miércoles, 30 de noviembre de 2022

El culto a la organización y el practicismo tampoco son la panacea para solucionar las insuficiencias; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«En este apartado observaremos cómo los «reconstitucionalistas» han caído dependiendo de qué época− en una desviación o en la contraria, y que si bien por momentos han propagado la «teoría de los cuadros» −vista en el capítulo anterior−, en otras ocasiones ha predominado el «culto a la organización» como solución para todos sus males. No es nuestro objetivo aclarar cuál de las dos tendencias es más inherente a la esencia de la «Línea de Reconstitución» (LR), sino que nos importa mucho más centrarnos en el segundo fenómeno, ya que es muy común entre otros grupos análogos. En cualquier caso, aquí se repasarán aspectos clave: ¿por qué se dice que el partido es necesario y actúa como el conjunto de aspiraciones del colectivo? ¿Por qué el maoísmo moderno ha creado un culto mágico hacia el partido −creyendo que solucionará todas sus insuficiencias? ¿Cuál es nuestra crítica a la visión «reconstitucionalista» del «partido [maoísta] de nuevo tipo»? ¿Por qué se dice que el deber del revolucionario es ocuparse de lo más urgente más allá de formalidades?

La organización como conjunto de aspiraciones del colectivo

En su obra «Nuestra tarea inmediata» (1899), Lenin declaró: «La tarea esencial consiste en hallar la solución de estos problemas, y que para eso debemos proponernos, como objetivo más inmediato, la organización del periódico del partido, su aparición regular, su estrecha vinculación con todos los grupos locales». Aparte de esto, resaltó cómo, según su concepción: «La organización de las fuerzas revolucionarias, su disciplina y el desarrollo de la técnica revolucionaria son imposibles, sin la discusión de todos estos problemas en un órgano central, sin una elaboración colectiva de determinadas formas y normas de dirección, sin establecer por medio del órgano central la responsabilidad de cada miembro del partido ante todo el partido». 

Entiéndase que un movimiento que pretende transformar la sociedad necesita organizarse con objetivos y normas muy claras para poder operar con garantías, y si su vehículo para realizar tan largo trayecto −en este caso, el partido revolucionario− es el encargado de la formación ideológica de sus cuadros −tanto en aspectos más «teóricos» como más «prácticos»−, esos individuos no pueden hacer el viaje sin él. Si este acaba decayendo o directamente desaparece lo que nos queda son dos opciones nada halagüeñas para el propósito de estos individuos: a) quedarán ciertas personas con inclinaciones más o menos progresistas, pero que se encuentran desperdigadas y descoordinadas, en su mayoría sin una noción clara sobre qué hacer ya que no existe un «marco de referencia» del cual recibir instrucciones; b) o peor, habrá un puñado de cuasi marxistas que anidan en varias sectas donde el único aspecto «revolucionario» que conservan son sus pretensiosos nombres y el deprimente culto folclórico a una «época mejor» −lo cual, ciertamente, no es mucho mejor. El primer perfil necesita algo de ayuda y orientación, el segundo necesita un baño de realidad para salir de su mundo de ficción.

Aunque muchos se resistan a reconocerlo, así es como hemos entrado al siglo XXI: una época donde el autodenominado «marxista» es bastante discutible que se merezca portar tal título, ya que alberga un nivel cultural bajísimo −repeliendo el estudio−, nulo compromiso −salvo para formalidades que requieren poco esfuerzo o en momentos de entusiasmo− y una falta de claridad ideológica reflejada en un atroz eclecticismo −donde el marxismo ocupa un lugar más, dentro de una bonita coctelera doctrinal−. Todo esto, en buena parte como consecuencia de no tener una plataforma donde compruebe −junto a sus homólogos− sus conocimientos y ponga a prueba su valía y sus aptitudes para la causa que tanto dice amar. Y es que insistimos, sin este «eje» −el partido−, sin este «andamiaje» −su órgano de expresión−, lo cierto es que hay poca garantía de que estos sujetos puedan aunar esfuerzos para nada de valor: pues no podrán producir estudios independientes, aprender de los «héroes del pasado», corregir las equivocaciones que heredan y difundir sus imperiosas conclusiones. 

