sábado, 31 de octubre de 2015

La constitución de 1987: garante de los intereses de la burguesía nacional; Equipo de Bitácora (M-L), 2015


«Es aquí cuando nos encontramos de frente, con la institucionalización de todas las sucesivas traiciones del FSLN como dirigencia que prometía el «fin de la explotación» y la «construcción del socialismo»: o dicho sin rodeos, nos encontramos de frente con la constitución burguesa de 1987. Constitución sin la cual no se puede comprender bien todo el desarrollo de Nicaragua, esta constitución es la prueba de que el FSLN en 1987 se constituía como una organización, como un partido, que defendía el orden burgués, el capitalismo. Hay que añadir que las reformas que se fueron añadiendo a la constitución: como las de 1995 –bajo el gobierno de Violeta Chamorro y la Unión Nacional Opositora– se conservaron en gran medida hasta la vuelta al poder del FSLN y Ortega en 2006, y de hecho se siguen conservando en la actualidad con el añadido de que las reformas efectuadas por el gobierno sandinista desde el 2006 tienen un contenido más reaccionarios si cabe.

En el artículo 5 de la Constitución de 1987, se dejaba claro, que la constitución sería la oficialización de los pilares ideológicos del FSLN:

«El Estado garantiza la existencia del pluralismo político, la economía mixta y el no alineamiento. El pluralismo político asegura la existencia y participación de todas las organizaciones políticas en los asuntos económicos, políticos y sociales del país, sin restricciones ideológicas, excepto aquellas que pretendan el retorno al pasado o propugnen por establecer un sistema político similar. La economía mixta asegura la existencia de distintas formas de propiedad; pública, privada, asociativa, cooperativa y comunitaria; todas deben estar en función de los intereses superiores de la nación y contribuir a la creación de riquezas para satisfacción de las necesidades del país y sus habitantes. Nicaragua fundamenta sus relaciones internacionales en el principio del no alineamiento, en la búsqueda de la paz y en el respeto a la soberanía de todas las naciones; por esto, se opone a cualquier forma de discriminación, es anticolonialista, antiimperialista, antirracista y rechaza toda subordinación de un Estado a otro Estado». (Constitución política de la República de Nicaragua, 1987)

Como se ve: los principios burgueses que regían el FSLN se introducirían en los correspondientes artículos de la constitución de 1987, y esta sigue vigente hasta nuestros días: con sus reformas. En el mismo sentido, cualquier marxista es consciente de que acorde a lo enunciado en el artículo 5 de la constitución de 1987, en Nicaragua existían clases explotadas y explotadoras, debido precisamente a que el «pluralismo político»: que dejaba el poder político de la burguesía intacta; y la «economía mixta»: que permitía expandir el poder económico de la burguesía y reforzar su influencia en el poder político. En base a ello no podemos hablar ya de una constitución de un régimen socialista, y podríamos dar carpetazo final a la refutación, pero aún así continuemos y analicémosla un poco más, para ver que no se diferenció de otras cartas magnas de otros países capitalistas.

Pese a tal evidencia se siguió apostando por afirmar en el artículo 2 de la reforma de 1995, impulsada por el Movimiento Renovador Sandinista: antiguos miembros del Frente Sandinista, que en Nicaragua el «pueblo» –noción en la que incluían también a la burguesía nacional «patriota» proFSLN– ejercía su poder a través de la «democracia» donde participaba todo el «pueblo» –explotadores y explotados–, a esta «democracia» algunos del FSLN la llamaron durante años y hoy también, como ejemplo de democracia de un país «socialista»:

«La soberanía nacional reside en el pueblo, fuente de todo poder y forjador de su propio destino. El pueblo ejerce la democracia decidiendo y participando libremente en la construcción del sistema económico, político y social que más conviene a sus intereses. El poder lo ejerce el pueblo directamente y por medio de sus representantes libremente elegidos de acuerdo al sufragio universal, igual, directo, libre y secreto». (Constitución política de la República de Nicaragua y sus reformas, 1987)

En el artículo número 7, de la Constitución de 1987 podemos leer el concepto de régimen político, donde se alude a una «república democrática, participativa y representativa», y donde como ya vimos y explicamos, se mantienen la separación de poderes acorde a la noción de democracia de un Estado burgués clasista:

«Nicaragua es una república democrática, participativa y representativa son órganos del gobierno: el Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo, el Poder Judicial y el Poder Electoral». (Constitución política de la República de Nicaragua, 1987)

Lenin ya criticó severamente a este tipo de charlatanes que se decían marxistas y hablaban de democracia sin analizar el carácter de clase de dicha «democracia», sin analizar que todavía en esa democracia de la que se hablaba existían los explotados y los explotadores:

«Si no es para mofarse del sentido común y de la historia, claro está que no puede hablarse de «democracia pura» mientras existan diferentes clases, y sólo puede hablarse de democracia de clase. (...) La «democracia pura» es un embuste de liberal que embauca a los obreros». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)

Aclaraciones complementarias de Engels; Lenin, 1917


«Marx dejó sentadas las tesis fundamentales sobre la cuestión de la significación de la experiencia de la Comuna. Engels volvió repetidas veces sobre este tema, aclarando el análisis y las conclusiones de Marx e iluminando a veces otros aspectos de la cuestión con tal fuerza y relieve, que es necesario detenerse especialmente en estas aclaraciones.

«La Cuestión de la vivienda»

En su obra «Contribución al problema de la vivienda» de 1872, Engels pone ya a contribución la experiencia de la Comuna, deteniéndose varias veces en las tareas de la revolución respecto al Estado. Es interesante ver cómo, sobre un tema concreto, se ponen de relieve, de una parte, los rasgos de coincidencia entre el Estado proletario y el Estado actual –rasgos que nos dan la base para hablar de Estado en ambos casos–, y, de otra parte, los rasgos de diferencia o la transición hacia la destrucción del Estado.

«¿Cómo, pues, resolver la cuestión de la vivienda? En la sociedad actual, exactamente lo mismo que otra cuestión social cualquiera: por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda, solución que reproduce constantemente la cuestión y que, por tanto, no es tal solución. La forma en que una revolución social resolvería esta cuestión no depende solamente de las circunstancias de tiempo y lugar, sino que, además, se relaciona con cuestiones de gran alcance, entre las cuales figura, como una de las más esenciales, la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Como nosotros no nos ocupamos en construir ningún sistema utópico para la organización de la sociedad del futuro, sería más que ocioso detenerse en esto. Lo cierto, sin embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades edificios suficientes para remediar en seguida, si se les diese un empleo racional, toda verdadera «escasez de vivienda»: Esto sólo puede lograrse, naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a los obreros que carecen de vivienda o a los que viven hacinados en la suya. Y tan pronto como el proletariado conquiste el poder político, esta medida, impuesta por los intereses del bien público, será de tan fácil ejecución como lo son hoy las otras expropiaciones y las requisas de viviendas que lleva a cabo el Estado actual». (Friedrich Engels; «Contribución al problema de la vivienda», 1872)

Aquí Engels no analiza el cambio de forma del poder estatal, sino sólo el contenido de sus actividades. La expropiación y la requisa de viviendas son efectuadas también por orden del Estado actual. Desde el punto de vista formal, también el Estado proletario «ordenará» requisar viviendas y expropiar edificios. Pero es evidente que el antiguo aparato ejecutivo, la burocracia, vinculada con la burguesía, sería sencillamente inservible para llevar a la práctica las órdenes del Estado proletario.

