lunes, 5 de abril de 2021

De «leyenda negra» a «leyenda blanca» sobre el colonialismo hispano; Equipo Bitácora (M-L), 2021

«La Hispanidad es el conjunto de los pueblos descubiertos, civilizados y evangelizados por España, que tienen un mismo modo de ser. (…) Lo cierto que nunca fue España tan grande como cuando se entregó totalmente a la obra de ganar para la fe y la civilización cristiana a los indios americanos y a los isleños de Oceanía, y se enfrentaba con los protestantes o los turcos, a fin de librar a la Iglesia y a la Cristiandad de tales enemigos». (Formación del espíritu nacional, 1955)

Advertimos al lector que tome asiento y se prepare para la batería de disparates que los nacionalistas pueden llegar a soltar para escurrir el bulto sobre sus referentes y figuras de culto.

Para empezar, ¿qué considera el «buenismo», en boca de Armesilla, un «imperio positivo», un «imperio generador»?

«En el caso de los Imperios Depredadores de la última fase del capitalismo del siglo XIX, entre 1884 y 1900, nos referimos a los Imperios Británico, Alemán, Holandés y el Imperio Colonial Francés –no confundir con el Primer Imperio Francés o Napoleónico, cuyos caracteres eran los propios de un Imperio Generador, pero ya nos referiremos a esto más tarde–, el excedente de capital no se dedicó en ningún momento a elevar el nivel de vida de los habitantes de las colonias ya que eso hubiera mermado considerablemente las ganancias de los capitalistas británicos, alemanes, holandeses y franceses, sino que se dedicó a acrecentar esas ganancias a través de la exportación de capitales a los países atrasados, es decir, les volvían a vender a las colonias el excedente de capital que extraían de las mismas». (Santiago Armesilla; Reescritos de la disidencia, 2012)

Y en el caso del Imperio hispánico, Armesilla reclamaba reivindicar tal imperio alegando la:

«La organización de los caminos como rutas comerciales terrestres que convergían en las Plazas de Armas de las ciudades, la promoción del mestizaje sexual, el otorgamiento de tierras comunales a indios y peninsulares, los más de 150.000 licenciados que salieron de las más de veinte Universidades generadas por el Imperio en América, el establecimiento del Real de a Ocho como moneda-mercancía de cambio universal, e incluso las reducciones jesuíticas de corte socialista». (Santiago Armesilla; Rosa Luxemburgo y España. Escrito para la Razón Comunista, 2019)

Atribuir en el caso del Imperio hispánico o de cualquier otro en cualquier época unas intenciones que no fueran el pillaje, la acumulación de tierras y la fama, es una completa tomadura de pelo, solo posible para un ultranacionalista sin escrúpulos que busca el blanqueamiento del imperio que defiende. 

Ver preocupación por los súbditos en la creación de infraestructuras de las colonias es tan estúpido como querer ver conatos de humanismo en el esclavista romano que daba comida al trabajador de su hacienda, cuando es claro que el único fin con que lo realizaba era el de que su propiedad –el trabajador eslavo–, no se muriese de hambre y pudiese retornar al día siguiente a su jornada laboral, una cuestión de puro interés basado en el beneficio económico. Pero bueno, qué esperar de gente como Bueno que niega hasta el concepto de plusvalor de Marx, o de Armesilla, que niega la teoría imperialista de Lenin.

Este tipo de sofismas imperialistas fueron muy comunes en los siglos pasados, Lenin se mofaba así de todos estos lacayos proimperialistas:

«El sorprendente argumento del profesor Giddings ilustra hasta para el tema de dónde puede llevar a un pensador político experimentado la confusión de móviles: en su determinación sobre el «consentimiento de los gobernados» como condición para el gobierno arguye que «si un pueblo bárbaro se ve obligado nación» a aceptar la autoridad de un Estado más civilizado, la prueba de la justicia o injusticia de esa imposición de autoridad no debe buscarse de ningún modo en el asentimiento o la resistencia ofrecida en el momento de instaurarse ese poder, sino únicamente en el grado de probabilidad de que, con pleno conocimiento práctico de lo que puede hacer el Gobierno para elevar a la población gobernada a un nivel de vida más alto, aquellos que alcancen a comprender cuánto se ha hecho brinden un consentimiento libre y racional» (Imperio y democracia, pág. 265). El profesor Giddings parece no comprender que toda la fuerza ética de esta curiosa doctrina del consentimiento retrospectivo radica en el acto de juzgar el grado de probabilidad de que se brinde el consentimiento libre y racional, que su doctrina no ofrece garantía alguna de la competencia y la imparcialidad de ese juicio, y que, en realidad, ofrece a toda nación el derecho a apoderarse del territorio de cualquier otra nación y gobernarlo sobre la base de atribuirse superioridad y cualificación para la labor civilizadora». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Lenin; Cuaderno «K», 1916)

En el caso de la conquista española de América, ¿cómo era el perfil del conquistador del siglo XVI y qué motivaciones tenía? Consultemos a las hermanas Lara, dos de las mayores especialistas en hispanismo de la Edad Moderna:

«El carácter del conquistador estaba más en consonancia con el mundo medieval que con el moderno: se movía por dogmas y creencias, pecaba de excesiva ingenuidad –muestra de ello es la seducción que le causaban los mitos, por más que carecieran de fundamentación lógica– y adolecía de espíritu crítico. En cuanto a sus vicios, iba más en relación con el Renacimiento, donde el hombre empezaba a ser visto como el centro del universo, sobresaliendo la codicia. (…) El objetivo del conquistador era dejar las armas y vivir de las rentas como encomendero, ser como aquel señor que ostentaba el poder en su pueblo. Hay que aclarar que la posición social de la mayor parte de los hombres que se alistaban no era acomodada; procedían por lo general de las regiones más afectadas por la crisis agrícola y ganadera del segundo cuarto del siglo XVI». (María Lara y Laura Lara; Breviario de Historia de España. Desde Atapuerca hasta la era de la globalización, 2019)

Aportando más datos a la idiosincrasia de estos sujetos, nos decían otro especialista en historia económica:

«Hay que tener en cuenta la actitud frente al trabajo manual, por el que, en principio, se sentía una profunda aversión. Este se considerada reñido con los valores transcendentes del hombre: el honor, la gloria, la honra. El ideal de vida de la mayoría de la población estaba en el noble, cuya ocupación básica está en torno a las armas y no necesita trabajar para vivir. Al mismo nivel se consideraba a las personas que entraban a formar parte del clero». (F. Simón Segura; Manual de historia económica mundial y de España, 1993)

¿Cómo se llevó a cabo la nueva estructura económica colonial de la Corona de Castilla en América?

