[Publicado originalmente en 2020. Reeditado en 2022]
«La cuestión republicana, como la cuestión de género, la nacional o la ecológica, si no se presenta bajo un análisis científico y en conexión con la lucha de clases, acaba desembocando en posiciones utópicas, ridículas, cuando no reaccionarias.
Los oportunistas −quienes se aprovechan de las circunstancias para el beneficio propio, sin tener en cuenta principios ni convicciones− nos hablan con frecuencia de un bellísimo «proyecto republicano» en el que, por supuesto, se evita explicar detalladamente cuáles serán las «medidas radicales» que implementarán en política, economía y cultura y que coronarán esa «nueva sociedad»; o, en su defecto, cuando lo hacen, estas «novedades» que proponen se parecen en demasía a otras recetas ya implementadas bajo el sistema capitalista y que no supusieron ningún cambio sustancial.
a) En política, suelen eludir cuestiones como la necesidad del «uso de la dictadura del proletariado» para la consecución y mantenimiento de esa «república» −tanto en aspectos coercitivos como no coercitivos−. La «dictadura del proletariado» y todo lo que implica es un concepto que, como hacían los eurocomunistas, a lo sumo solo justifican para referirse a experiencias del pasado, o que, a lo sumo, solo figura en su «programa máximo», por lo que es una cuestión que esquivan en la agitación diaria y en los manifiestos concretos que firman con otras organizaciones de «izquierda». Esto no es de extraño, y seguramente así será hasta que, como hicieron los eurocomunistas en su día, decidan suprimirlo oficialmente para quitarse de malentendidos con la burguesía. Apuestan por un colorido «multipartidismo» y hacen de la defensa de los «derechos naturales del hombre» su mejor carta para entenderse con otras formaciones idealistas que gustan de ese fetiche liberal. Para ellos la política es una buena forma, como cualquier otra, de matar el tedío o hacerse ricos, nada más.
b) En economía, aunque nueve de cada diez no tienen ni siquiera una ligera idea de lo que hablan, a veces se atreven incluso a proponer la «socialización de los medios de producción» y otros eslóganes que han leído de terceros. Eso sí, en ningún lado detallan que entienden ellos por las «leyes fundamentales del socialismo», beneficiándose de dicha indefinición ecléctica para engañar a incautos de todo tipo en torno a ese «nuevo sistema». Entiéndase que el socialismo −abolición de las clases explotadoras−, como antesala del comunismo −abolición de todas las clases sociales−, no se puede construir sin conocimientos, de forma espontánea y totalmente improvisada. Esto es similar a cuando un niño con su grupo de amigos asegura que tiene la intención de construir un transbordador espacial, y eludiendo la más que posible falta de financiación y capacidad organizativa para llevar a cabo tal empresa, ignora lo más importante: que carecen de conocimientos básicos de física, mecánica, informática y matemáticas para cumplir tal propósito. Acerca de esta cuestión, estos grupos políticos que desean «ir al socialismo» no están lejos del deseo infantil y fantasioso de los niños de «viajar a Marte». Estas agrupaciones tampoco demuestran comprender cómo opera el capitalismo como para poder combatirlo eficazmente, por lo que este tipo de fraseología «socializante» no puede ser tomada en serio. De ahí que otras veces formulen recetas inofensivas o marginales, como los piadosos deseos de «ajustes fiscales» y la famosa «redistribución de la riqueza», siendo estas elevados a «palancas transformadoras» que «cambiarán todo».
c) En cuanto al campo cultural, sufren de un mismo «humanismo» de corte liberal, el cual concibe las cosas desde un punto de vista muy cándido: por ejemplo, yendo a remolque del discurso del oficialismo, repiten y tratan de convencernos de que bajo el sistema capitalista es posible acceder a una «educación laica, universal y de calidad», todo, claro está, gracias a las «herramientas democráticas» que nos otorga la democracia burguesa. En esta área cultural se destaca especialmente la bienvenida a cualquier moda decadente en el arte y el modo de vida, la cual incluso se elevará a modelo de lo «contestatario» y «transgresor» −como si lo diferente fuese, per se, progresista−. Incluso los hay que plantean que el primer esfuerzo de toda organización revolucionaria es centrarse en «dar la guerra cultural», lo que para ellos en verdad se traduce en seguir los debates y lenguaje que maneja la «opinión pública» del país, ¿y cómo llevan a cabo tal labor? Fijándose en los aspectos más banales del debate, y en dar explicaciones aun menos profundas sobre dichos temas −los cuales podrían ser enfocados desde un punto de vista mucho más ambicioso−; todo, cómo no, con la excusa de «acercarse a las masas» sin incurrir en «paternalismos». De ahí que la propia «cultura política» de estas asociaciones se reduzca a una «afición» y no un «compromiso» real con la causa que dicen defender, a que cada «pensador» de estos grupos reproduzca una filosofía de la charlatanería que otros a su vez reproducen en sus ambientes, un círculo vicioso que acaba inundando todos estos «espacios» de la «izquierda» −se presente esta como más «oficialista» o más «antisistema»−.
El proletariado y los límites de la república burguesa
La mayoría de los republicanos, sean del signo que sean, y de la época que sea, normalmente coinciden finalmente con el liberalismo, incluso cuando buena parte de ellos se niegan a reconocerse como tal. Pero cuando examinamos sus eslóganes y propuestas, estas no dejan de estar dentro de la órbita de este pensamiento aburguesado. A lo sumo, como en el caso del republicanismo más radical de izquierda, hablamos de un sincretismo, si se prefiere de un socialismo ecléctico, repleto de cincuenta mil interpretaciones y propuestas diferentes, algo alejado totalmente de la coherencia que caracteriza al socialismo científico. El republicanismo moderno no porta un liberalismo que ya pueda considerarse enérgico y progresista, como el típico de las revoluciones burguesas del siglo XIX, que aun con todas sus limitaciones tuvo su sentido histórico en las pugnas contra la nobleza y el clericalismo, sino que hablamos de un liberalismo que arrastra a cuestas una fisonomía muy diferente, como luego veremos. Uno que por sus propios condicionantes y desarrollos se ha vuelto mucho más cínico, degradado y anacrónico. No olvidemos que el liberalismo ha sido una de las doctrinas clásicas para todos los sistemas burgueses ya consolidados, es decir, un modelo que con el tiempo se vuelve conservador y reaccionario, donde gran parte de sus reivindicaciones dejan de tener sentido, pues ya han sido aplicadas, o peor, donde la realidad del día a día ha puesto de manifiesto cómo sus lemas de «libertad, igualdad y fraternidad» son irrealizables bajo las contradicciones del capital-trabajo:
«Todos los socialistas, al demostrar el carácter clasista de la civilización burguesa, de la democracia burguesa, del Parlamento burgués, han expresado esta idea, anteriormente formulada con el máximum de exactitud científica por Marx y Engels: que la más democrática de las repúblicas burguesas no puede ser más que una máquina para oprimir a la clase obrera en favor de la burguesía, que pone a la masa de trabajadores a merced de un puñado de capitalistas. (…) Estos traidores al socialismo quisieran hacer creer que la burguesía ha dado a los trabajadores la «democracia pura», como si la burguesía hubiese renunciado a toda resistencia y estuviese presta a obedecer a la mayoría de los trabajadores; como si en una república democrática no hubiese una máquina gubernamental hecha para absorber los jugos del trabajo por el capital». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, 1919)
En primer lugar, ya que muchos de estos grupos y figuras se autodenominan como seguidores de la doctrina de Marx, habría que repasar, pues, qué opinaba el propio implicado de esta «cuestión republicana». Así comprobaremos si es que esta era tan fundamental para el foco de agitación y propaganda, como pretenden algunos republicanos modernos:
«Del mismo modo que en Inglaterra los obreros constituyen un partido político con el nombre de cartismo, los obreros estadounidenses forman un partido político con el nombre de reformistas nacionales; y su grito de guerra no es absolutamente: monarquía o república, sino dictadura de la clase obrera o dictadura de la clase burguesa. Mientras que en la sociedad burguesa moderna, con sus formas políticas correspondientes: Estado representativo constitucional o republicano, la cuestión de la propiedad se ha transformado en la cuestión social más importante. (...) En el siglo XIX, en el cual se trata de suprimir las condiciones burguesas de la propiedad, la cuestión de la propiedad es una cuestión vital para la clase obrera». (Karl Marx; La crítica moralizante o la moral crítica. Contribución a la historia de la civilización alemana, 1847)
Por su parte, Engels aclaraba con el caso español la posición histórica de la clase obrera ante la república burguesa:
«Ha quedado destruido el embrujo que hasta hoy envolvía el concepto de república. Tras los precedentes de Francia y España, sólo un Karl Blind puede permanecer atado a la superstición de los maravillosos efectos de la república. Esta se manifiesta, por fin también en Europa, como lo que, conforme a su esencia, es efectivamente en América, como la forma más acabada de dominación de la burguesía. (...) A partir de ahora, la clase obrera no puede sufrir más engaños acerca de lo que es la república moderna: la forma de Estado en la que el dominio de la burguesía recibe su última y más acabada expresión. (...) En otras palabras: si la república moderna es la más acabada forma de la dominación burguesa, es, a la vez, la forma de Estado en la que la lucha de clases se libra de sus últimas cadenas y que prepara el campo de batalla para esa lucha. La moderna república no es otra cosa que este campo de batalla. (...) En lugar de repetir la farsa sangrienta de la revolución anterior, en lugar de realizar insurrecciones aisladas, siempre reprimidas con facilidad es de esperar que los obreros españoles aprovechen la república para unirse entre sí más firmemente y organizarse con vistas a una próxima revolución, una revolución que ellos dominarán. El gobierno burgués de la nueva república busca sólo un pretexto para reprimir el movimiento revolucionario y matar a balazos a los obreros, como lo hicieron en París los republicanos Favre y consortes. Ojalá los obreros españoles no les den ese pretexto». (Friedrich Engels; La República Española, 1873)
Por último, por si no hubiera quedado lo suficientemente claro hasta aquí, a medida que gana enteros el movimiento emancipador, aquel que propone derruir el sistema de arriba a abajo −sus tradiciones, sus instituciones, su modelo económico−, la forma de dominación política que mantenga la burguesía para disimular su régimen de dominación resta su importancia −aunque siempre será preferible una más liberal que una más autoritario por razones obvias−:
«La tradición republicana se ha debilitado fuertemente entre los socialistas de Europa. Es comprensible y, en parte, justificable precisamente en tanto en cuanto la proximidad de la revolución socialista resta importancia práctica a la lucha por la república burguesa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Acerca de lo sucedido al rey de Portugal, 1908)
Ergo, el foco de atención está en el crecimiento de dicho movimiento −en sus medios, en sus técnicas, en su experiencia−, el cual no se puede estar condicionando totalmente a qué tipo de régimen burgués tiene delante, de otra forma, si eso fuera verdad, tendríamos que declarar que en los períodos de máxima represión −bien sea bajo una república burguesa o no−, el movimiento emancipador debe paralizarse, debe invernar a la espera de recuperar un «régimen más favorable» que permita un mejor desarrollo. ¿Se imaginan? En el caso español, esta teoría pusilánime es más burda aún: la diferencia hoy entre una monarquía parlamentaria y una republicana parlamentaria es casi anecdótica, como se demuestra echando un vistazo a otras repúblicas del continente y del resto del mundo. Para más inri, el grado de libertad de movimientos, asociación y expresión, el acceso a la información o el grado de alfabetización de población, es, en comparación con siglos pretéritos, mucho mayor; lo que demuestra cuan poco sentido tienen hoy las declamaciones de X grupos republicanos que aseguran que no han conseguido sus bellísimos objetivos «humanistas» y/o «revolucionarios» por el enorme carácter reaccionario de la monarquía parlamentaria. ¡Claro!
Los malabarismos terminológicos sobre el carácter y esencia de la república
«Es una verdad de perogrullo, el que una de las causas de las desviaciones derechistas y del sectarismo de izquierda es la falta de formación ideológica. De ahí la importancia de que nos preocupemos todos, y continuamente, por las cuestiones ideológicas, pues se han dado algunos casos, por ejemplo, de incomprensión al respecto que han llevado a no plantear la cuestión de la república ligada a un contenido de clase concreto, y olvidar como señala Lenin en las «Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado» que «La república burguesa, aún la más democrática, no es más que una máquina para la opresión de la clase obrera por la burguesía, de la masa de los trabajadores por un puñado de capitalistas». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIIº Congreso del PCE (m-l), 1979)
Bien; como sabemos y ya pudimos constatar en la sección anterior, entre las primeras desviaciones que el Partido Comunista de España (marxista-leninista) arrastró en los años 60 estuvo esa influencia y adaptación mecánica del dogma maoísta en torno a las etapas, y fuerzas motrices de la revolución, su relación con la burguesía nacional, etcétera. Más tarde, si bien consiguió corregir gran parte de esta visión, nos encontramos con que en los años 80 volvió a dar un giro a la derecha en la «cuestión republicana» que le aproximó hacia ese republicanismo de corte «liberal» pero a la vez «socializante» de tintes decimonónicos. Esta regresión empezó a hacerse de notar especialmente a partir de 1986 y se mantuvo como «punto estrella» de su agitación y propaganda hasta su desaparición en 1992. Véase el capítulo: «Un deslizamiento hacia las clásicas desviaciones basadas en un republicanismo pequeño burgués» (2020).
¿Cuál es la línea del PCE (m-l) actual sobre este tema, la de Marx o la de Heinzen? Para contestar a eso deberíamos poner en contexto al lector. Corría el año 1995 cuando el renegado Raúl Marco y todos sus palmeros que decidieron seguirle en su nueva aventura quijotesca crearon la organización Octubre, la cual pasaría a la historia sin pena ni gloria. A inicios del siglo XXI, en 2006, decidieron fundar un nuevo partido exactamente con las mismas siglas que el histórico PCE (m-l). Ante tal tesitura tenían dos opciones: o seguir la estela del viejo PCE (m-l) revolucionario de 1964-85 −pero sin repetir todos sus errores− o seguir la desastrosa y fracasada estela del PCE (m-l) en declive de los años 1986-92 −con estos multiplicados a la quinta potencia−. ¿Cuál fue su decisión? Como era de esperar, el señor Marco no hizo la más mínima autocrítica de las desviaciones acaecidas antes o después de los 80 −de las cuales obviamente tuvo gran responsabilidad−; pese a los desastrosos resultados, mantuvo una línea «continuista» en torno a la cuestión republicana. Repasando cuales han sido sus propuestas desde 2006 hasta su fallecimiento en 2020, no solo observaremos que no aprendió nada, sino que el actual PCE (ml) no ofrece tampoco nada diferente a la infinidad de sopa de siglas existente.
Su visión se ha manifestado perfectamente en su eslogan: «Sin ruptura, sin república, no habrá cambio». Un eslogan no debe tomarse a la ligera: refleja las pretensiones de una organización, aquello a lo que aspira y cómo quiere ser visto por las masas. Observando que este es su principal eslogan, sumado a que la mayoría de simbología y actividad se centran en la «cuestión republicana», es normal que las masas piensen que es un partido «republicano-reformista», no uno comunista, como también les ocurre a otras formaciones como REM o RC-FO de las que luego hablaremos.
Desde hace años el PCE (m-l) y sus frentes repiten hasta la saciedad que la principal tarea es la consecución de la «III República»:
«Frente a estos retos, es el momento de que las masas populares, especialmente la clase obrera, acumulen fuerzas, se organicen en amplios movimientos unitarios que nos lleven a lograr los objetivos de ruptura con el régimen y por la III República. Esa y no otra es la tarea central de las fuerzas de izquierda. Solo así podremos hacer frente con éxito a la reacción, al fascismo y a la monarquía que los ampara». (Comisión Permanente de la Federación de Republicanos, 2019)
El PCE (m-l) dedica la mayor parte de su tiempo a la consecución de la tan deseada «III República», la cual anuncian como una «democracia republicana» añadiendo a veces el apelativo de «popular», pero evitando decir cómo se regirá dicha «democracia popular», de qué clases estará compuesta, quién la vanguardizará o, más claramente, eludiendo explicar qué es lo que hará que dicha hipotética república salga de los moldes de la democracia burguesa al uso:
«¿Qué es una República Popular? El PCE (m-l) considera Republicanos como un frente de masas que intenta aglutinar a amplios sectores sociales para conseguir la República democrática y federal». (Entrevista al PCE (ml), 19 de marzo de 2017)
De hecho, esta técnica de manejar «expresiones altisonantes» ha sido fácil y masivamente utilizada por los hábiles demagogos que se han hecho pasar por revolucionarios, como ha quedado más que demostrado a lo largo de la historia. Si hay alguien que no nos crea que repase los programas y eslóganes del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y del Partido Comunista de España (PCE) y sus respectivos aliados en los 70, así podrá comprobar cómo en los frentes que se crearon durante el franquismo todos hablaban abiertamente de «ruptura con el régimen». El propio Santiago Carrillo en su libro «Eurocomunismo y Estado» (1977), utilizaba de vez en cuando esta terminología para disimular su traición a los principios comunistas, llegando incluso a hablarnos de «revolución», aunque si leíamos toda la obra con detenimiento, ella fuese en su cabeza una «revolución» a base de «reformas» y «consenso» con el poder, es decir, su contrario, un «evolucionismo» a lo Eduard Bernstein. Nosotros debemos evitar juegos de palabras y hablar con franqueza a las masas. De otro modo, los que se benefician de estos son los enemigos del socialismo por diversas razones. Véase el capítulo «¿Cuál debe de ser la forma y contenido crítico hacia los adversarios políticos?» (2020).
Además de lo dicho, habría que apuntar otra cuestión crucial. Nosotros, a diferencia de la ociosidad mostrada por el resto de grupos −que se llenan la boca hablando del necesario «balance» del pasado−, sí hemos hecho el esfuerzo de traer todo tipo de análisis −tanto de terceros como de nuestra propia cosecha− en torno a las experiencias históricas del movimiento proletario. En ellos queda constatado que, incluso dentro de los grupos comunistas más avanzados se dieron diversos errores, insuficiencias y malentendidos sobre los conceptos a utilizar para la actividad cotidiana, abonando el terreno para el surgimiento de teorías nefastas para la consecución de los objetivos finales. Esto se pudo ver antes y sobre todo una vez concluida la Segunda Guerra Mundial (1939-45), donde las dudas y la confusión terminológica en torno a los objetivos y la perspectiva de muchos nuevos regímenes que empezaban a surgir era enorme. Los partidos comunistas, que lideraban en mayor o menor medida dichos gobiernos desde un comienzo, contribuyeron de buena gana a ello. La ambigüedad terminológica jugaría a favor de los pensadores ajenos al marxismo durante el período 1944-1947, e incluso también después. Se pudo ver cómo se mezclaban indistintamente términos donde abundaba la coletilla de «nuevas democracias» o «democracias populares» para justificar teorías extrañas que carecían de coherencia. Como indicó Naum Farberov en su obra «Las democracias populares» (1949), los elementos interesados aprovecharon esto para introducir teorías y prácticas que tenían como fin la reconciliación entre clases, mientras otros buscaban una nueva sociedad mezclando capitalismo y socialismo y en el «mejor de los casos» un utópico «tránsito pacífico y gradual al socialismo». Pero insistimos, si rastreamos todos estos desatinos que se manifestaron en otras secciones comunistas como la italiana, española, francesa, argentina, chilena, cubana, peruana o británica, esto no era casual, para nada; era una muestra de que X tradiciones que parecían superadas volvieron a hacer acto de presencia, o que Y aspectos nunca llegaron a superarse porque desde el minuto uno se ensamblaron mal. Véase el capítulo: «La responsabilidad del Partido Comunista de Argentina en el ascenso del peronismo» (2021).
Otro fundamento en este pensamiento heterodoxo del PCE (m-l) son las alianzas republicanas que contrae, creyendo que gracias a su unión con otros grupos infectados de esas mismas ilusiones democrático-burguesas, y exponiendo un programa republicano a secas, este será el mejor estímulo para que las masas despierten:
«En este sentido, Republicanos es algo más que un frente de masas en el que nuestros camaradas trabajan: es la expresión de nuestra propuesta táctica. Ninguna otra organización determina en su programa la fase actual que nuestro programa político define como revolución democrática por la república, para avanzar hacia el socialismo. Se ha avanzado mucho desde entonces. En 2013, el acto celebrado el 18 de mayo conjuntamente con el PCM, IU Madrid, Rps y la Junta Estatal Republicana, en el auditorio Marcelino Camacho de CCOO de Madrid, probaba que una parte de estas organizaciones compartían con nosotros la necesidad de definir la unidad de la izquierda desde una perspectiva de ruptura con el orden establecido en el pacto de la transición». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIIº (VIIIº) Congreso, 2008)
¿Qué buscaba Raúl Marco en frentes como Republicanos (Rps)? ¿Qué buscan los que reivindican hoy esta «República Popular» de la que tanto hablan? ¿Acaso iremos con dicha república al socialismo liderados con el PCE (m-l) aliado a IU, CCOO, PCM? No, solo nos dicen que el objetivo del programa es una «república democrática y federal», es decir, una república democrático-burguesa federal de toda la vida, donde poder así reclamar su hueco entre otras tantas formaciones republicanas burguesas y pequeño burguesas, ignorando el problema vital para la clase obrera de la propiedad.
En los maoístas de nuevo cuño, como Iniciativa Comunista (IC), también tenemos más de lo mismo, instándonos a:
«Iniciar un proceso constituyente por la república popular que suponga la ruptura democrática con el régimen». (Iniciativa Comunista; Tesis del IIIº Congreso, 2014)
Como el lector puede comprobar, más allá de la verborrea y odio mutuo que a veces mantienen estas agrupaciones, en realidad apuestan por lo mismo. Y en cuanto a los que quizás difieren en estos análisis y piden una lucha por una «república socialista», como el Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), tienen los mismos referentes y modelos que el PCE (m-l): la Cuba de los Castro. De hecho, como sabemos, el sueño del señor Marco fue fusionar el PCE (m-l) con el PCPE, ¡cosa que intentó hasta en dos ocasiones! Véase el capítulo: «¿No se ha aprendido nada del desastre de las alianzas oportunistas y de los intentos de fusionarse con ellos?» (2020)
¿Pero por qué no se le enseña a la militancia la opinión de Elena Ódena sobre el PCPE o las relaciones que mantenía anteriormente el PCE (m-l) de los 70 frente a otras agrupaciones de izquierda y republicanas, manteniendo ante todo su propia visión y corrigiendo ideológicamente a los posibles aliados, como era menester? En el documento «Profundización, actualización y matizaciones sobre la política de alianzas del partido» (1979) se afirmaba con contundencia:
«En la perspectiva revolucionaria donde debemos situar la lucha por la república, entendiendo por república no sólo, e incluso no tanto, la forma de gobierno, como el conjunto de transformaciones que implicaría. (...) El partido ha dejado bien claro que no renuncia a ninguna cuestión que para nosotros es de principio, como por ejemplo el principio de la lucha armada y el de la independencia de acción e ideológica. Lo hemos dicho y repetido, tanto en la Conferencia de proclamación de la Convención Republicana de los Pueblos de España, como en todas las oportunistas que se han presentado desde entonces, y continuaremos sosteniendo esta misma posición por un lado para que nadie se equivoque respeto a nuestras intenciones y por otro porque nos incumbe la responsabilidad de educar a nuestros aliados, de atraerlos a nuestras posiciones. (...) Precisamente eso es una de las cuestiones que nos separan a nosotros los comunistas de los revisionistas, los socialdemócratas y los oportunistas». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIIº Congreso del PCE (m-l), 1979)
Un análisis de los frentes republicanos y sus paquetes de reformas
En cuanto al programa político republicano, podemos ver cómo en 2016 el PCE (m-l) creó un nuevo frente donde se proclamó que:
«El movimiento republicano se dotó del «Programa de 8 puntos», suscrito por todas las organizaciones de izquierda. Dicho programa es más necesario y vital que nunca. Entendemos que debe ser la base para dicha unidad, para romper la atonía instalada en el campo de la izquierda y movilizarla y agruparla en torno a él, para unir a todas aquellas fuerzas políticas y sociales». (Octubre; Órgano de expresión del PCE (m-l), Nº122, 2019)
¡Estupendo! Repasemos algunos de los eslóganes y propuestas de ese programa de 8 puntos con el cual el PCE (m-l) pretende «agrupar a las organizaciones de izquierda» y «romper la atonía»:
«Aprobación inmediata de un programa de choque para impulsar el desarrollo económico y social, apoyar y proteger a las personas y familias más afectadas por la crisis. Cambiar el modelo productivo, fomentando la industria y los sectores con mayor valor añadido, promocionando los servicios y el empleo públicos y garantizando un mayor control social de la economía mediante la intervención del Estado. Aumentar los recursos públicos, mediante una política fiscal progresiva que grave más a quien más tiene y reduzca la carga fiscal de las clases populares. Combatir con decisión el fraude fiscal, particularmente el de las grandes empresas y rentas. Derogación de las reformas laborales de 1994, 2.010 y 2012. (...) Restablecer la soberanía popular y recuperar la democracia, sin ataduras ni atajos. Proponemos para ello, la anulación inmediata de las leyes de excepción, las de ahora y las de antes, que son utilizadas para acallar la indignación de nuestros pueblos: la ley de partidos, la ley mordaza, la reforma del Código Penal y ley de racionalizacion y sostenibilidad de la Administracion local. (...) Plena garantía, hoy negada por la Constitución, de que las grandes decisiones que afecten a la Nación sean consultadas en referéndum vinculante. (...) Defendemos el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Solo Pueblos libres que así lo decidan libremente pueden construir juntos un futuro común. El derecho a decidir es el armazón de su unidad. (...) Ganar la independencia frente a los grandes poderes que dictan la política internacional. (...) Luchamos por la apertura de un periodo constituyente. La Constitución de 1.978 es un texto limitado, superado por la historia. (...) El control efectivo y la participación de la ciudadanía en las cuestiones que le afectan. Una constitución que sirva de base para un futuro de progreso. (...) Defendemos la República, con carácter laico, democrático, popular y federal, resultado de ese proceso constituyente y como único marco posible para el desarrollo de la democracia y de las libertades públicas, individuales y colectivas». (8 Puntos para avanzar hacia la República, Manifiesto del 19 de junio de 2016)
El programa político de los «8 Puntos para avanzar hacia la República», con ciertas matizaciones es un calco de la línea política del PCE (m-l) del Congreso de 2008. Ambas propuestas bien podrían ser el viejo programa de Podemos de 2014, que tanto ha criticado el PCE (m-l) por su «reformismo y ciudadanismo democrático-burgués». No por casualidad Izquierda Unida (IU), el aliado del PCE (m-l) en estos frentes republicanos, ahora tiene una coalición electoral con Podemos bajo Unidas Podemos. De igual modo el programa es similar a los proyectos llevados a cabo en los llamados países del «socialismo del siglo XXI» que tanto el PCE (m-l) como su internacional la CIPOML han apoyado con un seguidismo atroz, y que ahora vemos como están fracasando uno detrás de otro. Véase el capítulo: «La antigua lucha sin cuartel contra el revisionismo internacional no tiene nada que ver con el actual PCE (m-l)» (2020).