«Hay que hacer constar que la «apropiación efectiva» de todos los instrumentos de trabajo, la ocupación de toda la industria por el pueblo trabajador, es precisamente lo contrario del «rescate» proudhoniano. En éste, es cada obrero el que pasa a ser propietario de su vivienda, de su campo, de su instrumento de trabajo; en la primera, en cambio, es el «pueblo trabajador» el que pasa a ser propietario colectivo de los edificios, de las fábricas y de los instrumentos de trabajo, y es poco probable que su disfrute se conceda, sin indemnización de los gastos, a los individuos o a las sociedades, por lo menos durante el período de transición. Exactamente lo mismo que la abolición de la propiedad territorial no implica la abolición de la renta del suelo, sino su transferencia a la sociedad, aunque sea con ciertas modificaciones. La apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo por el pueblo trabajador no excluye, por tanto, en modo alguno, la conservación de los alquileres y arrendamientos». (Friedrich Engels; «Contribución al problema de la vivienda», 1872)

La cuestión esbozada en este pasaje, a saber: la cuestión de las bases económicas de la extinción del Estado, será examinada por nosotros en el capítulo siguiente. Engels se expresa con extremada cautela, diciendo que «es poco probable» que el Estado proletario conceda gratis las viviendas, «por lo menos durante el período de transición». El arrendamiento de viviendas de propiedad de todo el pueblo a distintas familias mediante un alquiler supone el cobro de estos alquileres, un cierto control y una determinada regulación para el reparto de las viviendas. Todo esto exige una cierta forma de Estado, pero no reclama en modo alguno un aparato militar y burocrático especial, con funcionarios que disfruten de una situación privilegiada. La transición a un estado de cosas en que sea posible asignar las viviendas gratuitamente se halla vinculada a la «extinción» completa del Estado.

Hablando de cómo los blanquistas, después de la Comuna y bajo la acción de su experiencia, se pasaron al campo de los principios marxistas, Engels formula de pasada esta posición en los términos siguientes:

«Necesidad de la acción política del proletariado y de su dictadura, como paso hacia la supresión de las clases y, con ellas, del Estado». (Friedrich Engels; «Contribución al problema de la vivienda», 1872)

Algunos aficionados a la crítica literal o ciertos «exterminadores» burgueses del marxismo encontrarán quizá una contradicción entre este reconocimiento de la «supresión del Estado» y la negación de semejante fórmula, por anarquista, en el pasaje del «Anti-Dühring» citado más arriba. No tendría nada de extraño que los oportunistas clasificasen también a Engels entre los «anarquistas», ya que hoy se va generalizando cada vez más entre los socialchovinistas la tendencia de acusar a los internacionalistas de anarquismo.

Que a la par con la supresión de las clases se producirá también la supresión del Estado, lo ha sostenido siempre el marxismo. El tan conocido pasaje del «Anti Dühring» acerca de la «extinción del Estado» no acusa a los anarquistas simplemente de abogar por la supresión del Estado, sino de predicar la posibilidad de suprimir el Estado «de la noche a la mañana».

Cuestiones de la dirección del partido; Stalin, 1929


«Hemos enumerado, pues, todas las cuestiones principales de nuestras discrepancias, tanto en la teoría como en la política aplicada por nuestro Partido en los problemas de la Komintern y en los de orden interior. De lo dicho se desprende que la afirmación de Rýkov de que tenemos una sola línea no corresponde a los hechos. De lo dicho se desprende que, en realidad, tenemos dos líneas. Una es la línea general del partido, la línea revolucionaria y leninista de nuestro partido. La otra es la línea del grupo de Bujarin. Esta segunda línea no está aún completamente definida, en parte porque dentro del grupo de Bujarin reina una confusión inconcebible de ideas, y en parte porque, debido a lo débil que es, a su poco peso dentro del partido, procura disfrazarse de distintos modos. Pero, a pesar de todo, esta línea existe, según veis, y existe como línea diferente de la línea del partido como línea que se contrapone a la línea general del partido en casi todas las cuestiones de nuestra política. Esta segunda línea es una línea de desviación derechista.

Pasemos ahora a las cuestiones de la dirección del partido.

El fraccionalismo del grupo de Bujarin

Bujarin decía que en nuestro partido no hay oposición, que su grupo no es oposición. Eso no es cierto, camaradas. Los debates del Pleno han revelado palmariamente que el grupo de Bujarin es una nueva oposición. La labor oposicionista de ese grupo consiste en que trata de revisar la línea del partido y abona el terreno para sustituirla por otra línea, por la línea de la oposición, que no puede ser sino una línea de desviación derechista.

Bujarin decía que ellos tres no constituyen un grupo fraccionalista. Eso no es cierto, camaradas. El grupo de Bujarin contiene todos los elementos del fraccionalismo. Hay plataforma, hay exclusivismo fraccionalista, hay política de dimisiones, hay lucha organizada contra el Comité Central. ¿Qué más quieren aún? ¿Para qué ocultar la verdad del fraccionalismo del grupo de Bujarin, cuando es una cosa evidente? Para eso se ha reunido el Pleno del Comité Central y de la Comisión de Control Central, para que se diga aquí toda la verdad acerca de nuestras discrepancias. Y la verdad es que el grupo de Bujarin constituye un grupo fraccionalista. Y no es simplemente un grupo fraccionalista; yo diría que es el grupo fraccionalista más enojoso y más mezquino de todos los que hubo en nuestro partido.

Así nos lo dice aunque sólo sea el hecho de que ahora trata de aprovechar para sus móviles fraccionalistas una pequeñez tan minúscula como los desórdenes de Adzharia. En efecto, ¿qué es esa titulada «insurrección» de Adzharia si se la compara con la de Kronstadt, por ejemplo? Creo que, si las comparamos, la titulada «insurrección» de Adzhariano es siquiera una gota en el mar. ¿Hubo casos en que los trotskistas o los zinovievistas procuraran aprovechar el importante levantamiento de Kronstadt en contra del Comité Central, en contra del partido? Debemos reconocer, camaradas, que no hubo tales casos. Al contrario, los grupos oposicionistas existentes en nuestro partido en el período de ese importante levantamiento, ayudaron, al partido a sofocarlo, sin atreverse a aprovecharlo contra el partido.

¿Y qué hace ahora el grupo de Bujarin? Habéis tenido ocasión de convenceros de que trata de aprovechar en contra del partido, de la manera más mezquina y más indecente, esa microscópica «insurrección» de Adzharia. ¿Qué es eso sino ceguera fraccionalista y mezquindad fraccionalista llevadas al colmo?

Se nos pide, por lo visto, que no se produzcan alteraciones en las regiones periféricas, que limitan con Estados capitalistas. Se nos pide, por lo visto, una política que satisfaga a todas las clases de nuestra sociedad, a ricos y pobres, a obreros y capitalistas. Se nos pide, por lo visto, que no haya en nuestro país elementos descontentos. ¿No habrán perdido el juicio estos camaradas del grupo de Bujarin?

