«En primer lugar, A[dam] Smith incluye, naturalmente, trabajo que le plasma y realiza en una mercancía vendible y cambiable, todos los trabajos intelectuales que se consumen directamente en la producción material. No sólo al trabajador manual directo u obrero que trabaja en la máquina, sino el capataz, ingeniero, dependiente, etc., en una palabra, el trabajo de todo el personal que se requiere en una determinada esfera de la producción material para producir una determinada mercancía y cuyo concurso de trabajos −cooperación− se necesita para producir las mercancías. En realidad, [estos trabajadores] añaden al capital constante su trabajo total y elevan en esta cuantía el valor del producto. ¿Hasta qué punto puede decirse esto de los banqueros, etc?
En segundo lugar, A[dam] Smith dice que, en general, no ocurre así con el trabajo de los trabajadores improductivos. Aunque el capital se haya adueñado de la producción material y, por tanto, haya desaparecido a grandes rasgos la industria doméstica o el pequeño artesanado, que se encarga de producir directamente en la casa del consumidor los valores de uso que éste necesita, A[dam] Smith sabe perfectamente que una costurera que venga a mi casa para coser mis camisas, los operarios que reparan los muebles, el criado que limpia y cuida la casa o la cocinera encargada de guisar la carne, etc., plasman su trabajo en una cosa y, en realidad, elevan el valor de estas cosas, ni más ni menos que la costurera que cose en la fábrica, el maquinista que repara la máquina, los trabajadores que la limpian o la cocinera que presta sus servicios en un hotel como asalariada de un capitalista. Y estos valores de uso pueden ser también, en cuanto a la posibilidad, mercancías: las camisas pueden ser llevadas a la casa de empeños, la casa puede ser puesta en venta, los muebles pueden ser subastados, etc. Por tanto, en cuanto a la posibilidad, también estas personas producen mercancías y añaden valor a los objetos de su trabajo. Pero estas personas representan una categoría muy reducida entre los trabajadores improductivos y no podríamos decir lo mismo que de ellos de los servidores domésticos [ni de] los curas, los empleados del gobierno, los soldados, los músicos, etcétera.
Ahora bien, por grande o pequeño que sea el número de estos «trabajadores improductivos», puede darse por sentado, en todo caso, y aparece admitido por la fiase restrictiva de que «generalmente, sus servicios se esfuman en el momento mismo de prestarse», etc., que no es, necesariamente, ni la especialidad del trabajo ni la forma de manifestarse su producto lo que los hace ser «productivos» o «improductivos». El mismo trabajo puede ser productivo si lo compro como capitalista, como productor, para valorizarlo, o improductivo si lo compro como consumidor que invierte en ello un ingreso, para consumir su valor de uso, lo mismo si este valor de uso desaparece al desaparecer la actividad de la fuerza de trabajo que si se plasma o materializa en una cosa.
Para quien como capitalista ha comprado su trabajo, para el propietario del hotel, la cocinera produce una mercancía; el consumidor de la chuleta de cerdo tiene que pagar su trabajo y reembolsa al propietario del hotel −prescindiendo de la ganancia− el fondo a base de] cual éste sigue pagando a la cocinera. En cambio, yo compro el trabajo de una cocinera para que me guise la carne, etc., no para valorizar su trabajo en general, sino para disfrutarlo, para usarlo como este trabajo determinado y concreto, y en este sentido su trabajo es improductivo, aunque pueda plasmarse en un producto material y llegar a ser una mercancía vendible −en cuanto al resultado−, como lo es, efectivamente, para el propietario del hotel. Pero sigue habiendo una gran diferencia −conceptual−: la cocinera no me repone a mí −al particular− el fondo de que le pago, porque yo no compro su trabajo como creador de valor, sino simplemente por razón de su valor de uso. Y su trabajo no me reembolsa tampoco el fondo de que le pago, es decir, su salario, del mismo modo que, al pagar la comida del hotel, no me permite comprar y consumir por segunda vez la misma comida. Y esta diferencia se da también entre las mismas mercancías. La mercancía que el capitalista compra para reponer su capital constante −por ejemplo, la tela de algodón, si se trata de un estampador de telas− repone su valor en la tela estampada. En cambio, si la compra para usarla él mismo, la mercancía no le repone lo que ha invertido.
La inmensa mayoría de la sociedad, es decir, la clase obrera, tiene, por lo demás, que encargarse ella misma de efectuar este trabajo, lo que sólo puede hacer siempre y cuando que trabaje «productivamente». Sólo puede guisar su carne a condición de que produzca un salario con que [pueda] comprarla, y para poder limpiar sus muebles y su cuarto o simplemente lustrar sus botas necesita producir el valor de los muebles, el alquiler del cuarto o las botas. Por tanto, para esta clase de los obreros productivos se revela como «trabajo improductivo» el que efectúan para sí mismos. Este trabajo improductivo jamás les permite mismo trabajo improductivo si antes y para ello no se ocupan de trabajar productivamente.
