martes, 8 de julio de 2025

Cuando una obra de arte tiene como base una idea falsa, ésta aporta contradicciones internas que inevitablemente menoscaban su valor

«El misticismo es enemigo irreconciliable de la razón. Pero no sólo los que caen en el misticismo están en pugna con la razón. También son hostiles a ella los que por una u otra causa, de un modo u otro, defienden una idea falsa. Y cuando se toma como base de la obra de arte una idea falsa, ésta aporta contradicciones internas que menoscaban inevitablemente el valor estético de aquella. Ya he hablado de la pieza de Knut Hamsun «A las puertas del reino» (1895); como ejemplo de una obra de arte empequeñecida por la falsedad de su idea fundamental [32]. El lector me perdonará que vuelva a hablar de ella. 

Ante nosotros aparece como héroe de esta pieza Ivar Kareno, joven escritor que tal vez no tiene talento, pero al que, en cambio, sobra suficiencia. Dice ser un hombre de «ideas libres como un pájaro». ¿Sobre qué temas escribe este pensador libre como un pájaro? Sobre la «resistencia». Sobre el «odio». ¿A quién aconseja que se resista? ¿A quién enseña a odiar? Aconseja que se resista al proletariado. Enseña a odiar al proletariado. ¿No es cierto que se trata de un héroe totalmente nuevo? Hasta ahora, en la literatura habíamos encontrado muy pocos héroes de este tipo, por no decir ninguno. Pero el hombre que predica la resistencia al proletariado es el más indudable ideólogo de la burguesía. Ivar Kareno, este ideólogo de la burguesía, se considera él mismo y es considerado por su creador, Knut Hamsun, un gran revolucionario. Ya hemos visto en el ejemplo de los primeros románticos franceses que hay tendencias «revolucionarias» cuyo principal rasgo distintivo es el conservadurismo. Théophile Gautier odiaba a los «burgueses» y al propio tiempo arremetía contra quienes decían que había llegado la hora de suprimir las relaciones sociales burguesas. Evidentemente, Ivar Kareno es un descendiente espiritual del célebre romántico francés. Sin embargo, el descendiente fue mucho más allá que su antepasado. Él odia conscientemente lo que en su antepasado despertaba tan sólo una hostilidad instintiva [33].

Si los románticos eran unos conservadores, Ivar Koreno es un reaccionario de pura cepa. Y además un utopista del tipo de aquel salvaje terrateniente de Schedrín. Él quiere exterminar al proletariado como éste quería exterminar a los mujiks. Esta utopía llega al colmo de la comicidad. Por lo demás, todas las «ideas, libres como un pájaro», de Ivar Kareno llegan al límite de lo absurdo. Para él el proletariado es una clase que explota a las otras clases de la sociedad. Es ésta la más errónea de todas las ideas, libres como un pájaro, de Kareno. Y la desgracia consiste en que, al parecer, Knut Hamsun comparte la errónea idea de su héroe. Kareno padece todas las desventuras precisamente porque odia al proletariado y se «resiste» a él. Por eso no puede obtener la cátedra y ni siquiera editar su libro. En una palabra, se atrae toda una serie de persecuciones de aquellos burgueses entre los que vive y actúa. Pero, ¿en qué parte del mundo, en qué utopía vive esa burguesía que castiga tan implacablemente la «resistencia» al proletariado? Tal burguesía no ha existido ni puede existir jamás ni en ninguna parte. Knut Hamsun ha tomado como base de su obra una idea que se halla en contradicción irreconciliable con la realidad. Y tal circunstancia ha perjudicado hasta tal punto a la obra, que ésta provoca risa precisamente en aquellos pasajes que según la intención del autor debía adquirir un giro trágico. 

Knut Hamsun posee un gran talento, pero ningún talento es capaz de convertir en verdad algo diametralmente opuesto a ella. Los enormes defectos del drama A las puertas del reino son una consecuencia lógica de la absoluta inconsistencia de la idea que le sirve de base. Esta inconsistencia es debida a la incapacidad del autor de comprender el sentido de la lucha de clases en la sociedad contemporánea, lucha de la cual su drama es un eco literario. 

