martes, 26 de diciembre de 2023

Engels hablando sobre las ciencias exactas, las ciencias naturales y las ciencias sociales

«Si alguna vez llegara la humanidad al punto de no operar más que con verdades eternas, con resultados del pensamiento que tuvieran validez soberana y pretensión incondicionada a la verdad, habría llegado con eso al punto en el cual se habría agotado la infinitud del mundo intelectual según la realidad igual que según la posibilidad; pero con esto se habría realizado el famosísimo milagro de la infinitud finita.

Pero ¿no hay verdades tan firmes que toda duda a su respecto nos parece locura? Por ejemplo, que dos por dos son cuatro, que los tres ángulos de un triángulo suman dos rectos, que París está en Francia, que un hombre sin alimentar muere de hambre, etc. ¿Hay, pues, verdades eternas, verdades definitivas de última instancia?

Ciertamente. Es bien sabido que podemos dividir todo el ámbito del conocimiento en tres grandes sectores. El primero comprende todas las ciencias que se ocupan de la naturaleza inerte y que son más o menos susceptibles de tratamiento matemático: la matemática, la astronomía, la mecánica, la física, la química. El que guste de aplicar palabras majestuosas a cosas muy sencillas, puede decir que ciertos resultados de estas ciencias son verdades eternas, definitivas verdades de última instancia: razón por la cual se ha llamado exactas a estas ciencias. Pero no todos los resultados. Con la introducción de las magnitudes variables y la ampliación de su variabilidad hasta lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, la matemática, tan rigurosa en general en sus costumbres, ha cometido su pecado original; ha comido la manzana del conocimiento, la cual le ha abierto la vía de los éxitos más gigantescos, pero también de los errores. Se perdió para siempre el virginal estado de la validez absoluta, de la inapelable demostración de todo lo matemático; empezó el reino de las controversias, y hemos llegado ahora a una situación en la cual la mayoría de la gente diferencia e integra no porque entienda lo que hace, sino por mera fe, porque el resultado ha sido hasta ahora siempre correcto.

Aún peor es lo que ocurre en la astronomía y la mecánica, y en la física y la química uno se encuentra en medio de hipótesis como en medio de un enjambre de abejas. Ni tampoco es la ciencia posible de otra manera. En física nos encontramos con el movimiento de moléculas, en química con la formación de moléculas a partir de átomos y, a menos que la interferencia de las ondas luminosas sea una fábula, no tenemos perspectiva alguna de poner jamás ante nuestros ojos esos interesantes objetos y verlos. Las verdades definitivas de última instancia van a resultar curiosamente escasas con el tiempo.

Aún peor estamos con la geología, la cual, por su naturaleza misma, se ocupa de procesos en los cuales no hemos estado presentes ni nosotros ni ningún hombre. La cosecha de verdades definitivas de última instancia es consiguientemente cosa de mucho esfuerzo y, por tanto, muy escasa.

La segunda clase de ciencias es la que comprende la investigación de los organismos vivos. En este terreno, se despliega una tal multiplicidad de interacciones y causalidades que toda cuestión resuelta plantea una multitud de cuestiones ulteriores, y cada cuestión particular no puede generalmente resolverse sino a pasos parciales, mediante una serie de investigaciones que a menudo requieren siglos; y la necesidad de una concepción sistemática de las conexiones obliga siempre y de nuevo a rodear las verdades definitivas de última instancia con todo un bosque exuberante de hipótesis. Piénsese en la larga serie de estados intermedios que han sido necesarios, desde Galen hasta Malpighi, para establecer correctamente una cosa tan sencilla como la circulación de la sangre en los mamíferos, o lo poco que sabemos del origen de los corpúsculos de la sangre, o la cantidad de eslabones intermedios que nos faltan, por ejemplo, para enlazar las manifestaciones de una enfermedad con sus causas en una conexión racional. Frecuentemente se producen además descubrimientos como el de la célula, que nos obligan a someter a una revisión total todas las verdades definitivas de última instancia registradas hasta el momento en el campo de la biología, y a eliminar para siempre un gran montón de ellas. Por tanto, el que en este ámbito quiera establecer auténticas verdades inmutables tendrá que contentarse con trivialidades como: todos los hombres tienen que morir, todos los mamíferos hembras tienen glándulas mamarias, etcétera. Ni siquiera podrá decir que los animales superiores digieren con el estómago y los intestinos y no con la cabeza, pues la actividad nerviosa centralizada en la cabeza es necesaria para la digestión.

Pero aún peor es la situación de las verdades eternas en el tercer grupo de ciencias, el grupo histórico, que estudia las condiciones vitales de los hombres, las situaciones sociales, las formas jurídicas y estatales con su sobrestructura ideal de filosofía, religión, arte, etc., en su sucesión histórica y en su resultado actual. En la naturaleza orgánica nos encontramos por lo menos con una sucesión de procesos que, en la medida en que se trata de nuestra observación inmediata, se repiten con bastante regularidad en el seno de límites bastante amplios. Las especies orgánicas siguen siendo a grandes rasgos las mismas que en tiempos de Aristóteles. En cambio, en la historia de la sociedad las repeticiones de situaciones son excepcionales, no son la regla, en cuanto rebasamos las situaciones primitivas de la humanidad, la llamada edad de piedra, y cuando se producen tales repeticiones no tienen lugar nunca exactamente en las mismas condiciones. Así ocurre, por ejemplo, con la presencia de la propiedad colectiva originaria de la tierra en todos los pueblos cultos y la forma de su disolución. Por eso en el terreno de la historia humana estamos con nuestra ciencia mucho más atrasados que en el de la biología; aún más: cuando excepcionalmente se llega a conocer la conexión interna de las formas de existencia sociales y políticas de una época, ello ocurre por regla general cuando esas formas están ya en parte sobreviviéndose a sí mismas y caminan hacia su ruina. El conocimiento es aquí, pues, esencialmente relativo, en cuanto se limita a la comprensión de la coherencia y las consecuencias de ciertas formas de sociedad y Estado existentes sólo en un tiempo determinado y para pueblos dados, y perecederas por naturaleza. El que en este terreno quiera salir a la caza de verdades definitivas de última instancia, de verdades auténticas y absolutamente inmutables, conseguirá poco botín, como no sean trivialidades y lugares comunes de lo más groseros, como, por ejemplo, que los hombres no pueden en general vivir sin trabajar, que por regla general se han dividido hasta ahora en dominantes y dominados, que Napoleón murió el 5 de mayo de 1821, etc.

Pero es muy curioso que las supuestas verdades eternas, las verdades definitivas de última instancia, etc., se nos propongan las más de las veces precisamente en este terreno. En realidad, sólo proclama verdades eternas como el que dos y dos son cuatro, el que los pájaros tienen pico u otras afirmaciones semejantes, aquel que procede con la intención de basarse en la existencia de verdades eternas en general para inferir que también en el terreno de la historia humana hay verdades eternas, una moral eterna, una justicia eterna, etc., las cuales aspiran a una validez y un alcance análogos a los de las nociones y aplicaciones de la matemática. En este caso podemos esperar con toda seguridad que dicho amigo de la humanidad va a aprovechar la primera ocasión para declararnos que todos los anteriores fabricantes de verdades eternas fueron más o menos asnos y charlatanes, estuvieron todos presos en el error y fracasaron completamente; tras lo cual, considerará que la existencia del error de aquéllos y de su falibilidad es una ley natural y prueba de la existencia de la verdad y el acierto en él; él, el profeta último, trae la verdad definitiva de última instancia, la moral eterna, la justicia eterna, ya lista y terminada en su mochila. Todo esto ha ocurrido tantos centenares y miles de veces que hay que asombrarse de que haya hombres lo suficientemente crédulos para creer eso no ya de otros, sino de sí mismos. Pese a lo cual, estamos ahora al menos en presencia de un tal profeta, sumido en cólera altamente moral, según vieja costumbre, cuando otras gentes se niegan a admitir que algún individuo sea capaz de suministrar la verdad definitiva de última instancia. Esa negación, incluso la mera duda, es, según él, un estado de debilidad, grosera confusión, nulidad, un corrosivo escepticismo peor que el mero nihilismo, confuso caos y otras tantas cosas amables más. Como en todos los profetas, tampoco aquí se procede por investigación crítico-científica para alcanzar el juicio, sino que se condena sin más con truenos morales.

Habríamos podido añadir a las ciencias citadas antes las que investigan las leyes del pensamiento humano, es decir, la lógica y la dialéctica. Pero tampoco en ellas es mejor la situación de las verdades eternas. El señor Dühring declara que la dialéctica propiamente dicha es un contrasentido, y los muchos libros que sobre lógica se han escrito y siguen escribiéndose prueban suficientemente que también en esto las verdades definitivas de última instancia crecen mucho más dispersas de lo que algunos creen.

