viernes, 21 de abril de 2023

El sentimiento nacional en la era de la globalización; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«Muchos lectores se preguntan a menudo: «¿Cuál sería la postura de un marxista-leninista sobre el sentimiento nacional en plena era de la globalización?». En realidad, dicha respuesta tiene fácil solución: el revolucionario no es ni un burdo chovinista ni tampoco un cosmopolita voluntarista. 

Estos serán los cuatro grandes bloques a desarrollar: a) Pronósticos y malinterpretaciones del «Manifiesto comunista» (1848); b) ¿Qué recomendaron Engels y Lenin a los partidos marxistas de la II Internacional sobre «cuestión nacional»?; c) La «Línea de reconstitución» y su rocambolesca teoría sobre la «disolución de las naciones»; d) Los «reconstitucionalistas» y sus coqueteos con el chovinismo y el cosmopolitismo.

Pronósticos y malinterpretaciones del «Manifiesto comunista» (1848)

Quizás la mejor forma para empezar a abordar este espinoso tema sea una de las citas más malinterpretadas de la obra de Marx y Engels:

«A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la nacionalidad. Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía. Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales. El triunfo del proletariado acabará de hacerlos desaparecer. La acción conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales de su emancipación. En la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotación de unos individuos por otros, desaparecerá también la explotación de unas naciones por otras. Con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrará la hostilidad de las naciones entre sí». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)

Aquí no hay lugar a dudas, el carácter literal de la cita debería cerrar todo debate en lo referente al proletariado y su postura sobre la nación. Pero, aun así, daremos unos apuntes:

a) El proletariado no puede dirigir los destinos de su nación hasta que no se eleve a clase dirigente del Estado, puesto que, si no controla la dirección de la producción de bienes y servicios −y ello implica también retener la hegemonía política y cultural−, no podrá darle a su labor social una esencia progresista que, entre otros principios, incluye el internacionalismo. Si se quiere decir de forma romántica: el marxismo es el verdadero humanismo, el cual no tolera la explotación del hombre por el hombre ni los prejuicios nacionales, por tanto, tampoco privilegios producto de mitos absurdos de otra índole. Pero esto no significa que, hasta lograr tales objetivos, no tenga su propia concepción de lo «nacional» y que no lo manifieste a través de su organización política o su propia producción artística, dado que, en nuestra época, como ya adelantó Lenin, existen dos culturas fundamentales que nuclean toda nación contemporánea −la cultura proletaria y la cultura burguesa−. Pensar lo contrario, es reproducir el canon trotskista, aquel que postulaba que la cultura proletaria solo asoma la cabeza una vez dicha clase toma el poder y transforma económicamente la vieja sociedad y sus mitos culturales… pero no puede existir una majadería más burda para alguien que se considera «materialista» y «dialéctico». 

b) En la esfera nacional el mayor peligro para el proletariado revolucionario es creerse la zafia propaganda que justifica la política interna y externa de su gobierno burgués. ¿A qué nos referimos? A brindar con la burguesía nacional respecto a los mitos históricos que esta ha ido creando en la cultura de su país, es decir, el tendiente a mantener como referentes a personajes reaccionarios y a ocultar en cambio los episodios y figuras revolucionarias que todo progresista reivindicaría. En realidad, esto solo acerca al trabajador a una «unidad nacional» ficticia, pero nunca hacia la verdadera emancipación social y nacional de los suyos. En el momento en que el de abajo acepta −conscientemente o no− el discurso del de arriba expresado en la prensa, las instituciones, la legislación y su modo de vida, está tirando piedras contra su propio tejado: contribuye a seguir apretando las cadenas que le sujetan a este mundo, el mismo al cual maldice porque no está conforme con su aspecto. Huelga decir que con la queja esporádica no hallará nunca la forma de escapar a esta situación, por el contrario, es muy posible que caiga en una penumbra espiritual mientras se entretiene combatiendo a los hombres de paja que los capitalistas le irán presentando en el camino… que «si no ha triunfado en la vida» es porque no tiene una «cultura del esfuerzo» y un «espíritu emprendedor»; que la culpa de sus males reside en el «malévolo inmigrante» que le «roba el trabajo»; que al no «estar bien con Dios espiritualmente» no le pueden ir bien los asuntos terrenales, etc. 

viernes, 14 de abril de 2023

Vygotsky criticando las bases de la psicología naturalista y la psicología descriptiva


«El problema de las funciones psíquicas superiores es el problema central de toda la psicología del hombre. En la psicología moderna no se han establecido aún suficientes aportaciones al respecto, ni siquiera los principios teóricos fundamentales sobre los cuales debe construirse la psicología humana como sistema; y la elaboración del problema de las funciones psíquicas superiores debe tener una importancia central para su solución.

En la psicología extranjera moderna existen dos principios fundamentales, según los cuales se elabora la psicología del hombre.