Knut Hamsun no es francés. Pero ello no cambia para nada la cuestión. El Manifiesto del Partido Comunista ya señalaba con mucho acierto que en los países civilizados, y en virtud del desarrollo del capitalismo, «la estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal». Ciertamente, Hamsun ha nacido y se ha educado en un país de Europa occidental que se halla lejos de pertenecer a los países más desarrollados en el aspecto económico. Así se explica, evidentemente, la ingenuidad verdaderamente pueril de sus ideas acerca de la situación del proletariado combatiente en la sociedad en que vive. Pero el atraso económico de su patria no le ha impedido adquirir el mismo resentimiento contra la clase obrera y la misma simpatía por la lucha contra ella que ahora aparecen lógicamente entre la intelectualidad burguesa de los países más avanzados. Ivar Kareno no es más que una variedad del tipo nietzscheano. ¿Y qué es el nietzscheísmo? Es una nueva edición, corregida y aumentada, de acuerdo con las exigencias del período más moderno del capitalismo, de algo que ya conocemos muy bien: aquella lucha contra los «burgueses» que se compaginaba perfectamente con una inquebrantable simpatía por el régimen burgués. Y el ejemplo de Hamsun puede muy bien ser sustituido por otros ejemplos tomados de la literatura francesa contemporánea. 

François de Curel es sin duda alguna uno de los dramaturgos de mayor talento y de ideas más profundas cosa que en este caso es aún más importante de la Francia de hoy día. Su drama en cinco actos «La comida del león» (1897), que debe ser reconocido sin la menor vacilación como la más digna de ser destacada entre todas sus obras, que yo sepa, ha llamado muy poco la atención de la crítica rusa. A causa de algunas circunstancias excepcionales de su infancia, el personaje central de la obra, Jean de Sancy, en un momento dado se siente atraído por el socialismo cristiano. Después, rompe resueltamente con él y se convierte en elocuente defensor de la gran producción capitalista. En la tercera escena del cuarto acto pronuncia un largo discurso para demostrar a los obreros que «el egoísmo dedicado a la producción es para la masa trabajadora lo mismo que la caridad para el pobre». Y como los que le escuchan se muestran disconformes con ese punto de vista, se entusiasma poco a poco y mediante una brillante y gráfica comparación les explica el papel del capitalismo y de sus obreros en la producción moderna:

«Dicen que en el desierto, los chacales siguen en masa al león para aprovecharse de los restos de su presa. Demasiado débiles para atacar al búfalo, demasiado lentos para alcanzar a las gacelas, toda su esperanza se cifra en las garras del rey de la selva. ¡En las garras! ¿Se da cuenta? Al crepúsculo, el león abandona su cubil y corre, rugiendo de hambre, en busca de su presa. ¡Hela ahí! Un salto prodigioso, y comienza una lucha feroz, un abrazo mortal. La tierra se cubre de sangre, que no siempre es la de la víctima. Luego viene el festín real, que es contemplado con atención y respeto por los chacales. Cuando el león está harto, comen los chacales. ¿Creen ustedes que estarían mejor alimentados si el león compartiese con ellos su presa a partes iguales reservándose un pequeño trozo? ¡No hay tal cosa! Ese buen león ya no sería un león; a lo sumo, un perro lazarillo. Al primer gemido de la víctima aflojaría las garras y se pondría a lamer sus heridas. Háblenme ustedes de un animal feroz, ansioso de despojos y soñando tan sólo con matar y despedazar. Cuando ruge, los chacales se relamen»(François de Curel; La comida del león, 1897)

El elocuente orador explica el sentido, ya de por sí evidente, de esta parábola en las siguientes palabras, mucho más concisas, pero no menos expresivas: 

«El industrial hace brotar fuentes nutricias cuyo sobrante absorben los trabajadores»(François de Curel; La comida del león, 1897)

Sé muy bien que el escritor no es responsable de los discursos pronunciados por sus héroes. Pero muy a menudo da a entender, en una forma u otra, su actitud ante tales discursos, lo que nos permite juzgar de sus opiniones. Todo el curso ulterior de la obra nos muestra que el propio de Curel considera totalmente justa la comparación hecha por Jean de Sancy entre el industrial y el león y entre los obreros y los chacales. Todo nos indica que el autor podría repetir, plenamente convencido de ello, las siguientes palabras de su héroe: «Creo en el león. Me inclino ante los derechos que le dan sus garras».

