martes, 27 de marzo de 2018

Pablo Iglesias y los diferentes malabarismos que hace sobre la ideología que profesa según la coyuntura


«a) En sus primeras apariciones públicas, Pablo Iglesias se autodenominaba comunista delante de sus amigos en su propio programa de televisión, pero también en medios simpatizantes del franquismo:

«Yo soy comunista».  (Intervención de Pablo Iglesias en el programa El Gato al Agua, 2013)

Después pasó a autodenominarse abiertamente como un socialdemócrata en los medios de comunicación cuando ya era un firme candidato a la presidencia del gobierno. Calificó su etapa comunista como poco menos que un sueño infantil de la adolescencia y tendió la mano al PSOE para recuperar los principios del socialdemocratismo:

«Nos hacemos mayores y cuando uno es candidato a la presidencia del Gobierno tiene que decir las cosas que puede hacer. Yo me siento orgulloso de haber sido un joven comunista, pero como candidato a la presidencia no lo soy, soy socialista como Allende o como Mujica. (...) Lo que ocurrió en España es que por desgracia el Partido Socialista dejó de ser socialista en muchas cosas» y «la reconstrucción de ese espacio nos compete a muchos, no solamente a nosotros, sino también al Partido Socialista y ojalá podamos reconstruirlo juntos». (La Sexta; Entrevista de Ana Pastor a Pablo Iglesias, 19 de junio de 2016)

No es nada nueva esta conversión, históricamente los revisionistas que autoproclamándose comunistas revisaban los principios del marxismo-leninismo se igualaban a los socialdemócratas, incluso acabaron reconociéndose como tales, ella es la deriva normal del revisionismo moderno como agente de la burguesía en el seno del proletariado:

«Los revisionistas habían puesto a sus partidos en el camino de la degeneración socialdemócrata, y para ello necesitaban del arsenal teórico de ella y de la alianza directa con sus agrupaciones, lo que finalmente derivaría como veríamos años después, en la conversión de viejos partidos comunistas en revisionistas, en la disolución directa en los partidos socialdemócratas, o sino simplemente en el paso de muchos partido revisionistas hacía partidos socialdemócratas oficiales. (...) Si bien los socialdemócratas habían renunciado a los últimos vestigios teóricos del marxismo, los revisionistas empezaban a renunciar sobre el papel todo lo que estaban negando desde hace tiempo en la práctica: adoptaron la democracia burguesa como máxima expresión de democracia, el tránsito pacífico al socialismo, la aceptación de la propiedad privada como un tipo de propiedad más en el socialismo, y ha considerar a la clase obrera como diferente a la de los tiempos de Marx y Lenin por lo que no era necesario su papel histórico hegemónico, y por tanto se oficializaron como caducos todos los conceptos del partido marxista-leninista. Todo esto haría que los revisionistas cosecharan aplausos entre la prensa y los ideólogos del imperialismo, y por supuesto del balcón de otras ramas del revisionismo, algo que sólo era normal, para alguien que en efecto había traicionado los principios del comunismo». (Introducción del Equipo de Bitácora (M-L) al documento de Enver Hoxha: «Los revisionistas modernos en el camino de la degeneración socialdemócrata y su fusión con la socialdemocracia» de 1964, 21 de noviembre de 2015)

¿Y qué es el la socialdemocracia propiamente?:

«El término socialdemócrata es un término que ha evolucionado desde hace siglos, antiguamente se autocalificaban socialdemócratas o socialistas tanto los reformistas –que pensaba en llegar al socialismo por medio de reformas progresivas de la sociedad capitalista–, los revisionistas –que reconocían y decían basarse en Marx y Engels pero revisaban injustificadamente la parte cardinal de sus tesis centrales acercándose a corrientes antimarxistas–, como los marxistas revolucionarios –que era propiamente marxistas y que sólo actualizaban las tesis de Marx si la época lo requería, sin alterar la esencia revolucionaria del marxismo–. Durante el cisma entre los socialdemócratas revolucionarios encabezados por Lenin y los socialdemócratas socialchovinistas encabezados por Karl Kautsky durante la Primera Guerra Mundial, los primeros rechazaron seguir identificando a sus partidos como socialdemócratas y los denominarían en adelante como partidos comunistas, más tarde también llamados marxista-leninistas. A partir de entonces el término socialdemócrata quedaría pues en manos de autodenominados «marxistas» que revisaban a Karl Marx y volvían a los conceptos de los autores reformistas y de otras corrientes ajenas al marxismo, se agruparon en la Internacional Obrera y Socialista de 1923-1939. Posteriormente el término sería usado por los partidos de la Internacional Socialista fundada en 1951. Tras la Segunda Guerra Mundial el mero hecho de que los socialdemócratas contemporáneos hubieran renunciado incluso en sus estatutos de partido al marxismo evidenciaba su alto grado de degeneración». (Equipo de Bitácora (M-L); Terminológico, 2015)

Ahora resulta que a los pablistas les interesa volver a hablar de nuevo sobre quién es de «izquierda», incluso relacionar a la izquierda con la socialdemocracia que tantas veces ha traicionado a la clase obrera. Opone su concepto socialdemocracia/izquierda al de Errejón centralidad-transversalidad/ni izquierdas ni derechas:

«La brecha surgida entre Iglesias y Errejón ha ido creciendo en los últimos meses. Mientras los pablistas acusan al secretario político de «moderación», los errejonistas denuncian el viraje a la izquierda del secretario general. Sí queda constancia del cambio de discurso en el líder de Podemos, que hace dos años en el congreso fundacional apelaba al 15M, a la transversalidad y a la mayoría social, conceptos ahora abanderados por Íñigo Errejón. Lo dejó claro en su primera gran intervención en Vistalegre I: «Nos querían hacer jugar en un tablero en el que todo estaba vendido, donde las cartas están repartidas, y nosotros dijimos que no, que queremos ocupar la centralidad del tablero, que existe una mayoría social del país que apuesta por la decencia», alegó Iglesias. Una centralidad que no hace referencia a la cuestión ideológica, sino al sentido del término en clave política: se refería a que el nuevo partido, Podemos, era quien tenía que marcar las reglas del juego, obligando al resto de partidos a posicionarse en torno a él, y no al contrario. Así, defendía que no eran ni de izquierdas ni de derechas, un argumento que el secretario político ha abandonado en los últimos meses, después de que el acercamiento a IU reabriera este debate». (El Independiente; Vistalegre I vs. Vistalegre II: diez diferencias dos años después, 10 de diciembre de 2016)

Pero para empezar a aclarar las cosas desde una óptica de clase entre todo este barullo de cambios de opinión y maniobras declarativas sin sentido, ¿qué consideramos los marxista-leninistas como izquierda? ¿La socialdemocracia es izquierda porque estar ideológicamente más a la izquierda que el neoliberalismo o el fascismo?:

«En el mismo sentido, en nuestra época histórica la «izquierda» es aquella que defiende los intereses de los explotados, a las masas trabajadora, frente a los explotadores, es la que propone la superación del capitalismo y sus relaciones económicas; en cambio la derecha –dígase de «izquierda», «centro» o de «ultraderecha» según el discurso postmoderno– opera para mantener los privilegios de los explotadores por medio de la protección de la propiedad privada de los medios de producción». (Equipo de Bitácora (M-L); El revisionismo del «socialismo del siglo XXI», 2013)

Nosotros pues, no traficamos ni especulamos por lo que ha de considerarse izquierda en nuestra época:

«Hay que ser claros, concisos en el análisis: nosotros no caemos en el juego mistificador de otras corrientes antimarxistas conocidas por su cariz conciliador, para nosotros la única izquierda verdadera, la única izquierda revolucionaria, la única izquierda que está con la clase obrera y el resto de las clases trabajadoras y que representa sus intereses de forma veraz –científica–, y real –sin especular con sus intereses de clase–, es el marxismo-leninismo, las demás llamadas izquierdas, aunque incluso existan individuos honestos y crean que teorizan y actúan por el progresismo de la humanidad, no es una izquierda completa, en tanto que máxima doctrina progresista, ya que arrastran formas de organizarse, pensar y actuar de las ideologías premarxistas o antimarxistas. Consideramos que declarar bajo el ambiguo término «izquierda», gastado hasta la sociedad, a corrientes burguesas y pequeño burguesas antimarxistas junto al marxismo-leninismo sería oportunismo, una falta de respeto, y una manifestación que borra las diferencias entre dichas corrientes y el único y genuino pensamiento de la clase obrera; en consecuencia y del mismo modo plantear que es indispensable y que debemos por naturaleza salvaguardar dicha «alianza entre las corrientes de izquierda», quizás estará entre las ideas e intenciones de acercamiento, conciliación y colaboración de otros oportunistas frente a otros oportunistas, pero nosotros no nos adherimos a tal concepción». (Equipo de Bitácora (M-L); Syriza y la euforia de la llamada «izquierda» [Recopilación Documental], 28 de enero de 2015)

Podemos y sus presentantes hablaban de que eran revolucionarios, comunistas, que eran los que iban a regenerar la izquierda podrida y vendida; pero poco más tarde pasaron a desechar la «bandera roja de la izquierda» por ser inservible para el público que deseaban abarcar, o para sus intereses electorales, y pasaron a popularizar lo de que Podemos no trataba de ser «ni izquierdas ni derechas»:

«Izquierda y derecha ya no son útiles para expresar la voluntad de transformación de una parte de la sociedad». (Íñigo Errejón; Charla en la Universidad de Barcelona en agosto de 2015)

Un eslogan histórico del fascismo español en todas sus variantes: Falange, Democracia Nacional, etc. De hecho partidos neoliberales y ultrareaccionarios como UPyD o Ciudadanos también acuñaron lo mismo que Podemos ahora recogía sin sonrojo. Pablo Iglesias y Albert Rivera se presentaban durante 2015 como iguales en ese terreno del no a las ideologías.

¿Bajo qué argumentos justificaba esto en la formación morada?:

«Hay un cierto fetichismo en la izquierda. Es que lo que tú estás planteando es de izquierdas, me dicen. Sí, ya. Sí, todo lo que nosotros decimos, a la izquierda le encanta. Pero para cambiar este país no basta con que a la izquierda le encante nuestro programa. No basta con que haya una identificación simbólica con la palabra izquierda y los símbolos de la izquierda. Hace falta una mayoría social que se identifique con tu discurso y con tus propuestas, y en esa mayoría social habrá muchos sectores que digan: lo de la izquierda no forma parte de mi identificación». (El Público; Pablo Iglesias: «Que se queden con la bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar», 26 de junio de 2015)

Decir que no se acepta el eje izquierda-derecha porque parte o gran parte de la población «no es de izquierdas y hay que adaptarse», es lo mismo que decir que si una población es mayoritariamente católica, machista, chovinista, racista, clasista y que existen trabajadores con mentalidad aburguesada, debemos adaptarnos a este panorama; una ridiculez colosal donde las haya. Esto supone que Pablo Iglesias pese a sus peroratas del pasado sobre marxismo no comprende lo que significa la alienación en el capitalismo y sus efectos, ni mucho menos conoce como combatirla, que no es precisamente a través de la «mimetización» ni de la «transversalidad», lo cual solo causa más desorientación en un ya de por sí mar de confusión.

Claro que existe o puede existir una parte de la población que no se identifique con las consignas progresistas, e incluso que aborrezca el marxismo, eso seguirá ocurriendo incluso después de una revolución. Pero para que ese estado de las cosas cambie ahí debe de entrar el factor subjetivo de la organización revolucionaria, la cual debe dar la vuelta a esta situación tomando la iniciativa y trabajando en todos los campos con las masas trabajadoras, explicando las cosas de forma científica pero sencilla, eso debe de ser así ya que el enemigo ideológico no hace excepciones ni en el campo político, económico ni en el cultural. En cambio el señor Iglesias como buen espontaneísta mueve sus propuestas políticas en torno a lo que opinan temporalmente las masas, incluso aunque sean ideas reaccionarias y estén siendo manipuladas por los poderes fácticos.

En Podemos también se aceptó el término errejonista de «buscar la centralidad del tablero», que significaba también en la práctica buscar un número de votantes ilimitados más allá de sus creencias y origen social en un intento inútil de borrar las contradicciones de clase. Según decía el «líder radical de la izquierda» Pablo Iglesias esta estrategia significaba volver a los postulados del ex presidente del PSOE José Luis Rodríguez Zapatero, un referente en sus tesis doctorales:

«Ocupar la centralidad del tablero y establecer los términos del debate de país con un relato ineludible para el resto de actores, que se ven obligados a posicionarse al respecto, es la aspiración de cualquier opción política que pretenda ganar las elecciones». (El Público; La centralidad no es el centro, 20 de abril de 2015)

Por tanto se ve, que Podemos y Pablo Iglesias personalmente han evolucionado desde una retórica más o menos marxista, a una retórica de ni izquierdas ni derechas, a finalmente una retórica de ser parte de la izquierda socialdemócrata. Unos cambios meteóricos que indican su oportunismo/pragmatismo». (Equipo de Bitácora (M-L)Las luchas de fracciones en Podemos y su pose ante las masas, 2017)

Las condiciones para el triunfo de una revolución


«Para poder triunfar, la insurrección debe apoyarse no en una conjuración, no en un partido, sino en la clase más avanzada. Esto en primer lugar. La insurrección debe apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. Esto en segundo lugar. La insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje en la historia de la revolución ascensional en que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución. Esto en tercer lugar. Estas tres condiciones, previas al planteamiento del problema de la insurrección, son las que precisamente diferencian el marxismo del blanquismo.

Pero, si se dan estas condiciones, negarse a tratar la insurrección como un arte equivale a traicionar el marxismo y a traicionar la revolución». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Marxismo y la insurrección, 1917)

Sobre los partidos revisionistas en el poder y el carácter del régimen


«Son superfluas las explicaciones para demostrar que la participación en el poder de muchos partidos burgueses, capitalistas, revisionistas y fascistas en los países capitalistas e imperialistas, como en los Estados Unidos entre otros, no ha transformado en absoluto sus sociedades, de reaccionarias en progresistas. Por el contrario, en el imperialismo la democracia hace un viraje hacia la reacción. No es progresista ni democrática la sociedad que defiende al régimen de explotación y de apoya en él. Asimismo, la existencia de un partido único en el poder, cuando este partido no sigue la línea marxista-leninista, es decir, cuando no es un partido del proletariado, jamás puede conducir a la edificación del socialismo. Por el contrario, un partido tal, como quiera que se haga llamar, «marxista» o «marxista-leninista», en realidad es un partido de la burguesía o un partido fascista, que se encarga de financiar la propiedad privada o estatal capitalista, para alimentar a una nueva clase de dominantes.

