viernes, 25 de febrero de 2022

El PCE (r) y Cía. como voceros del imperialismo ruso; Equipo de Bitácora (M-L), 2022


[Publicado originalmente en 2017. Reeditado en 2022]

«En esta sección repasaremos varias cuestiones relacionadas con la Rusia del siglo XXI:

En primer lugar, analizaremos la economía del país euroasiático en relación a la teoría imperialista de Lenin. Gracias a esto observaremos luego que la mayoría de rusófilos, como Atilio Borón, José E. Egido, Manuel Shuterland, Arenas y compañía, no conocen o no han querido entender qué es eso del «imperialismo» en la era del capitalismo moderno.

En segundo lugar, repasaremos aquello de que «Rusia no ha tenido una política militar intervencionista», recordando los eventos de Chechenia, Georgia, Ucrania o Kazajistán, y repasando los vínculos económicos con sus aliados como Bielorrusia, Siria y Kirguistán.

En tercer lugar, observaremos cómo el Partido Comunista de España (reconstituido) reproduce hoy las teorías más burdas sobre el presunto «progresismo» que guardaría la figura de Vladimir Putin, que confirman que es uno de los mayores voceros históricos del imperialismo ruso en la Península Ibérica, una posición continuista de las labores que ya realizaban en los años 70 y 80 defendiendo a Brézhnev o Gorbachov, no sabemos si a cambio de unos cuantos rublos o de forma gratuita, porque hay que tener en cuenta que siempre hay tontos motivados. 

En cuarto lugar, observaremos cómo la «izquierda» prorrusa guarda una fe casi mística hacia los nacionalistas vestidos de rojos, como Guennadi Ziugánov, de quienes esperan que con la ayuda de la burguesía nacional conduzcan de nuevo a Rusia hacia ese nuevo «socialismo reformado». Esto mostrará a los fanáticos del PCE (r) que sus ídolos de barro han ido descendiendo del nivel del lenguaje enfervorizado y anarcoide a las proclamas posibilistas y populistas, sorprendente, pero no por ello inesperado. 

Por último, y no menos importante, analizaremos cuales han sido los precedentes que dan pie a la Invasión rusa de Ucrania (2022), las tiranteces históricas entre ambos países desde el siglo XVIII hasta nuestros días. De igual modo, nos veremos en la obligación de refutar los argumentos de los plumíferos este bloque imperialista y el contrario para justificar sus políticas.


Rusia reúne sobradamente todos los rasgos de una potencia imperialista

¿Cuáles eran estos rasgos del imperialismo que describía Lenin y de los que tanto hablan los falsos leninistas de hoy?:  

«1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo que ha creado los monopolios, que desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este «capital financiero», de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capital, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo; y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)

Todos estos datos, insistimos, fueron relatados en comparativa a las estadísticas de años y siglos anteriores, constatándose, en lo sucesivo, como una tendencia objetiva. Como nota importantísima hay que aclarar que los países punteros advertían el camino general, ya que estos eran rasgos inherentes al propio sistema de producción. Esto significaba que fenómenos como la «concentración de la producción y capital», la «fusión del capital bancario con el industrial», la «exportación de capital», la «formación de asociaciones internacionales que se reparten el mundo», etc. eran «estaciones» −etapas− a las que iban a ir llegando −como así sucedió− todos los «trenes» −países− que estuvieran históricamente viajando en el mismo «rail» −capitalista−. Otra cosa muy diferente, claro está, es la velocidad para completar tal trayecto −y en qué estaciones se encontrarían ya viajeros que fueron pioneros−. En la práctica el hecho de que X haya alcanzado un alto grado −pongamos− de exportación de capital −algo quizás inédito en su pasado reciente−, no excluye que a su alrededor existan otros gobiernos o empresas Y o Z que doblen o tripliquen sus datos, ni que en la arena internacional le amenacen debido a sus fuertes alianzas internacionales, ejército, balanza comercial, deuda, etc. Esto implica que hay y seguirá habiendo, más allá de rasgos generales o específicos, capitalistas dominados y dominantes −y este estatus puede alterarse de forma sorprendente en el devenir histórico−. Por eso el mayor pecado del analista metafísico es, como veremos más adelante, reducirlo otro a uno o varios factores −olvidándose de otros y no llegando jamás a un cómputo general lúcido−.

