viernes, 21 de abril de 2023

El sentimiento nacional en la era de la globalización; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«Muchos lectores se preguntan a menudo: «¿Cuál sería la postura de un marxista-leninista sobre el sentimiento nacional en plena era de la globalización?». En realidad, dicha respuesta tiene fácil solución: el revolucionario no es ni un burdo chovinista ni tampoco un cosmopolita voluntarista. 

Estos serán los cuatro grandes bloques a desarrollar: a) Pronósticos y malinterpretaciones del «Manifiesto comunista» (1848); b) ¿Qué recomendaron Engels y Lenin a los partidos marxistas de la II Internacional sobre «cuestión nacional»?; c) La «Línea de reconstitución» y su rocambolesca teoría sobre la «disolución de las naciones»; d) Los «reconstitucionalistas» y sus coqueteos con el chovinismo y el cosmopolitismo.

Pronósticos y malinterpretaciones del «Manifiesto comunista» (1848)

Quizás la mejor forma para empezar a abordar este espinoso tema sea una de las citas más malinterpretadas de la obra de Marx y Engels:

«A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la nacionalidad. Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía. Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales. El triunfo del proletariado acabará de hacerlos desaparecer. La acción conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales de su emancipación. En la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotación de unos individuos por otros, desaparecerá también la explotación de unas naciones por otras. Con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrará la hostilidad de las naciones entre sí». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)

Aquí no hay lugar a dudas, el carácter literal de la cita debería cerrar todo debate en lo referente al proletariado y su postura sobre la nación. Pero, aun así, daremos unos apuntes:

a) El proletariado no puede dirigir los destinos de su nación hasta que no se eleve a clase dirigente del Estado, puesto que, si no controla la dirección de la producción de bienes y servicios −y ello implica también retener la hegemonía política y cultural−, no podrá darle a su labor social una esencia progresista que, entre otros principios, incluye el internacionalismo. Si se quiere decir de forma romántica: el marxismo es el verdadero humanismo, el cual no tolera la explotación del hombre por el hombre ni los prejuicios nacionales, por tanto, tampoco privilegios producto de mitos absurdos de otra índole. Pero esto no significa que, hasta lograr tales objetivos, no tenga su propia concepción de lo «nacional» y que no lo manifieste a través de su organización política o su propia producción artística, dado que, en nuestra época, como ya adelantó Lenin, existen dos culturas fundamentales que nuclean toda nación contemporánea −la cultura proletaria y la cultura burguesa−. Pensar lo contrario, es reproducir el canon trotskista, aquel que postulaba que la cultura proletaria solo asoma la cabeza una vez dicha clase toma el poder y transforma económicamente la vieja sociedad y sus mitos culturales… pero no puede existir una majadería más burda para alguien que se considera «materialista» y «dialéctico». 

b) En la esfera nacional el mayor peligro para el proletariado revolucionario es creerse la zafia propaganda que justifica la política interna y externa de su gobierno burgués. ¿A qué nos referimos? A brindar con la burguesía nacional respecto a los mitos históricos que esta ha ido creando en la cultura de su país, es decir, el tendiente a mantener como referentes a personajes reaccionarios y a ocultar en cambio los episodios y figuras revolucionarias que todo progresista reivindicaría. En realidad, esto solo acerca al trabajador a una «unidad nacional» ficticia, pero nunca hacia la verdadera emancipación social y nacional de los suyos. En el momento en que el de abajo acepta −conscientemente o no− el discurso del de arriba expresado en la prensa, las instituciones, la legislación y su modo de vida, está tirando piedras contra su propio tejado: contribuye a seguir apretando las cadenas que le sujetan a este mundo, el mismo al cual maldice porque no está conforme con su aspecto. Huelga decir que con la queja esporádica no hallará nunca la forma de escapar a esta situación, por el contrario, es muy posible que caiga en una penumbra espiritual mientras se entretiene combatiendo a los hombres de paja que los capitalistas le irán presentando en el camino… que «si no ha triunfado en la vida» es porque no tiene una «cultura del esfuerzo» y un «espíritu emprendedor»; que la culpa de sus males reside en el «malévolo inmigrante» que le «roba el trabajo»; que al no «estar bien con Dios espiritualmente» no le pueden ir bien los asuntos terrenales, etc. 

c) Ahora, todo lo anterior no quita que por fuerza de la materia viva −el ambiente donde nace y se desarrolla− el trabajador tenga en su haber un «sentimiento nacional» propio a su clase, renunciar a esto sería desligar al hombre de sus condiciones materiales. La clave está en entender que la clase obrera solo es progresista cuando aspira a destruir la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre a nivel global, por lo que sabe que necesita confraternizar con sus homólogos de otros países y continentes para eliminar los prejuicios nacionales, raciales o sexuales de la faz de La Tierra. En cambio, la clase burguesa bien se valdrá o potenciará un prejuicio u otro −en alianzas con otras burguesías u otras capas sociales nacionales− si con esto se asegura retener el poder político, si de este modo asegura la difusión de su cultura hegemónica y de todo aquello que garantice que el show continúe, que su negocio siga funcionando y todo les vaya «como la seda». En ambos casos, el interés de clase prevalece sobre su nacionalidad −solo que por motivos diametralmente opuestos−. Por esto, dependiendo de la situación, todo capitalista que sea inteligente alegará tener motivos para ser «pragmáticamente cosmopolita», traicionando así los «intereses nacionales», mientras otras veces sus intereses momentáneos le otorgarán la oportunidad de engalanarse demagógicamente como «máximo defensor» de la «Madre Patria» −aunque sin poder desprenderse de su prisma reaccionario−. 

