jueves, 31 de diciembre de 2020

El feminismo gubernamental, la cuestión del pin parental y el clásico seguidismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2020

«A los marxistas no les importa en absoluto las zarandajas del actual sistema legislativo burgués. Desconfían de sus bonitas declaraciones sobre la «defensa de los derechos humanos», la importancia de «educar en valores», etc. Todo radica en analizar los hechos claros, palpables. 

Es cómico el papel que algunos autodenominados «marxistas» están jugando, practicando el seguidismo clásico a la producción teórica de la pequeña burguesía radicalizada, más concretamente a la corriente del feminismo. 

El embelesamiento sobre el feminismo lleva hoy a la «izquierda» y los «revolucionarios» a que digan cosas tan sorprendentes como la que sigue a continuación:

«El 14 de enero se me impidió participar en un debate del PCPV sobre «Patriarcado», alegando que era exclusivamente para mujeres, cosa que se anunció a última hora. Por ello, expongo aquí las reflexiones que no pude exponer allí. (...) Propugnar un Feminismo «de clase» puede significar querer trazar una línea divisoria dentro del movimiento feminista que no ayudaría a su expansión. Pero lo más grave es que puede significar también pretender trazar una línea divisoria dentro de la clase trabajadora. Y es importante combatir cualquier intento de dividir a la clase trabajadora, sea por criterios nacionales, generacionales, de lugar de nacimiento o de género». (Rafael Pla López; ¿Feminismo de «clase» o «de la clase»? 2018)

Este «aliado» del feminismo que confiesa ser ninguneado por sus «compañeras» en los «espacios no mixtos», agradece tal trato mezclando feminismo con marxismo –eso sí, bajo el disfraz de que es un «feminismo de clase»–, pero además disuelve al proletariado entre las clases sociales en general llamándola a todas ellas como «clases trabajadoras». Para finalizar este despropósito, propone que el marxismo adopte este «feminismo de clase» pero que a su vez no se sea sectario y no exija que plante su propia visión y reivindicaciones sobre los problemas que aquejan a la «mujer trabajadora», porque eso puede «reducir su base social». En resumen: ¡«Que se abran cien flores y compitan cien escuelas de pensamiento»! ¿Se imaginan lo que podría salir de juntar esta novedosa «visión plural» e «interclasista» sobre la problemática ecológica o de género? Bueno, qué decir, ahí tenemos en Europa años de actividad de Los Verdes, Syriza o Unidas Podemos y las decepciones que causan su politiqueo. 

Trasladado esto al reciente debate sobre el pin parental en la educación –en torno a si la educación era cuestión del gobierno o de los padres–, este tipo de agrupaciones no dudaban, por supuesto, en defender a capa y espada al gobierno feminista. ¡Faltaría más!

«¿Cuál es el contenido real que se pretende censurar a través del modelo de control parental? Y este no es otro que una educación que nos ayuda a ser más libres y que nos impulsa a la igualdad en lo referente al feminismo y los derechos LGTBI. (...) Limitar el desarrollo del discurso igualitario que hay dentro del movimiento feminista». (República en Marcha; ¿Por qué la censura parental es contraria a los intereses de la clase obrera?, 2020)

Dejando de lado las cuestiones legales vigentes, los marxistas se oponen tajantemente a que el feminismo –o cualquier otra ideología anticientífica– tenga mano para introducir su ideología tanto en las actividades oficiales del centro como en las complementarias, tanto en educación sexual-afectiva como en lo tocante a la historia de la mujer. No hay más vuelta de hoja.

Hay que dejar claro que el feminismo no puede conjugarse con el marxismo, porque el segundo busca la abolición de clases mientras que el primero siempre ha sido un movimiento burgués –como denunciaban las propias marxistas–, uno que hoy cuenta con miles de ramificaciones y tendencias ideológicas, a cada cual más excéntrica y rimbombante. Véase el capítulo: «Comunistas» subiéndose al carro de moda: el feminismo» de 2020.

Incluso el vago concepto de «socialismo» que puedan tener las agrupaciones feministas o, en su defecto, las organizaciones influenciadas por el mismo, no dejará de ser un socialismo antagónico al marxista, exactamente como ocurre con los grupos revisionistas. 

«Las feministas declaran estar del lado de la reforma social, y algunas de ellas incluso dicen estar a favor del socialismo –en un futuro lejano, por supuesto– pero no tienen la intención de luchar entre las filas de la clase obrera para conseguir estos objetivos. Las mejores de ellas creen, con ingenua sinceridad, que una vez que los asientos de los diputados estén a su alcance serán capaces de curar las llagas sociales que se han formado, en su opinión, debido a que los hombres, con su egoísmo inherente, han sido los dueños de la situación. A pesar de las buenas intenciones de grupos individuales de feministas hacia el proletariado, siempre que se ha planteado la cuestión de la lucha de clases han dejado el campo de batalla con temor. Reconocen que no quieren interferir en causas ajenas, y prefieren retirarse a su liberalismo burgués que les es tan cómodamente familiar». (Aleksandra Kolontái; Los fundamentos sociales de la cuestión femenina, 1907)

Entender esto no significa que se deba refutar al feminismo en base al mero insulto ni tampoco con un lenguaje rebuscado que nada puede aclarar. Hay que aceptar el nivel ideológico generalizado y en consecuencia hablar de forma que la gente pueda entender el abismo que separa al feminismo del marxismo.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Marx y Engels resumiendo su concepción materialista de la historia