«Una vez repartidas las tierras entre los conquistadores, se reguló el trabajo mediante el sistema de encomienda, el cual permitía a los colonos recibir lotes de indígenas que, teóricamente, a cambio de protección, subsistencia y enseñanza religiosa, trabajarían para ellos. La encomienda era una fórmula de esclavitud encubierta, pues el proceso consistía en «encomendar a un grupo indígena a un conquistador, como si se tratase de un vasallaje feudal, pero sin cesión de tierras. Todo indígena varón entre los 18 y 50 años de edad era considerado tributario, lo que significaba que estaba obligado a pagar un impuesto al soberano en su condición de «vasallo libre» de la corona castellana, o, en su defecto, al encomendero, que ejercía este derecho en nombre del monarca». (María Lara y Laura Lara; Breviario de Historia de España. Desde Atapuerca hasta la era de la globalización, 2019)

Obviamente, los encomenderos se volvieron un poder indoblegable en muchas ocasiones, poniendo en jaque a la propia Corona castellana cuando esta intentó limar los abusos que desde las colonias denunciaban exencomenderos como Bartolomé de las Casas:

«La promulgación de las Nuevas Leyes causó una sublevación de los colonos de Perú que fue conocida como la rebelión de los encomenderos». Esta revuelta, liderada por Gonzalo Pizarro, el hermanastro del conquistador, llegó a eliminar al propio virrey Núñez de Vela. En la corte española cundió la alarma y el emperador Carlos fue convencido de que eliminar la encomienda significaría arruinar económicamente a la colonización. Finalmente, el 20 de octubre de 1545 la Corona suprimió el capítulo 30 de las Leyes Nuevas, donde se prohibía la encomienda hereditaria». (María Lara y Laura Lara; Breviario de Historia de España. Desde Atapuerca hasta la era de la globalización, 2019)

La Corona de Castilla y los conquistadores se estaban valiendo de sistemas basados en los anteriores imperios precolombinos, adaptándolos no precisamente para hacerlos más benévolos:

«Algunos de los calificativos más duros sobre la mita y sus consecuencias formularon los seculares enemigos de España, sino las autoridades del Perú. El conde de Lemos, virrey en el inicio del último tercio del siglo XVII escribió al rey «no es plata la que se lleva a España, sino sudor y sangre de indios». El arzobispo de Lima a comienzos del siglo XVIII dijo que «tenía por cierto que aquellos minerales estaban tan bañados en sangre de indios que si se exprimiese el dinero que de ellos se sacaba, habría de brotar más sangre que plata, y que si no se quitase esta mita forzada se aniquilarían totalmente las provincias». ¿En qué consistió esta institución tan negativamente calificada? Mita, que significa turno, fue el sistema laboral implantado por los reyes incas, no creado por ellos. Este sistema vino perfectamente bien a los españoles, quienes adoptaron para canalizar los excedentes de mano de obra indígena. Según las disposiciones españoles, la mita se estableció como un sistema compulsivo de trabajo indio por el que de forma rotativa cada cierto tiempo todo tributario tenía que desempeñar determinadas tareas». (Julián B. Ruiz Rivera; La mita en los siglos XVI y XVII, 1990)

Marx registraría en su obra magna que los españoles ya eran expertos en la prolongación de la jornada laboral más allá de todo límite humano:

«Hasta aquí, hemos observado el instinto de prolongación de la jornada, el hambre insaciable de trabajo excedente, en un terreno en que los abusos desmedidos, no sobrepujados, como dice un economista burgués de Inglaterra, por las crueldades de los españoles contra los indios en América, obligaron por fin a atar el capital a las cadenas de la ley». (Karl Marx; El capital, 1867)

Esto, a su vez, demostraba que, a través de explotaciones comunales, los imperios europeos podían acrecentar sus arcas perfectamente, pero Armesilla nos insiste en que los indios vivían de forma cómoda, ¿dónde hemos oído esto antes? ¡Ah, sí! En los imperialistas holandeses del siglo XIX:

«Debería tomarse alguien el trabajo de desenmascarar el horripilante socialismo de Estado, utilizando el caso de Java, donde está en pleno florecimiento. Todos estos datos se encuentran en el libro del abogado J. W. B. Money Java 0 la manera de gobernar una Colonia, Londres 1861, 2 volúmenes. Por él se ve como los holandeses han organizado, sobre la base del viejo comunismo comunal, la producción dirigida por el Estado, y asegurado a la población una existencia que ellos juzgan perfectamente acomodada. Como resultado, el pueblo se mantiene en un grado de estupidez primitiva, y el Tesoro holandés recibe anualmente 70.000.000 de marcos –hoy, sin duda, mas–. El caso es muy interesante, y se pueden sacar con facilidad enseñanzas prácticas. Eso prueba, entre otras cosas, que el comunismo primitivo en Java, como en la: India y en Rusia, ofrece actualmente una excelentísima y vastísima base a la explotación y el despotismo –mientras no sacuda el elemento comunista moderno–. Es un anacronismo –que se debe eliminar 0 desarrollar– en el seno de la sociedad moderna». (Carta de Friedrich Engels a Karl Kautsky, 16 de febrero de 1884)

Pero, claro, para los buenistas, lo que Marx dijese de España no puede ser tenido en cuenta pese a ser uno de los historiadores y analistas políticos más importantes del siglo XIX, ya que como todos aquellos economicistas, historiadores, filósofos y demás que registrasen algo que no cuadra con el guion de su secta nacionalista, debe de ser inmediatamente desechado como crédulos contaminados por la propaganda «negrolegendaria» antiespañola. Así, pues: 

«Los textos de Marx sobre España, de Carlos V al siglo XIX, son leyenda negra» y que su visión está condicionada por «autores «negrolegendarios», que ya no son leídos». (La Nueva España; José Luis Pozo: «Los escritos de Marx sobre España son leyenda negra», 2018)

Bajo el punto de vista de la Escuela de Gustavo Bueno, ¡ser coherentemente marxista en España es lo mismo que ser un agente de la propaganda inglesa y sus mitos! 