d) En lo referente al nivel individual, el sujeto no puede −ni a nivel histórico ni presente− contraponer unas naciones frente a otras en base a gustos personales y en abstracto −de forma atemporal−, sino que debe realizar un análisis ideológico, de clase, sobre las mismas. Esto es, examina quién las dirige y qué política interna y externa persigue el gobierno de cada una de ellas −tampoco debe caer en el equívoco de relacionar al gobierno de turno con la oposición revolucionaria de dicha nación, dado que esta correlación no siempre ocurre−. No hay, por tanto, «naciones elegidas» para «encabezar la emancipación social humana». Ese «mesianismo nacional» siempre es un chovinismo mal disfrazado, herencia del socialismo utópico. Una nación que hoy puede otorgar un «gran servicio» a la «revolución mundial» expulsando a una potencia imperialista, mañana puede convertirse en lo que combatió −a causa de sus dirigentes y seguidores−. Una reluciente nación socialista bien puede en el futuro caer en el pozo de la contrarrevolución y transformarse en el nuevo «gendarme» de la reacción internacional. Hay infinitos paradigmas de esto. 

e) En todo proceso histórico se produce una destrucción o al menos una síntesis de una civilización respecto a otra o varias de su tiempo, bien sea por la vía pacífica o violenta. En nuestra era capitalista contemporánea, aunque hay una gran tendencia hacia el acercamiento en comparación a siglos anteriores, el concepto socio-histórico de nación no ha sido superado ni mucho menos. Lo mismo puede afirmarse respecto a la existencia e interacción de los múltiples idiomas. En suma, pese a la innegable globalización y el aumento de las redes de comercio y transportes, las naciones y sus culturas no se han «diluido» como exclaman algunos, es decir, no se han eliminado las llamadas «culturas nacionales». En todas las épocas existen países que hacen acopio de préstamos y modismos de los «centros culturales» del momento, del mismo modo que en las sociedades de clases siempre ha habido un sojuzgamiento político y económico de unas civilizaciones sobre otras, pero eso no significa que se haya hecho desaparecer mágicamente la conciencia nacional, ni que se hayan creado los condicionantes que puede que algún día hagan diluir naturalmente la multitud de naciones e idiomas de hoy. Este cuadro corresponde a la etapa comunista, no antes.

En cambio, entre los «reconstitucionalistas» no es extraño verlos repetir como papagayos fragmentos clásicos o desconocidos de Marx y Engels como «argumento de autoridad», es decir, valiéndose de su fama, pero sin ser capaces de analizar si el contenido tiene o tuvo sentido, si fue rectificado por ellos mismos o si −más importante aún− sus pronósticos fueron corroborados o descartados por la historia. Pongamos un ejemplo que para más de uno será sangrante:

«Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado. El proletariado carece de bienes. Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de común con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que en Norteamérica, borra en él todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)

He aquí un ejemplo claro de confusión entre a lo que se tiende y puede ser, y lo que es. La Primera Guerra Mundial (1914-18) fue el mejor paradigma histórico que refutó esta predicción. Este evento demostró sobradamente que las «condiciones de existencia» del proletariado, su «no posesión de bienes», no son garantías suficientes para superar los «prejuicios nacionales», ¡ojalá así fuese! Muy por el contrario, lo que sucedió fue la abierta traición de los partidos marxistas que componían la famosa II Internacional (1889-1914), los cuales se parapetaron en la «defensa de la patria en peligro» para colaborar con la burguesía nacional de sus respectivos países. Véase la obra de Lenin: «La bancarrota de la II Internacional» (1915).

En suma, lejos de lo que han afirmado algunos, resulta que la reelaboración del concepto de «alienación», desarrollada en escritos tempranos, como «Manuscritos económicos y filosóficos» (1844), y maduros, como «El capital» (1867), ofrece una explicación añadida y necesaria a este tipo de fenómenos. Marx mostró con suma certeza en esta última obra que, desde el punto de vista del burgués, ya puede dejarse libremente al trabajador asalariado a merced de las «leyes naturales de la producción», es decir, «puesto en dependencia del capital», porque estas «condiciones de producción engendran, garantizan y perpetúan» a «fuerza de educación, de tradición, de costumbre».

Entendemos que a priori esto pueda parecer excluyente, dado que, si las condiciones materiales enfrentan al proletariado a la burguesía, ¿cómo pueden a su vez condicionar su sumisión? Porque, para empezar, hablamos de condicionar, no de determinar, por lo que entre el primer término y el segundo existe una diferencia connotativa importante. A nivel lingüístico el primero −condicionar− se da por hecho un margen de libertad al sujeto que en el segundo −determinar− directamente no existe. En cualquier caso, ha de quedar claro que igualmente emana de ahí −de las condiciones materiales− la raíz que hace que para el proletariado la superación del «legalismo, la moral o la religión» que irradia la cultura dominante no se produzca automáticamente. Ergo, cuando esta clase social no tiene la conciencia ni los medios organizativos para oponer resistencia y pasar a la ofensiva frente a su antagonista, ocurre que las más de las veces sus miembros continúan atados a las nociones burguesas en todas estas áreas −sea arte, política, historia, economía, sociología, biología o lo que se precie.