«Esta concepción de la historia consiste, pues, en exponer el proceso real de producción, partiendo para ello de la producción material de la vida inmediata, y en concebir la forma de intercambio correspondiente a este modo de producción y engendrada por él, es decir, la sociedad civil en sus diferentes fases como el fundamento de toda la historia, presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando a base de él todos los diversos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., así como estudiando a partir de esas premisas su proceso de nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer las cosas en su totalidad –y también, por ello mismo, la interdependencia entre estos diversos aspectos. Esta concepción, a diferencia de la idealista, no busca una categoría en cada período, sino que se mantiene siempre sobre el terreno histórico real, no explica la práctica partiendo de la idea, sino explica las formaciones ideológicas sobre la base de la práctica material, por lo cual llega, consecuentemente, a la conclusión de que todas las formas y todos los productos de la conciencia no pueden ser destruidos por obra de la crítica espiritual, mediante la reducción a la «autoconciencia» o la transformación en «fantasmas», «espectros», «visiones», etc, sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales, de las que emanan estas quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora de la historia, incluso la de la religión, la filosofía, y toda teoría, no es la crítica, sino la revolución. Esta concepción revela que la historia no termina disolviéndose en la «autoconciencia», como el «espíritu del espíritu», sino que en cada una de sus fases se encuentra un resultado material, una suma de fuerzas productivas, una actitud históricamente creada de los hombres hacia la naturaleza y de los unos hacia los otros, que cada generación transfiere a la que le sigue, una masa de fuerzas productivas, capitales y circunstancias, que, aunque de una parte sean modificados por la nueva generación, dictan a ésta, de otra parte, sus propias condiciones de vida y le imprimen un determinado desarrollo, un carácter especial; de que, por tanto, las circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que éste hace a las circunstancias.

Esta suma de fuerzas productivas, capitales y formas de relación social con que cada individuo y cada generación se encuentran como con algo dado es el fundamento real de lo que los filósofos se representan como la «sustancia» y la «esencia del hombre», elevándolo a la apoteosis y combatiéndolo; un fundamento real que no se ve menoscabado en lo más mínimo en cuanto a su acción y a sus influencias sobre el desarrollo de los hombres por el hecho de que estos filósofos se rebelen contra él como «autoconciencia» y como el «único». Y estas condiciones de vida con que las diferentes generaciones se encuentran al nacer deciden también si las conmociones revolucionarias que periódicamente se repiten en la historia serán o no lo suficientemente fuertes para derrocar la base de todo lo existente. Y si no se dan estos elementos materiales de una conmoción total, o sea, de una parte, las fuerzas productivas existentes y, de otra, la formación de una masa revolucionaria que se levante, no sólo en contra de ciertas condiciones de la sociedad anterior, sino en contra de la misma «producción de la vida» vigente hasta ahora, contra la «actividad de conjunto» sobre que descansa, en nada contribuirá a hacer cambiar la marcha práctica de las cosas el que la idea de esta conmoción haya sido proclamada ya una o cien veces, como lo demuestra la historia del comunismo». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)

martes, 22 de diciembre de 2020

¿Qué debe hacerse con los sujetos que sufren una notable imperfección moral?

«¿Cómo deberíamos ver esas ofensas morales de los niños desde el punto de vista psicológico? Hasta que se descubrió la verdadera naturaleza de la moral, la conducta moral parecía ser tan objetivamente necesaria como son las reglas de la lógica para el pensamiento. El adulto y el niño que han transgredido preceptos morales parecen anormales y enfermos. En tales casos, los pedagogos hablan de una deficiencia moral del niño, como si hablaran de una enfermedad en el mismo sentido que uno habla acerca de un deterioro físico o mental. Aún más, se supone que una deficiencia moral es un defecto de nacimiento atribuible a causas biológicas, a la herencia, o a causas fisiológicas de algún defecto en la estructura del organismo, como la ceguera o la sordera congénitas. Así, se dice que hay gente moral desde el nacimiento y otras no, que desde el nacimiento ya son inmorales y, por lo tanto, hay niños que por su naturaleza están condenados a estar detrás de los barrotes, porque nacieron criminales, tal como una persona ciega está condenada a nunca ver la luz, pues nació sin la vista.

No hace falta decir que, desde el punto de vista de la fisiología y la psicología tales ideas son disparates. Ningún fisiólogo ha tenido que ver jamás con cierto tipo de órganos especiales de la moral en el cuerpo humano que, si son lesionados, llevarían a tener amor absoluto por la conducta criminal y por las bromas. Ningún psicólogo al analizar las formas de la conducta humana y al explicar las leyes que gobiernan su desarrollo jamás ha tenido que confrontar la existencia de reacciones innatas que gobiernen la conducta moral o inmoral. Así, el concepto de imperfección moral no es un concepto biológico, sino social. No es innato, sino adquirido, y no surge de factores biológicos que guían el desarrollo del organismo y su conducta, sino de factores sociales que guían y adaptan esta conducta a las condiciones de existencia en el medio ambiente particular en el que debe vivir el niño.

Así, la imperfección moral siempre deriva de la experiencia y siempre denota no un defecto de las reacciones innatas e instintivas, esto es, no un defecto del organismo y de la conducta, sino un defecto de las relaciones condicionadas de adaptación a las condiciones del medio, es decir, un defecto en la educación. Por lo tanto, es más correcto hablar no de deficiencia moral de un niño, sino de su infra desarrollo o negligencia social. De aquí resulta perfectamente clara una conclusión general, una conclusión que debería servir como punto de partida para todas las preguntas relacionadas con la educación de tales niños. Estos niños no requieren pedagogos especiales, ni medidas protectoras, correctivas o punitivas, sino solo redoblar la atención social y cuadruplicar la influencia educativa desde el medio. En cada caso de faltas morales de los niños, desde las menos significativas hasta las más serias, tenemos que ver con un conflicto entre el niño y el medio, y tenemos que reconocer que cada niño es un criminal moral congénito solo por que nace con reacciones que notoriamente están desadaptadas al medio. Hasta en las familias mejor educadas no nace un niño con la habilidad lista para conducirse apropiadamente; al contrario, en absolutamente ninguna de sus acciones y hechos normales él obedece las reglas de la moral y la buena conducta, y en este sentido toda la tarea de la educación solo es ayudar al niño a adaptarse a las condiciones del medio que le rodea». (Lev Vygotski; Psicología pedagógica, 1926) 