¿Cómo es posible pedir de nosotros, los hombres de la dictadura del proletariado, que mantienen la lucha con el mundo capitalista lo mismo dentro que fuera de nuestro país, cómo es posible pedir que no haya en el país descontentos y que no se produzcan jamás desórdenes en algunas regiones periféricas limítrofes con Estados que nos son hostiles? ¿Paraqué existe entonces el cerco capitalista, si no es para que el capital internacional concentre sus esfuerzos en la organización de actos contra el Poder Soviético en las zonas fronterizas, a cargo de los elementos descontentos que haya en nuestro país? ¿Quién puede, fuera de los vacuos liberales, exigir tal cosa de nosotros? ¿No se ve claro, acaso, que la mezquindad fraccional es capaz de llevar a veces a la gente hasta una ceguera y una cerrazón propias de liberales?

La lealtad y la dirección colectiva

Afirmaba Rýkov aquí que Bujarin es uno de los militantes más «intachables» y «leales» en su actitud hacia el Comité Central de nuestro partido.

Permítaseme que lo ponga en duda. Nosotros no podemos creer a Rýkov de palabra. Pedimos hechos, que es lo que Rýkov no puede proporcionar.

El sistema de «autogestión» y la negación del papel dirigente del partido; Enver Hoxha, 1978

Moša Pijade, Edvard Kardelj, Aleksandar Ranković, Tito, Petar Stambolić, Đuro Pucar, Veljko Mićunović, Lazar Koliševski entre otros, charlando mientras esperan la vistita de Jruschov en pleno marzo de 1955

«Los revisionistas yugoslavos también mantienen una posición antimarxista hacia el papel dirigente del Partido Comunista en la construcción del socialismo. Según la «teoría» de Kardelj, el partido no puede dirigir ninguna actividad económica o administrativa; puede y debe ejercer solamente su influencia a través del trabajo educativo cerca de los trabajadores con el fin de que éstos comprendan mejor el sistema socialista.

La negación del papel del Partido Comunista en la construcción del socialismo y la reducción de esta función a un factor «ideológico» y «orientador» está completamente en abierta oposición propio marxismo-leninismo. Los enemigos del socialismo científico fundamentan esta «tesis», argumentando que la dirección del partido es supuestamente incompatible con el papel decisivo que deben desempeñar las masas de productores. Los que, según su opinión, deberían ejercer su influencia política directa y no a través del Partido Comunista, ya que esto provocaría un «despotismo burocrático».

En contra de las tesis anticientíficas de estos enemigos del comunismo, la experiencia histórica ha demostrado que el papel no dividido o parcial sino precisamente dirigente del partido revolucionario de la clase obrera, es esencial en la lucha por el socialismo y el comunismo. El liderazgo por el partido constituye una cuestión de importancia vital para el destino de la revolución y la dictadura del proletariado como es conocido; esto refleja una ley universal de revolución socialista. Lenin repitió esto en 1921 atacando las tendencias anarco-sindicalistas:

«La dictadura del proletariado no puede realizarse de otro modo que a través del Partido Comunista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Informe en el Xº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, 1921)

La influencia política directa de las masas trabajadoras en la sociedad socialista no es en modo alguna obstaculizada por el Partido Comunista que representa a la clase trabajadora, cuyos intereses no son contrarios a los intereses de las personas que trabajan. Por el contrario, es sólo bajo la dirección de la clase obrera y su vanguardia que las masas trabajadoras en general participan en el gobierno del país y la realización de sus intereses. En un país verdaderamente socialista, como Albania, la opinión de las masas trabajadoras sobre cuestiones importantes es directamente buscada. Hay tantos ejemplos de esto que son innumerables, desde la discusión y aprobación de la Constitución, hasta la redacción de los planes económicos, y así podríamos citar un largo etc., el llamado «despotismo burocrático» es una característica del Estado capitalista que no puede ser atribuido al papel dirigente del partido bajo el sistema de la dictadura del proletariado, que es severamente antiburocrático por su naturaleza y carácter de clase.

Continuando desarrollando sus ideas revisionistas sobre el papel del partido, Kardelj escribe que:

«Aunque debe luchar para que las funciones principales del poder estén en las manos de las fuerzas subjetivas que están del lado del socialismo y de la autogestión socialista, la Liga de los comunistas no puede ser un partido político de clase». (Edvard Kardelj; Direcciones del desarrollo del sistema político socialista de autogestión, 1977)

Así que este es el tipo de partido que los revisionistas yugoslavos quieren. Ellos no quieren y en realidad no tienen un partido político de la clase obrera, sino una organización burguesa, un club donde cualquiera puede entrar o salir cuando y como le plazca, siempre que solamente uno declare que es un «comunista» sin necesidad de ser realmente tal. Por supuesto esto es absolutamente normal en un partido como la Liga de los «comunistas» de Yugoslavia, que nada tiene de comunista al respecto.

Jamás hubo y jamás habrá ni partido ni Estado que esté por encima de las clases. El Estado y los partidos son los productos de las clases dadas. Es como tales, como nacieron los partidos y los Estados, y cómo cada uno conservará sus funciones –fieles a su esencia de clase– hasta la entrada al comunismo. De ahí la incompatibilidad entre unos y otros.

Aunque Kardelj asume que el papel dirigente de la Liga de los «comunistas» ha sido liquidado, él no se olvida con objetivos demagógicos decir que esta Liga:

«Por su postura clara tiene que hacer muchos méritos para encontrar el medio de solucionar muchas cuestiones sobre los caminos y formas para el remoto desarrollo del sistema político de autogestión socialista». (Edvard Kardelj; Direcciones del desarrollo del sistema político socialista de autogestión, 1977)

Sobre la igualdad en la desigualdad: la distribución según la necesidad y no según el trabajo


«3. «La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo».

Donde dice «que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común», debería decir, indudablemente, «se conviertan en patrimonio común». Pero esto sólo de pasada.

¿Que es el «fruto del trabajo»? ¿El producto del trabajo o su valor? Y en este último caso, ¿el valor total del producto, o sólo la parte de valor que el trabajo añade al valor de los medios de producción consumidos?

Eso del «fruto del trabajo» es una idea vaga con la que Lassalle ha suplantado conceptos económicos precisos.

¿Qué es «reparto equitativo»?

viernes, 30 de octubre de 2015

La marcha definitiva hacia un régimen burgués partidocrático y democracia burguesa; Equipo de Bitácora (M-L), 2015


Daniel Ortega con la banda presidencial, 1985

«Sin temor a parecer redundantes, pues es preciso comprender este «nuevo» punto de inflexión, veamos:

El FSLN, tras las elecciones del 1984, queda legitimado como la primera fuerza política de Nicaragua, pero al mismo tiempo con esas elecciones quedan sepultadas las últimas esperanzas de que pueda –y quiera– construir un sistema más igualitario, sin explotadores: el socialismo como paso previo al comunismo y la sociedad sin clases. Esto se reflejó en el Estado y el sistema político burgués, amoldándose a una democracia burguesa occidental al uso y al clásico multipartidismo.

Analizando el sistema demócrata-burgués existente de Nicaragua de esa época, veamos sus vicisitudes y contradicciones. ¿Qué se perdía una organización si no era reconocida como partido en cuanto a personalidad jurídica? ¿Cómo se financiaban a los partidos en el nuevo sistema?

