jueves, 29 de diciembre de 2022

¿Era la «República» de Platón un ideario comunista de sociedad?; Equipo de Bitácora (M-L), 2020

«Después de «poner del revés a Marx», Santiago Armesilla proclamaba ante su público lector que la República aristocrática de Platón es algo parecido al «comunismo» al que él aspira:

«¿Cómo entender, entonces, el socialismo y el comunismo desde nuestra propuesta de «vuelta al revés» de Marx? ¿Cómo entenderlos desde nuestra concepción materialista de la vida política? (…) Una de las primeras obras en mostrar esta conexión es la República, de Platón. (…) Concibe su República, en realidad, como una comunidad política de una única clase social, los productores, conformada a su vez por geomoros –campesinos– y demiurgos –artesanos y obreros–. (…) De los productores tienen derecho a propiedad privada personal y a familia, se extraen sus mejores representantes los sujetos que conformarán a los guerreros guardianes, los cuales viven en comunidad y no pueden tener posesiones y familias. A su vez, de ellos surgen los gobernantes, que viven en el mismo régimen comunitario sin posesiones ni familia. Más que un corporativismo, la República platónica es una sociedad comunista». (Santiago Armesilla; La vuelta del revés de Marx: el materialismo político entretejiendo a Karl Marx y a Bueno, 2020)

Tomar el misticismo e idealismo del platonismo para organizar la sociedad es otra demostración de que este hombre no está en sus cabales. Solo alguien de la calaña de Nietzsche o Armesilla se atrevería a proponer tal locura. Cualquiera que haya leído esta obra de Platón sabrá que ese «interés general» que plantea el filósofo griego es el mismo que esbozan los capitalistas cuando juran que la ordenación social existente y sus actos gobernando obran en pro del «interés común» de la sociedad. 

Platón nos habla que en su polis Calípolis, la clase de los «gobernantes» serán elegidos de entre la clase de los «guerreros guardianes» que vivirán en «barracones» y «a expensas de los ciudadanos», es decir, los militares, la capa social que Platón presupone que debe llevar una vida austera para no corromperse en exceso. Esto último es algo imposible en toda sociedad de clases, ya que las personas que componen la élite militar han vivido siempre como pequeños reyezuelos, entre otras razones, porque provienen de familias ricas y controlan el poder de coacción del Estado, asegurándose el operar de generación en generación dentro de estas instituciones como una casta endogámica bien remunerada. 

Estos «gobernantes» deben ser «viejos», porque, según Platón, los «jóvenes» deben por naturaleza «obedecer»; aquí automáticamente se da por hecho que todo aquel de 45 años será más sabio que alguien de 25 por una mera cuestión de edad, sin comprobar el tiempo dedicado y las habilidades mostradas. Además, este Estado «comunista» enseñaría religión de los Dioses Olímpicos a los ciudadanos, y los gobernantes tendrían privilegios como poder «mentir por el bien del Estado», mientras los artesanos serían severamente castigados por hacer esto mismo. ¿No nos suena esto demasiado familiar como para tomar tal propuesta como una «nueva sociedad»? Igualmente, sigamos. 

Los «guerreros guardianes» se consideran aquí necesarios para la «invasión de territorios vecinos para satisfacer las necesidades de todos», dado que «no habrá recursos para todos». Entendemos que aquí Armesilla se excite, pues, Platón parece adelantar algo parecido a la «Dialéctica de Estados» de Armesilla, pero no es nuestro objetivo crear un sangriento «imperialismo generador comunista» que se fije tales misiones de ir expoliando a terceros. Este bien puede ser el propósito de vida para un esclavista del siglo V a.C., pero no para un internacionalista del siglo XXI. 