Por lo demás, no tenemos en absoluto que aterrarnos porque el nivel del conocimiento en el que hoy nos encontramos sea tan poco definitivo como todos los anteriores. Es ya un estadio que abarca un gigantesco material de comprensión y experiencia y exige una gran especialización de los estudios de todo aquel que quiera familiarizarse con alguna rama. Mas el que se empeñe en aplicar el criterio de la verdad auténtica, inmutable y definitiva de última instancia a conocimientos que por la misma naturaleza de la cosa o bien van a ser relativos para largas series de generaciones, sin poder completarse sino parcial y progresivamente, o bien, como la cosmogonía, la geología, o la historia humana −por las deficiencias del material histórico−, serán siempre incompletos y con lagunas, esa persona no demostrará con ello más que su propia ignorancia y desorientación, incluso en el caso de que, a diferencia de lo que ocurre con nuestro autor, el verdadero fondo de su posición no sea la pretensión de infalibilidad personal.

Verdad y error, como todas las determinaciones del pensamiento que se mueven en contraposiciones polares, no tienen validez absoluta más que para un terreno extremadamente limitado, como acabamos de ver, y como también el señor Dühring vería si tuviera un poco de familiaridad con los rudimentos de la dialéctica, los cuales se refieren precisamente a la insuficiencia de todos los contrapuestos polares. En cuanto que la aplicamos fuera de aquel estrecho ámbito antes indicado, la contraposición de verdad y error se hace relativa y, con ello, inutilizable para un modo de expresión rigurosamente científico; por lo que, si intentamos seguir aplicándola como absolutamente válida fuera de aquel terreno, llegamos definitivamente a la quiebra; los dos polos de la contraposición mutan en su contrario, la verdad se hace error y el error se hace verdad». (Friedrich EngelsAnti-Dühring, 1878)

martes, 12 de diciembre de 2023

La historia, una cuestión ideológica y política, Bernard Peltier, 1990

«La guerra ideológica librada, en una escala hasta ahora desconocida, por la burguesía en los años posteriores a la gran convulsión de Mayo del 68, condujo a una terrible decadencia del marxismo en nuestro país. Pero una vez que hubo logrado −creía que de manera definitiva− imponer la idea de la quiebra de la doctrina de Marx, la burguesía no se dio por satisfecha y prosiguió su ofensiva encaminada a destruir todo pensamiento crítico.

Así, después de haber proclamado la muerte del marxismo, de la teoría de la revolución, ahora trata de decretar la supresión del concepto mismo de revolución. En su pretensión reaccionaria de «exorcizar» todo lo que amenace la perpetuación de su dominación de clase, la burguesía cree poder cerrar el círculo que mantiene al proletariado prisionero de su dictadura, presentando la idea del derrocamiento del orden social como una violencia ilegítima, la posibilidad de una ruptura radical en la marcha de la sociedad como un disparate, la revolución como una peligrosa ilusión.

Con este afán de erradicar para siempre la esperanza en el cambio, de invalidar el propio proceso revolucionario como etapa necesaria en el desarrollo de las sociedades, la historia se convierte en una cuestión ideológica y política imprescindible, ya que para la burguesía se trata de erradicar cualquier sentido de desarrollo histórico, negar cualquier perspectiva histórica, imponer al proletariado la idea de la fatalidad de su condición actual, condenar a las clases dominadas al estrecho horizonte de lo inmediato. Es esta gigantesca mentira que todos los medios de propaganda tratan de hacer pasar por verdad absoluta, en el espacio y en el tiempo. Por otra parte, para realizar su aspiración a una nueva vida, para inventar su propio futuro, el proletariado debe redescubrir su memoria, no solo −como le gustaría a la burguesía− de sus fracasos y derrotas, sino más bien de su misión histórica, que consiste precisamente en liberar a la humanidad de la explotación de clase.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Literatura dramática del siglo XVIII; Gueorgui Plejánov, 1905


«El estudio de las formas de vida de los pueblos primitivos, confirma, de manera excelente aquella máxima del materialismo histórico por la que «la forma de vida, determina la conciencia del hombre». Como confirmación de ello, sería suficiente referirse a la conclusión a la que llegó Biuher en su notable estudio «Trabajo y Ritmo», donde dice: «He llegado a la convicción de que el trabajo, la música y la poesía, en la primera etapa de su evolución, se complementaban, mas el elemento fundamental de esta triada ha sido el trabajo, mientras los dos restantes sólo tenían importancia secundaria» [2]. Según el mismo autor el origen de la poesía está determinado por el trabajo, y quien conozca la literatura sobre esta materia, no acusará ciertamente a Biuher de exagerado. M. Hernes, dice sobre la ornamentación primitiva: «pudo haberse desarrollado sólo apoyándose en las actividades comerciales», y que a aquellos pueblos como por ejemplo los «Vedas» de Ceilán que no conocen aún ninguna actividad comercial, carecían de ornamentación. Véase la obra «La Historia del Arte Pictórico Primitivo en Europa» (1898). Esta conclusión es idéntica a la mencionada más arriba por Biuher. 

Las objeciones que les fueron hechas por personas competentes, no se referían a los fundamentos del concepto, sino a algunos de sus aspectos secundarios. En lo esencial, Biuher, sin lugar a dudas, tiene razón. Mas su conclusión, sólo se refiere al origen de la poesía. Y, ¿qué resta por decir de su ulterior evolución? ¿Cuál es la situación de la poesía y del arte en general en las etapas superiores de la evolución social? ¿Es acaso posible determinar la existencia de una relación consecuente entre la «forma de vida» y la «conciencia del hombre», y en caso afirmativo, en qué grado? ¿Entre la técnica y la economía de la sociedad por un lado y el arte por el otro? 

Buscaremos en este artículo las respuestas a estos interrogantes, apoyándonos en la historia del arte francés del siglo XVIII.

Es necesario hacer, ante todo, la siguiente prevención.

Desde el punto de vista sociológico, la sociedad francesa del siglo XVII se caracterizó, principalmente, por el hecho de haber estado dividida en clases, esta circunstancia no pudo dejar de reflejarse en la evolución del arte. En efecto, tomaremos así sea el teatro. En la escena medioeval de Francia como en el resto de la Europa Occidental, ocupaban un lugar importante las así llamadas farsas. Éstas se componían para el pueblo y se representaban ante el pueblo. Generalmente servían como el medio de expresión de sus aspiraciones y lo que es aún más digno de ser recalcado, de medio de manifestación de sus descontentos con las clases gobernantes. Pero comenzando desde el remado de Luis XIII, la farsa tiende a decaer; la consideran una diversión propia de la clase inferior; la servidumbre, pero nunca de la gente de gusto refinado «era rechazada por la gente sensata» esto fue dicho por un escritor francés en el año 1625. En lugar de la farsa, surge la tragedia, pero en Francia, ésta no tiene nada en común con los puntos de vista, tendencias y descontento de las masas populares. Ella constituye la obra de la aristocracia, expresa conceptos, gustos y tendencias de la clase superior. En seguida veremos qué profundo sello imprimió esta clase sobre su carácter. Pero, antes que nada, quisiéramos llamar la atención del lector sobre la circunstancia de que, en la época del surgimiento de la tragedia francesa, la aristocracia de ese país no se ocupaba en absoluto de trabajos productivos, vivía consumiendo los productos elaborados por la tercera clase. No es difícil comprender que este hecho no ha dejado de reflejarse en las obras de arte que surgían de las esferas aristocráticas que expresaban sus gustos. Así, por ejemplo, es sabido que los habitantes de Nueva Zelandia, cantan en algunas de sus poesías al cultivo de la batata. Se conoce también que estas canciones iban, a menudo, acompañadas de danzas que no significaban otra cosa que la representación de los movimientos que son ejecutados por el agricultor. Aquí se ve claramente, cómo la actividad productiva del pueblo, influye en su arte, y no con menos claridad se ve, que en vista de que las clases superiores no se ocupan de trabajos productivos, el arte que surge de su medio no puede tener ninguna relación directa con el proceso social de la producción. ¿Pero significa esto acaso que en una sociedad dividida en clases se debilita la relación consecuente entre la «conciencia del hombre» y su «forma de vida»? De ninguna manera, puesto que la división de la sociedad en clases es determinada por su desarrollo económico. Y si el arte creado por las clases superiores no guarda ninguna relación directa con el proceso de producción, esto se debe, al fin de cuentas, también a causas económicas. Por lo tanto, en este caso también es aplicable una explicación histórica materialista, pero se sobreentiende que aquí, no se evidencia fácilmente la innegable y consecuente relación entre la «forma de vida» y la «conciencia del hombre», entre las relaciones sociales que surgen en base al «trabajo» y el «arte». Aquí entre el «trabajo» y el «arte», se forman algunas instancias intermedias que a menudo, llama la atención de los investigadores y, por ende, dificultan la interpretación correcta de los fenómenos. 

lunes, 27 de noviembre de 2023

Un pasado al que suscribirse: rol y métodos de la historia; Claire Pascal, 1990

 

«Un pasado al que suscribirse. Así planteó el problema la historiografía alemana sobre el lugar que debía dársele al nacionalsocialismo en la historia de Alemania. Este debate de los revisionistas alemanes es comparable a la ola de otro revisionismo que ataca la historia de la Unión Soviética y, en particular, a Stalin. Aquí se trata del objetivo contrario, ya que se quisiera obligar a los soviéticos a negar su propio pasado. Es necesario, asimismo, acercar estos intentos de debates que agitan los historiadores y otros intelectuales franceses en torno a la conmemoración de la Revolución Francesa. Si esta celebración, con gran pompa y muchos discursos, les permite hablar abundante y lujosamente de la Revolución, es para, a fin de cuentas, poder enterrar mejor el ideal revolucionario y así enterrar el futuro.