En tercer lugar y de otra parte: un empresario de teatros, conciertos, prostíbulos, etc., compra la disponibilidad temporal de la fuerza de trabajo de los actores, músicos, prostitutas, etc., de hecho, por medio de un rodeo que sólo interesa desde el punto de vista económico-formal; en cuanto al resultado, el movimiento es el mismo; compra este llamado «trabajo improductivo», cuyos «servicios se esfuman en el momento mismo de prestarse» y que no se plasman o realizan en «un objeto duradero» −llamado también particular− «o en una mercancía vendible» −fuera de ellos mismos−. Su venta al público le proporciona un salario y una ganancia. Y estos servicios, que ha comprado, le permiten volver a venderlos, con lo que se renueva por medio de ellos el fondo del que se pagan. Y lo mismo puede decirse, por ejemplo, del trabajo de los escribientes que prestan servicios en el bufete de un abogado, con la particularidad, además, de que estos servicios toman cuerpo, generalmente, bajo la forma de enormes montones de papeles, en multitud de asuntos particulares, muy voluminosos.
Es cierto que el empresario se cobra estos servicios de los ingresos obtenidos del público. Pero lo mismo puede decirse de todos los productos que entran en el consumo individual. Y aunque el país no puede, desde luego, exportar estos productos en cuanto tales, sí puede exportar a quienes los prestan. Por ejemplo, Francia exporta bailarines, cocineros, etc., y Alemania maestros de escuela. Y claro, está que con los maestros de escuela y los bailarines se exportan también los ingresos que producen, mientras que la exportación de zapatillas de baile y de libros produce un contravalor en el país exportador.
Así, pues, si, de un lado, una parte del trabajo que se llama improductivo se traduce en valores de uso materiales que lo mismo podrían ser mercancías −mercancías vendibles− de otro lado tenemos que una parte de los meros servicios, que no revisten forma objetiva −que no existen como cosas independientes de quienes prestan los servicios ni pasan a formar parte de una mercancía como parte integrante de su valor− pueden comprarse con capital −por el comprador directo del trabajo−, reponen su propio salario y arrojan una ganancia. En suma, la producción de estos servicios puede incluirse, en parte, entre el capital, del mismo modo que una parte del trabajo que se materializa en cosas útiles puede comprarse directamente con los ingresos y no entra en la producción capitalista». (Karl Marx; Teorías de la plusvalía, 1863)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
«Lo que constituye el valor de uso específico del trabajo
productivo para el capital no es su carácter útil determinado,
como tampoco las cualidades útiles particulares del producto en
el que se objetiva, sino su carácter de elemento creador de
valor de cambio –plusvalía–.
El proceso capitalista de producción no es meramente producción de mercancías. Es un proceso que absorbe trabajo
impago, que toma a los medios de producción en medios para
succionar trabajo impago.
De lo que precede resulta que ser trabajo productivo es una
determinación de aquel trabajo que en sí y para sí no tiene absolutamente nada que ver con el contenido determinado del trabajo,
con su utilidad particular o el valor de uso peculiar en el que se
manifiesta.
Por ende un trabajo de idéntico contenido puede ser productivo e improductivo.
Milton, pongamos por caso, que escribió «El paraíso perdido» (1667), era un trabajador improductivo. Al
contrario, el escritor que proporciona trabajo como de fábrica a
su librero, es un trabajador productivo. Milton produjo «El paraíso perdido» tal como un gusano produce seda, como manifestación de su naturaleza. Más adelante vendió el producto por
5£ y de esta suerte se convirtió en comerciante. Pero el literato
proletario de Leipzig, que produce libros –por ejemplo compendios de economía política– por encargo de su librero, está
cerca de ser un trabajador productivo, por cuanto su producción está subsumida en el capital y no se lleva a cabo sino para
valorizarlo. Una cantante que canta como un pájaro es una
trabajadora improductiva. En la medida en que vende su canto,
es una asalariada o una comerciante. Pero la misma cantante,
contratada por un empresario que la hace cantar
para ganar dinero, es una trabajadora productiva, pues produce
directamente capital. Un maestro de escuela que enseña a
otros no es un trabajador productivo. Pero un maestro de
escuela que es contratado con otros para valorizar mediante su
trabajo el dinero del empresario de la institución que trafica con el conocimiento, es un trabajador productivo. Aun así, la mayor parte de estos trabajadores, desde el punto de vista de la forma,
apenas se subsumen formalmente en el capital: pertenecen a las
formas de transición.
En suma, los trabajos que sólo se disfrutan como servicios no
se transforman en productos separables de los trabajadores –y
por lo tanto existentes independientemente de ellos como mercancías autónomas–, y aunque se les puede explotar de manera
directamente capitalista, constituyen magnitudes insignificantes
si se les compara con la masa de la producción capitalista. Por
ello se debe hacer caso omiso de esos trabajos y tratarlos
solamente a propósito del trabajo asalariado, bajo la categoría
de trabajo asalariado que no es al mismo tiempo trabajo productivo». (Karl Marx; El Capital Libro I, Capítulo VI, Inédito, 1867)