lunes, 21 de diciembre de 2020

Jesuitismo, luteranismo y calvinismo; Franz Mehring, 1894

«Se ha convertido en una tradición llamar a la Guerra de los Treinta Años guerra religiosa. Sin embargo, un rápido vistazo sobre el curso de la guerra muestra la debilidad de este punto de vista. El resultado europeo de la guerra fue que la hegemonía francesa sucedió a la española, y Francia era una potencia católica tanto como España. Los príncipes protestantes de Alemania quedaron bajo el dominio del rey católico de Francia y hasta del Gran Turco de Constantinopla [5]. Cuando Gustavo Adolfo entró en Alemania, con el falso propósito de salvar al protestantismo, los Países Bajos, protestantes, le negaron su apoyo. Pero, por el contrario, al principio tuvo la bendición del Papa. Y así se podría seguir con docenas de ejemplos, en los que católicos luchaban contra católicos, protestantes contra protestantes, católicos a favor de protestantes, protestantes a favor de católicos.

Pero sería arrojar el chico con el agua del baño si se dijera que la religión no tuvo nada que ver con la Guerra de los Treinta Años. Por el contrario, hay muchas pruebas de ello en los propios combatientes. Innumerables fueron los que con entusiasmo fueron a la muerte por la santa madre de Dios, por la «doctrina pura» o por algún otro símbolo religioso que hoy en día ya no podemos entender. Se pueden citar decenas de casos en los que los seguidores de la misma religión se enfrentaron entre sí, de la misma manera que también se pueden señalar decenas donde la convicción religiosa separaba o unía. Inglaterra y Holanda lucharon bajo la bandera del protestantismo contra la católica España, a la vez que los jesuitas unieron a España con Austria. La afirmación de que se debe abandonar completamente la religión para poder juzgar de manera correcta la Guerra de los Treinta Años es tan errónea como la afirmación de que esta guerra fue una guerra religiosa. El materialismo histórico no niega de ninguna manera, como ignorantes o mal intencionados individuos le suelen acusar, que las convicciones religiosas han jugado un gran papel en la historia. Por el contrario reconoce plenamente esta pluma caudal del desarrollo histórico. Sólo afirma que la religión, tanto como cualquier otra ideología, es la base más exterior de este desarrollo, cuyo fundamento sólo puede buscarse en la región de la economía.

Con este hilo conductor se halla también un camino de salida al desesperante matorral de contradicciones que cada uno encontrará si al juzgar a la Guerra de los Treinta Años o bien se le da exclusivamente importancia al punto de vista religioso o bien se lo ignora por completo. Se trata, según Marx, de separar entre la revolución material en las condiciones económicas de producción y las formas ideológicas, en la cual los individuos se hacen conscientes de este conflicto y le dan batalla[6]. Esas formas eran en el 1600 abrumadoramente religiosas, ya no tan fuertemente religiosas como en el 1500, pero mucho más fuertes que en el 1700, a cuyo fin la Revolución Francesa recién develó completamente el velo religioso y se llevó a cabo bajo formas de pensamiento puramente secular. Pero si se pregunta por qué las clases y el pueblo europeos desde el 1500 al 1700 fueron conscientes de sus contradicciones materiales precisamente bajo formas religiosas, entonces la respuesta es: porque la iglesia cristiana que resultó de la caída del imperio universal romano salvó los restos de la antigua cultura para esas clases y pueblos, porque ella dirigió durante siglos la vida material completa del occidente europeo, y porque, por ello, impregnó completamente esta vida con el espíritu religioso. 

La iglesia medieval era un poder económico bajo formas religiosas. Este poder se rompería en pedazos tan pronto sus especiales condiciones de producción, a saber, las feudales, cayeran hechas añicos. Pero esto ocurrió tanto más irreversiblemente cuanto más rápido creció el modo de producción capitalista. Después del Manifiesto Comunista este proceso histórico mundial ha sido descrito tan a menudo y con profundidad en la literatura socialista, que nos atrevemos a suponer que es conocido por nuestros lectores. Una verdadera revolución del modo de producción cambió profundamente la actitud de los pueblos europeos hacia la iglesia medieval. De haber sido la palanca de la producción feudal, la iglesia se convirtió en un escollo para la producción capitalista. Ya no cumplía sus antiguos servicios, pero exigía, como antes, sueldo por ellos. Mantuvo más firmemente su poder, a medida que el derecho que alguna vez había sostenido este poder se disolvía en el aire. La Curia Romana chupaba de las venas de los pueblos la última gota de sangre, el último tuétano de sus huesos. Un acuerdo con el Papado se convirtió para todos en una incómoda necesidad. 

miércoles, 16 de diciembre de 2020

El cruce de argumentos legislativos y morales entre derecha e izquierda sobre la educación y su rol; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


«Una de esas hipocresías burguesas es la creencia de que la escuela puede mantenerse al margen de la política. Ustedes saben muy bien qué falso es esto. La burguesía misma, que defendía ese principio, hizo que su propia política burguesa fuera la piedra angular del sistema educacional y trató de reducir la enseñanza a la formación de sirvientes dóciles y eficientes de la burguesía, de reducir incluso toda la educación, de arriba abajo, a la formación de sirvientes dóciles y eficientes de la burguesía, de esclavos e instrumentos del capital. Jamás pensó en hacer de la escuela un medio para desarrollar la personalidad humana. Hoy resulta claro para todos que todo esto sólo pueden realizarlo las escuelas socialistas, que tienen vínculos indisolubles con todos los trabajadores y explotados y apoyan de todo corazón la política soviética». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Discurso en el IIº Congreso de toda Rusia de maestros internacionalistas, 1919)

¿Tiene la educación una carga ideológica? La pregunta es hasta un atentado a la inteligencia. 