Esto, no nos cansaremos de repetirlo, no es un ejercicio escolástico, sino todo lo contrario… es tan necesario como para algunos animales es necesario mudar de piel a partir de superar la vieja capa. Pues bien, si estos seres necesitan este proceso para adaptarse a su nuevo tamaño y necesidades, una organización también deberá adaptarse y «mudar de piel» si quiere mantener su salud. Pensar que esto se puede hacer a gran escala sin una gran estructura, simplemente valiéndose de la ayuda y bendición de los «centros del saber» −como las universidades, los seminarios sobre filosofía, los conservatorios, o las asociaciones culturales de artistas−, es poco menos que de una candidez extrema, un provincianismo intelectual. Es igual de ilusorio que el pensar que la sociedad del futuro vendrá gracias a perder el tiempo tratando de «reformar» las estructuras y mentes de los jefes de cualquiera de los partidos tradicionales −que ya han mostrado sobradamente su podredumbre, como para encima confiar en su honesta «redención»−. Por ello, la agrupación de los revolucionarios es el principal apoyo para apuntalar una contracultura seria y de calidad, que no solo se conforme con eso, sino que algún día pueda asaltar el poder.

viernes, 18 de noviembre de 2022

La intelectualidad y el movimiento revolucionario; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

Consideramos que esta sección es una de las más importantes debido al alto grado de ignorancia que existe en torno a la cuestión de la intelectualidad y su ligazón con el partido revolucionario, por lo que pedimos al lector que preste especial atención y si fuera necesario notifique cualquier duda o crítica correspondiente. 

Estos serán los siguientes temas a desarrollar: 1) ¿Cuál es la relación histórica entre el proletariado y la conciencia revolucionaria que puede adquirir?; 2) La singularidad de la intelectualidad en la sociedad moderna; 3) El intelectual comprometido y su relación con el movimiento revolucionario; 4) ¿Por qué deben trabajar codo con codo los trabajadores manuales e intelectuales?; 5) Los revisionistas y la intelectualidad. ¿Cómo concibe la «Línea de la Reconstitución» esta espinosa cuestión?; 6) ¿El papel de la intelectualidad ha caducado? ¿El obrero se «autoorganiza»?; 7) ¿Acaso el marxismo-leninismo no ha advertido contra los peligros típicos que arraigan en la intelectualidad?; 8) La eucaristía de la Iglesia Reconstitucionalista: «el intelectual se convierte en obrero»; 9) La cuestión del origen social, ¿quién se puede adherir al marxismo-leninismo?

¿Cuál es la interrelación histórica entre el proletariado y la conciencia revolucionaria? 

¿Cómo ha de entenderse la relación que tiene el proletariado con todas las doctrinas que han nacido en su seno? Suele olvidarse que por «ideologías» el proletariado ha producido muchas al calor de su lento desarrollo histórico, y sí, muchas de ellas intentaban basarse en sus luchas y anhelos, pero todas ellas carecían de un eje consecuente: eran demasiado primitivas, gremialistas, espontaneístas o conciliadoras; en definitiva, insuficientes para liberarle de la esclavitud asalariada mediatizada por el yugo del capital, baste ver qué fue de los cartistas o fabianos. Por eso, para nosotros, ser revolucionario en el tiempo presente, no es otra cosa que asumir y practicar la doctrina más científica que sintetiza y busca transformar sin componendas las metas y objetivos progresistas de cada época. Cualquiera que haya estudiado concienzudamente la historia de la humanidad sabrá que, en cada época determinada, una doctrina puede ser progresista y revolucionaria, pero que en otra bien puede haberse quedado atrás, tornándose en conservadora y contrarrevolucionaria. Sabido esto, no es extraño concluir en el capitalismo moderno que:

«El proletariado es revolucionario sólo cuando tiene conciencia de esta idea de la hegemonía y la realiza. El proletario que adquirió conciencia de esta tarea es un esclavo alzado contra la esclavitud. El proletario, que no tiene conciencia de la idea de la hegemonía de su clase o que reniega de esta idea, es un esclavo que no comprende la condición de esclavo en que se encuentra; en el mejor de los casos, es un esclavo que lucha por mejorar su situación como tal, pero no por el derrocamiento de la esclavitud». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El reformismo en el seno de la socialdemocracia rusa, 1911)

Si aceptamos que el propio proletariado no es revolucionario hasta que no toma conciencia de su posición de clase… ¿cómo vamos a idealizar que «por sus condiciones materiales» todo miembro del proletariado es ya, o casi, «plenamente consciente en lo ideológico»? Aquí una vez más, se confunde probabilidad con realidad y se olvida todo lo demás, es un «materialismo» sin dudas muy vulgar. Si esto fuese así de sencillo, la revolución sería un hecho lineal, automático, un juego con las cartas marcadas: resultaría que ya desde la cuna −por familia− o desde la primera vez que se entra en una fábrica −por su posición en la producción− el sujeto adquiere esa «conciencia política» como derivado del ambiente familiar o laboral, de nuevo un reduccionismo que nada explica y que no resiste el menor análisis. Esto no solo implica levantar una teoría social muy pobre que no se sostiene cuando uno ojea la realidad cotidiana −donde la clase obrera sigue funcionando como furgón de cola del burgués−, sino que además implicaría borrar uno de los conceptos más importantes del estudio analítico, como es el de la llamada «alienación». Esta herramienta, ya desarrollada por Marx en sus «Manuscritos económicos y filosóficos» (1844), permite explicar el motivo de que un trabajador del metal crea en la monarquía, pida la expulsión de los inmigrantes o se atavíe de rosarios como si estas opciones fueran la mejor solución, la única salvación a sus problemas cotidianos. Y es que recordemos que esta alienación incluye y parte de todas las esferas sociales de la vida −alienación respecto al producto, religiosa, frente a la naturaleza, política−. Pero no es cuestión de detenernos ahora en esto. Véase la obra: «Fundamentos y propósitos» (2022).

Entonces, si aceptamos que un proletario tiene que llegar a ser revolucionario −y que este no es un proceso automático−, lo primero que habrá que preguntarse es cómo va a transitar ese camino: ¿prescindiendo de la única doctrina que ha demostrado estar en consonancia con los descubrimientos de la ciencia? ¿Dejándolo todo al libre albedrío, al «espíritu instintivo de su clase»? En caso de negarse a esta última majadería, aceptará que necesita formarse, empaparse de los hitos y derrotas de su movimiento. Bien, en tal caso, ¿cómo va a excluir de esta empresa pedagógica a los intelectuales de su clase o de otras capas sociales que se dignen a acompañarlos bajo tales preceptos? Sin duda, sería como pegarse un tiro en el pie. 

Se dice que el proletario, por su condición dentro del entramado capitalista, es la clase social más interesada en la revolución −aquella que, si es consciente de sus intereses, socializará los medios de producción para disfrute de toda la comunidad trabajadora, avanzando hacia la abolición de las clases sociales−. Y sí, esto es correcto, pero a veces se olvida que lo que ha venido a configurar los cimientos del marxismo-leninismo −término a veces sintetizado como socialismo científico−, no ha sido un proceso espontáneo, una «autoconciencia» de estos trabajadores. Repasemos un escrito de Friedrich Engels sobre sus primeras andanzas y los inicios de la Liga Comunista:

«Entonces había que andar buscando uno a uno a los obreros conscientes de su situación como obreros y de su contraposición histórico-económica con el capital, pues esta misma contraposición estaba todavía en mantillas. (…) Entonces, los pocos hombres que habían sabido comprender el papel histórico del proletariado tenían que reunirse secretamente, que agruparse a escondidas en pequeñas comunas de 3 a 20 individuos». (Friedrich Engels; Contribución a la Historia de la Liga de los Comunistas, 1885)