En su momento Engels tuvo que aclarar a algunas cabezas huecas que ponían en tela de juicio la validez de conceptos como «feudalismo» −porque no siempre se manifestaba de forma calcada−. En su caso, Lenin también tuvo que señalar que nunca hemos de:

«Olvidar la significación condicional y relativa de todas las definiciones en general, las cuales no pueden nunca abarcar en todos sus aspectos las relaciones del fenómeno en su desarrollo completo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)

¿Y bien? Aun con esta advertencia, ¿cumple Rusia con estos requisitos? Por supuesto. No necesitamos ni siquiera basarnos en demasiadas fuentes distintas para reunir las piezas del puzle, ya que existen investigaciones que documentan todo esto sobradamente a través de datos oficiales, no es un secreto, ni mucho menos. Pero dado que hay gente empecinada en negar lo que los hechos confirman, daremos un breve repaso al tema.

En primer lugar, a muchos cuando se les habla de «imperialismo» imaginan el puñado de imperios coloniales europeos del siglo XIX, o realizan comparativas todavía más lejanas en el tiempo:

lunes, 21 de febrero de 2022

La evolución en las armas, técnicas de combate y su estrecha relación con el progreso económico

«El revólver triunfa sobre el puñal, y con esto quedará claro incluso para el más pueril de los axiomáticos que el poder no es un mero acto de voluntad, sino que exige para su actuación previas condiciones reales, señaladamente herramientas o instrumentos, la más perfecta de las cuales supera a la menos perfecta; y que, además, es necesario haber producido esas herramientas, con lo que queda al mismo tiempo dicho que el productor de herramientas de poder más perfectas vulgo armas vence al productor de las menos perfectas, o sea, en una palabra, que la victoria del poder o la violencia se basa en la producción de armas, y ésta a su vez en la producción en general, es decir: en el «poder económico», en la «situación económica», en los medios materiales a disposición de la violencia.

La violencia se llama hoy ejército y escuadra de guerra, y ambos cuestan, como sabemos por desgracia nuestra, «una cantidad fabulosa de dinero». Pero la violencia no puede producir dinero, sino, a lo sumo, apoderarse del dinero ya hecho, y esto no es de mucha utilidad, como sabemos, también por desgracia nuestra, gracias a los miles de millones franceses. Así, pues, en última instancia el dinero tiene que ser suministrado por la producción económica; el poder aparece también en este caso determinado por la situación económica que le procura los medios para armarse y mantener sus herramientas. Pero esto no es todo. Nada está en tan estrecha dependencia de las previas condiciones económicas como el ejército y la escuadra precisamente. Armamento, composición, organización, táctica y estrategia dependen ante todo del nivel de producción y de las comunicaciones alcanzado en cada caso. Lo que ha obrado radicalmente en este campo no han sido las «libres creaciones de la inteligencia» de geniales jefes militares, sino la invención de armas mejores y la transformación del material del soldado; la influencia de los jefes militares geniales se limita, en el mejor de los casos, a adaptar el modo de combatir a las nuevas armas y a los nuevos combatientes.

A comienzos del siglo XIV, la pólvora llegó a la Europa occidental a través de los árabes, y subvirtió, como saben los niños de escuela, todo el arte de la guerra. La introducción de la pólvora y de las armas de fuego no fue empero en modo alguno un acto de violencia, sino una acción industrial, es decir, un progreso económico. La industria es siempre industria, ya se oriente a la producción o a la destrucción de las cosas. Y la introducción de las armas de fuego tuvo efectos radicalmente transformadores no sólo en el arte mismo de la guerra, sino también en las relaciones políticas de dominio y vasallaje. Para conseguir pólvora y armas de fuego hacían falta una industria y dinero, y los que poseían las dos cosas eran los habitantes de las ciudades, los burgueses. Por eso las armas de fuego fueron desde el principio armas de las ciudades y de la ascendente monarquía, que se apoyaba en las ciudades contra la nobleza feudal. Las murallas de piedra de los castillos de la nobleza, hasta entonces inexpugnables, sucumbieron ante los cañones de los ciudadanos, y las balas de las burguesas escopetas atravesaron las armaduras caballerescas. Con la pesada caballería aristocrática se hundió también el dominio de la nobleza; con el desarrollo de la clase urbana, la infantería y la artillería van convirtiéndose progresivamente en las armas decisivas; obligado por la artillería, el oficio de la guerra tuvo que añadirse una sección nueva y completamente industrial: la de los ingenieros.

