organizadas; el terrorismo de los nihilistas que no son capaces de concebir más perspectivas de lucha que las acciones desesperadas... es una cosa. Pero las acciones armadas en un inicio pequeñas, contadas, pero perfectas militarmente, pero que están en consonancia y armonía con los sentimientos y aspiraciones de las masas; las acciones armadas concebidas como una forma de lucha entre otras y que abren camino al movimiento de masas debido a que están en perspectiva de la movilización general». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

En cambio, como ya ha quedado más que demostrado con toda nuestra documentación, la endeble estructura logística, la falta de seguridad y previsión ante la represión y la falta de perspectivas políticas sobre el fin de dichas acciones, más bien colocaban al FRAP y su desempeño militar dentro del primer bloque: sus acciones armadas ni eran «perfectas militarmente», ni estaban «en consonancia» con el estado de ánimo de las masas» y ni mucho menos se estaban encuadradas en la «perspectiva de la movilización general» para acabar con el régimen.

¿Qué otro pretexto se usa, todavía a día de hoy, para negar el carácter objetivo de las acciones armadas de 1975? Distraer al oyente con sentimentalismo lacrimógeno hablando del carácter reaccionario y represivo del régimen:

«Carlos Hermida: El mito del terrorismo. Frente a la violencia estructural y terrorista del franquismo la necesaria llamada a la resistencia popular y la lucha armada revolucionaria. Los terroristas no eran los militantes del PCE(m-l) y el FRAP, que eran luchadores republicanos, comunistas, antifascistas, antifranquistas «que tuvieron el valor de enfrentarse al fascismo»; si no la dictadura franquista que practicaba el terrorismo a diario». (Presentación del libro de nuestro camarada Raúl Marco, 27 de junio de 2018)

Se trata del mismo ejercicio de contorsionismo que intentaban realizar en su día el peronismo, el maoísmo o el guevarismo para eludir responsabilidades:

«Como respuesta a la persecución del régimen y ante la incapacidad de ganarse a las masas trabajadoras, los grupos guevaristas tuvieron un claro apego al terrorismo sin conexión con las masas, creyendo que el carácter reaccionario y represivo bastaba para justificar su metodología anarcoide». (Equipo de Bitácora (M-L); ¿Por qué no puede considerarse al «Che» Guevara como marxista-leninista? He aquí las razones, 2017)

«El propio Hasél cuando fue preguntado si apoya la ideología y métodos de estas bandas, solo pudo contestar desviando la atención que para él lo que sí es violencia es la muerte de inmigrantes que intentan llegar a un lugar mejor. Valtonyc ante la misma pregunta dijo hace poco que para él lo que si es condenable son las muertes por violencia machista. Es decir, hablan hasta del sexo de los ángeles con una claridad nítida, pero de sus propios referentes no hablan claro a la hora de la verdad, básicamente porque no hay por donde coger varias de sus acciones y justificarlas ante un gran público con algo de cordura». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

Lejos de lo que ha propalado el revisionismo, el marxismo no apoya cualquier tipo de lucha en cualquier situación:

«El camino que los populistas habían elegido para luchar contra el zarismo, el camino de los asesinatos individuales, el camino del terror individual, era falso y perjudicial para la revolución. La política del terror individual respondía a la falsa teoría populista de los «héroes» activos y la «multitud» pasiva, que aguarda las hazañas de los «héroes». Esta falsa teoría preconizaba que sólo unos cuantos individuos destacados hacen la historia y que la masa, el pueblo, la clase, la «multitud», como la llamaban despectivamente los escritores populistas, es incapaz de realizar acciones conscientes y organizadas y no puede hacer más que seguir ciegamente a los «héroes». Por eso, los populistas renunciaron a realizar un trabajo revolucionario de masa entre los campesinos y la clase obrera, y emprendieron el camino del terror individual. Los populistas obligaron a uno de los mejores revolucionarios de aquel tiempo, Stepán Jalturin, a abandonar su labor de organización de una Liga obrera revolucionaria para entregarse por entero al terrorismo.

Los populistas desviaban la atención de los trabajadores de la lucha contra la clase opresora con el asesinato, inútil para la revolución, de unos cuantos representantes individuales de dicha clase. Con esto, frenaban el desarrollo de la iniciativa y las actividades revolucionarias de la clase obrera y de los campesinos.

Impedían a la clase obrera comprender su papel dirigente en la revolución y entorpecían la creación de un partido de la clase obrera independiente.

Aunque la organización clandestina de los populistas fue destruida por el gobierno del zar, las ideas del populismo se mantuvieron todavía durante mucho tiempo entre los intelectuales de tendencias revolucionarias. Los restos del populismo oponían una resistencia tenaz a la difusión del marxismo en Rusia y entorpecían la organización de la clase obrera.

He aquí por qué, en Rusia, el marxismo sólo podía desarrollarse y fortalecerse luchando contra el populismo.

El grupo «Emancipación del Trabajo» desplegó la lucha contra las falsas ideas de los populistas, señalando el daño que esta doctrina y sus métodos de lucha causaban al movimiento obrero.

En sus trabajos dirigidos contra los populistas, Plejánov puso de manifiesto que sus doctrinas no guardaban la menor relación con el socialismo científico, aunque sus portavoces se llamasen también socialistas.