Este uso intenso y, curiosamente, simultáneo de las revisiones de la historia, juega un papel considerable en la lucha que los Estados burgueses libran contra la clase obrera. Muestra hasta qué punto la ciencia histórica y sus profesionales se han comprometido con el poder burgués, y lo han hecho durante varias décadas. Muestra en qué miseria intelectual han caído y también cuán grande es la preocupación de este poder y sus partidarios. La construcción oficial, «la interpretación dominante de la historia», es siempre un trabajo político e ideológico de legitimación de la clase en el poder. Es obra de estos «expertos en legitimación», que son los intelectuales reunidos en el poder burgués. Por eso las «verdades» que dicen querer descubrir e imponer pueden, en cierta medida, arrojar luz sobre los desafíos políticos y el estado de relaciones de clase actuales. La intensificación de las revisiones del pasado aparece como un signo particularmente revelador de la crisis en la que hoy se hunde cada vez más la burguesía y de los medios que está dispuesta a usar para imponer sus consecuencias en el mundo entero.

Pasar «por fin» la página de la Revolución Francesa, considerarse heredero del poder nazi, o negar el propio pasado revolucionario en la Unión Soviética, todo ello contribuye al mismo objetivo: aplastar el ideal y la voluntad revolucionaria, poner fin a toda revuelta, ensuciando las victorias del pasado y, al mismo tiempo, demostrar que «la bestia inmunda» está en cada uno de nosotros. Es haciéndonos pueblos «ahistóricos» que pretenden esclavizarnos hoy. Este evidente intento de disolver en el olvido los peligros del pasado, para protegerse de los futuros, representa un hermoso tributo al materialismo histórico. Si burgueses y revisionistas se ponen de acuerdo para reconstruir el pasado, es para impedir que descubramos en el movimiento histórico del modo de producción capitalista la necesidad de su caída. Asimismo, las revisiones de la historia son parte integral de la violencia permanente que los capitalistas y revisionistas mantienen para atrofiar nuestra conciencia, al igual que el «respeto a los grandes equilibrios» invocado constantemente para justificar el agravamiento de las desigualdades. 

lunes, 20 de noviembre de 2023

El nacimiento de la república soviética y los primeros debates filosóficos de los años 20; Equipo de Bitácora (M-L), 2023


«La filosofía soviética, en sus primeros años, abrió una serie de debates cuyos puntos principales serían objeto de reflexión por parte de los marxistas de todo el mundo incluso décadas más tarde. El establecimiento del gobierno bolchevique otorgó a su filosofía la primera oportunidad de crear academias dedicadas a su estudio. Esto fue un gigantesco paso adelante con respecto a las formas previas de aprender la doctrina, que básicamente consistieron en el uso de unos pocos libros de referencia escritos por los principales representantes de este movimiento, acompañados de malas traducciones de obras extranjeras y clásicos. 

Los primeros hombres encargados de aleccionar y desarrollar las bases del pensamiento que regiría en una sexta parte del mundo, escribieron y polemizaron sobre asuntos muy variopintos e interesantes. La necesidad de resolver estas cuestiones se proyectaron tanto nivel histórico para entender el pasado, como de cara al futuro, en vistas de construir la nueva sociedad comunista. En suma, se debatió sobre los siguientes temas: ¿qué influencia y límites tiene el factor biológico en las ciencias sociales? ¿qué es la llamada ideología y qué papel cumple? ¿qué lugar ocupará el viejo y nuevo arte en la sociedad soviética? ¿qué rol tuvo Hegel en el desarrollo de la dialéctica? etcétera. Temas que décadas más tarde han seguido siendo objeto de estudio y debate entre filósofos soviéticos, por lo que es importante detenernos en ello para comprender por qué empezó la confusión sobre esos asuntos. Un mar de confusión que, aún hoy, persiste en la cabeza de muchas de las actuales «eminencias filosóficas marxistas», tan en boga y promocionadas en los círculos del academicismo. 

Muchas veces, las polémicas incursionaron en terreno inexplorado para el materialismo dialéctico, en cambio, en otras tantas, se volvió a discutir sobre cuestiones que en el pasado ya se dieron por zanjadas. Ambos problemas son casi inevitables viniendo de una filosofía hasta entonces poco estudiada, pero no por ello nos contendremos a la hora de hacer las críticas pertinentes. Dicho esto, comencemos a desglosar los puntos de esta sección.

Los primeros debates y las primeras desviaciones

a) La nociva influencia de Aleksándr Bogdánov en la filosofía soviética:

Tras la Revolución de Octubre (1917), las primeras disputas en cuestiones culturales o filosóficas no se hicieron esperar. Aleksándr Bogdánov, quien pasaría a la historia como uno de los mayores defensores del machismo −corriente filosófica que toma su nombre de Ernst Mach, defensora de que el conocimiento del mundo debe partir de las «sensaciones» y que fue ampliamente criticada por Lenin en «Materialismo y Empiriocriticismo» (1909)−, y también conocido por la creación de Proletkult, se dedicó durante 1918 a promover la idea de que el proletariado necesitaba un «arte propio», sin ningún tipo de conexión con el pasado. A su vez, esgrimió teorías bastante peregrinas en cuanto al papel del arte en la sociedad, sugiriendo que dicha actividad era la palanca clave para transitar al socialismo:

«El arte organiza las experiencias sociales por medio de imágenes vivas en relación con el conocimiento y con los sentimientos y aspiraciones. Consecuentemente, el arte es el arma más poderosa para organizar las fuerzas colectivas en una sociedad de clases: las fuerzas de clase». (Aleksándr Bogdánov; El proletariado y el arte, 1918)

En el campo filosófico, Bogdánov se destacó por su defensa de un cúmulo de defectos que variaban desde el campo idealista al mecanicista:

«Bogdánov disfrazó cuidadosamente su idealismo, hablando bajo la bandera de «cultura proletaria», «socialismo de la ciencia», «ciencia organizacional», etc. Supuestamente «rechazó» cualquier filosofía, pero, de hecho, bajo frases «marxistas» arrastró el idealismo en economía política, en la teoría del materialismo histórico, en la crítica literaria. Bogdánov sustituyó la dialéctica materialista por la teoría idealista del «proceso organizativo» y la «teoría del equilibrio» mecanicista por la teoría de la reconciliación de las contradicciones. (…) La filosofía objetivamente reaccionaria de Bogdánov reflejaba los profundos estados de ánimo derrotistas y decadentes de la pequeña burguesía cobarde que se escondía de la revolución, tratando de escapar de ella volviendo al trabajo «organizativo» pacífico en el marco «normal» de la renombrada democracia burguesa». (Instituto de Filosofía de la Academia Comunista; Materialismo dialéctico, 1934)

Durante el debate de mediados de los años 20 entre «mecanicistas» y «dialécticos», que abordaremos posteriormente, Bogdánov también hizo acto de presencia. En aquel entonces este se caracterizó por apoyar a los «mecanicistas», aunque como siempre, con su propio toque distintivo:

«La «sociología marxista» de Bujarin es bastante burda comparada con las sofisticadas teorías de Bogdánov en las que se basaba. Bogdánov tomó el hecho de que el funcionamiento de las leyes naturales puede proyectarse fructíferamente no sólo en los sistemas sociales sino también en los psicológicos −conjuntos de creencias, concepciones del mundo− como prueba de que lo natural, lo mental y lo social son aspectos de una única estructura autoorganizada regida por el mismo conjunto de principios organizativos. Intentó expresar estos principios en una nueva ciencia: La «tectología». (David Bakhurst; Conciencia y revolución en la filosofía soviética. De los bolcheviques a Évald Iliénkov, 1991)

Como resumió este autor, «Bogdánov consideraba la ciencia cuantitativa pura de las matemáticas como la base última de la tectología»: 

«Mi punto de partida consiste en que las relaciones estructurales pueden generalizarse con el mismo grado de pureza formal que las relaciones de magnitudes en las matemáticas, y sobre esta base los problemas de organización pueden resolverse con métodos análogos a los de las matemáticas» (Aleksándr Bogdánov; La organización universal de la ciencia, 1925) 

domingo, 12 de noviembre de 2023

Notas históricas sobre el conflicto palestino-israelí; Equipo de Bitácora (M-L), 2023


«En su momento, en 2013, ya dimos unas pinceladas sobre por qué el denominado «movimiento de liberación palestino» no ha alcanzado sus objetivos principales, sino que, lejos de ello, ha ido rebajando su programa hasta ceder la propia soberanía del pueblo palestino a su opresor: el imperialismo israelí. Aquí, explicamos cómo la famosa vanguardia del movimiento, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), o su alternativa, Hamás, han ido incurriendo en toda una serie de concepciones contraproducentes para los intereses del pueblo palestino. Las organizaciones vinculadas al movimiento de liberación palestino, desde la más moderada hasta la más radical, han estado imbuidas en mayor o menor medida por nociones nacionalistas y religiosas, no sabiendo elegir correctamente una metodología a seguir, ni focalizar correctamente las fuerzas motrices o los aliados internacionales para lograr sus propósitos. Véase la obra «¿Para qué han servido los Acuerdos de Oslo? Reflexiones sobre el conflicto palestino-israelí» (2013). 