Un partido tal necesita conservar ciertas formas supuestamente marxistas y se esfuerza en darle formas y denominaciones socialistas también al poder que dirige, pero su esencia y sus objetivos, así como los del Estado, son antisocialistas, porque tiende a realizar la transformación regresiva del país y restaurar el capitalismo. La burguesía nueva, en este caso, se apropia gradualmente del poder a costa del proletariado y de sus aliados naturales. Este proceso se ha verificado en Yugoslavia, en la Unión Soviética y en muchos otros países antaño de democracia popular, donde no existe el pluralismo de los partidos. En estos países, el capitalismo ha sido restaurado a través de diversas formas, y una clase de nuevos explotadores se anima y toma fuerza. Si el país que sufre esta regresión es importante por si territorio, población y potencial económico, su Estado se convierte en socialimperialista, si, por el contrario, es pequeño, se hace un satélite del capitalismo mundial, un Estado dominado por los capitales extranjeros y el neocolonialismo, que explotan las riquezas del país y el sudor del pueblo. Por lo tanto, todos los Estados llamados democráticos, tanto bajo el sistema del pluralismo, como bajo la dominación de un partido único, que no es marxista-leninista, no quieren reemplazar la vieja sociedad capitalista explotadora por una sociedad nueva, socialista. En esta vieja sociedad, donde existe la propiedad privada y la dominación capitalista, no puede haber libertad, democracia, independencia y soberanía verdaderas para el pueblo». (Enver HoxhaLa democracia proletaria es la democracia verdadera; Discurso pronunciado en la reunión del Consejo General del Frente Democrático de Albania, 20 de septiembre de 1978)

Marx y la concepción materialista de la Historia


«En su célebre: «Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política», escrita por Friedrich Engels en agosto de 1859, Marx expuso genialmente las bases fundamentales del materialismo aplicadas al estudio de la sociedad y a su historia. Desafiamos a cualquiera de «nuestros» marxiólogos antimarxistas actuales, que pretenden que Marx y el marxismo están superados y enterrados, a que refuten las siguientes palabras que Marx escribió en el mencionado Prólogo, explicando cuáles son los factores básicos que determinan la naturaleza de las relaciones sociales, y las causas determinantes de los cambios en la sociedad.

«En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general.  No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia». (Karl Marx; Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política, 1859)

Y en cuanto a las causas determinantes de los cambios sociales que se producen a lo largo de la historia, Marx dice que:

«Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad, chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí». (Karl Marx; Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política, 1859)

Explicando también científicamente la necesidad para el conjunto de la sociedad de cambios revolucionarios sociales, Marx afirma que:

«De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas de ellas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella». (Karl Marx; Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política, 1859)

Vemos pues cómo Marx, al aplicar el materialismo dialéctico al estudio de los fenómenos sociales de la historia, estaba forjando una valiosa arma al servicio de las masas explotadas y oprimidas para luchar contra las concepciones reaccionarias de la historia, basadas en la in-mutabilidad de los sistemas sociales –¡siempre habrá ricos y pobres!, etc.– y en las absurdas explicaciones superficiales y anticientíficas de los historiadores reaccionarios y burgueses acerca del desarrollo y los cambios de la sociedad. Marx afirmaba también de este modo la inevitabilidad del derrocamiento del actual sistema capitalista y su sustitución por un sistema superior más avanzado desde el punto de vista económico, social y ético –moral– y en consonancia con el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Ese sistema, según Marx, no podía ser otro que el socialismo, fase inferior de la sociedad comunista.

Analizando la transcendencia del descubrimiento de la concepción materialista de la historia, Lenin decía que la consecuente aplicación de dicha concepción y la extensión del materialismo al dominio de los fenómenos sociales, había superado los dos defectos fundamentales de las viejas teorías de la historia, ya que esas teorías, so-lamente tenían en cuenta los móviles ideológicos de la actividad histórica de los hombres, sin investigar el origen de esos móviles, sin captar las leyes objetivas que rigen el desarrollo del sistema de las relaciones sociales, sin ver las raíces de éstas en el grado de desarrollo de la producción material.

En este mismo orden de cosas, Lenin consideraba, además, que el materialismo histórico de Marx había permitido estudiar, por primera vez y con la exactitud de las ciencias naturales, las condiciones sociales de la vida de las masas y los cambios operados en esas condiciones a lo largo de la historia. Así, Marx señaló el camino para el estudio multilateral del proceso del surgimiento, desarrollo, decadencia y desaparición de los distintos sistemas económicos y sociales, poniendo al descubierto el método y las leyes generales para estudiar científicamente la historia y todos los fenómenos y acontecimientos sociales, basándose en el carácter contradictorio y la diversidad de esas leyes. Según Marx, el hilo conductor que rige en toda sociedad esas leyes, es la lucha de clases.

«La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días exceptuando el régimen de la comunidad primitiva, es la historia de la lucha de clases». (Karl Marx y Friedrich Engels; Manifiesto comunista, 1848) (Elena ÓdenaActualidad y desarrollo del marxismo, 1983)

El castrismo y su rol según los marxista-leninistas españoles de 1967


«El revisionismo jruschovista ha constituido una plaga en el movimiento comunista internacional. Ha infeccionado profundamente a la mayoría de los partidos que integran dicho movimiento. La polémica pública, desencadenada en un principio por Jruschov y sus secuaces ha venido a ser muy provechosa para los marxista-leninistas, pues ha despertado su vigilancia contra toda manifestación de revisionismo, en tanto que en los años precedentes al comienzo de la polémica esta vigilancia se encontraba dormida.

En esa situación no podían por menos de surgir, en la lucha entre el revisionismo moderno y el marxismo-leninismo numerosas actitudes centristas, eclécticas y neutrales. Es típico, en este sentido, el caso de Fidel Castro, revolucionario pequeño burgués, que se pasó, en un momento de radicalización, a posiciones comunistas de palabra. Fidel Castro en la polémica sobre la línea general del movimiento comunista internacional adoptó en principio una posición de no «alineamiento» que, de hecho, se ha traducido en una capitulación ante el chantaje revisionista soviético. (…) El propugnar esa posición de neutralidad ideológica equivale a desarmarse en el terreno de la lucha de principios. Y el abandono de esa lucha conduce, tarde o temprano, a la degeneración revisionista. Sin una lucha encarnizada, implacable, contra el revisionismo jruschovista, tanto en el plano nacional como internacional, no es posible a ningún partido ni organización revolucionaria mantenerse firme en la lucha contra el imperialismo y contra la reacción interna. Es también errónea la creencia de aquellos que piensan que esta lucha puede llevarse a cabo suavemente, sin violencias verbales. Los comunistas deben decir siempre la verdad, llamando al pan pan y al vino vino. El único nombre que debe dársele a la traición es el de traición». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Adulteraciones del equipo de Santiago Carrillo, 2ª edición, 1967)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

Para ver la evolución respecto al revisionismo cubano del viejo PCE (m-l) véase el documento: 
«Sobre la adquisición de las obras de Elena Ódena y unas comparativas pertinentes sobre el actual PCE (m-l) y el antiguo» de 2016.

sábado, 24 de marzo de 2018

La política salarial del reformismo; Partido Comunista de Suecia, 1984

Olof Palme, líder de la socialdemocracia sueca en los años 70 y asesinado en 1986, se dirige a un grupo de universitarios en su época de ministro de Educación. (CC)

«La política salarial del reformismo tiene algunos rasgos fundamentales que la guían desde hace decenios. Su base es el mantenimiento del sistema capitalista. Todos los discursos de los reformistas embelleciendo las prebendas concedidas a la clase obrera lo demuestran. ¿Cuáles son los rasgos más importantes de la política reformista salarial que de año en año garantiza los enormes beneficios del capital?

Las contradicciones entre el trabajo y el capital, entre la clase obrera y la burguesía, tienen su base en las relaciones de producción capitalistas. Planteamos esto como axioma y no hacemos sino comprobar que es en la apropiación de los frutos del trabajo de la mayoría en la que se basa la cuestión del salario. El beneficio de una empresa no se saca mediante el «trabajo del capital», como lo dan a entender los accionistas. ¿Es que acaso se ha visto alguna vez que trabaje y produzca el dinero? Es mediante el capital bajo forma de máquinas, locales, etc. como los obreros producen la plusvalía, el beneficio.