Plejánov fue el primero que hizo una crítica marxista de las falsas ideas del populismo. Al descargar certeros golpes contra las ideas populistas, Plejánov hacía, al mismo tiempo, una brillante defensa de las ideas marxistas». (Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética; Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1938)

Que el régimen sea más o menos represor, que sea democrático-burgués o fascista, no cambia el hecho de que cuando, por ejemplo, los Montoneros colocaban un coche-bomba en una calle de Buenos Aires o acribillaban a balazos a un objetivo del régimen, este pequeño comando estaba cometiendo objetivamente una acción terrorista, otra cosa es el fin o las justificaciones que los autores quisieran dar. Algo muy diferente de la guerra de guerrillas urbana que ellos tenían en la cabeza, puesto que:

«La lucha de guerrillas es una forma inevitable de lucha en un momento en que el movimiento de masas ha llegado ya realmente a la insurrección y en que se producen intervalos más o menos considerables entre «grandes batallas» de la guerra civil». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Guerra de guerrillas, 1906)

De no entenderse estos lineamientos básicos se deriva la común aparición de escenas aventureras de las que los comunistas debían señalar claramente estas desviaciones:

«En Polonia, todo un partido –la llamada «prawica» del PSP– se rompió la cerviz en una lucha guerrillera impotente, en el terror y los fuegos de artificio, en aras de las tradiciones insurreccionales y de la lucha conjunta del proletariado y el campesinado. (...) En ningún sitio, a excepción de Polonia, hemos visto un apartamiento tan insensato de la táctica revolucionaria, apartamiento que suscita justa resistencia y lucha. (...) ¿Y acaso el hecho de que precisamente en Polonia, y solo en Polonia, haya prendido la táctica adulterada e insensata del anarquismo, que «hace» la revolución, no se debe a que las condiciones no permitieron desarrollar allí, aunque fuese por breves instantes, la lucha armada de masas? ¿Acaso la tradición precisamente de esa lucha, la tradición de la insurrección armada de diciembre de 1905, no es a veces el único medio para superar las tendencias anarquistas en el seno del partido obrero, no con la moral estereotipada, filistea, pequeño burguesa, sino pasando de la violencia sin objetivo, absurda y diseminada, a la violencia con un objetivo, de manera vinculada al amplio movimiento y a la exacerbación de la lucha proletariado directa?». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Del artículo «Apreciación de la revolución rusa», 1908)

Las variadas bandas terroristas de Europa y América, como los populistas rusos de ayer, se caracterizaban porque:

«Profesaban ideas falsas y nocivas en cuanto a la marcha de la historia humana en general. No conocían ni comprendían las leyes que rigen el desarrollo económico y político de la sociedad. Eran, en este respecto, gente completamente atrasada. Según ellos, la historia no la hacen las clases ni la lucha de clases, sino unas cuantas personalidades ilustres, los «héroes», detrás de los cuales marchan a ciegas las masas, las «multitudes», el pueblo, las clases». (Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética; Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1938)

El lector tiene a su disposición un repaso al destino de los grupos que hicieron del terrorismo su seña. Véase el capítulo: «Un repaso a la metolodogía del terrorismo y sus resultados» de 2017.

Algunos deberían reflexionar sobre qué liberó realmente a los pueblos de Europa del fascismo durante 1944-45, si los atentados esporádicos contra los ocupantes, o el ejército popular organizado y dirigido por los respectivos partidos comunistas. Quizás debieran repasar lo que la Internacional Comunista decía de los atentados terroristas. Pero bueno… ¡que cada uno elija a sus referentes! En no pocas ocasiones grupos que querían estar más a la «izquierda» que nadie, como RC o el PCE (r), intentaron hacer creer que se distancian del terrorismo indiscriminado y demencial del nacionalismo de ETA, presentándose a ratos como «críticos» con algunos puntos de su línea. No fue más que un vano intento, pues siempre han realizado una apología y un repugnante seguidismo a su organización, comprando las justificaciones de su propaganda manchadas de sangre obrera. Véase el capítulo: «El desarme y la próxima disolución de ETA y las posturas de los seguidistas de siempre» de 2017.

Cabe decir lo mismo de quienes glorifican las desastrosas acciones del FRAP y las toman como paradigma, en vez de reivindicar otros aspectos positivos de su actuación política. Pero esto no pude ser de otra forma, pues, como los trotskistas eclécticos y los viejos pistoleros románticos del anarquismo, a estos individuos les excita el terrorismo y se empeñan en defender a capa y espada cualquier cosa que huela a pólvora. Lo hilarante de la situación es que hacen esto mientras, en lo ideológico, son condescendientes con el reformismo:

«Las vacilaciones sin principios a la «izquierda» y la derecha, la unidad a veces con los oportunistas de extrema derecha y en otras ocasiones con los elementos extremistas y aventureros de «izquierda», es también un rasgo característico de los conceptos y actitudes de los trotskistas. (...) Por un lado los trotskistas ponen por los cielos el uso de la violencia al azar, apoyan e incitan a los anarquistas y los movimientos de «izquierda» que carecen de perspectiva y de un programa revolucionario claro, trayendo una gran confusión y desilusión en el movimiento revolucionario, como las revueltas caóticas de los grupos armados o la guerra de guerrillas no basadas en un amplio movimiento de masas organizado». (Agim Popa; El movimiento revolucionario actual y el trotskismo, 1972)

Esta es la realidad viva del oportunismo moderno, mucho formalismo, pero poco contenido; mucho radicalismo verbal, pero unidad con el oportunismo. El aventurerismo y el terrorismo son tan perjudiciales como el cretinismo parlamentario y el pacifismo insulso. A quien no entienda eso todavía sentimos notificarle que aún no ha sido capaz de asimilar el ABC del marxismo. Véase el capítulo: «¿Históricamente los reformistas no han contraído alianzas y han comprado el guion propagandístico de los grupos terroristas y viceversa?» de 2017.