No es el único grupo autodenominado falsamente «marxista» que cae en programas republicanos de este tipo. Como ya analizamos en su momento, en 2017, Reconstrucción Comunista (RC) cometió un calco de estas posiciones rebajando el «programa oficial del partido» y adoptando el de sus frentes-tapadera −primero lo intentó con el Frente Republicano (FR), y ahora prueba suerte con el Frente Obrero (FO)−:
«Para un país como este, el recetar una «república popular y federativa» «encaminada al socialismo» que vaya usted a saber qué es, se puede tipificar como poco de una desviación pequeño burguesa, ya que no corresponde a las etapas de desarrollo de la España capitalista en su etapa imperialista. También el hablar en España en pleno siglo XXI de limitar la reforma agraria a que simplemente acabe con el latifundismo es un buen programa progresista para un partido liberal capitalista del siglo XIX, pero no es lo que se espera de un frente liderado por teóricos comunistas, el cual debe agrupar a los republicanos progresistas y atraerse a los medianos y pequeños campesinos, porque les deja vendidos ante las deudas y la depredación de los monopolios capitalistas.
Que se hable de «buscar una solución para los restos del imperialismo», es una enunciación cuanto menos ambigua, ¿a través de qué medios? ¿Se regalará esos territorios a otros Estados, serán independientes automáticamente, se convocará un referéndum en el que los comunistas apoyarán que esos territorios se mantengan dentro? No sabemos cuál es la postura de este esperpéntico «FR», que viene a ser el frente tapadera número mil que monta RC.
Por último, la propuesta de «derogar las leyes que van en contra del progreso» es otro vago intento de ir de progresistas sin concretar qué se define como «progresista», algo que un pretendido partido comunista debe enunciar para sacar de la confusión y no esperar que todo el mundo sepa a qué se refieren, aunque bueno, en este caso, ni sus militantes lo saben, ya que es un partido que cambia según sopla el viento.
Aquello de decretar amnistía política para todos los presos políticos es la misma cantinela demagógica de siempre. ¿Se consideran «presos políticos» a los que han atentado indiscriminadamente contra los trabajadores? O mejor dicho, ¿un gobierno comunista liberaría a estas personas que son un peligro social? Según lo que expone RC suponemos es un sí rotundo, pues esa ha sido siempre su postura en diferentes publicaciones a favor de las bandas terroristas y sus figuras, algo que ha utilizado para intentar ganarse al público más anarcoide.
Lo de depurar la policía y el ejército es una medida cuanto menos insuficiente como se ha visto históricamente en todos los procesos reformistas, algo que deja intacta la estructura del ejército burgués, para pertrechar golpes de Estado y encañonar a los trabajadores cuando la burguesía lo necesita, por tanto, proclamar esto como supuesta panacea que abre el camino al socialismo, son ilusiones socialdemócratas, sobre todo, de cara a una organización que no tiene claro sus referentes políticos, que hoy se llama maoísta, mañana «crítica» del mismo sin despegarse de sus teorías y amistades, pasado mañana se declara amante del «socialismo kurdo», etc.
En general este penoso programa son medidas todas ellas en las que vemos que efectivamente Roberto Vaquero no solo aspira a ser el nuevo Arenas para el coro de lumpens del que se rodea, sino que por su programa republicano se ha convertido definitivamente en el nuevo Raúl Marco. Si hacemos otra analogía más lejana en el tiempo, este programa es calcado al programa republicano burgués del Partido Comunista de España (PCE) de 1960 que abanderaba por entonces el infame Carrillo. Por lo que véase qué desfasado y oportunista es». (Equipo de Bitácora (M-L); Antología sobre Reconstrucción Comunista y su podredumbre oportunista, 2017)
El tipo de figuras y agrupaciones políticas como las que se agrupan en el «Manifiesto de los 8 puntos para avanzar a la república» o el «Programa del Frente Obrero», en el mejor supuesto plantean sueños similares a los del señor Heinzen, del cual Marx se mofaba a causa de sus buenas pero inútiles intenciones, de su cuadro político de ideas biensonantes donde no entendía ni un ápice del funcionamiento económico y de las leyes que en última instancia rigen la sociedad:
«Así como no comprende a los obreros, el señor Heinzen no comprende a los liberales burgueses, pese a todo el ardor que pone inconscientemente en trabajar al servicio de ellos. (...) Su partido es el «partido de los hombres», esto es, el partido de los soñadores de corazón honesto y generoso que, con el pretexto de fines «humanos», defienden intereses «burgueses», sin ver claramente la relación que media entre la fraseología idealista y el fondo realista. (...) A su partido, al partido de los hombres, o a la «humanidad» que brota en Alemania, el hacedor de Estados, Karl Heinzen, les ofrece la «mejor república», la mejor república imaginada por él, la «república federativa con instituciones sociales». (...) Y lanzad ahora una mirada sobre la «república federativa» de Heinzen con sus «instituciones sociales» y sus siete medidas aptas para «humanizar a la sociedad». A cada ciudadano se le garantiza un mínimo de fortuna por debajo del cual no puede caer, al mismo tiempo que se le prescribe un máximo de fortuna por encima del cual no puede ascender. ¿No ha resuelto el señor Heinzen todas las dificultades, retomando y realizando en forma de decretos oficiales el piadoso deseo de todos los buenos burgueses, el deseo de no ver a nadie teniendo demasiado ni demasiado poco? Y de esta misma manera tan simple como grandiosa, el señor Heinzen ha resuelto todos los conflictos económicos. De acuerdo a principios razonables y congruentes con la honesta equidad, ha reglamentado a la propiedad. Y no vayáis a objetarle particularmente que las «reglas razonables» de la propiedad son precisamente las «leyes económicas», cuya fría necesidad hace fracasar todas las «medidas» equitativas. (...) La adorna con «instituciones sociales»; «reglamentará las condiciones de la propiedad de acuerdo a principios razonables»; y las siete grandes «medidas» por medio de las cuales suprime los «abusos» de la vieja burguesía. (...) ¡Esto es lo que el señor Engels califica de sueños pequeño burgueses elaborados de modo completamente arbitrario para la regeneración del mundo!». (Karl Marx; La crítica moralizante o la moral crítica, 1847)
Como sentenciarían Marx y Engels, normalmente el programa y las propuestas de los pensadores como Heinzen, Proudhon y otros, no tienden nunca a la revolución, sino a la esperanza de reformar los «aspectos negativos» del sistema imperante, por tanto, no pueden satisfacer verdaderamente los intereses ulteriores del proletariado, ni sus métodos suelen resultar eficaces como para superar el estado de las cosas, simple y llanamente porque no entienden en qué se basan estas. Un ejemplo es la derrota de la «Primavera de los Pueblos» (1848), una serie de revoluciones decimonónicas fallidas y la interpretación que los ideólogos pequeño burgueses hicieron de estas:
«La pequeña burguesía democrática está muy lejos de desear la transformación de toda la sociedad; su finalidad tiende únicamente a producir los cambios en las condiciones sociales que puedan hacer su vida en la sociedad actual más confortable y provechosa. Desea, sobre todo, una reducción de los gastos nacionales por medio de una simplificación de la burocracia y la imposición de las principales cargas contributivas sobre los señores de la tierra y los capitalistas. Pide igualmente establecimientos de Bancos del Estado y leyes contra la usura; todo a los fines de librar de la presión del gran capital a los pequeños comerciantes y obtener del Estado crédito barato. Pide también la explotación de toda la tierra para terminar con todos los restos del derecho señorial. Para este objeto necesita una Constitución democrática que pueda darles la mayoría en el parlamento, municipalidades y senado. Con el fin de adueñarse del poder y de contener el desarrollo del gran capital, el partido democrático pide la reforma de las leyes de la herencia, e igualmente que se transfieran los servicios públicos y tantas empresas industriales como se pueda a las autoridades del Estado y del Municipio. En cuanto a los trabajadores, ellos deberán continuar siendo asalariados, para los cuales, no obstante, el partido democrático procurará más altos salarios, mejores condiciones de trabajo y una existencia más segura. Los demócratas tienen la esperanza de realizar este programa por medio del Estado y la administración municipal y a través de instituciones benéficas. En concreto: aspiran a corromper a la clase trabajadora con la tranquilidad, y así adormecer su espíritu revolucionario con concesiones y comodidades pasajeras. Las peticiones democráticas no pueden satisfacer nunca al partido del proletariado. Mientras la democrática pequeña burguesía desearía que la revolución terminase tan pronto ha visto sus aspiraciones más o menos satisfechas, nuestro interés y nuestro deber es hacer la revolución permanente, mantenerla en marcha hasta que todas las clases poseedoras y dominantes sean desprovistas de su poder, hasta que la maquinaria gubernamental sea ocupada por el proletariado y la organización de la clase trabajadora de todos los países esté tan adelantada que toda rivalidad y competencia entre ella misma haya cesado y hasta que las más importantes fuerzas de producción estén en las manos del proletariado. Para nosotros no es cuestión reformar la propiedad privada, sino abolirla; paliar los antagonismos de clase, sino abolir las clases; mejorar la sociedad existente, sino establecer una nueva». (Karl Marx; Circular del Comité Central a la Liga Comunista, 1850)
A esto hay que anotar un punto muy importante. Con el paso del tiempo, estas mismas figuras que parecen tan ingenuas en sus propuestas, no lo son tanto: con sus actuaciones se acaban destapando y, como el ocurrió al señor Heinzen, denotan que sus equivocaciones no fueron tanto a causa de su falta de conocimientos −que también−, sino más bien un orgullo y una arrolladora falta de deshonestidad que los conducen hacia posiciones reaccionarias; cuando la vida les coloca en la disyuntiva de romper con su pasado y tradición o continuar con la farsa, eligen lo segundo, aún a riesgo de profundizar más en su desprestigio, como le ocurrió a Raúl Marco y Cía.
Los posibilistas y sus comparativas históricas sin sentido
Algunos parecen olvidarse, o distorsionan a propósito, que nadie en su sano juicio utilizaría los escritos de Lenin de 1905-1917 sobre la Rusia zarista para justificar, más de cien años después, el programa de un partido comunista en países contemporáneos como España. ¿A qué nos referimos? Existen infinidad de cuestiones donde las condiciones de la Rusia del siglo XX no son comparables a la España del siglo XXI; ni políticamente en cuanto a derechos y las libertades −la autocracia rusa versus una monarquía parlamentaria−, ni económicamente −el capitalismo ruso con restos de feudalismo versus un país de capitalismo desarrollado y monopolístico como España−, ni socialmente con una división de clases muy heterogénea −entre un país agrario y en comparación a hoy de bajas fuerzas productivas con un país de servicios-industria donde el agro no tiene relevancia significativa en su PIB−. Pero, aunque así fuese, aunque España tuviese, por ejemplo, unas condiciones de atraso similares a las de 1931, está claro que solo con ver la forma en que lo plantean estos «posibilistas», hay un abismo.
Lenin siempre defendió que el proletariado liderase la revolución incluso en los países más subdesarrollados. Es más, puso en la picota a los mencheviques que proclamaban un camino similar al que proponen hoy nuestros «republicanos», «socialistas» y «comunistas»:
«Claramente que el proletariado no puede ni debe ir más lejos que la burguesía en la revolución burguesa. Los bolcheviques sostenían el punto de vista opuesto. Mantenían sin reservas la opinión de que nuestra revolución es burguesa por su contenido económico y social. (...) Nuestra revolución se opera en un momento en que el proletariado ya empezó a tener conciencia de constituir una clase aparte y a unirse en una organización de clase independiente, en tales condiciones, el proletariado utiliza todas las conquistas de la democracia, utiliza cada paso de la libertad para reforzar su organización de clase contra la burguesía. (...) De manera que la burguesía no puede ser el líder de esta revolución». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Programa del Partido Bolchevique, 1907)
Pero, a su vez, y he aquí lo más importante:
«El proletariado debe llevar hasta su término la revolución democrática, atrayéndose a la masa de los campesinos, para aplastar por la fuerza la resistencia de la autocracia y paralizar la inestabilidad de la burguesía. El proletariado debe consumar la revolución socialista, atrayéndose a la masa de los elementos semiproletarios de la población, para destrozar por la fuerza la resistencia de la burguesía y paralizar la inestabilidad de los campesinos y de la pequeña burguesía». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, 1905)
Sobre el papel del proletariado, es verdad que muchos grupos, inclusive los que nos hablan de «una revolución democrático-burguesa pendiente», están de acuerdo con que en la futura revolución el proletariado deberá hegemonizar el proceso. ¿Qué ocurre a la hora de la verdad? Que en cuanto observamos sus programas, eslóganes y el foco de su agitación se deshace el encanto, ya que nos damos cuenta de que lo contrario es lo cierto: siguen apostándolo todo a esa presunta «revolución burguesa inconclusa» desde un prisma menchevique. Al igual que en los «republicanos modernos», Lenin detectó que en la visión de los mencheviques no se desbrozaban los pasos a seguir en la revolución; lejos de eso, paralizaban tal impulso por cobardía, lo que llevaría a que el proletariado que seguía a los mencheviques acabase diluido en la próxima república burguesa. Entendemos que las siguientes citas son algo extensas, pero son necesarias a fin de clarificar las cosas:
«Hemos señalado que la táctica de los neoiskristas impulsa la revolución no hacia delante −posibilidad que querrían garantizar con su resolución−, sino hacia atrás. Hemos señalado que es precisamente esta táctica la que ata las manos de los [revolucionarios] en la lucha contra la burguesía inconsecuente y que no la preserva de la dilución en la democracia burguesa. (...) La resolución de la Conferencia habla de la liquidación del antiguo régimen en el proceso de una lucha recíproca de los elementos de la sociedad. La resolución del congreso dice que nosotros, partido del proletariado, debemos efectuar esta liquidación, que sólo la instauración de la república democrática constituye la liquidación verdadera, que esta república debemos conquistarla, que lucharemos por ella y por la libertad completa no sólo contra la autocracia, sino también contra la burguesía cuando ésta intente −y lo hará sin falta− arrebatarnos nuestras conquistas. (...) Es extraordinariamente desacertada, o por lo menos inhábil, la expresión de que el gobierno provisional debería «regular» la lucha recíproca de las clases antagónicas: los marxistas no deberían emplear una fórmula liberal. (…) [Aquella que] da motivo a pensar que es posible un gobierno que sirva no de órgano de la lucha de clases, sino de «regulador» de la misma. El gobierno debería «no sólo impulsar la revolución hacia adelante, sino luchar también contra los factores del mismo que amenacen las bases del régimen capitalista». (…) En vez de indicar cómo el proletariado precisamente debe, en un momento tal, «impulsar el desarrollo revolucionario» −empujarlo más allá de lo que quisiera la burguesía constitucionalista−, en vez de aconsejar prepararse de un modo determinado para la lucha contra la burguesía, cuando ésta se vuelva contra las conquistas de la revolución; en vez de esto se nos da una descripción general del proceso, que nada dice sobre las tareas concretas de nuestra actuación». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, 1905)
Efectivamente, cuando los bolcheviques no pudieron lograr la hegemonía en la Revolución de Febrero (1917) que derrocó al zar, la burguesía rusa incumplió sus promesas sobre la cuestión nacional, la tierra o el fin de la guerra imperialista como Lenin y los suyos habían precedido. Y se sentenció de nuevo que solo la conquista del poder político del proletariado resolvería tales cuestiones:
«La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Las tareas del proletariado en la presente revolución, 1917)
¿Qué opinaba Lenin sobre la Asamblea Constituyente que los «republicanos modernos» tanto propagan en sus programas como eje de su transformación política? Que como forma de expresión o representación política esta era una herramienta obsoleta, una reminiscencia liberal, destinada a engañar a las masas, ¿la razón? Que este tipo de instituciones, por su propia estructura y funcionamiento, por todos los hilos que unen al poder político de las clases explotadoras con este tipo de parlamentos, no dejan de ser una ficción burguesa de cara a los intereses de los asalariados. Lo decisivo aquí es la fuerza del movimiento proletario, y de si puede vencer al régimen o no:
«Indicar las condiciones en que la Asamblea Constituyente nominal puede convertirse en Asamblea Constituyente efectiva es de una necesidad imperiosa, ya que la burguesía liberal, personificada por el partido constitucional monárquico, falsea deliberadamente, como hemos indicado ya más de una vez, la consigna de Asamblea Constituyente de todo el pueblo, reduciéndola a una frase vacía. (...) La Asamblea Constituyente debe convocarla alguien; las elecciones libres y justas deben ser garantizadas por alguien; alguien debe otorgar enteramente a esta Asamblea la fuerza y el poder; sólo un gobierno revolucionario que sea el órgano de la insurrección puede querer con entera sinceridad esto y tener fuerzas para hacer todo lo necesario con el fin de realizarlo. El gobierno zarista se opondrá inevitablemente a ello. Un gobierno liberal, que hubiera concertado un arreglo con el zar y no se apoyara enteramente en la insurrección popular, no sería capaz de querer sinceramente esto, ni de realizarlo, aun en el caso de desearlo con la mayor sinceridad. (...) La insurrección popular victoriosa y la constitución de un gobierno provisional implican la victoria de la revolución de hecho, mientras que la «decisión» de organizar una Asamblea Constituyente implica la victoria sólo verbal de la revolución. (...) Y esta victoria será, precisamente, una dictadura, es decir, deberá apoyarse inevitablemente en la fuerza de las armas, en las masas armadas, en la insurrección, y no en estas o en las otras instituciones creadas «por la vía legal», «por la vía pacífica». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, 1905)
Llegado el momento, los bolcheviques no faltaron a su promesa, y en 1917 apostarían por los Soviets como órganos de poder y no por la Asamblea Constituyente:
«No una República parlamentaria −volver a ello desde los Soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás−, sino una República de los Soviets de diputados obreros, campesinos y jornaleros del campo, en todo el país, de abajo arriba». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Las tareas del proletariado en la presente revolución, 1917)
Es más, los soviets no solo servirían de palanca para derrocar al zar y luego al «gobierno provisional», sino que su papel decisivo ya significaba que los desposeídos no tenían por qué operar bajo las viejas herramientas del poder institucional burgués para organizar su economía, su representación política o sus decisiones culturales. En este sentido el líder ruso influyó decisivamente en el nuevo y joven movimiento comunista de la III Internacional para que se reconociese que los soviets eran órganos de expresión muy superiores a los parlamentos de las democracias burguesas:
«Sería la mayor torpeza pensar que la revolución más profunda de la historia de la humanidad, el primer caso que se registra en el mundo de paso del poder de la minoría de explotadores a la mayoría de los explotados, puede sobrevenir dentro del viejo marco de la vieja democracia parlamentaria burguesa, puede sobrevenir sin introducir los cambios más radicales, sin crear nuevas formas de democracia, nuevas instituciones que encarnen las nuevas condiciones de su aplicación, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, 1919)
En cambio, hoy asistimos a que todas esas agrupaciones «republicanas» y «comunistas» sufren una profunda filia por la «Asamblea Constituyente», donde ese parlamentarismo añejo que es el foco de sus discursos y programas. También, como vimos recientemente, esta visión recoge varias de las reivindicaciones reformistas-utópicas dentro del capitalismo que el Partido Comunista Francés (PCF) quiso llevar a término junto con los socialistas, radicales y otros entre los años 1944-47. Véase el capítulo «La tendencia a centrar los esfuerzos en la canonizada Asamblea Constituyente como reflejo del legalismo burgués» (2020).
¿Por qué la «república» en abstracto no puede ser la solución para los problemas de un país? Porque la burguesía ha demostrado en múltiples casos que se puede adaptar a la república y establecer su poder bajo ella, y por ello el proletariado debe de plantear claramente su propia república −del apellido que se quiera−. En mayo de 1917, Lenin diría:
«Rusia debe ser una república democrática. Con esto están de acuerdo incluso la mayoría de los terratenientes y capitalistas, que fueron siempre partidarios de la monarquía. (...) Los capitalistas orientan ahora todos sus esfuerzos a conseguir que la república en Rusia se parezca lo más posible a la monarquía y pueda transformarse de nuevo en ella con la mayor facilidad −ejemplos así los hemos visto repetidas veces en muchos países−. A este fin, los capitalistas quieren conservar el aparato burocrático situado por encima del pueblo, quieren conservar la policía y el ejército permanente, separado del pueblo y al mando de generales y oficiales que no son elegidos. Y los generales y oficiales, si no son elegidos, procederán casi siempre de los terratenientes y de los capitalistas. Esto es sabido incluso por la experiencia de todas las repúblicas del mundo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta abierta a los delegados al congreso de diputados campesinos de toda Rusia, 1917)
Razón lógica por la cual, si esa «república democrática» no satisface las aspiraciones del proletariado, sino que es un pretexto para reprimir su lucha, se debe dejar bien claro quién debe dirigir la nueva república, qué contenido tendrá esta:
«El partido del proletariado no puede contentarse con una república democrática parlamentaria burguesa, que como en todo el mundo conserva y tiende a perpetuar la policía, el ejército regular y la burocracia privilegiada, es decir, los instrumentos monárquicos de opresión de las masas. El partido lucha por una república más democrática de obreros y campesinos en la que se suprimirán la policía y el ejército regular, que serán reemplazados por el armamento general del pueblo, por una milicia popular; en la que todos los funcionarios no sólo serán elegidos, sino que también podrán ser revocados en cualquier momento por exigencia de la mayoría de los electores; los funcionarios, sin excepción, percibirán un salario que no excederá del salario medio de un obrero calificado; en la que las instituciones representativas parlamentarias serán sustituidas gradualmente por los Soviets de representantes del pueblo −de distintas clases y profesiones o de distintas localidades−, que desempeñarán funciones legislativas y ejecutivas a la vez». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta abierta a los delegados al congreso de diputados campesinos de toda Rusia, 1917)
Otra razón clarividente por la que estos partidos y partidillos modernos no pueden pretender que sus programas son de inspiración leninista es por la forma en que plantean la consecución de las nacionalizaciones. La Internacional Comunista (IC) nos advirtió de los engaños de algunos que trataban de traer a la palestra un bonito programa, donde incluso se habla de nacionalización o socialización, pero rechazando el concepto de «revolución», de «dictadura del proletariado» y otros para imponer tales medidas a los explotadores:
«Reivindicar la socialización o la nacionalización de los más importantes sectores de la industria, como lo hacen los partidos centristas, es engañar a las masas populares. Los centristas no sólo han inducido a las masas a error al intentar persuadirlas de que la socialización puede arrancar de manos del capital los principales sectores de la industria sin que la burguesía sea vencida sino que, también, tratan de desviar a los obreros de la lucha vital real por sus necesidades más inmediatas, haciéndoles esperar un embargo progresivo de las diversas industrias, unas tras otras, después de lo cual comenzará la construcción «sistemática» del edificio económico. Retroceden así al programa mínimo de la socialdemocracia, es decir a la reforma del capitalismo, lo que es actualmente una verdadera trampa contrarrevolucionaria». (Internacional Comunista; Tesis sobre la situación mundial y las tareas de la Internacional Comunista, 1921)
El «programa mínimo» no exime a una organización de sus rasgos oportunistas
Volviendo a nuestro tema central, ¿dónde queda entonces el socialismo en la visión republicana de este nuevo PCE (m-l)? Según ellos las medidas de sus frentes republicanos son el programa mínimo, la «revolución democrática por la república, para avanzar al socialismo»:
«En este contexto, la lucha por la III República Democrática, Popular y Federativa adquiere una importancia fundamental en el proceso de fortalecimiento de las clases populares y en la perspectiva de avance hacia la revolución socialista». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Línea Política aprobada en el IIIº (VIIIº) Congreso, 2008)
¿Pero esta perspectiva tiene sentido? El objetivo del actual PCE (m-l) es ondear una amplia bandera republicana sin demasiadas exigencias ideológicas, una que agrupase todo tipo de concepciones republicanas, en la que el partido no debe hacer demasiado ruido en su concepción sobre el carácter que debe adoptar dicha república, ni mucho menos hablar de socialismo para no «asustar» al resto de organizaciones o «aislarse de las masas». Creen que después de todo, si se consigue la república, el «socialismo» vendrá sin más, por inercia. ¿Y bien? Lo que en realidad suele ocurrir es que, aunque se llegue a la deseada república democrático-burguesa o se siga en una monarquía parlamentaria, los colectivos «progresistas» que acogen tal postura acaban apostando por un puesto de espectador en la cuestión republicana, un hueco en la retaguardia, una postura de mera comparsa. ¿A qué nos referimos? Al error que presupone la idea de que las ilusiones de las reformas republicanas entre las masas, se pueden esfumar con meros pactos entre organizaciones y transformarse en aspiraciones socialistas, sin un trabajo ideológico claro y directo del presunto «vector revolucionario» que implique una crítica despiadada a dichas concepciones. Vamos más allá, como resultado de no hacer esto mismo, lo único que conseguirán es acabar mimetizándose con las otras organizaciones republicanas, antifascistas, ecologistas, feministas o del tipo que sean. Las masas no verán diferencia palpable, y normalmente pasan a ser el furgón de cola del dichoso «frente», del tan cacareado «proceso» que se derrumbará sin haber tomado impulso. Este desarrollo implica que el presunto «partido de vanguardia» no está cumpliendo su función de llevar conciencia de clase al movimiento X −republicano en este caso−, sino que cumple una función de muleta para el sistema: se limita a prometer a su militancia que «un día» vanguardizará el movimiento, pero que por el momento es mejor «esperar» y mantener una «relación cordial» con las jefaturas de otras organizaciones de mayor influencia, lo que es del todo absurdo, pues su posición supone la renuncia a la lucha ideológica que permita ver a los militantes y a las masas que el socialismo científico −y no cualquier otro− es la única alternativa para acabar con los problemas generados por el capitalismo.