Ya en el siglo XIX, el jesuita Ramón Ruiz reconocía que la educación era la formación de cada nueva generación en unos valores determinados, instrucción con clara vocación doctrinal:
 
«Bajo el nombre de educación entendemos aquí, la formación consciente de las nuevas generaciones, conforme a la cultura y al ideal de cada pueblo y época. Esa formación puede tener por objeto las facultades intelectuales y los conocimientos con que se enriquecen; o bien, las virtudes o hábitos morales que constituyen el carácter. En el primer caso tenemos la educación intelectual; en el segundo, la educación moral, de la que forma parte principalísima la educación religiosa, como quiera que las más excelentes virtudes son las que se refieren a Dios, o a los demás hombres por respeto de Dios». (Esteban Mira Caballos; De la Formación del espíritu nacional a la Educación para la ciudadanía: Un estudio comparado, 2017)

El liberal-krausista Giner de los Ríos fue un claro opositor de los métodos de estudio anticuados de la Iglesia que condenaba al alumnado:

«Por necesidad constreñida a oír pasivamente una lección, o alternar en un interrogatorio de memoria». (Francisco Giner de los Ríos; Discurso en la Institución de Enseñanza Libre, 1881)

Eso no le impedía reconocer también que no podía darse una formación meramente técnica:

«La Institución no pretende limitarse a instruir, sino cooperar a que se formen hombres útiles al servicio de la Humanidad y de la patria. Para esto, no desdeña una sola ocasión de intimar con sus alumnos». (Francisco Giner de los Ríos; Discurso en la Institución de Enseñanza Libre, 1881)

Por tanto, nadie salvo un iluso o un demagogo declarará que la educación se da o se puede dar sin cargas morales-ideológicas, ya que consciente o inconscientemente ella siempre ha estado y siempre estará presente en el ámbito educativo. La cuestión no es, pues, debatir si eso existe, sino de qué tipo se desea implementar. El resto es palabrería.

Poco antes de la pandemia del COVID-19, hubo mucho ruido con la cuestión del «pin parental» en la educación, y este debate saltó a la palestra una vez más. Medios de comunicación se preguntaban: «¿Es la educación actual independiente del sesgo doctrinal? ¿Puede serlo con un gobierno diferente?». Nosotros podríamos continuar con este apartado exponiendo con todo lujo de detalles el cruce de argumentos jurídicos de uno y otro bando burgués sobre la polémica producida durante los meses anteriores, pero sería una pérdida de tiempo para arrojar luz sobre la cuestión educativa. Por lo tanto, en este apartado abarcaremos esta cuestión de forma somera, incidiendo únicamente en lo necesario para revelar el cinismo de los políticos burgueses. Y es que hoy, la derecha burguesa asume sin complejos las posiciones educativas de la vieja «izquierda» burguesa de los años 70, mientras la nueva «izquierda» se acoge a la defensa de los principios de la vieja derecha.

martes, 15 de diciembre de 2020

La ley Celaá: pequeñas medidas para grandes problemas; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


«El paradigma más demostrativo ha sido que en esta ley de educación no se ha dado un debate real de los problemas que enfrenta la educación española, sino que todo ha girado en torno al lugar en que queda el castellano en las regiones periféricas. Por ejemplo, en la Ley de educación de Cataluña ya se considera el catalán como lengua vehicular de su enseñanza:

«El catalán debe utilizarse normalmente como lengua vehicular y de aprendizaje universitaria y en la no universitaria». (Ley de educación de Cataluña, 2009)

Nuestra posición frente al nacionalismo español y catalán es de sobra conocida:

«La pequeña Suiza no sale perdiendo, sino que gana, por el hecho de que en ella, en vez de un idioma único para todo el país, existan nada menos que tres idiomas: el alemán, el francés y el italiano. El 70% de los habitantes son alemanes –en Rusia, el 43% son grandes rusos–, el 22% franceses –en Rusia el 17% son ucranianos– y el 7% italianos –en Rusia, el 6% son polacos y el 4,5% bielorrusos–. Y si los italianos de Suiza hablan con frecuencia el francés en el Parlamento común, no lo hacen obligados por una bárbara ley policíaca –inexistente en dicho país–, sino sencillamente porque los ciudadanos civilizados de un Estado democrático prefieren ellos mismos el idioma comprensible para la mayoría. El idioma francés no inspira odio a los italianos porque es el idioma de una nación libre y civilizada, porque es un idioma que ninguna repugnante medida policíaca impone. (...) Todo el mundo puede darse cuenta de que la burguesía liberal actúa en el problema del idioma común para todo el Estado con la misma deslealtad, hipocresía y torpeza –incluso desde el punto de vista de los intereses del liberalismo– que en numerosos problemas análogos. ¿Qué se deduce de todo esto? Se deduce que cualquier nacionalismo liberal-burgués lleva la mayor corrupción a los medios obreros y ocasiona un enorme perjuicio a la causa de la libertad y a la lucha de clase proletaria. (...) No es marxista, y ni siquiera demócrata, quien no acepta ni defiende la igualdad de derechos de las naciones y de los idiomas, quien no lucha contra toda opresión o desigualdad nacional. (...) El programa nacional de la democracia obrera exige: ningún privilegio para cualquier nación o idioma». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Según los datos recogidos por el Institut d’Estadística de Cataluña (Idescat) de 2018 sobre el uso habitual del castellano o el catalán se muestra que un 36,1% de la población usa el catalán como lengua habitual y es la lengua con la que se identifican y relacionan; en cambio, el 48,6% de la población lo hace con el castellano, seguido de otros idiomas como el aranés, inglés, árabe, etc. La identificación del catalán como lengua habitual ha disminuido 10 puntos desde el 2003 que era del 46%.