Curiosamente, fue en 1986, justo cuando PCE (m-l) empezaba a torcerse hacia la derecha adoptando de pleno un republicanismo reformista, cuando sus publicaciones empezaron a traer a colación un discurso populista y del todo idealista para avalar a sus aliados internacionales. Este ideario reza que no se puede criticar a un grupo armado que lucha contra un régimen opresor. Así pues, en un artículo titulado: «A propósito de la situación en Chile. La violencia revolucionaria y los marxista-leninistas», el «camarada Raúl Marco» promulgaba lo siguiente:

«Si uno se dedica a lucubrar sobre el carácter confuso de tal o cual grupo armado, o a sonreír con desprecio ante la «inconveniencia» de tal o cual acción, todo indica que el veneno del oportunismo está corrompiendo el cerebro de quien lo hace. O que la cobardía le nubla la vista». (Vanguardia Obrera, Nº 561, 1986)

¡¿Y todavía hay quien se pregunta por qué criticamos tanto a este hombre?! Este tipo de teorías son las que han contribuido a que no se criticase como es debido a grupos armados chilenos como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), grupo guevarista-trotskista que propagó entre el movimiento obrero chileno e internacional varias teorías antistalinistas extraídas del manual del maoísmo, jruschovismo y el titoísmo, por no hablar de sus propias concepciones tercermundistas sobre política internacional o su celo con el terrorismo individual como concepto de revolución. ¿Qué dijo Enver Hoxha de elementos como el Che Guevara? Que nadie dudaba de su valentía en la lucha armada –como la puede tener y la han tenido anarquistas, socialdemócratas o liberales–, pero que había que esclarecer lo erróneo de sus concepciones ideológicas, inclusive condenar su idealismo-voluntarista en cuestiones militares. De otro modo, estaríamos vanagloriando ideas antimarxistas en coro con los revisionistas, los cuales viran tanto a la izquierda como a la derecha en la cuestión armada –el castrismo, mismamente, pasó de promover el aventurerismo armado en los años 60 a recomendar el cretinismo parlamentario desde los años 70 en adelante–:

«No podemos decir que Che Guevara y sus compañeros fuesen cobardes. ¡No, en absoluto! Por el contrario, eran valerosos. También hay burgueses valientes. Pero héroes, revolucionarios proletarios, hombres valientes verdaderamente grandes son únicamente los que se guían por los principios filosóficos marxista-leninistas y se ponen en cuerpo y alma al servicio del proletariado mundial y de la liberación de los pueblos del yugo imperialista, feudal, etc. (...) Su izquierdismo es un izquierdismo burgués y pequeño burgués, entrelazado con algunas ideas progresistas pero al mismo tiempo también anarquistas, lo que a fin de cuentas conduce al aventurerismo. (...) En nuestra opinión, la teoría de que la revolución la hacen unos cuantos «héroes», representa un peligro para el marxismo-leninismo, particularmente para los países de Latinoamérica. En su continente del Sur existen grandes tradiciones revolucionarias, pero, como acabamos de señalar, también hay otras que son revolucionarias en apariencia, pero que en realidad no siguen la verdadera línea de la revolución. ¡Cualquier putsch que se perpetra allí es considerado como una revolución! Pero jamás un putsch puede ser una revolución, porque el lugar de la camarilla derrocada pasa a ocuparlo otra, es decir que todo sigue igual que antes. (...) Los autores de la teoría de que el «motor pequeño» pone en movimiento el «motor grande», pretenden hacer creer que están por la lucha armada, pero en realidad están en contra de ella y trabajan para desacreditarla. El ejemplo de Che Guevara y su trágico fin, la difusión y aplicación de esta teoría por otros que se dicen marxistas, pero que están en contra de las luchas de gran envergadura, masivas y populares, son hechos públicamente conocidos que refutan sus prédicas. ¡Guardémonos del pueblo porque puede traicionarnos, delatarnos a la policía; formemos guerrillas «salvajes» y aisladas que –supuestamente– sean desconocidas por el enemigo y este no desate el terror contra el pueblo! Estas y muchas otras teorías disolventes, que ustedes conocen bien, son difundidas por ellos. Atacar al enemigo con estas guerrillas «salvajes», combatirlo con ellas, etc., sin que el partido marxista-leninista asuma la dirección de esta lucha ¿puede haber aquí algo de marxismo-leninismo? Por el contrario. Estas teorías antimarxistas y antileninistas sólo pueden ocasionar fracasos al marxismo-leninismo y a la revolución, tal como fracasó en Bolivia la empresa de Che Guevara. (...) Con la muerte de Che Guevara las masas sencillas infectadas de las influencias que ejercen sobre ellas las concepciones anarquistas pensarán que ¡ya no hay quien las dirija para liberarse! O bien puede surgir un nuevo grupo de personas como el de Che Guevara y echarse a las montañas «para hacer la revolución». Es posible que las masas que esperan mucho de ellas, ansiosas de luchar contra la burguesía, se dejen engañar y les sigan. Y entonces ¿qué ocurriría? Ocurriría lo que para nosotros es evidente. Dado que estas personas no constituyen, la vanguardia de la clase obrera ni se guían por los luminosos principios del marxismo-leninismo, se encontrarán con la incomprensión de las amplias masas y tarde o temprano fracasarán, pero junto con ello se desacreditará ante las masas la verdadera lucha, la lucha armada, porque estas la mirarán con desconfianza. Debemos preparar a las masas política, e ideológicamente y convencerlas por medio de su experiencia práctica». (Enver Hoxha; El puño de los comunistas marxista-leninistas debe también golpear enérgicamente el aventurerismo de izquierda, como engendro del revisionismo moderno, 1968)