Para el lector que aún no esté convencido le recordaremos que la actuación de dos tendencias no significa negar una de ellas, sino que precisamente el reconocimiento y corroboración de ambas es un principio científico básico que se aplica a la economía, historia, sociología o cualquier otro campo. Entiéndase que, como dijo Engels en «Del socialismo utópico al socialismo científico» (1880), para el pensador metafísico y su mente cuadriculada esto puede ser un poco complejo de entender, puesto que: «Para él, una de dos: sí, sí; no, no; porque lo que va más allá de esto, de mal procede, una cosa existe o no existe; un objeto no puede ser al mismo tiempo lo que es y otro distinto». En cambio, el pensador dialéctico «enfoca las cosas y sus imágenes conceptuales substancialmente en sus conexiones, en su concatenación, en su dinámica». En este caso, como aclaró Engels en su «Carta a K. Schmidt» (12 de marzo de 1895) sobre las «las leyes económicas»: «Ninguna de ellas tiene realidad si no es como aproximación, tendencia, promedio, y no como realidad inmediata», algo que «se debe en parte a que su acción entrechoca con la acción simultánea de otras leyes, pero en parte a su naturaleza de concepto». 

Ahora centrémonos, por ejemplo, en la cuestión de la familia. Este campo también nos ayudará a observar cuan exceso de optimismo hubo también en estas proclamas del «Manifiesto comunista (1848) respecto a la superación de los «prejuicios burgueses». ¿La clase obrera está libre de toda concepción familiar reaccionaria? No, y los propios Marx y Engels reportaron esto una y otra vez en escritos anteriores y posteriores como «Las condiciones de la clase obrera en Inglaterra» (1845) o «El capital» (1867). Y, en efecto, como en otros campos, la espontaneidad de la clase obrera bien le puede jugar una mala pasada. A menor nivel cultural y político, mayor es la posibilidad de que la clase obrera incurra o reproduzca modelos familiares regresivos. También podemos señalar aspectos análogos entre el padre burgués y el padre obrero respecto a la relación con sus hijos:

«Si el primero trata que su vástago se haga con el manejo de los negocios o abra otros buenamente productivos para el «honor» del «linaje familiar» −he aquí una reminiscencia muy caballeresca−, el segundo, por las propias condiciones del trabajo, se ve obligado a azuzar a su prole para traer un jornal más a casa. La diferencia es que, en el primer caso, lo que mueve a uno es el individualismo y la hipocresía del «qué dirán», en el segundo, la propia necesidad, la desesperación familiar. Por el contrario, tenemos casos variados en ambos campos. Está el burgués que mima a su hijo, que asume sin problemas que es −y será toda la vida− un bohemio o un lumpen sin oficio ni beneficio, aquel que ha decidido que dilapidará gran parte de la herencia familiar simplemente porque puede, cosa que al padre no le preocupa demasiado porque siempre podrá reponer las pérdidas y travesuras del «niño». También está el obrero que logra por fin una vida más o menos holgada y desarrolla pensamientos muy poco beneficiosos para su propio hijo, donde dado que él ha pasado «necesidad», malacostumbra a este a una vida fácil de holgazanería solo porque no quiere verle «sufrir», convirtiéndole en un nuevo «marqués», algo que, lejos de ayudarle, le lastrará en el mundo laboral y en su vida personal». (Equipo de Bitácora (M-L); ¿Vivimos en un patriarcado?, 2021)

¿Qué recomendaron Engels y Lenin a los partidos marxistas de la II Internacional sobre «cuestión nacional»?

Repasemos ahora lo que Engels y Lenin recomendaron al respecto de la cuestión nacional precisamente con los partidos de la II Internacional. En 1893, cuando el movimiento marxista estaba creciendo en Francia de forma amenazante para las élites políticas, varios de sus enemigos naturales, en esta ocasión los bonapartistas y los anarquistas, acusaron al Partido Obrero (PO) comandado por Guesde y Lafargue de «antipatriotismo». Según los primeros, el concepto marxista del «internacionalismo» era totalmente incompatible con ser un buen patriota, creyendo estar poniendo a los dirigentes marxistas frente a la espalda y la pared. ¿Qué posición tomaron ellos? En un artículo titulado «Socialismo y Patriotismo» no solo aclararon cualquier equívoco al respecto, sino que en un tono ofensivo declararon lo siguiente:

«En su impotente furia sobre la triunfante marcha del Partido Obrero nuestros enemigos de clase han recurrido a la última arma que les queda en su arsenal, la difamación. Están tergiversando nuestro internacionalismo del modo que intentaron tergiversar nuestro socialismo. Y aunque aquellos que ansían presentarnos como desposeídos de patria son los que ellos mismos, durante todo este siglo, han estado sino siendo cómplices de incursiones hacia el territorio de la patria y su desmembramiento, una patria cuya clase se rindió al saqueo y rapiña por los bandidos financieros cosmopolitas y quienes habían estado explotando sin detenerse en el derramamiento de sangre en Ricamari y Fourmi, nosotros, lejos de permitirles el confundir una solución colectivista a la cuestión con anarquismo, nunca les debemos permitir que traduzcan nuestro glorioso eslogan «¡Larga vida a la Internacional!» como la absurda ventriloquia ¡Abajo Francia!». (…) Sabemos que el patriotismo y el internacionalismo, lejos de excluirse, son las dos formas de amistad humana que se complementan mutuamente. (…) Gritando «¡Viva la Internacional!» gritan «¡Viva la Francia del trabajo! ¡Viva la misión histórica del proletariado francés que sólo puede emanciparse ayudando a emancipar al proletariado universal!». (El Socialista; Órgano del Partido Obrero, Nº144, 17 de junio de 1893)