No es la primera vez que criticamos estas concepciones en donde el programa mínimo no puede avanzar al programa máximo, tanto por lo erróneo que es la designación de las tareas como el estilo de trabajo que se vierte en las organizaciones de masas:
«Lo cierto es que para que el «programa mínimo» se realice y se pueda llegar al «programa máximo» debe haber una línea dialéctica que asegure esa conexión −como la solución revolucionaria, y no reformista de una etapa a otra, el aseguramiento de la hegemonía del proletariado en la etapa que sea, la independencia e iniciativa del partido comunista en las alianzas y frentes, la crítica de los jefes oportunistas en las alianzas, y otras cuestiones−. En cambio, las propuestas del «programa mínimo» de Bandera Roja [o del PCE (m-l) actual] rechazan esa unión y se relega a ser el furgón de cola de una sección de la burguesía bajo la promesa de la extensión de los derechos y libertades (?), la mayor eficiencia productiva de la economía mixta (?) y una nueva cultura (?) donde en verdad el sello de clase no será diferente a la anterior [aunque se trate de cubrir de que esta recupera los «altos valores humanistas»]. En segundo lugar, por ser un «programa mínimo» tampoco se debería dejar de recordar y popularizar los fines del «programa máximo» para que se entienda porqué se lucha. En tercer y último lugar, todo esto no excusa que la línea del congreso esté llena de nociones «posibilistas» sin un análisis de clase, el marxista-leninista, por presentar un programa mínimo, no se rebaja a hablar como un vulgar Bernstein, Kautsky, Browder o Carrillo: si se maneja de esa forma es porque su visión de las cosas es directamente antimarxista». (Equipo de Bitácora (M-L); BR y MVTC: Un repaso histórico a las posiciones ultraoportunistas de Bandera Roja y una exégesis sobre la deserción del MVTC y su disolución en Bandera Roja, 2017)
El PCE (m-l) actual nos bombardea, como otras organizaciones reformistas, con el llamado camino parlamentarista «constituyente», y prometen suavizar los problemas inherentes al capitalismo bajo un programa de reformas en pro de su concepto de «progreso social». ¿Es acaso esto excusable por ser el «programa mínimo», según afirman sus defensores? Para nada. No decimos ni mucho menos que el programa mínimo no tenga sentido para un partido comunista de un país imperialista, ya que en determinadas circunstancias estamos seguros que el colectivo revolucionario no podrá forzar a aplicar su programa máximo y tendrá que conformarse por el momento con aplicar un programa mínimo −normalmente por cuestiones de correlaciones de fuerza, como su influencia dentro de la clase obrera o con sus aliados, y no tanto por teorías basadas en el desarrollo de las fuerzas productivas que más adelante refutaremos−. Pero, ante todo, no se debe olvidar lo siguiente:
«Los partidos comunistas no plantean para este combate ningún programa mínimo tendente a fortalecer y a mejorar el edificio vacilante del capitalismo. (...) En lugar del programa mínimo de los reformistas y centristas, la Internacional Comunista plantea la lucha por las necesidades concretas del proletariado, por un sistema de reivindicaciones que en su conjunto destruyan el poder de la burguesía, organicen al proletariado y constituyan las etapas de la lucha por la dictadura proletaria, cada una de las cuales, en particular, sea expresión de una necesidad de las grandes masas, incluso si esas masas todavía no se colocan conscientemente en el terreno de la dictadura del proletariado». (Internacional Comunista; IIIº Congreso de la IC, 1921)
Hay que recordar que incluso en otro contexto, en el cual España estaba más atrasada económicamente y culturalmente, tampoco se justificaba un retraimiento de la metodología, agitación y popularización del programa propio a implantar. El Partido Comunista de España (PCE) de la época del «Bienio negro» (noviembre de 1933-febrero de 1936), en medio de las luchas contra el auge del fascismo y la represión del gobierno, pese a establecer alianzas y acuerdos con otras organizaciones antifascistas, tenía su propio programa que fue popularizado entre sus bases y simpatizantes. De nuevo para las elecciones de febrero de 1936 tenía su propio programa electoral, lo que no le impidió al mismo tiempo negociar con otras formaciones para tratar de influenciar con su visión en el programa del Bloque Popular Antifascista. Como sabemos, debido a su momentánea debilidad y a la variedad de grupos existentes, el PCE no consiguió imponer su visión, incluso realizó varias concesiones −tema que daría para otra discusión−, y realmente solo empezaría a hegemonizar el llamado «frente popular» tras los primeros meses de guerra. Véase el capítulo: «La Guerra Civil Española (1936-39) y su interpretación en clave anarco-trotskista» (2022).
Más allá de los patinazos cometidos por subestimación o sobrestimación de fuerzas −que los hubo−, esta lucha del PCE por popularizar su propio programa y no ir simplemente a remolque del resto en todo es algo que olvidan, silencian, infravaloran o desconocen los «frentistas modernos». Los grupos de ahora ni siquiera intentan mantener su propio programa; tratan de adaptarlo frente a las reivindicaciones de otras organizaciones, y, como es de esperar, dicho programa propio acaba diluido. Y ello cuando no nos encontramos con tácticas aún más ridículas: aparentando difundirlo entre las masas en «frentes» creados por ellos mismos y bajo el paraguas de organizaciones satélites, como hace RC-FO o el PCE (m-l)-Rps.
El PCE (m-l) directamente confirma que los «8 Puntos para avanzar hacia la República», son su línea principal de agitación y propaganda. Él mismo es responsable entonces de hasta qué grado rebaja su programa y cómo pretende popularizarlo y entrelazarlo para avanzar al socialismo. El rebajar el programa −incluso el llamado «programa mínimo»− y asignar tareas y eslóganes moderados e irreales que no corresponden a la situación es un rasgo común de las organizaciones con dudas o miedos. En este sentido, el francés Vincent Gouysse, antes de convertirse en aquello que juró derrotar, esgrimió unas palabras muy valiosas que valen la pena repasar:
«El programa mínimo tiene, pues, un fundamento objetivo en los países atrasados y dependientes donde la cuestión de la revolución democrático-burguesa antiimperialista surge y puede conducir a una etapa transitoria. Por otro lado, en los países imperialistas modernos donde surge de manera inmediata la cuestión social −la inversión del yugo social, económico, político, del capital, incluso en su forma más «democrática» y «pluralista»−, el «programa mínimo» no puede más que ensombrecer la cuestión de la socialización de la estructura productiva y evadir la cuestión de la dictadura de clase burguesa, haciéndole el juego, así, a la socialdemocracia. En los países exportadores de capital, que saquean y oprimen regularmente sus áreas de influencia, el «programa mínimo» obviamente no puede consistir en una nueva «revolución democrático-burguesa» o en una «lucha de liberación nacional» que, en el contexto de las potencias imperialistas, solo puede ser una lucha nacionalista-chovinista entre los carroñeros imperialistas para tomar una porción mayor del «pastel» −mercados y colonias−. (...) Los partidos comunistas de los países imperialistas, corroídos por el oportunismo de sus líderes degenerados de la aristocracia obrera han, por lo tanto, sustituido, de norma, la distinción justa que prevalece en los países atrasados por una distinción arbitraria que no tiene base científica dentro de las naciones imperialistas; peor: esta distinción ha servido para camuflar el oportunismo y el aplastamiento ideológico y político frente a la socialdemocracia. El «programa mínimo» consiste, entonces, en una especie de «etapa intermedia» entre el capitalismo y el socialismo, principalmente a través de la nacionalización. No debería sorprender que tal presuposición podría haber llevado a los oportunistas a abogar por una «vía democrática y pacífica hacia el socialismo». Estas pretendidas «nuevas vías», «específicas», son las manifestaciones ya no «específicas», sino más bien más generales del revisionismo mundial. (...) En una situación límite, uno podría reconocer el hecho temporal de este o aquel eslogan o reivindicación con fines puramente tácticos, en una fase de auge del movimiento obrero y la intensa lucha de clase −al tiempo que se procura explicar claramente a los trabajadores por qué el capitalismo no podrá jamás consentir otorgárselos [las exigencias], no por «malicia», sino por el mismo hecho de la coerción ejercida por las leyes económicas inmutables que rigen la producción de mercado−, con el fin de mostrar a los trabajadores la brecha entre sus aspiraciones económicas, políticas y sociales y la imposibilidad para el imperialismo de satisfacer estas reivindicaciones, y así demostrarles la necesidad de la revolución socialista». (Vincent Gouysse; La cuestión de la construcción del partido, 2006)
Normalmente las desviaciones de la estrategia y la táctica de estos grupos no suelen temporales ni se manifestan en uno dos puntos, sino que acaba nucleando todos los aspectos fundamentales de forma permanente. No por casualidad, una de las grandes figuras históricas que pasó a la historia como un gran revisor de los fundamentos del marxismo-leninismo fue Maurice Thorez, Secretario General del Partido Comunista Francés (PCF). Entre otras tantas «innovaciones» −regresiones más bien−, durante los años 1930-64 se esforzó en recuperar las peores ideas del sindicalismo −durante su primera etapa− y luego terminó propagando la teoría que identificaba linealmente los valores del «republicanismo francés del siglo XVIII» con los valores del «comunismo del siglo XX», sin mediar filtro ni criticismo alguno. Para más inri, esto tuvo una incidencia directa, como ya hemos citado atrás, en las formaciones de otros países, como Argentina o Chile, donde también se rehabilitarían a «héroes nacionales» y posturas de dudoso carácter progresista abstrayéndose de todo contexto. Véase el capítulo: «La responsabilidad del Partido Comunista de Argentina en el ascenso del peronismo» (2021).
La demagogia del republicanismo sobre la cuestión del poder
La historia ya ha demostrado que este camino de reformas republicanas tiene, por decirlo suavemente, «ciertas lagunas»:
«¿Qué nos enseña nuestra realidad nacional en lo concerniente a que las fuerzas populares tomen el poder por la vía pacífica y parlamentaria?
En primer lugar, tenemos las experiencias de la guerra nacional-revolucionaria [1936-1939]. Durante la II República el aparato burocrático-militar del Estado, estaba, en lo fundamental, bajo el control de la oligarquía financiera-latifundista. En tanto que la oligarquía pudo mantener su dominación de clase sin suprimir las formas parlamentarias y republicanas −y durante el bienio negro [1933-1936] esas formas le valieron perfectamente para ejercer su dictadura− se conformó con ir restringiendo, amputando gradualmente, las libertades democráticas.
Una vez que el frente popular, al principio bajo dirección pequeño burguesa, ganó las elecciones [febrero de 1936], la oligarquía preparó un golpe de Estado que, por la enérgica resistencia del pueblo, se convirtió en la más sangrienta guerra civil que conoce la historia de España.
La primera enseñanza de la sublevación fascista del 18 de julio de 1936 es que por la vía parlamentaria y pacífica no es posible arrancar el poder real a la oligarquía, pues ésta lo ejerce mediante un aparato que sólo se puede destruir por medio de la violencia armada de las masas populares.
En segundo lugar, la guerra nacional-revolucionaria enseña que la oligarquía española no sólo no cede el poder, sino que está dispuesta a acudir a los métodos más bestiales de inaudito terror con el fin de paralizar la lucha revolucionaria del pueblo. En estas condiciones pregonar la idea de la transición pacífica y parlamentaria, no sólo parece una actitud infantil, de gente sin experiencia, sino que constituye un embellecimiento de la dictadura de la oligarquía». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de la historia del PCE (m-l), 1985)
Por motivos de extensión, no volveremos a explicar detalladamente los distintos conceptos sobre la «cuestión del poder» o la «violencia revolucionaria» que tienen todos estos grupos republicanos. Una parte de ellos acostumbran a practicar lo que se conoce como «cretinismo parlamentario» e incurren en ese mezquino «gremialismo» y «burocratismo» típico del sindicalismo más corto de miras. Han creído y creen en los procesos reformistas del «tránsito pacífico al socialismo», aunque curiosamente eso no les impide promocionar a grupos anarcoides de tendencias terroristas, antisindicalistas y antiparlamentaristas contrapuestos a sus prácticas. Véase nuestro capítulo: «¿Históricamente los reformistas o su ala más a la «izquierda» no han contraído alianzas, tesis y han comprado parte del guion propagandístico de los grupos terroristas y viceversa?» (2017).
Otra parte del «republicanismo» más «radical», critica severamente a los «republicanos moderados» por caer en este «reformismo economicista», pero también coinciden con ellos en alabar o reproducir a la primera oportunidad el aventurerismo, el espontaneísmo, etc. Por tanto, incluso los grupos que reclaman entender correctamente el «papel de la violencia en la historia», los «peligros de la rutina burocrática» o el «asistencialismo», en verdad no suelen llegar a una comprensión marxista sobre dichas cuestiones, se quedan en clichés que utilizan hacia un lado u otro para justificar su desastrosa política. Entre sus referencias estos grupos, como RC-FO, solamente sueltan vagos eslóganes acerca de que: «Frente a la izquierda decadente», ellos «son la única alternativa para luchar por una república de los trabajadores», que hay que establecer un «programa de lucha de izquierdas» para los trabajadores, que permita recuperar la «soberanía nacional» y citan que «el primer obstáculo es la monarquía», algo que bien pueden firmar hoy colectivos fascistas como Bastión Frontal, y no es una exageración, basta ver la propagada y carteles de unos y otros, donde el «discurso obrerista» y de «patriotero» salta a la vista. Una propuesta que de nuevo no pasa de «reclamaciones» que son parches al sistema, y que no resuelven ni lo uno ni lo otro. Véase el capítulo: «¿En qué se basa el «trabajo de masas» del revisionismo moderno?» (2020).
En resumen, para ellos la «ruptura con el sistema» significa la mera consecución de una nueva «república» evitando explicar detalladamente el carácter de clase ni el contenido de la misma que dirigirá tal régimen, similar a la «nueva democracia» de Mao Zedong, donde «ninguna clase ni ningún partido hegemonizará el proceso». Esto no solo supone anular el rol del proletariado, sino que presupone desde el primer momento que el partido, lejos de aspirar a ser la «vanguardia», se infravalore a sí mismo en el objetivo de ganarse al proletariado y al resto de capas trabajadoras, ya que da por hecho que «en el momento de la revolución» no se habrá ganado aún a la mayoría del «pueblo» ni se tendrá una influencia suficiente entre el pueblo como para imponer su visión de una república proletaria. Véase la obra: «Las luchas de los marxista-leninistas contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo» (2020).
Antes de seguir con la exposición repasemos algunas verdades confirmadas por la historia en cuanto a las alianzas que pueden contraer los revolucionarios, ya que de esta forma se entenderán mejor las críticas que luego iremos desglosando más adelante:
«Al mismo tiempo es necesario que en ningún momento pierda de vista la perspectiva del desarrollo de la revolución y la conquista del objetivo final. El verdadero partido marxista-leninista y los verdaderos revolucionarios deben permanecer siempre fieles a los principios marxista-leninistas, a las leyes de la revolución proletaria, también en las condiciones de la lucha contra el imperialismo y sus servidores, los revisionistas modernos −aclaración de Bitácora ML: los revisionistas son aquellos que mantienen una actitud heterodoxa, que propugna una revisión de los principios demostrados del marxismo−. Jamás deben olvidar estos principios y estas leyes, nunca deben caer en la trampa de las aventuras y las formas revolucionarias a medias, o de las consignas carentes de sentido que supuestamente se ajustan a las características «específicas» de los diferentes países. Es verdad que cada país tiene sus peculiaridades, que siempre deben ser tenidas en cuenta, pero éstas sólo pueden ser aprovechadas correctamente basándose en los principios fundamentales del marxismo-leninismo y en las leyes de la revolución proletaria. Toda desviación de estos principios y leyes, cualquiera que sea la forma y el pretexto, conduce inevitablemente a la derrota del partido y de la revolución». (Enver Hoxha; Sobre el papel y las tareas del Frente Democrático en la lucha por el triunfo completo del socialismo en Albania, 14 de septiembre de 1967)
A la hora de trazar un frente con sus aliados esto no lo cumple ninguno de estos grupos fraudulentos, por tanto, pueden gastar saliva o tinta en contarnos diversos cuentos, pero sus programas conjuntos nunca se realizarán.
Los protagonistas del VIIº Congreso de la Internacional Comunista (1935) trataron, como era normal, de analizar la situación in situ para encontrar la mejor forma de acelerar la revolución proletaria. Dimitrov ya advirtió contra todo tipo de subterfugios a «izquierda» y «derecha». A la «izquierda», la desviación de los que pregonaban que no puede existir jamás un gobierno de coalición temporal que facilite al partido comunista el establecimiento de su dictadura del proletariado; a la «derecha», los que decretaban una etapa intermedia obligatoria entre la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado, creyendo además que dicho paso era obligado y será un periodo armonioso de paz social:
«Hace quince años, Lenin nos invitaba a que concentrásemos toda la atención «en buscar las formas de transición o de acercamiento a la revolución proletaria». Puede ocurrir que el gobierno del frente único sea, en una serie de países, una de las formas transitorias más importantes. Los doctrinarios «de izquierda» siempre pasaron por alto esta indicación de Lenin, hablando solamente de la «meta», como propagandistas limitados, sin preocuparse jamás de las «formas de transición». Y los oportunistas de derecha intentaban establecer una «fase democrática intermedia», especial, entre la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado, para sugerir a la clase obrera la ilusión de un pacífico paso parlamentario de una dictadura a otra. ¡Esta «fase intermedia» ficticia la llamaban también «forma de transición» e invocaban incluso el nombre de Lenin! Pero no fue difícil descubrir el fraude, pues Lenin hablaba de una forma de transición y de acercamiento a la «revolución proletaria», esto es, al derrocamiento de la dictadura burguesa y no de una forma transitoria cualquiera entre la dictadura burguesa y la proletaria». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo; Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)
Si vamos a los escritos de Lenin efectivamente resume la cuestión muy sencillamente: sin revolución violenta, sin la toma de poder, no hay programa que se pueda llevar a cabo, ni el mínimo ni el máximo:
«Por lo que se refiere a armar al pueblo versus no armarlo, me parece, a pesar de todo, que no podemos modificar el programa. Si las palabras sobre la lucha de clases no son una frase en el sentido liberal −como ocurrió con los oportunistas, los Kautsky y los Plejánov−, ¿cómo se puede estar en contra de un hecho histórico: la transformación de esta lucha, en determinadas condiciones, en guerra civil? Además, ¿cómo una clase oprimida puede estar en general en contra de que se arme al pueblo?
Negar esto significa hundirse en una actitud semianarquista hacia el imperialismo, cosa que, a mi parecer, puede observarse en algunos izquierdistas, incluso entre nosotros. ¡Puesto que existe el imperialismo, dicen, no hace falta ni autodeterminación de las naciones ni armar al pueblo! Esto es un error inadmisible. Precisamente para la revolución socialista contra el imperialismo necesitamos lo uno y lo otro.
¿Es «realizable»? Semejante criterio es erróneo. Sin revolución casi todo el programa mínimo es irrealizable. Planteado de ese modo, la factibilidad cae en filisteísmo.
Me parece que este problema, como ocurre hoy con todos los problemas de la táctica socialdemócrata, sólo pueden plantearse en relación con la apreciación del oportunismo −y teniéndolo en cuenta−. Y evidentemente «no armar», como consigna táctica, es oportunismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a A. M. Kollontai, 26 de julio de 1915)
Es, por tanto, gracioso que, los que defienden las desviaciones del marxismo por la izquierda −tirando a semianarquistas y terroristas− o por la derecha −tirando hacia el parlamentarismo y el evolucionismo reformista− hayan utilizado históricamente tanto a Lenin o Dimitrov para justificar sus posiciones. En el caso de este último, el búlgaro, como cualquier dirigente comunista, cometió errores, la mayoría de ellos temporales que resolvería mediante una reflexiva autocrítica como comentó en su diario −tales como no ver las diferencias entre «bolcheviques» rusos y «socialistas estrechos» búlgaros, apoyar la neutralidad del partido comunista ante el Golpe de Estado de 1923 o ser preso de algunas desviaciones iniciales sobre el concepto «democracia popular» durante 1945-48−. Pero la diferencia con los «marxistas de palabra» −que no de hechos− es que estos van dando bandazos sin reconocer su responsabilidad, y para justificar sus atropellos, siempre se basan en señalar las posturas temporales erróneas de esta o aquella figura, cuando no directamente distorsionan sus ideas. La diferencia cardinal entre una postura reivindicable y otra repudiable, es que la primera yerra, por supuesto, pero la segunda desde el minuto uno trata de disimular lo que es, aparentando ser lo que no es. Y esto no puede debatirse ni comprobarse sino a base de un minucioso estudio de los actos y documentación de cada figura, labor que todos prometen, pero nadie acomete. Es decir, tienen suficiente tiempo como para bastardear el marxismo, pero no para explicar las razones de que adoptar esta u otra postura sin sentido.
Así, pues, estos pseudomarxistas se hacen un flaco favor a sí mismos cuando tratan de usar a Dimitrov como paradigma, porque él poco podía decir en favor de ellos, ya que fue precisamente un autor que fustigaba continuamente sus ideas:
«Así es como Dimitrov caracterizó en 1935 −en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista− justamente el oportunismo de derecha, un oportunismo que realmente royó al Partido Comunista Francés en los años 1935-1945 y que se expresó plenamente con las declaraciones de Thorez al Times en 1946. Es aún más divertido que estos mismos oportunistas de derecha −desde Thorez hasta Hue− hayan disfrazado constantemente a Dimitrov y hayan tratado de usarlo para justificar sus «nuevas formas». Incluyendo su «transición democrática y su «democratización» continua «hacia el socialismo». En los revisionistas de ayer y de hoy, los «programas mínimos» o «programas de transición» siempre sirven para eludir la verdadera cuestión planteada a los trabajadores: «¿dictadura de qué clase, democracia para quién?». (Vincent Gouysse; La cuestión de la construcción del partido, 2006)
Valga decir que hay miembros del PCE (m-l), y de otros partidos reformistas, a los que no les entra en la cabeza que la forma en que plantean su «programa mínimo» carece de sentido, más aún: no se dan cuenta de que no tiene sentido su programa mínimo en sí, por no partir de una realidad empíricamente palpable.
¿Qué nos dice la historia de los países más subdesarrollados en cuanto a la cuestión del socialismo?
En el siglo XX se demostró que en países política, cultural y económicamente mucho más subdesarrollados que la España de aquellos años 30, como también la de los 70, los trabajadores pudieron tomar el poder y comenzar a construir el socialismo. Todo ello sin necesidad de una «larga etapa de desarrollo capitalista», ni «una larga alianza interclasista», ni «una larga coexistencia en el poder con otros partidos no marxistas», como predican todavía hoy los grupos y personas que hemos mencionado. Imaginémonos entonces qué estúpido suena hoy el tratar de utilizar alegaciones de ese tipo. Aun con todo, repasemos qué decían los principales ideólogos del comunismo del siglo pasado.
En primer lugar, Lenin ya habló de que seguramente en muchos de estos países más atrasados, las tareas antiimperialistas y antifeudales se intercalarían con las socialistas:
«Naturalmente, en la situación histórica concreta se entrelazan los elementos del pasado y del porvenir, se confunden uno y otro camino. El trabajo asalariado y su lucha contra la propiedad privada existe también bajo la autocracia, nace incluso bajo el régimen feudal. Pero esto no nos impide en lo más mínimo distinguir lógica e históricamente las grandes fases del desarrollo. Pues todos nosotros contraponemos la revolución burguesa y la socialista, todos nosotros insistimos incondicionalmente en la necesidad de establecer una distinción rigurosa entre las mismas, pero ¿se puede negar que en la historia elementos aislados, particulares de una y otra revolución se entrelazan? ¿Acaso la época de las revoluciones democráticas en Europa no registra una serie de movimientos socialistas y de tentativas socialistas? ¿Y acaso la futura revolución socialista en Europa no tendrá todavía mucho que hacer en el sentido del democratismo? (...) No debe olvidar nunca, ni por un instante, la inevitabilidad de la lucha de clase del proletariado por el socialismo, contra la burguesía y la pequeña burguesía más democráticas y republicanas. Esto es indiscutible. De esto se desprende la necesidad absoluta de un partido separado e independiente y rigurosamente clasista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, 1905)
Esto se cumplió tanto en 1917 en Rusia como fuera de ella con toda la gama de zonas que la siguieron, como los países de Asia Central. Y tampoco podemos pasar por alto lo que ocurrió en 1944 con el caso albanés, quizás el más icónico por ser un país europeo extremadamente pequeño y pobre. Aunque entendemos que la siguiente cita es algo extensa, creemos que será necesaria para sintetizar correctamente todo el cuadro que representa desde qué punto se partía en aquel lugar:
«La Lucha Antifascista de Liberación Nacional siguió siendo hasta el final una revolución antiimperialista, democrática. Sin embargo, en su seno se desarrollaron también elementos de la revolución socialista, o sea la burguesía fue despojada del poder político, fue establecida la dirección única del partido comunista en el nuevo poder, etc. (...) En las nuevas condiciones políticas, cuando el poder había comenzado a ejercer las funciones de dictadura del proletariado, el partido no podía posponer ni pospuso la realización de las tareas de carácter socialista en el terreno económico-social a la solución previa de todas las tareas democráticas. La correlación de fuerzas políticas de clase en Albania permitía que, paralelamente a las transformaciones democráticas, se pasara también de inmediato a la introducción de transformaciones socialistas. Entre estas transformaciones, la más importante y decisiva era la socialización de los principales medios de producción mediante su nacionalización. El control estatal sobre la producción y la distribución, establecido desde el mes de diciembre de 1944, sirvió como primer paso y medida previa a la nacionalización de los principales medios de producción. Este control representaba al mismo tiempo una forma de control obrero. (...) En diciembre de 1944 se nacionalizaron las minas y los bienes de los exiliados políticos. Un mes más tarde, una ley decretaba la confiscación de todos los bienes de los ciudadanos italianos y alemanes en Albania. Con la aplicación de esta ley pasaron a manos del Estado albanés, sin indemnización alguna, el Banco Nacional y los otros bancos, así como las propiedades de 111 sociedades anónimas de capitalistas extranjeros, convirtiéndose en patrimonio común del pueblo albanés. En abril de 1945 el gobierno requisó, previa una determinada compensación, todos los medios de transporte que pertenecían a los propietarios privados. Estas nacionalizaciones tuvieron gran importancia. Con la liquidación de las posiciones económicas del capital extranjero se puso fin a la dependencia económica del país respecto a las potencias imperialistas y se fortaleció aún más su independencia política. Desde el punto de vista de la forma, las nacionalizaciones del año 1945 eran medidas de carácter democrático general, mientras que, desde el punto de vista del contenido social y económico, representaban transformaciones que superaban ese límite. Las nacionalizaciones se realizaron en interés de las masas trabajadoras, y los medios de producción nacionalizados fueron puestos directa y enteramente a su servicio. Por lo tanto, estas nacionalizaciones eran en esencia una socialización de carácter socialista de los principales medios de producción. Sobre esta base, en la economía popular nació el sector estatal socialista. (...) En julio de 1945 comenzaron a organizarse en la ciudad las cooperativas de consumo para obreros y empleados. Se trata de las primeras organizaciones económicas de masas. En estas condiciones, cuando el sector estatal en el comercio era aún muy pequeño, estas cooperativas jugaban un gran papel en el abastecimiento regular de los trabajadores de la ciudad y en la lucha contra la especulación y el mercado negro. Paralelamente a la organización de las cooperativas de consumo, el Partido desplegó asimismo una gran labor de esclarecimiento y persuasión entre los artesanos para promover su cooperación. (...) La Ley de Reforma Agraria fue promulgada en agosto de 1945. Según esta ley, fueron expropiadas y enajenadas todas las propiedades del anterior Estado, así como las de las instituciones religiosas, y todas las tierras privadas que rebasaban los límites estipulados por la ley». (Historia del Partido del Trabajo de Albania, 1982)
Ergo, no es que Albania construyese el nuevo sistema ipso facto. En la ciudad gran parte de las tareas socialistas se encauzaron con las socializaciones en 1944-1946 del comercio, transportes, industria y bancos. La reforma agraria supuso el reparto de tierras, pero también se desató el inicio de la cooperativización que no terminaría hasta muchos años después −debido a la necesidad de una industrialización y mecanización del campo, el trabajo de persuasión del partido entre los campesinos y otros factores−. Por lo que como vemos, había una conexión entre tareas antifeudales, antiimperialistas y anticapitalistas. En otros países de Europa del Este el período fue más lento o más rápido en diferentes campos, pero no se puede pretender, por ejemplo, plantear que la hegemonía política, el sector económico socialista y la nueva cultura socialista aparecen solamente y logran asentarse mágicamente solo en 1948 o después, como si las medidas de 1944-1947 no tuviesen relevancia, como si en muchos casos no tuvieran en su seno el germen.