Esto que proponía Raúl Marco, evitar la crítica a la lucha armada de un grupo porque «al menos se batía con arrojo», es un error tan viejo como oportunista que ya hemos refutado en multitud de ocasiones –algo que hoy todavía sus fieles repiten como papagayos–:

«El hecho de tomar las armas como sabemos no significa ser representante de la clase obrera, marxista-leninista, ni siquiera revolucionario. Pero la teoría de que al ser marxista-leninistas o al menos verdaderos revolucionarios hay que perdonar ciertas desviaciones del proceso, como dando a entender que «es lo mejor que hay», es lo más patético que puede escucharse, es la teoría del «mal menor». Los verdaderos marxista-leninistas no hacemos «la vista gorda» cuando vemos que un camarada o un partido hermano incurre en un error, no aludimos a su carácter marxista-leninista para pasarle uno, dos o más errores, al revés el perdonar o ser condescendientes con las desviaciones es lo que podría hacer perder el carácter revolucionario y marxista-leninista a nuestro camarada o partido hermano, por lo que jamás transigimos con ello, lo criticamos con educación y paciencia. Del mismo modo el internacionalismo proletario está reñido con el sentimentalismo, el compadrazgo, él no permite sino que presupone la crítica a todas las variantes antimarxistas del panorama internacional, usen las armas o no. (...) Sobre la acusación de que señalar las desviaciones antimarxistas de un movimiento político que se reivindica como marxista es caer en el teoricismo, el doctrinarismo y que no ayuda a nada, es un despropósito. De lo que se deberían preocupar estos elementos es de tener el suficiente nivel ideológico como para saber discernir si las críticas emitidas tienen algo de sentido, ya que, de ser ciertas, el movimiento político que está siendo criticado está usando la bandera de una doctrina a la que está ensuciando. De hecho, de lo que adolece el movimiento marxista-leninista de hoy en día es de verdaderos teóricos que analicen los movimientos locales e internacionales, históricos o presentes, pues la inoperancia predomina por doquier, y lo que prima es el seguidismo y el sentimentalismo, que muchas veces conduce a apoyar a grupos y figuras antimarxistas. Además, los conocimientos teóricos son necesarios para que en la práctica de la estrategia militar de toma de poder no se caiga en desviaciones como el aventurismo o el terrorismo, o para que una organización armada que llegue al poder no sea usurpada por elementos oportunistas debido al bajo nivel teórico y que usen la victoria militar para implantar un régimen capitalista-revisionista. Hay que empezar a considerar de una vez por todas el marxismo-leninismo como una ciencia, y como dijeron los clásicos, respetarla estudiándola concienzudamente. Así que lo sentimos, pero la formación teórica no es que sea importante, sino que es primordial, y criticar las desviaciones antimarxistas no es un pasatiempo, no es un capricho, es necesidad viva, ya que, si el agricultor necesita separar el trigo de la paja para un buen resultado, los marxista-leninistas necesitamos separar el marxismo-leninismo del revisionismo para que la revolución llegue a buen cauce». (Equipo de Bitácora (M-L); Una reflexión necesaria sobre las FARC-EP, los acuerdos de paz y la historia de las guerrillas en Colombia, 2016)


¿Se puede considerar al FRAP como un grupo terrorista como se ha dicho generalmente?

Muniesa, pese a su bagaje ideológico alejado del marxismo, en su análisis sobre el FRAP, realiza un interesante análisis sobre su trayectoria, finalizando con una reflexión que es cierta en gran medida: el FRAP no puede ser considerado un grupo terrorista porque sus acciones armadas representan una ínfima parte de lo que caracterizó su trabajo y siendo, además, que no se fundó con tales intenciones:

«Debido a la decisión que la dirección del FRAP tomó en un momento determinado en relación con la creación de grupos específicos para llevar a cabo acciones armadas contra las instancias del poder del franquismo, se ha tratado de reducir toda su actividad y todo lo que fue la historia de la organización a las por otra parte muy escasas acciones que el FRAP llevó a cabo en este sentido.

Esta tergiversación, obviamente subordinada a la estrategia diseñada desde el poder de criminalización de todo discurso disidente del oficial en cuanto a los problemas políticos del país, ha tratado en todo momento de introducir en el imaginario colectivo la idea de que el FRAP fue un grupo «terrorista».

Tal aseveración es simplemente una falacia. En un contexto de durísima represión, con centenares de represaliados, encarcelados, torturados, respondiendo el régimen a la contestación popular que el FRAP potenciaba con un grado máximo de violencia, el FRAP empleó por un tiempo muy limitado una respuesta a esa represión en esa misma dirección, siendo esta medida fuertemente contestada por amplios sectores de la organización y sobre la cual muchos de sus militantes piensan que fue un error desde el punto de vista táctico y estratégico. Desde los sectores mediáticos más directamente vinculados al poder, la falacia de que el FRAP era un grupo terrorista se ha repetido hasta la saciedad, en la confianza quizá de aquello que en cierta ocasión se dijo que si una mentira se repetía mil y una veces, acababa por convertirse en una verdad.