Y a todo esto, ¿cómo se decidirá quién pertenece a cada clase social? Bueno, el platonismo nos hablaba cómo el oráculo mirará qué parte del alma predomina en cada uno de nosotros, si la racional, irascible o concupiscible. En los «gobernantes» predominaría el primer rasgo –la sabiduría–, en los «guerreros» el segundo –la bravura–, mientras que en los «artesanos» y otros productores el último de los rasgos del alma –la templanza–. Para Platón, la «virtud» en los trabajadores manuales residirá en que serán dóciles y obedientes, en que sabrán cuál es su lugar y soportarán la carga de los trabajos menos apetecibles y más despreciados por la sociedad. En su obra político-filosófica se aseguraba que solo la suma de todas estas virtudes –alojadas en cada extracto social– daría un perfecto «equilibrio» al régimen estatal, por eso cada uno debía comprender la función «para la que ha nacido» –tengamos en cuenta que Platón seguía las ideas de sectas como la de los pitagóricos, creyentes en la reencarnación y, por tanto, de la existencia de habilidades innatas de los hombres, como retazos de otra vida–. Esto aplicado a las condiciones de hoy, sería algo así como si un listillo averiguase si vamos a mandar de por vida en Moncloa o asfaltar carreteras mirándonos los chacras o los posos del café. ¿Adivinas qué le salió a él y qué te saldrá a ti? «Oh, ¡Lo siento, la parte concupiscible de tu alma te condena a remar en galeras!». 

En resumen, para el armesillismo, una sociedad petrificada por la división del trabajo y la estratificación de clases es algo parecido al ideal de «comunismo». Para Armesilla solo faltaría, pues, que la actual Constitución de 1978 dijese que todos los ciudadanos son parte de una «única clase» o una «república de trabajadores» como la Constitución de 1931; ¡y así el «comunismo» en España sería una realidad consumada! Por ir finalizando, en su tratado Platón es muy explícito dentro de sus descripciones: «lo importante es que cada ciudadano y cada clase se mantengan en su puesto», por lo que el aristocratismo de su pensamiento es lo suficientemente clarividente como para que sea confundido por cualquier lector. Entonces, ¿qué ha pasado aquí? Pues que el sofista Armesilla intenta vendernos utopías reaccionarias del siglo V a.C. como el no va más. 

Inspirado en la «comunista» República de Platón, un joven Nietzsche concluiría en uno de sus vomitivos escritos:

«Todo hombre, con toda su actividad, sólo tiene dignidad en la medida en que, de una forma consciente o inconsciente, es instrumento del genio; de donde se ha de sacar inmediatamente la conclusión de carácter ético de que el «hombre en sí», el hombre absoluto, no posee ni dignidad, ni derechos ni deberes: sólo como un ser totalmente determinado que sirve a fines inconscientes puede el hombre disculpar su existencia». (Arsenio Ginzo Fernández; F. Nietzsche y la República de Platón, 2002)

Evidentemente, en toda sociedad dividida en clases sociales, mediatizada por el capital, todos no poseerán la misma dignidad, los mismos derechos ni deberes. ¿Entonces? En vez de preocuparnos si los «genios» que están «arriba» lo son por su sabiduría, influencia familiar, propaganda o parné, nosotros debemos volar por los aires la estructura burguesa por dos motivos principales. En primer lugar, para que más allá de las diferencias biológicas o sociales desarrolladas por cada uno, la sociedad pueda brindar una igualdad de oportunidad real y no ficticia. Y, en segundo lugar, para demostrar a seres repugnantes como estos el manantial de virtudes y capacidad de mando que se esconde detrás de muchos de los trabajadores que antaño tanto disfrutaron explotando y humillando. Como dijo una vez un marxista español:

sábado, 24 de diciembre de 2022

Marx respondiendo a Proudhon y los utópicos sobre la cuestión social y el papel de la ciencia