Pero los reformistas no consideran que esto sea una contradicción fundamental y que sea la base misma de la esclavitud asalariada. Consideran la contradicción entre el trabajo y capital como una relación de distribución. Los reformistas quieren que los capitalistas «lleven a cabo un reparto», o sea, que disminuyan su explotación, pero esto, por supuesto, sobre bases calificadas como económicamente «realistas».

¿Por qué iban los capitalistas a llevar a cabo esta «distribución»? ¿Es que no se apoderan de la plusvalía de hecho, mediante la posesión de las máquinas que los obreros han creado con su trabajo? Esto no tiene nada que ver con un reparto cualquiera, se trata de un robo legal y constitucionalmente organizado.

Un «reparto» de este tipo no podría existir un solo día si la clase obrera fuera la que decidiese. En efecto, si la clase obrera estuviera en el poder, a quién se le ocurriría entre ella, «distribuir» una parte del producto de su trabajo a los capitalistas.

La teoría de las relaciones de distribución niega en su esencia que el salario del trabajo sea un ingreso del que se saca el «excedente de trabajo», destinado a crear la plusvalía. ¿De dónde provendrían sino los miles de millones de plusvalía?

Los reformistas ponen en un pie de igualdad salario y beneficio capitalista, este último proveniente de la plusvalía sobre el trabajo, sobre el dinero –interés–, de la especulación, etc. Para los reformistas que se gargarizan con la palabra «distribución», para ocultar esta mistificación y su escandalosa injusticia, pretenden que se trata de una «distribución» según las prestaciones». Algo que según el sistema M.T.M. –método para medir los diferentes momentos de trabajo– se podría medir de forma muy «científica».

Este «fundamento teórico» se convierte de esta forma en la idea fundamental de la armonía entre las clases en la sociedad capitalista y la política salarial que resulta de ella no ser más que una política de colaboración de clases.

La lucha contra la apropiación de la plusvalía por el capital no puede, en efecto, limitarse a una cuestión cuantitativa en la que sólo se trataría de algunos porcentajes más o menos. En sus teorías y sus actuaciones, los reformistas no hacen sino defender el derecho de los capitalistas a robar los beneficios y a decidir sobre la vida y el futuro de los hombres.

De ahí la importancia de comprender que, todos los que aceptan que cualquier parte que sea del aumento de valor en el proceso de producción corresponda a los capitalistas, son reformistas. Que todos los que niegan que los dos tipos de ingresos, salario y beneficio, son irreconciliables y no pueden estar nunca en armonía, gracia a la «distribución» que sea, son reformistas. Que todos los que no tratan de poner al descubierto la contradicción fundamental entre trabajo y capital, cuando hablan de política de salarios como de otras cuestiones, son reformistas. Que todos los que no amplían la solución de esta contradicción del sistema capitalista por la revolución socialista, son reformistas.

El reformismo predica que hay una relación directa entre una productividad en aumento y un mayor producto correspondiente a la «distribución».

Afirman que, por supuesto, no es posible «distribuir» más de lo que se produce: es la base desde hace decenas de años de la política de negociaciones salariales de la central sindical única de obreros de Suecia (LO).

Para ellos, no se trata nunca, por supuesto, de la producción total y basan sus sabios cálculos sobre el aumento anual de la productividad y este aumento el único que hay que distribuir. Entonces, ¡a trabajar chicos! ¡Trabajad más! ¡Trabajad más deprisa! De esta forma tal vez podáis participar en el reparto de este suplemento producido gracias a vuestro sudor. Y, según los reformistas, los trabajadores deberían alegrarse de la migaja que les será concedida y deben considerarlas como un generoso regalo de los capitalistas.

Los reformistas actúan en eso como vanguardia de las racionalizaciones capitalistas. Racionalizaciones y aumentos de la productividad que se limitan a algunas coronas más para los que no hayan sido despedidos a causa de las reconversiones realizadas. De hecho, las racionalizaciones, reconversiones y los aumentos de producción significan siempre un salario más bajo por cada unidad producida por los trabajadores.

Esto no quiere decir que, como marxista-leninistas, estemos en contra de las racionalizaciones, las nuevas técnicas, etc. Estamos a favor de las nuevas técnicas y de la racionalización del trabajo per en un marco socialista de la producción porque entonces los frutos de éstas corresponderán a la clase obrera y a los trabajadores. Las afirmaciones de Marx en «El Capital» siguen siendo de actualidad:

«Si bien las máquinas son el medio más poderoso de acrecentar la productividad del trabajo, esto es, de reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía, en cuanto agentes del capital en las industrias de las que primero se apoderan, se convierten en el medio más poderoso de prolongar la jornada de trabajo más allá de todo límite natural». (Karl Marx; El Capital, Tomo I, 1867)

Marx demuestra también que, si la máquina en sí puede facilitar el trabajo en su utilización capitalista, no tiene otro objeto que intensificar el trabajo. Que si la máquina es una victoria del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza, sin embargo, por su utilización capitalista, somete al hombre al yugo de las fuerzas de la naturaleza. Que si la máquina en sí, aumenta la riqueza del productor, por su utilización capitalista, en realidad, lo empobrece.

Para los capitalistas, la técnica no es más que un medio para explotar más todavía al pueblo y esto  con apoyo activo de todo el abanico reformista.

Si el consumimos más la producción aumenta y si la producción aumenta, la crisis está resuelta. Esto es uno de los grandes axiomas de los reformistas. Es la vieja idea de Keynes y de todos sus discípulos de poca monta.

Pero, ahora que el partido socialdemócrata está en el Gobierno y que la crisis capitalista parece ser mucho más que una baja coyuntural, el Gobierno se ha visto obligado a meterse contra los servicios sociales y golpear duramente los salarios efectivos. El resultado ha sido lo que se llama «la guerra de rosas».  En un rincón del ring está Fledt –ministro socialdemócrata de Finanzas–, los economistas tecnócratas y sus partidarios. En el otro rincón están los tradicionalistas, esencialmente la central sindical única (LO), que pretenden aumentar el consumo interno para volver a poner el tren en marcha. Así se reactivaría la economía, disminuiría el paro y el proceso de coyuntura se invertía.

Puede ser que algunas de estas «teorías» se crean lo que dicen. Pero sus teorías son de hecho nauseabundas como el agua de las flores marchitas. La central sindical única (LO), el partido revisionista (VPK) la juventud socialdemócrata (SSU), etc. Tratan de convencer a los capitalistas de que unos aumentos de sueldo les beneficiarían, pero todos estos idiotas olvidan un simple hecho: que los capitalistas tratan siempre de conseguir el mayor beneficio y nunca satisfacer las necesidades del pueblo.

Para ellos, para los capitalistas, la posición de vender más mercancías, lo que podría ser el resultado de un aumento de los sueldos, no es en absoluto un objetivo en sí. Su único interés es producir y vender sus mercancías cuándo y dónde los beneficios son mayores. Todo lo demás es mentira.