Pero tal argumentación no se sostiene. El FRAP fue una organización de lucha contra el franquismo, un frente de masas por supuesto muy activo, que logró tener una incidencia real en la España de aquel momento, que se destacó en el movimiento obrero y sindical, en el mundo del campo, en la cultura, en los movimientos sociales y ciertamente formó en la recta final de su trayectoria grupos armados dentro de esa circunstancia excepcional de la historia de España contemporánea para defenderse y responder contundentemente a un régimen asesino que solo utilizaba la violencia contra cualquier clase de oposición.

Pero NUNCA un grupo «terrorista». (Mariano Muniesa; FRAP: memoria oral de la resistencia antifranquista, 2015)

Colgarle el sambenito de organización «terrorista» a un partido porque en un determinado momento de entre de los más de 30 años de actividad sufrió una desviación de ese tipo es una simplificación enorme. Ahora, nosotros no negamos, como Muniesa, que el FRAP, en sus siete años de vida conformó comandos para ejecutar una serie de acciones armadas, las cuales, por sus características operacionales y su justificación, se ajustan a los clásicos atentados propios del terrorismo individual contra los individuos de los cuerpos represivos.

Algunos parecen olvidan que el terrorismo es terrorismo, más allá del régimen que impere, y es una forma de lucha armada que nunca puede ser la principal o única que ejerza un partido comunista por las razones ya expuestas.

«Camarada Stalin: Ustedes preguntan si la organización del partido puede hacerse responsable de la sentencia de muerte de un miembro del partido sobre el cual han surgido dudas sobre su devoción. No puede. Lenin siempre pensó que la más alta forma de castigo el cual el Comité Central del partido puede aplicar es la expulsión del mismo. Pero, cuando el partido llega al poder y algunos de sus miembros rompen las leyes de la revolución, entonces el gobierno ejerce la fiscalización como su responsabilidad. Uno puede deducir a partir de algunos de sus documentos que los camaradas frecuentemente se inclinan al lado del terror individual en relación con el enemigo. Si nos preguntan sobre esto a nosotros, los camaradas rusos, entonces nosotros debemos decirles que entre nosotros el partido siempre está entrenado en aras de negar el terror individual. Si nuestra propia gente lucha en contra de los dueños de las tierras y este es asesinado en una escaramuza, nosotros no consideraríamos eso como terror individual ya que las masas participaron en el hecho. Si el partido mismo organiza grupos terroristas para que éstos asesinasen al propietario de la tierra y esto se hace sin la participación de las masas, entonces nosotros siempre estaremos en contra de esto ya que no apoyamos el terror individual. Tales operaciones activas de terror individual cuando las masas están en condición pasiva, mata el espíritu de la actividad misma de las masas y aún más, juzgaran los asuntos de la siguiente manera: no nos podemos adentrar en esta actividad cuando son los héroes quienes trabajarán en nuestro nombre. Por lo tanto, hay unos héroes por un lado y por el otro lado la muchedumbre quien no participa en la lucha. Desde el punto de vista del entrenamiento y la organización de la actividad de las masas, tal punto de vista es peligroso. En Rusia existió tal partido, el Partido Social-Revolucionario, que tuvo grupos especiales para aterrorizar a los principales ministros. Siempre nos mantuvimos en contra de este partido. Este partido perdió todo crédito entre las masas. Nosotros estamos en contra de la teoría de los héroes y la muchedumbre». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Grabación de las Discusiones de Stalin con los Representantes del Comité Central del Partido Comunista de la India, Camaradas Rao, Dange, Ghosh y Punniaiah, 8 de febrero de 1951)

Según la interpretación oficial del PCE (m-l) en diferentes épocas y dependiendo de la figura que hablase, justificaron siempre las acciones del FRAP como «acciones-respuesta a la represión», y en otros casos, como «una primera oleada de acciones que debían dar lugar a otras de mayor grosor», lo que obviamente no se consiguió. Sea una cosa y otra, no cambia el carácter objetivo de las acciones armadas: realizadas con un puñado de personas, sin conocimiento ni apoyo real entre las masas como para enfrentar la represión ni para aumentar el grado de las acciones en caso de tener éxito, con pésimo armamento, sin una selección de blancos precisa y sin un plan de escape en caso de fracasar. Estos rasgos, algunos directamente y otros indirectamente, evidencian ante lo que fue: métodos de organización primitivos con planes descabellados.

Sea como sea por su fisonomía el FRAP se aleja bastante de los rasgos de las clásicas bandas terroristas de años posteriores por varias razones, pero sin duda negar que cayó preso del terrorismo individual en algunas de sus acciones sería tomar el pelo a la gente. 