A todo esto, convendría dar unas notas históricas y aclarar, fuera de especulaciones, cuál fue la posición de los comunistas ante la ocupación israelí, aunque cualquiera con algo de conocimiento sobre cuestión nacional debería saber resolver este interrogante.

1) Primero que todo, el tan cacareado «sionismo» ha sido un movimiento político de larga data que logró incrustarse en los círculos más reaccionarios, chovinistas y racistas del judaísmo. Su fin siempre ha sido adueñarse del territorio de Palestina y fundar su propio Estado eliminando a su contraparte, la población árabe y musulmana. Como ya anunció Karl Kautsky en una de sus varias reflexiones sobre el tema:

«El sionismo no es un movimiento progresista, sino un movimiento reaccionario. (...) El sionismo niega el derecho a la autodeterminación de las naciones, en lugar de lo cual proclama la doctrina de los derechos históricos, que hoy se derrumba en todas partes, incluso allí donde cuenta con el apoyo de las mayores potencias». (Karl Kautsky; ¿Son los judíos una raza?, 1914)

Históricamente, esta rama nacionalista y de fundamentalismo religioso ha intentado ligarse, al igual que muchos movimientos árabes, a la potencia mundial que más rápidamente y mejores medios proporcionara para tal fin: fuese el Imperio otomano, Segundo imperio alemán o el Imperio británico, como luego observaremos. Esta ideología responde a la pasada y actual política de Israel desde su fundación; y como todos sabemos, el Estado de Israel obtuvo muy pronto apoyo diplomático, económico y militar de los Estados Unidos que los ha llevado a una «simbiosis» en donde ambos se tapan sus crímenes imperialistas cometidos con complicidad.

Dicho esto, se han de comprender varios elementos:

a) Al contrario de lo que expresa la propaganda, el sionismo es una teoría cristiano-protestante que se funda en la idea de la creación de una etnia ligada al judaísmo, es decir, «el judaísmo deja de ser entendido como una religión para ser entendido como una etnia»; y tiene por objeto depositar a los judíos en lo que entiende como «tierra santa» con el fin de preparar la segunda venida del «Cristo». 

El sionismo tuvo entre sus objetivos primarios crear una suerte de identidad, un pueblo judío, que según sus conceptos desciende directamente del pueblo hebreo establecido en la Provincia Romana de Palestina, con lo que en efecto borran, o intentan borrar, la evidencia histórica que indica que el judaísmo es una religión profesada por un conjunto de pueblos de diferentes orígenes producto de la expansión del judaísmo como religión, y no por la expansión de los hebreos palestinos como pueblo. Para justificar esta idea, apelan a supuestas deportaciones durante el Imperio romano, lo cual es históricamente falso o mejor dicho inexacto; ya que la evidencia histórica indica que tales deportaciones de judíos hebreos no fue absoluta, ya que muchos judíos hebreos permanecieron en Palestina, y mientras unos fueron asimilados por los sucesivos imperios que conquistaron la región, otros no. 

Ya en varios de sus estudios sobre la cuestión judía Karl Kautsky desmontó la idea de que estos eran un pueblo basado en una etnia: 

«Cuán poco la nacionalidad se funda en la ascendencia se percibe ya en el hecho de que es posible que una nación se componga de miembros pertenecientes no sólo a pueblos diversos, sino incluso a distintas razas. En la nación húngara encontramos «arios», «semitas» y «mogoles». La nacionalidad judía, de rasgos aparentemente tan pronunciados, ostenta los más variados tipos: incluso la sangre negra se encuentra representada en ella». (Karl Kautsky; La nacionalidad moderna, 1887)

En tanto, se puede y debe afirmar que los actuales palestinos son los descendientes de los hebreos y no tanto el producto de los judíos sionistas emigrados tras la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Otro punto importante, sería la negación del sionismo de que muchos judíos no tengan relación directa con el pueblo hebreo, sino que fueron personas de otras etnias que se convirtieron en algún momento al judaísmo, por lo que el argumento de los sionistas de «el retorno a casa de los desterrados» no puede ser más falso. Vale decir que en la expansión del judaísmo jugó un papel central el «Kaganato jázaro» (618-1048) en el Centro y Este de Europa, y los «pueblos judíos norteafricanos», sobre todo etíopes, en Europa occidental en donde incursionaron como aliados de los musulmanes.

b) El término «semítico» cayó en deshuso por su escaso rigor científico, histórico y lingüístico; en su lugar, se determinó que lo correcto era hablar de «Pueblos de Lenguas Afroasiáticas». No obstante, el término «semítico» pervivió a efecto del supremacismo del Tercer Reich hitleriano. En la actualidad, su uso está determinado por aspectos políticos: «semítico», «antisemítico». Entiéndase que el término «semítico» se refiere a una clasificación lingüística y no de parentesco entre los pueblos considerados semíticos. Esto también fue recogido por Kautsky indicando que: 

«Tales lenguas fueron adoptadas por pueblos de la más diversa procedencia, y nadie en la actualidad puede afirmar con certeza qué pueblos y hasta qué punto pertenecen a la rama designada como semita. Por consiguiente, con respecto a la «raza» semita nos encontramos en una total oscuridad». (Karl Kautsky; La nacionalidad moderna, 1887)

sábado, 4 de noviembre de 2023

El giro nacionalista en la evaluación soviética de las figuras históricas; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

[Post publicado originalmente en 2021. Reeditado en 2023]

«En este capítulo, analizaremos la deriva experimentada en la Unión Soviética respecto a la evaluación de figuras históricas. Como verá el lector, a lo largo de los años 20 y principios de los años 30, la tendencia principal fue promocionar a figuras revolucionarias, ya fuesen liberales o bolcheviques. Se trató de ensalzar a héroes de diferentes nacionalidades, que hubiesen luchado por la liberación de sus pueblos o que ayudaron a construir el socialismo. Sin embargo, la situación cambiaría radicalmente. Como veremos, en la URSS, en un breve periodo de tiempo, se pasó de reivindicar a figuras progresistas a ensalzar a nobles medievales y sus cuestionables campañas. Esto, a su vez, logró únicamente la aparición y el auge del nacionalismo ruso y el desdén a la hora de tratar la historia del resto de nacionalidades no rusas. 

Como no podría ser de otro modo, la implementación de esta clase de políticas no podía por menos que minar una de las bases más importantes del socialismo −el internacionalismo proletario− y enemistar a pueblos hasta entonces hermanados. A la postre, estos conatos nacionalistas darían pie al chovinismo gran ruso sin complejos −es decir, el que reivindica la primacía de la población de los territorios originariamente rusos y su papel histórico− que, tras la restauración del capitalismo, se proclamaría como amo y señor de las repúblicas que conformaban el Estado soviético.

Por ello a lo largo de estas líneas iremos desmontando estas tendencias y demostrando su nula identificación con un proyecto genuinamente revolucionario.

El hecho objetivo de que esta política sobre cuestión nacional fuese variando en la URSS en los próximos años, no excluye, sino que obliga a que deba estudiarse estos periodos iniciales para entender la catástrofe que sobrevino.