El primero es el principio naturalista, el cual considera la psicología del hombre y sus procesos psíquicos superiores partiendo de los mismos fundamentos en los cuales se construye la teoría del comportamiento de los animales. Tal es, por ejemplo, el principio estructural que parte de la idea que en la psicología humana no hay nada nuevo, en principio, que la distinga radicalmente de la psicología de los animales. Toda la idea de la teoría estructural está en su universalidad y en su aplicabilidad general. Como es de notar, los estructuralistas afirman que la estructura es la forma primordial de toda la vida. Volkelt en sus experimentos busca demostrar que la percepción de la araña está subordinada a las mismas leyes estructurales que la percepción del hombre. En el análisis de la estructura del comportamiento de los simios antropomorfos se obtienen las mismas leyes estructurales. Todos los fenómenos, desde la reacción de la araña hasta la percepción humana, están comprendidos en este principio único.

Esta universalidad de la teoría estructural responde a la tendencia de toda la psicología naturalista moderna, a propósito de la cual Thorndike ha dicho irónicamente, pero con justicia, que el ideal de la psicología científica es crear una línea única de desarrollo, desde la lombriz hasta el estudiante norteamericano. A este ideal responde el principio estructural. Ya que se trata de una ley tan general, la lombriz y el estudiante norteamericano se colocan plenamente a la luz de la ley estructural. Es verdad que al interior de estas leyes estructurales comunes, en el curso del experimento y de la investigación clínica es necesario distinguir la estructura «buena» −como le llaman los representantes de esta psicología y la estructura «mala», la estructura «fuerte» y la «débil», la estructura diferenciada y la indiferenciada. Pero todas estas son diferencias cuantitativas; por ello resulta que los principios estructurales pueden aplicarse igualmente a las estructuras superiores y a las inferiores, al hombre y a los animales.

Lo infundado de este principio se revela en los campos de la psicología clínica y de la genética, por cuanto concierne al desarrollo y la disgregación de las funciones psíquicas. Los fundadores de la psicología de la Gestalt, Köhler y Wertheimer, habían guardado muchas esperanzas en el principio estructural. Con base en este principio, las investigaciones fueron efectuadas en gallinas y monos. Pero resulta que desde el punto de vista de la psicología comparada estas investigaciones no tienen ninguna perspectiva, pues Köhler obtuvo los mismos resultados en ambas especies animales. En el consenso de los principios estructurales generales, él no ha podido establecer diferencias entre gallinas y monos.

Cuando Köhler, en París, se confronta al problema de la percepción humana, responde con datos colectados en animales. Después de haber expuesto todas las leyes fundamentales contenidas en los animales −en el mono y en la gallina− dice que también la percepción humana está subordinada a estas leyes. Y este es su punto débil. Además él no está dispuesto a liberarse de la impresión que los animales están sujetos a las leyes de la estructura del campo sensorial mucho más que el hombre, en el cual estas leyes determinan en menor grado los procesos sensoriales. Los animales dependen estrechamente de los datos objetivos, de la iluminación, de la disposición de las cosas, etcétera, de la fuerza relativa del estímulo que viene a formar parte de esta situación, demostrando una mayor subordinación que el hombre a las leyes de la estructura.

Datos análogos se obtienen cuando se ha intentado aplicar el principio estructural a los fenómenos del desarrollo infantil. Cuanto más descendía el investigador, tanto más numerosos eran los datos demostrando que la estructura de los procesos psíquicos en el niño tienen la misma forma que en el adulto. K. Koffka hizo un intento de aplicar el principio estructural a la explicación del desarrollo. Él mostró que el desarrollo de la estructura es «fuerte» y «débil»«buena» y «mala», diferenciada e indiferenciada y que todo el desarrollo desde la alfa a la omega tiene una estructura en cuanto tal. Esta imposición del problema del desarrollo en el campo de la psicología comparada e infantil es un resultado muy poco fecundo del punto de vista del principio estructural. Todas las formas superiores de la percepción humana han perdido su carácter específico.

Indicaré cuáles son las dificultades en que se mete la psicología estructural cuando se trata de las disciplinas clínicas. Me referiré a los trabajos de Pötzl dedicados a la agnosia [dificultad de reconocer sensorialmente los objetos], en la cual establece una diferencia sutil entre la esfera visual inferior y la visual superior cuya alteración acompaña a la agnosia. Cuando Pötzl pasa de la descripción al análisis, resulta que todo se reduce a la estructuración, y entre las funciones superiores sólo dos no emergen: la del impulso y la de prohibición. Según la expresión de Shchedrin, sólo se puede «arrastrar y no dejar» los centros inferiores, pues no son capaces de crear lo nuevo, de aportar elementos nuevos a la actividad de los centros superiores.

Me detengo particularmente en este aspecto de la cuestión para mostrar que la teoría estructural, dominante en la psicología moderna, no es adecuada al problema que constituye el principal objeto de estudio del hombre, el problema de los procesos psíquicos superiores, ya que la respuesta que da la psicología estructural es que las funciones psíquicas superiores se reducen a las inferiores; sólo son más complejas y más ricas respecto a las funciones psíquicas inferiores, pero esto no resuelve el problema.