¿Qué fue el plan sexenal de la economía de Polonia sino la continuación y extensión del plan trienal previo?
¿Qué fue en Bulgaria el inicio de la creación de granjas estatales sino muchas veces una elevación de las primeras cooperativas a ese nuevo estatus superior?
¿Qué fue en 1948 el reconocimiento oficial en Hungría del liderazgo del partido comunista en el frente popular sino el resultado de la liquidación de los partidos burgueses y pequeño burgueses durante 1944-1947?
¿Qué fueron en Checoslovaquia las incipientes luchas contra el idealismo religioso, el machismo, el chovinismo o el nihilismo nacional sino tareas «democráticas» que a la vez se confundían ya con la creación o reforzamiento de la conciencia y cultura socialista?
Quien no entienda esto no entiende el desarrollo dialéctico, es un profundo metafísico, a lo sumo, podemos decir que se ha quedado anquilosado en los pensamientos del socialismo utópico del siglo XIX, es decir, tiene muy buenas intenciones, da algún esbozo acertado de la situación, pero nada más, no entiende lo básico de las condiciones materiales, del fenómeno, de sus relaciones, de sus causas.
Si Albania logró gran parte de estas medidas en un tiempo relativamente corto tras salir de una dominación fascista extranjera y con el nivel económico más bajo de Europa, ¿de verdad debemos pensar que países más avanzados de la actualidad tendrían más problemas en lo económico o político? He ahí la ridiculez de los planteamientos de algunos.
«La experiencia de Albania muestra que también un país pequeño, con una base material-técnica atrasada, puede alcanzar un desarrollo económico y cultural muy rápido y multilateral, puede garantizar su independencia y hacer frente a los ataques del capitalismo y del imperialismo mundial, cuando está dirigido por un auténtico partido marxista-leninista, cuando está dispuesto a luchar hasta el fin por sus ideales y cuando tiene confianza en que puede realizarlos». (Enver Hoxha; Informe en el VIIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1 de noviembre de 1981)
Es más, los albaneses eran conscientes de que este tipo de argumentarios eran muy socorridos por los revisionistas, como los de los gobiernos de China y Yugoslavia, que tergiversaban el marxismo para aliarse con la burguesía nacional y extranjera, subrogando la economía del país a la inversión de capitales de los países imperialistas. Por esto mismo se esforzaron por recordar a los revolucionarios del mundo sus propias lecciones, instándoles a que confiaran en sus fuerzas y su potencial.
En primer lugar, en el ámbito político:
«Lenin relacionó la transición de los países subdesarrollados al socialismo con la teoría del imperialismo, de la transformación de la revolución democrático-popular en la revolución socialista, de la realización de la revolución política y de la toma del poder estatal como una condición decisiva para allanar el camino a la creación de las premisas socioeconómicas del socialismo. Destruyó el concepto determinista-mecanicista de Kautsky que proclamó como un dogma: «Si no se ha alcanzado la madurez económica la revolución política no se debería llevar a cabo». La exitosa realización de la revolución democrático-popular exige que sea liderada por la clase obrera y su partido, que el poder político pase a las manos de las masas trabajadoras. Este es un axioma para una auténtica revolución democrática del pueblo, de modo que no debiera permanecer a mitad del camino, sino que debe continuar ininterrumpidamente hasta que se transforme en una revolución socialista mediante profundas transformaciones políticas, económicas, sociales, ideológicas, culturales y otras. Esta tarea fue abordada por Lenin, que al mismo tiempo mostró el camino hacia su solución. (...) Una revolución democrático-burguesa convencional, incluso en su forma específica para los países subdesarrollados, no puede servir de base para la transición al socialismo. La historia de las tres décadas pasadas ha proporcionado la prueba indiscutible de que varios países de Asia y África, que consiguieron la independencia estatal después de la Segunda Guerra Mundial, pero donde el poder político no pasó a las manos de las masas trabajadoras conducidas por su partido marxista-leninista, no sólo no emprendieron el camino del desarrollo socialista, sino que también permanecieron económicamente dependientes al imperialismo en su forma neocolonialista». (Hekuran Mara; Posibilidades de construir el socialismo sin pasar por la etapa del capitalismo desarrollado, 1973)
En segundo lugar, en el campo económico:
«La transformación de la estructura económica en los países subdesarrollados a fin de preparar la transición al socialismo, requiere la solución de algunos problemas específicos propios de estos países. Estos son, por ejemplo, la liquidación de la dependencia económica respecto al capital extranjero y al imperialismo; la eliminación de las relaciones precapitalistas; la transformación de las relaciones agrarias en interés del campesinado trabajador; la liquidación del carácter unilateral de la economía nacional, garantizar el empleo para la población que crece rápidamente, etc. La historia ha demostrado que para eliminar la dependencia económica respecto al capital extranjero y al imperialismo, para conseguir la verdadera independencia política es necesario nacionalizar tanto la propiedad de los monopolios extranjeros como la de la burguesía compradora. Debe ser creado el sector estatal de la economía con los medios nacionalizados. Desde el punto de vista de las relaciones socio-económicas, de la organización y dirección del trabajo y la producción, las características del socialismo deben prevalecer en este sector que debe representar el embrión de la base económica socialista y dar un poderoso apoyo para preparar la transición en todo el país de las viejas relaciones económicas al establecimiento de las relaciones socialistas. (...) La realización inicial de la reforma agraria revolucionaria en interés del campesinado trabajador, según el principio de «la tierra para quien la trabaja» sirve a este objetivo. La cooperación de los campesinos trabajadores es absolutamente esencial a fin de poner al campo en el camino del socialismo y desarrollar rápidamente las fuerzas productivas en la agricultura». (Hekuran Mara; Posibilidades de construir el socialismo sin pasar por la etapa del capitalismo desarrollado, 1973)
En tercer lugar, en lo cultural:
«Un problema fundamental para la transformación de la superestructura en los países subdesarrollados, es la realización de una profunda revolución en la cultura. Por regla general, esta revolución debe pasar por dos etapas principales, estrechamente relacionadas y conectadas. En la primera etapa, la extensión de la cultura en amplitud aparece como el objetivo más próximo e inmediato. Su objetivo es la eliminación del analfabetismo entre los adultos, la extensión de los distintos niveles de educación en todo el país, y en particular en el campo, a fin de crear las premisas para elevar el nivel cultural general de la población. En la segunda etapa, el principal objetivo de la revolución es la transformación de la propia cultura, que es un proceso más complicado y difícil que su simple extensión. Por lo general, los países atrasados conocen dos culturas antes de la revolución: la cultura de los feudos o castas y la del imperialismo, la cultura de los explotadores y opresores, siempre combinadas y asociadas con el misticismo religioso. La cuestión es pasar a una nueva cultura de masas, sobre la base de la ideología proletaria, en beneficio del socialismo y del fortalecimiento de su posición en todos los campos de la vida». (Hekuran Mara; Posibilidades de construir el socialismo sin pasar por la etapa del capitalismo desarrollado, 1973)
¿Qué tareas enfrente hoy la revolución en España?
«Ya antes de la revolución de 1905, habían comenzado los capitalistas a organizarse en agrupaciones para elevar los precios de las mercancías dentro del país, destinando los sobrebeneficios conseguidos de este modo a un fondo de fomento de las exportaciones, con objeto de poder lanzar las mercancías al mercado exterior a bajo precio y conquistar así los mercados extranjeros. Estas agrupaciones organizadas por los capitalistas −monopolios− llamábanse trusts o consorcios. Después de la revolución, el número de trusts y consorcios capitalistas fue en aumento. Aumentó también el número de los grandes bancos, creciendo la importancia de éstos en la industria. Y creció asimismo la afluencia de los capitales extranjeros a Rusia. Por tanto, el capitalismo, en Rusia, se iba convirtiendo cada vez más en un capitalismo monopolista, imperialista». (Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética; Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1938)
Cualquier marxista-leninista reconocerá el axioma de que en un país capitalista que ha alcanzado su etapa monopolista, es decir, imperialista, el objetivo es la revolución socialista:
«El antiguo capitalismo anterior al monopolio se caracterizó por el dominio de la libre competencia. Pero el curso del desarrollo de la producción y la competencia capitalista naturalmente condujeron y conducen a una concentración y centralización cada vez mayor de la producción y el capital. (...) El curso del desarrollo del modo de producción capitalista, no solo supone el desplazamiento de las formas de producción precapitalistas, sino el desplazamiento de los productores independientes, artesanos y campesinos, el desplazamiento de los capitalistas más pequeños por los más grandes. (...) La propiedad capitalista de los medios de producción se ha convertido en un grillete para el desarrollo de las fuerzas productivas. (...) Las crecientes fuerzas productivas requieren el reconocimiento de otra naturaleza social, su uso no capitalista, sino socialista. (...) El capitalismo monopolista crea todos los requisitos materiales para una transición revolucionaria al socialismo». (Academia de las Ciencias de la URSS; Materialismo histórico, 1950)
Además, Lenin dijo, y la historia así lo corroboró, que el escaso desarrollo de las fuerzas productivas, o la falta de una revolución burguesa completa, no es excusa para no llegar a la revolución socialista, que no se pueden separar artificialmente la revolución democrático burguesa de la socialista proletaria, pues una puede transformarse en la otra durante su curso, ya que el factor decisivo es el grado de preparación del proletariado y las clases explotadas. Así lo expresó hablando sobre la marcha de la revolución en Rusia:
«Ocurrió, en efecto, tal y como nosotros dijimos. La marcha de la revolución ha confirmado el acierto de nuestro razonamiento. Al principio, del brazo de «todos» los campesinos contra la monarquía, contra los terratenientes, contra el medievalismo −y en este sentido, la revolución sigue siendo burguesa, democrático-burguesa−. Después, del brazo de los campesinos pobres, del brazo del semiproletariado, del brazo de todos los explotados contra el capitalismo, incluyendo los ricachos del campo, los kulaks, los especuladores, y en este sentido, la revolución se convierte en socialista. Querer levantar una muralla china artificial entre ambas revoluciones, separar la una de la otra por algo que no sea el grado de preparación del proletariado y el grado de su unión con los campesinos pobres, es la mayor tergiversación del marxismo, es adocenarlo, reemplazarlo por el liberalismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)
Véase cómo se subraya aquí que separar unas tareas de las otras por algo que no sea el grado de preparación del proletariado es reemplazarlo por liberalismo. ¿A qué se dedican nuestros «evolucionistas», «republicanos» y «frentistas amplios», a organizar esa concienciación del proletariado de su fuerza y objetivos, o a parlotear que las condiciones económicas no se dan en España? A lo segundo.
En la Rusia del siglo XX, incluso antes de que el gobierno de coalición burgués hubiera incumplido todas sus promesas de reformas democrático-burguesas, el líder de los bolcheviques consideró que el proceso objetivo del desarrollo socio-económico era tal, que partiendo de los monopolios modernos que ya tenían una presencia a tomar en cuenta en el país, no se podía marchar hacia otra cosa que no fuera el socialismo, siendo esta contradicción fundamental para la revolución:
«Nuestros eseristas y mencheviques enfocan el problema del socialismo de manera doctrinaria, desde el punto de vista de una doctrina aprendida de memoria y mal asimilada. Presentan el socialismo como un lejano, desconocido y nebuloso futuro. Pero el socialismo asoma ya por todas las ventanas del capitalismo moderno; el socialismo se perfila en forma directa, práctica, en toda medida importante que constituye un paso adelante sobre la base de este capitalismo moderno. (...) Los pseudomarxistas al servicio de la burguesía, a los que se han sumado los eseristas, discurren de ese modo, no comprenden −como lo demuestra un análisis de las bases teóricas de su opinión− qué es el imperialismo, qué son los monopolios capitalistas, qué es el Estado, qué es la democracia revolucionaria. Porque si se comprende eso no puede dejar de reconocerse que es imposible avanzar sin marchar hacia el socialismo. Todo el mundo habla del imperialismo. Pero el imperialismo no es otra cosa que el capitalismo monopolista. (...) En Rusia el capitalismo se ha transformado en capitalismo monopolista. (...) ¿Y qué es el Estado? Es la organización de la clase dominante. (...) O bien en interés de los terratenientes y los capitalistas, en cuyo caso no tendremos un Estado democrático revolucionario, sino un Estado burocrático reaccionario, es decir, una república imperialista; o bien en interés de la democracia revolucionaria y entonces es un paso hacia el socialismo. (...) No cabe término medio. El proceso objetivo del desarrollo es tal que no es posible avanzar partiendo de los monopolios −cuyo número, papel e importancia han sido decuplicados por la guerra− sin marchar hacia el socialismo. (...) Es imposible avanzar sin marchar hacia el socialismo, sin dar pasos hacia él −pasos condicionados y determinados por el nivel técnico y cultural−. (...) O bien tenemos que ser demócratas revolucionarios en los hechos, en cuyo caso no debemos temer dar ningún paso hacia el socialismo. O bien tememos dar los pasos hacia el socialismo, los condenamos, al estilo de Plejanov, Dan y Chernov, alegando que nuestra revolución es una revolución burguesa, que no se puede «implantar» el socialismo, etc., etc., en cuyo caso nos deslizamos fatalmente hacia el nivel de Kerensky, Miliukov y Kornilov, es decir, hacia la represión burocrática reaccionaria de las aspiraciones «democráticas revolucionarias» de las masas obreras y campesinas. No hay término medio. Y en esto reside la contradicción fundamental de nuestra revolución». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La catástrofe que nos amenaza y cómo luchar contra ella, 1917)
¿Pero en qué etapa de desarrollo está España? ¡¿En una etapa fundamental donde la lucha es principalmente contra el «medievalismo feudal» o contra el «capitalismo monopolista»?! La respuesta sobra si quiera comentarla. Salvo que alguien se atreva a afirmar la locura de que España no ha alcanzado la etapa capitalista, incluso la etapa monopolista, nadie en su sano juicio hablaría de que en la España del siglo XXI hay pendiente una revolución «democrática-nacional», «democrático-burguesa» o «democrática-popular», sino que tiene «pendiente» −o mejor dicho, lo que hay que impulsar si queremos salir del atolladero− es la revolución socialista. El hecho de acogerse a las imperfecciones del sistema o a los remanentes del pasado que pueda haber no dictamina nada concluyente, ya que hemos visto que incluso hay países democrático-burgueses modernos que han mantenido parte de la legislación, instituciones, figuras o impronta cultural de los regímenes anteriores. Véase el capítulo: «La creencia de que si un Estado fascista conserva figuras, instituciones o leyes de una etapa anterior este aún existe» (2017).
Por si acaso hay escépticos, demos algunos datos de la economía española que zanjan la cuestión de si España reúne las condiciones para afrontar tareas encaminadas a una revolución socialista:
«Las tres mayores empresas eléctricas que operan en España −Endesa, Iberdrola y Gas Natural− copan entre el 80% y el 90% del mercado, según explicaba a este diario el economista Alejandro Inurrieta, para quien estamos ante «un claro ejemplo de oligopolio que nos empuja a pagar un precio muy superior al coste de creación de la energía». En su opinión, llevamos varios años «sobrepagando» con nuestras facturas las industrias hidroeléctricas y nucleares, cuyos principales costes ya están amortizados. (...) El margen de beneficio que obtienen las grandes petroleras en España es muy alto, gracias a la gran rentabilidad que consiguen por cada litro de gasolina vendido: si se dejan aparte los impuestos, el coste por litro que paga el consumidor español es el quinto más caro de la UE. El marcado descenso que ha venido experimentando el precio del petróleo internacional desde hace más de un año −hasta un 52,4% a lo largo de la segunda mitad de 2015− no se ha traducido en España en rebajas en el precio final al consumidor comparables a las disfrutadas en otros países europeos. (...) Repsol, Cepsa y BP. Estas compañías suministran al 83% de las gasolineras de todo el país, en un régimen que favorece las prácticas oligopólicas. (...) Según el informe Indicadores Financieros Estructurales de la UE, publicado por el Banco Central Europeo en 2015, España ha liderado la concentración bancaria en la Unión durante los últimos años, en lo que parece un camino claro hacia una situación de oligopolio. De acuerdo con este estudio, en 2008, al comienzo de la crisis, y antes de que comenzasen las fusiones de las antiguas cajas, las intervenciones del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) y las uniones no forzadas para ganar tamaño, los cinco mayores grupos bancarios españoles −Santander, BBVA, Popular, La Caixa y CajaMadrid− controlaban el 43% de los activos totales de la banca. España ocupaba entonces el puesto 22 de 27 países europeos en lo que respecta a concentración bancaria. En 2013, el porcentaje superaba ya el 56%, es decir, alrededor de 13 puntos más». (20 minutos; Electricidad, gasolina, móviles y hasta el turrón: el poder de los oligopolios, 9 de mayo de 2016)
Incluso las empresas monopolísticas españolas, se han convertido con el tiempo en grandes multinacionales que como tales aspiran a saquear los recursos en tierras ajenas e influir en los gobiernos de terceros países:
«América Latina fue el sueño de las empresas españolas. La tierra prometida. Tras salir en desbandada a partir de los años noventa hacia países como Chile, Argentina y México en busca de nuevos mercados, las corporaciones españolas se hicieron fuertes al otro lado del Atlántico, donde se convirtieron en multinacionales. Una experiencia que utilizaron con los albores del siglo XXI para expandirse por todo el mundo y transformarse en multinacionales globales. (...) Con el paso de los años, la inversión española en América Latina ha adquirido unas cifras multimillonarias. Es la segunda más importante del mundo tras la de Estados Unidos. Entre 1993 y 2015 la inversión bruta acumulada por las empresas españolas allí superó los 207.000 millones de euros −el equivalente al 20% del PIB nacional−». (El País; España echa cuentas con Latinoamérica, 3 de septiembre de 2019)
Ergo, ¿cuáles son nuestras tareas y propósitos? ¿Hacer de lacayo de la burguesía y ayudarla en su particular pugna con otros rivales? En absoluto:
«Cualquier país que posea más colonias, capital y tropas que el «nuestro» «nos» priva de ciertos privilegios, de ciertos beneficios o superbeneficios. Igual que entre distintos capitalistas los superbeneficios van a aquel cuyas máquinas son superiores al promedio, o a quien es dueño de ciertos monopolios, así también entre las naciones, aquella que está económicamente en mejores condiciones es la que obtiene superbeneficios. Es cuestión de la burguesía luchar por obtener privilegios y ventajas para su capital nacional, y engañar al pueblo o a la gente sencilla». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo y socialismo en Italia, 1915)
En la era de la globalización todos los países imperialistas tienen grandes vínculos económicos entre ellos, y algunos incluso dependen de otras potencias de mayor peso o han delegado su soberanía en grandes organismos supranacionales como la Unión Europea (UE). Ahora, eso no implica plantear la ridiculez de que en España las tareas de la revolución se focalicen en un «antiimperialismo» chovinista como aquí nos intentan plantear algunos, los mismos que casualmente se olvidan o se niegan de aplicar el derecho de autodeterminación hasta sus últimas consecuencias. En infinidad de ocasiones hemos sostenido que esta desviación «tercermundista» es uno de los mayores cánceres que se arrastran en la llamada «izquierda» −sea esta «moderada» o «radical»−, ya que es el «caballo de troya» perfecto para la infiltración de nacionalistas de toda laya, a los cuales queremos a cuanta más distancia mejor. Véase el capítulo: «La teoría de los «tres mundos» y la política exterior contrarrevolucionaria de Mao» (2017).
En lo que se refiere a España, es el séptimo país del mundo en exportación de armas, con datos aproximados de 5.000 millones de euros. Del mismo modo es el segundo país de Europa con mayor producción de vehículos, el noveno a nivel mundial con una producción de tres millones. En cuanto a producción agrícola, España vendría a ser el cuarto país de la UE, en torno a 50.600 millones de euros. Más allá que estos datos cambien levemente año a año, esto demuestra el papel de España frente a la UE, no precisamente como socio menor. El PIB anual de Rusia es de 1.518.813 euros en 2019, mientras que el de España fue 1.244.757 euros, una diferencia mínima frente a otra potencial mundial. En un contexto en donde las multinacionales españolas esquilman los recursos de América por doquier, tratar de dar primacía en las tareas revolucionarias político-económicas del país a rasgos inexistentes de feudalismo o centrar todo en la influencia de otros imperialismos en los manejos del país, sería poco menos que emular los peores posicionamientos socialchovinistas.
La España moderna no solo es un país imperialista, sino en particular uno de los que más presencia tiene a lo largo del globo. Su problema no es ni puede ser la falta de desarrollo de fuerzas productivas; no se enfrenta a problemas culturales de analfabetismo, tampoco se puede esperar que la falta de libertades democráticas o la venta de la soberanía nacional sean resueltas por la burguesía española, de la que conocemos su historial, pero tampoco por quienes hablan de aspiraciones y programas «socialistas», pero no tienen ni la más remota idea de qué son. La falta de conciencia de los trabajadores no reside en la inexistencia material de proletariado, como dicen algunos posmodernos, ni en que la burguesía haya desarrollado herramientas de alienación que hagan imposible la revolucionarización de los trabajadores, como afirman los seguidores de la Escuela de Frankfurt. Simplemente la historia ha demostrado que, aunque el nivel de vida descienda y las contradicciones sociales se agudicen, si se sufre la ausencia de un agente colectivo que dé impulso a la verdadera doctrina emancipatoria, como es el socialismo científico, no habrá proceso alguno de transformación, no se dará pie a emancipaciones sociales reales; a lo sumo a huelgas y motines, con suerte a pseudorevoluciones. Por consiguiente, en lo que se refiere a este tipo de escenarios no hay medias tintas posibles, no hay otra alternativa posible para las masas trabajadoras que el socialismo, para cuya consecución hace falta una dirección seria y competente, que debe organizar y concienciar a los trabajadores para lanzarse a la toma de poder cuando sea el momento adecuado. Véase la obra: «Fundamentos y propósitos» (2022).
Para vendernos mejor su programa de «lenta pero progresiva evolución» donde «poco a poco las cosas irán mejorando», nos quieren hacer creer que los principales problemas que impiden en España el desarrollo del socialismo son «el atraso en las fuerzas productivas», «la falta de libertades», etcétera, algo que podría firmar, desde distintos ángulos, desde un liberal hasta un socialdemócrata. En cambio, los verdaderos problemas que enfrentará el partido revolucionario antes, durante y después de la toma de poder se centrarán en otros temas:
a) Deberá granjearse la confianza entre la mayoría de la clase obrera en un país donde históricamente los marxistas nunca han logrado tal proeza, en un escenario donde actualmente la aristocracia obrera mantiene mucho poder y una gran influencia, en un movimiento obrero donde el nivel de sindicalización es bajo y donde los revolucionarios apenas tienen experiencia en el trabajo sindical, que en palabras de Lenin debe de convertirse en la «escuela del comunismo».
b) Se deberán combatir las múltiples herramientas de alienación que la burguesía ha desarrollado durante décadas en la llamada sociedad de ocio y consumo; medios que ejercen un enorme rol desmovilizador, especialmente entre la juventud, pero que son igualmente vencibles. El colectivo deberá adaptarse −y en otros casos corregir− los nuevos estilos de vida, los nuevos hábitos de lectura, las nuevas formas de socialización y organización del pueblo.
c) Otra tarea fundamental versará en si los revolucionarios son capaces de vincular estrechamente los intereses de la clase obrera con los potenciales aliados del resto de las capas trabajadoras, en un país donde la división entre el campo y la ciudad también se ha reflejado en un abandono histórico de los comunistas en el trabajo en el campo y zonas más aisladas.
d) Para poder implantar medidas socialistas con el beneplácito de la mayoría de los oprimidos antes se deberá haber hecho un gran trabajo previo sobre la influencia que el revisionismo ejerce entre los trabajadores −sea en su versión reformista o anarquista−. Dicho de forma clara: hay que quebrar e inutilizar el radio de su influencia, tarea hercúlea si tenemos en cuenta que hoy hegemonizan todo el movimiento revolucionario. Por ahora, somos testigos de cómo se discute estérilmente sobre mil «modelos de socialismo», pero sin conclusión de valor alguna, sin atenerse con argumentos científicos a los aciertos y errores de las experiencias ya cosechadas, todo en base a deseos y filias subjetivistas.
e) Sin desdeñar que, en caso de que finalmente ocurra tal revolución, habrá que ver cómo se responde al intervencionismo de la reacción extranjera y la respuesta del proletariado mundial ante esta más que esperada movilización del imperialismo internacional.
f) Por último, y no por ello menos importante, está la cuestión nacional en España, es decir, la libertad de sus pueblos a elegir su futuro en unión o por separado, algo que, como ha quedado más que demostrado, nunca ha obtenido una solución completa bajo los diversos regímenes burgueses, por lo que es otra cuestión en la que el socialismo deberá completar lo que el capitalismo ha impedido por siglos.