A inicios de la década de los años 30, el gobierno intervino para paliar lo que a su parecer constituía una serie de deficiencias que anidaban en el campo histórico de las instituciones soviéticas:

«El grupo de Vanaga no ha cumplido su cometido y ni siquiera lo ha entendido. Ha realizado una sinopsis de la historia rusa, no de la historia de la URSS, es decir, la historia de Rusia, pero sin la historia de los pueblos que entraron a formar parte de la URSS −nada se dice de la historia de Ucrania, Bielorrusia, Finlandia y otros pueblos bálticos, los pueblos del norte del Cáucaso y Transcaucásicos, de los pueblos de Asia Central, los pueblos del Lejano Oriente, así como el Volga y las regiones del norte: tártaros, bashkirs, mordovianos, chuvasios, etcétera−. La sinopsis, no enfatiza el papel anexionista-colonial del zarismo ruso, junto con la burguesía y los terratenientes rusos −«el zarismo es la prisión de los pueblos»−. La sinopsis no enfatiza el papel contrarrevolucionario del zarismo ruso en la política exterior desde la época de Catalina II hasta los años 50 del siglo XIX y más allá −«el zarismo como un gendarme internacional»−. En la sinopsis no figura la fundación y orígenes de los movimientos de liberación nacional de los pueblos de Rusia, oprimidos por el zarismo, y, por tanto, la Revolución de Octubre, en cuanto fue la revolución que liberó a estos pueblos del yugo nacional. (…) La sinopsis abunda en banalidades y clichés como el «terrorismo policial de Nicolás II», la «insurrección de Razin», la «insurrección de Pugachov», la «ofensiva contrarrevolucionaria de los terratenientes en la década de 1870», los «primeros pasos del zarismo y de la burguesía en la lucha contra la revolución de 1905-1907», etc. Los autores de la sinopsis copian ciegamente las banalidades y las definiciones anticientíficas de los historiadores burgueses, olvidando que tienen que enseñar a nuestra juventud las concepciones marxistas científicamente fundamentadas. (…) La sinopsis no refleja la influencia de los movimientos burgueses y socialistas de Europa Occidental en la formación del movimiento revolucionario burgués y el movimiento socialista proletario en Rusia. Los autores de la sinopsis parecen haber olvidado que los revolucionarios rusos se reconocían como los discípulos y seguidores de las figuras destacadas del pensamiento burgués revolucionario y marxista de Occidente. (…) Necesitamos un libro de texto sobre la historia de la URSS, donde la historia de la Gran Rusia no se separe de la historia de otros pueblos de la URSS, esto en primer lugar, y donde la historia de los pueblos de la URSS no se separe de la historia europea y mundial en general». (Notas sobre la sinopsis del Manual de historia de la URSS; I. V. Stalin, A. A. Zhdánov, S. M. Kírov, 8 de agosto de 1934)

Sin embargo, en 1937 hubo un cambio, e inexplicablemente se pasó al extremo contrario, ahora se pasó a revisar la historia con una profunda condescendencia hacia las aventuras del zarismo:

«Los autores no ven ningún papel positivo en las acciones de Bogdán Jmelnitski en el siglo XVII, en su lucha contra la ocupación de Ucrania por parte de los señores de Polonia y la Turquía del Sultán. El hecho de la transición de Georgia, digamos, a finales del siglo XVIII al protectorado de Rusia, así como el hecho de la transición de Ucrania al dominio ruso, son vistos por los autores como un mal absoluto, sin ninguna conexión con las condiciones históricas específicas de la época. Los autores no ven que Georgia tenía entonces la alternativa de ser engullida por la Persia del Sha y la Turquía del Sultán o convertirse en un protectorado ruso, al igual que Ucrania tenía la alternativa de ser engullida por el dominio de los señores de Polonia y la Turquía del Sultán, o caer bajo el dominio ruso. No ven que la segunda perspectiva era, sin embargo, el mal menor». (Enseñanza de la historia. Resolución del jurado de la comisión gubernamental para el concurso del mejor libro de texto para los grados 3 y 4 de la Historia de la URSS, 1937)

Es decir, para esta comisión del gobierno, el levantamiento de 1668 del cosaco Jmelnitski era algo a celebrar porque fue contra el dominio de la Mancomunidad de Polonia-Lituania, pero, al mismo tiempo, la absorción de ucranianos y georgianos por Rusia en los siglos XVIII y XIX fue una «buena noticia» para los pobladores… ¿¡es que no tenían más opción que elegir por cuál de los lobos querían ser despiezados!? Lo cierto es que las Guerras del Cáucaso (1817-1864), indicaron lo contrario: hubo una feroz resistencia georgiana, armenia y azerí al nuevo mandato ruso, esos pueblos no deseaban ser absorbidos. Por ende, no se puede aceptar una respuesta simplista tal como que «ser anexado por el Imperio ruso fue el mal menor», porque eso implica borrar de un plumazo la historia de resistencia de aquellos pueblos.

martes, 31 de octubre de 2023

¿Qué condiciones históricas crean la sociedad capitalista y la diferencian de otros modos de producción?

«El intercambio de mercancías comienza allí donde termina la comunidad, allí donde ésta entra en contacto con otras comunidades o con los miembros de otras comunidades. Y, tan pronto como las cosas adquieren carácter de mercancías en las relaciones de la comunidad con el exterior, este carácter se adhiere a ellas también, de rechazo, en la vida interior de la comunidad. Por el momento, la proporción cuantitativa en que se cambian es algo absolutamente fortuito. Lo que las hace susceptibles de ser cambiadas es el acto de voluntad por el que sus poseedores deciden enajenarlas mutuamente. No obstante, la necesidad de objetos útiles ajenos va arraigando, poco a poco. A fuerza de repetirse constantemente, el intercambio se convierte en un proceso social periódico. A partir de un determinado momento, es obligado producir, por lo menos, una parte de los productos del trabajo con la intención de servirse de ellos para el cambio. A partir de este momento, se consolida la separación entre la utilidad de los objetos para las necesidades directas de quien los produce y su utilidad para ser cambiados por otros. Su valor de uso se divorcia de su valor de cambio. Esto, de una parte. De otra, nos encontramos con que es su propia producción la que determina la proporción cuantitativa en que se cambian. La costumbre se encarga de plasmarlos como magnitudes de valor. 

En el acto de intercambio directo de productos, toda mercancía es directamente un medio de cambio para su poseedor y un equivalente para quien no la posee, pero sólo en cuanto tenga para él un valor de uso. Por tanto, el artículo de cambio no cobra todavía una forma de valor independiente de su propio valor de uso o de la necesidad individual de las personas que intervienen en el acto del cambio. Al multiplicarse el número y la variedad de las mercancías lanzadas al proceso de cambio es cuando se desarrolla la necesidad de esta forma. El problema se plantea a la par que se dan los medios para su solución. Jamás encontraremos un mercado en que los poseedores de mercancías cambien y comparen sus artículos con otros de diversa calidad sin que estas diversas mercancías sean cambiadas y comparadas como valores por sus diversos poseedores, dentro de sus relaciones comerciales con una tercera clase de mercancías, siempre la misma. Pues bien, esta tercera mercancía, convertida en equivalente de otras diversas, asume directamente, aunque dentro de límites reducidos, la forma de equivalente general o social. Esta forma de equivalente general nace y desaparece con el contacto social momentáneo que la engendró. Encarna en ésta o la otra mercancía, de un modo pasajero y fugaz. Pero, al desarrollarse el cambio de mercancías, se incorpora con carácter exclusivo y firme a determinadas clases de mercancías o cristaliza en la forma dinero. A qué clase de mercancías permanezca adherida es algo fortuito. Hay, sin embargo, dos hechos que desempeñan, a grandes rasgos, un papel decisivo. La forma dinero se adhiere, bien a los artículos más importantes de cambio procedentes de fuera, que son, en realidad, otras tantas formas o manifestaciones naturales del valor de cambio de los productos de dentro, bien a aquel objeto útil que constituye el elemento fundamental de la riqueza enajenable en el interior de la comunidad, véase el ganado. Es en los pueblos nómadas donde primero se desarrolla la forma dinero, por dos razones: porque todo su ajuar es móvil y presenta, por tanto, la forma directamente enajenable, y porque su régimen de vida los hace entrar constantemente en contacto con comunidades extranjeras, poniéndolos así en el trance de cambiar con ellas sus productos. Los hombres han convertido muchas veces al mismo hombre, bajo forma de esclavo, en material primitivo de dinero, pero nunca a la tierra. Esta idea sólo podía presentarse en una sociedad burguesa ya desarrollada. Es una idea que data del último tercio del siglo XVII y que sólo se intentó llevar a la práctica sobre un plano nacional, un siglo más tarde, en la revolución burguesa de Francia. (...)

La reflexión acerca de las formas de la vida humana, incluyendo por tanto el análisis científico de ésta, sigue en general un camino opuesto al curso real de las cosas. Comienza post festum y arranca, por tanto, de los resultados preestablecidos del proceso histórico. Las formas que convierten a los productos del trabajo en mercancías y que, como es natural, presuponen la circulación de éstas, poseen ya la firmeza de formas naturales de la vida social antes de que los hombres se esfuercen por explicarse, no el carácter histórico de estas formas, que consideran ya algo inmutable, sino su contenido. Así se comprende que fuese simplemente el análisis de los precios de las mercancías lo que llevó a los hombres a investigar la determinación de la magnitud del valor, y la expresión colectiva en dinero de las mercancías lo que les movió a fijar su carácter valorativo. Pero esta forma acabada del mundo de las mercancías –la forma dinero–, lejos de revelar el carácter social de los trabajos privados y, por tanto, las relaciones sociales entre los productores privados, lo que hace es encubrirlas. Si digo que la levita, las botas, etc., se refieren al lienzo como a la materialización general de trabajo humano abstracto, enseguida salta a la vista lo absurdo de este modo de expresarse. Y sin embargo, cuando los productores de levitas, botas, etc., refieren estas mercancías al lienzo –o al oro y la plata, que para el caso es lo mismo– como equivalente general, refieren sus trabajos privados al trabajo social colectivo bajo la misma forma absurda y disparatada.