Dígase de paso, que es absurdo, como han hecho algunos falsos ilustrados del tema, el tratar de comparar como similar el carácter del PCE (m-l)/FRAP con el PCE (r)/GRAPO:

«El GRAPO son los herederos del FRAP absolutamente. Entre el FRAP y el GRAPO hay unas relaciones estrechísimas, que nunca se han abordado porque el FRAP nunca han querido reconocerlas, ni el GRAPO tampoco, porque eran grupos rivales». (Periodista Digital; Catalán Deus (ex FRAP): «No entiendo a los jóvenes que creen que la violencia es la solución», 2017)

Esto es falso por obvias razones:

a) El FRAP no fue una organización fundada con meros objetivos armados que se debiesen ejecutar desde el principio fuese como fuese. El FRAP era un frente antifascista y patriota fundado en 1971 con ramificaciones socio-políticas de diversa índole, un frente que aunque juzgado su capacidad erróneamente, solo desplegó acciones de relevancia entre 1973-75. El FRAP insistió oficialmente al menos hasta 1978 en que se podían avecinar nuevas acciones armadas, pero no las llevó a cabo porque no creía poder asegurar un resultado diferente al de 1975. En cambio, los grupos terroristas nacen, se desarrollan y mueren bajo un aspecto predominantemente militar en su línea y actividad política, es más, no pueden concebir su existencia sin tales acciones. El PCE (r) por ejemplo, se fundó como pretendido partido en 1975 y en ese mismo año fundó su frente armado el GRAPO, lanzándose a las acciones armadas y ello a pesar de ser unos desconocidos entre las masas.

b) El PCE (m-l) a diferencia del PCE (r) sí tuvo cierta presencia, aunque insuficiente entre las masas cuando decidió ejercer las acciones armadas. Fue considerado por los propios servicios franquistas la segunda organización tras el PCE con más influencia dentro de los autodenominados grupos «comunistas» de entonces. Pero no tenía la hegemonía entre la clase obrera y mucho menos entre otros sectores, por lo que no pudo lograr que la violencia revolucionaria fuese extendida a todas las masas, sino que se quedó en acciones esporádicas. El PCE (r) nunca pasó de ser un grupo marginal, incluso dentro del maoísmo nacional, teniendo su mayor influencia ideológica entre los grupos maoístas una vez el GRAPO estaba desarticulado.

c) El PCE (m-l) a diferencia del PCE (r) rectificó sus concepciones maoístas en lo militar y en lo general, incluso antes de la crítica general al maoísmo. El PCE (r) siempre reivindicó la Guerra Popular Prolongada (GPP) la cual mezclaba con nociones del guevarismo y diversas experiencias de guerrilla urbana latinoamericanas.

d) El PCE (m-l) a diferencia del PCE (r) rectificó –aunque ya tarde– su teoría metafísica de que el «fascismo no podía «reformarse» en democracia burguesa» influyendo en su línea política como era normal. El PCE (r) y sus restos siguen manteniendo tesis absurdas entre las que cabe citar que consideran a España y a todos los países imperialistas como países fascistas.

e) El PCE (m-l) a diferencia del PCE (r) abogaba por aprovechar los cauces legales tanto en el franquismo como en el postfranquismo. El PCE (r) en un alarde de anarquismo ciego siempre se negó a participar en elecciones sindicales, a municipios, parlamento o similares por considerarlos instrumentos legitimadores del fascismo.

f) El PCE (m-l) a diferencia del PCE (r) logró superar el ser condescendiente con la ideología nacionalista y pequeño burguesa del terrorismo de ETA –criticando sus postulados sin excusas–. El PCE (r) en cambio siempre simpatizaba con su causa y pedía el voto para sus organizaciones legales como Herri Batasuna –curiosamente el PCE (m-l) imitó esta postura claudicadora cuando ya hacía años que había degenerado, en 1989–. 

Para entender estas importantes diferencias el lector puede consultar la información disponible. Véase la obra: «Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO» de 2017.


La posición marxista sobre el terror 

El PCE (m-l) protestaba sobre las denominaciones dadas por la dirección del PCE de Carrillo-Ibárruri, que los tachaba de «aventureros» que practicaban el «terrorismo individual». Ciertamente, algunas de las acciones del FRAP, lejos de favorecer el arraigo de la violencia revolucionaria entre las masas, contribuyeron a que parte de ellas comenzaran a tener un concepto negativo de la misma, triunfando entre los trabajadores las tesis oportunistas y pacifistas esgrimidas por el PCE y el PSOE. Y esto no podía ser de otro modo, pues las masas veían que las acciones armadas, fueran del FRAP o de otras organizaciones armadas, no adelantaban las promesas revolucionarias de estas organizaciones. Tampoco veían clara la finalidad de las acciones, muchas veces rocambolescas, otras, incluso, indiscriminadas –y afectando a la población civil–. Por tanto, las masas solo percibían caos, un aumento de la represión generalizada y, paulatinamente, la descomposición de dichas organizaciones debido al mal uso de la violencia revolucionaria.

En enero de 1978, el FRAP explicaba así la situación social de aquel entonces:

«Son los financieros y la misma oligarquía la que desestabiliza la situación con arreglo a sus intereses evadiendo sus capitales, cerrando empresas, provocando huelgas y conflictos ficticios en las empresas para justificar los despidos y las discriminaciones. Son también las fuerzas policiales del gobierno las que disparan contra los manifestantes y huelguistas y no a la inversa. Y es la misma oligarquía la que importa productos agrícolas necesariamente en detrimento de los productos de nuestro campo que tienen que ser malvendidos en el extranjero o incluso destruidos; es la misma oligarquía en el poder la que prefiere cerrar fábricas y tajos para manipular sus capitales y proteger sus beneficios, lanzando con ello al paro a cientos de miles de obreros y quebrando así la capacidad industrial, tecnológica y de producción del conjunto de la economía nacional». (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota; Declaración, 1978) 

Insistía en la necesidad para los revolucionarios de utilizar los métodos legales e ilegales:

«Ante esta situación y cuando el poder se ha visto obligado a ceder algún terreno al movimiento de masas y ya no puede impedir como antes la actuación de fuerzas que le son hostiles, es particularmente necesario comprender que esta situación peculiar exige dominar y aprender a combinar las más diversas formas de lucha. Es necesario aprovechar a fondo todas las conquistas y derechos arrancados mediante la lucha para organizar a las amplias masas en plataformas populares, difundir la prensa y propaganda del FRAP y de sus organizaciones, convocar actividades y movilizaciones abiertas, etc. Dejar de aprovechar todas estas posibilidades, que son fruto de la larga lucha de nuestro pueblo sería una muestra de gran estrechez y miopía. Peor una cosa es utilizar la legalidad y otra, muy distinta es dejarse utilizar por ella, caer en sus redes, en el cretinismo legalista y limitarse a lo arbitrariamente dispuesto por los decretos de Zarzuela, de la Moncloa o del ministerio policiaco del interior. Las necesidades del movimiento revolucionario imponen la táctica de combinar el trabajo legal de las masas, con el trabajo que, sin ser legal, puede realizarse abiertamente dada la nueva correlación de fuerzas, y ambos, con el trabajo clandestino, sin renunciar a ninguno. Ante el auge de las luchas populares es preciso por esforzarse hoy por crear, desarrollar y fortalecer las organizaciones de defensa y combate de las masas, los comités revolucionarios de fábrica y barrio, los piquetes de defensa y otros. Sin estos instrumentos de lucha, que han de irse desarrollando progresivamente, la clase obrera y el pueblo jamás podrán defender sus derechos y vencer a sus enemigos». (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota; Declaración, 1978) 

Se llegaba a la conclusión, por tanto, de que la lucha armada era una necesidad en cualquier sociedad capitalista. Rechazaba, en cambio, los métodos de algunos grupos caracterizados por el uso del terror, pero sin hacer autocrítica de sus acciones pasadas:

«El FRAP proclama, hoy como ayer. (...) Un pueblo explotado y oprimido tiene el derecho y la obligación de levantarse y luchar con su propia violencia contra sus tiranos y explotadores. (...) Al mismo tiempo el FRAP denuncia y condena las bandas terroristas que montadas por los diversos servicios policíacos, con etiqueta de extrema derecha o de extrema izquierda llevan a cabo toda una serie de actividades provocadoras para desprestigiar a la lucha armada y la justa violencia de las masas, y también para tratar de justificar las actividades represivas del poder contra el pueblo». (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota; Declaración, enero, 1978)

El propio PCE (m-l) aunque sin hacer una autocrítica a los propios defectos del FRAP, durante los 80 se caracterizó por criticar fuertemente a las agrupaciones de un fuerte corte militarista como ETA o el GRAPO. Véase el capítulo: «La forma y contenido de las críticas hacia los adversarios políticos» de 2020.

Ciertamente había hondas diferencias en la cuestión armada con estas bandas, pero suponemos que, aunque no lo reconociesen públicamente, en el fondo, dichas críticas también estaban influenciadas por su propia experiencia fallida en la lucha armada. 

En conclusión, nadie puede esgrimir en base al presente documento que las críticas a los defectos del FRAP sean una muestra de nuestro «derechismo», de «un deslizamiento hacia posiciones pacifistas» que «rechazan el uso de la lucha armada», sino que se trata de una crítica en pos de comprender debidamente las tareas revolucionarias sobre la violencia revolucionaria, crítica que rechaza las desviaciones ajenas a nuestra doctrina. Es más, es triste que nadie cercano al PCE (m-l) –ni tampoco sus enemigos– haya pretendido analizar esta cuestión con algo de profundidad y seriedad.

¿Cuál es la posición marxista frente al terror?:

«Esto significa que el terror puntual desatado por un partido comunista con amplia influencia entre el proletariado, que cuenta con la aprobación de los trabajadores para aplicar esas medidas y que se encuentra generalmente en mitad de una lucha de clases aguda, frente a la resistencia violenta de las clases explotadoras, como efectivamente ocurrió con los bolcheviques en la guerra civil de 1918-22, es una cosa. Otra muy distinta es la política de terrorismo que ocupa la mayoría de la actividad de los pequeños grupos sin influencia popular y que actúan en su nombre, sin tener en cuenta las condiciones para el desencadenamiento de cualquier acción armada. Por eso el terror en el primer caso es aprobado e incluso propuesto por el pueblo, ayuda a mantener o impulsar una causa en un momento temporal y determinado, mientras que en el segundo caso es contraproducente y causa el rechazo del pueblo». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)


Posts relacionados:

Las secciones anteriores referidas a los problemas fraccionales serían:

El estudio sobre los problemas y desviaciones en la concepción militar serían:



Los evidentes errores en la línea y programa serían:



El miedo del PCE (m-l) a exponer al público las divergencias con otros partidos; Equipo de Bitácora (M-L), 2020

El seguidismo, formalismo y doctrinarismo hacia mitos aún no refutados en el PCE (m-l) [Vietnam]; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


La falta de investigaciones históricas sobre el movimiento obrero nacional e internacional en el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L),  2020


Conatos en el PCE (m-l) de indiferencia en la posición sobre la cultura y la necesidad de imprimirle un sello de clase; Equipo de Bitácora (M-L), 2020

La progresiva degeneración del PCE (m-l):



De la oposición al apoyo del PCE (m-l) a la Comunidad Económica Europea –actual Unión Europea–; Equipo de Bitácora (M-L), 2020

Los 90 y el enamoramiento con el «socialismo de mercado»; Equipo de Bitácora (M-L), 2020

Respondiendo a algunos comentarios del renegado Lorenzo Peña sobre Elena Ódena y el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2020