Todas estas cuestiones son las que marcarán el rápido o no tan rápido avance en las cuestiones políticas, económicas y culturales socialistas de la revolución.
¿Qué fantasía intentan vendernos los revisionistas?
En este contexto, donde el capital monopolista domina la política, hay fuerzas como RC-FO o el actual PCE (m-l), que nos hablan de la necesidad de la «profundización de la democracia» y que «no debemos plantear la revolución socialista a las masas como objetivo inmediato». Y con toda sinceridad o cinismo creen que con esta posición están planteando una «visión dialéctica del desarrollo histórico» de España:
«El pasado jueves, 14 de abril, el PCE (m-l) participó junto a PCPV, PCPE y REM en un coloquio que, bajo el título ¿Quin tipus de República volem? (…) A continuación, nuestro camarada situó el problema de la República en términos ideológicos. (...) Mostró su acuerdo con el objetivo de una República socialista, pero no situándola como una reivindicación inmediata. (...) También citó nuestro portavoz a Lenin al recalcar que la profundización de la democracia, encarnada en una República Popular, Democrática y Federativa facilita la organización y la lucha ideológica y política del proletariado, además de mostrar al desnudo cómo el origen de la explotación y la opresión se halla en el capitalismo, lo cual pondrá sobre la mesa la necesidad de la revolución proletaria. En este sentido, recordó asimismo la idea de Stalin de que no hay una muralla china entre las tareas de la revolución democrática y de la revolución socialista; lo cual exige, advirtió, una visión dialéctica del desarrollo histórico. (...) Nuestro rechazo tanto hacia el abandono de los principios por espurias promesas electoreras, como a plantear objetivos inmediatos que las masas no perciben, ni entienden, como tales necesidades. Con todo, nuestro camarada dejó claro que no estamos por colocarnos a la zaga de las masas, ni por plantear respuestas fáciles o acomodaticias, sino todo lo contrario. (...) Plantearse los problemas en cada momento histórico y a luchar por su resolución, en la perspectiva de su emancipación como clase. Lo contrario, advirtió, «sería convertirnos en una especie de telepredicadores». (Partido Comunista de España (m-l); El PCE (m-l) debate sobre la República en Elx, 17 de abril de 2016)
Los cabecillas del actual PCE (m-l) están convencidos de que esa república en que todos nos debemos centrar en conseguir «acabará con la oligarquía y la influencia del imperialismo en el país», pero que no debe plantearse tareas socialistas. Curiosamente, Elena Ódena, máxima dirigente del antiguo y original PCE (m-l) durante 1964-85, escribió en su día un interesante artículo titulado «Por una República Democrática, Federal, Popular y Federativa» (1972), donde dedicó unas palabras aclaratorias contra Lorenzo Peña, quien en ese momento trataba de inclinar en político-económico la línea del partido hacia la derecha. ¿Qué contestó ella?: «Es innegable que dado el papel dirigente que ha de desempeñar la clase obrera en alianza con el campesinado así como con otras capas populares, bajo la dirección de su partido de vanguardia en la lucha actual contra la dictadura y la dominación yanqui», añadiendo que «el carácter de dicha república ha de ser en gran medida de contenido socialista», porque «la mayor parte de la industria, las finanzas, las materias primas, la energía, los transportes, la mejor parte de la tierra, etc., están en manos de oligarcas o de yanquis u otros inversionistas extranjeros y que todo ello deberá ser confiscado y socializado». No podía existir otra conclusión. El PCE (m-l) con ello estaba negando sus primeros pasos maoístas. Sin embargo, el hecho de que hoy el actual PCE (m-l) se base en las tesis de Lorenzo Peña y no en las de Elena Ódena, demuestra su retroceso ideológico. Véase el capítulo: «Los duros comienzos del PCE (m-l) en la España franquista y frente a la hegemonía del revisionismo» (2020).
RC-FO, dentro de su meteórica derechización, y aparte de un volantazo hacia el socialchovinismo, ahora también nos trae a colación el clásico análisis trasnochado del maoísmo sobre las etapas y las tareas de la revolución en España. Nos quieren convencer de que España debido a su «régimen monárquico, heredero de la dictadura y supeditado a la Unión Europea», debido a que «es necesaria una reforma agraria», a que «existe un concordato con el Vaticano, por el cual la Iglesia Católica tiene múltiples privilegios», el país no tiene las condiciones materiales para una revolución socialista −una vez más Roberto Vaquero se inspira en su mentor Raúl Marco−:
«Llamar hoy, actualmente en España a la revolución socialista solo sirve para criminalizar y ridiculizar nuestra causa. (...) Es necesaria una profundización democrática, una amplia concienciación de la sociedad, la organización obrera, etc. Es imposible implantar el socialismo sin solucionar varios de los problemas mencionados. (...) La etapa democrática no tiene por qué ser larga, puede ser un periodo corto y acelerado gracias a una correlación de fuerzas positivas. (...) Por esta razón nuestra apuesta para España es la República Popular y Federal, encaminada claro está a algo superior, al socialismo». (Revista de Acero; Nº16, 2020)
He aquí RC-FO repitiendo una frase que ha causado la mofa entre los sujetos con algo de formación ideológica marxista. Esta declaración bien podría haberla firmado cualquiera de las tradicionales agrupaciones que antaño RC criticaba con saña por su rancio derechismo. Aunque ahora, visto lo visto, nos hace dudar si antes hacía esto por mera pose revolucionaria y sin comprender absolutamente nada. Aunque esto es indiferente; uno podría caer fácilmente en la locura si tratase de comprender todos los bandazos ideológicos que Roberto Vaquero es capaz de obligar a adoptar a su organización.
Lo importante aquí es que ahora RC-FO se lamenta de que estos factores harían a España un país inmaduro, histórica y económicamente hablando, para la transición al socialismo. La estancia de España en la Unión Europea (UE) o el Concordato con el Vaticano son para él problemas muy sensibles a resolver, como también nos repite siempre que puede el constitucionalista Pablo Iglesias. Lo cierto es que no lo son. En caso de que el proletariado tomase el poder e implantase medidas revolucionarias, la monarquía, el poder económico de la iglesia, la cuestión de la improductividad o la posesión de la tierra… son cuestiones que en un país imperialista como España serían resueltas mucho más rápidamente de lo que hemos visto en varias experiencias históricas, donde el atraso de las fuerzas productivas era mucho mayor.
Derivado de acabar con la propia monarquía, confiscar los grandes medios de producción, reprimir a los explotadores y expulsar bien de forma pacífica o violenta cualquier base extranjera en el territorio del país, automáticamente desencadenaría que países y organismos como el Vaticano, la UE o los EE.UU. sancionasen y finalmente rompiesen dichos pactos con el nuevo gobierno. En caso de no ser así, este debería de tomar la iniciativa para finalizar tales acuerdos que le son perjudiciales y reducen su capacidad de maniobra. Cualquiera con algo de conocimiento en economía política conoce que la cuestión de la «falta de soberanía nacional» económica y política solo pueden ser resueltas completamente a través de un desarrollo de las tareas de construcción socialistas; plantear cualquier otra receta intermedia es andar por un sendero pequeño burgués, es decir de desarrollo del capitalismo bajo formas supuestamente más «sociales y democráticas» que, en realidad, solo conducen a un laberinto del cual no se podrá salir para solucionar las contradicciones del país:
«La revolución antiimperialista −socialista− pone el acento sobre la independencia económica como condición para el mantenimiento de la independencia política y se caracteriza por la prioridad consagrada a la industria de medios de producción, mientras que la revolución anticolonial −democrática-burguesa− espera aprovechar de una mejor −o «más equitativa»− integración en la división internacional del trabajo. Como marxistas, nos negamos pues a asimilar toda medida de nacionalización como socialismo, sea en países imperialistas o en países dependientes. Las nacionalizaciones pueden tener un carácter socialista solamente si se acompaña de la expropiación sin indemnización de la burguesía en conjunto, imperialista como nacional −compradora como patriótica−. (...) Es esencial diferenciar entre las dos categorías de revoluciones antiimperialistas: de una parte la revolución antiimperialista consecuente, que llevada a su conclusión lógica, se transforma en una revolución socialista como necesidad de preservar los logros de la lucha de liberación nacional y no se encuadra en una forma de dependencia semicolonial −lo que Stalin llamó «dawisation»−, y la otra revolución democrático-burguesa anticolonial, que está fuera de la dirección del proletariado y por ello quiere integrarse en el juego del comercio y las alianzas internacionales, trayendo la diferenciación de los antiguos países coloniales en países dependientes semicoloniales de una parte, y en nuevos países imperialistas por otro lado». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2007)
Que el actual PCE (m-l) o RC-FO nos intenten convencer de que en la España imperialista del siglo XXI se debe de realizar primero una «revolución democrática-popular» y encadenarla luego con una «revolución socialista», recuerda demasiado a los charlatanes de los años 70 que querían trasladar a nuestro país la teoría de la «nueva democracia» maoísta –que no era sino una repetición de la teoría menchevique de las fuerzas productivas–, como si España fuera un «régimen atrasado y con características semifeudales» –cuando los monopolios ya manejaban los hilos de la economía del país–. Rememoran a todos aquellos maoístas, como Lorenzo Peña, que argumentaban que España necesitaba «pasar por una larga etapa de revolución democrático-burguesa, de promoción del capitalismo y coexistencia con las clases explotadoras nacionales», para así poder plantear más tarde una revolución proletaria y la construcción del socialismo «sin demasiados estragos» económicos, políticos o ideológicos para la población. Este tipo de tesis fatalistas que todavía algunos tratan de implementar incluso en países altamente desarrollados, es negar indirectamente la propia historia misma del movimiento revolucionario, pero seamos serios, ¿qué le vamos a pedir a aquellos que no tienen nada que decir del pasado salvo repetir clichés y gritar hurras?
Por supuesto, entre los capitostes de las agrupaciones en decadencia, como el PCE, estos planteamientos insulsos sobre republicanismo son el centro de su actuación, donde el ciudadano promedio no sabe si lo firma un comunista o un socialdemócrata:
«Pregunta: Para terminar, ¿qué entiendes por 3ª República?
Respuesta: Para nosotros no es simplemente poder elegir al jefe del estado de forma democrática, que ya es bastante porque es quitar un resto feudal que queda todavía en nuestro país, sino que 3ª república es vincularlo con los mejores avances que ha habido en la segunda república que supuso un crecimiento de los derechos y una respuesta a las ansias populares que existían en áreas como la educación, la cultura o los derechos de las mujeres. Nuestra idea de la 3ª rescata los mejores valores y medidas de la segunda y nos emplaza a todas las tareas que tenemos que hacer para poner a los intereses de las clases trabajadoras y los sectores populares en primer lugar. Por lo tanto, cuando hablamos de tercera república hablamos de educación pública, sanidad gratuita y de calidad, hablamos de que todo el mundo tenga derecho a una vivienda, cosa que hoy no se cumple, que todo el mundo tenga derecho a un trabajo o que los jóvenes no tengamos que emigrar. Todo eso lo vinculamos al proceso constituyente que tendremos que construir». (Entrevista a Xavi García, Secretario General de la Unión de Juventudes Comunistas de España, 2017)
Bien, parece que su concepto de «republicanismo» es ese que busca el idolatrado por los socialdemócratas: un «proceso constituyente» que nos lleve a una bonita constitución que garantice un «Estado de bienestar». Si no fuera porque pone entrevista al jefe de las UJCE, cualquiera podría afirmar que se trataba de una declaración del jefe de Podemos, de las juventudes del PSOE, o de cualquier grupo socialdemócrata barato. Bueno, y aunque hablasen de socialismo, sabemos que para la UJCE sus referentes son el caricaturesco «socialismo del siglo XXI» de Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Este personaje dijo en 2016 que desde el PCE «No habrá pactos con Podemos a largo plazo porque no busca el socialismo». Que gracioso, porque el lenguaje reformista del PCE es el mismo que el de Podemos; gracioso, porque el PCE forma parte de Izquierda Unida, la cual ha establecido desde 2016 una coalición electoral permanente con Podemos bajo la actual denominación de «Unidas Podemos». La cual, después de cada elección general, negoció para convertirse en la pata de apoyo para un «gobierno progresista» del PSOE, aunque hace años Podemos prometiese que jamás gobernaría con la «casta». Realmente curioso, porque hasta hace poco, en el gobierno del PSOE, el vicepresidente fue Pablo Iglesias, el exlíder de Podemos y «marqués de Galapagar». Y así mismo existen miembros de IU, y más correctamente del PCE, como ministros. En la misma cartera de Trabajo, la ministra del PCE Yolanda Díaz ha demostrado hacer todo lo posible por acordar con la patronal la nueva legislación laboral, cumpliendo el sueño carrillista de gobernar con el PSOE, cosa que el PCE nunca pudo cumplir bajo su mando. Recordemos también que el líder de IU, Alberto Garzón, como Ministro de Consumo, ha llegado a renunciar a sus anteriores discursos sobre las casas de apuestas, ganándose la repulsa del pueblo y siendo abucheado en varios actos públicos. Por su parte, la actual Secretaria General de Podemos, Ione Belarra, está en el cargo del Ministerio de Derechos Sociales pero eso no ha impedido que diariamente se desahucie a las familias de los asalariados, se repriman sus protestas pidiendo trabajos estables, o se viole el derecho a la autodeterminación de los pueblos, ¿y qué decir de la política exterior? Ahí está el bochornoso caso del Sáhara Occidental y el pacto del sanchismo con el imperialismo marroquí. ¡Menudo alarde de «derechos sociales» defiende la formación morada y su comparsa! Y todavía hay algunos que se hacen la pregunta de si el PCE/IU es «recuperable» con estos líderes a su cabeza.
Concluyendo, diremos que el PCE (m-l) actual, por mucho que trate de posar como contrario a agrupaciones reformistas y vendidas al capital como Podemos o IU, por mucho que denuncie que crean una «conciencia falsa» entre los trabajadores, es él mismo culpable de seguir alimentando los mismos mitos del republicanismo reformista; de igual modo, entre sus aliados, por mucho que se trate de agrupaciones más jóvenes y algo menos burocratizadas, están imbuidos de los mismos clichés: algunos de estos discursos incluso podrían ser defendidos por históricas agrupaciones republicanas de derecha.
Pese a todo, tanto la anterior dirección de Raúl Marco y compañía como su heredera, acusan de doctrinarismo y dogmatismo a quienes se oponen a su modelo de república:
«La izquierda real de este país debe salir de su ensimismamiento, de sus encastillamientos doctrinales, abandonar dogmatismos y ponerse en serio a construir la unidad popular, el frente popular como instrumento para proclamar la III República. Porque sin república, sin ruptura, no habrá transformación ni cambio efectivo. Tendremos la misma corrupción, la misma falta de democracia, las mismas injusticias, la misma podredumbre, gestionadas por otras caras, individuos más modernos con una apariencia más progre, incluso se habrán sacudido la caspa franquista y ya no jugarán al dominó en Quintanilla de Onésimo, pero continuarán al servicio de la oligarquía». (Octubre; Órgano de expresión del PCE (m-l); Nº78, 2015)
Primero. Vemos a un marginal PCE (m-l) dando lecciones al resto sobre cómo abandonar su ensimismamiento, sus encastillamientos doctrinales, abandonar dogmatismos y ponerse en serio a construir la unidad popular; y esto lo dice una organización que no es ni la sombra de las siglas que ha robado y porta. ¿Quién se va a creer que el frente popular puede y debe ser construido por una organización marginal, aliada por arriba con los líderes de otras asociaciones republicanas y desclasadas para intentar conformar un «bloque popular de izquierdas», tras las experiencias que nos legó la historia nacional e internacional sobre su inutilidad para defender los intereses de las clases populares? Pero, dejando eso a un lado…
Segundo. El PCE de Carrillo-Ibárruri también hablaba de «ruptura» con el régimen, incluso de «república», mientras estaba traicionando en la práctica la lucha contra el fascismo y renegaba de aspirar al socialismo. Aquí tampoco el PCE (m-l) se sale de los esquemas carrillistas cuando pretende explicar dicha ruptura, citando solo el famoso «proceso constituyente» como forma de ruptura más propia de un liberal que de un marxista, para quien la ruptura es la revolución con todo lo que conlleva. Por todo esto no nos dejaremos sorprender por una palabra que pueda sonar imponente, como es la de «ruptura».
Tercero. ¿De verdad alguien, excepto un demagogo, puede vender que una república es la solución a la corrupción, a la falta de democracia y otros males inherentes del propio capitalismo en la versión que sea? ¿Quién, salvo un peón del capital disfrazado de «transgresor», puede vendernos que bajo una república no gobernarán las mismas caras que con la actual monarquía parlamentaria, o que en su defecto gobernarán viejos monárquicos capitalistas ahora convertidos al republicanismo de forma oportuna?
Teorizar en nuestros días, como hacen los patanes del PCE (m-l) o RC-FO, que hay que «profundizar la democracia», o incluso que se nos venda la «necesidad» de centrar nuestras energías en intentar conseguir un «proceso constituyente» es volver a posiciones mencheviques, significa no haber sintetizado nada de la lucha de clases en el siglo XX; es traer a colación los viejos programas eurocomunistas que a su vez recuperaban el «evolucionismo» y el «posibilismo» de la II Internacional:
«Según Georges Marchais, se accederá al socialismo a través del desarrollo de la democracia y libertades burguesas. (…) Presentar y defender la tesis de la democracia y libertades burguesas, como la vía al socialismo, es mistificar a las masas, es darle brillo a la sociedad capitalista. Todo el mundo sabe que, en la época del imperialismo, no puede haber, en el cuadro de la sociedad burguesa, de un desarrollo progresista de las libertades y de la democracia para las masas. Lo que crece y se acentúa por el contrario en este cuadro son las fuerzas de la reacción, la militarización de la producción y de otros aspectos de la vida, la opresión del proletariado y de las naciones. (…) Sólo la revolución violenta y la instauración de la dictadura del proletariado aseguran las condiciones necesarias para la expansión de la libertad y de la democracia para las amplias masas populares». (Enver Hoxha; Informe en el VIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1 de noviembre de 1976)
No estamos exagerando. Si comparamos la visión del actual PCE (m-l) y demás grupos con las teorías fundamentales del viejo jruschovismo sobre la «revolución», la llamada «vía no capitalista de desarrollo», veremos que son como dos gotas de agua:
«Han sido sustituidas por el descubrimiento de una «nueva teoría», sobre la llamada «vía no capitalista de desarrollo». Este camino es presentado por los revisionistas como una formación de transición, que, según afirman, debe preparar las condiciones materiales y subjetivas preliminares para el socialismo en los países subdesarrollados, así como el capitalismo prepara estas condiciones en los países desarrollados. Asignándole tal papel, esta formación es presentada como una amalgama, un equilibrio inerte de fuerzas políticas, ideológicas, de clase y económicas opuestas. En esencia, el camino no capitalista de los revisionistas representa el desarrollo capitalista convencional revestido con una falsa cáscara socialista. (...) El contenido principal de este proceso debe ser la transformación revolucionaria ininterrumpida de la superestructura y la estructura económica de la sociedad, el continuo cambio de la proporción de fuerzas de clase en beneficio del socialismo, la lucha contra el imperialismo y todas las fuerzas reaccionarias internas». (Hekuran Mara; Posibilidades de construir el socialismo sin pasar por la etapa del capitalismo desarrollado, 1973)
El revolucionario albanés nos advertía del engaño con que los ideólogos soviéticos trataban de convencer al mundo de que cualquier nacionalización era sinónimo de socialismo:
«Es dañino, verdaderamente dañino, y es una ilusión igualar cualquier tipo de sector estatal y el socialismo, independientemente del carácter de clase del poder político. Tal posición lleva el agua al molino de la burguesía y del imperialismo, del capitalismo y la contrarrevolución». (Hekuran Mara; Posibilidades de construir el socialismo sin pasar por la etapa del capitalismo desarrollado, 1973)
Efectivamente, no debemos confiar ni un gramo en partidos, programas e ideólogos de este tipo, a los que, para muestra de lo que decimos, también se les ve apoyar al castrismo o al movimiento nacional kurdo como referentes de «antiimperialismo» y «socialismo». Si observamos esto, ¿cómo entonces vamos a tomarles en serio en cuanto al modelo que pretenden implantar en un futuro? Y como ya dijimos, el socialismo no se construye de forma espontánea con gente que desconoce su esencia, sus leyes, que no son fruto del azar o del capricho, sino de una acumulación de conocimiento, de la historia de la lucha de clases, etc.
Los revisionistas no aspiran a ser la vanguardia del proletariado, sino el furgón de cola de la burguesía
«No hay duda de que la creación de una situación revolucionaria depende ante todo de las condiciones objetivas, de que las revoluciones no se hacen según el deseo y el querer de tal o cual persona. El hecho de perder de vista esto puede conducir al aventurismo y a errores graves. Pero al mismo tiempo no hay que olvidar el papel del factor subjetivo en la revolución. Dar al factor objetivo un papel absoluto y dejar de lado el factor subjetivo es dejar de hecho la causa de la revolución a la espontaneidad y causa un gran daño a la clase obrera. Para la preparación de las condiciones para la revolución, además de los factores objetivos, depende en gran medida la cuestión de cómo el partido revolucionario de la clase obrera prepara a las masas para la revolución, en qué sentido educa a las masas: en el espíritu de una lucha resuelta revolucionaria o bien en el espíritu reformista. (…) Dirigir no quiere decir de ningún modo dictar e imponer su voluntad a otros, dirigir quiere decir convencer, organizar y movilizar a las masas, dirigir sus propios esfuerzos y el de sus organizaciones sociales hacia un solo fin mostrándoles claramente los objetivos y las vías que hay que seguir para alcanzarlos». (Zëri i Popullit; A propósito de las tesis concernientes al Xº Congreso del Partido Comunista Italiano, 18 de noviembre de 1962)
Como los mencheviques de antaño, hoy nuestros entrañables líderes del PCE (m-l) asumen tácitamente en sus discursos públicos su propia desorientación. Reconocen que dentro de su esquema mental de una «primera etapa democrática» y una futura y nebulosa «segunda etapa socialista», no tienen ni idea de cómo se entrelazarán ambos estadios, de cómo se impulsara tal proceso que ellos han diseñado apriorísticamente en sus cabezas. Esto solo bastaría para que el militante promedio se diese cuenta que está dirigido por ineptos. A causa de esta ignorancia y falta de perspectivas, lo único que la dirección del PCE (m-l) propone es rebajar las exigencias. Así, en un acto que recuerda a lo que proponía Rosa Luxemburgo, presentan un esquema menchevique idóneo de cómo será la «revolución patriota», que contaría con el consenso de todos −o casi todos−:
«Junius, al parecer, quiso realizar algo semejante a la tristemente célebre «teoría de las etapas» menchevique, quiso empezar a aplicar un programa revolucionario desde el extremo «más cómodo», «más popular» y más aceptable para la pequeña burguesía. Algo así como un plan para ser «más astuto que la historia», más astuto que los filisteos. Parece que quisiera decir: nadie puede oponerse a la mejor manera de defender a la verdadera patria, y la verdadera patria es la gran república alemana, la mejor defensa es una milicia, un parlamento permanente, etc. Una vez aceptado, este programa −dice− llevaría automáticamente a la etapa siguiente: la revolución socialista. (...) No hace falta decir que es equivocada. (...) Este defecto −hubiera sido un grave error olvidarlo− no es un defecto personal de Junius, sino el resultado de la debilidad de todos los izquierdistas alemanes, enredados por todos lados en la vil maraña de la hipocresía kautskista, la pedantería y la «amistad» con los oportunistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El folleto de Junius, 1916)
En el año 1998 el Partido Comunista de España (reconstituido) afirmaba en su programa muy convencido:
«Al desarrollar la gran industria, la agricultura capitalista, el comercio a gran escala, los transportes, etc., y llevar a cabo la fusión de todos los sectores económicos con la banca y el Estado puesto a su servicio, la oligarquía ha creado las condiciones materiales para la realización del socialismo». (Partido Comunista de España (reconstituido); Manifiesto - Programa, 1998)
En cambio, su líder Arenas en su artículo «Sobre la estrategia y la táctica de la revolución proletaria» matizaba esto. Pese a analizar la actualidad de la lucha por la revolución socialista, a continuación, reculaba con el clásico argumento oportunista que solo los más incautos pueden aceptar como si nada:
«En España no queda más revolución pendiente que la socialista, y en consonancia con ese objetivo estratégico se avanzan algunas de las medidas que van a permitir acercarnos a ese periodo de comienzo de la reestructuración socialista. Para ese comienzo, no pueden ser lanzadas consignas netamente socialistas, tales como poder obrero o dictadura del proletariado, que ni serían comprendidas ni aceptadas por las grandes masas. A esa etapa corresponden consignas de carácter democrático-revolucionario que pueden ser compartidas por amplios sectores de la población». (Antorcha núm. 3, junio de 1998)
Cuando el actual PCE (m-l), el PCE (r) o RC-FO hablan de que no consideran el socialismo como objetivo inmediato porque las masas o parte de ellas «no perciben, ni entienden como tales necesidades», es exactamente el mismo argumento que los jefes de Podemos esgrimen cuando la gente honesta pide que se realice agitación y propaganda para expulsar a la monarquía. Bien, y si así fuese, ¿no se supone que deben de ser los propios partidos de «izquierda», y sobre todo los autodenominados «marxistas», los que pongan en la agenda política cuestiones como el republicanismo o el anticapitalismo consecuente y combativo? ¿No deben de ser su programa y acción los que traten de inyectar y elevar la conciencia de clase? ¿Acaso esperan que lo hagan otros? Desde el punto de vista de la izquierda, ¿acaso esperan que lo haga la derecha? Desde el punto de vista de los marxistas, ¿acaso esperan que lo haga el reformismo o el anarquismo? ¿No son estas posturas la muestra más evidente de que no solo sufren una falta de hegemonía, sino que van a la zaga de las capas atrasadas, siendo el hazmerreír para la burguesía?