Según los mismos datos del Idescat, un 32,8% de la población de más de 15 años habla solo o muy habitualmente catalán con su familia, y un 47,8% solo o muy habitualmente castellano; con las amistades, los porcentajes son de 29,9% y 42% respectivamente y en el trabajo un 30,4% catalán y un 30,2% castellano.

Estas cifras suponen un enorme contraste con las que determinan la enseñanza del catalán, donde se estima que el 94,4% de la población entiende el catalán, un 85% lo sabe leer y un 65% sabe leerlo y escribirlo, porcentajes que en algunos casos incluso han aumentado respecto a 2003. En cuanto a edades se refiere, los jóvenes en Cataluña tienen un mayor conocimiento del catalán a nivel de lectura y escritura que la gente mayor, y el mismo en cuanto a entenderlo y hablarlo. Esto es debido a que la población de mayor edad en muchas ocasiones no fue escolarizada en catalán, cosa que cambió a partir de los 70.

jueves, 10 de diciembre de 2020

La filosofía burguesa de la segunda mitad del siglo XIX y del XX

Bergson, Spencer y Comte

«El desarrollo de la filosofía burguesa alcanzó su apogeo en la dialéctica de Hegel y en el materialismo de Feuerbach. A mediados del siglo XIX, Marx y Engels, superando el idealismo de Hegel y el carácter contemplativo y metafísico de la filosofía de Feuerbach, crearon el materialismo dialéctico.

En la revolución de 1848, el proletariado apareció por primera vez como fuerza política independiente, como el sepulturero de la burguesía. La revolución de 1848 es, como indica Engels, el momento crucial en la historia de la burguesía. Desde entonces, la burguesía pierde definitivamente su anterior carácter revolucionario y se torna reaccionaria. Vinculado a ello, termina también la línea ascendente en la filosofía burguesa. Todo su desarrollo ulterior constituye ya un cuadro de movimiento retrógrado, de decadencia y de descomposición. La filosofía burguesa, en su conjunto, rompe con el materialismo, y las pequeñas escuelas idealistas anticientíficas obtienen en ella cada vez mayor predicamento. A medida que la lucha de clases se agudiza, y particularmente durante la época del imperialismo, la filosofía burguesa, se toma cada vez más reaccionaria y anticientífica y se transforma en sirvienta del clericalismo.

En el presente capítulo se da una breve exposición de algunas corrientes, las más características, de la filosofía burguesa de la Europa Occidental y de América, al mediar el siglo XIX.

El positivismo y el agnosticismo

El llamado positivismo consiguió una amplia divulgación en la filosofía burguesa del siglo XIX. Una serie de filósofos y sabios burgueses comenzó a predicar la filosofía «positivista» –afirmativa–. Tal filosofía «positivista» debe, a su juicio, renunciar a los intentos, según ellos «metafísicos» y «escolásticos», de resolver los problemas funda-; mentales de la filosofía sobre la esencia del mundo, sobre lo que es primero: la materia o el espíritu, sobre si existe en general una realidad objetiva independiente del hombre. La filosofía sólo debe tomar como punto de partida los datos que nos proporciona nuestra experiencia, y confundirse con la ciencia. Así, los positivistas, bajo la bandera de la lucha contra la metafísica y la escolástica, por la unidad de la filosofía y de la ciencia, exigían en realidad la supresión de la filosofía, su dilución en las diversas ciencias concretas.

Pero las ciencias naturales no pueden existir sin una fundamentación metodológica; por eso, la lucha de los positivistas contra la existencia autónoma de la filosofía suponía de hecho la lucha contra el materialismo. Los positivistas pasaron al agnosticismo y al idealismo abierto.

El fundador del positivismo y autor del propio término «positivismo» fue el filósofo francés Augusto Comte (1798-1857). Comte aparece en 1832-1842 con una gran obra en 6 tomos, «Curso de filosofía positiva», En lo fundamental, Comte se coloca en la posición del escepticismo y del idealismo de Hume, a los que intenta unir con las ideas vulgarizadas de Saint-Simón sobre las fases progresivas de la evolución de la humanidad. Comte niega la posibilidad de conocer la esencia de las cosas. Según él, todo lo que se halla fuera de la esfera de las percepciones sensibles es inasequible para el conocimiento científico «positivo», y lo declara cuestión «metafísica» que debe ser expulsada de la ciencia. En el dominio de la sociología, el idealismo de Comte se manifiesta de modo completamente abierto. Afirma que las ideas gobiernan el mundo y que la evolución de la inteligencia determina todo el desarrollo social de la humanidad. En relación con ello, Comte divide la historia de la humanidad en tres estados: el teológico –el imperio de la religión–; el metafísico– el imperio de la filosofía–; y el positivo –el imperio de la ciencia–. Según Comte, la misión de la sociología consiste en «mitigar» el antagonismo entre las clases y, asegurar el «equilibrio» del organismo social; arremete furiosamente contra todas las teorías y doctrinas revolucionarias, declarándolas «metafísicas» y tratando de demostrar su falta de base científica, etc.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Los problemas reales de profesores y alumnos; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


«¿Cuáles son hoy en España los problemas de los sujetos que participan en la educación? La lista sería interminable, pero señalaremos solo algunos de los más importantes y evidentes. 

Ya que hablamos de un sector como el educativo, deberíamos rescatar unas reflexiones sobre el trabajo intelectual para entender en que aguas se mueve el profesional de la educación –que como cualquier capa intelectual se subdivide en varias ramificaciones.