La «teoría del consumo» por lo tanto es grotesca. Se basa en la idea de que el capitalista no es capitalista y no desea explotar a los obreros. Se basa también en la idea de que los capitalistas no compiten entre sí. Dos quimeras. El que espere un aumento de los salarios y deposite su confianza en estas «teorías» puede ya ponerse a llorar por sus esperanzas defraudadas». (Partido Comunista de Suecia; La mentira es la base de la política salarial del reformismo; Publicado en Teoría y práctica, Nº3, 1984)

Anotación de Bitácora (M-L):

El llamado Kommunistiska Partiet i Sverige (KPS) fue un partido «proalbanés» fundado en 1979 que tuvo una actividad oficial hasta 1993, no debe confundirse con ninguno de los grupos maoístas ni jruschovistas de aquellos años en el país escandinavo.

jueves, 22 de marzo de 2018

Sobre la reivindicación liberal-utópica de una educación popular general de calidad y gratuita a cargo del Estado capitalista


«B.  «El Partido Obrero Aleman exige, como base espiritual y moral del Estado:

1.  Educación popular general e igual a cargo del Estado. Asistencia escolar obligatoria general. Instrucción gratuita». (Programa del Partido Socialdemócrata Alemán, aprobado en Eisenach en 1869)

¿Educacion popular igual? ¿Que se entiende por esto? ¿Se cree que en la sociedad actual –que es de la única de que puede tratarse–, la educación puede ser igual para todas las clases? ¿O lo que se exige es que también las clases altas sean obligadas por la fuerza a conformarse con la modesta educación que da la escuela pública, la única compatible con la situación económica, no sólo del obrero asalariado, sino también del campesino?

«Asistencia escolar obligatoria para todos. Instrucción gratuita». La primera existe ya, incluso en Alemania; la segunda, en Suiza y en los Estados Unidos, en lo que a las escuelas públicas se refiere. El que en algunos estados de este último país sean «gratuitos» también centros de instrucción superior, sólo significa, en realidad, que allí a las clases altas se les pagan sus gastos de educación a costa del fondo de los impuestos generales. Y –dicho sea incidentalmente– esto puede aplicarse también a la «administración de justicia con carácter gratuito» de que se habla en el punto A, 5 del programa. La justicia en lo criminal es gratuita en todas partes; la justicia civil gira casi exclusivamente en torno a los pleitos sobre la propiedad y afecta, por tanto, casi únicamente a las clases poseedoras. ¿Se pretende que éstas ventilen sus pleitos a costa del Tesoro público?

El párrafo sobre las escuelas debería exigir, por lo menos, escuelas técnicas –teóricas y prácticas–, combinadas con las escuelas públicas.

Eso de «educación popular a cargo del Estado» es absolutamente inadmisible. ¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y, como se hace en los Estados Unidos, velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del Estado, y otra cosa completamente distinta es nombrar al Estado educador del pueblo! Lo que hay que hacer es más bien substraer la escuela a toda influencia por parte del gobierno y de la Iglesia. Sobre todo en el imperio prusiano-alemán –y no vale salirse con el torpe subterfugio de que se habla de un «Estado futuro»; ya hemos visto lo que es éste–, donde es, por el contrario, el Estado el que necesita recibir del pueblo una educación muy severa.

Pese a todo su cascabeleo democrático, el programa está todo él infestado hasta el tuétano de la fe servil de la secta lassalleana en el Estado; o –lo que no es nada mejor– de la superstición democrática; o es más bien un compromiso entre estas dos supersticiones igualmente lejanas del socialismo.

«Libertad de la ciencia»; la estatuye ya un párrafo de la Constitución prusiana. ¿Para qué, pues, traer esto aquí?

«¡Libertad de conciencia!». Si, en estos tiempos del Kulturkampf [1], se quería recordar al liberalismo sus viejas consignas, sólo podía hacerse, naturalmente, de este modo: todo el mundo tiene derecho a satisfacer sus necesidades físicas [2], sin que la policía tenga que meter las narices en ello. Pero el Partido Obrero, aprovechando la ocasión, tenía que haber expresado aquí su convicción de que «la libertad de conciencia» burguesa se limita a tolerar cualquier género de libertad de conciencia religiosa, mientras que él aspira, por el contrario, a liberar la conciencia de todo fantasma religioso. Pero, se ha preferido no sobrepasar el nivel «burgués». (Karl Marx; Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán, 1875)

Anotaciones de la edición:

[1] Kulfurkampf [Lucha cultural] era como llamaban los liberales burgueses al conjunto de medidas legislativas adoptadas por el gobierno de Bismarck en los años 70 del siglo XIX. Al socaire de la lucha por una cultura laica, estas medidas se dirigían contra la iglesia católica y el partido del «centro», que apoyaban las tendencias separatistas y antiprusianas de los funcionarios, los terratenientes y la burguesía de los pequeños y medianos estados del Suroeste de Alemania. En la década del 80, para reunir las fuerzas reaccionarias, Bismarck derogó la mayor parte de estas medidas.

[2] En la edición alemana de Obras Completas de Marx y Engels, tomo XIX, se lee: «satisfacer sus necesidades religiosas lo mismo que sus necesidades corporales, sin que la policía tenga que meter sus narices».

La completa igualdad de derechos, el acercamiento y la ulterior unión de todas las naciones


«¿Puede ser concretamente igual en las grandes naciones, en las naciones opresoras, que en las pequeñas naciones oprimidas, en las naciones anexionistas que en las naciones anexionadas? Evidentemente, no. El camino hacia el objetivo común –la completa igualdad de derechos, el más estrecho acercamiento y la ulterior unión de todas las naciones– sigue aquí, evidentemente, distintas rutas concretas, lo mismo que, por ejemplo, el camino conducente a un punto situado en el centro de esta página parte hacia la izquierda de una de sus márgenes y hacia la derecha de la margen opuesta. Si el socialdemócrata de una gran nación opresora, anexionista, profesando, en general, la teoría de la fusión de las naciones, se olvida, aunque sólo sea por un instante, de que «su» Nicolás II, «su» Guillermo, «su» Jorge, «su» Poincaré, etc., etc. abogan también por la fusión con las naciones pequeñas –por medio de anexiones– Nicolás II aboga por la «fusión» con Galitzia, Guillermo II por la «fusión» con Bélgica, etc., ese socialdemócrata resultará ser, en teoría, un doctrinario ridículo, y, en la práctica, un cómplice del imperialismo. El centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros de los países opresores tiene que estar necesariamente en la prédica y en la defensa de la libertad de separación de los países oprimidos. De otra manera, no hay internacionalismo. Tenemos el derecho y el deber de tratar de imperialista y de canalla a todo socialdemócrata de una nación opresora que no realice tal propaganda. Esta es una exigencia incondicional, aunque, prácticamente, la separación no sea posible ni «realizable» antes del socialismo más que en el uno por mil de los casos. Y, a la inversa, el socialdemócrata de una nación pequeña debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula general: «unión voluntaria» de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalista, puede pronunciarse tanto a favor de la independencia política de su nación como a favor de su incorporación al Estado vecino X, Y, Z, etc. Pero deberá luchar en todos los casos contra la mezquina estrechez nacional, contra el aislamiento nacional, contra el particularismo, por que se tenga en cuenta lo total y lo general, por la supeditación de los intereses de lo particular a los intereses de lo general. A gentes que no han penetrado en el problema, les parece «contradictorio» que los socialdemócratas de las naciones opresoras exijan la «libertad de separación» y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la «libertad de unión». Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones, no hay ni puede haber otro camino que conduzca a este fin». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Balance de la discusión sobre la autodeterminación, 1916)

martes, 20 de marzo de 2018

Aclaraciones sobre el fascismo desde un auténtico punto de vista marxista-leninista; Equipo de Bitácora (M-L), 2017


«La caracterización que hace el Partido Comunista de España (reconstituido) de España como Estado fascista causa rechazo entre la pequeña porción de la población que los conoce, naturalmente por ser una conclusión irreal. A nivel interno, esta visión como dogma sine qua non para aceptar su línea política, les ha causado el arrastrar una idea deformada y fantasiosa de la realidad, contrayendo una política sectaria y aislacionista que les ha acabado convirtiendo en un reducto marginal dentro del propio campo revisionista. 