Estas formas son precisamente las que constituyen las categorías de la economía burguesa. Son formas mentales aceptadas por la sociedad, y por tanto objetivas, en que se expresan las condiciones de producción de este régimen social de producción históricamente dado que es la producción de mercancías. Por eso, todo el misticismo del mundo de las mercancías, todo el encanto y el misterio que nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías se esfuman tan pronto como los desplazamos a otras formas de producción. 

martes, 17 de octubre de 2023

La aparición del bolchevismo y su trato de la cuestión nacional; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


«La cuestión nacional es de vital importancia para todo movimiento político emancipatorio de la clase obrera y para toda persona progresista honestamente comprometida con la transformación de la sociedad capitalista en otra donde prime la racionalidad y la humanidad. Estudiando esta cuestión, se llega necesariamente al derecho de autodeterminación de los pueblos, el cual será abanderado por todo marxista de ayer y de hoy, pues el «internacionalismo» se deriva del conocimiento de que el destino de todos los pueblos está entrelazado, siendo necesaria la colaboración, pero con consciencia de la identidad de cada pueblo y de su autonomía para determinar los asuntos que le sean propios, tanto en la época de la revolución, promoviendo la alianza internacional de la clase trabajadora, con una estrategia común y un planteamiento adaptado a cada nación, como en la etapa posterior donde los pueblos socialistas deben marchar unidos solidariamente en la construcción de su proyecto común, sin que ello implique ningún tipo de integración o separación forzosa, sino una colaboración solidaria y respetuosa con el derecho a la independencia de los pueblos para gobernarse a sí mismos.

Por lo tanto, en las páginas siguientes presentaremos al lector una introducción a las aportaciones de los bolcheviques en materia nacional, pues sus discusiones, experiencia −tanto sus aciertos como sus errores− e investigaciones, resultan hoy de gran utilidad para la formación de los revolucionarios y el desarrollo de nuestro programa político. Así pues, empecemos por plantearnos: ¿cuál ha sido la postura histórica de los bolcheviques sobre el derecho de autodeterminación?

«Los obreros están interesados en la fusión completa de todos sus camaradas en un ejército internacional único, en su rápida y definitiva liberación de la esclavitud moral a que la burguesía los somete, en el pleno y libre desarrollo de las fuerzas espirituales de sus hermanos, cualquiera que sea la nación a que pertenezcan. Por eso, los obreros luchan y lucharán contra todas las formas de la política de opresión de las naciones, desde las más sutiles hasta las más burdas, al igual que contra todas las formas de la política de azuzamiento de unas naciones contra otras. (…) Luchando por el derecho de autodeterminación de las naciones, la socialdemocracia se propone como objetivo poner fin a la política de opresión de las naciones, hacer imposible esta política y, con ello, minar las bases de la lucha entre las naciones, atenuarla, reducirla al mínimo. En esto se distingue esencialmente la política del proletariado consciente de la política de la burguesía, que se esfuerza por ahondar y fomentar la lucha nacional, por prolongar y agudizar el movimiento nacional. Por eso, precisamente, el proletariado consciente no puede colocarse bajo la bandera «nacional» de la burguesía». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

Ante la confusión de la época, causada por el ascenso del chovinismo nacional entre las filas de los partidos socialdemócratas de la II Internacional, los bolcheviques habían esgrimido toda una línea científica, clara y comprensible para los revolucionarios de su tiempo sobre la problemática nacional. Lenin sintetizó así esta difícil cuestión:

«Sí, indiscutiblemente debemos luchar contra toda opresión nacional. No, indiscutiblemente no debemos luchar por cualquier desarrollo nacional, por la «cultura nacional» en general. El desarrollo económico de la sociedad capitalista nos muestra en todo el mundo ejemplos de movimientos nacionales que no han llegado a desarrollarse plenamente, ejemplos de grandes naciones formadas a partir de varias pequeñas o en detrimento de algunas pequeñas naciones, ejemplos de asimilación de naciones. El principio por el que se rige el nacionalismo burgués es el desarrollo de la nacionalidad en general; de aquí el carácter exclusivo del nacionalismo burgués, de aquí las estériles querellas nacionales. El proletariado, en cambio, no sólo no asume la defensa del desarrollo nacional de cada nación, sino que, por el contrario, pone en guardia a las masas contra semejantes ilusiones, defiende la libertad más completa del intercambio económico capitalista y celebra cualquier asimilación de las naciones, excepto la que se realiza por la fuerza o se basa en privilegios». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

martes, 10 de octubre de 2023

Plejánov contestando a Bernstein sobre el debate del marxismo y su carácter científico

«La traducción al ruso del folleto de Engels «Del socialismo utópico al socialismo científico» (1880), está saliendo ahora en su tercera edición. La segunda edición salió en 1892. En aquel momento, la opinión de que la teoría socialista en general no podía describirse como científica, aún no se expresaba en la literatura socialista internacional. Hoy en día, estas opiniones se proclaman con mucha fuerza y no dejan de tener influencia entre algunos lectores. Por lo tanto, consideramos oportuno examinar la pregunta: ¿qué es el socialismo científico y en qué se diferencia del socialismo utópico?

Pero, para empezar, escuchemos a uno de los señores «críticos». En una conferencia pronunciada el 17 de mayo de 1901, en la «Unión de Estudiantes de Berlín para el Estudio de las Ciencias Sociales» (Sozialwissenschaftlicher Studentenverein zu Berlin), el señor Bernstein planteó la misma cuestión, aunque formulada de manera diferente: «¿Es posible el socialismo científico?». Como resultado de su investigación, llegó a una respuesta negativa. Según él, ningún «ismo» puede ser una ciencia:

«Ismo denota una visión del mundo, una tendencia, un sistema de ideas o requisitos, y no ciencia en absoluto. La base de cualquier ciencia verdadera es la experiencia; esta construye su edificio sobre el conocimiento acumulado. El socialismo, en cambio, es la doctrina del orden social futuro, y precisamente por eso su rasgo más característico no puede establecerse científicamente». (Eduard Bernstein; Conferencia pronunciada para la Unión de Estudiantes de Berlín para el Estudio de las Ciencias Sociales, 1901)

¿Es esto así? Veamos. En primer lugar, hablemos de la relación entre «ismos» y ciencia. Si el señor Bernstein tuvo razón al decir que ningún «ismo» puede ser una ciencia, entonces está claro que, por ejemplo, el darwinismo tampoco es una «ciencia». Supongamos que aceptamos esto por el momento. Entonces, ¿qué es el darwinismo? Si queremos permanecer fieles a la teoría de Bernstein, entonces tendremos que clasificar esta enseñanza como un «sistema de ideas». ¿Pero no puede un sistema de ideas ser una ciencia, o no es una ciencia un sistema de ideas? Evidentemente, el señor Bernstein no lo cree así, pero se encuentra bajo un malentendido, y todo porque hay una confusión asombrosa y espantosa en su propio «sistema de ideas».

Que la ciencia construye su edificio sobre la base de la experiencia es ahora conocido por todo escolar sensato. Pero ese no es el punto en absoluto. La cuestión es: ¿qué construye exactamente la ciencia a partir de la experiencia? Solo una respuesta es posible a este interrogante: sobre la base de la experiencia, la ciencia construye ciertas generalizaciones –«sistemas de ideas»–, que a su vez forman la base de una cierta previsión de los fenómenos. Pero la previsión se refiere al futuro. Por lo tanto, no toda consideración sobre el futuro está desprovista de base científica.

¿Qué clase de conclusión es la que dice que el socialismo es una perspectiva mundial y, por tanto, no es científica? Evidentemente, el señor Bernstein parece creer que esto es indiscutible. Pero antes de que pueda ser realmente indiscutible, sería necesario demostrar desde el principio que ninguna visión del mundo puede ser científica. El señor Bernstein no lo ha hecho ni lo hará nunca; por eso nos oponemos a él y decimos: «¡hable por usted, querido señor!». Aún más, una «tendencia» no es una «ciencia», pero la ciencia puede descubrir, y descubre diariamente, tendencias peculiares de los fenómenos que se investigan. El socialismo científico, en particular, establece una cierta tendencia –la tendencia a la revolución social– que prevalece en la sociedad capitalista actual: el socialismo era una enseñanza sobre el orden social futuro incluso antes de que emergiera de la etapa utópica.