La alienación –término marxista tan utilizado como distorsionado–, viene a referirse como «autoextrañamiento» o «enajenación». Pueden existir varios tipos de alineación –por ejemplo, del hombre respecto a la naturaleza–, pero quizás el más conocido sea la alineación del trabajador respecto a aquello que produce mediante el trabajo, es decir, el producto. En el capitalismo, la alienación se produce cuando el trabajador, al no poseer los medios de producción –máquinas, herramientas… en definitiva, todos aquellos instrumentos necesarios para producir bienes y servicios–, no tiene poder de decisión sobre el producto final, pues no decide qué tipo produce ni cómo se distribuye, sino que, simplemente, vende su «fuerza de trabajo», es decir, sus habilidades, para trabajar en un fin elegido por el capitalista a cambio de un salario. 

Esto se aplica igualmente –aunque en diferente medida– a aquellos campos más intelectuales en los que el sujeto ve limitados sus conocimientos y la aplicación libre y útil de los mismos por las exigencias de la burguesía. Así, el intelectual –profesor, periodista o músico, entre otros– debe aceptar y reproducir planes, proyectos o metodologías con los que no comulga, viéndose forzado a exprimir sus habilidades de esta manera so pena de ser expulsado por no aceptar los moldes y valores burgueses. En el mejor de los casos, el sujeto podrá acogerse a algunas triquiñuelas –como la libertad de cátedra–, conformándose con aderezar los dictados del sistema con sutilezas que, al menos, se correspondan con sus ideas. Aunque, claro está, también puede arriesgarse a perder su plaza privilegiada exponiendo su metodología y creencia a viva voz. De ser expulsado siempre podrá optar por canales alternativos en los que su trabajo sea apreciado sin cortapisas –labor igual de difícil que la de encontrar un oasis en un desierto y, las más de las veces, igualmente fútil–, aunque ello suponga un deterioro de su remuneración y una ampliación de sus horas de trabajo. Suponemos que, para los adalides del liberalismo, la presión que recibe la intelectualidad honesta bajo el capitalismo no es «síntoma de adoctrinamiento». Pero lo cierto es que el trabajo en el mundo capitalista atenaza al hombre de ideas progresistas, le encorseta en unos moldes que ni desea, ni puede desear, en el fondo de su ser. 

sábado, 5 de diciembre de 2020

La burguesía frente al negocio de la educación; Equipo de Bitácora (M-L), 2020

«La investigación ha de tender a asimilarse en detalle la materia investigada, a analizar sus diversas normas de desarrollo y a descubrir sus nexos internos. Sólo después de coronada esta labor, puede el investigador proceder a exponer adecuadamente el movimiento real». (Karl Marx; El capital, 1867)

Antes de la pandemia del COVID-19 [Coronavirus] que asoló España en marzo de 2020, asistimos a un bochornoso debate educativo sobre el llamado «pin parental» en la escuela pública. Un cruce de ideas tanto de la derecha tradicional como de la «izquierda» burguesa y aburguesada que sobrepasó lo cómico, contando, para variar, con un nivel paupérrimo de argumentación en ambas bancadas. Ahora, el debate se ha reabierto por la cuestión de la nueva ley de educación, la Ley Celaá, impulsada por el gobierno del PSOE-Unidas Podemos y llamada así por la Ministra de Educación Isabel Celaá. Llegamos aquí cabe preguntarse varias cuestiones:

¿Qué aspectos tiene la nueva ley educativa? 

¿Existe acaso un rigor científico en la educación actual? 

¿Es o puede ser neutral la educación, sin sesgos ideológicos? 

¿Qué papel juegan el feminismo y el posmodernismo en los centros educativos? 

¿Es el pin parental un método nuevo y extraordinario en la educación española? 

¿Se puede confiar en un gobierno burgués para mejorar la educación o defender la ciencia? 

¿Por qué modelo deben apostar los marxistas en el tema educativo en la nueva sociedad que ha de venir? 

¿Qué aciertos y errores hubo en la experiencia educativa soviética? 

Todas estas preguntas y mucho más se resolverá en el desarrollo de este documento. Pero antes de comenzar, aclaremos una vez más:

«¿Por qué es importante tener voz propia en este tipo de temas? 

Primero, porque no se puede confiar en las posiciones de la burguesía y sus representantes.

Cuando los marxistas apoyaron la introducción de la jornada laboral de ocho horas en España, coincidían con muchos líderes del sindicalismo reformista y muchos burgueses filantrópicos, sin creer que por ello hubiera que caer en el economicismo que dichos jefes profesaban ni en las ideas utópicas de los segundos. Cuando el Partido Comunista de España (PCE) apoyó la reforma agraria del gobierno republicano-socialista, eso no le excluyó ser muy crítico con sus límites y la lentitud en su implementación.

Cuando, en los 80, el gobierno del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Felipe González propuso leyes que despenalizaban el aborto y legalizaba el divorcio, no significaba que el Partido Comunista de España (marxista-leninista) no tuviera profundas reservas en cuanto a las facilidades para garantizar dichos derechos. Del mismo modo que cuando el PCE (m-l) votó NO a la Constitución de 1978, como también hicieron agrupaciones fascistas como Fuerza Nueva, no significaba que padeciera de una deriva falangista. 

Cuando la derecha del PP de Aznar propuso investigar en los 90 los diversos casos de corrupción del PSOE de Felipe González, los comunistas estuvieron de acuerdo, aún sabiendo que dichas propuestas de investigación y sus medidas punitivas no tendrían un castigo adecuado ni servirían para paliar un problema endémico bajo el capitalismo. 