El llamado acceso en los medios de comunicación dispuestos para todos no era para todos:

«La ley prevé el acceso igualitario de todos los partidos políticos inscritos a los medios de comunicación estatales u privados. En total, serán 15 minutos diarios –divididos por igual entre el número total de partido– en cadena en los dos canales del sistema de TV –hoy organismo estatal– y 30 minutos diarios (también divididos entre todos los partidos– en las emisoras de radio estatales. Los partidos deben de pagar estos espacios. Las emisoras privadas de radio están obligadas a garantizar la contratación de 5 minutos diarios a cada partido, pero no podrán contratar más de 30 minutos diarios». (Revista Envío; Ley electoral: nuevo paso hacia la institucionalización, Número 34, abril de 1984)

La financiación nacional y extranjera tampoco era por tanto para todos:

«El Estado, a través del Consejo Supremo Electoral, asegurará a cada partido un financiamiento base –6 millones de córdobas– para desarrollar su campaña. La ley autoriza donaciones, tanto de entidades o personas nacionales como del extranjero, declarando las primeras y notificando las segundas al Banco Central para el uso de las correspondientes divisas». (Revista Envío; Ley electoral: nuevo paso hacia la institucionalización, Número 34, abril de 1984)

¿Qué significaba esto? Básicamente lo de siempre, lo que pasa en cualquier país capitalista, que los partidos de la burguesía además de partir con una mayor estabilidad económica, y de tener la mayoría de medios privados bajo nómina, se les incentivaba y tenían más presencia en los medios de comunicación desde el Estado so pretexto de que se trataba de los partidos de mayor representación, otras de las excusas baratas de siempre.

Todo esto sobre la asignación de financiación de partidos quedó tipificado en la Ley electoral de 1988:

«Arto. 121. - El Estado destinará una asignación presupuestaria específica para financiar los gastos de la campaña electoral de los partidos políticos, alianzas y asociaciones de suscripción popular que participen en las elecciones.

Arto. 122. - El Consejo Supremo Electoral presentara al Poder Ejecutivo un proyecto de presupuesto para los fines del artículo anterior, quien le dará la tramitación que corresponda.

Arto. 123. - La partida global aprobada se distribuirá de la siguiente forma: 1) El 50% se distribuirá por sumas iguales entre los partidos políticos o alianzas de partidos, que hubieren inscrito candidatos. 2) El otro 50% se distribuirá proporcionalmente entre los partidos políticos o alianzas de partidos inscritos en el proceso electoral, de acuerdo al número de votos que hayan obtenido en las últimas elecciones». (Nicaragua: Ley Electoral de 1988)

Como así quedaron también las condiciones implícitas que había que cumplir para constituirte como partido y que a su vez tuviera reconocimiento jurídico:

«Arto. 70. - Para obtener la personalidad jurídica se deberán constituir órganos de dirección en la forma siguiente: 1) Nacional, con un número no menor de nueve miembros. 2) En cada una de las regiones electorales establecidas en la presente ley, con un número menor de siete miembros. 3) En cada uno de los departamentos, conforme la división político-administrativa, con un número no menor de seis miembros. 4) En cada uno de los municipios, de acuerdo a la división político-administrativa, con un número no menor de cinco miembros». (Nicaragua: Ley Electoral de 1988)

Las sucesivas reformas de la ley electoral, cada vez han restringido más la libertad de participación en el sistema, y han dotado de más financiación y privilegios a los partidos consolidados. Estamos pues ante la clásica hipocresía de la democracia burguesa, que impide la «regeneración democrática» que tanto alardean que se podría dar en su libre y democrático multipartidismo en caso de que los partidos de siempre degenerasen. ¿Se da cuenta el lector de lo difícil que era competir en igualdad de condiciones con partidos como el FSLN en la democracia nicaragüense? ¿Se da cuenta de lo inútil que son los vicios como el cretinismo parlamentario o el respeto a la legalidad electoral burguesa?» (Equipo de Bitácora (M-L); ¿Qué fue de la «Revolución Popular Sandinista»?: Un análisis de la historia del FSLN y sus procesos, 19 de julio del 2015)

El Estado y la revolución. La Experiencia de la Comuna de París de 1871. El análisis de Marx; Lenin, 1917


¿En qué consiste el heroísmo de la tentativa de los comuneros?

«Es sabido que algunos meses antes de la Comuna, en el otoño de 1870, Marx previno a los obreros de París; demostrándoles que la tentativa de derribar el gobierno sería un disparate dictado por la desesperación. Pero cuando en marzo de 1871 se impuso a los obreros el combate decisivo y ellos lo aceptaron, cuando la insurrección fue un hecho, Marx saludó la revolución proletaria con el más grande entusiasmo, a pesar de todos los malos augurios. Marx no se aferró a la condena pedantesca de un movimiento «extemporáneo», como el tristemente célebre renegado ruso del marxismo Plejánov, que en noviembre de 1905 había escrito alentando a la lucha a los obreros y campesinos y que después de diciembre de 1905 se puso a gritar como un liberal cualquiera: «¡No se debía haber empuñado las armas!»

Marx, por el contrario, no se contentó con entusiasmarse ante el heroísmo de los comuneros, que, según sus palabras, «tomaban el cielo por asalto». Marx veía en aquel movimiento revolucionario de masas, aunque éste no llegó a alcanzar sus objetivos, una experiencia histórica de grandiosa importancia, un cierto paso hacia adelante de la revolución proletaria mundial, un paso práctico más importante que cientos de programas y de raciocinios. Analizar esta experiencia, sacar de ella las enseñanzas tácticas, revisar a la luz de ella su teoría: he aquí cómo concebía su misión Marx.

La única «corrección» que Marx consideró necesario introducir en el «Manifiesto Comunista» fue hecha por él a base de la experiencia revolucionaria de los comuneros de París.

El último prólogo a la nueva edición alemana del «Manifiesto Comunista», suscrito por sus dos autores, lleva la fecha de 24 de junio de 1872. En este prólogo, los autores, Carlos Marx y Federico Engels, dicen que el programa del «Manifiesto Comunista» está «ahora anticuado en ciertos puntos».

«La Comuna ha demostrado, sobre todo que la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines». (Karl Marx y Friedrich Engels; «Manifiesto comunista», 1848)

Las palabras puestas entre asteriscos, en esta cita, fueron tomadas por sus autores de la obra de Marx «La guerra civil en Francia».

Así, pues, Marx y Engels atribuían una importancia tan gigantesca a esta enseñanza fundamental y principal de la Comuna de Paris, que la introdujeron como corrección esencial en el «Manifiesto Comunista».

Es sobremanera característico que precisamente esta corrección esencial haya sido tergiversada por los oportunistas y que su sentido sea, probablemente, desconocido de las nueve décimas partes, si no del noventa y nueve por ciento de los lectores del «Manifiesto Comunista». De esta tergiversación trataremos en detalle más abajo, en el capítulo consagrado especialmente a las tergiversaciones. Aquí, bastará señalar que la manera corriente, vulgar, de «entender» las notables palabras de Marx citadas por nosotros consiste en suponer que Marx subraya aquí la idea del desarrollo lento, por oposición a la toma del poder por la violencia, y otras cosas por el estilo.

En realidad, es precisamente lo contrario. El pensamiento de Marx consiste en que la clase obrera debe destruir, romper la «máquina estatal existente» y no limitarse simplemente a apoderarse de ella.