Y está dispuesto a admitir que los obreros son unos chacales que se alimentan con los restos de lo que el capitalista obtiene con su trabajo. La lucha de los obreros contra los patronos es para él, lo mismo que para Jean de Sancy, una lucha de chacales envidiosos contra el poderoso león. En esta comparación reside la idea fundamental de la obra, con la que el autor liga los destinos de su héroe principal. Pero en esa idea no hay ni un átomo de verdad. El auténtico carácter de las relaciones sociales de la sociedad contemporánea aparece en ella mucho más desnaturalizado que en los sofismas económicos de Bastiat y de sus numerosos seguidores, incluido BöhmBawerk. Los chacales no hacen absolutamente nada para conseguir el alimento del león, que en parte sirve para saciar su propia hambre. ¿Y quién, es capaz de afirmar que los obreros de una empresa, no hacen nada para crear su producción? Pese a todos los sofismas económicos es evidente que esa producción es obra de su trabajo. Naturalmente, el industrial también participa en la producción, como organizador. Y como tal, forma parte de los trabajadores. Pero todo el mundo sabe que el salario del administrador de una fábrica y los beneficios del dueño de esa misma fábrica, son dos cosas bien distintas. Si descontamos de los beneficios el salario, obtendremos un resto que corresponde al capital como tal. Todo el problema consiste en saber por qué ese resto va a parar al capital. Mas para la solución de este problema no encontramos ni el más mínimo atisbo en las elocuentes disquisiciones de Jean de Sancy, quien, dicho sea de paso, no sospecha que sus propios ingresos, como gran accionista de la empresa, no estarían justificados ni siquiera en el caso de que fuera justa la totalmente falsa comparación del industrial con el león y los obreros con los chacales. Él no hace absolutamente nada para la empresa, limitándose a percibir de ella, cada año, grandes beneficios. Y si hay alguien que se asemeje a los chacales, que se alimentan de lo que otros obtienen con su esfuerzo, ése es justamente el accionista, cuyo trabajo se reduce exclusivamente a guardar las acciones; y también el ideólogo del orden burgués, que no participa en la producción, pero que recoge los restos del espléndido festín del capital. Por desgracia, el talentoso de Curel es uno de esos ideólogos. Ante la lucha de los asalariados contra los capitalistas, él se sitúa al lado de éstos, presentando en forma totalmente falsa sus verdaderas relaciones con los que son explotados por ellos. 

¿Y qué es la pieza «La barricada» (1910), de Paul Bourget, más que un llamamiento dirigido a la burguesía por un conocido escritor, también de indudable talento, invitando a todos los miembros de esa clase a agruparse en la lucha contra el proletariado? El arte burgués se torna belicoso. Sus representantes ya no pueden decir que no han nacido «para la agitación y el combate». Nada de eso. Buscan el combate y no temen en absoluto la agitación que éste implica. Pero ¿en nombre de qué se libra ese combate en el que quieren tomar parte? ¡Ay!, en nombre del «egoísmo». No de un egoísmo personal, claro está, pues sería ridículo afirmar que hombres como de Curel o Bourget defienden el capital con la esperanza de enriquecerse. El «egoísmo» por el que sufren «agitaciones »y buscan el «combate», es el egoísmo de toda una dase. Pero no por ello deja de ser ambición. Y si es así veamos lo que resulta. 