Pese a que el artículo era mejorable en algunos puntos, durante ese mes Engels felicitó a los Lafargue por este tipo de declaraciones:

«La nueva salida del Partido Obrero con respecto al «patriotismo» es muy racional en sí misma». (Friedrich Engels; Carta a Laura Lafargue, 20 de junio de 1893) 

«Tienes toda la razón al protestar contra las imbecilidades de los anarquistas y de los boulanger-jingoistas». (Friedrich Engels; Carta a Paul Lafargue, 27 de junio de 1893)

Pese a ello, apuntó que el término «patriota» tiene «un significado limitado, o tan vago, según las circunstancias» como para ser utilizado sin causar dudas, por lo que hubiera preferido que utilizase el de «francés» con las «consecuencias lógicas que se derivan de ello». Con todo, matizaba que esto «no importa» porque no dejaba de ser una «cuestión de estilo». De igual modo, Engels felicitaba a sus compañeros por «ensalzar el pasado revolucionario» de Francia y también consideraba que estas tradiciones se podrían encauzar para un «futuro socialista». Al mismo tiempo, Engels le criticaba a Paul Lafargue que se dejase llevar por teorías mesiánicas-nacionales, cuando declaraba que «Francia está destinada a jugar el mismo papel en la revolución proletaria», algo que a Engels le sonaba a una reedición de las ideas de Blanqui. 

Por último, y no menos importante, cabe aclarar que Engels fue siempre el primero en adelantarse a criticar los fetiches personales, la idolatría hacia la historiografía burguesa nacional y los paralelismos anacrónicos en que incurrían a menudo los dirigentes comunistas. En su opinión, a la hora de evaluar las pasadas revoluciones burguesas, estos no entendían siempre la diferencia fundamental con las revoluciones proletarias. Esto se anotó en obras como: «Contribución a la cuestión de la vivienda» (1873), «Carta a Karl Kautsky» (20 de febrero de 1889) y «Carta a August Bebel» (1 de diciembre de 1891).

Ya en otra época, en 1908, también Lenin refutó tanto el chovinismo nacional del alemán Georg von Vollmar, que defendía la política exterior de su burguesía porque era la de «su nación», como el nihilismo nacional del francés Gustave Hervé, que negaba tener en cuenta cualquier aspecto nacional. Lenin calificó a ambas tendencias como las dos enfermedades que sufría la actividad proletaria, una se deslizaba hacia el oportunismo nacionalista y la otra hacia el infantilismo anarquista. 

«Ante todo, hagamos algunas observaciones sobre el patriotismo. Es cierto que en el Manifiesto Comunista se dice que «los proletarios no tienen patria»; también es cierto que la posición de Vollmar, Noske y Cía. es «un guantazo» a esta tesis fundamental del socialismo internacional. Mas de esto aún no se desprende que sea justa la afirmación de Hervé y sus partidarios de que al proletariado no le importa en qué patria vive: en la Alemania monárquica, en la Francia republicana o en la Turquía despótica. La patria, es decir, el medio político, cultural y social dado, es el factor más poderoso en la lucha de clase del proletariado. Y si Vollmar no tiene razón, al fijar cierta actitud «auténticamente alemana» del proletariado ante la «patria», tampoco tiene más Hervé con su imperdonable posición no crítica ante un factor tan importante de la lucha emancipadora del proletariado. El proletariado no puede permanecer indiferente e impasible ante las condiciones políticas, sociales y culturales de su lucha; por tanto, tampoco pueden serle indiferentes los destinos de su país. Pero los destinos del país le interesan únicamente en lo que atañen a su lucha de clase, y no en virtud de un «patriotismo» burgués, indecoroso por completo en boca de un socialdemócrata». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El militarismo belicoso y la táctica antimilitarista de la socialdemocracia, 1908)

La «Línea de reconstitución» y su rocambolesca teoría sobre la «disolución de las naciones»

Sin embargo, ¿a qué se dedican los «reconstitucionalistas», como supuestos discípulos de Marx, Engels y Lenin? Bien, lo cierto es que tienen una particular forma de interpretar sus fundamentos sobre la cuestión nacional. En el artículo «Nacionalismo frente a marxismo revolucionario» (2019) leíamos:

«El marxismo-leninismo defiende el derecho de autodeterminación, la democracia consecuente −que no el democratismo nacionalista, es decir, la posición pequeño burguesa que pretende construir positivamente un Estado para cada nación−, como mediación para propiciar la unidad del proletariado y para acercar la finalidad suprema del comunismo en este campo: la fusión y la posterior disolución de las naciones en una nueva humanidad universalmente libre y autoconsciente». (Comité por la Reconstitución; Línea Proletaria, Nº3, 2019)

El problema es que, como ahora veremos, pecan de presentismo, puesto que hacen de esa deseable «futura fusión y la posterior disolución de las naciones» una afirmación, como si fuese la tendencia actual. Por supuesto, esta propaganda irreal tiene un reflejo directo en los comentarios de sus seguidores en redes sociales, en donde aunque parezca una broma, lanzan panfletos, artículos y comentarios más propios de bakuninistas confusos que de otra cosa:

«Los comunistas no ocultamos nuestros fines: queremos acabar con las naciones, porque a ello apunta el proceso histórico, correlativamente con la superación del modo de producción capitalista, el Estado, etc. Todas las naciones: la española, la catalana, la china y la senegalesa». (Comunista; Twitter, 15 de enero de 2021)