El 12 de abril de 1871, es decir, justamente en plena Comuna, Marx escribió a Kugelmann:

«Si te fijas en el último capítulo de mi «18 brumario», verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa, no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como se venía haciendo hasta ahora, sino romperla. y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de Paris». (Karl Marx; «Carta a Kugelmann», 1871)

Discrepancias en la política interior; Stalin, 1929


«He hablado más arriba de los cambios operados en las relaciones de clase y de la lucha de clases dentro de nuestro país. Decía que el grupo de Bujarin está contagiado de ceguera y no ve estos cambios, no comprende las nuevas tareas del partido. Decía que eso origina en la oposición bujarinista un estado de desconcierto, temor a las dificultades, predisposición a capitular ante ellas.

No se puede afirmar que estos errores de los bujarinistas hayan caído del cielo. Lejos de ello, están relacionados con la fase de desarrollo superada ya, y que se llama período de restauración de la economía nacional, durante el cual el trabajo de edificación marchaba por una vía pacífica, pudiéramos decir que de por sí, durante el cual no sedaban aún esos cambios en las relaciones de clase que se producen ahora, ni existía aún esa agudización de la lucha de clases que en los momentos actuales observamos.

Pero hoy estamos en una nueva fase de desarrollo, distinta del período anterior, del período de la restauración. Hoy nos encontramos en un nuevo período de edificación, en el período de la reestructuración de toda la economía nacional sobre la base del socialismo. Este nuevo período origina nuevos cambios en las relaciones de clase, agudiza la lucha de clases y requiere nuevos métodos de lucha, que reagrupemos nuestras fuerzas, mejoremos y fortalezcamos todas nuestras organizaciones.

La desgracia del grupo de Bujarin consiste, precisamente, en que vive en el pasado, en que no ve los rasgos característicos de este nuevo período y no comprende la necesidad de aplicar nuevos métodos de lucha. De ahí su ceguera, su desconcierto, su pánico ante las dificultades.

La lucha de clases

¿Cuál es la base teórica de esta ceguera y de este desconcierto del grupo de Bujarin?

Yo creo que la base teórica de esta ceguera y de este desconcierto es el modo falso, no marxista, que Bujarin tiene de abordar el problema de la lucha de clases en nuestro país. Me refiero a la teoría no marxista de Bujarin sobre la integración de los kulaks en el socialismo, a su incomprensión de la mecánica de la lucha de clases bajo la dictadura del proletariado.

Se ha citado aquí varias veces el conocido pasaje del folleto de Bujarin: «El camino hacia el socialismo» de 1927, que habla de la integración de los kulaks en el socialismo. Pero se ha citado con algunas mutilaciones. Permitidme que yo lo lea íntegro. Es necesario hacerlo así, camaradas, para poner de manifiesto hasta qué punto se aparta Bujarin de la teoría marxista de la lucha de clases. Escuchad:

«La red fundamental de nuestras organizaciones cooperativas campesinas estará formada por células cooperativas no de tipo kulak, sino «de trabajadores», que se integrarán en el sistema de nuestros organismos del Estado y se convertirán, de este modo, en eslabones de la cadena única de la economía socialista. De otra parte, los nidos cooperativos de los kulaks irán integrándose, exactamente del mismo modo, a través de los bancos, etc., en este sistema; pero serán, hasta cierto punto, un cuerpo extraño, al estilo, por ejemplo, de las concesiones». (Nikolái Bujarin; El camino hacia el socialismo 1927)

Al citar este pasaje del folleto de Bujarin, algunos camaradas prescindieron, no sé por qué, de la última parte, que habla de los concesionarios. Rozit, deseoso, por lo visto, de ayudar a Bujarin, lo aprovechó para gritar desde su asiento que se tergiversaba el texto de Bujarin. Y lo notable es que la sal de toda la cita reside, precisamente, en esta última parte, referente a los concesionarios. Pues, si se coloca en un mismo plano a los concesionarios y a los kulaks, y éstos se integran en el socialismo, ¿a qué conclusión se llega? Sólo se puede llegar a una conclusión, a saber: que también los concesionarios se integran en el socialismo, que en el socialismo no se integran solamente los kulaks, sino también los concesionarios. (Hilaridad general)

Tal es la conclusión obligada.

Rozit: Bujarin dice «un cuerpo extraño».

Stalin: Bujarin no dice «un cuerpo extraño», sino «hasta cierto punto, un cuerpo extraño». Es decir, que los kulaks y los concesionarios son, «hasta cierto punto», un cuerpo extraño dentro del sistema del socialismo. Pero el error de Bujarin consiste, precisamente, en esto, en creer que los kulaks y los concesionarios se integran en el socialismo a pesar de ser, «hasta cierto punto», un cuerpo extraño.

He ahí a qué estupideces lleva la teoría de Bujarin.

La «autogestión» y los puntos de vista anarquistas del Estado. La cuestión nacional en Yugoslavia; Enver Hoxha, 1978

Edvard Karldej, Tito y Mosa Pijade

«En Yugoslavia los órganos del poder estatal no ejercen como genuinos órganos representativos del poder popular. Allí sólo existe el sistema burocrático llamado «sistema de delegados»: que se presenta como el supuesto portador del sistema de poder para el Estado, y es por eso que bajo ese «nuevo sistema democrático» no se llevan a cabo las elecciones a diputados para los órganos de poder del Estado. Los titoistas quieren justificar este hecho con el argumento de que los órganos representativos del Estado son supuestamente expresiones del parlamentarismo burgués y del modelo soviético que, según ellos, Stalin habría convertido en una institución de la burocracia y la tecnocracia. La experiencia de los soviets de los diputados obreros y campesinos creada por Lenin sobre la base de la inmensa experiencia de la Comuna de París fue ignorada los revisionistas yugoslavos, que creen que esas «formas de organización estatal crean poder personal».

Esa idea de «democracia», parte del desarrollo de la idea revisionista de este «socialismo específico», los titoistas en los años cincuenta declararon ante el mundo entero que en última instancia se renunciaba al sistema estatal socialista y que lo habían sustituido por un nuevo sistema, el sistema de «autogestión socialista», en el que el socialismo y el Estado son ajenos el uno al otro. Este «descubrimiento» revisionista no era otra cosa que una copia de las teorías anarquistas de Proudhon y Bakunin sobre las infames ideas de la «autogestión de los trabajadores» y «la autogestión de las fábricas de los trabajadores», que han sido expuestas y condenadas varias veces a lo largo de la historia por Marx y Lenin sobre la base del Estado de la dictadura del proletariado. Karl Marx escribe:

«Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado». (Karl Marx; Crítica al programa de Gotha, 1875)

El sistema político de la «autogestión socialista» no sólo tiene nada en común con la dictadura del proletariado sino que incluso es opuesta a ella. Este sistema según sus creadores está construido según el modelo de la administración de los Estados Unidos. Kardelj mismo escribió acerca del «sistema de autogestión» yugoslavo reconociendo este hecho:

«Podríamos decir que este sistema es más similar a la organización del poder ejecutivo en los Estados Unidos que al de la Europa Occidental». (Edvard Kardelj; Direcciones del desarrollo del sistema político socialista de autogestión, 1977)

De esto se desprende claramente que el hecho de que la organización del gobierno yugoslavo es una copia de la organización de los gobiernos capitalistas no es negado ni por ellos, pero lo que podría ser discutido es la duda: ¿qué gobierno capitalista ha sido imitado más, el americano o un de los gobiernos europeos occidentales? Y para esta discusión Kardelj proporciona la solución cuando dice: la organización del poder ejecutivo de los Estados Unidos ha sido elegido como modelo.