Pero volvamos al tema central: la importantísima y vital llegada de los castellanos al «Nuevo Mundo» para los indígenas americanos –según siempre el relato buenista-falangista-franquista de la historia mundial–. Pero, ¿exactamente qué podemos decir que ganaron las primeras generaciones de indios que tuvieron la «gran fortuna» de sentir un enorme descenso demográfico de su población por guerra, trabajo agotador o enfermedades? 

«En los momentos de la conquista había 50 millones de indios que, en siglo y medio, descendería a 5. Los hispanistas lo han calificado de etnocidio, pues no hay que olvidar que si alguien estaba interesado en que no decreciera la mano de obra tributaria era precisamente la corona española. (…) El trabajo obligatorio también intervino en el descenso demográfico. Entre las culturas formativas precolombinas se practicaba una economía de subsistencia de la que se pasó repentinamente a una economía de producción de excedentes mediante el repartimiento de los indios. Estos, acostumbrados a ser dueños de su tiempo en un ambiente tranquilo, tuvieron que trabajar de sol a sol, muchas veces alejados de sus familias. Otro factor fue reconvertido a la minería, los efectivos hubieron de laborar en lugares áridos feneciendo exhaustos. (…) La mayor parte de los indios siguieron viviendo en las encomiendas trabajando para pagar tributos a cambio de la paternal legislación del rey, que les permitía vivir en las tierras donde habían nacido, pero otros huyeron y se asentaron como forasteros en lugares diferentes al de su origen, constituyendo una mano de obra barata. En las ciudades habitaron en los barrios periféricos donde vivían en condiciones límite». (María Lara y Laura Lara; Breviario de Historia de España. Desde Atapuerca hasta la era de la globalización, 2019)

¿Qué progreso concreto les reportó el arrancarles de sus convenciones religiosas para enrolarles a la fuerza en la «gran misión evangelizadora» del catolicismo, que además en aquellos momentos era una corriente reaccionaria dentro del cristianismo? 

«Se gestó el Requerimiento, texto redactado por Palacios Rubios que anunciaba y autorizaba por mandato divino la conquista de las tierras y el sometimiento de los pueblos que se negaban a ser evangelizados. Por medio de este pregón, proclamado en español, el conquistador informaba a los indígenas de que Dios, creador de los primeros hombres, Adán y Eva, había elegido a San Pedro, y sus sucesores de Roma como monarcas del mundo. Un pontífice posterior, Alejandro VI, había otorgado la posesión de los indios al rey de Castilla. Toda negativa o demora en aceptar estas demandas entrañaría abrir combate de inmediato –guerra justa–, convirtiéndolos en reos de muerte o esclavizándolos como rebeldes. La lectura finalizaba con la amenaza de tomar los bienes de los oyentes y de esclavizar a sus mujeres e hijos si no cumplían este mandado. ¿Qué podían comprender los indios cuando se les obligaba a manifestar su adhesión al proyecto si, de entrada, su idioma era otro? Absolutamente nada». (María Lara y Laura Lara; Breviario de Historia de España. Desde Atapuerca hasta la era de la globalización, 2019)

Oh sí, ya sabemos, conténganse queridas groupies de Armesilla, somos conscientes que para vosotros el catolicismo era y es la fe verdadera, o por lo menos, la religión más progresista de la historia a la cual «le debemos mucho», no hace falta que nos lo recordéis, lo sabemos. Pero sentimos decir que no es un debate para nosotros, no nos apetece tener que hablar de la Santísima Trinidad, si la Biblia puede ser leída en lengua vernácula o solo en latín, si el castellano es un idioma superior o si es la lengua otorgada por Dios para la casta de conquistadores, debates que seguro resultarán interesantísimos para los abducidos, pero no para nosotros. Así que sigamos.

Recordemos, importante, que figuras de gran renombre dentro de la política y el clero —estrechamente vinculados— de la época, como Bartolomé de las Casas, llamado con justicia el «defensor de los indios», protestaban con todas sus energías al respecto del trato y vejación a que eran sometidos los nativos allí donde la Corona se establecía:

«Todo pueblo, por muy bárbaro que sea, puede defenderse de los ataques de otro pueblo superior en cultura que pretenda subyugarlo o privarle de libertad; es más, lícitamente puede castigar con la muerte a las personas de dicho pueblo superior en cultura como quienes criminal y violentamente le infieren una injusticia contra la Ley natural. Y tal guerra en verdad es más justa que aquella que bajo pretexto de cultura se hace». (Bartolomé de las Casas; Apología, Siglo XVI)

Antes que nada, nos preguntamos qué tipo de «revolucionario» defiende el 12 de octubre, fecha que lleva implícita para varias civilizaciones, tanto históricas como de sus herederas, el signo de la humillación y escarnio de que representó el choque violento y la anexión forzosa por parte de la Corona de Castilla de los pueblos que habitaban en la América precolombina. Sinceramente, no puede haber nada más nacionalista y reaccionario. De hecho, lo contrario, es decir condenar ese evento, sus implicaciones políticas y reconocer el atropello y abuso que significó «la conquista», sí implica una actitud revolucionaria, de apoyo a los pueblos y su lucha histórica contra el colonialismo español, como hicieron progresistas como Pi y Margall en el siglo XIX. Precisamente en la crítica sin piedad a nuestro pasado imperialista y colonialista se encuentra el posicionamiento internacionalista, el que une a los pueblos bajo la solidaridad y no la fuerza, el que rechaza la parte «negra» de nuestra historia para recoger auténticamente el legado progresista. Ahí tenemos a figuras como Bartolomé de las Casas denunciando las injusticias a las que se veían sometidos los «indios»; o Gil González de San Nicolás luchando implacablemente contra la explotación de los nativos en el Sur de América. Y así otros tantos que para estos analfabetos históricos no merecen ser tenidos en cuenta y menos aún reivindicados como parte de un legado histórico progresista. Y esto es así porque sujetos como Armesilla, en pleno siglo XXI, se encuentran más a la derecha que monjes domínicos como el ya citado De las Casas, que alegando contra la esclavización de los nativos, recordaba que nunca es plato de buen gusto tales métodos:

«Finalmente, yo apelo a aquellos españoles ladrones y torturadores de aquella miserable gente. ¿Acaso pensáis que una vez subyugada la población fiera y bárbara de España, los romanos, con el mejor derecho, podían repartiros a vosotros entre ellos, asignándose a cada uno tantas cabezas, ya de machos, ya de hembras? ¿Pensáis que los romanos pudieron despojar a los príncipes de su poder y a vosotros todos, despojados de la libertad, obligaros a  miserables trabajos, entre ellos a las minas de oro y plata para extraer y expurgar los metales? Esto es lo que hicieron los romanos, como atestigua Diodoro. ¿Acaso vosotros estaríais en tal cosa privados del derecho de defender vuestra libertad, más aún, vuestra vida con la guerra? ¿Soportarías tú, Sepúlveda, que Santiago evangelizase a tus cordobeses de tal modo?». (Bartolomé de las Casas; Apología, Siglo XVI)

Compárese esta réplica al sometimiento de los pueblos con las sandeces de los chovinistas actuales. Increíble pero cierto, un clérigo del siglo XVI adelantando por la izquierda a estos energúmenos. 

La Escuela de Bueno tiene el viejo vicio historiográfico de creerse que decretar algo supone la inmediata aplicación real. Así, pues, historiadores declaraban que gracias al cristianismo hispano:

@armesillaconde: En 1511, se promulgan las Leyes de Burgos, que abolen la esclavitud de los indios americanos y sancionan la conquista y evangelización, siguiendo la tradición de la Reconquista». (Twitter; Santiago Armesilla, 12 de octubre de 2018)

Lejos de lo que nos venden estos meapilas, exceptuando en sus inicios, el cristianismo nunca ha sido un factor progresista ni humanista en sus disposiciones políticas, ni en la Península Ibérica ni en ningún otro lado:

«El cristianismo no ha tenido absolutamente nada que ver con la extinción gradual de la esclavitud. Durante siglos coexistió con la esclavitud en el Imperio romano y más adelante jamás ha impedido el comercio de esclavos de los cristianos, ni el de los germanos en el Norte, ni el de los venecianos en el Mediterráneo, ni más recientemente la trata de negros. La esclavitud ya no producía más de lo que costaba, y por eso acabó por desaparecer». (Friedrich Engels; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884)

Existen ya varias numerosas obras que analizan a través de fuentes directas la enorme pervivencia del esclavismo en la Monarquía Hispánica durante toda la Edad Moderna. No nos detendremos en este punto, ya que no es culpa nuestra que Armesilla viva en la desactualización permanente con décadas o siglos de retraso. Aunque sabemos que el motivo real no es tanto su desconocimiento como su carácter relativista y subjetivista, cual sofista nacionalista. De todos modos, dejaremos al lector un par de obras al respecto.

Véase la obra de Gonzalo Barrio: «La mano de obra esclava en el arsenal de Cartagena a mediados del siglo XVIIl, en Congreso Ciudad y Mar en la Edad Moderna de» 1984.

Véase la obra de Fernando Cortes Cortes: «Esclavos en la Extremadura Meridional en el s. XVII» de 1987.

¡Y hay más! Don Armesilla de la Mancha, que no se cansa de hacer el imbécil en redes sociales, anunciaba al mundo una revelación que estaba ahí y todos habríamos ignorado:

«@armesillaconde: El Imperio español fue la Unión Soviética de los siglos XV, XVI, XVII, XVIII y XIX, prácticamente desde 1492 hasta 1825 aproximadamente. (...) Tenía esclavitud, sí. Pero también mestizaje, jornadas laborales de ocho horas, proteccionismo». (Twitter; Santiago Armesilla, 24 jun. 2018)

¿Se imaginan? No se cumplen los convenios laborales actuales, como para que se cumpliesen las legislaciones del siglo XVI en materia colonial. Pero según sus fuentes, en la América del siglo XVI regida por Felipe II se disfrutaba de mayores derechos laborales que la España del siglo XIX o XX. Y ya pueden comprobar, ¡parece ser que además la América colonial cumplía los mismos hitos en seguridad laboral y derechos que la URSS de Lenin y Stalin! Envidiable como mínimo.

Le diremos un secreto a este adorable sujeto: en la Italia de Mussolini, pese a lo que pusiese en la Carta del Trabajo de 1927, la organización sindical no era «libre», los contratos colectivos tampoco, la retribución que recibía el trabajador tampoco se realizaba «conforme a las exigencias del trabajo y la empresa», y el Estado no controló siempre el fenómeno de la «desocupación». Esta disociación entre letra y hechos recuerda a cuando los oportunistas italianos de Togliatti que creían que en la Italia de la posguerra no iban a existir monopolios ni desempleo porque así lo juraba la constitución de 1947. ¡Qué chasco se llevaron!

¿Por qué defender el legado del Imperio hispánico con tanto ahínco? Armesilla nos da más motivos, eso sí, al igual que las anteriores, inventados:

«Gustavo Bueno distingue entre imperios generadores y depredadores. Los segundos, como afirmo en el libro, cuadran con el colonialismo clásico y con el imperialismo en sentido leninista: pura rapiña, dejando a los conquistados como estaban o en peor situación. Los primeros son aquellos que reproducen las instituciones de la metrópoli en las tierras conquistadas, elevando el nivel de vida de los conquistados. España siguió la estela del Imperio de Alejandro Magno y de Roma más que la estela colonial». (Miguel Riera; Entrevista a Santiago Armesilla, 2018)

«@armesillaconde: No, definitivamente el Imperio español no fue racista. El racismo es incompatible con el catolicismo, y esta era doctrina oficial del Imperio. Derechos de gentes basados en las ideas de Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca. Dejemos ya la Leyenda Negra. Buenas noches». (Twitter; Santiago Armesilla, 13 nov. 2018)