Analicemos extensamente su visión infantil sobre lo que consideran fascismo, y la visión marxista sobre el tema.

Aclaraciones sobre el fascismo desde un auténtico punto de vista marxista-leninista

En este apartado intentaremos resumir los aspectos fundamentales que todo revolucionario debe tener claro sobre el régimen fascista y el régimen democrático-burgués. Para el lector que desee indagar en ciertas cuestiones puntuales recomendamos echar un vistazo a los documentos pertinentes que iremos facilitando.

¿Qué hace diferente al fascismo de la democracia burguesa?

El fascismo es la radicalización absoluta de la dictadura de la burguesía en su expresión de la lucha de clases, dicho de otro modo: mientras la democracia burguesa es una etapa de «reposo» relativo, siendo la forma política natural de dominación para la burguesía, donde mejor puede explotar a los trabajadores a la vez que justificar su régimen político de cara a las masas, el fascismo es una etapa ofensiva donde la burguesía impone, habitualmente como respuesta al avance de un movimiento revolucionario, tal régimen para «recuperar el terreno perdido» o para «evitar que se le escape la situación de las manos». Con ello bajo una nueva forma de dominación trata de arreglar algo que no está funcionando como debería según sus intereses. Bajo este régimen, la burguesía, debe hacer mayores esfuerzos demagógicos y represivos para defender su legitimidad ya que la misantropía del fascismo es manifiesta en sus formas de dominación.

¿Cómo llega el fascismo al poder?

El fascismo, con su movimiento político y sus milicias armadas, llega a las instituciones de la democracia burguesa y aplica desde ellas un proceso de fascistización –proceso autoritario que ya podía haber sido iniciado por otros partidos burgueses tradicionales, forzados por la situación y temiendo por su porvenir–. Pero no es la única posibilidad, pues puede que el movimiento fascista, a falta de apoyos sociales o por su poca flexibilidad táctica en sus alianzas, en lugar de llegar al poder mediante elecciones, lo haga a través de sus milicias paramilitares o ganándose al ejército y perpetrando un golpe a través de él. Si esto último ocurre, será a partir de una junta militar en el poder que intentará ganarse un respaldo social a base de promesas y demagogia. Muy posiblemente intentará darle un mayor respaldo ideológico y unificador a su proyecto tratando de crear un partido único que aúne a los golpistas con el fin de seducir mejor a la gente. Las opciones son tan variadas como la vida misma.

¿El triunfo del fascismo es un signo de fortaleza de la burguesía o de debilidad del proletariado?

Si la llegada y triunfo del fascismo supone a priori la derrota del proletariado, no debe verse en el establecimiento del fascismo un signo de fortaleza de la burguesía, sino uno del temor que profesa esta para seguir gobernando como antaño. Efectivamente, en muchas ocasiones el valerse del fascismo puede permitir a la oligarquía «estabilizar» las eclosiones sociales y «salvar los muebles» de la burguesía, pero el fascismo, al dar total libertad de sobreexplotación hacia los trabajadores y aventurarse más fácilmente con el belicismo en política exterior, también puede precipitar una crisis mayor para las estructuras capitalistas del país, acelerando así la respuesta del proletariado. Pero ojo, esto dependerá del grado de la resistencia, concienciación y contraofensiva del proletariado y sus organizaciones, porque sin lo uno no podemos medir lo otro. De ahí que sea estúpido desear el establecimiento del fascismo para «acelerar la indignación popular y, por ende, la revolución», mucho más cuando bajo la bota del fascismo el proletariado tiene absolutamente mermadas sus libertades de organización y expresión. Huelga decir lo doblemente estúpido que es esto cuando la oposición al fascismo ni siquiera está hegemonizada por los comunistas.

Cauces de expresión política y legislativa del régimen burgués

Las leyes que las democracias burguesas introducen ni siquiera son «vox pópuli» entre la ciudadanía. Ha de saberse que estos partidos activan o desactivan las propuestas de ley en cálculo del resto de acontecimientos sociales, económicos y políticos, respondiendo estos cambios, en no pocas ocasiones, a maniobras destinadas a desviar la atención de forma demagógica. La introducción de una nueva reforma laboral bien puede desatar un debate mediático parlamentario que se extrapole a la sociedad, aunque en realidad el partido que la impulse no pretenda modificar sustancialmente la ley anterior. Sin embargo, la propuesta logra dar la sensación de que los partidos políticos están haciendo algo útil y sumamente transcendente, que luchan por la «libertad» o contra la «tiranía» –según el discurso de cada bancada–. En otros casos ocurre todo lo contrario, se aprovechan los días señalados, como las vacaciones, para tratar de introducir cambios legislativos sin muchos problemas, sin protestas. En muchos de estos casos fuerzas parlamentarias mayoritarias que aparentemente se llevan a matar se ponen de acuerdo como ocurrió en España con la reforma constitucional del 2011 en la que PSOE-PP pactaron cargar sobre los trabajadores el peso de la deuda pública para solventar así su negligente gestión. En realidad, sea por la razón que sea, en toda democracia burguesa, donde la población tiene una participación y representación mínima en la vida política y sus partidos, todo se reduce directamente a una cuestión de votos y apoyos en las diferentes instituciones. Paradójicamente, se puede dar la curiosidad de que un tema fetiche en lo legislativo para un solo partido, una cúpula, e incluso para una sola persona pueda poner en marcha una reforma para cambiar la legislación, aunque ni siquiera sus propios votantes comulguen con dicho proyecto. Pero esto es indiferente para los políticos burgueses que, gracias a la «disciplina de partido», saben que sus diputados y sus aliados votarán a favor de los intereses del partido. Lo único que les da quebraderos de cabeza son los pactos y concesiones con otras fuerzas políticas, así como la aprobación de las élites externas de la cual son representantes. Obviamente, para que todo esto ocurra sin muchas protestas extraparlamentarias de los trabajadores, los medios de comunicación afines deben crear una «necesidad» ficticia a la población para que al menos tengan la impresión de que «es un debate que está en la calle».

Aun así, no suele ocurrir con facilidad que un jefe o camarilla política decidan todo, ya que dentro de un partido conservador o socialdemócrata anidan mil facciones, por lo que a veces dentro del propio gobierno democrático-burgués la mayor oposición viene desde dentro, sin tener en cuenta que tienen que además rendir cuenta con sus acreedores de campaña, prestamistas y demás. Lo que queda claro es que en el régimen democrático-burgués el parlamento es el pivote donde se justifican todos los engaños y estafas a los trabajadores, es de donde emanan las leyes, mientras que, en el fascismo, pese a que se puede mantener un parlamento e incluso ciertas organizaciones legales, todo esto es meramente decorativo en el sentido más literal de la palabra. Las leyes no emanan del legislativo, sino del ejecutivo el líder indiscutible, y en caso de existir el parlamento, sus diputados son elegidos por el ejecutivo y sus propuestas solo tienen validez si son refrendadas por la camarilla fascista o el caudillo fascista que domina el ejecutivo. El tema del uso o no del sistema parlamentario en los regímenes fascistas, depende tanto del gusto de los gobernantes fascistas, como de la fuerza que tengan en caso de que quieran disolver el parlamento burgués, o de si creen que el parlamento les puede servir como una baza democrática que les sea beneficiosa.