Podríamos seguir con más ejemplos, pero creemos que es suficiente. En ninguno de estos casos los comunistas cayeron en una socialdemocratización ni en un acercamiento a la derecha más reaccionaria. Se puede estar y se estará de acuerdo superficialmente en determinadas propuestas cuando tengan sentido –como puede ser, en este caso, la oposición a la enseñanza de la ideología feminista en los centros educativos–, pero, normalmente, nunca se estará de acuerdo ni en las causas del problema ni en las formas más adecuadas de solucionarlo. Y es aquí donde los marxista-leninistas deben hacer valer su independencia ideológica, poniendo en evidencia al resto, educando a las masas y deslindándose totalmente de la política burguesa.

Si los marxista-leninistas están de acuerdo con que no se introduzca de contrabando el feminismo en los centros educativos, no es porque coincidan con la derecha –huelga decir que muchas agrupaciones de derechas, como PP o Ciudadanos, se consideran feministas, justamente como el partido de izquierdas del gran capital: el PSOE–, sino porque no son cómplices del problema que tiene desde hace décadas la presunta «izquierda» de IU, Podemos y diversos grupos republicanos, los cuales han renunciado a toda línea ideología concreta, arrastrándose al humanismo abstracto, de lo transversal, buscando la aprobación de todos los llamados movimientos de luchas parciales: feministas, nacionalistas, antirracistas, movimiento LGTB, ecologistas y otros.

martes, 1 de diciembre de 2020

No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás efectos puramente pasivos


«Nosotros vemos en las condiciones económicas lo que condiciona en última instancia el desarrollo histórico. Pero la raza es, de suyo, un factor económico. Ahora bien; hay aquí dos puntos que no deben pasarse por alto:

a) El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia. El Estado, por ejemplo, actúa por medio de los aranceles protectores, el librecambio, el buen o mal régimen fiscal; y hasta la mortal agonía y la impotencia del filisteo alemán por efecto de la mísera situación económica de Alemania desde 1648 hasta 1830, y que se revelaron primero en el pietismo y luego en el sentimentalismo y en la sumisión servil a los príncipes y a la nobleza, no dejaron de surtir su efecto económico. Fue éste uno de los principales obstáculos para el renacimiento del país, que sólo pudo ser sacudido cuando las guerras revolucionarias y napoleónicas vinieron a agudizar la miseria crónica. No es, pues, como de vez en cuando, por razones de comodidad, se quiere imaginar, que la situación económica ejerza un efecto automático; no, son los mismos hombres los que hacen la historia, aunque dentro de un medio dado que los condiciona, y a base de las relaciones efectivas con que se encuentran, entre las cuales las decisivas, en última instancia, y las que nos dan el único hilo de engarce que puede servirnos para entender los acontecimientos son las económicas, por mucho que en ellas puedan influir, a su vez, las demás, las políticas e ideológicas.

b) Los hombres hacen ellos mismos su historia, pero hasta ahora no con una voluntad colectiva y con arreglo a un plan colectivo, ni siquiera dentro de una sociedad dada y circunscrita. Sus aspiraciones se entrecruzan; por eso en todas estas sociedades impera la necesidad, cuyo complemento y forma de manifestarse es la casualidad. La necesidad que aquí se impone a través de la casualidad es también, en última instancia, la económica. Y aquí es donde debemos hablar de los llamados grandes hombres. El hecho de que surja uno de éstos, precisamente éste y en un momento y un país determinados, es, naturalmente, una pura casualidad. Pero si lo suprimimos, se planteará la necesidad de remplazarlo, y aparecerá un sustituto, más o menos bueno, pero a la larga aparecerá. Que fuese Napoleón, precisamente este corso, el dictador militar que exigía la República Francesa, agotada por su propia guerra, fue una casualidad; pero que si no hubiese habido un Napoleón habría venido otro a ocupar su puesto, lo demuestra el hecho de que siempre que ha sido necesario un hombre: César, Augusto, Cromwell, etc., este hombre ha surgido. Marx descubrió la concepción materialista de la historia, pero Thierry, Mignet, Guizot y todos los historiadores ingleses hasta 1850 demuestran que ya se tendía a ello; y el descubrimiento de la misma concepción por Morgan prueba que se daban ya todas las condiciones para que se descubriese, y necesariamente tenía que ser descubierta». (Friedrich Engels; Carta a W. Borgius, 25 de enero de 1894)

El reemplazo de la revolución por la lucha de reformas sociales

Imagen del Xº Congreso del Partido Comunista Italiano de 1962

«La dirección del Partido Comunista Italiano (PCI) habla mucho de las «reformas de estructura», considerándolas como el medio más eficaz para la transformación de la sociedad italiana en las condiciones actuales. Entre estas reformas figuran las reivindicaciones para el aumento de los salarios y para reducción de jornada laboral, la creación de comisiones de fábricas y su uso para ejercer un control sobre su actividad económica y productiva, la implementación de la reforma agraria, la nacionalización de los grandes monopolios, etc. ¿Cuál es la naturaleza de estas reformas? La posición de los dirigentes del PCI sobre esta cuestión es contradictoria. De una parte, dicen que estas reformas tienen un carácter democrático general. Por lo tanto, en su discurso en Moscú, Toglitatti dijo:

«Nosotros comprendemos perfectamente que estas reivindicaciones no son socialistas, sino que son en el fondo, unas reivindicaciones democráticas de carácter progresista». (Palmiro Toglitatti; Discurso pronunciado ante los militantes de base del partido de la cuidad de Moscú, 27 de junio de 1960)

Mientras que por otro lado, dicen que la aplicación de estas reformas es la vía que conduce al socialismo. En el informe: «La vía italiana al socialismo», del 24 de junio de 1956, refiriéndose al programa de estas reformas, Togliatti decía:

«Un movimiento que nosotros podríamos orientar y dirigir en el sentido de estas reivindicaciones y de estas reformas es ciertamente un movimiento hacia el socialismo». (Palmiro Togliatti; Informe presentado en la sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista Italiano, 24 de junio de 1956)

Los dirigentes del PCI se esfuerzan por justificar estas contradicciones refiriéndose a las afirmaciones de Lenin, a saber, que entre la democracia y el socialismo no hay una muralla china, utilizando pues, como argumento el enlace existente entre la lucha por la democracia y la lucha por el socialismo. Bien entendido, esta es una tesis justa, pero hay que considerarla de modo dialéctico y no unilateral. Todo el asunto reside aquí en que sólo se destaca manera unilateral la conexión entre la lucha por la democracia y la lucha por el socialismo, pero no se dice nada en que se distinguen las dos luchas, ya que, como hacen ellos, limitan la lucha por el socialismo a la lucha por la democracia. Pero esto significa, de hecho, permanecer en el cuadro del orden existente capitalista.