«A medida que la historia avanza, y con ella empieza a destacarse, con trazos cada vez más claros, la lucha del proletariado, aquellos no tienen ya necesidad de buscar la ciencia en sus cabezas: les basta con darse cuenta de lo que se desarrolla ante sus ojos y convertirse en portavoces de esa realidad. Mientras se limitan a buscar la ciencia y a construir sistemas, mientras se encuentran en los umbrales de la lucha, no ven en la miseria más que la miseria, sin advertir su aspecto revolucionario, destructor, que terminará por derrocar a la vieja sociedad. Una vez advertido este aspecto, la ciencia, producto del movimiento histórico, en el que participa ya con pleno conocimiento de causa, deja de ser doctrinaria para convertirse en revolucionaria. (...) ¿Qué es la sociedad, cualquiera que sea su forma? El producto de la acción recíproca de los hombres. ¿Pueden los hombres elegir libremente esta o aquella forma social? Nada de eso. (…) Los hombres no son libres árbitros de sus fuerzas productivas −base de toda su historia−, pues toda fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de una actividad anterior. Por tanto, las fuerzas productivas son el resultado de la energía práctica de los hombres, pero esta misma energía se halla determinada por las condiciones en que los hombres se encuentran colocados, por las fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a ellos, que ellos no crean y que es producto de la generación anterior. (...) Los hombres, al establecer las relaciones sociales con arreglo al desarrollo de su producción material, crean también los principios, las ideas y las categorías conforme a sus relaciones sociales. Por tanto, estas ideas, estas categorías, son tan poco eternas como las relaciones a las que sirven de expresión. Son productos históricos y transitorios. Existe un movimiento continuo de crecimiento de las fuerzas productivas, de destrucción de las relaciones sociales, de formación de las ideas; lo único inmutable es la abstracción del movimiento. (…) ¿Acaso no significa esto que el modo de producción, las relaciones en las que las fuerzas productivas se desarrollan, no son en modo alguno leyes eternas, sino que corresponden a un nivel determinado de desarrollo de los hombres y de sus fuerzas productivas, y que todo cambio operado en las fuerzas productivas de los hombres lleva necesariamente consigo un cambio en sus relaciones de producción? (…) [Este tipo de cuestiones] sólo significa demostrar que, al menos en este terreno, se adolece del habitual menosprecio de los utopistas por las leyes». (Karl Marx; Miseria de la filosofía, 1847)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

«Las categorías económicas que hemos estudiado dejan también su huella histórica. En la existencia del producto como mercancía van implícitas condiciones históricas determinadas. Para convertirse en mercancía, es necesario que el producto no se cree como medio directo de subsistencia para el propio productor. Sí hubiéramos seguido investigando hasta averiguar bajo qué condiciones los productos todos o la mayoría de ellos revisten la forma de mercancía, habríamos descubierto que esto sólo acontece a base de un régimen de producción específico y concreto, el régimen de producción capitalista. Pero esta investigación no tenía nada que ver con el análisis de la mercancía. En efecto, puede haber producción y circulación de mercancías aunque la inmensa mayoría de los artículos producidos se destinen a cubrir las propias necesidades de sus productores, sin convertirse por tanto en mercancías, es decir, aunque el proceso social de la producción no esté presidido todavía en todas sus partes por el valor de cambio. La transformación del producto en mercancía lleva consigo una división del trabajo dentro de la sociedad tan desarrollada, que en ella se consuma el divorcio entre el valor de uso y el valor de cambio, que en la fase del trueque directo no hace más que iniciarse. Pero esta fase de progreso se presenta ya en las más diversas formaciones económicas sociales de que nos habla la historia. Si analizamos el dinero, vemos que éste presupone un cierto nivel de progreso en el cambio de mercancías. Las diversas formas especiales del dinero: simple equivalente de mercancías, medio de circulación, medio de pago, atesoramiento y dinero mundial, apuntan, según el alcance y la primacía relativa de una u otra función, a fases muy diversas del proceso de producción social. Sin embargo, la experiencia enseña que, para que todas estas formas existan, basta con una circulación de mercancías relativamente poco desarrollada. No acontece así con el capital. Las condiciones históricas de existencia de éste no se dan, ni mucho menos, con la circulación de mercancías y de dinero. El capital s6lo surge allí donde el poseedor de medios de producción y de vida encuentra en el mercado al obrero libre como vendedor de su fuerza de trabajo, y esta condición histórica envuelve toda una historia universal. Por eso el capital marca, desde su aparición, una época en el proceso de la producción social. (...) Estas formas son precisamente las que constituyen las categorías de la economía burguesa. Son formas mentales aceptadas por la sociedad, y por tanto objetivas, en que se expresan las condiciones de producción de este régimen social de producción históricamente dado que es la producción de mercancías. Por eso, todo el misticismo del mundo de las mercancías, todo el encanto y el misterio que nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías se esfuman tan pronto como los desplazamos a otras formas de producción». (Karl MarxEl Capital, Tomo I, 1867)