La segunda tendencia de la psicología humana está representada por la llamada psicología descriptiva, es decir la psicología como ciencia del espíritu que, en contraposición a los principios naturalistas que reducen las formaciones superiores específicamente humanas a las leyes propias de las formaciones inferiores, declara a las funciones psíquicas superiores formas de naturaleza puramente espiritual, que no se apegan a la explicación causal y no tienen necesidad de un análisis genérico. Esta particularidad de la vida psíquica se puede entender, pero no explicar. Se puede sentir, pero no incluir en una relación de dependencia causal con los procesos cerebrales, los procesos de la evolución, etcétera. El callejón sin salida al cual lleva esta concepción idealista es evidente, sin necesidad de explicaciones ulteriores.

viernes, 7 de abril de 2023

Engels exponiendo la evolución del pensamiento dialéctico y metafísico a lo largo de la humanidad

«Cuando sometemos la naturaleza o la historia humana al examen del pensamiento, o nuestra propia actividad espiritual, se nos ofrece por de pronto la estampa de un infinito entrelazamiento de conexiones e interacciones, en el cual nada permanece siendo lo que era, ni como era, ni donde era, sino que todo se mueve, se transforma, deviene y perece. Semejante concepción del mundo, espontánea e ingenua, pero correcta en cuanto a la cosa, es la de la antigua filosofía griega, y ha sido claramente formulada por primera vez por Heráclito: todo es y no es, pues todo fluye, se encuentra en constante modificación, sumido en constante devenir y perecer. Mas esta concepción, por correctamente que capte el carácter general de la imagen de conjunto de los fenómenos, no basta para explicar las particularidades de que se compone esta imagen general, y mientras no podamos hacer esto no podremos tampoco tener clara esta imagen de conjunto. Para conocer esas particularidades tenemos que arrancarlas de su conexión natural o histórica y estudiar cada una de ellas desde el punto de vista de su constitución, de sus particulares causas y efectos, etc. Esta es ante todo la tarea de la ciencia de la naturaleza y de la investigación histórica, ramas de la investigación que por muy buenas razones no ocuparon entre los griegos de la era clásica sino un lugar subordinado, puesto que su primera obligación consistía en reunir los materiales con los que formaban sus conocimientos y establecían sus ideas. Los comienzos de la investigación exacta de la naturaleza han sido desarrollados por los griegos del período alejandrino y más tarde, en la Edad Media, por los árabes; pero una verdadera ciencia de la naturaleza data de la segunda mitad del siglo XV, y a partir de entonces ha hecho progresos con velocidad siempre creciente. La descomposición de la naturaleza en sus partes particulares, el aislamiento de los diversos procesos y objetos naturales en determinadas clases especiales, la investigación del interior de los cuerpos orgánicos según sus muy diversas conformaciones anatómicas, fue la condición fundamental de los progresos gigantescos que nos han aportado los últimos cuatrocientos años al conocimiento de la naturaleza. A su vez, todo ello nos ha legado también la costumbre de concebir las cosas y los procesos naturales aisladamente, fuera de la gran conexión de conjunto, no en su movimiento, sino en reposo; no como entidades esencialmente cambiantes, sino como fijas y permanentes; no en su vida, sino en su muerte. Al transmitir esta concepción de la ciencia natural a la filosofía, como ocurrió por obra de Bacon y Locke, se creó la limitación de pensamiento característica de los últimos siglos, el modo metafísico de pensar.

Para el metafísico, las cosas y sus imágenes mentales, los conceptos, son objetos de investigación dados de una vez para siempre, aislados, uno tras otro y sin necesidad de contemplar el otro, fijos y rígidos. El metafísico piensa según rudas contraposiciones sin término medio: su lenguaje es sí, sí, y no, no, y todo lo que pasa de eso procede del mal. Para él, toda cosa existe o no existe: una cosa no puede ser al mismo tiempo ella misma y otra. Lo positivo y lo negativo se excluyen lo uno a lo otro de un modo absoluto; la causa y el efecto se encuentran del mismo modo en rígida contraposición. Este modo de pensar nos resulta a primera vista muy plausible porque es el del llamado sano sentido común. Pero el sano sentido común, por apreciable compañero que sea en el doméstico dominio de sus cuatro paredes, experimenta asombrosas aventuras en cuanto se arriesga por el ancho mundo de la investigación; y el modo metafísico de pensar, aunque también está justificado y es hasta necesario en esos anchos territorios de diversa extensión según la naturaleza de la cosa, tropieza sin embargo siempre, antes o después, con una barrera más allá de la cual se hace unilateral, limitado, abstracto, y se pierde en irresolubles contradicciones, porque atendiendo a las cosas pierde su conexión, atendiendo a su ser pierde su devenir y su perecer, atendiendo a su reposo se olvida de su movimiento: porque los árboles no le dejan ver el bosque.