Esta manía de los «reconstitucionalistas» de deslizarse hacia el nihilismo nacional en cualquier momento y lugar acaba dando pie, como era de esperar, a que dentro de sus filas haya un grave eclecticismo ideológico en donde fácilmente encontramos conatos de cosmopolitismo. A este se le puede definir brevemente como:

«Una ideología reaccionaria que predica la renuncia a las tradiciones nacionales, el menosprecio de la individualidad nacional en el desarrollo de los diferentes pueblos, el rechazo a los sentimientos de honor nacional y orgullo nacional». (Cuestiones de filosofía; Nº2, 1948)

Esta desviación es fácilmente observable, por ejemplo, en frases como la que sigue, pronunciada por uno de los gurús del «reconstitucionalismo» apodado «Dietzgen» −no confundir con el verdadero revolucionario Joseph Dietzgen−:

«Por saber: ¿la patria del proletario está en la música latina que oye de camino al curro, en la novela inglesa que lee en el metro al volver a casa, en la serie yanki que ve por la noche, en su compi de tajo rumana o en el compatriota poli que apaleó a su primo catalán el 1-O?». (Comunista; Twitter, 15 de enero de 2021)

¡¿De verdad no se da cuenta este hombre de la cantidad de bobadas que suelta?! ¿Pretende usted Sr. «Dietzgen» mantener una ardua competición con Armesilla a ver quién dice la cosa más estúpida al final del día? ¡Claro! Debe de ser que Engels dejaba de ser alemán en el momento en que escuchaba a Paganini, lo mismo para Marx por negarse a deshacerse en halagos respecto a la música germana de su época como Wagner y Lizst. Muy por el contrario, somos conocedores de que Engels ojeó muy a fondo los folletos políticos del británico Owen o el francés Fourier, y que Marx aprendió otros idiomas como el español y el ruso para leer a literatos como Cervantes o poetas como Pushkin. ¿Acaso eso les «desnacionalizaba»? No, de hecho, la preocupación de ambos autores por los asuntos alemanes y su movimiento obrero no cesó jamás, ni siquiera en sus días de exilio. 

La estrategia de «Dietzgen» se basa en hacer creer a cualquier pretendido revolucionario que aquel que escuche heavy metal finlandés, fume tabaco estadounidense y consuma películas alternativas en francés, estaría demostrando la desaparición de su nacionalidad; esto sería la prueba definitiva de la progresiva disolución de las naciones que está a la vuelta de la esquina. ¡Claro! ¡Porque jamás un madrileño miró a Londres, Nueva York o Paris para adoptar, imitar o aderezar su propio lenguaje, ropa, música, filosofía o ideas políticas! Todas las naciones han nacido y se han desarrollado a partir de la influencia de múltiples culturas locales y extranjeras. Esto que le parece tan sorprendente a «Dietzgen» no es sino el efecto del aumento de las fuerzas productivas y el consiguiente aumento de los intercambios internacionales de bienes y servicios. 

Como ya hemos explicado en otras ocasiones, esta «globalización» no tiene por qué implicar «un camino hacia la supresión de las naciones y sus culturas» −como aseguran los nacionalistas «antiglobalistas» de Vox−. ¿Cómo explicárselo a estos cabezas de chorlito? En muchos casos esta nueva situación puede llevar a que un país reciba una mayor influencia de ese factor externo, pero que no tiene por qué incluir una extinción de la propia cultura nacional. ¿Acaso la cultura española no ha recibido durante siglos préstamos lingüísticos, musicales, políticos o filosóficos de más allá de los Pirineos? ¿Y hoy? En efecto, pero de ahí a hablar literalmente del próximo «fin de las naciones», es sobredimensionar las cosas hasta alcanzar cuotas ridículas. De hecho, muchas de las culturas nacionales hoy existentes no salen de la nada, sino que en muchas ocasiones han sido también el producto de otras adaptaciones anteriores para sobrevivir en su entorno. Nos referimos a un ambiente hostil, a intentos de asimilación forzosa, ¿no fue este el caso de las culturas nacionales de los países del Cáucaso o los Balcanes? 

Así, pues, en cada periodo histórico cada cultura se adapta a su manera a otras influencias culturales «externas» de gran poder: el grado de aceptación o resistencia estará determinado por la idiosincrasia e intereses afines de tal comunidad para adoptar una postura de recepción o de rechazo. Empero, incluso decidiendo una cosa u otra existen toda una serie de factores que determinan finalmente si tal proceso se concluye en una asimilación de una cultura por otra, o si esta nunca se llega a completar, por no olvidar que en otros puntos del planeta existen escisiones de una misma cultura, surgen nuevas naciones, etcétera −algo que a los «cerebros dialécticos» de algunos les cuesta un mundo de imaginar−. El capitalismo moderno está hoy muy lejos de hacer desaparecer las barreras nacionales, muy por el contrario, parece que a ratos las seguirá reforzando y enfrentando a toda costa para tratar de sacar el máximo rédito bajo «motivos nacionales». Entonces, ¿cuál es nuestra postura? Dicho en palabras llanas: 