¿Por qué despreciaban los románticos a los «burgueses» de su época? Ya lo sabemos: porque los «burgueses» ponían por encima de todo, según la expresión de Teodoro de Banville, la moneda de cinco francos. ¿Y qué defienden en sus obras unos escritores como de Curel, Bourget y Hamsun? Defienden unas relaciones sociales que constituyen para la burguesía una fuente de muchísimas monedas de cinco francos, ¡Qué lejos están esos escritores del romanticismo de los buenos tiempos viejos! ¿Y qué es lo que los ha alejado de él? Nada más que la marcha implacable del desarrollo social. Cuanto más se iban agudizando las contradicciones internas inherentes al modo de producción capitalista, más difícil les era a los artistas que permanecían fieles al pensamiento burgués, seguir sosteniendo la teoría del arte por el arte y vivir encerrados en su torre de marfil. 

En el mundo civilizado contemporáneo no existe, al parecer, un país cuya juventud burguesa no simpatice con las ideas de Nietzsche. Éste despreciaba a sus «somnolientos»  contemporáneos aún más que Gautier a los «burgueses» de su tiempo. ¿Cuál era, a los ojos de Nietzsche, la culpa de los «somnolientos» contemporáneos suyos? ¿Cuál era su principal defecto, del que derivaban todos los demás? El no saber pensar, sentir y, sobre todo, actuar como corresponde a los hombres que ocupan en la sociedad una posición dominante. En las actuales circunstancias históricas eso equivale a reprocharles el no manifestar suficiente energía y consecuencia en la defensa del orden burgués frente a los atentados revolucionarios del proletariado. No en vano habla Nietzsche con tanto encono de los socialistas». (Gueorgui PlejánovEl arte y la vida social, 1912)

Anotaciones de la edición:

[33] Véase la obra de Gueorgui Plejánov: «El hijo del doctor Stockman» (1908). 

[34] Me refiero a la época en que Gautier aún no había desgastado su famoso chaleco rojo. Posteriormente por ejemplo, en los días de la Comuna de París, era ya un enemigo consciente ¡y de los más rabiosos! de los anhelos de emancipación de la clase obrera. Cabe señalar, por lo demás, que Flaubert también puede ser considerado como un predecesor ideológico de Knut Hamsun, y tal vez hasta con mayor motivo. En uno de sus libros de notas se encuentran estas líneas notables: «Hoy en día, Prometeo no debería sublevarse contra Dios, sino contra el Pueblo, nuevos dios. Las viejas tiranías sacerdotales, feudales y monárquicas han sido reemplazadas por otra tiranía, más sutil, inextricable, imperiosa, que dentro de algún tiempo no dejará en la tierra ni un solo rincón libre». 

Véase el capítulo «Los cuadernos de Gustave Flaubert» en el libro de Louis Bertrand «Gustave Flaubert». (1910) Es el mismo pensamiento, libre como un pájaro, que inspira a Ivar Kareno. En su carta a George Sand, del 8 de septiembre de 1871, Flaubert dice: «Creo que la muchedumbre, la manda, siempre será odiosa. Lo único que importa es un pequeño grupo de espíritus, siempre los mismos, que se pasan la antorcha unos a otros». 

En esta misma carta se encuentran las líneas, citadas por mí más arriba, acerca del sufragio universal, calificado de vergüenza del espíritu humano, pues gracias a él el número domina «¡hasta al dinero!». Véase Flaubert «Correspondencia, cuarta serie» (1869-1880) (1910). 

Ivar Kareno habría reconocido seguramente en estos conceptos sus ideas libres como un pájaro. Sin embargo, ellos no hallaron aún su expresión directa en las novelas de Flaubert. La lucha de clases en la sociedad contemporánea debió dar un gran paso de avance antes de expresar directamente en la literatura su odio a los anhelos de emancipación del «pueblo». Y aquellos que con el tiempo llegaron a sentir esa necesidad, ya no pudieron defender la «autonomía absoluta» de las ideologías. Al contrario; plantearon a las ideologías el objetivo consciente de servir de arma espiritual en la lucha contra el proletariado. Pero de esto hablaré más adelante.

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