martes, 13 de diciembre de 2022

Debate sobre el expresionismo en los años 30, ¿sentimentalismo?, ¿un capricho burgués?, ¿un producto fascista?; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«Tomemos la cuestión del expresionismo como ejemplo de los debates que se daban entre los artistas progresistas del siglo XX −entendiendo a estos, como individuos que se acercaban a los marxistas en metodología, compartían objetivos y demás, sin llegar siempre a alcanzarlos−. En esta sección encontraremos los siguientes apartados: a) ¿qué origen, características e intenciones tuvo el expresionismo como corriente artística?; b) ¿por qué los nazis tuvieron un idilio muy especial con el expresionismo?; c) ¿por qué el fascismo alemán e italiano viraron hacia el arte clásico y monumental?; d) ¿qué posiciones tuvieron Lukács y Brecht en el debate sobre el expresionismo? 

Esto será muy interesante ya que extraeremos lecciones muy similares a las que hemos obtenido en otros capítulos, especialmente analizando las polémicas que surgieron frente a nuevos fenómenos como el rock en los años 50, el punk en los 70, el rap en los años 80, o mucho más recientemente, el trap en el siglo XXI. Véase la obra: «La «música urbana», ¿reflejo de una decadencia social?» (2021).

Explicación sobre el origen, características e intenciones del expresionismo

El «expresionismo», como parte de esos «ismos» de las vanguardias nacidas a principios del siglo XX, estuvo determinado −como no podía ser de otra forma− por los estilos que le precedían y por los intereses sociales de su época. En este caso, según el grado en el que se distorsionasen las figuras en la pintura, las notas en la música, los contornos de las esculturas, la lógica de la literatura, etcétera, esta forma expresionista parecía desgarrarse cada vez más de sus predecesores lejanos y cercanos −impresionismo y postimpresionismo− para retomar otros viejos movimientos como el romanticismo o el decadentismo, incluso a las dramáticas pinturas de El Greco, considerado para muchos como un «protoexpresionista». En cuanto a la temática e intenciones de este nuevo estilo, bien vale citar el siguiente extracto de Frederic Ewen, pues lo resume a la perfección:

«El expresionismo es la autobiografía del alma. No fue menos significativa para los expresionistas alemanes la definición del inconsciente que va desde Shopenhauer a Freud. Lo irracional, lo inconsciente, lo reprimido, el mundo de los sueños, son nociones esenciales en las obras de teatro de los expresionistas. (…) La realidad interior es exhibida descarnadamente a través de símbolos; los personajes se vuelven abstractos, ya que son concebidos como universales. El hombre aparece en mayúsculas, como Hermano, Hermana, Madre, Poeta. (…) Ya hacia 1910 Franz Werfel dijo: «Mi único deseo, hombre, es ser amable contigo. (…) Por eso pertenezco a ti y a todos. ¡No te resistas, te lo suplico! Oh, que pronto llegue el tiempo en que los hermanos nos abracemos como hermanos». (…) Theodor Daübler anunció en 1919… «¡El Yo crea el mundo!». (…) Si el Yo es el centro creativo, entonces el Hombre es el objeto del discurso». (Frederic Ewen; Bertolt Brecht: su vida, su obra, su época, 1967)

Como lo comentó el crítico de arte albanés Alfred Uçi en su obra «El laberinto del arte moderno» (1987), los expresionistas desarrollaron su nueva tendencia en lucha contra el impresionismo, desfasado para sus nuevos intereses e inquietudes. Este rechazo al impresionismo venía motivado por la repulsa que sentían hacia el realismo. Por un lado, negaban cualquier intento de ofrecer, aunque fuera aproximadamente, impresiones ópticas naturalistas y, por otro, consideraban que el papel del artista no era lo suficientemente activo en la creación de sus obras:

«Por tanto, la eliminación de estas limitaciones, según los expresionistas, podría hacerse alejándose del realismo, evitando la reflexión con el valor artístico de la vida y siendo arrastrados por la vorágine del subjetivismo. (…) Los estetas expresionistas predicaron que, rompiendo con la tradición impresionista, el foco de la creatividad debería cambiarse del ojo consciente a la fuerza creativa de la imaginación». (Alfred Uçi; El laberinto del arte moderno, 1987)