¡Curiosa ausencia de racismo en el catolicismo, que fue el mismo que esclavizó medio mundo bajo teorías supremacistas! ¿Qué supuestos «avances en derechos laborales» pudieron tener los indígenas formando parte del flamante imperio cuando trabajaban de forma extenuante para los conquistadores? Resulta un atentado contra la inteligencia querernos hacer ver que la creación de universidades o administraciones públicas «civilizadas» fueron obras de las que se beneficiaron los indígenas o los negros traídos de África, algo descabellado bajo la segregación racial del régimen colonial: 

«[En el siglo XVIII] Los blancos siguieron siendo el grupo privilegiado: un 2% eran peninsulares y el resto, criollos, los grandes señores de América, pues habían recibido suculentas herencias, estudiaron en las universidades, invirtieron en negocios y adquirieron títulos de nobleza. El escalafón estaba presidido por la minoría de españoles peninsulares, los cuales eran llamados, despectivamente, gachupines en Nueva España y chapetones en Perú. Muchos y muy variados nombres se utilizaban en el habla popular y en las «pinturas de castas» para designar las mezclas. Y aunque muchas acudieron a las audiencias a certificar su limpieza de sangre, el sistema de castas jamás fue infalible. (…) Por desgracia la discriminación estaba al orden del día y, a mayor melanina, más segregación racial. En la época de las clasificaciones zoológicas y botánicas se recurrió a compartimentar a la especie humana en función de la pigmentación. Sobre unos tipos básicos, claramente diferenciados en el lenguaje popular, el Siglo de las Luces sería testigo de la fiebre clasificatoria por crear un complejo glosario que definiera cada una de las variantes del cruce». (María Lara y Laura Lara; Breviario de Historia de España. Desde Atapuerca hasta la era de la globalización, 2019)

¿Acaso se podía esperar otra cosa de una mentalidad que provenía de los «autos de fe» y la búsqueda de la «limpieza de sangre»?

«Como consecuencia de la importancia atribuida a la religiosidad fue la exigencia de la «limpieza de sangre» –esto es no tener los antepasados ni judíos, ni musulmanes ni herejes– para acceder» a instituciones de la más diversa índole, desde el Santo Oficio a colegios, universidades y gremios, así como para desempeñar cargos públicos en los municipios o la corte». (F. Simón Segura; Manual de historia económica mundial y de España, 1993)

Teorizar la inexistencia o relativizar la esclavitud y la segregación colonial en el Imperio hispánico, solo es trabajo de un ignorante o de un embaucador de tres al cuarto:

«[En el siglo XVIII]. Los cazadores furtivos de indígenas proliferaban y, a pesar de que esta práctica estaba prohibida por la corona hispánica, la enorme distancia y los sustanciosos réditos contribuían a que las autoridades hicieran la vista gorda, máxime cuando en los territorios lusos estaba permitida la compraventa humana. (…) Los cimarrones –esclavos fugitivos que se apartaban de las ciudades para morar en libertad en los palenques– y los códigos negros forman parte también del escenario de las colonias que, en unas décadas, lucharían por su emancipación. Las ordenanzas dominicanas de 1868 pueden considerarse el primer código negro, el segundo sería el de Luisiana y, en 1783, la Audiencia de Santo Domingo comenzó la elaboración de un tercero, llamado Carolino, el cual estuvo paralizado varios años hasta que quedó obsoleto en 1789, cuando se hizo la Instrucción para todas las Indias. (…) A estas cláusulas se añadieron otras, como inmovilizar a los esclavos en las haciendas, prohibirles reunirse con otros negros en las festividades, impedirles portar armas, etc. También la obligación de evangelizarlos, contemplando que esto último compensaba haberlos traído de África donde habrían permanecido en la gentilidad. El mismo Código Carolino exponía que la religión los hacía más sumisos, «ayudándolos» a soportar su triste condición». (María Lara y Laura Lara; Breviario de Historia de España. Desde Atapuerca hasta la era de la globalización, 2019)

Ridículo. ¡Para un marxista es profundamente irritable ver tanto empeño en la distorsión histórica para dignificar a uno de tantos imperios coloniales de la historia! Pero estos son los mismos o gentes muy parecidas, que dicen que el franquismo no fue fascismo, que no fue antisemita, y que, por supuesto, la División Azul fue a la URSS a luchar contra el comunismo, pero que no tenía nada, pero nada, nada nada que ver con los nazis, aunque tuvieran una gran deuda contraída con ellos por haberles ayudado en la guerra española de 1936-39. Señores, si tratan a la gente como borregos, a lo sumo solo lograreis ser un pastor de borregos.

La teoría buenista del «imperio generador y no depredador» se desmonta desde el momento en que se observa que tanto «imperios generadores»; como el Imperio romano o el hispano, como los «imperios depredadores»; como el británico o el francés, se caracterizaban por igual por desarrollar infraestructuras en los países conquistados u ocupados:

«Hasta ahora, las clases gobernantes de la Gran Bretaña sólo han estado interesadas en el progreso de la India de un modo accidental, transitorio y a título de excepción. La aristocracia quería conquistarla, la plutocracia saquearla, y la burguesía industrial ansiaba someterla con el bajo precio de sus mercancías. Pero ahora la situación ha cambiado. La burguesía industrial ha descubierto que sus intereses vitales reclaman la transformación de la India en un país productor, y que para ello es preciso ante todo proporcionarle medios de riego y vías de comunicación interior. Los industriales se proponen cubrir la India con una red de ferrocarriles. Y lo harán; con lo que se obtendrán resultados inapreciables». (Karl Marx; Futuros resultados de la dominación británica en la India, 1853)

Esto es una dinámica inherente al imperio, y ya hablamos aquí no con conceptos vagos de «imperio», sino que nos referimos a la teoría leninista sobre el imperialismo como etapa superior del capitalismo, del monopolismo:

«La tercera contradicción es la existente entre un puñado de naciones «civilizadas» dominantes y centenares de millones de hombres de las colonias y de los países dependientes. El imperialismo es la explotación más descarada y la opresión más inhumana de centenares de millones de habitantes de las inmensas colonias y países dependientes. Extraer superbeneficios: tal es el objetivo de esta explotación y de esta opresión. Pero, al explotar a esos países, el imperialismo se ve obligado a construir en ellos ferrocarriles, fábricas, centros industriales y comerciales. La aparición de la clase de los proletarios, la formación de una intelectualidad del país, el despertar de la conciencia nacional y el incremento del movimiento de liberación son resultados inevitables de esta «política». El incremento del movimiento revolucionario en todas las colonias y en todos los países dependientes, sin excepción, lo evidencia de modo palmario. Esta circunstancia es importante para el proletariado, porque mina de raíz las posiciones del capitalismo, convirtiendo a las colonias y a los países dependientes, de reservas del imperialismo, en reservas de la revolución proletaria. Tales son, en términos generales, las contradicciones principales del imperialismo, que han convertido el antiguo capitalismo «floreciente» en capitalismo agonizante». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)

Pero como ya advirtió Marx, incluso los avances en las fuerzas productivas que sean introducidos por los colonialistas nunca pueden ser aprovechados del todo por los pueblos conquistados, ya que no son dueños de su destino ni son iguales ante los ocupantes. Por eso reclamaba que el único camino que le quedaba a la India era o una independencia nacional o que se diese la revolución proletaria en el corazón del imperio británico, lo cual significaría la libertad de las colonias o su unión voluntaria y pacífica:

«Todo cuanto se vea obligada a hacer en la India la burguesía inglesa no emancipará a las masas populares ni mejorará sustancialmente su condición social, pues tanto lo uno como lo otro no sólo depende del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de su apropiación por el pueblo. Pero lo que sí no dejará de hacer la burguesía es sentar las premisas materiales necesarias para la realización de ambas empresas. ¿Acaso la burguesía ha hecho nunca algo más? ¿Cuándo ha realizado algún progreso sin arrastrar a individuos aislados y a pueblos enteros por la sangre y el lodo, la miseria y la degradación Los hindúes no podrán recoger los frutos de los nuevos elementos de la sociedad, que ha sembrado entre ellos la burguesía británica, mientras en la misma Gran Bretaña las actuales clases gobernantes no sean desalojadas por el proletariado industrial, o mientras los propios hindúes no sean lo bastante fuertes para acabar de una vez y para siempre con el yugo británico. En todo caso, podemos estar seguros de ver en un futuro más o menos lejano la regeneración de este interesante y gran país». (Karl Marx; Futuros resultados de la dominación británica en la India, 1853)

Claro está, aquél que no comprende la época en que vivimos y las fuerzas motrices del progreso –como estos señores– nos hablará todo el rato de la «Dialéctica de naciones» y las pretensiones más o menos positivas de cada una –con todo tipo de clichés y prejuicios chovinistas–, pero sin entender en ninguno momento su carácter de clase ni las relaciones de producción que se producen en el seno de cada una de ellas. Para ellos el nazismo sería progresista porque mantienen la unidad territorial y tiene un alto desarrollo de fuerzas productivas, ¿y qué más puede decir el buenismo para España? Bueno sí, quizás el catolicismo tan santurrón como hipócrita de los señores de Vox, ese que Hitler rechazaba ora en pro del paganismo germánico ora a favor del protestantismo. Es cierto, ¡quizás al final de todo no sois tan nazis, aunque también habléis de gerontocidio, absorber por la fuerza a otras naciones y contra los homosexuales!

En este discurso sobre la conquista de América también cuenta con el favor de los partidos tradicionales más conservadores. Díaz Ayuso, seguramente una de las figuras más pobres intelectualmente de los últimos años en política, que ya es decir mucho, aseveraba:

«La Navidad y el Belén celebran el nacimiento de Jesús de Nazaret. (...) Con el nacimiento de Cristo, medimos los siglos y se funda nuestra civilización. (...) El Cristianismo se hace así nada más nace. Católico significa universal. Por eso España siempre ha sido un pueblo integrador, que promovía el mestizaje en América, que trataba al otro, al diferente, y lo hacía como persona. Ser católico es la antítesis de ser racista o insolidario». (Isabel Díaz Ayuso; Discurso, 4 de diciembre de 2020)

Vox, por su parte, decía:

«La #EspañaViva se siente orgullosa de su pasado y de pertenecer a una gran Nación. Hace 528 años, Colón descubre América y se inicia la Hispanidad, la mayor obra de hermanamiento realizada por un pueblo en la Historia de la humanidad». (Twitter; @vox_es, 12 de octubre de 2020)

Y Losantos:

«España ha hecho lo que ningún país ha hecho: descubrir un continente. (...) Lo conquistó, lo evangelizó, lo civilizó, lo metió dentro de la civilización romana y cristiana que ha sido con mucha diferencia en la historia de la humanidad la mejor de todas las que se ha conocido. (...) Es lo que ha permitido que se creen sociedades libres, esa sociedad es la española hace 2.000 años que es cuando los romanos logran por fin vencer a las tribus españolas». (Jiménez Losantos: El Día de la Hispanidad, 12 de octubre de 2019)

Parece ser que lo bueno en la historia de la humanidad comienza una vez se funde lo romano con las «tribus españolas» (sic). Para Losantos la legislación de Augusto o las Cortes de Castilla, el pensamiento idealista de Séneca o Suárez son claramente superiores a la legislación soviética y el pensamiento materialista-dialéctico de la URSS. 

Como uno puede comprobar ¡el palurdismo de los buenistas es el mismo que el de Isabel Díaz Ayuso, Federico Jiménez Losantos u Ortega Smith!