«En lugar de dirigir el movimiento espontáneo, de inculcar a las masas los ideales socialdemócratas y orientarlas hacia nuestro objetivo final, esta parte de los socialdemócratas rusos se había convertido en un instrumento ciego del propio movimiento; y seguía ciegamente al sector de los obreros poco desarrollados, limitándose a exponer las necesidades y las exigencias de que tenían conciencia en aquel momento las masas obreras. En una palabra, permanecía inmóvil, llamando a una puerta abierta, sin atreverse a entrar en la casa. Esta parte de la socialdemocracia rusa se mostró incapaz de explicar a las masas obreras el objetivo final, el socialismo. (...) Consideraba todo esto como algo inútil y hasta perjudicial. Para ella el obrero ruso era un niño pequeño, al que temía asustar con ideas tan audaces». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El partido socialdemócrata ruso y sus tareas inmediatas, 1901)
Imaginemos, en un esfuerzo de imaginación, que en un futuro se diera el gran milagro de que el PCE (m-l), junto a sus aliados, lograse llegar al poder y tratase de llevar a cabo su «república popular y federativa». Una vez hecho esto, ¿qué haría el PCE (m-l)? ¿Explicaría desde cero a las masas que, tras años de propaganda por un vago concepto de república y un proceso constituyente, promover un capitalismo de «rostro humano» y cultura bañada en un humanismo abstracto, de repente ahora deben de hacer una revolución de tipo socialista, cuando precisamente se le ha ocultado lo que significa eso de la «dictadura del proletariado», la «planificación socialista» o el «realismo crítico en el arte»? Esto sería cómico y nefasto para sus intereses, pues lógicamente las masas no aceptarían que el partido haya estado durante años proponiendo una república que no sobrepasa el régimen burgués, y posteriormente se les intente convencer repentinamente de que esa república por la que han luchado no es suficiente. Sin duda, no conocemos un proceso así salvo en las mentes soñadoras de cándidos e ilusos burgueses. Los marxista-leninistas, incluso cuando han cometido errores, siempre han tenido que acabar diciéndole al pueblo la verdad tarde o temprano para avanzar hacia la revolución, y en algunos casos haciendo autocrítica precisamente por no saber explicarlo debidamente. Por el contrario, las experiencias que empezaron y continuaron con esa nebulosa terminología, nunca sobrepasaron el capitalismo, siguieron siendo regímenes dependientes del imperialismo o se convirtieron en propias potencias imperialistas.
Claro está que, sin mejoras inmediatas, sin liderar las luchas más básicas, no se puede tener ni credibilidad ni fuerza para acometer luchas mayores. Pero posponer la presentación de la necesidad de conquistar esas tareas mayores para cuando se consigan todas y cada una de las victorias más básicas sería drenar de contenido e intención revolucionaria de cómo se plantean esas luchas menores, sería no asumir la necesidad de concienciación y radicalización del pueblo y, finalmente, sería imposibilitar el encadenamiento de los objetivos menores con los mayores. Pero ante lo que estamos aquí es una renuncia abierta del rol de concienciación a las masas.
Los comunistas, marxistas-leninistas, revolucionarios o llámese como se quiera, tienen muy en cuenta la sensibilidad que puede entre entre algunos la cuestión republicana, pero no renunciando a sus principios para caer simpáticos a sus rivales o aliados: luchan por imponer su visión a base de persuasión y demostraciones. Confiando en que su trabajo, su lógica y su fuerza dará sus frutos y acercarán a su visión a las masas y a sus elementos más conscientes. Por eso es necesario combatir a los que Lenin calificaba como demagogos que querían atraerse a las masas en base a sus vicios −como es en España el republicanismo en abstracto−:
«Los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera. Son los peores, porque excitan los malos instintos de la multitud y porque a los obreros atrasados les es imposible reconocer a estos enemigos, los cuales se presentan, y a veces sinceramente, como amigos. Son los peores, porque en este período de dispersión y vacilaciones, en el que la fisonomía de nuestro movimiento está aún formándose, nada hay más fácil que arrastrar demagógicamente a la multitud, a la cual podrán convencer después de su error sólo las más amargas pruebas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
Lo que los republicanos cuentan y no cuentan sobre la II República (1931-1936)
En los círculos del PCE (m-l) se da rienda suelta a todo tipo de propaganda nostálgica y romántica del sistema político de la Segunda República (1931-1936) −sin explicar su carácter burgués y los límites que tuvo la misma para los comunistas incluso durante la Guerra Civil, como José Díaz o posteriormente Elena Ódena nos apuntaban a cada oportunidad−. Sin ir más lejos, en la web oficial de Federación de Republicanos (Rps), su frente actual, encontramos constantemente artículos de este tipo. He aquí uno:
«La Constitución de la II República plasmó el principio de igualdad de los españoles y españolas ante la ley, al proclamar España como «una república de trabajadores de toda clase que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia» en su artículo 1. La revolución social y cultural de la república hizo avanzar a nuestro país de manera espectacular: aumento de los derechos de trabajadores y trabajadoras, sufragio universal para hombres y mujeres mayores de 23 años, la democratización del ejército, el acceso universal a la cultura, la reforma agraria, la construcción de miles de escuelas, la instauración del estado laico, la aprobación de Estatutos de Autonomía, etc. Todo ello arrebatado por la sublevación fascista que provocó 40 años de atroz represión y sumió a nuestro país en uno de los periodos más oscuros de la historia». (Roberto Rovira; 14 de abril, República y memoria, 13 de abril de 2017)
¡¿Pero qué tipo de idealismo barato es este, señores?! Hablemos de la realidad material y no de bonitas frases como «democracia», «libertad» o «igualdad» que son en la práctica papel mojado bajo la dictadura del capital. ¿Cómo se puede declarar que existía igualdad entre los ciudadanos de la España Republicana (1931-36) cuando fue uno de los periodos más convulsos en cuanto a agitación y reivindicación social con huelgas, manifestaciones o insurrecciones? Por favor… ¿podemos tomar en serio a esta gente que desconoce de esta manera la historia? Como el historiador hispanista Pierre Vilar comentó en su obra magna «La historia de España» (1978), en la II República Española la Constitución (1931) proclamaba a la república como una «república de trabajadores», no sin producir sonrisas. Lo que indica hasta qué punto los explotadores tenían controlado el proceso. Si el señor Rovira piensa que en dicha carta margna se alcanzó una «igualdad efectiva», porque se hablaba de «república de trabajadores» de toda clase… entonces tendríamos que decir que en la España de hoy también existe «igualdad» porque así lo designa la Constitución (1978) de la monarquía parlamentaria, ¿no? En ella se contienen fragmentos que afirman que: «España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político». También se asegura que: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». ¿Hemos adoptar nuestra constitución como eje político, como hizo Pablo Iglesias? ¿Para qué? ¿Para acabar quejándonos a los cuatro días de que ni siquiera desde la vicepresidencia se «puede hacer nada» porque «así son las reglas del juego»? Mejor quédense con su «realpolitik» y dejen de molestar.
El antiguo PCE, en su artículo «En el aniversario del 14 de abril: Lo que el pueblo español esperaba de la República y la política contrarrevolucionaria de la coalición republicano-socialista» (1940) salió al paso de este falso relato:
«Esas clases burguesas se dieron cuenta de que la monarquía se había desgastado, de que estaba resquebrajándose a toda prisa, de que ya no servía para perpetuar el viejo estado de cosas. Se fueron con la República, no para hacer de ella el instrumento progresivo que deseaba y por el cual luchaba el pueblo, sino para quitarle todo contenido revolucionario, para defender los privilegios de los explotadores, para fregar la revolución democrática que allanaba el camino hacia formas superiores de organización política, para ahogar en sangre el movimiento revolucionario popular, en una palabra: para que la República cumpliera la misión contrarrevolucionaria que la monarquía no podía cumplir ya». (España Popular, Nº9, 1940)
¿Acaso no es un atentado contra la historia no citar ni un solo error de la II República (1931-1936) y glorificarla sin más, como si hubiera sido un periodo armonioso y perfecto? ¿No es cierto que los gobernantes de la II República se negaron a aplicar o aplicaron tardíamente las demandas más básicas del pueblo, produciendo su ira, y que en cambio los gobiernos republicano-socialistas (1931-1933) se dieron a conocer por su feroz represión contra los movimientos revolucionarios?:
«Este fue el papel que comenzaron a representar los republicanos, los monárquicos pasados a su campo y los jefes socialistas. Para llevar a cabo su designio, realizaron un doble juego. De una parte, se esforzaban por crear en el pueblo ilusiones democráticas con leyes demagógicas como la de Reforma Agraria −verdadera burla a los campesinos−, trataban de contener a los trabajadores dando tres carteras a ministros «socialistas» y anunciando leyes sociales prometedoras, pero que no representaban ningún avance efectivo. Al mismo tiempo, ponían a la cabeza del Gobierno provisional a Alcalá Zamora, vinculado con los terratenientes y gran propietario él mismo; en Gobernación a Miguel Maura, señorito, reaccionario a las órdenes directas de los grandes capitalistas y de los grandes propietarios, a quienes sirvió dando un trato despiadado a obreros y campesinos y reprimiendo con bestialidad digna de los peores tiempos de Martínez Anido las huelgas obreras; en Hacienda a Indalecio Prieto, agente de los industriales bilbaínos; en Economía, donde radicada toda la política arancelaria, a Nicolau d’Olwer, burgués catalán. A las pocas semanas de implantada la República, el pueblo español había ya comprendido que aquel no era su régimen». (España Popular, Nº9, 1940)
¿No es cierto que dicho golpe fascista fue posible gracias a los republicanos que se negaron a aceptar las advertencias de los comunistas y que en los primeros momentos no supieron reaccionar y negaron las armas al pueblo que podrían haber aplastado el movimiento fascista en varios lugares?:
«El Gobierno presidido por Azaña, y el que luego presidió Casares Quiroga, se resistieron a aplicar el programa del Frente Popular, procedieron con deliberada lentitud, se negaron a llevar adelante el movimiento popular. Cuando ya era evidente para todos el levantamiento de Franco en connivencia con potencias extranjeras- Casares Quiroga se opuso abiertamente a apoyarse en el pueblo armado y confesó que tenía miedo a que las masas «fuesen demasiado lejos». Antes que verlas llegar «demasiado lejos», Casares como Azaña, como Prieto, prefería pactar con Franco y capitular desde el primer momento, cosa que intentaron el mismo día en que los militares se sublevaron. El programa del Frente Popular no fue cumplido: lo poco que hicieron los Gobiernos de Azaña y de Casares Quiroga, lo realizaron presionados por las voces apremiantes que llegaban de la calle. Los numerosos crímenes que los fascistas cometieron en los meses anteriores a la sublevación, quedaron impunes. La policía y la Guardia Civil intensificaron, en cambio, su persecución contra obreros y campesinos revolucionarios. Cada vez que el Partido Comunista reclamaba en la Prensa, en la tribuna o en el Parlamento, energía y celeridad en el aplastamiento de las bandas de asesinos fascistas, aquellos Gobiernos llamaban «impaciencias» a sus justos requerimientos. Cuando José Díaz leyó en las Cortes un documento subversivo que había puesto en circulación la organización fascista del Ejército y en el cual se intimaba al Gobierno, el presidente del Consejo se redujo a preguntar aparentando indiferencia: «¿Qué fecha tiene eso?» Y dejó las cosas como estaban. ¿Es que Azaña y Casares Quiroga y los jefes socialistas ignoraban los preparativos para la sublevación? No, no los ignoraban, pero aparentaban ignorarlos. De haber confesado que los conocían, se habrían visto obligados a entregar armas al pueblo, y ellos tenían mucho más miedo al pueblo que al fascismo. Por eso dejaron las calles en poder de los pistoleros fascistas, mientras los de arriba −los banqueros, los generales, los obispos, los terratenientes, los reaccionarios de toda laya− preparaban ya a toda prisa y sin recato su atentado contra el pueblo. Fue el pueblo quien se armó por su cuenta para repeler la agresión. Y fue entonces, a partir del 18 de julio, sobre la marcha de la guerra, con el pueblo armado, cuando comenzó a crearse la República que la mayoría de los españoles había deseado el 14 de abril: la República popular, auténticamente democrática, dirigida a combatir a las fuerzas tradicionales de la opresión, hiriéndolas en los frentes y en sus vitales bases económicas. Fue entonces cuando Cataluña y Euzkadi conocieron de verdad la libertad nacional. Fue entonces cuando se hizo de verdad la reforma agraria, repartiéndose la tierra en virtud del histórico decreto del 6 de octubre. Fue entonces cuando los obreros comenzaron a ejercer el verdadero control en las fábricas. Fue entonces cuando el pueblo español comenzó a sentirse íntegramente dueño de sus destinos y de su porvenir. Y fue entonces, también, cuando los jefes republicanos y «socialistas» se quitaron del todo la careta. Aquella no era la República que ellos querían, y la sabotearon con la misma saña con que el Ejército sublevado y los invasores la combatían militarmente. Los cabecillas republicanos y «socialistas» hicieron cuanto pudieron por impedir la organización del Ejército Popular, verdadera expresión del pueblo en armas; por dificultar la unidad, valiéndose de subterfugios, de intrigas y de agentes provocadores trotskistas y faístas; por frenar las conquistas de los trabajadores; por paralizar el avance arrollador del pueblo hacia un porvenir mejor; por buscar a la situación una salida que no fuera el triunfo franco y definitivo del pueblo. Invadida España, estrangulada por la No-Intervención, organizada la gran traición por la banda de Casado, nuestro pueblo, que vio cumplirse durante la guerra las principales aspiraciones que lo llevaron a derribar la monarquía en el 14 de abril, ha sufrido una derrota, grave pero momentánea». (España Popular, Nº9, 1940)
Suponemos que a algún militante despistado del PCE y a algunos republicanos que simpatizan con el comunismo estas citas le pueden haber dejado en shock por desmontar todo lo que tenía preconcebido sobre la II República, pero debe agradecernos que nosotros le enseñemos la historia de dicho partido y del país, ya que sus jefes no lo hacen. Si esto es así lo que deberían preguntarse es porque sus mandos tienen ese interés por mantener en la total inopia a su militancia.
En el frente del PCE (m-l), Federación de Republicanos (Rps), podemos encontrar hasta relatos abiertamente anticomunistas que los jefes y militantes del PCE (m-l) se niegan a censurar por no «tensar la cuerda» con sus aliados:
«La bolchevización de la izquierda y la fascistización de la derecha llevarán a la catástrofe final. Los dos oponentes que Azaña denominaba reaccionarios y revolucionarios serían los protagonistas». (Manuel Díaz Povedano; La revolución española de la II República, 16 de abril de 2017)
Leyendo este relato que deja caer sobre los bolcheviques españoles la responsabilidad indirecta del golpe de Estado fascista de julio de 1936 se nos asemeja a estar leyendo a historiadores franquistas como Pío Moa, César Vidal o Jiménez Losantos. No nos pararemos a refutar una necedad tan grande. Desde las plataformas de Rps incluso se han llegado a publicar −sin recibir crítica alguna− todo tipo de artículos que bien podría haberlos firmado el histórico conservador Niceto Alcalá-Zamora. En una ocasión, reproduciendo un artículo publicado en el periódico conservador «El Mundo», se comentaba lo siguiente:
«Al igual que se dice que Iñaki Urdangarin ha sido el mejor ‘agente’ de los republicanos, las manifestaciones protagonizadas por la extrema izquierda se han convertido en el mayor favor a la causa de la monarquía y de Felipe VI. La III República no puede ser de izquierdas o de derechas. Y menos extremista. No puede ser un régimen excluyente. Tiene que establecer unas normas formales democráticas que permitan el juego, dentro de ella, de las diferentes opciones ideológicas». (Javier Castro; El momento más crítico de la monarquía: Felipe VI y la III República, 18 de agosto de 2018)
Si miramos otros periódicos teóricamente opuestos, esta vez de corte progresista como el «Diario.es», podemos ver que al final el objetivo es similar, pues se tiende a crear la idea de que al republicanismo no se le tiene o no se le debe dar una visión propia de clase, un programa propio, porque está por encima de las clases, como si el Estado así lo estuviese:
«El espíritu germinal que fundó la República, en puridad, no fue ni de izquierdas ni de derechas, sino sencillamente republicano, porque planteaba una forma global de articular la sociedad donde, aceptadas las premisas de la democracia, cabrían todas las sensibilidades. (...) Su alcance, pues, no se restringía a las izquierdas; abundaban quienes desde posiciones conservadoras y centristas pensaban que solo ese tipo de sociedad igualitaria podía sacar a España de su letargo». (Sebastián Martín; La República de 1931, ni de izquierdas ni de derechas, 13 de abril de 2016)
Ahora comparemos estas declaraciones con la de un antiguo líder del PCE (m-l): Lorenzo Peña. Su evolución política no hace falta que sea comentada demasiado:
«¿Cuál fue el mayor error de la [II] República? Hay dos graves errores. Uno está en la redacción de la Constitución, en el anticlericalismo, que puso en contra a un sector amplísimo de la población española. No se escuchó la premonición de Niceto Alcalá Zamora en su famosísimo y excelente discurso en las Cortes Constituyentes contestando a la frase de Azaña, que no tenía el sentido de hostilidad que se ha querido ver ni mucho menos, de que España había dejado de ser católica. Alcalá Zamora dijo que si los católicos en este país eran mayoría se debería tener en cuenta a la hora de redactar la constitución, y si eran minoría también se debería tener en cuenta porque esa minoría era suficientemente importante para merecer un respeto. Ese fue el error en la redacción». (Crónica Popular; Entrevista de Sergio Camarasa a Lorenzo Peña, 8 diciembre de 2014)
¡Vaya! Parece que Lorenzo Peña en sus maduras reflexiones coincide con Santiago Carrillo de su época eurocomunista que proclamaba, que la religión lejos de ser un impedimento al progreso, era conjugable con el concepto de socialismo:
«¿Por qué habríamos de exigir que renuncien a las suyas los católicos que, de acuerdo con construir un sistema económico y político socialista entienden conservar sus concepciones religiosas? (…) La novedad más destacada de la vida política española actual, por lo que significa de cambio de fondo, es la presencia de un vasto movimiento católico progresista». (Introducción de Santiago Carrillo a la obra de José Díaz: «Tres años de lucha», 1978)
Estos renegados niegan ahora que el idealismo religioso frustra, distorsiona o limita cualquier noción científica y progresista en campos como la economía o la política. Además, ocultan con total conocimiento el papel reaccionario que la Iglesia ha jugado en España y en cualquier país. Recordemos lo que dijo un patriota y progresista como Pi y Margall, alguien que ni siquiera era marxista ni ateo:
«La verdad, tiene razón Mariana, no puede ser más que una. Si creéis que está en la ciencia, el cristianismo ha muerto; si en el cristianismo, no hay progreso. (...) Toda religión se opone a todo pensamiento de progreso. (...) Id ahora a la Iglesia y preguntadle qué piensa acerca de vuestros derechos político-sociales. (...) Entre el ejército y la fuerza ciudadana optará por el ejército; entre el retroceso y la revolución, preferirá siempre el retroceso. No le habléis de reformas sociales, porque no cree en las reformas. Transformad la caridad, adulterarla, viciadla, procurad estimularla con el aliciente de juegos inmorales y espectáculos sangrientos; no le importa; pero ¿le habláis de organización de derechos? ¿Os salís del círculo de esa misma caridad tan impotente? De seguro la tendréis por enemiga. Dadle, si no, un solo año de poder y veréis a dónde os lleva. Hace siglos que todo progreso se hace, en el mundo cristiano, a despecho de la Iglesia. (...) Proclamamos la autoridad de la razón, y ella le da la fe, su antagonista». (Francisco Pi y Margall; Reacción y la revolución, 1854)
Pero para el señor Peña el error de la II República (1931-1936) fue su «anticlericalismo» y el poco tacto hacia el catolicismo. Para Lorenzo Peña un principio reformista y liberal básico como la separación entre Iglesia y Estado era una aberración que ofendía a los creyentes, nos habla como un carlista. Le parece incorrecta la redacción de la Constitución (1931) que afirmaba que:
«Artículo 3º. El Estado español no tiene religión oficial. (...) Artículo 26. Todas las confesiones religiosas serán consideradas como Asociaciones sometidas a una ley especial.
El Estado, las regiones, las provincias y los Municipios no mantendrán, favorecerán, ni auxiliarán económicamente a las Iglesias, Asociaciones e Instituciones religiosas. Una ley especial regulará la total extinción, en un plazo máximo de dos años, del presupuesto del Clero. Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro de obediencia distinta a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes. Las demás Órdenes religiosas se someterán a una ley especial votada por estas Cortes Constituyentes y ajustadas a las siguientes bases:
1ª Disolución de las que, por sus actividades, constituyan un peligro para la seguridad del Estado.
2ª Inscripción de las que deban subsistir, en un Registro especial dependiente del Ministerio de Justicia.
3ª Incapacidad de adquirir y conservar, por sí o por persona interpuesta, más bienes de los que, previa justificación, se destinen a su vivienda o al cumplimiento directo de sus fines privativos.
4ª Prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza.
5ª Sumisión a todas las leyes tributarias del país.
6ª Obligación de rendir anualmente cuentas al Estado de la inversión de sus bienes en relación con los fines de la Asociación.
Los bienes de las Órdenes religiosas podrán ser nacionalizados». (Constitución de la República Española, 1931)
Esta declaración era un hito progresista en comparación con constituciones anteriores, incluso mucho más que la Constitución (1869) o el Proyecto de Constitución (1873). Pero, como toda carta magna, dejaba en el aire la posibilidad, pero no aseguraba la ejecución de dichas medidas ni proporcionaba mecanismos para tal cosa. No nos pararemos a comentar que muchas de estas propuestas de reforma se quedaron sin realizar como se verá a continuación, pero para que el lector entienda el contexto, se suponía que sobre el papel la II República se guardaba el derecho de rescatar los bienes apropiados por la Iglesia Católica durante siglos, pero en la práctica, al igual que en otras cuestiones, como el reparto de tierras, estas medidas fueron implementadas con tardanza o ni siquiera se inició su ejecución.
Obsérvese ahora la abismal diferencia entre los análisis del PCE de 1932 con los de Lorenzo Peña:
«Lo mismo ocurre también con todas las medidas adoptadas por el gobierno en todas las actividades de la vida política, Iglesia, aparato del Estado, Ejército, legislación social, etc., etc. Se publican leyes que no satisfacen las demandas de las masas revolucionarias y conceden algo, muy poco −sólo para maniobrar mejor−, para evitar la explosión de la revolución. Para la situación actual de España, es característico también otro memento: que las «reformas» del gobierno, que no satisfacen a las masas revolucionarias por su carácter moderado no satisfacen tampoco a una parte considerable de las clases dominantes. La burguesía que ha pasado al lado de la República el 14 de abril, queriendo con esta maniobra detener el curso de la revolución, viendo ahora el fracaso de sus deseos, viendo el desarrollo rápido del empuje revolucionario de las masas, se asusta cada vez más de los gestos demagógicos de su gobierno y evoluciona a la derecha con la esperanza de utilizar el desengaño de las masas en la república burguesa para volver a una dictadura abierta e incluso a una dictadura monárquica. Después de la maniobra burguesa de izquierda se manifiesta en los momentos actuales una maniobra burguesa de derecha. La forma contrarrevolucionaria encarnada en el gobierno Azaña-Caballero no satisface completamente a toda la burguesía. Esta teme el fracaso de esta arma y por eso crea otros destacamentos y reservas de la contrarrevolución. En octubre de 1931 abandonaron el gobierno Alcalá Zamora y Maura, descontentos por la necesidad de adoptar bajo la presión de las masas algunas medidas contra los privilegios de la iglesia». (Manuel Hurtado; El Partido Comunista de España en la revolución española; Discurso del delegado español en el XIIº Pleno de la Internacional Comunista, 1932)
Marx ya analizaría con el paradigmático caso francés cómo los pequeños burgueses y sus agrupaciones, lejos de reconocer sus debilidades e incoherencias, tienden a justificar sus ilusiones liberales y sus crímenes históricos:
«Ningún partido exagera más ante él mismo sus medios que el democrático, ninguno se engaña con más ligereza acerca de la situación. (...) Pero el demócrata, como representa a la pequeña burguesía, es decir, a una clase de transición, en la que los intereses de dos clases se embotan el uno contra el otro, cree estar por encima del antagonismo de clases en general. Los demócratas reconocen que tienen que enfrente a una clase privilegiada, pero ellos, con todo el resto de la nación que los circunda, forman el pueblo. Lo que ellos representan es el interés del pueblo. Por eso, cuando se prepara una lucha, no necesitan examinar los intereses y las oposiciones de las distintas clases. No necesitan ponderar con demasiada escrupulosidad sus propios medios. No tienen más que dar la señal, para que el pueblo, con todos sus recursos inagotables, caiga sobre los opresores. Y si, al poner en práctica la cosa, sus intereses resultan no interesar y su poder se vuelve impotencia, la culpa la tienen los sofistas perniciosos, que escinden al pueblo indivisible en varios campos enemigos, o el ejército, demasiado embrutecido y cegado para ver en los fines puros de la democracia lo mejor para él, o bien ha fracasado por un detalle de ejecución, o ha surgido una casualidad imprevista que ha malogrado la partida por esta vez. En todo caso, el demócrata sale de la derrota más ignominiosa tan inmaculado como inocente entró en ella, con la convicción readquirida de que tiene necesariamente que vencer, no de que él mismo y su partido tienen que abandonar la vieja posición, sino de que, por el contrario, son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con él». (Karl Marx; El 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1852)
El segundo error de la II República que cita Lorenzo Peña es el siguiente:
«En la práctica, el mayor error tiene que ver también con Alcalá Zamora. Su destitución. (...) Puesto que él jamás se adhirió al alzamiento, jamás volvió a la España franquista y murió en el exilio. Por tanto, yo creo que ese fue un error que dio una imagen de radicalización de la izquierda excesiva e innecesaria, puesto que Alcalá Zamora estaba ejerciendo sus poderes presidenciales con tino, con cautela, pero sin excederse». (Crónica Popular; Entrevista de Sergio Camarasa a Lorenzo Peña, 8 diciembre de 2014)
La posición de Peña sobre la cuestión religiosa es la opinión de un sujeto que se estila ultraconservador de cualquier signo, pero obviamente no comunista. Mucho menos cuando dichos comentarios no corresponden a la realidad. Así hablaba José Díaz, un auténtico comunista:
«Y si para estas medidas de transformación se dice que no hay dinero, habrá que ver dónde se encuentra. Nosotros no queremos atacar los sentimientos religiosos de nadie, pero decimos: la Iglesia, con el gran predominio económico-político de que goza en España, como corresponde a la situación semifeudal que ocupa, tiene grandes riquezas, y esas riquezas han sido arrancadas del pueblo, y como el pueblo tiene hambre, pide esas riquezas. Por lo tanto, la subvención del Estado a la Iglesia debe desaparecer inmediatamente; si son diecinueve o veinte millones de pesetas las que el Estado entrega a la Iglesia, esa cantidad debe dedicarse a obras, que son muy necesarias en España, para que los parados tengan pan y trabajo; pero, además, es necesario expropiar esa riqueza de la Iglesia por ser dinero sacado del pueblo, y si esos reaccionarios son tan amantes de dar pan a los necesitados, todas esas riquezas, esas acciones de empresas y entidades anónimas, todos esos millones, manejados tan turbiamente, deben pasar inmediatamente al pueblo, para que éste pueda trabajar y pueda comer, porque así lo merece el triunfo del 16 de febrero, y porque además el que quiera religión, el que guste de escuchar un sermón o confesarse que lo haga; pero que lo pague, y yo tengo la seguridad que el que no tiene para comer no va a dar nada para escuchar un sermón. (Gran ovación) Y esto no es tampoco una medida comunista, pues estoy seguro que en este mitin hay muchos republicanos que tienen este punto en el programa de su partido. A la cárcel los responsables de la represión de octubre». (José Díaz; Discurso pronunciado en Cartagena, el día 5 de abril de 1936)
Esto es, los comunistas se quejaban que la República no cumplía sus propias medidas y que la Iglesia seguía gozando de un patrimonio y bonanza inusitados en un país que pasaba hambre y penurias. Mismo análisis pueden verse en los informes de la Internacional Comunista (IC).