El desarrollo de las armas de fuego fue muy lento. El cañón siguió siendo pesado durante mucho tiempo, y el mosquete, a pesar de muchos inventos de detalle, siguió siendo un arma grosera. Pasaron más de trescientos años antes de que se produjera un fusil adecuado para armar a toda la infantería. Hasta comienzos del siglo XVIII no eliminó definitivamente el fusil de chispa con bayoneta a la pica en el armamento de la infantería. Esta se componía entonces de los soldados mercenarios de los príncipes, tropa muy rígidamente entrenada, pero muy poco de fiar, imposible de mantener disciplinada sino con el bastón, y procedente de los más corrompidos elementos de la sociedad, y, muchas veces, de prisioneros de guerra enrolados por coacción; la única forma de combate en la que esos soldados podían utilizar el nuevo fusil era la táctica lineal que alcanzó su supremo perfeccionamiento con Federico II. La infantería entera de un ejército formaba un largo cuadrilátero vacío de tres filas por lado y no se movía en orden de batalla, sino como un todo; a lo sumo se permitía a una de las alas que se adelantara o retrasara algo. Era imposible mover ordenadamente a esa masa de tan pocos recursos sino por un terreno completamente llano, e incluso en terrenos tales el ritmo era muy lento setenta y cinco pasos por minuto; era imposible toda modificación del orden de batalla durante el combate, y, una vez entrada en fuego la infantería, la victoria o la derrota se decidían en poco tiempo y de un golpe.

domingo, 6 de febrero de 2022

Cómo el armesillismo rechaza a Lenin y ataca su teoría del imperialismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2022


[Publicado originalmente en 2021. Reeditado en 2022]

«En esta sección analizaremos varias cuestiones clave que son importantes o recurrentes en torno a la teoría del imperialismo: a) ¿Existe hoy el «imperialismo» que describe Lenin, ha existido «desde siempre» o simplemente es una entelequia? b) Repasaremos a los economistas como Manuel Sutherland y sus métodos subjetivos de investigación. c) Partiendo de lo anterior, analizaremos cómo a la hora de distorsionar la historia existe o bien una tendencia «igualatoria» o una tendencia «particularista». d) Revisaremos las ideas de Jon Illescas y otros que niegan el proceso de monopolización y daremos datos actualizados de la economía actual. e) Sintetizaremos, pues, cuáles son los rasgos generales del imperialismo moderno. f) Por último, para comprender la interrelación entre imperialismo y oportunismo, repasaremos quiénes suelen ser aquellos que consideran las teorías de Lenin como «caducas» o «superadas».


¿Existe hoy el imperialismo que describe Lenin, ha existido «desde siempre» o simplemente es una entelequia?

Según la RAE un imperio es, según su sexta acepción: «Conjunto de Estados o territorios sometidos a otro»; mientras en la tercera acepción se da por hecho: «Organización política del Estado regido por un emperador». Históricamente ya hemos visto que se ha utilizado la palabra imperio para designar a la primera definición que hemos visto, sin que sea necesario la existencia de un emperador o monarca. 

Por ese motivo los imperios que se dan en el capitalismo actual, en su etapa monopolística, no tiene nada que ver con los imperios de la Edad Antigua, Edad Media, ni siquiera son del todo acertadas las comparativas forzadas con los de la Edad Moderna. No ver esta contraposición es todavía más burdo si tenemos en cuenta que la política económica de muchos de estos viejos imperios del pasado se basaban principalmente en una política rentista del suelo combinada con una expansión colonial, mientras que en cualquier imperialismo actual prima a toda costa la máxima rentabilidad del capital, además de que el papel del capital financiero es aquí de mucha mayor importancia. Siendo este un «detalle» que ya explicó Friedrich Engels en obras como la mencionada «Del socialismo utópico al socialismo científico» (1880). 

También, como hemos visto hasta aquí, debería haber quedado claro que por «imperialismo» no debemos imaginarnos siempre un imperio como el de Gengis Kan ni como el de Napoleón. En efecto, Lenin utilizó tal palabra que ha causado tanto debate y dolor de cabeza. ¿Por qué? Seguramente porque era idóneo en su momento, ya que reflejaba esa imponente expansión del imperialismo europeo y estadounidense, donde la cuestión colonial era objeto de debate en los parlamentos, prensa y cafeterías. Pero el mismo autor se encargó se refutar en «Imperialismo, fase superior del capitalismo» (1916) los paralelismos históricos sin demasiado sentido entre el imperio de Roma de la antigüedad y el de Gran Bretaña en su época. Empezó por aclarar que: «El imperialismo −el dominio del capital financiero− es la fase superior del capitalismo», lo que ya nos daba a entender la diferencia histórica de este último aspecto −aunque él mismo aclararía que este no era el único factor importante a tener en cuenta−. 