Los delirios de Armesilla y su negacionismo histórico, llegan hasta el punto de decir:

«@armesillaconde: Canarias nunca ha sido una colonia». (Twitter; Santiago Armesilla, 16 de febrero de 2019)

¡No, claro! Demos una breve clase de historia al señor Armesilla sobre las Islas Canarias. El genóvés Lancelloto Malocello «redescubrió» para los europeos este archipiélago en 1312, que empezó a ser visitada por los navegantes mallorquines. En 1402 comenzó la «conquista de señorío», esta tomó lugar bajo manos de particulares como los normandos Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle, eso sí, como «vasallos de Castilla» –puesto que el Papa Clemente VI había adjudicado a ella sus derechos–. El fin era explotar la producción de orchilla –producto muy codiciado en el comercio de la época para la elaboración de paños–. Después se pasó a la «conquista de realengo», empresa ya financiada directamente por la Corona de Castilla –tomando Tenerife en el 1496–. Este proceso fue capitaneado por Alonso de Lugo: 

«Alonso de Lugo no es mejor ni peor que otros conquistadores de la tierra. Tiene virtudes de unos y defectos de otros y viceversa. Su retrato podría ser éste: valiente hasta rayar en la temeridad; es decir, más esforzado que buen capitán, mejor soldado que estratega —ello explica algunos de sus fracasos—; ambicioso, y como tal, andariego e inquieto; rebelde unas veces, sumiso y obediente otras, según las circunstancias. En fin, hábil, mañoso, interesado, con pocos escrúpulos, arbitrario, despótico, gran protector de los de su linaje y en extremo devoto de los santos... Es el modelo de los conquistadores de todas las épocas, con todas las virtudes y vicios inherentes al cargo...». (Antonio Rumeu de Armas; Alonso de Lugo en la Corte de los Reyes Católicos: (1496-1497), 1952)

La única isla que quedó bajo un régimen mixto de dominio fue la Gomera –hasta la rebelión de los gomeros en 1488–. Estas operaciones concluyeron con el exterminio de casi la totalidad de la población indígena bajo los métodos monstruosos, el resto de sobrevivientes fueron obligados a ser evangelizados. y/o esclavizados. Si al señor Armesilla le queda dudas sobre todo esto existe material directo sobre la conquista castellana. Véase la obra de Juan de Abréu Galindo: «Historia de la conquista de las siete islas de Gran Canaria» del siglo XVII.

Roberto Vaquero, líder de Reconstrucción Comunista, la formación socialchovinista que tanto conocemos, ha recibido muchas simpatías por parte de elementos ultranacionalistas como Armesilla. ¿Por qué será? Quizás porque sus militantes, como los del grupo fascista Bastión Frontal, se divierten con las canciones sobre los tercios españoles y atacar a las «ratas separatistas». Véase el capítulo: «Los nuevos chovinistas: la postura de RC sobre la cuestión nacional» de 2017.

Pedro Ínsua, el filósofo buenista que entre otros «méritos» tiene el dudoso «honor» de haber colaborado en libros con Gustavo Bueno y Santiago Abascal, fue uno de los ultrareaccionarios elegidos por Roberto Vaquero para conformar el relajado y amistoso coloquio cibernético celebrado entre «camaradas». ¿Y en qué se centraba ente evento? Sobre un problema «importantísimo» que sobrevuela día y noche las preocupaciones de los trabajadores en la miseria, ¡la «leyenda negra española»!

«¿Hasta qué punto está esa leyenda negra acabada? Porque algunos dicen, todos los países tienen. Sí, pero no como la de España, porque la nuestra fue incentivada por otras potencias que se convirtieron en las dominantes, por ejemplo, Inglaterra, y que el poder que tuvo de difundirla y de hacer que fuera algo vertebrador en el pensamiento de mucha gente era mucho mayor». (Formación Obrera; Contrahegemonía: Sobre la Leyenda Negra y el legado histórico de España, 2021)

«Desde hace unos años hay un montón de gente que está con lo de nada que celebrar, el descubrimiento fue un genocidio. Estamos hablando de gente que reniegan de su país y que aparte hace un análisis histórico que hace un seguidismo de la leyenda negra anglófila sobre España. Obviamente sí fue una conquista, sí se hicieron cosas, que desde el punto de vista actual se diría que están mal, etc. (…) Esa gente lo que hace es criminalizar a ojos de la gente normal, de los trabajadores, que tienen ese sentimiento de pertenencia a España, etc. esos ataques absurdos, con ese nada que celebrar». (Roberto Vaquero; Sobre el 12 de octubre y la hispanidad, 2020)

Estaría bien recordar que estas «leyendas negras» que se crean en torno a ciertos pueblos, bien contengan o no verdades históricas, reflejan pugnas interburguesas entre las clases explotadoras de distintos países, que pujan por el desprestigio internacional hacia tal o cual enemigo concreto. De ahí se desprende que tratar superficialmente, como hacen nuestros zotes nacionalistas, este tema, es reducir la cuestión a un debate escolástico de «quién miente más» y «qué buenos hemos sido», sin tener en cuenta lo decisivo para un marxista: ¿a qué clase benefició esa conquista de los pueblos americanos? ¿Qué clase fue la enviada como carne de cañón a batallar, haciéndoles comer desperdicios durante meses y años de navegación, qué clase continuó sufriendo el servilismo a que los señores feudales y demás nobleza sometía independientemente de si servían en la metrópolis o fuera, etc.? ¿Recuerdan estos mentecatos que las emancipaciones anticoloniales de los pueblos americanos fueron llevadas a cabo por mestizos, indios, y castellanos «puros»? ¿Se dan cuenta que la cuestión que prima siempre es la de clase? Lo dudamos, y ahí está la prueba, el onanismo demencial que tienen por tratar estos temas desde «perspectivas patriotas», «relatos en defensa del honor nacional» y demás miopías burguesas. Al verlos «debatir» sobre los aspectos más triviales de esa «leyenda negra» no podemos, teniendo en cuenta lo aquí expuesto, más que reírnos con ternura de estos de sujetos; la historia ha visto mamporreros de las clases explotadoras de todo color: y no podía faltar el color «rojo». 

Asimismo, deberíamos pasar a replicar con algo más de rigor las citas expuestas arriba.

Primero. Hagamos el ejercicio de suponer que un grupo de «comunistas» británicos defendiese que Escocia es una «nación moribunda», considerase un «orgullo» la conquista británica de la India, diese conferencias junto a conocidos nacionalistas que hablan con simpatía del «patriotismo revolucionario» de Mosley y que a su vez fuesen apologetas de la religión y el colonialismo del Imperio británico. Bien, pues ahora imagínense que a eso lo llamasen difundir la «contrahegemonía cultural», «estar rompiendo con lo presente» y demás sandeces. ¡Pues esa es la labor de RC junto a los buenistas en España!