Las opiniones de los revisionistas yugoslavos sobre el Estado son a través y por medio del anarquismo. Como es bien conocido el anarquismo exige la inmediata eliminación de toda forma de Estado, por lo que la dictadura del proletariado también. Los revisionistas yugoslavos también suprimieron la dictadura del proletariado y, para justificar su traición, evocan dos fases del socialismo: el «socialismo estatal» y el «socialismo verdadero y humanitario». Según su opinión la primera fase comprende a los primeros años que siguen la victoria de la revolución, cuando la dictadura del proletariado existe y se traduce por el Estado partidario del «estatismo-burocrático» al igual que en el capitalismo –según su opinión–. La segunda fase es la fase de la superación del Estado partidario del «estatismo burocrático» y su sustitución a través de la «democracia directa». Con estos puntos de vista no sólo los titoistas están negando la necesidad de la dictadura del proletariado en el socialismo, sino que oponen entre ellas las nociones de Estado socialista, de dictadura del proletariado y de la democracia socialista.

No le prestan atención a los clásicos del marxismo-leninismo que enseñan que el Estado socialista se consolida continuamente durante todo el período histórico de transición del capitalismo al comunismo. Por lo tanto Edvard Kardelj escribe que la sociedad en Yugoslavia está cada vez menos basada en el papel del aparato estatal, y según él, en Yugoslavia, el Estado actualmente va supuestamente hacía su extinción.

¿Pero que es con lo que Kardelj sustituye el papel del aparato estatal? ¡Se sustituye por la «iniciativa de los trabajadores»! Él lo expresa de esta manera:

«El funcionamiento ulterior de nuestra sociedad se basa cada vez menos en el papel del aparato del Estado y cada vez más en el poder y la iniciativa de los trabajadores». (Edvard Kardelj; Direcciones del desarrollo del sistema político socialista de autogestión, 1977)

miércoles, 28 de octubre de 2015

El MAP-ML en su contexto de nacimiento y crecimiento; Equipo de Bitácora (M-L), 2015


«Nacido en 1972 y de influencia sino-albanesa, el Movimiento de Acción Popular Marxista-leninista (MAP-ML) surge como un partido opuesto tanto al revisionismo soviético como al revisionismo contenido en el FSLN.

Si en el contexto de la formación de los cuadros cuando se fundó el FSLN vimos la dificultad para muchos partidos de librarse de la influencia del revisionismo estadounidense, soviético o yugoslavo, en caso del MAP-ML deberíamos hablar de otras corrientes antimarxistas que estaban en auge y pueden haberle influenciado, como era, por entonces el revisionismo chino.

Debido a la poca bibliografía desconocemos como abordaron las contradicciones entre el revisionismo chino y el marxismo-leninismo, aunque sabemos que finalmente tomaron parte por el lado albanés.

Para inicios de los 60 el revisionismo chino no estaba desenmascarado tan abiertamente como se haría años después, y sus desviaciones solo podían ser conocidas en base a una fina agudeza de los acontecimientos mundiales, y a un gran esfuerzo por acceder a material de los revisionistas chinos que por entonces escaseaba y que en su mayoría estaban cuidadosamente censuradas o amputadas.

Muchos antirevisionistas, influenciados por el revisionismo chino, creyeron que estaban colaborando con las luchas obreras al fundar un partido que tendría la intención de dar una herramienta a la clase obrera, donde poder agrupar a su destacamento más avanzado y donde poder dar combate al revisionismo moderno como el revisionismo soviético. Pero para ello cualquier partido de este tipo debía desde sus inicios expulsar a los elementos sin ningún espíritu científico, bañados en un apego sentimental a las acciones de la dirigencia china, de otra forma no podría cumplir estos objetivos antirevisionistas; estos partidos no serían capaces de refutar al revisionismo soviético ya que al seguir las directrices chinas perdían toda credibilidad, y al basarse fundamentalmente en otro revisionismo no se basaban en un cuerpo teórico sólido y científico para refutar a este último:

«La lucha contra el revisionismo soviético, desde posiciones revisionistas, conduce al camino revisionista; el apoyarse en el imperialismo estadounidense para combatir al revisionismo soviético, conduce al camino de enarbolar la infame bandera del trotskismo para combatir al revisionismo soviético y ocupar su lugar como una gran potencia y como «un gran guía ideológico». (Enver Hoxha; Las «avispas» burguesas recogen la miel del jardín de las «cien flores»; Reflexiones sobre China, Tomo II, 20 de abril de 1973)

Las vacilaciones chinas en la lucha contra el revisionismo soviético como es el caso de la aceptación de la rehabilitación de Tito impulsada por Jruschov en 1954, el saludo al XXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética de 1956 y sus tesis, la posición jruschovista en la Conferencia de Moscú de 1957 contra el grupo antipartido de Molotov, la teoría china de crear el «frente antiimperialista» junto al revisionismo soviético de 1962, la constante postura china de «intentar hacer cesar la polémica» contra los revisionistas soviéticos hasta 1964, el intento de reconciliación chino con el revisionismo soviético tras la caída de Jruschov de 1964, o la cuestión de basar la lucha contra el revisionismo soviético en meras reivindicaciones territoriales como hacían otros revisionismos en 1964 son muy bien conocidas ahora, pero no en los años 60 y 70. Temas fundamentales para entender el desarrollo posterior del revisionismo chino.

Para inicios de los 70 las relaciones entre China y Albania eran nulas, apenas manteniéndose relaciones diplomáticas y pocos formalismos más:

«Respecto a los partidos comunistas marxista-leninistas y los grupos revolucionarios, los chinos actúan de la misma manera qué los soviéticos. Tienen miedo al «descrédito», a perder la «buena reputación» que han adquirido entre la burguesía norteamericana y la mundial. Por eso los chinos no pueden estar de acuerdo con la línea marxista-leninista revolucionaria de nuestro partido. Tampoco están de acuerdo con nuestra política interior y exterior. Y lo manifiestan. Chou En-lai, Li Sien-nien y Mao Zedong han roto los contactos con nosotros, y los existentes son puramente formales, diplomáticos. (...) ¿Cómo podría estar de acuerdo China con nuestra política exterior, cuando concluye acuerdos con los Estados Unidos de América, con Japón, con Alemania Federal, con la España de Franco, en unos momentos en que nosotros no sólo no los establecemos, sino que desenmascaramos de continuo su política imperialista y fascista?». (Enver Hoxha; Las «avispas» burguesas recogen la miel del jardín de las «cien flores»; Reflexiones sobre China, Tomo II, 20 de abril de 1973)

Incluso los círculos reaccionarios registraron para la posteridad las grandes divergencias sino-albanesas en temas como el acercamiento sino-estadounidense, la Comunidad Económica Europea, el trato con los nuevos partidos marxista-leninistas, y otros temas candentes:

«Durante 1972, las posiciones de los dos cercanos aliados sobre su actitud hacia los Estados Unidos tendieron a distanciarles aún más. Paralelo a los divergentes puntos de vista sobre esta cuestión política fundamental, Pekín y Tirana empezaron a reaccionar de forma diferente ante algunos acontecimientos y políticas importantes en el escenario internacional: la crisis de Malta, la consolidación del Mercado Común, la Ostpolitik de Alemania Occidental y la reelección de Brandt, y el movimiento «marxista-leninista», para mencionar unos cuantos. Mientras los albaneses han demostrado un inflexible apego a la teoría revolucionaria, los chinos –en línea con su giro en las prioridades de política exterior– han demostrado una predilección por la Realpolitik: un cambio de la raison d’ideologue a la raison d’état. Muchos discursos e informes publicados recientemente por Tirana y Pekín atestiguan el hecho de que no existe completa unanimidad de puntos de vista sobre diversos desarrollos políticos internacionales de importancia». (Radio Europea Libre; El camino albanés, 21 de diciembre de 1972)

El Estado y la revolución. La experiencia de los Años 1848-1851; Lenin, 1917


En vísperas de la revolución

Las primeras obras del marxismo maduro, «Miseria de la Filosofía» y el «Manifiesto Comunista», datan precisamente de la víspera de la revolución de 1848. Esta circunstancia hace que en estas obras se contenga, hasta cierto punto, además de una exposición de los fundamentos generales del marxismo, el reflejo de la situación revolucionaria concreta de aquella época; por eso será, quizás, más conveniente examinar lo que los autores de esas obras dicen acerca del Estado, inmediatamente antes de examinar las conclusiones sacadas por ellos de la experiencia de los años 1848-1851:

«En el transcurso del desarrollo, la clase obrera sustituirá la antigua sociedad burguesa por una asociación que excluya a las clases y su antagonismo; y no existirá ya un poder político propiamente dicho, pues el poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo de clase dentro de la sociedad burguesa». (Karl Marx; «Miseria de la filosofía», 1847)

Es interesante confrontar con esta exposición general de la idea de la desaparición del Estado después de la supresión de las clases, la exposición que contiene el «Manifiesto Comunista», escrito por Marx y Engels algunos meses después, a saber, en noviembre de 1847:

«Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido la guerra civil más o menos latente que existe en el seno de la sociedad vigente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, instaura su dominación. (…) Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la transformación [literalmente: elevación] del proletariado en clase dominante, la conquista de la democracia. (…) El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible las fuerzas productivas». (Karl Marx y Friedrich Engels; «Manifiesto comunista», 1847)

Vemos aquí formulada una de las ideas más notables y más importantes del marxismo en la cuestión del Estado, a saber: la idea de la «dictadura del proletariado» –como comenzaron a denominarla Marx y Engels después de la Comuna de París– y asimismo la definición del Estado, interesante en el más alto grado, que se cuenta también entre las «palabras olvidadas» del marxismo: «El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante».

Esta definición del Estado no sólo no se explicaba nunca en la literatura imperante de propaganda y agitación de los partidos socialdemócratas oficiales, sino que, además, se la ha entregado expresamente al olvido, pues es del todo inconciliable con el reformismo y se da de bofetadas con los prejuicios oportunistas corrientes y las ilusiones filisteas con respecto al «desarrollo pacífico de la democracia».

El proletariado necesita el Estado, repiten todos los oportunistas, socialchovinistas y kautskianos asegurando que tal es la doctrina de Marx y «olvidándose» de añadir, primero, que, según Marx, el proletariado sólo necesita un Estado que se extinga, es decir, organizado de tal modo, que comience a extinguirse inmediatamente y que no pueda por menos de extinguirse; y, segundo, que los trabajadores necesitan un «Estado», «es decir, el proletariado organizado como clase dominante».

El Estado es una organización especial de la fuerza, es una organización de la violencia para la represión de una clase cualquiera. ¿Qué clase es la que el proletariado tiene que reprimir? Sólo es, naturalmente, la clase explotadora, es decir, la burguesía. Los trabajadores sólo necesitan el Estado para aplastar la resistencia de los explotadores, y este aplastamiento sólo puede dirigirlo, sólo puede llevarlo a la práctica el proletariado, como la única clase consecuentemente revolucionaria, como la única clase capaz de unir a todos los trabajadores y explotados en la lucha contra la burguesía, por la completa eliminación de ésta.

Las clases explotadoras necesitan la dominación política para mantener la explotación, es decir, en interés egoísta de una minoría insignificante contra la mayoría inmensa del pueblo. Las clases explotadas necesitan la dominación política para destruir completamente toda explotación, es decir, en interés de la mayoría inmensa del pueblo contra la minoría insignificante de los esclavistas modernos, es decir, los terratenientes y capitalistas.

Los demócratas pequeñoburgueses, estos pseudosocialistas que han sustituido la lucha de clases por sueños sobre la armonía de las clases, se han imaginado la transformación socialista también de un modo soñador, no como el derrocamiento de la dominación de la clase explotadora, sino como la sumisión pacífica de la minoría a la mayoría, que habrá adquirido conciencia de su misión. Esta utopía pequeñoburguesa, que va inseparablemente unida al reconocimiento de un Estado situado por encima de las clases, ha conducido en la práctica a la traición contra los intereses de las clases trabajadoras, como lo ha demostrado, por ejemplo, la historia de las revoluciones francesas de 1848 y 1871, y como lo ha demostrado la experiencia de la participación «socialista» en ministerios burgueses en Inglaterra, Francia, Italia y otros países a fines del siglo XIX y comienzos del XX.

Discrepancias en cuanto a la Komintern; Stalin, 1929


Ya he dicho que Bujarin no ve ni comprende las nuevas tareas que se imponen a la Komintern –expulsar a los elementos de derecha de los partidos comunistas, poner freno a las tendencias conciliadoras y depurar de tradiciones socialdemócratas los partidos comunistas–, tareas que dictan las condiciones del nuevo auge revolucionario que está madurando. Así lo confirman plenamente nuestras discrepancias sobre cuestiones referentes a la Komintern.

¿Cómo empezaron las discrepancias en este terreno?

Empezó la cosa con las tesis sobre la situación internacional que Bujarin presentó al VIº Congreso de 1928 [2]. De ordinario, las tesis eran examinadas previamente en el seno de la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética. Pero, en este caso, dicha condición no fue observada. Las tesis, con la firma de Bujarin, fueron enviadas a la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética al mismo tiempo que a las delegaciones extranjeras del VIº Congreso de la Komintern de 1928. Pero estas tesis resultaron insatisfactorias en numerosos puntos, y la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética hubo de presentar unas 20 enmiendas.

Esta circunstancia colocó en una situación algo violenta a Bujarin. Pero ¿quién tenía la culpa? ¿Para qué necesitaba Bujarin enviar las tesis a las delegaciones extranjeras antes de ser examinadas por la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética? ¿Podía esta última abstenerse de presentar enmiendas, si las tesis no eran satisfactorias? Resultado: de la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética salieron unas tesis sobre la situación internacional que eran nuevas en el fondo y que las delegaciones extranjeras empezaron a contraponer a las viejas tesis suscritas por Bujarin. Es evidente que esta violenta situación no se habría producido si Bujarin no se hubiese precipitado en enviar sus tesis a las delegaciones extranjeras.

Yo desearía señalar cuatro enmiendas fundamentales, presentadas a las tesis de Bujarin por la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética. Desearía señalar estas enmiendas fundamentales para que se vea con mayor claridad el carácter de las divergencias relativas a problemas de la Komintern.