El antimarxismo como ideología del régimen burgués

Desde la óptica que atañe a los marxista-leninistas, ¿cuál es la diferencia más notoria entre un régimen fascista o uno democrático-burgués? El más palpable remite a que, a pesar de que sus miembros son vigilados y perseguidos en ambas formas de gobierno, es en la segunda forma, en el fascismo institucionalizado, cuando el marxismo no es respetado «formalmente» ni en la legalidad teórica, ni siquiera en los periodos más «suaves» del régimen. Asimismo, en el Estado y gobierno fascistas la ideología antimarxista es potenciada hasta ser uno de los rasgos fundamentales de su propaganda, cosa que se agita con orgullo mientras se prohíbe todo tipo de difusión de textos o simbología que suene ligeramente a marxismo, mientras que en la democracia burguesa la ideología marxista y su simbología pertinente no suele estar prohibida por lo general, pues la propia ideología antimarxista del régimen intenta ser mucho más sutil, presentándose bajo un manto «liberal», «humanista» y «democrático» en el que se aceptan «todas las ideas» aunque esto sea una mera formalidad para imponer dentro de ese «pluralismo» las que más le interesan y mejor le sirven. ¿Y por qué puede permitirse la burguesía liberal dar coba a la ideología marxista o sucedáneos? Muy sencillo: la burguesía suele ser reacia a comercializar expresiones políticas o artísticas que le puedan resultar molestas. Sin embargo, en momentos puntuales, como, por ejemplo, ante la carencia de un verdadero movimiento revolucionario y con influencia operando entre los tejidos sociales, la burguesía, al no tener en el horizonte una amenaza tangible para el modo de producción capitalista que la reproduce y eleva al poder, es no solamente posible sino común que haga negocio con expresiones artísticas y literarias subversivas o que dicen serlo. Camisetas con la hoz y el martillo, libros clásicos del marxismo en grandes editoriales como Akal o Alianza, entrevistas a artistas pseudorevolucionarios o un sinfín de exposiciones sobre el realismo socialista, son ejemplos de esta paradoja donde la burguesía comercializa el marxismo y saca un rédito económico bajo su etiqueta. ¿Por qué no se iban a poder permitir el lujo de vender un algo de «literatura roja» una vez han podido convertir al rey de reyes del egoísmo, Friedrich Nietzsche, como el máximo filósofo de culto para todos los públicos?

La palabra «totalitarismo» no explica nada

En la democracia burguesa se intenta equiparar fascismo y comunismo bajo la excusa del llamado «totalitarismo», planteamiento falaz mediante el cual se contrapone su régimen y valores frente a un «régimen totalitario», que para ella es básicamente aquel que –más allá de su ideología y funcionamiento– no se ajuste a los parámetros de la política burguesa que caracteriza las democracias-burguesas: «multipartidismo», «parlamentarismo», «libertad de prensa» y «libertad de expresión» –aunque estos «derechos» siempre estén determinados por el acceso al capital y los contactos en las altas esferas–. Bajo esta óptica liberal, muchas de las «democracias occidentales» no serían unas «democracias plenas» sino «totalitarismos» porque no existe en la práctica separación entre el poder ejecutivo y judicial, como sus mismos políticos y periodistas reconocen. Nótese, pues, que la etiqueta «totalitarismo» es la más de las veces una simplificación formal de las estructuras de poder históricas donde no se analiza la esencia de cada régimen político. Dicho de otra forma: es un engañabobos.

¿Es la represión un signo per se de fascismo?

Ha de aclararse que históricamente, dentro de los países fascistas, a veces se ha intentado aplicar las dos variantes de metodología defensiva y ofensiva sin perder la esencia fascista: etapas donde se intentaba aparentar una estructura represiva y coercitiva más relajada, de cierta legalidad hacia algunas organizaciones de la oposición con la celebración de elecciones, etcétera, pero también etapas con sucesivas ilegalizaciones, mayor índice de coerción, en líneas generales acciones destinadas abiertamente para intimidar al pueblo y sus impulsos revolucionarios. El llamado «terrorismo de Estado» es algo que, recordemos, no solo se ha aplicado en el fascismo sino también en la democracia burguesa, tanto a nivel abierto como, sobre todo, encubierto. En general, la represión sistemática es sinónimo de un gobierno fascista pero también de la democracia burguesa, por lo tanto, la existencia de un gobierno represivo no puede ser la marca definitoria de fascismo. 

¿Cuál es la preocupación principal de la burguesía en todo momento y lugar?

Lo cierto es que en cualquier régimen capitalista la máxima preocupación de la burguesía es que el proletariado y el resto de masas trabajadoras produzcan para mantener sus ganancias o pagar sus deudas a terceros países. Si la clase burguesa siente sus intereses económicos amenazados por cuestiones de huelgas, sabotajes, y una creciente organización y reclamos de los trabajadores, es muy posible que en este caso tanto la burguesía nacional como internacional animen al fascismo en ese país como salida a sus problemas. En muchas ocasiones, una burguesía nacional democrático-burguesa convendrá que le beneficia apoyar a otra burguesía extranjera fascista que ha irrumpido a sangre y fuego en su país de origen, pero la primera para deberá estrechar la mano a la segunda destrangis –para no decepcionar a sus votantes– o –al menos– justificando esa colaboración con el fascismo externo vendiendo a su pueblo que de esa forma se podrá salvaguardar «la influencia e intereses nacionales» en ese país. Evidentemente, este discurso solo puede calar si el nivel de concienciación general revolucionaria es baja entre los trabajadores.

Las contradicciones burguesas dentro del régimen fascista

Si bien en la democracia burguesa asistimos a una pugna pueril y deshonesta entre las facciones de la burguesía, que se escenifica desde el parlamento, estas disputas no suelen acabar en colisiones demasiado violentas y normalmente priman las negociaciones y los acuerdos. Si bien el parlamentarismo democrático-burgués presupone la pugna de las facciones de la burguesía sin demasiadas colisiones, con el fascismo no hay garantía del fin de las luchas internas de la burguesía, sino que sucede al revés, pues su lucha se vuelve más violenta, incorporando incluso choques armados con una frecuencia inusitada, golpes en los que la otra facción queda fuera de juego durante largo tiempo. La causa de estas pugnas tan violentas no solo se explica por arribismos, sino también por la confrontación entre elementos de la burguesía que quieren pasar a formas más coercitivas y entre otros que desean adoptar formas de dominación más relajadas o directamente liberalizar el régimen; estas disputas no son discusiones académicas sobre la forma de gobernar, sino que son en algunos momentos discusiones muy serias, pues tomar una decisión u otra puede determinar que el sistema burgués salga mejor o peor parado.

La restricción de las cuotas de poder y el nepotismo, no solo promueven un obvio descontento entre los trabajadores, sino que en el campo burgués también crea una animadversión ante las capas que habían estado acostumbradas a llevar la batuta del país y ahora han sido apartadas. Este «descontento burgués» se inflama mucho más cuando, además, el gobierno fascista no es capaz de garantizar una economía que satisfaga sus ambiciones productivas, financieras y comerciales. Huelga decir que esta burguesía «antifascista» puede volverse rápidamente pro fascista si el gobierno le garantiza una colaboración política y por encima de todo unas ganancias económicas. Y, aunque como en todas las ideologías, siempre hay exaltados y románticos, estas discusiones no se producen tanto por amor a unos ideales concretos como a la forma en que creen que mejor defenderán sus intereses económicos. En resumen, podemos concluir que, exceptuando a sujetos fanáticos, que siempre los hay, la burguesía no puede ser calificada fascista o demócrata-burguesa por naturaleza, pues sus miembros siempre preferirán defender su bolsillo y su patrimonio en detrimento de la ideología concreta que en ese momento profese.

¿Puede la ideología fascista dominar toda la sociedad?