Habría que ser un Bernstein para imaginar que la ciencia no es un «sistema de ideas». Es una sugerencia verdaderamente monstruosa. La ciencia es precisamente el conocimiento elaborado en un sistema. Ergo, Bernstein, como siempre, confunde las cosas. Se enteró de la aparición en las ciencias naturales contemporáneas de una «tendencia» a liberar completamente a la ciencia de las hipótesis, y decidió por ello que la ciencia no tenía nada en común con cualquier «sistema de ideas». De hecho, esta misma «tendencia» que llevó al señor Bernstein a su monstruosa tesis carece de fundamento. Haeckel tenía toda la razón cuando, al criticar esta «tendencia» equivocada, dijo en su obra «Los milagros de la vida» (1904): «El conocimiento no es posible sin una hipótesis». Si es cierta la proposición de que el presente está preñado de futuro, un estudio científico del presente debe darnos la oportunidad de prever algunos fenómenos del futuro –en este caso, la socialización de los medios de producción–, pero no sobre la base de algún tipo de profecías misteriosas o razonamientos arbitrarios y abstractos, sino precisamente sobre la base de la «experiencia», sobre la base del conocimiento acumulado por la ciencia.

Si el señor Bernstein quisiera reflexionar seriamente sobre la cuestión que él mismo planteó acerca de la posibilidad del socialismo científico, debería haber decidido en primer lugar si la proposición que hemos indicado anteriormente era verdadera o falsa en su aplicación a los fenómenos sociales. Incluso, un momento de reflexión le habría demostrado que en este caso no era menos cierto que en todos los demás. Estando entonces seguro de esto, debería haber considerado si las ciencias sociales contemporáneas poseían tal reserva de información sobre las relaciones sociales actuales que, cuando se pusiera en práctica, permitiría a la ciencia prever una inminente sustitución de unas relaciones sociales por otras: el modo de producción capitalista por el socialista. Si hubiera observado que no hubo ni podría haber tal depósito de información, la cuestión de la posibilidad del socialismo científico se habría resuelto negativamente. Pero si hubiera estado convencido de que esta información ya existía o podía acumularse con el tiempo, habría llegado inevitablemente a una conclusión positiva sobre la cuestión. En cualquier caso, independientemente de cómo haya resuelto esta cuestión, una cosa le habría quedado perfectamente clara: lo que –debido a su método erróneo de investigación– todavía permanece para él envuelto en la bruma de un «sistema de ideas» desequilibrado y mal pensado. Habría visto que la imposibilidad de la existencia del socialismo científico sólo puede probarse si se hiciera evidente que la previsión de los fenómenos sociales era imposible, en otras palabras, que antes de resolver la cuestión de la posibilidad del socialismo científico era esencial resolver la cuestión de la posibilidad de cualquier ciencia social. Si el señor Bernstein hubiera percibido todo esto, tal vez habría observado también que el tema que había elegido para su artículo era, como dijo en su obra, «de enormes dimensiones», y, por tanto, quien no tiene otro medio de análisis que el confuso contraste entre ciencia e «ismos», entre experiencia y «sistemas de ideas», puede hacer muy poco para dilucidar sobre tal tema.

lunes, 2 de octubre de 2023

Escuela de los Annales: génesis y mito; Equipo de Bitácora (M-L), 2023

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«Para los marxistas, la filosofía y la historia están íntimamente ligadas. Este no es el caso de quienes afirman que sus métodos de trabajo solo pueden ser científicos porque están −según ellos− libres de cualquier concepción filosófica y son, por lo tanto, ideológicamente neutrales. Negar la verdad del sentido del trabajo del historiador y el carácter esencial de este trabajo, en el plano ideológico y político, en última instancia solo conduce a obligarse a trabajar «gratuitamente» −la historia por la historia−, a un trabajo verdaderamente enajenado. Porque, ¿puede la investigación en historia ser otra cosa que una contribución a la constitución de una conciencia colectiva, a la que tradicionalmente siempre ha apuntado, y de la que los historiadores contemporáneos pretenden que deben y pueden emanciparse por razones científicas? ¿Es la historia «científica» cuando pretende ser una descripción de una situación o de hechos pasados aceptables y aceptados, según ella, por todos los individuos o grupos involucrados?». (Claire Pascal; Un pasado al que suscribirse: rol y métodos de la historia, 1990)

«Para poder construir la historia, su historia, los hombres deben integrar esta dimensión en su proyecto revolucionario. La revolución, por lo tanto, requiere la conciencia de su propia historicidad, por lo que no puede haber revolución posible en una sociedad no historizada. Esto es lo que diferencia la revolución del mito, del mesianismo o de la revuelta, una diferencia que los ideólogos burgueses se esfuerzan constantemente por negar. Así, las sociedades que han permanecido prisioneras del mito, santifican el pasado y excluyen las representaciones del tiempo histórico capaces de abrir la posibilidad de una ruptura. En cuanto al mesianismo, se refiere a la aspiración de cambio en el futuro lejano de una liberación sobrenatural. Por el contrario, la revolución solo puede darse en la realidad −frente a la utopía− y en el tiempo de una historia conscientemente asumida». (Bernard Peltier: La historia, una cuestión ideológica y política, 1990)

Preámbulo

Todo revolucionario sabe que hoy en día el marxismo es menospreciado y vapuleado en el mundo académico. Esto no es algo nuevo, ni algo que nos deba extrañar. Para empezar, la doctrina marxista se opone al intelectualismo prepotente, superficial y servicial que predomina en las ciencias sociales. Unos rasgos y actitudes de los que hasta presumen los profesores e investigadores universitarios, acostumbrados a realizar estudios acordes a las modas e intereses de las instituciones y revistas científicas. Sin embargo, también dentro del campo de los intelectuales que se consideran más de «izquierdas», encontramos con frecuencia un cierto aprecio a doctrinas y pensadores supuestamente «progresistas», pero que, realmente, dejan mucho que desear. Este también sería el caso de la famosa Escuela de los Annales, la cual fue representante de una especie de humanismo pequeño burgués. Esta corriente terminó siendo hegemónica en Francia durante varias décadas del siglo XX y tuvo una gran repercusión internacional, incluyendo a España. En su momento ya comentamos por encima el por qué de este fenómeno:

«Ha sido un secreto a voces que el marxismo está en horas bajas pese a que en su momento este movimiento político tuvo una gran transcendencia hasta el punto de que sus herramientas de análisis, el materialismo histórico y dialéctico, penetraron en todos los poros de la vida social: discusiones filosóficas, estudios académicos, debates en asociaciones vecinales, sindicatos, revistas de sociología, movimientos políticos, etc. Un ejemplo interesante de este fenómeno es observar cómo este debate permanente sobre el marxismo y su utilidad se reflejó en las ciencias sociales. Mismamente en el campo histórico, la mayoría de escuelas historiográficas del siglo XX estuvieron de una u otra forma influenciada por sus teorías y conceptos. Así ocurrió con la Escuela de los Annales o la Escuela de Frankfurt, lo que no excluye, faltaría más, que medie un abismo entre la esencia y metodología de Marx y Engels y lo que propusieron y concluyeron estas escuelas que precisamente trataron, muy desafortunadamente, de mezclar marxismo con estructuralismo, marxismo con freudismo, etc… aguando así su contenido, algo que hasta la propia CIA reconoció en sus informes confidenciales. Véase el documento de la CIA: «Francia: la defección de los intelectuales de izquierda» (1985)». (Equipo de Bitácora (M-L); La cuestión educativa y el liberalismo de la «izquierda», 2021)

Todas las corrientes historiográficas de aquella época, incluyendo las encabezadas por el revisionismo soviético, se hicieron eco del prestigio y/o animadversión que la famosa Escuela de los Annales fue creando a su paso:

«Uno de los rasgos más característicos de la literatura extranjera sobre la escuela de los Annales es la extrema polaridad de las valoraciones: desde una apología desmedida hasta una negación casi total de su significado e incluso un énfasis en la «nocividad» para la ciencia social burguesa, que en sí mismo ya es significativo; en realidad no a menudo cualquier escuela histórica burguesa es tan controvertida.

En trabajos especiales y cursos de conferencias en Occidente, esta escuela a menudo se evalúa como el desarrollo más significativo en la ciencia histórica mundial en los últimos 50 años. Los defensores de los «Annales» atribuyen a esta escuela la realización de «una revolución del pensamiento histórico, la única significativa en nuestro siglo», la creación de una «matriz disciplinaria» adecuada para toda la ciencia histórica. Se le otorga el derecho a «la última palabra» en el análisis y evaluación del proceso histórico, en la comprensión de sus perspectivas». (Yury Nikoláievich Afanásiev; Historicismo versus eclecticismo. La escuela histórica francesa de los Annales en la historiografía burguesa contemporánea, 1980)

Así, pues, expliquemos brevemente al lector las tres etapas de la Escuela de los Annales:

a) Para quien no lo sepa, la primera etapa de la Escuela de los Annales (1929-46) comienza con la fundación en 1929 de una revista titulada «Annales d'histoire économique et sociale» dirigida por Marc Bloch −bien instruido en historia medieval, economía, sociología y lingüística− y Lucien Febvre −especializado en historia moderna, geografía, sociología y psicología−. Aunque sin duda, si hay que hacerse eco de algo es de la influencia que tuvieron, en ambos, los descubrimientos en las ciencias naturales y la Escuela geográfica de Paul Vidal de La Blache. 