El actual PCE (m-l) revisionista:

De nuevo la importancia del concepto de «partido» en el siglo XXI; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


La tendencia a centrar los esfuerzos en la canonizada Asamblea Constituyente como reflejo del legalismo burgués; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


El rescate de las figuras progresistas vs la mitificación y promoción de figuras revisionistas en el ámbito nacional; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


¿No se ha aprendido nada del desastre de las alianzas oportunistas y de los intentos de fusionarse con otros revisionistas?; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


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Carta de Cese de militancia del Partido Comunista de España (marxista-leninista) en Elche; 2020

Lecciones de cara al futuro:

Conclusiones sobre la degeneración del PCE (m-l) y las lecciones a extraer por los revolucionarios; Equipo de Bitácora (M-L), 2020

2 comentarios:

  1. Buenas,tengo una duda que me gustaría que me aclaraseis. Entiendo bien que las condiciones objetivas que enumera Lenin son imprescindibles para llevar a cabo una revolución, pero lo que no me parece cierto es lo de que esas mismas condiciones tengan lugar al margen de la voluntad de las diversas clases. Las movilizaciones del proletariado por ejemplo, como pueden ser manifestaciones o huelgas se dan En último lugar por la decisión de participar de los individuos que las llevan a cabo. Es decir,que son una acción voluntaria. Pero he pensado que puede que se me esté escapando algo y con lo de voluntad se estuviese refiriendo a la de la clase para sí, no lo sé. Si me pudieseis aclarar la duda de a qué se refería exactamente me sería de gran ayuda. Gracias por vuestro trabajo.

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  2. Creemos que durante el documento se expresa perfectamente la interrelación entre factores objetivos y subjetivos...

    «La primera obligación de un partido de vanguardia proletaria es la organización del proletariado; así el objetivo estratégico fundamental en ese fin –y que pasa por la acumulación de fuerzas– no es aunar un buen número de votantes fieles para un mero «contraataque» electoral ni una política de «resistencia» armada como preconizan algunos románticos del guerrillerismo-terrorismo con sus atentados, pues ni ese reformismo ni ese terrorismo llevan al partido a la acumulación real de fuerzas ni a la revolución, sino que nos referimos a trabajar para hacer coincidir las «condiciones objetivas» –que no dependen de nuestra voluntad– con las «subjetivas» para un proceso revolucionario al socialismo; y estas son el fruto de un partido marxista-leninista sólido en pensamiento y acción, con una línea política correcta, que mediante una actividad de trabajo de masas, logre el aumento del nivel ideológico de las masas y llegue hasta el punto de lograr el autoconvencimiento de esas masas por su propia experiencia de la correcta línea del partido y sus acciones, se vaya viendo una mayor promoción de cuadros probados cada vez con más experiencia y formación, se acumulen y encabecen luchas y experiencias contra las instituciones y sus fuerzas, choques de carácter violento y no violento, y en resumidas cuentas toda una serie de condiciones que puedan hacer desencadenar finalmente la toma de poder y la revolución. Vale decir que el trabajo por desarrollar las condiciones subjetivas ha de darse también cuando las condiciones objetivas no son propicias, y así estar preparados organizativamente hablando para cuando las condiciones objetivas acaben dándose. De hecho, este retraso en la acumulación de fuerzas, esa desorganización del proletariado, es lo que hace que no se avance ni siquiera en luchas menores, lo que ha permitido al capital en crisis, desarrollar todo un enjambre de políticas encaminadas a vaciar de contenido el derecho laboral. Es por ello, que aislando al partido de estos sucesos no puede cumplir la misión de vanguardia, que como organizador de los elementos obreros más conscientes debe ocupar, y se acaba zozobrando en una autosatisfacción de meras consignas». (Equipo de Bitácora (M-L); Crítica al documento: «El PCPE explica el porqué de no participar en la Marcha de la Dignidad», 2014)

    Pero si tienes una duda aún, esta cita creo que aclarará tus dudas:

    «No hay duda de que la creación de una situación revolucionaria depende ante todo de las condiciones objetivas, de que las revoluciones no se hacen según el deseo y el querer de tal o cual persona. El hecho de perder de vista esto puede conducir al aventurismo y a errores graves. Pero al mismo tiempo no hay que olvidar que el papel del factor subjetivo en la revolución. Dar al factor objetivo un papel absoluto y dejar de lado el factor subjetivo, es dejar de hecho la causa de la revolución a la espontaneidad y causa un gran daño a la clase obrera. Para la preparación de las condiciones para la revolución, además de los factores objetivos, depende en gran medida, la cuestión de cómo el partido revolucionario de la clase obrera prepara a las masas para la revolución, en qué sentido educa a las masas: en el espíritu de una lucha resuelta revolucionaria o bien en el espíritu reformista. Los hechos demuestran que la actual dirigencia del PCI extiende en el partido y las masas las ilusiones reformistas y parlamentarias que tan nocivas son, excluyen la verdadera lucha revolucionaria. El hecho hacer pasar como absolutas las condiciones objetivas de la revolución y de pasar en silencio el factor subjetivo como hace Togliatti, no es más que una justificación, un pretexto para renunciar a la revolución y para concentrar todas las fuerzas y energías en la lucha por las reformas». (Zëri i Popullit; A propósito de las tesis concernientes al Xº Congreso del Partido Comunista Italiano, 18 de noviembre de 1962)

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«¡Pedimos que se evite el insulto y el subjetivismo!»