Primera cuestión: el carácter de la estabilización del capitalismo. Según las tesis de Bujarin resultaba que en los momentos actuales no hay nada nuevo que quebrante la estabilización capitalista; por el contrario, el capitalismo se rehace y se mantiene, en lo fundamental, con más o menos solidez. Es evidente que la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética no podía aceptar esta apreciación del llamado tercer período, es decir, del período que estamos atravesando. No podía aceptarla, porque el haber mantenido esta apreciación del tercer período habría podido dar pábulo a nuestros críticos para decir que adoptábamos el punto de vista del llamado «saneamiento» del capitalismo, es decir, el punto de vista de Hilferding, que los comunistas no podemos aceptar. En vista de ello, la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética presentó una enmienda, haciendo resaltar que la estabilización capitalista no es ni puede ser sólida, sino que la quebranta y la seguirá quebrantando la marcha de los acontecimientos, debido a la agravación de la crisis del capitalismo mundial.

Esto tiene, camaradas, importancia decisiva para las secciones de la Komintern. De que la estabilización capitalista se quebrante o se afiance depende toda la orientación de los partidos comunistas en su labor política diaria. De que atravesemos un período de descenso del movimiento revolucionario, un período de simple acumulación de fuerzas, o de que vivamos un período de maduración de las condiciones para un nuevo auge revolucionario, un período de preparación de la clase obrera para las luchas de clases venideras, depende la orientación táctica de los partidos comunistas. La enmienda de la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, aceptada luego por el Congreso, era buena, precisamente, porque ofrecía una orientación clara hacia la segunda perspectiva, hacia la perspectiva de maduración de las condiciones para un nuevo auge revolucionario.

Segunda cuestión: la lucha contra la socialdemocracia. En las tesis de Bujarin se decía que la lucha contra la socialdemocracia es una de las tareas fundamentales de las secciones de la Komintern, lo cual es exacto, naturalmente. Pero eso no basta. Para combatir con éxito a la socialdemocracia es necesario hacer hincapié en la lucha contra la llamada ala «izquierda» de la socialdemocracia, contra esa ala «izquierda» que, jugando con frases «izquierdistas» y engañando así hábilmente a los obreros, actúa de freno para que las masas obreras no abandonen la socialdemocracia. Es evidente que, sin derrotar a los socialdemócratas de «izquierda», es imposible vencer a la socialdemocracia en general. Pues bien, las tesis de Bujarin daban de lado en absoluto el problema de la socialdemocracia de «izquierda»; eso, claro está, constituía una gran deficiencia, en vista de lo cual la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética hubo de presentar a las tesis de Bujarin la correspondiente enmienda, aceptada luego por el Congreso.

Tercera cuestión: el espíritu conciliador dentro de las secciones de la Komintern. En las tesis de Bujarin se hablaba de la necesidad de combatir la desviación de derecha, pero no se decía una palabra de luchar contra las tendencias de conciliación con ella. Eso, naturalmente, era una gran deficiencia. El caso es que, cuando se declara la guerra a la desviación de derecha, sus adeptos se disfrazan generalmente de conciliadores y colocan al partido en una situación difícil. Para salir al paso a esta maniobra de los desviacionistas de derecha, es necesario plantear la lucha resuelta contra el espíritu conciliador. Por eso, la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética consideró necesario presentar a las tesis de Bujarin la correspondiente enmienda, aceptada luego por el Congreso.

Cuarta cuestión: la disciplina de partido. En las tesis de Bujarin no se hablaba para nada de la necesidad de mantener una disciplina férrea dentro de los partidos comunistas. Eso era también un defecto bastante apreciable. ¿Por qué? Porque en el período de reforzamiento de la lucha contra la desviación de derecha, en el período en que se aplica la consigna de depurar de elementos oportunistas a los partidos comunistas, los desviacionistas de derecha se organizan generalmente en fracciones y establecen su propia disciplina fraccional, quebrantando e infringiendo la disciplina de partido. Para mantener el partido a salvo de estos manejos fraccionales de los desviacionistas de derecha, es necesario exigir una disciplina férrea dentro del partido, a la cual los miembros del partido se deben someter incondicionalmente. De otro modo, no hay ni que pensar en una lucha seria contra la desviación derechista. Por eso, la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética presentó a las tesis de Bujarin la correspondiente enmienda, aceptada luego por el VIº Congreso de la Komintern de 1928.

El sistema de «autogestión» en la economía; Enver Hoxha, 1978


Tito y Nixon en la Casa Blanca

La teoría y la práctica de la «autogestión» yugoslava es una negación pura y simple de las enseñanzas del marxismo-leninismo y de las leyes universales de la construcción del socialismo.

La esencia de la «autogestión socialista» en la economía es la idea de que supuestamente el socialismo no se puede construir mediante la concentración de los medios de producción en manos del Estado socialista, siendo la propiedad estatal la institución más elevada de la propiedad socialista, sino por el contrario, mediante la fragmentación de la propiedad estatal socialista en propiedad de determinados grupos de trabajadores, que supuestamente lo administran ellos mismos directamente. Pero la teoría marxista es claro acerca de esto, ya en 1848, Marx y Engels subrayaron:

«El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas». (Karl Marx y Friedrich Engels; Manifiesto comunista, 1848)

Lenin insistió en la misma cuestión cuando él combatió severamente las opiniones anarcosindicalistas del grupo hostil al Partido Bolchevique, dicho grupo fue conocido como la «oposición obrera» que exigían la entrega de las fábricas a los trabajadores y la gestión y organización de la producción no por el Estado socialista, sino por un llamado «congreso de los productores» como representante de los grupos de los trabajadores individuales. [En el Xº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia celebrado en marzo de 1921 se condenaron los puntos de vista de la llamada «oposición obrera» y de otros grupos fraccionalistas y se ordenó la inmediata disolución de estos grupos – Anotación de E. H.]

Lenin describió la representación de estos puntos de vista anarco-sindicalistas como:

«Una completa ruptura con el marxismo y el comunismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Informe en el Xº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, 1921)

Pero dicha lucha no es puntual, señaló mucho antes que:

«Toda legislación, ya sea directa o indirecta, sea de la posesión de su propia producción por los obreros de una fábrica o de una profesión tomada en particular, con derecho a moderar o impedir las órdenes del poder del Estado en general, es una burda distorsión de los principios fundamentales del poder soviético y la renuncia completa del socialismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La naturaleza democrática y socialista y del Poder Soviético, 1917)

Y a pesar de todos estos precedentes en la historia marxista, en junio de 1950, Tito presentó la ley de «autogestión» a la Asamblea Popular de los Pueblos de las Repúblicas Federales de Yugoslavia, allí desarrolló sus puntos de vista revisionistas sobre la propiedad bajo el «socialismo», dijo entre otras cosas:

«De ahora en adelante la propiedad estatal de los medios de producción, las fábricas, las minas, los ferrocarriles, pasaran gradualmente a la forma superior de propiedad socialista; la propiedad de Estado es la forma inferior de propiedad social y no la superior. Entre los actos más característicos de un país socialista es el traslado de las fábricas y otras empresas económicas de las manos del Estado a manos de la trabajadores, para que puedan manejarlos, porque de esta manera el lema de la acción de la clase obrera –¡las fábricas a los obreros!– se llevará a cabo». (Josip Broz, Tito; Las fábricas a los obreros, 1950)