Los primeros «annalistas» destacaron por revisar y demoler la herencia en materia histórica del positivismo dominante de Langlois y Seignobos. Consideraron que esta era una forma de hacer historia inadecuada al centrarse en la mera descripción de los acontecimientos, tomar como prueba fidedigna prácticamente solo los documentos oficiales y otorgar un excesivo valor a las grandes figuras históricas y sus hazañas. Esta vez no nos detendremos en la crítica a la historiografía positivista, ya que ha sido abordada en otras ocasiones. Véase el capítulo: «Marxismo y positivismo» (2022).

viernes, 29 de septiembre de 2023

¿Es la técnica el único factor determinante en el modo de producción?

«Al igual que el prestigio de los sexos, en la sociedad también cambia el prestigio de los diversos grupos de edad a medida que cambian los modos de producción. 

La progresiva división del trabajo hace surgir, además, ulteriores diferencias dentro de cada uno de los sexos, sobre todo entre los hombres. La mujer, precisamente por la progresiva división del trabajo, está ante todo cada vez más encadenada a la economía doméstica, cuyo ámbito disminuye en vez de aumentar, ya que ramos cada vez más vastos de la producción se les vuelve ajenos, se independizan y caen en la esfera de los hombres. El progreso técnico, la división del trabajo, la escisión en diversos oficios se limitó exclusivamente, hasta el siglo pasado, al mundo de los hombres. En la economía doméstica y en la mujer sólo se dieron escasos reflejos. 

Cuanto más progresa esa división en diversos oficios, tanto más se complica el organismo social, del que ellos son los órganos. El modo y la manera de su colaboración en el proceso social fundamental, el económico o, con otras palabras, el modo de producción, no es algo casual. Este resulta completamente independiente de la voluntad de cada individuo y está determinado necesariamente por las condiciones materiales dadas, de las que, una vez más, la técnica es el factor más importante, aquel cuyo desarrollo influye sobre el modo de producción. Pero no es el único factor. 

Tomemos un ejemplo. En muchas partes se ha interpretado la concepción materialista de la historia como si cierta técnica significara sin más, cierto modo de producción, e incluso cierta forma social y política. Pero como esto no sucede, dado que encontramos los mismos instrumentos en distintas condiciones sociales, se ha dicho que la concepción materialista de la historia es falsa y que las relaciones sociales no están determinadas solamente por la técnica. La objeción resulta justa, pero no corresponde a la concepción materialista de la historia sino a su caricatura, que confunde la técnica con el modo de producción.

Por ejemplo, se dijo que el arado sería la base de la economía campesina, pero añadiendo: ¡qué multiformes son las condiciones sociales bajo las cuales se presenta ésta! 

Es cierto. Pero veamos solamente qué cosas determinan las derivaciones de las diversas formas sociales que surgen a partir de una base campesina. 

sábado, 16 de septiembre de 2023

¿Por qué cayeron los regímenes marxistas?; Equipo de Bitácora (M-L), 2022


«El movimiento comunista es, por su propia naturaleza, internacional. Esto no sólo significa que debemos combatir el chovinismo nacional. Esto significa también que el movimiento incipiente, en un país joven, únicamente puede desarrollarse con éxito a condición de que haga suya la experiencia de otros países. Para ello, no basta conocer simplemente esta experiencia o copiar simplemente las últimas resoluciones adoptadas; para ello es necesario saber asumir una actitud crítica frente a esta experiencia y comprobarla por sí mismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

En su día, los bolcheviques rusos, acuciados por la necesidad, por el interés y por la atracción, se vieron abocados a estudiar minuciosamente los movimientos políticos de sus antecesores más o menos lejanos. En el ámbito internacional, esto pasaba por familiarizarse con las disputas internas de las organizaciones francesas o alemanas; en el ámbito interno, tocaba repasar desde las andanzas de los primeros grupos marxistas rusos hasta las aventuras de los populistas y los decembristas. Y este proceder era totalmente lógico, pues solo a través de esta labor podían comprender racionalmente sus limitaciones, sus fracasos, pero también inspirarse, aprender de sus sorprendentes éxitos, emularlos y superarlos. Fue gracias a este magnífico trabajo que estos sujetos supieron rescatar y descubrir toda una serie de axiomas necesarios para alcanzar y desarrollar la nueva sociedad que ha de construirse. Hoy nosotros, al igual que ayer ellos, no tenemos otra salida que entender este conjunto de saberes que nos han legado las experiencias pasadas, pero no porque sea aconsejable, sino porque directamente es imprescindible adquirir este conocimiento si queremos hacer algo de valor, algo transcendente en el tiempo.

¿A qué se dedica hoy por el contrario el maoísmo moderno? El famoso «balance» que realizan los miembros de la «Línea de la Reconstitución» (LR) se resume en lo de siempre: sota, caballo y rey. A repetir los eslóganes de la «Revolución Cultural» (1966-76) y la «Guerra Popular Peruana» (1980-92). Y cuando eso se queda corto, rebuscan entre las tesis del «Marxismo Occidental» −Lukács y Korsch−. Ahora bien, una vez terminan de recitar estos catecismos, no saben muy bien qué más argumentar, pues poco hay de original y valioso en las explicaciones que presentan para el análisis de las experiencias revolucionarias del siglo XX. 


¿Apenas tiene importancia la «vigilancia revolucionaria»?

En redes sociales, la «Línea de la Reconstitución» (LR), se manifestaba públicamente a través de su icono más pedante como sigue:

«@_Dietzgen: Eso sí, si crees que vale con la «vigilancia y depuración»... pareciera que te has perdido el siglo XX. Si la deriva de China demostrase lo erróneo de la lucha de dos líneas... ¿no demostraría el periplo de la URSS y de Albania lo insuficiente de la «vigilancia y depuración?». (Comunista; Twitter, 25 de febrero de 2021)

Pues resulta que no, señor «Dietzgen»; lo que demuestran precisamente las experiencias del sistema soviético o albanés −y su ulterior ruina− es que hay un patrón común respecto a otros individuos y colectivos que jamás llegaron a tomar el poder −y pasaron sin pena ni gloria por la historia−: en todos esos casos no es necio declarar que hubo una insuficiente labor de «vigilancia» y «depuración» en cuanto a la selección, formación y desempeño de los cuadros. Ahora, dicho esto, cuando hablamos de que hubo «falta de vigilancia» no estamos haciendo una simplificación para ignorar todo el cúmulo de errores y desaciertos que hubo detrás del movimiento revolucionario −tanto en lo referido a aspectos teóricos como en su aplicación−. Nada de eso, incidimos en ello porque ignorar este factor resulta demencial; la esfera de la supervisión y el control sobre lo aprobado por el colectivo condiciona que las decisiones certeras lleguen a buen puerto, que el rumbo del proyecto revolucionario no se desvíe de sus objetivos y se fortalezca a cada paso. Así explicaba este asunto Stalin, sobre cómo evitar la degeneración en la cuestión organizativa:

«Algunos piensan que basta trazar una línea acertada en el partido, proclamada públicamente, exponerla en forma de tesis y resoluciones generales y aprobado en votación unánime, para que la victoria llegue por sí sola, digámoslo así, por el curso natural de las cosas. Esto, claro está, no es cierto. Es un gran error. Así no pueden pensar más que incorregibles burócratas y aficionados al papeleo. En realidad, estos éxitos y estas victorias han sido alcanzadas, ni más ni menos, en la lucha encarnizada por la aplicación de la línea del partido. La victoria no llega nunca por sí sola: habitualmente, hay que conquistarla. Las buenas resoluciones y declaraciones en favor de la línea general del partido constituyen sólo el comienzo de la obra, pues no significan más que el deseo de triunfar, y no la victoria misma. Una vez trazada la línea certera, una vez se ha indicado la solución acertada de los problemas planteados, el éxito depende del trabajo de organización, depende de la organización de la lucha por la puesta en práctica de la línea del partido, depende de una acertada selección de hombres, del control del cumplimiento y de las decisiones adoptadas por los organismos directivos. De otro modo, la acertada línea del partido y las decisiones acertadas corren el riesgo de sufrir un serio daño. Más aún: después de trazada una línea política certera, es el trabajo de organización el que lo decide todo, incluso la suerte de la línea política misma, y su cumplimiento o su fracaso». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Informe en el XVIIº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1934)

Dejando de lado el resto de los factores, que en un momento u otro pueden ser más importantes, no cabe duda de que estos dos aspectos, la «vigilancia» y la «depuración», son cotidianos y decisivos, tanto se esté en el poder como si, por el momento, aún no es así. ¿Por qué? Muy sencillo. Son acciones que emanan de las necesidades de la vida diaria, del actuar revolucionario y la estructura partidista: no se puede resolver prácticamente nada sin aplicar estos conceptos.