Según Peña, la república debía apoyarse en republicanos conservadores como Alcalá Zamora para así evitar el «radicalismo» que según él se impuso después. No sabemos si estamos leyendo a Lorenzo Peña o al histórico dirigente del GRAPO y ahora historiador franquista Pio Moa. Comparemos su opinión con la de un comunista testigo de los acontecimientos durante la Guerra Civil sobre el radicalismo de los «republicanos de izquierda»:
«Los dos grandes partidos republicanos, el partido Izquierda Republicana −el jefe era Azaña− y Unión Republicana −el jefe era Martínez Barrio− no se comportaron mal en el primer año de guerra. Entendieron correctamente el carácter de la guerra y participaron con arreglo a sus fuerzas en la lucha popular. Mantuvieron relaciones amistosas con el PCE y prestaron toda clase de servicios a las Brigadas Internacionales. (...) Sin embargo, desde el verano de 1937, tras el derrocamiento de Caballero, en el periodo del prietismo, la posición y actividad de los republicanos, en primer lugar, del partido de la Izquierda Republicana, cambia ostensiblemente, pues se coaligan dentro del Frente Popular con los prietistas y actúan juntos a ellos en la vía del compromiso y capitulación. Este giro de los republicanos está evidentemente condicionado por tres razones: en primer lugar, por el cansancio de las capas burguesas y pequeño burguesas; en segundo lugar, por el temor a la creciente influencia e importancia del PCE; en tercer lugar, por la creciente presión por parte de los circulos burgueses y de los gobiernos de Inglaterra y Francia. (...) En la primavera de 1938 condujeron a que los republicanos, habiendo perdido las perspectivas y las esperanzas, entraran directamente en conversaciones con franceses e ingleses, pidiéndoles su injerencia y mediación. (...) Tras la formación del gobierno de Negrín, Gobierno de Unión Nacional, los republicanos que habían hecho una declaración formal de apoyo al Gobierno, continuaron manteniendo una orientación capitulacionista. (...) Tras Munich, los republicanos se encuentran en la esfera de influencia de la línea muniquesa de Chamberlain y Daladier. Ya a manifestar muy abiertamente sus talantes anticomunistas. Se convierten en la fuerza central de la coalición antigubernamental y anticomunista. Sabotean la realización de las medidas gubernamentales. (...) Adoptan la teoría de que el Frente Popular cantó su cantinela y que en adelante es necesario que el Gobierno y el aparato del Estado estén compuestos principalmente por republicanos. Que solamente de ese modo, solamente con tal condición Inglaterra y Francia, habiendo obtenido la posibilidad de controlar la vida estatal de la República, estarán de acuerdo en prestar ayuda a la República. En los últimos meses los jefes republicanos jugaron un papel vergonzoso y nefasto». (Stoyán Minev; Las causas de la derrota política de la República Española, 1939)
Los comunistas de verdad deben entender de una vez que la II República fue una prueba más del fracaso del reformismo, de su inconsecuencia. El régimen cayó no por imponer un carácter radical como dice Lorenzo Peña, sino por sus propias contradicciones que eran indisolubles, viéndose superado ante un clima de agudización socio-política donde las medias tintas conducían inexorablemente a perder la partida. Ya el gobierno socialista-republicano de 1931-1933 acabaría entregando el poder a la derecha por el descontento popular al verse incumplidas las reformas prometidas.
Tras recuperar el poder en febrero de 1936, los republicanos moderados formarían gobierno, pero esta vez solos, y de nuevo se acabaría hundiendo no por su «tono revolucionario», sino de nuevo por su carácter dubitativo ante las medidas prometidas y por el empuje de las masas desde abajo, sin olvidar, por supuesto, que nunca se tomaron en serio las diversas advertencias sobre la derecha y sus intenciones golpistas, adoptando una postura pusilánime ante las provocaciones. La seriedad del gobierno republicano se resume en la mítica frase del Presidente del Consejo de Ministros, Santiago Casares Quiroga, el cual, se dice, en los momentos del golpe de Estado del 17 de julio de 1936 declaró: «Si [los ejércitos] se levantan en Marruecos, yo me voy a dormir». Más allá de que esto sea cierto o no, lo que sí está comprobado es que a los dos días dimitía sobrepasado por los acontecimientos. En lo sucesivo el golpe fue desactivado en la mayoría de zonas por la reacción encolerizada de las masas y la dirección firme del resto de las organizaciones antifascistas, no gracias al inoperante gobierno republicano, que ni siquiera decretó el Estado de guerra y trató en todo momento de acordar la paz con los rebeldes. Tampoco movilizó a la población en contra del golpe ni admitió repartir armas como se demandaba; incluso Quiroga espetó, según testigos, que: «Quien facilite armas sin mi consentimiento será fusilado». Véase la obra del exministro del PSOE Julián Zugazagoitia: «La historia de la guerra en España» (1940).
Este era el verdadero carácter de los republicanos en España. Fue su gobierno quien perdió el control de la situación, pese a tener bajo su control las ciudades importantes, gran parte de la marina y los principales centros de producción armamentística. Fue su gobierno quien no supo aprovechar el hecho de contar con una población enfervorecida, que deseaba aplastar al fascismo de raíz y una situación de emergencia que además le permitía tomar medidas excepcionales y severas contra los sublevados. Su condescendencia y sus vacilaciones fueron el estímulo perfecto para el envalentonamiento de la reacción, para ampliar su acción, ya que los sublevados eran conscientes que su empresa sería más fácil mientras estos politicastros endebles estuvieran a la cabeza del gobierno. La actitud cobarde de los republicanos también los llevó irremediablemente por el camino de perder su hegemonía dentro del propio campo antifascista. Lo cierto es que nunca confiaron en el pueblo, y pusieron toda su fe en la ayuda internacional anglo-francesa, esperanza que nunca llegaría a consumarse. Cuando en septiembre de 1936 se formó por fin un nuevo gobierno que agrupase a todas las agrupaciones antifascistas, los republicanos, visiblemente avergonzados, fueron forzados a ser apartados de las posiciones centrales del gobierno por sus errores. A partir de entonces se caracterizarían en varias ocasiones por el derrotismo y buscar la capitulación ante el enemigo. Si a alguien le queda duda de todo esto, que se pregunte por qué los comunistas crecieron como la espuma, mientras las dos principales organizaciones republicanas perdieron gran parte de su antiguo prestigio y poder entre las masas.
Algunas notas sobre el resto de republicanos variopintos −REM y La Maza−
Cualquiera que se dé un paseo por los foros y asociaciones republicanas verá la suerte de teorías que manejan y las figuras que adoran estas gentes:
«Según pienso, en la España de hoy, la república a secas, que no explique detalladamente su identidad ideológica, es algo afín hasta para la socialdemocracia del PSOE, por desgracia, la gente considera a cualquiera cosa de izquierdas y eso pasa con la palabra y la institución de la república, a veces lo acompañan de un socialismo vago, pero si a las cosas no se les da una identidad ideológica, es pura fraseología, vacío de contenido. El problema es que hay mucho pseudointelectual que se define republicano pero no sabría darle forma a esa imagen más allá de generalidades, solo sabe repetir que no es monárquico, denuncia la corrupción, incluso liga dicho fenómeno a la monarquía, a veces incluso dice negar el liberalismo, pero no se da cuenta que la república −y nosotros la hemos tenido de ese tipo−, puede ser liberal, socialdemócrata pero burguesa al fin y al cabo, y esta gente con la falta de clarividencia ideológica que tiene, no puede aspirar a otra cosa. Estos pecan de ignorancia, pero luego los hay otros mucho más descarados en sus planteamientos, que hasta parecen conscientes de sus necedades. El otro día fui a una reunión del Ateneo Republicano, y no me fui de casualidad. En estos sitios oigo unas cosas de alucinar. Allí les dije «Pero ¿qué es esto de República? ¿Qué república? ¿República a secas?». Y me contestan: «No, es una república feminista y social». Yo le contesté centrándome en lo segundo y obviando lo primero, «Vamos a ver... una república «social» también se denominaba la República de Mussolini en Italia». No salen de ahí. No tienen ni idea. Además, que era para la presentación de un libro de un personaje de lo más reaccionario que parece ser que su única virtud era la inteligencia empleada para salir vivo de nuestra guerra. Le hice la crítica al que lo presentaba y me dijo que era «interesante». Él era muy mayor, y estaba orgulloso de ser un republicano con planteamientos de derechas, la sala ni se inmutaba. Me dejo alucinado. En otra charla de Nociones Comunes, que son unos «podemitas», un señor muy «ilustrado» llego a decir que el «Manifiesto Comunista» de Marx y Engels era una obra menor... Y le contesté que si no fuese por dicha obra no habría comunistas. ¿Qué esperan que se vaya con el «18 Brumario de Luis Bonaparte» a un currante con las manos llenas de callos y polvo del cemento? Un idiota, y tristemente, en estos sitios así, mil». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)
a) Un ejemplo del republicanismo abstracto y desclasado de nuestros días también sería el grupo República en Marcha (REM), que colabora normalmente con el PCE (m-l) en actos republicanos. De hecho, este grupo nace en 2016 como una escisión de Rps, el frente republicano creado por el PCE (m-l). Pero valoremos brevemente no solo el tema del republicanismo, sino de lo que implica el no tener una brújula de viaje clara y su incidencia en varios temas.
Entre otras perlas, algunos de sus miembros se reconocen marxistas, pero abiertamente confiesan que REM «está muy lejos del marxismo-leninismo» y que hay bastante caos ideológico. Esto está claro solo con ver declaraciones como «Política y estrategia: Un republicanismo de aspiraciones socialistas» de 2015, donde el grupo dice que «La tradición política republicana entronca con lo mejor del constitucionalismo americano y lo mejor de la Revolución Francesa, expresado en el lema «libertad, igualdad y fraternidad», así como en las luchas por la emancipación de la sociedad, de las y los trabajadores y de los pueblos del siglo XX». Marx ya disipó todo este discurso de 1789 sacado de la burguesía francesa en «Crítica de la filosofía del derecho de Hegel» de 1843, pero extrañamente, en 2020, todavía tenemos a presuntos «marxistas» para los que su doctrina radical reside en una bandera hecha harapos por la realidad del día a día. ¡Los líderes de REM llevan siglos de atraso a la hora de desligarse de sus vacilaciones liberales!
En su programa figura que «En este sentido, cuando hablamos de un Estado robusto, hablamos de un fuerte control de los sectores estratégicos −energía, vivienda, transporte, etcétera−, de una hacienda pública sustentada en impuestos directos progresivos y de fuertes limitaciones a la especulación financiera». En esto no repararemos más, porque ha sido refutado arriba. Sin duda se nota que vienen de dónde vienen, porque repiten sus mismos errores.
Uno de sus jefes es José Avilés alias Pepe, ex militante del PCE (m-l) durante 1972-1978, que abandonó la organización justo en una etapa en que el partido se estaba desmaoizando, algo que como veremos no es casual. Después ingresó brevemente en la Organización Comunista de España (Bandera Roja), poco después probó fortuna en el PCE. Después fundó un grupúsculo que sería uno de los que darían pie en 2006 a la refundación del PCE (m-l) junto al grupo de Raúl Marco −lo que ya indica sus pocos escrúpulos ideológicos−, algo que en sus palabras dice que aceptó por no romper el «espíritu de partido». Suponemos que se refiere al espíritu de partido maoísta o menchevique de mil facciones y tendencias. Finalmente pasaría a formar parte de lo que hoy conocemos como REM. En su largo trayecto por diversas organizaciones jamás ha explicado públicamente las razones de sus continuos cambios de militancia. Lo loable para un revolucionario tras abandonar una organización por cuestiones de desavenencias ideológicas o autodisolución de la estructura es realizar autocrítica, y tratar de aunar a los revolucionarios en una estructura revolucionaria. Pero estos personajes eluden dicha cuestión, y pese a ello, pretenden que se les tome en serio, e incluso actúan como si fueran reputados «sabios» y «veteranos» del movimiento obrero. Pero en la única materia en que Avilés ha demostrado destacar es en el transfuguismo político y el famoso arte del eclecticismo ideológico, materias que no deberían interesar jamás a un marxista-leninista.
Ya en las filas de REM, en su artículo «Aclarando conceptos ideológicos para una línea política» de 2019, nos intenta meter en un mismo saco a Lenin, Stalin y Mao, y trata de equiparar los aportes de los dos primeros con los presuntos aportes del liberal Mao. Como dijimos una vez: «El mito del maoísmo hace tiempo que falleció, solamente quedan revisionistas empecinados en pasear su cadáver ideológico, que huele a interclasismo y que todo revolucionario sabe que seguir cargando con él es sinónimo de fracasos». Para justificar su adhesión al maoísmo, nos dice que quizás para nosotros Mao sea ecléctico, pero es que «hay que ser como una caña de bambú, que siempre está firme en su sitio, y cuando sopla el viento se pliega, pero luego vuelve a su lugar y es imposible quebrarla». Como vemos, la vena poética del maoísmo para explicar su confabulación con la burguesía es hermosísimo, puro arte. Solo le faltó añadir: «No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones».
Avilés debería revisar las conclusiones a las que el movimiento marxista-leninista llegó en los 70 tras la ruptura sino-albanesa:
«Mao y el «maoísmo» se han convertido en uno de los obstáculos más serios para la unidad del proletariado mundial y de los nuevos partidos comunistas y obreros marxista-leninistas. Por eso, a este nuevo mal camuflado es preciso oponerle en toda la línea nuestra infalible teoría, el marxismo-leninismo». (Enver Hoxha; El «pensamiento Mao Zedong»; Reflexiones sobre China, Tomo II, 28 de mayo de 1976)
O más bien habría que decir en su favor que ya lo hizo, solamente que decidió hace largo tiempo posicionarse del lado de los capitalistas chinos. El viejo Avilés debe actualizarse, revisar la nueva documentación existente que acredita no solo que Mao fue un traidor a la causa comunista en su país, sino a nivel internacional. Véase el capítulo: «Una breve glosa sobre la influencia del revisionismo chino en la conformación del revisionismo eurocomunista» (2017).
Pese a su presuntuosidad, suele eludir el debate, algo normal si tenemos en cuenta que:
«La polémica marxista-leninista siempre ha atemorizado a los revisionistas, tanto a los jruschovistas como a los maoístas. Precisamente en su última carta, en la que nos atacan, los revisionistas maoístas dicen que «no les responderemos, porque no queremos polemizar». (Enver Hoxha; El «abogado» charlatán de la podrida línea china; Reflexiones sobre China, Tomo II, 14 de febrero de 1977)
Sobre Stalin, en otro intercambio de palabras público, juró no ser trotskista, pero creía que «Los «Fundamentos del leninismo», de Stalin, me parecen un plomazo, que no aporta nada». Avilés de nuevo recuerda a su ídolo Mao:
«Stalin defendió el materialismo dialéctico, pero a veces carecía de materialismo y, en cambio, practicaba la metafísica. Escribió acerca del materialismo histórico, pero con frecuencia sufría de idealismo histórico. Parte de su comportamiento −como irse a los extremos, alimentar el mito personal y avergonzar a los otros−, no es, de ninguna manera, materialismo. Antes de mi encuentro con Stalin, yo no tenía buenos sentimientos hacía él. No me gustaba leer sus obras: he leído solamente «Sobre los fundamentos del leninismo», un largo artículo criticando a Trotski, y «Los éxitos se nos suben a la cabeza», menos aún me gustaban sus artículos sobre la revolución china». (Mao Zedong; Conversación con la delegación de la Liga Comunista de Yugoslavia, entre los días 15 y 28 de septiembre, 1956)
Es sumamente gracioso el número de presuntuosos que califican obras de Stalin como «Fundamentos del leninismo» (1924) o «Materialismo dialéctico y materialismo histórico» (1938) de «libros que no aportan nada». Para estos señores sintetizar el marxismo-leninismo para las masas es un esfuerzo vacío, pero curiosamente no son capaces luego de aplicar los «básicos» lineamientos contenidos en las obras que critican por simples y redundantes; y si no que el lector se fije en el aberrante concepto de partido en lo organizativo e ideológico que suelen adoptar. ¿Acaso estos sujetos escribieron algo de un nivel cualitativamente mejor que Stalin? Ni en sueños, pero la arrogancia es muy atrevida. Estos sujetos por lo general, también silencian los aportes de Stalin a la doctrina marxista. Para ellos obras como: «El marxismo y la cuestión nacional» [1913], «El marxismo y los problemas de la lingüística» (1950) o «Problemas económicos del socialismo en la URSS» (1952) no son dignas de mención, trascendentes o son consideradas «desviaciones de Stalin que se alejan del marxismo». Muchos de quienes sueltan tales comentarios despreciativos realmente lo consideran, en el mejor de los casos, como una figura menor, y en otros casos se trata de verdaderos «antistalinistas», pero que no se atreven a reconocerlo por simple cobardía.
¿Y qué hay de toda la obra de construcción socialista en la URSS que Stalin encabezó? Avilés aquí nos dice en cuanto a Stalin que «… creo que engendró una élite aristocrática que acabo con la Unión Soviética», y que «…según mi punto de vista, por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas no permitían más que organizar los procesos de trabajo de la misma forma jerárquica que lo estaban los países capitalistas». Para decir no ser un trotskista repite a la perfección las tesis trotskistas sobre «Stalin como jefe de la burocracia», o las teorías derrotistas sobre la «imposibilidad de la construcción del socialismo».
Sobre Enver Hoxha también suele recurrir a epítetos similares sobre que «es un vulgar stalinista que no aportó nada nuevo», e incluso «distorsionó algunas cosas». Quizás para ellos combatir al titoísmo, el jruschovismo, el maoísmo y el eurocomunismo no significa nada de relevancia, y desarrollar una lucha de liberación y construir el socialismo en un país diminuto como Albania rodeado de enemigos no supone nada trascendente ni aporta nada nuevo. Para los revolucionarios, en cambio, la experiencia albanesa es una fuente inagotable de lecciones a extraer, tanto en lo negativo como sobre todo en lo positivo.
Sobre la lucha que los marxista-leninistas llevan contra las tergiversaciones del revisionismo a nivel nacional o internacional, y en palabras de Avilés: «Yo no le doy mucha importancia», porque directamente no está de acuerdo con tal ejercicio. Según él, «Raúl Marco me contó agradecido que Líster, pese a ponerle una pistola en la sien, asistió al funeral de Elena Ódena», ¡como si eso le exonerase de su falta de principios! Y añadió que: «Lo mismo ocurría con la Pasionaria», es decir, que también la exonera de sus «travesuras» y «diferencias» con ella. Para estos tipos, las luchas históricas del PCE (m-l) contra las desviaciones de principios del PCOE de Líster o del PCE de Ibárruri son lo que algunos engreídos llaman «el aburrido arte de citar» y un «trabajo de rata de biblioteca» que «no interesa a las masas». Lo importante para estos sujetos es «alzar la bandera de la unidad» a cualquier precio, creyendo que con eso se diluyen las deficiencias ideológicas y organizativas de sus respectivos grupúsculos −tanto el PCE (m-l) de Marco como el REM de Avilés−. Por eso ambos mantienen cordiales relaciones con grupos maoístas como Iniciativa Comunista (IC) o Unión Proletaria (UP).
Es cómico que gente con alergia a la formación teórica, y que no ha sabido tener una constancia ideológica clara en toda su vida, sino un pobre activismo ciego −sin transcendencia para el movimiento obrero−, trate de dirimir qué debates son los de importancia.
Justamente por el poco valor que se le da a la formación, al estudio y a los principios ideológicos, es que nos encontramos con algunas perlas en REM como en materia de cuestión nacional; sin pasar vergüenza, uno de sus militantes, Carlos Cámara, llegó a presentar el modelo de opresión nacional chovinista de la Yugoslavia de Tito como ejemplo a seguir para España, argumentando como dicho modelo sería una unidad que fortalece a los pueblos. Olvida no solo que el régimen titoísta fue condenado por Stalin o Hoxha por su vinculación político-económica al imperialismo, sino que los datos y el tiempo les darían la razón sobradamente. Veamos algunos datos de los últimos años de vida de Tito y de los últimos años del moribundo régimen, que son contrastables por cualquier fuente favorable o desfavorable. En 1978 había más de un millón de personas sin trabajo, suponiendo una tasa de desempleo de cerca del 12%, y que en 1984 ascendía ya al 15%. Para 1980 había una deuda respecto a los imperialismos occidentales de cerca de 20.000 millones, con un 21% de los ingresos destinados a la deuda, siempre siguiendo fielmente los consejos y las reformas pedidas por el FMI. Al llegar el año 1984 el nivel de inflación alcanzado fue del 64%, que en 1989 alcanzaría la insoportable cifra de más de 350%. El número de huelgas que en 1980 asoló el país fue de 247, afectando a unos 13.000 trabajadores; para 1988 ascenderían a 1.851, afectando aproximadamente a unos 386.000 trabajadores. El nivel de emigración, en su mayoría destinada a países occidentales, llegó en 1978 a 1,3 millones de personas, siendo más del 50% de ellos menores de 30 años. Respecto a la cuestión nacional, quizás la piedra angular de la propaganda titoísta, estaba lejos de solucionarse, existiendo un desequilibrio brutal entre regiones como Serbia y Eslovenia respecto a Macedonia, Bosnia o Kosovo en materia de desempleo, industrialización, analfabetismo, etc., un modelo basado en una competencia feroz entre repúblicas, sazonadas de un nacionalismo rampante. El titoísmo no permitió en ningún momento el derecho de autodeterminación, es más, aplastaría por la fuerza toda manifestación de autonomía, como ocurriría en Kosovo en varias ocasiones.
Esa es la herencia de Tito o Milósevic que hoy quieren recuperar algunos ignorantes inconscientes o dementes conscientes.
Ya lo veis. A los líderes de este tipo de grupos republicanos no les pidáis análisis muy extensos sobre temas concretos del pasado o presente, no les exijáis deslindar los campos que diferencian a un comunista de un liberal; a un revolucionario de un demagogo. Su solución a todo es «república, república y república», eso sí, siempre «al servicio del pueblo».
El colmo de esta farsa es que un grupo «republicano» vaya a la zaga de una organización que escamotea la cuestión republicana y hace alardes a la Constitución (1978) como Podemos. REM pretendía reflotar el barco de Podemos en un momento en que todos los marineros se habían tirado por la borda, y donde el proyecto no aspiraba a más que ser la flotilla consorte del sanchismo del PSOE, que es realmente el buque insignia del gobierno actual y los conduce a las aguas de la socialdemocracia, bien conocidas por todos.
Para mostrar el daño que causan estos grupos y los partidos en los que hacen entrismo, podemos observar el análisis que hacen sobre sus malos resultados en las elecciones. Desde medios cercanos a Podemos-IU nos venden que la «abstención de la izquierda» es culpa de su paulatina pérdida de poder, y que al mismo tiempo esto «le da alas al fascismo». Muy bien, ¿y quién es el responsable? Aquí, como siempre, no valoran que sus políticas cada vez más escoradas hacia la derechista sean el motivo principal de sus continuos fracasos electorales y del aislamiento con respecto al ciudadano de a pie, sino que la culpa siempre es, por supuesto, de las «masas ignorantes», nunca de los «sabios dirigentes». Aceptar esta visión nos aboca, precisamente, a que el fascismo, a poco que sea inteligente, siga ganando adeptos. Lamentablemente, ha sido REM y otros grupos los que han contribuido a sostener este patético y cómico relato, por lo que la factura habría que pasársela a ellos.
En conclusión: grupos eclécticos los hay y los ha habido a pares, y no tienen que enseñar nada a nadie. Por ejemplo, tenemos hoy al Partido de Trabajo Democrático (PTD), que también le hace el juego a Podemos. De su entrismo solo saldrá su disolución en él, como ocurre siempre; véase el trotskismo, o la antigua ORT y su final deshonroso en el PSOE. Estos grupos acaban matándose en una lucha fraccional como la que sufrió Podemos con las salidas del grupo de Errejón y los anticapitalistas. Este resultado es lo normal, como advertimos desde su fundación en 2014, porque un partido político sin principios sólidos, que reúne en su seno tendencias de todo tipo, acaba desmembrado y haciendo aguas por todos lados.