Segundo. La «leyenda negra», entendida según la RAE como: «Relato desfavorable y generalmente infundado sobre alguien o algo», es algo que si realmente no tiene base no se sostendrá en el tiempo eternamente, al menos no en lo fundamental y menos en nuestra época. Por poner un ejemplo, los griegos construyeron antes, durante y después de derrocar al Imperio aqueménida una «leyenda negra persa» sobre sus usos, costumbres, carácter y religión. Pero el avance de los descubrimientos arqueológicos, el contraste de fuentes y testimonios históricos permitió aclarar muchos de los mitos sobre Persia introducidos por los «padres de la historia occidental» como Heródoto y Estrabón, verdaderos gigantes y a los cuales la historia les debe mucho pese a sus errores y fobias. En este sentido, ¿alguien puede hacernos pensar que a estas alturas no ha quedado claro qué fue verdad y qué fue mentira de las andanzas del Imperio hispánico? Más bien, el problema es que sus defensores relativizan o niegan de facto hasta lo más obvio.

Tercero. Estos grupos nacionalistas usan la «leyenda negra» para dar a entender que, a causa de ella, entre otros motivos, el trabajador español no puede tener una conciencia nacional plena, ocultando el problema de fondo de la problemática nacional que arrastra España desde hace siglos. Pero como ya hemos demostrado en los capítulos anteriores, el problema nacional no nace ni con la Constitución de 1978 ni con la «leyenda negra», como dicen el buenismo y repiten otros socialchovinistas.

Cuarto. Pongamos que esto de la «leyenda negra» y su importancia es real: que a España se le ha achacado injustamente muchos males y no se ha apreciado correctamente su historia. ¿Qué problema va a tener el proletario hispano de hoy en su futura revolución con esto? ¿Necesariamente tiene que saber de las hazañas del pasado para luchar por un futuro comunista sin clases sociales? ¿Qué ocurre, que el proletariado es como aquel deportista retirado que solo vive del recuerdo de sus gestas? ¿Estamos de broma? ¿De verdad que no tiene ningún aliciente en el presente para lanzarse a la lucha revolucionaria? Precisamente, la forma más rápida de unir a todo el proletariado y las capas útiles de la sociedad es el internacionalismo, que borra los episodios nacionales traumáticos, que asegura la libertad de unión o separación de los pueblos, que supera los prejuicios nacionales en aras de un mismo interés de clase. Pero nuestros queridos chovinistas no pueden ni quieren entender esto.

Quinto. Evidentemente, si se diera el «negro» milagro de que Voxeros, Buenistas, RCeros, Bastión Frontal, Hogar Social Madrid, Falange Auténtica y otros se pusieran de acuerdo para emprender su «revolución patriótica» –esto es, una contrarrevolución nacionalista–, quizás las burguesías extranjeras mirasen con preocupación a España, pero no por las razones que ellos creen. Al resto de países les da igual que Abascal, Ortega Smith, Ynestrillas, la señorita Peralta, Armesilla, Vaquero y muchos lograsen devolver el «honor que les corresponde» a los diversos reyezuelos, militares y nobles reaccionarios del pasado con los que fantasean continuamente. Lo único que a estas burguesías extranjeras les inquietaría es que el fascismo que llegase al poder en cualquiera de sus expresiones –más moderadas o más obreristas–, es siempre un nicho de chovinismo y belicismo, un desestabilizador del equilibrio regional, menos adecuado para mantener el equilibrio de las esferas de influencia que el régimen de dominación democrático-burgués con el que están acostumbradas a tratar. Y pese a todo, este neofascismo español también vendería los intereses populares de la nación, se humillaría ante las burguesías extranjeras y sus acreedores por el bien de la «realpolitik» como lo ha hecho siempre –Hitler, Mussolini o Franco no hubieran durado nada en el poder sin obtener la financiación y seguir el dictamen e intereses de los principales grupos del capitalismo mundial–, por lo que pese a todo España se podría entender con estas potencias, lo que demuestra que esta vía de debate-especulación también es estéril. 

Sexto. Ahora, ¿y si la revolución que se diese en la Península Ibérica fuese protagonizada por un movimiento verdaderamente revolucionario, marxista, internacionalista? En esta tesitura aseguramos sin duda alguna que la burguesía extranjera no nos iba a sacar los episodios de la «leyenda negra» de hace siglos para «desacreditar a los patriotas revolucionarios», ni hablaría como en el siglo XVII de los castellanos, vascos, gallegos y catalanes como «salvajes» y «sanguinarios» católicos –so pena de desacreditarse a sí misma bajo argumentos racistas y religiosos–, porque la conciencia de estos pueblos no es la de hace dos o cinco siglos –para empezar la mayoría de la población no ejerce el catolicismo ni cree en el Dios católico–. Nada de eso, señores, su propaganda se centraría mayoritariamente en que el «fantasma del bolchevismo» en su versión mediterránea ha vuelto y que este se puede propagar más allá de las fronteras de la península, haciendo temblar la Bolsa de valores de Wall Street. Dicho de otro modo, a la burguesía estadounidense, británica –o la china que hoy comanda gran parte del mundo– no le da miedo el pasado imperial de Felipe II, Jaime I o Napoleón Bonaparte, sino el potencial revolucionario de los pueblos del mundo actual, el hecho de que estos puedan poner en jaque su capital y el de sus aliados en sus respectivas tierras natales, que son los que garantizan su comercio e inversiones. El resto son cuentos.

No sabemos si la Escuela de Gustavo Bueno está de enhorabuena ya que le han salido unos discípulos aventajados sobre estos temas, por lo que asistimos sin haberlo esperado a una lucha de personalidades como la que vimos en los años 30 en el fascismo español. Mientras hoy Armesilla las veces de José Antonio Primo de Rivera, el fascismo más ortodoxo, tradicional y académico, Roberto Vaquero interpreta el papel del «ala izquierda» del fascismo más «vitalista» y «obrerista», el de Ramiro Ledesma, tan excéntrico y estrafalario como él –aunque evidentemente sin la formación filosofía de este–. Véase el capítulo: «El discurso colonialista de Reconstrucción Comunista en el «Día de la Raza» de 2020.

Pasemos ahora a ver los análisis del buenismo sobre como operaba ese Imperio hispánico internamente, porque no tienen desperdicio el ejercicio de idealización donde le provén todo tipo de cualidades positivstas». (Equipo de Bitácora (M-L); El viejo chovinismo: la Escuela de Gustavo Bueno, 2021)

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