«El marxista reconoce la «nación» como un fenómeno social, histórico, pero a diferencia del nacionalista, con sus fines belicistas y expansionistas, el revolucionario −marxista− aspira a construir una comunidad humana global de naciones formadas por hombres y mujeres que convivan en amistad, donde se produzcan libres asimilaciones o separaciones según la libres apetencias de sus soberanos, donde hombres y mujeres puedan autorrealizarse según sus aspiraciones personales −siempre en respeto y con conciencia sobre la colectividad de la que forman parte−. Esto puede sonar a utopía humanista, pero analizándolo fríamente no lo es, y seríamos unos irresponsables o pesimistas si nos negásemos a tal aspiración. Hay una hoja de ruta muy clara. Para alcanzar el fin de la desigualdad entre naciones y las guerras se debe aspirar no solo a la abolición de la propiedad privada que impide todo lo anterior, sino también a la abolición de las clases sociales, al fin de las diferencias entre ciudad y campo, entre trabajo manual e intelectualidad. Estas son las condiciones sine qua non». (Equipo de Bitácora (M-L); Fundamentos y propósitos, 2022)

Ponerse a debatir hoy cuánto tardará en darse una «única república universal» es una labor tan bonita como inocua con las tareas que tenemos por delante −entre ellas, poner fin a la hegemonía de las burguesías en cada país para que «estrechar lazos» entre naciones socialistas sea algo factible−. Con el triunfo de la Revolución de octubre (1917) y la efervescencia revolucionaria del bolchevismo recorriendo media Europa, podrían hasta perdonarse los pronósticos excesivamente optimistas sobre el pronto advenimiento de un evento mundial de ese tipo, como ya vimos en ediciones anteriores. Véase el capítulo: «Entonces, ¿nunca ha coqueteado el marxismo-leninismo con nociones mecanicistas, místicas o evolucionistas?» (2022).

Sin embargo, dejarse llevar hoy por estas discusiones resulta patético; es la demostración palpable de que la «Línea de la Reconstitución» (LR) produce debates tan provechosos como los monjes que discutían en la Edad Media sobre el color de la túnica de Jesús en la última cena o el número de ángeles que anunciaron su resurrección. Para ir finalizando, traigamos dos citas lapidarias para aquellos que tratan de insistirnos una y otra vez en la importancia actual de debatir sobre la futura «supresión de las naciones» cuando ni siquiera hemos alcanzado una libertad plena entre estas. 

En primer lugar, veamos lo que comentó Lenin al respecto en 1920:

«Lo que importa ahora es que los comunistas de cada país tengan en cuenta con plena conciencia tanto las tareas fundamentales, de principio, de la lucha contra el oportunismo y el doctrinarismo «de izquierda», como las particularidades concretas que esta lucha adquiere y debe adquirir inevitablemente en cada país, conforme a los rasgos originales de su economía, de su política, de su cultura. (...). Mientras subsistan diferencias nacionales y estatales entre los pueblos y los países −y estas diferencias subsistirán incluso mucho después de la instauración universal de la dictadura del proletariado−, la unidad de la táctica internacional del movimiento obrero comunista de todos los países no exigirá la supresión de la variedad, ni la supresión de las particularidades nacionales −lo cual es, en la actualidad, un sueño absurdo−, sino una aplicación tal de los principios fundamentales del comunismo −poder soviético y dictadura del proletariado− que modifique acertadamente estos principios en sus detalles, que los adapte, que los aplique acertadamente a las particularidades nacionales y nacional-estatales». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El «izquierdismo» enfermedad infantil del comunismo, 1920)

Pasemos ahora a ver lo que dijo Stalin cuando esta cuestión fue traída a debate en 1929:

«Cometéis un grave error al poner un signo de igualdad entre el período de la victoria del socialismo en un solo país y el período de la victoria del socialismo en escala mundial y al afirmar que no solamente en el caso de victoria del socialismo en escala mundial, sino también en el caso de la victoria del socialismo en un solo país, es posible y necesaria la desaparición de las diferencias nacionales y de los idiomas nacionales, la fusión de las naciones y la formación de un idioma común único. Además, confundís cosas completamente distintas: «la destrucción de la opresión nacional», con «la eliminación de las diferencias nacionales»; «la destrucción de las barreras estatales entre las naciones», con «la extinción de las naciones», con «la fusión de las naciones». No se puede dejar de señalar que la confusión de estos conceptos heterogéneos es absolutamente inadmisible en los marxistas. En nuestro país, la opresión nacional ha sido destruida hace tiempo, pero de ello no se desprende, ni mucho menos, que las diferencias nacionales hayan desaparecido ni que en nuestro país hayan sido suprimidas las naciones. En nuestro país han sido destruidas hace ya tiempo las barreras estatales entre las naciones, con sus guardafronteras, con sus aduanas, pero de ello no se desprende, ni mucho menos, que las naciones se hayan fundido ya, ni que los idiomas nacionales hayan desaparecido, ni que estos idiomas hayan sido sustituidos por un idioma común para todas nuestras naciones». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; La cuestión nacional y el leninismo, 1929) 

Los «reconstitucionalistas» y sus coqueteos con el chovinismo y el cosmopolitismo

En resumidas cuentas, pongamos a alguien poco sospechoso de ser un chovinista español o de estar en contra del derecho de autodeterminación, como era Joan Comorera, para así poder explicarles a estos señores como si fueran niños pequeños las nociones de nacionalismo, cosmopolitismo, patriotismo e internacionalismo:

«El internacionalismo proletario presupone la existencia de la nación. El cosmopolitismo presupone el menosprecio de la nación. El internacionalismo es la mejor arma de la clase obrera. El cosmopolitismo es la mejor arma del capitalismo monopolista, la más potente y aspira en consecuencia, a la dominación mundial. El patriotismo es la expresión natural del internacionalismo proletario. El nacionalismo es la expresión natural de los monopolistas. Lenin ha dicho que un mal patriota no puede ser un buen internacionalista. Los yankees como Foster Dulles afirman que los pueblos europeos han de abandonar el concepto «anacrónico» de soberanía, ahora que Estados Unidos ha acentuado el nacionalismo agresivo, exclusivista, chovinista: he aquí la doble cara del cosmopolitismo». (Joan Comorera; El internacionalismo proletario, 1952)

Ahora pasemos a observar la «cita archiconocida» según el señor «Dietzgen», de José Díaz, que, según él, ha hecho mucho daño:

«Camaradas: hay una bandera que está en manos de nuestros enemigos, que ellos tratan de utilizar contra nosotros y que es preciso arrebatarles de las manos: la de que votando por ellos se vota por España. ¿Qué España representan ellos? Sobre este asunto, hay que hacer claridad. Cuando la reacción, cuando el fascismo no puede demostrar con hechos prácticos que ha mejorado en lo más mínimo las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera y de las masas campesinas −porque las ha empeorado−, y no solamente las de los trabajadores manuales, sino las de los empleados, de la pequeña burguesía, de los campesinos, incluso de la burguesía media; cuando en nada se ha mejorado −sino, repito, empeorado− la situación de estas masas populares; de una manera abstracta, para cazar incautos, se dice, se grita en los carteles, en los mítines: votando por nosotros, votáis por España, votáis por la patria. Este argumento, que penetra sobre todo en las capas de la pequeña burguesía, de la burguesía media, gentes que aman a su patria y a su hogar, hay que analizarlo y demostrar que quienes aman verdaderamente a su país, somos nosotros, y que somos nosotros los que vamos a probarlo con hechos, pues no es posible que continúen engañando a estas masas, utilizando la bandera del patriotismo, los que prostituyen a nuestro país, los que condenan al hambre al pueblo, los que someten al yugo de la opresión al noventa por ciento de la población, los que dominan por el terror. ¿Patriotas ellos? ¡No! Las masas populares, vosotros, obreros y antifascistas en general, sois los patriotas, los que queréis a vuestro país libre de parásitos y opresores; pero los que os explotan no, ni son españoles, ni son defensores de los intereses del país, ni tienen derecho a vivir en la España de la cultura y del trabajo». (José Díaz; La España revolucionaria; Discurso pronunciado en el Salón Guerrero, de Madrid, 9 de febrero de 1936)

Y respecto a esta última cita, ¿qué es lo que tiene que decir el neomaoísmo? Atentos:

«Cita archiconocida, sí. Y el proletariado pagó esa «patriótica» defensa de la República burguesa con su sangre». (Comunista; Twitter, 10 de mayo de 2020)

«Esa cita no hay por donde cogerla, es completamente contraria al marxismo y sólo se dedica a idealizar la nación». (L. Volodia; Twitter, 10 de mayo de 2020)

Por supuesto, al César lo que es del César, no seremos nosotros quienes oculten el hecho de que el chovinismo español estuvo muy presente en algunas de las etapas del Partido Comunista de España (PCE), ni somos sospechosos de ocultar tal cosa, ya que hemos criticado tales bandazos, inconsistencias y errores varios de dicha organización. Véase el capítulo: «La evolución del PCE sobre la cuestión nacional (1921-54)» (2020).

Pero no deja de resultar curioso todo el esfuerzo de los neomaoístas en criticar los errores del PCE en temática militar o en la cuestión nacional, una corriente como la suya que luego es bien sumisa a la hora de adoptar los mitos de la «Guerra Popular Prolongada» o el socialchovinismo de su mentor Mao Zedong. Véase el capítulo de Moni Guha: «El chovinismo del maoísmo en cuanto a la cuestión de Mongolia» (1981).

La cuestión nacional no tiene excesiva dificultad para cualquiera que se haya formado en marxismo debidamente:

«Amamos a nuestro país, ¿es que a nosotros, proletarios conscientes de la Gran Rusia, nos es extraño el orgullo nacional? ¡Claro que no! Nosotros amamos a nuestro idioma y a nuestro país. Nosotros trabajamos, sobre todo, para elevar a las masas trabajadoras de nuestro país −es decir, a las nueve décimas partes de su población− a la vida consciente de demócratas y socialistas. Nosotros sufrimos ante todo viendo y sintiendo las arbitrariedades, las humillaciones, el yugo que los verdugos imperialistas, los nobles y los capitalistas hacen sufrir a nuestra bella patria. Estamos orgullosos de que esas arbitrariedades hayan suscitado resistencias entre nosotros, los grandes rusos; estamos orgullosos de que nuestro pueblo haya dado hombres como Raditchev, los decembristas, los revolucionarios pequeño-burgueses de la década del 70; estamos orgullosos de que la clase obrera de la Gran Rusia haya creado en 1905 un potente partido revolucionario de masas, y que, al mismo tiempo, el campesinado de la Gran Rusia haya empezado a transformarse en demócrata y a libertarse moralmente del pope y del terrateniente. (…) Obreros grandes rusos, penetrados de un sentimiento de orgullo nacional, queremos a toda costa una gran Rusia libre e independiente, demócrata y republicana, que establezca sus relaciones con sus vecinos sobre el principio humano de la igualdad y no sobre el principio humillante del servilismo y el privilegio para una gran nación. Por eso decimos: en la Europa del siglo XX, no se puede «defender la patria» más que poniendo en movimiento las fuerzas revolucionarias contra los monárquicos, los terratenientes y los capitalistas de «su» patria, es decir, contra los peores enemigos de nuestra patria». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sobre el orgullo nacional de los rusos, 1914)