Los pretendidos «comunistas» que realizando «tácticas entristas» −para tomar la fortaleza desde adentro− o piden el voto por agrupaciones como estas y les siguen públicamente en sus peores decisiones −hasta no ser expulsados−, a lo máximo que llegan es a declarase «aliados críticos». Pero si no exponen tales errores a cada paso, no están ayudando a los trabajadores, como pretende REM. Por el contrario, son un sustento más para esas organizaciones que dicen «apoyar, pero combatir críticamente». Por eso las masas no los suelen considerar diferentes del jefe o militante de Podemos/IU clásico. No digamos si militan en ellas y moderan la crítica una y otra vez para «no ser expulsados» y «poder seguir trabajando» −único motivo plausible para mantenerse allí a mediano-largo plazo−. De otro modo, si realmente se hicieran críticas duras y que cambiasen la mentalidad de la militancia general ya estarían fuera de ese sitio, porque supondrían un problema ante el cual, históricamente, los cabecillas contestan con sanciones y expulsiones arbitrarias; de ahí la estupidez del entrismo trotskista.
Los militantes de REM creen que, pese a todo, están lo suficientemente organizados y dotados ideológicamente de recursos para influir sobre otros grupos. Aunque ya se ha visto que tratar de influir en otro surtido de corrientes como es Podemos o IU apenas les ha servido para diluirse en ellas. Pero lo cierto es que no son conscientes de estas cuestiones, y la mayoría de sus líderes pasarán a mejor vida sin comprender esto. En este estado de confusión observamos clásicas luchas fraccionales −de hecho, hay artículos de REM que son réplicas a otros de otra fracción del grupo−, y el propio Avilés nos habla de la existencia de mínimo tres tendencias. En un artículo REM defiende a la formación morada diciendo que «Podemos representa las aspiraciones reformistas de ese amplio colectivo social, nutrido fundamentalmente por asalariados», pero eso no le impide promover entre sus adheridos que unos ingresen en IU y otros en Podemos, creyendo eso sí que «la opción más correcta es ingresar en Izquierda Unida» porque según ellos IU es infinitamente más «democrática» y «comparativamente, sus militantes son menos electoralistas, la conciencia de clase está más aferrada, los principios están más firmemente sujetos». Esto sin sonrojo alguno. Como se ve, los debates en REM no han sido en torno a cómo arrebatar a estas formaciones sus militantes y traerlos hacia posiciones revolucionarias, sino discutir cuál de las dos es mejor para realizar entrismo.
Como resultado, lo que ha obtenido REM es cosechar fracasos, deserciones, riñas internas y ser absorbidos por grupos como Podemos, o seccionados en nuevas escisiones como «La Maza» (*). Esto es normal. Pequeños grupos y escisiones como esas brotan a diario. Muchos nacen, se desarrollan y mueren sin pena ni gloria. El motivo de tal fenómeno es que, cuanto más ecléctica es una organización, con más fuerza se hace notar la fuerza centrífuga en su seno, más rápido se descompone, aunque la acción personal de sus actores es un factor nada desdeñable. Los planes fantasiosos, mecanicistas y metafísicos de estos cabecillas llevan a la atrofia en el partido −aunque dudamos de que alguna vez esta gente haya comprendido o sabido aplicar la dialéctica en sus planes−, lo que conduce a que su organización sufra el mismo fenómeno que uno puede observar con el agua estancada: si no existe suficiente corriente, si no existe una fluidez del agua que permita que todo siga un ciclo correcto, en dicho lugar empiezan a proliferar todo tipo de «enfermedades» −liberalismo, aislacionismo de la realidad, miopía política, burocratismo, etcétera−, mientras la charca ya es disputada por diversos «insectos» −los cabecillas de cada corriente− cada uno con un fin propio, beneficiándose de dicho lugar hasta que crean preciso irse a otro −fundación de un nuevo partido−. Ahora, lo que queda de ese barco ruinoso capitaneado por el viejo Avilés, parece buscar puerto en el podrido PTE, que no deja de ser otro grupúsculo sin principios. Pero bueno, dejemos que continúe su viaje fúnebre.
b) En cuanto a la escisión de REM, «La Maza», esta afirma que se ha convertido en un colectivo «marxista-leninista». Su congreso de 2019 bien podría pasar por el que ha realizado el PCE (m-l), por el número de escuetas explicaciones y abundante formalidad, donde se dicen obviedades o no se argumentan sus posicionamientos de dudoso acierto.
Pese a declararse más revolucionaria que REM en muchas cuestiones, y pese a reivindicarse como «grupo comunista» que «ha superado el derechismo de REM», La Maza no cesa de repetir los dogmas aprendidos de memoria en su vieja organización. En su «Línea Política» −del Primer Congreso (2019)− podemos contemplar con sorna la idea de que: «La clase trabajadora no es la única que está interesada objetivamente en acabar con un régimen dirigido, para su expansión, casi exclusivamente, por un sector concreto de la burguesía: la oligarquía. Existen otros sectores, incluso dentro de la burguesía, que pueden ser aliados en la lucha contra el régimen». Algo que está claramente inspirado entre el republicanismo y el maoísmo, exactamente el mismo discurso que mantiene REM.
También vemos ese concepto «antiimperialista» sacado del tercermundismo donde se considera al reformismo del socialismo del siglo XXI como «movimientos emancipatorios de la nación», con «un carácter antiimperialista», como así «mostrarían los ejemplos de Latinoamérica o el Congo». ¡Felicitamos a la dirección de La Maza por el exhaustivo estudio que deben haber hecho de la economía del régimen del Congo! −nótese la ironía−. Como nota curiosa, este grupo se plantea «combatir al oportunismo» en el movimiento obrero, pero carece de un solo estudio que explique al público la razón de la hegemonía de este en el movimiento obrero.
Y no es el único tema donde siguen secuestrados por la lógica del discurso seguidista e improvisado. Es inevitable no destacar las flores que dedican hacia el feminismo, al que consideran como «uno de los principales motores del cambio de valores que opera en la sociedad», pidiendo que «uno de los objetivos de la lucha feminista» sea «acabar con esas políticas neoliberales y patriarcales». Como vemos, el entrismo en Podemos durante años ha acabado por hacerles mella.
Solo hay que ver el seguidismo que han dedicado hacia la cuestión del «pin parental», donde se han tragado por completo el relato del PSOE/Podemos sobre la educación y sus necesidades. Véase el capítulo: «El feminismo gubernamental, la cuestión del pin parental y el clásico seguidismo» (2020).
En dicho congreso de «La Maza» tampoco hay un análisis pormenorizado de la historia del movimiento obrero nacional e internacional para que el público observe si han evolucionado en su devoción hacia las figuras y experiencias falsamente marxistas que alababan en REM. Sus militantes aluden a «falta de tiempo», pero es el mismo tiempo que no les ha faltado para denominarse como «organización de facto» y reclamar un puesto al sol entre el mundillo revisionista, pese a no tener una línea clara sobre nada salvo frases manidas y recetas copiadas de otros grupos. La única carta que juegan estos líderes es la fe de los incautos sobre las promesas de que ellos son revolucionarios y han superado sus antiguos errores y vacilaciones. Pero dado que los marxistas no somos creyentes, no hacemos actos de fe, queremos pruebas materiales; y no vemos ese cambio cualitativo prometido.
La Maza también realiza las mismas arengas formalistas a la «unidad» que otras organizaciones, aunque no es capaz de poner sobre la mesa ni siquiera sus posiciones políticas. Es más, condenan como «teoricismo» tales exigencias y exigen, como aquellas organizaciones maoístas de los 60, una inmediata unión de «los revolucionarios en la acción práctica», para «formar el partido», y ya si eso después, una «evaluación de la línea» para comprobar si las acciones han sido correctas y han dado sus frutos, de ahí que sus coqueteos con prorrusos como el PCPE y maoístas como IC, aunque aún sin resultados visibles. ¿Qué ha ocurrido? Fácil. Como dijeron los marxista-leninistas franceses de aquellos años, como «L'emancipation», la línea no se crea después de la organización, la precede, y la organización tampoco tiene poderes sobrenaturales para solventar los problemas ideológicos de sus miembros, ni el practicismo ciego de una secta conduce nunca a nada productivo.
Una nota final para estos grupos y otros del estilo
Sabemos que muchos «centristas», o incluso algunos militantes de estas organizaciones que simpatizan con nosotros, dirán: «No podemos alegar nada en contra de vuestras críticas», pues «ciertamente vuestras exposiciones son irrefutables y «vuestro nivel de clarificación ideológico» es «tan ilustrativo como necesario en nuestros tiempos» −como ha pasado a la postre con «La Maza»−. Sin embargo, a continuación, apelando al sentimentalismo tradicional, añadirán el pero de que: «No podemos olvidar que en los partidos revisionistas −como el actual PCE (m-l)−, o en organizaciones republicanas −como Rps o REM−, e incluso en partidos socialdemócratas como Podemos o IU, existen personas válidas y honestas». ¿Qué responder a esto? Lo que hemos dicho siempre. ¿Que existen militantes honestos y válidos en todos estos sitios? No lo negamos. Es muy posible que estén algunos de ellos estén atravesando por un lento y dificultoso proceso de rectificación; que estén intentando resolver sus fuertes contradicciones ideológicas; que estén mostrando claras discrepancias con su dirección regional o nacional; que se están replanteando aspectos de importancia máxima sobre la línea errónea de estos partidos, la cual cada vez se corresponde menos con su propia visión del mundo. ¿Que incluso algunos simpatizan con el comunismo? Tampoco lo dudamos. Esto es posible, como ocurre en muchos partidos, sindicatos y asociaciones que ni siquiera se reivindican como comunistas. Ahora bien, la «honestidad» de estos militantes, su «comunismo», se demuestra y se demostrará más adelante con su actitud hacia las críticas marxistas, hacia los axiomas de la doctrina demostrados empíricamente −y no por capricho personal−, al final, la coherencia de su pensamiento honesto y consecuente se medirá observando si rompen o no con las concepciones, procedimientos y actitudes de este tipo de organizaciones. En ver si, finalmente, dan el paso cualitativo de abandonarlas cuando vean que son irrecuperables, que pierden el tiempo. No pocos serán lo suficientemente conscientes, ahora mismo, como para saber, en lo más hondo de su fuero interno que pertenecen a grupos sumamente débiles y pusilánimes, no tanto por su número de seguidores, sino por sus planteamientos incoherentes que no conducen más que a una zozobra de decepciones y fracasos anunciados. Más tarde, su plena consecuencia o su extrema palabrería se pondrá a prueba de la misma forma que le ha ocurrido a otros revolucionarios −sin partido o provenientes de otras organizaciones fallidas− a lo largo de la historia: observando si están dispuestos a unirse con otros sujetos desorganizados o se lo toma como un pasatiempo; observando si reniegan de cualquier resquicio fútil del pasado o es preso de la tradición; en definitiva, observando en si aceptan las normas del centralismo democrático y ayudar a crear un colectivo que sea coherente con sus axiomas hasta las últimas consecuencias.
Ser marxista-leninista no es sinónimo de formar parte de una casta de elegidos que albergan un conocimiento dificilísimo de adquirir para el resto de los mortales. El problema más bien es que la mayoría de la gente que tiene un nivel ideológico, ya sea bajo, medio o alto, ha adquirido un conocimiento que comprende en lo fundamental pero no llega a ponerlo en práctica por cobardía, sentimentalismo, pragmatismo o la razón que sea. De ahí lo inútil que es acumular montañas de conocimiento ad infinitum sin atreverse a aplicar lo más básico a la hora de la verdad, sin tratar de entablar relación con sus homólogos que sí cumplen con esos valores. No podemos considerar como tal a quien, bien sea a título colectivo de organización, bien a título individual, demuestra un total desprecio por el estudio profundo de la doctrina y, a cambio, cree compensarlo ofreciendo un activismo inconsciente, espontaneísta. No entra dentro del orden de cosas normales aquél que se contenta con hacer acto de presencia en diversos actos, pero evita, por miedo a crear antipatías, el mantener un discurso independiente basado en un análisis riguroso. Como tampoco se entiende que el sujeto esté cumpliendo con el requisito de llevar a cabo una formación ideológica interna efectiva si solo se pone a ello cuando el resto de compañeros insisten día y noche en que dedique tiempo a elevar su deficiente nivel de comprensión lectora, expresión escrita u oratoria. No podemos considerar de los nuestros a quien no ha entendido la importancia de la lucha contra el oportunismo en el movimiento emancipador, a quien no estudia la historia presente y pasada del movimiento nacional e internacional, a quien acepta mitos y no investiga por cuenta propia, sino que acepta lo que otros le afirman sin argumentaciones, a quien condena una rama o tradición revisionista, pero al momento rehabilita otra diferente −sea esta corriente más apegada al reformismo o al anarquismo−. No podemos considerar de los nuestros a quien se niega a asumir sacrificios −según sus posibilidades− en el trabajo práctico para ligarse a las masas y popularizar nuestra visión, a quien hace de la disciplina un chiste. No podemos dejar de mirar con sospecha a quien repite el eslogan de la «crítica y la autocrítica», pero en cuanto las críticas de los compañeros apuntan hacia su persona, hace gala de un orgullo personal mal entendido que lastra su propio desarrollo, así como el de su grupo. Del mismo modo, está lejos de nosotros quien confunde la visión marxista sobre la cuestión de género con el llamado feminismo −aunque se le acompañe de la coletilla «de clase»−, o quien en la cuestión nacional cae en el chovinismo de uno u otro nacionalismo y desea imponer soluciones por la fuerza a los pueblos. Claro es que no podemos considerar revolucionario a quien en sus análisis internacionales cae de una forma u otra en tesis «tercermundistas», apoyando a un bloque imperialista o considerando «antiimperialista» a regímenes burgueses de poca monta vinculados a uno o varios imperialismos. Podríamos seguir recordando hasta el día del juicio final perogrulladas que distinguen a un revolucionario ejemplar de su caricatura, y seguir citando situaciones que resultan familiares a nuestros lectores, pero creemos que es más que suficiente.
A razón de ello, es del todo estúpido teorizar que nosotros debemos absorber automáticamente las escisiones que se dan y se seguirán dando en estas agrupaciones. Todo lo contrario: se debe tener especial cuidado, ya que la mayoría de sujetos que abandonan estos lugares lo hacen por cuestiones personales, porque desaparece la estructura o por cuestiones ideológicas tan ínfimas que no completan una ruptura plena con la tradición de la cual proceden, simplemente, mutan, se adaptan a otros entornos. Por consiguiente, si esos sujetos, nos referimos a los más avispados, ambiciosos y disciplinados, acaban siendo conscientes de su desdicha, de su falta de productividad, del carácter reaccionario de la dirección de esas estructuras y del nulo papel que cumplen bajo su égida, es lógico pensar que no durarán mucho dentro de ellas. Ahora, esto no quiere decir que, por darse cuenta de lo fundamental, estén automáticamente liberados o inmunizados de toda esa «cultura militante» que ellos mismos han cultivado y promovido durante tanto tiempo. Esto implica además otro requisito: si estos elementos han roto verdaderamente con tales patrones a través de una larga reflexión y experiencia, tendrán que autocriticarse sin sentimentalismos que valgan y adherirse, finalmente, a la línea argumentada y correcta sin excusas de ningún tipo. Esto será necesario y demostrativo tanto para sí mismos como para sus compañeros. Si no es así, solo podemos decir que no pasarán nunca de ser, a lo sumo, meros simpatizantes y, quizá, aliados en alguna cuestión determinada; pero nada más.
El republicanismo moderno es, objetivamente hablando, menos progresista que el antiguo
Actualmente hay muchos republicanos que tiran de la figura de Pi i Margall, repitiendo algunas de sus palabras para justificar sus desviaciones:
«Propagad las ideas, difundidlas y, si verdaderamente deseáis el triunfo de la República, sed disciplinados, no promováis nunca entre vosotros la discordia. Dirigid vuestros ataques a los enemigos, no a los amigos ni a los que estén en las lindes de vuestro campo. Para todo fin inmediato y concreto no vaciléis en aceptar o buscar el apoyo de los demás republicanos. Huid sólo de las coaliciones permanentes». (Francisco Pi y Margall; Discurso en el XVIII aniversario de la I República, 12 de febrero de 1891)
Con esta cita pretenden justificar que sus partidos cierren filas y no acepten críticas de fuera ni de dentro, cosa que tampoco era la intención de Pi y Margall como se ve si uno lee su obra. En ella critica a los republicanos que no entendían que estar en una «discordia permanente» donde llegan a combatirse como «los más encarnizados enemigos», pero «sin que los separare cuestión alguna de principios», es una pérdida de energías. A la vez critica la desconfianza que llevaría a algunos a entregar «a generales enemigos las fuerzas de la República» perdiendo el poder. Fustigaría también, que ante la desmoralización y deserción de algunos federalistas-republicanos, se pretendiese reflotar el partido aceptando a algunos progresistas que no querían seguir a Sagasta pero que no habían renegado de su «idea de república unitaria que, como tantas veces os he dicho, no es más que una de las fases de la monarquía». Por tanto, Pi y Margall, lejos de disipar las diferencias ideológicas, creía que estas eran muy importantes. Lo que había que combatir era la discordia por cuestiones mezquinas como meros personalismos, en lo que insiste una y otra vez, así como también el dedicar más tiempo del debido a cuestiones menores. En otra ocasión contra los «republicanos unitarios» y los intentos de fundar el partido bajo ideales forzosamente dispares, dijo:
«Abominando más el monarca que la monarquía vinieron a la república con sus antiguas preocupaciones y no quisieron sino convertir en electivo el poder hereditario. Dividieron y subdividieron el partido, quebrantándole la fuerza que la unidad le daba; y después, lejos de prestarse a reconstruirlo sobre idénticos principios, no han hecho sino concebir uniones, en la división basadas, que han sido a cuál más estériles». (Francisco Pi y Margall; Lecciones de controversia federalista, [publicado post mortem por su hijo Joaquín Pi i Arsuaga en 1931])
Descontextualizando aquello de «no criticar a quien está en tu campo o cerca de él», los republicanos actuales pretenden excusar su visión reformista y parlamentaria, su propio concepto pequeño burgués de la república por la que luchan y anhelan. No crea el lector que este tipo de republicanos rescatan lo más progresista del pensamiento de la figura barcelonesa del siglo XIX. Muy por el contrario, se suelen apoyar en las concepciones premarxistas de Pi y Margall: su crítica a la religión sobre sostenes panteístas, su inicial identificación de democracia con garantía para sí mismo, para el individuo y sus derechos frente al colectivo, el regir la descentralización en todos los campos como la panacea para todos los males, el exceso de celo en mantener una apariencia legalista de los revolucionarios frente a la necesidad de toma de decisiones apremiantes, etc.
Los republicanos justifican algunos de estos errores y limitaciones de Pi y Margall −comprensibles en cierta medida para la época y algunos rectificados a tiempo o al menos parcialmente− para continuar con vicios contemporáneos que deberían estar superados. Se aprovechan de ello para sacar a la palestra la vieja idea premarxista de que es mejor un partido grande, un partido de masas, teóricamente «por la fuerza que consigo llevan, luego porque imposibilitan el desarrollo de desatentadas y locas ambiciones y dan a cada cual el puesto que le corresponde según sus virtudes y sus talentos», cosa que no se confirma en la práctica siempre, y ello sin entrar en otros problemas que acarrea dicho gran «partido de masas» y que ya comentó el revolucionario bolchevique Lenin frente al concepto de partido menchevique de Martinov. Pero incluso en el tema ideológico los republicanos olvidan, como decíamos, que el propio Pi i Margall comentó que:
«Yo, advertidlo bien, no he de consentir jamás la abdicación de ninguno de los principios que constituyen nuestro dogma. (...) Los federales también nos dividimos. Nosotros sosteníamos y seguimos sosteniendo que no hay federación donde no se afirma la unidad de la nación por el libre consentimiento de las regiones y la unidad de las regiones por la libre voluntad de los municipios, y otros consideraron hasta sacrílego suponer que necesitase de afirmación una nacionalidad que dicen obra de los siglos». (Francisco Pi y Margall; Discurso en el XVIII aniversario de la I República, 12 de febrero de 1891)
Entiéndase aquí dogma como según la RAE: «Fundamento o puntos capitales de un sistema, ciencia o doctrina» y no como «Conjunto de creencias de carácter indiscutible y obligado para los seguidores de cualquier religión». El pensamiento de Pi fue condensado en:
«El concepto de democracia de Pi se articulará sobre tres bases mutuamente imbricadas: republicanismo, federalismo y socialismo». (Ramón Máiz; Federalismo, republicanismo y socialismo en Pi i Margall, 2009)
Con republicanismo nos podemos referir a una concepción de forma de gobierno, pero no solo eso. Pi y Margall no buscaba una «república unitaria» que uniese a los pueblos por la fuerza, la cual consideraba como igual a «una monarquía, pero con un gorro frigio», sino una república federal. Con federalismo se refiere a forma de organización del Estado, pero tampoco un federalismo rígido y en el fondo unitario como el alemán o estadounidense como advierte, sino uno en cual se aplique la máxima de que «entre soberanos solo caben pactos», adelantando en cierta forma el derecho a autodeterminación de los pueblos frente al «nacionalismo castellano» hegemónico en España. Con «socialismo» Pi y Margall buscaba una «revolución tanto social como política». Este socialismo primerizo no es todavía un socialismo en el sentido marxista, pero sí uno que repudia el libre mercado de la «economía política» liberal, con una honda preocupación por la cuestión social y el proletariado. En su visión política se detectan tendencias revolucionarias en sus objetivos para llegar al poder, se rectifica la defensa a ultranza del individualismo personal para empezar a considerar el individuo junto a la comunidad que le rodea: «aplaudimos también de todo corazón la nueva ciencia que, sin negar la libertad ni la personalidad, busca en la idea de la justicia y en el derecho que la traduce la solución a las cuestiones relativas al trabajo. Somos partidarios de la economía social, somos socialistas».
En resumidas cuentas, visto en perspectiva podemos considerar que el pensamiento de Pi i Margall contenía nociones interesantes y muy progresistas para su época concreta −el siglo XIX− y su contexto −pues recordemos que el socialismo científico apenas se había popularizado en tierras hispanas−. En cambio, en relación al republicanismo actual este desluce muchísimo en la comparativa: generalmente no llega ni siquiera a alcanzar la coherencia ideológica de los postulados pimargallistas. En nuestro tiempo este republicanismo moderno no solo falla en ser revolucionario, sino que es tan tibio y pusilánime que se torna en francamente reaccionario, adoptando posturas que deberían estar más que superadas; y ello pese a tener a su disposición una fuente de conocimientos en las ciencias sociales mucho más vasto, solo que este caudal es ocultado o ignorado por sus jefes, unas veces por oportunismo, aprovechando su demagogia para ganar adeptos, y otras por propio desconocimiento.
El republicanismo contemporáneo que impera en España tiene dos posturas políticas más o menos definidas. El primero no sobrepasa la idea de un sistema político liberal republicano −como tienen en mente los grupos marginales republicanos− pero al menos tienen la decencia de intentar luchar por él, como se ve en sus programas, consignas y actos. El segundo, totalmente aburguesado, solo muestra tal republicanismo en círculos cerrados y en frases de cara a la galería, nos referimos a los «grandes partidos» con presencia en el poder parlamentario, municipal, regional e incluso gubernamental. Estos ocultan o relegan ese republicanismo al haberse adaptado al sistema actual monárquico-parlamentario con el fin de no poner en peligro sus cuotas de poder −como ocurre con Izquierda Unida y sobre todo Podemos−. Aludiendo a la clásica excusa de que «ahora no toca plantear dicha cuestión», también rechazan revertir la situación con un hondo trabajo de agitación y propaganda. En lo relativo al modelo territorial y cuestiones como el federalismo, suelen aceptar en teoría «el derecho a decidir» de los pueblos, pero adoptan una postura ambigua sobre el derecho de autodeterminación, teorizan que el derecho a decidir le corresponde no a la región oprimida sino a toda España, y normalmente esquivan condenar los abominables actos reaccionarios y chovinistas de partidos como PP-PSOE, de hecho, acatan la ley constitucional y condenan los actos de rebeldía de las naciones oprimidas. En cuanto a socialismo, la mayoría han rechazado ya esa palabra, aceptan la «economía de mercado» como su nuevo becerro de oro, y si no es así, su modelo de «socialismo» es más cercano a las recientes y fracasadas experiencias reformistas del «socialismo del siglo XXI», el cual tampoco tiene nada que ver con el modelo marxista.
Tampoco se atienen a los consejos de Pi y Margall de utilizar los medios legales e ilegales para luchar por la república, pues creen hondamente en el juego parlamentario, mientras el barcelonés dijo estar: «Cansado de repetir que no creo que por las vías legales pueda llegarse a la República... por el parlamento no se llega aquí ni siquiera a un mal cambio de gabinete». A esto un inciso. El abril de 1931 y la proclamación de la República demostró que, efectivamente, se puede llegar a la república democrático-burguesa por «medios pacíficos» sin excesivos problemas, pero no hay que reducir esta situación al gran «consenso político» de las fuerzas «democráticas», como tanto acostumbran los historiadores liberales y socialdemócratas, sino que hay que tener muy presente el trasfondo social de movilizaciones, huelgas y protestas. Los comunistas de entonces veían el advenimiento de la II República (1931-36) como la última carta a jugar por las clases explotadoras, una medida desesperada para lavarle la cara a su último régimen −el de Primo de Rivera−. Si bien los primeros gabinetes de los gobiernos republicanos otorgaron algunas concesiones para calmar los ánimos, en las instituciones oficiales permanecieron los mismos de antes. De otro modo, si no es bajo tales condiciones, ese tránsito «relativamente pacífico» parlamentario de monarquía a república no se suele producir. Entiéndase que, en periodos normales, tranquilos, nunca se produce una alteración en la forma de dominación política, no a menos que la burguesía haya calculado previamente que este cambio le va a resultar ampliamente beneficioso; de otro modo, si este ocurre, lo será porque los dirigentes se ven forzados por unas circunstancias sociales convulsas y en creciente efervescencia −como también fue la transición en España del fascismo a la monarquía democrático-parlamentaria a partir del año 1975−. En caso de que cualquiera de las dos variantes −o ambas a la vez− ocurran, no hay una ruptura traumática: los capitalistas tratarán −por todos los medios a su alcance− de adaptarse y comandar el nuevo proyecto, y si para ello necesitan apoyarse en los restos del viejo edificio, lo harán». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2020)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
(*) Véase el documento de La Maza sobre su autodisolución: «Disolución de «La Maza» (2022).
(*) Véase el documento de La Maza sobre su autodisolución: «Disolución de «La Maza» (2022).
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