El formalismo en el arte


«Toda corriente del esteticismo burgués y revisionista propaga y sostiene el formalismo separando la forma de las obras de arte de su contenido, relacionando los valores estéticos de estas obras con su sola forma, o bien sobrestimando la forma y subestimando su contenido. Las nuevas doctrinas estéticas  formalistas, aunque utilizan algún nuevo argumento, persiguen, en cuanto al fondo, la línea del antiguo formalismo. De ese modo, la estética formalista modernista especula con la noción «experiencia estética» que ella misma considera como «replegada sobre ella misma», «orientada sobre ella misma», «inmanente», independiente del mundo exterior y capaz de crear ella misma «objeto» estético. El término «objeto» es propio de la estética modernista, pero, en el espíritu de un objetivo idealista, se identifica con un conjunto de sensaciones y de emociones subjetivas privada de todo contenido objetivo. Es pues, la «experiencia estética» que ella misma engendraría el «objeto» de su «contemplación bajo el impulso del subconsciente o de los instintos». Cuidadosa de separar el arte de la realidad, la estética formalista modernista no vacila en identificarse con la estética freudiana, que se pretende una doctrina «original» por no haber existido en el siglo XIX. De hecho, en esta alianza, el formalismo y el freudismo tienden al mismo fin que la teoría del «arte por el arte»: aislando el arte de la vida, creyendo en el indiferentismo social, negando el carácter objetivo de los fenómenos estéticos de la realidad y del contenido objetivo del arte, identificando lo bello a las formas «puras».

Sobre el plan teórico, el esteticismo formalista sostiene y estimula las tendencias regresivas del modernismo en todos los campos del arte. Este es el caso particular de las variantes formalistas como el cubismo y el arte abstracto. El formalismo es al mismo tiempo la síntesis de estas prácticas artísticas.  El formalismo orienta a los artistas hacía experimentos formalistas, carentes de sentido y estériles, les conduce al empobrecimiento de la forma. Separando el arte de la vida, de hecho lo aísla en realidad del factor determinante en la creación de la forma, se empobrece y hace que sobre los términos formales también sea estéril. Por sus teorías formalistas, la burguesía procura mantener el arte ajeno de los conflictos y los dramas sociales, para que éste no refleje las heridas y la putrefacción del régimen burgués, la lucha de las fuerzas progresistas y revolucionarias contra dicho régimen. En uno de los congresos internacionales celebrados recientemente sobre los problemas de la estética, el esteticista estadounidense Monroe subrayó que era más importante para el arte la combinación de colores que la vida de los pobres.

La estética formalista de la burguesía revisionista ha dado otra corriente extremista, la corriente naturalista. Las concepciones estéticas ultranaturalistas ocupan actualmente un lugar importante en la estética burguesa. La burguesía apoya el naturalismo como una alternativa que ofrece a los artistas que se oponen al formalismo. De buenas a primeras, el naturalismo difiere del formalismo, pero desvía el arte del camino de las leyes objetivas de la aprehensión estética de la realidad, empujando a un subjetivismo extremo. A fin de desacreditar al realismo, la estética naturalista lo considera un método «imitado a la búsqueda de la verdad». El naturalismo lucha contra el realismo desde «dentro» acusándolo de «subjetivismo», de haberse apartado de la «verdad total» considerado al realismo un límite de la interpretación y la apreciación en la materia vital. Según los naturalistas, el arte debe reproducir la vida sin hacerse ningún comentario ni interpretación, desde una mirada fría. La estética naturalista exige que, lejos de reflejar caracteres típicos en circunstancias típicas, el arte se ocupe sólo de la descripción de los detalles, los lados fortuitos, absurdos y superficiales de la vida con el fin de presentar al hombre como un simple ser biológico. Describir la vida «sin subjetivismo» y con «objetividad científica» es un eslogan que la burguesía utiliza para propagar entre los artistas y los escritores la idea de adoptar en el arte una posición ideológica no comprometida, para lograr su desideologización. Si ellos adoptaran la «objetividad» e «imparcialidad» reclamada por el naturalismo, los artistas tendrían que tratar en sus obras únicamente aspectos secundarios y características específicas de los objetos y fenómenos de la vida. En vez de llevar a descubrir los estrechos vínculos de los tipos sociales con la vida y las circunstancias sociales, el naturalismo anima a que el arte debe entregarse al juego de las sensaciones e impresiones del momento –esta es la tendencia naturalista del impresionismo–, el zambullirse en el «flujo psíquico», a fijar los procesos psicofisiológicos del subconsciente, los reflejos a las estimulaciones naturales más insignificantes, a los colores y a las luces. Es allí uno de los aspectos de la manifestación del subjetivismo en el arte naturalista. Las variantes naturalistas de la literatura, del expresionismo, del surrealismo y del hiperrealismo modernista son un claro ejemplo. De esta manera, el arte estético naturalista está fijado al extremo opuesto de las leyes de aprehensión estética de la realidad, lejos de la autenticidad artística». (Alfred Uçi; La crisis de la estética burguesa-revisionista, 1984)