Sin embargo, como era de esperar, de esta línea en cuestión nacional de la LR antagónica a la de Lenin no puede salir nada bueno. Hace poco hemos sido testigos de cómo ella conduce a sus simpatizantes al terrible desfiladero de la justificación de la opresión nacional, a negar el derecho de autodeterminación. ¿Cómo? bajo ridículas argumentaciones luxemburguistas, trotskistas y armesillistas:

«No es por nada (sic) pero si mañana en Jaén se montan un 1 de octubre y quieren separarse de Andalucía por lo que sea diríamos que hay opresión nacional? Es que entonces estamos dando carta blanca a quién quiera a ser una nación». (Pavel Korchaguin; Twitter, 3 de marzo de 2021)

«Pero es que el caso es que no veo opresión ninguna hacia Cataluña, básicamente porque no es nación y mucho menos oprimida, ya me jodería. Yo como proletaria comunista estoy a favor de una revolución proletaria en la que trabajo, no en que un catalán rico se haga más rico». (Pavel Korchaguin; Twitter, 3 de marzo de 2021)

Incluso llegando a afirmar que ¡el desarrollo de las naciones ya ha finalizado! 

«Sí. La época de la configuración de naciones ya pasó. ¿Que podrían ser esos movimientos nacionalistas, que en la mayoría de los casos se traduce en odio chovinista? Yo diría que simple victoria ideológica de esta burguesía sobre otra, otros dirán que es una nación oprimida». (Pavel Korchaguin; Twitter, 3 de marzo de 2021)

«Digan amén a la metafísica camaradas, porque las naciones son las que son, no puede haber ni habrá creación o destrucción de más naciones… toda lucha nacional es reaccionaria». He aquí los ecos de Rosa Luxemburgo que Lenin combatió una y otra vez:

«[Junius] dice que en la época imperialista toda guerra nacional contra una de las grandes potencias imperialistas conduce a la intervención de otra gran potencia, también imperialista, que compite con la primera, y que, de este modo, toda guerra nacional se convierte en guerra imperialista. Mas también este argumento es falso. Eso puede suceder, pero no siempre sucede así». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sobre el folleto de Junius, 1916)

Por si el lector cree que esto es una excepción, hay más ejemplos de Lenin vapuleando estas concepciones que hoy recoge la LR, siempre tan admiradora de la «gran obra» de Rosa Luxemburgo:

«En la época del imperialismo no sólo son probables, sino inevitables, las guerras nacionales de las colonias y semicolonias. (…) Esta «época» no excluye en lo más mínimo las guerras nacionales, por ejemplo, por parte de los pequeños Estados −supongamos anexionados u oprimidos nacionalmente− contra las potencias imperialista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sobre el folleto de Junius, 1916)

«La «defensa de la patria» puede ser allí aún la defensa de la democracia, de la lengua materna y de la libertad política contra las naciones opresoras, contra el medievo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sobre la caricatura del marxismo y el «economicismo imperialista», 1916)

Esto significa que, como en otros temas, partiendo de su caos e inmundicia teórica, los «reconstitucionalistas» raudos acaban convirtiéndose en lo que juraron combatir. Si en filosofía esta paradoja les ocurre a menudo con sus proclamas contra el positivismo y el posmodernismo, a los cuales muchas veces acaban emulando, aquí, en la cuestión de la problemática nacional, les sucede exactamente igual. Saltan del «cosmopolitismo izquierdista» hacia el «chovinismo derechista», acercándose en última instancia más a los postulados de nacionalistas como Vaquero, Trevijano, Armesilla o Bueno que a reconocidos internacionalistas como José Díaz, Engels, Lenin o Comorera. 

Otros pasan al extremo opuesto, pues se prestan a defender las desviaciones nacionalistas de algunas de las experiencias revolucionarias del siglo XX. En este caso, al hablar de la URSS, un «sabio» nos dijo: 

«Se le llamó «Gran Guerra Patria» porque el socialismo, la dictadura de nuestra clase, es la única patria a defender». (Rejected; Twitter, 9 de mayo de 2021)

No, querido amigo, no se denominó «Gran Guerra Patria» por esas razones, sino porque en los años 30 la dirección soviética había dado un giro de 180º respecto a la cuestión nacional, llegando hasta el punto de rehabilitar a los viejos generales del zarismo, los zares y celebrar las anexiones de países periféricos a la Gran Rusia. De nuevo nos preguntamos: ¿por qué achacáis a Stalin errores ficticios y no sois capaces de criticar lo realmente criticable? ¿Frivolidad, cinismo, incapacidad? Véase el capítulo: «El giro nacionalista en la evaluación soviética de las figuras históricas» (2021) y el capítulo: «Las terribles consecuencias de rehabilitar la política exterior zarista en el campo histórico soviético» (2021).

Pero, ya sabemos, esto es lo que tiene la «lucha de dos líneas» maoísta, ¡la cual nos brinda ser testigos de opiniones maravillosamente contrapuestas! Mañana todas las facciones se batirán en duelo para ver cuál es el «cuartel burgués» y el «cuartel proletario» −si la «posición cosmopolita» o la «posición chovinista»−. Nosotros, por fortuna, no asistiremos a tal bochorno». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre la nueva corriente maoísta de moda: los «reconstitucionalistas», 2022)

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