Esto implica que algunos miembros de la capa de la intelectualidad −en ocasiones muy lejos de las condiciones de vida del proletariado− se rebelaron y supeditaron su ingenio y estudio a la causa de la humanidad, tratando de buscar cuál era el curso objetivo que resume la meta progresista de su época, dándose de bruces con la cuestión del proletariado. Por esta razón, un joven Engels, polemizando con otros utópicos como Heinzen, declaraba que el comunismo:

«No procede de principios, sino de hechos. Los comunistas no parten de tal o cual filosofía, sino de todo el curso de la historia anterior y particularmente de los resultados reales a los que se ha llegado actualmente. (...) El comunismo, como teoría, es la expresión teórica de la posición del proletariado en esta lucha y la síntesis teórica de las condiciones para la liberación del proletariado». (Friedrich Engels; Los comunistas y Karl Heinzen, 1847)

Argumentar que sobredimensionamos el papel histórico de la intelectualidad porque: «¡Tal labor se produjo estudiando y estando en contacto con el movimiento proletario y sus luchas!», no refuta lo dicho, como pensaba David Riazánov, sino que confirma nuestra afirmación. Vamos más allá: los intelectuales acabaron difundiendo los resultados de sus profundas investigaciones barajando qué métodos y camino había que tomar, instándoles a los propios proletarios a que tomasen en sus manos este trabajo de revisión y crítica, la cual actuaría como base para ese proyecto emancipatorio, pasando por encima de la «gente culta» si era necesario, como en muchas ocasiones así lo fue. ¿Exageramos? En absoluto:

«Nuestra intención no era, ni mucho menos, comunicar exclusivamente al mundo «erudito», en gordos volúmenes, los resultados científicos descubiertos por nosotros. Nada de eso. Los dos estábamos ya metidos de lleno en el movimiento político, teníamos algunos partidarios entre el mundo culto, sobre todo en el occidente de Alemania, y grandes contactos con el proletariado organizado. Estábamos obligados a razonar científicamente nuestros puntos de vista, pero considerábamos igualmente importante para nosotros el ganar al proletariado europeo, empezando por el alemán, para nuestra doctrina. Apenas llegamos a conclusiones claras para nosotros mismos, pusimos manos a la obra». (Friedrich Engels; Contribución a la Historia de la Liga de los Comunistas, 1885)

Tomemos el caso ruso, que es bien claro al respecto, ¿quiénes fueron los primeros autores responsables de popularizar las ideas de Marx y Engels en el Imperio ruso? Los Plejánov, Struve, Potrésov, Axelrod, Deutsch, Chjeidze, Zasúlich, Lenin, incluso si nos retrotraemos a sus antecedentes más inmediatos, los populistas, los Herzen, los Belinsky, los Chernyshevski. ¿Acaso no procedían todos ellos de familias medias acomodadas o nobles, no se dedicaban ellos mismos a labores de abogacía, escritura, intendencia, profesorado? ¿No es a su vez cierto que muchos de ellos «abandonaron el barco» y se deslizaron hacia el liberalismo burgués −o algo peor−? Incluso si nos vamos a noviembre de 1917, y revisamos el Primer Consejo de Comisarios del Pueblo, aproximadamente once de los quince miembros se dedicaban a labores intelectuales. Entonces, ¿qué sentido tiene negar los hechos históricos sobre el papel de la intelectualidad en la conformación de los movimientos revolucionarios? Solo la confusión o la demagogia se puede esconder tras este negacionismo de los hechos históricos:

«No puede ni hablarse de una ideología independiente, elaborada por las mismas masas obreras en el curso de su movimiento. (...) Esto no significa, naturalmente, que los obreros no participen en esta elaboración. Pero no participan en calidad de obreros, sino en calidad de teóricos del socialismo, como los Proudhon y los Weitling; en otros términos, sólo participan en el momento y en la medida en que logran, en mayor o menor grado, dominar la ciencia de su siglo y hacer avanzar esa ciencia. Y, a fin de que los obreros lo logren con mayor frecuencia, es necesario ocuparse lo más posible de elevar el nivel de la conciencia de los obreros en general; es necesario que los obreros no se encierren en el marco artificialmente restringido de la «literatura para obreros». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

Que a estas alturas muchos no hayan comprendido todo esto solo refleja el retroceso de décadas e incluso siglos en este tipo de cuestiones tan básicas. 

domingo, 6 de noviembre de 2022

Vygotsky hablando sobre las diferencias entre la conducta animal y la conducta del hombre


«Para la ciencia natural contemporánea ya no constituye un problema la comunidad de origen y de naturaleza del animal y del hombre. El hombre es para la ciencia únicamente una especie de animal superior que dista de ser definitiva. Del mismo modo, también en la conducta de los animales y del hombre existe mucho en común y podemos decir que la conducta del ser humano se desarrolla sobre las raíces de la conducta del animal y con mucha frecuencia es sólo «la conducta de un animal que ha adoptado la posición vertical».

En particular, los instintos y las emociones, es decir, las formas de conducta hereditaria son tan afines en el animal y el hombre que indican sin duda alguna la fuente común de su origen. Algunos naturalistas no son propensos a establecer una diferencia esencial entre la conducta del hombre y la del animal, y reducen toda la diferencia entre ambas a un diverso grado de complejidad y sutileza del aparato nervioso. Los partidarios de este criterio suponen que es posible explicar la conducta humana exclusivamente desde el punto de vista de la biología. 

Sin embargo, es fácil observar que no es así. Entre la conducta del animal y la del hombre existe una diferencia esencial y ésta consiste en lo siguiente. Toda la experiencia del animal, toda su conducta, desde el punto de vista de la teoría de los reflejos condicionados, puede ser reducida a reacciones hereditarias y a reflejos condicionados. Toda la conducta del animal puede ser expresada con la fórmula siguiente: (1) reacciones hereditarias + (2) reacciones hereditarias por la experiencia individual reflejos condicionados. La conducta del animal se compone de estas reacciones hereditarias, más las reacciones hereditarias multiplicadas por la cantidad de nuevos vínculos que se han dado en la experiencia individual. Pero resulta evidente que esta fórmula no abarca ni en un mínimo grado el comportamiento humano.

Ante todo, en la conducta del hombre en comparación con la de los animales− observamos la utilización ampliada de la experiencia de las generaciones anteriores. El hombre aprovecha la experiencia de esas generaciones no sólo en la escala en que está fijada y se transmite por la herencia física. Todos nosotros empleamos en la ciencia, en la cultura y en la vida la enorme cantidad de experiencia acumulada por las generaciones precedentes y que no son transmisibles por la herencia biológica. En otras palabras, a diferencia de los animales, en el hombre existe una historia y esta experiencia histórica, esta herencia no física, esta herencia social, lo distingue del animal.

El segundo nuevo factor de nuestra fórmula será la experiencia social colectiva, que también constituye un nuevo fenómeno en el hombre. Éste aprovecha no sólo las reacciones condicionadas que se establecieron en su experiencia personal, como ocurre comúnmente en el animal, sino también los vínculos condicionados que se han establecido en la experiencia social de otras personas. Para que se establezca en el perro el reflejo a la luz es preciso que, en su experiencia individual, se hayan cruzado la acción de la luz y la carne. En cambio, el hombre, en su experiencia cotidiana, se vale de las reacciones que se formaron en la experiencia ajena. Puedo conocer el Sahara sin haber salido una sola vez de mi ciudad natal o saber mucho acerca de Marte sin haber mirado una sola vez por el telescopio. Las reacciones condicionadas del pensamiento o el habla en los que se expresan esos conocimientos no se formaron en mi experiencia personal, sino en la de personas que realmente estuvieron en África y aquéllas que realmente miraron por el telescopio.