Entiéndase que, como en cualquier sociedad, la burguesía, pese a ser la clase dominante y la principal responsable de las ideas que circulan –moldeándolas a su imagen y semejanza o al menos con el fin de que sirvan a sus propósitos egoístas–, en verdad en su seno nunca logra obtener un acuerdo total en torno una única ideología que concrete sus intereses, sino que existen varias fórmulas que cumplen con dicho fin. Así, el liberalismo, el fascismo y otras expresiones son ideologías burguesas que responden a los mismos intereses de clase, pero desde distintos puntos de vista y ofreciendo diferentes proyectos –esto no excluye, por ejemplo, que finalmente ambas se encuentren en la defensa de la propiedad privada o la promoción del chovinismo nacional, sino fuese así, no tendrían el mismo tronco clasista–. Esta situación a su vez redunda en que en el campo burgués no exista una «ideologización concreta» ni una «identidad homogénea», ni entre los suyos ni entre sus aliados y ni mucho menos entre sus enemigos, ya que esto no se puede conseguir ni siquiera en los periodos más favorables para su causa, solo se pueden limitar –que no es poco– a conseguir «mayorías» e «influencias» sobre otras ideologías y capas sociales. Es más, como clase dominante, la burguesía muchas veces acaba absorbiendo y readaptando diversas ideologías que a priori eran de otras clases sociales intermedias, como la pequeña burguesía; esto ocurre cuando la burguesía toma y neutraliza la dirección de estos movimientos políticos o cuando estos por su propia voluntad se intentan hacer un hueco en el sistema político, aburguesándose –el socialdemocratismo y el agrarismo serían buenos ejemplos históricos–. Este «pluralismos» ideológico y las diferentes opciones políticas burguesas, sucede, entre otros motivos, porque en el capitalismo ya sea espontánea y voluntariamente se produce y se conduce hacia una diversidad de filosofías idealistas, pero también por la propia estratificación social, sus ideas y sus costumbres, que no pueden dejar de producir distintas variantes. En todo caso, nos debe quedar claro que en la Edad Contemporánea la burguesía en el poder no necesita siempre operar racionalmente, por lo que puede permitirse el lujo de vender pseudociencias o mentir descaradamente, lo cual hasta le puede reportar grandes beneficios. En cambio, el proletariado, dado que aspira a volar por los aires este sistema hipócrita que gira en torno a la ganancia y el lucro personal, no puede permitirse confundir sus aspiraciones con las de otras clases ni ideologías, no puede adoptar medias tintas; precisamente al estar en desventaja necesita más que nunca de la ciencia social para vencer, de una doctrina, el materialismo histórico y dialéctico, que sistematice no solo las verdades dispersas de su época –y que bien pueden ser utilizadas para fines de dudoso fin–, sino que alumbre el camino por el que ha de caminar la humanidad.

¿Qué necesita un movimiento antifascista para cumplir con sus propósitos?

El llamarse «antifascista» hoy es tan ambiguo y confuso como llamarse «anticapitalista». Ambos abarcan una cantidad de posicionamientos que serían imposible citarlos todos. En todo caso, el prefijo «anti» significa según la RAE: «opuesto, de propiedades contrarias», y lo curioso aquí es que movimientos y sujetos que se dicen «antifascistas» y el «anticapitalistas» a veces muchas veces sin ser conscientes reproducen patrones y categorías que les acercan contra lo que dicen combatir. Un ejemplo de ello serían los «antifascistas» que se oponen al fascismo sobre el papel, pero en la praxis se nutren de las mismas filosofías de la intuición, el misticismo y el vitalismo. Otro paradigma sería aquel «anticapitalista» que su alternativa en realidad se reduce a un proyecto de reforma del sistema, pero sin eliminar los medios de producción.

De cualquier modo, ¿qué podemos decir de los famosos «movimientos antifascistas» de hoy día? Pues que pese a tener grandes inclinaciones progresistas e incluso revolucionarias entre sus miembros, no son fiables para enfrentar al fascismo, esto no es una opinión nuestra, sino que se constata al ver creer al fascismo en varios países de tanto en tanto. ¿Cómo es posible que el antifascismo no frene al fascismo si es su principal cometido? Esto ocurre debido al carácter ecléctico que estos grupos arrastran en lo ideológico y organizativo. La cuestión antifascista, como la ecológica, la nacional, de género y otras que se dan en el capitalismo, deben ser enfocada de forma científica para que el «colectivo trasformador» que pretenda revertirlo lo intente con un mínimo de probabilidades del éxito, y es obvio que esta posibilidad no se erige en la «diversidad» y la «transversalidad», dado que la confusión de identidades y objetivos precisos solo produce parálisis y tendencias centrífugas. 

¿Queremos decir con todo esto que por ejemplo un anarquista no sea antifascista? No, en muchos casos su valentía e intenciones son dignas de alabar, pero lo que decimos es que, por su metodología y enfoque teórico, sus formas de lucha son deficientes, porque en la mayoría de temas no comprende el origen de los problemas sociales ni las formas de solucionarlas. Entonces para un revolucionario es lógico que, dentro de los frentes antifascistas y su trabajo con otras organizaciones no marxistas, lejos de primar la piedad en lo referente a las prácticas antifascistas antimarxistas, deberá desplegar una labor para que prevalezca la crítica a los cabecillas de estas organizaciones, enseñando a su base que los conceptos políticos derrotistas, reformistas, utópicos, terroristas, idealistas, pacifistas, skinheads, no tienen nada que ver con un antifascismo consecuente, de suficientes garantías para vencer a un fascismo –en la cuna o ya maduro y dispuesto a barrer con todo–. Enseñar que históricamente lo único que ha logrado ese «antifascismo laxo» es bañar a la clase obrera en un charco de sangre. Para nosotros está claro que, si algunos «antifascistas» hoy no quieren indagar en la importancia de comprender estas cuestiones, mañana por necesidad o convencimiento lo harán, y si no, serán barridos por el propio fascismo vegetarán en la intranscendencia. En cualquier caso, ocurra lo que ocurra nada podrá borrar la razón sobre lo aquí afirmado, ya que, insistimos, no son conclusiones exclusivas de nuestro «ingenio» o «delirio», sino dictados que ya ha enseñado la historia.

Si precisamente el actual movimiento antifascista es una pantomima –y ni de broma estaría en capacidad de frenar un avance del fascismo en caso de que la burguesía requiriese de esta forma de dominación para gobernar–, no es porque falten ganas o convicción entre los antifascistas de todo signo político, sino porque sus líderes –como ocurre en toda ideológicamente difusa y burocrática en lo organizativo–, prefieren más la cantidad a la calidad, el amiguismo a la disciplina. Por consiguiente, han decretado que la dichosa «unidad antifascista» debe consistir en la paz ideológica entre los antifascistas; con ello se restringe el debate honesto y la elevación ideológica en aras de que esto nos permitiría unirnos contra el enemigo común bajo una base racional y planificada. La romántica llamada a la «unidad» –sea «antifascista», «obrera» o bajo la etiqueta y causa que sea– sin condicionantes, es algo que suena precioso y que a priori algunos creerán que es la fórmula perfecta y sencilla para el triunfo, pero en verdad es la forma más rápida para el fracaso: sin condiciones serias toda unidad es formal, ficticia e inútil, tanto dentro de un partido marxista como en un frente antifascista. Solo hace falta echar una ojeada al interior de estos movimientos de asambleas y organizaciones vecinales «antifascistas». En cada uno de ellos, prima una interpretación particular sobre qué es fascismo, a qué responde y cómo enfrentarlo. Por lo que, en definitiva, nunca hay claridad, coordinación, métodos ni perspectivas para enfrentarlo eficazmente, vendiéndose muy barata la derrota ante el fascismo. Parecería que a más de uno su alergia por el estudio y la historia le ha hecho no estar al tanto que al fascismo no se le derrotó en Stalingrado emulando al ejército de Pancho Villa». (Equipo de Bitácora (M-L)Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)