Nosotros podemos dar otros tantos apuntes históricos. Por ejemplo, a diferencia de la Edad Antigua, donde observamos las guerras imperialistas entre el Reino de Macedonia y el Imperio persa (siglo IV. a. C.), o como las tres guerras que enfrentaron a la República Roma y la República de Cartago (264 a. C.-146 a. C.), si bien estos bandos luchaban por recursos y territorios, jamás ninguna potencia antigua −ni siquiera de mayor extensión− abarcó y penetró en todo el «mundo conocido». ¿Qué diferencia había, pues, con el capitalismo moderno? En que a partir del siglo XX no hubo territorio importante donde las empresas o la presencia militar de las potencias no penetrase y tuviera un peso absolutamente clave en la economía y política del lugar. El Imperio asirio o sus mercaderes no pusieron pie en la África del Sur, Oceanía o América, por motivos obvios, esto para el imperialismo británico del siglo XIX cada vez supuso un problema menor, mientras el estadounidense del siglo XX ya operó e influyó decisivamente en las cuatro esquinas del globo −como todavía hace−, lo mismo puede decirse hoy del chino en el siglo XXI. 

Es más, en los imperialismos contemporáneos el colonialismo en sentido estricto del término es un fenómeno excepcional, pues el dominio sobre estos mercados se ejerce a través de las llamadas fórmulas neocoloniales, mediante las cuales no necesitan tanto de una presencia militar permanente para asegurar sus esferas de influencia. Aquí, aunque ciertos países han logrado una independencia estatal, siguen estando ligados en lo político-económico −esto no significa que antaño no existieran protectorados, gobiernos títere, satrapías y todo tipo de fórmulas intermedias−. En cualquier caso, los imperialismos modernos se valen principalmente de otros entramados como la presencia económica de multinacionales, operaciones con créditos y una paulatina creación de deuda que a su vez también ayuda para apuntalar en otros países dependientes lo que ya de por sí un comercio de mercancías desigual y una balanza comercial deficitaria fruto de la división del trabajo internacional.

Esto tampoco excluye, faltaría más, el uso o amenaza de uso de la violencia militar, que a veces acaba dirimiendo estas «negociaciones» en posición de franca ventaja, pero en el día a día las potencias imperialistas no necesitan valerse principalmente de este método −más bien es su as en la manga en casos extremos− y aunque así lo quisiera tampoco podrían, ¿a qué nos referimos? A que no solo hoy, sino en cualquier época, para que X grupo pueda desatar un conflicto militar contra el vecino no es algo que dependa única y exclusivamente de la voluntad de sus gobernantes, sino de los intereses y condicionantes que hacen que esa hipotética guerra pueda ser sostenible y vaya a ser beneficiosa a largo plazo para los que la inician. De otro modo, caeríamos en tesis históricas como las del señor Dühring que explicaba todos los procesos sociales por medio de la «victoria del más fuerte», pero Engels ya señaló que «en todas partes y siempre son condiciones económicas y medios de poder económico los que posibilitan la victoria de la violencia», de otro modo, «el que quisiera reformar la organización militar según los principios del señor Dühring y de acuerdo con el punto de vista contrario, no cosecharía más que palizas». Véase el capítulo: «La burguesía contemporánea no necesita del colonialismo del siglo XIX para ser agresiva o imponer su dominio» de 2020.

No le faltaba razón a Lenin cuando declaró que:

«Cuando Marx escribió «El capital» hace medio siglo, para la mayor parte de los economistas la libre competencia era una «ley natural». Mediante la conspiración del silencio, la ciencia oficial intentó aniquilar la obra de Marx, cuyo análisis teórico e histórico del capitalismo había demostrado que la libre competencia provoca la concentración de la producción, concentración que, en cierta fase de su desarrollo, conduce al monopolio». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)

En efecto, según lo que Marx sacó en claro de sus profundas investigaciones históricas, fruto de varios años:

«Esta expropiación se lleva a cabo por medio de la acción de las propias leyes inmanentes de la producción capitalista, por medio de la concentración de los capitales. Cada capitalista liquida a otros muchos». (Karl Marx; El capital, Tomo I, 1867)

Entre tanto, su compañero Engels le sugirió en su «Carta a Karl Marx» (16 de septiembre de 1868): «¿No se ha convertido en una necesidad urgente una breve presentación popular del contenido de su libro para los trabajadores? Si no está escrito, algún Moisés u otro vendrá y lo hará y lo estropeará». Ese el mismo día Karl Marx consideró tal preocupación en su: «Carta a Friedrich Engels» (16 de septiembre de 1868), contestándole que, aunque por el momento estaba ocupado: «Sería muy bueno que usted mismo escribiera un pequeño folleto explicativo popular». Se puede concluir que el esfuerzo más cercano que vería la luz sería la conocida obra de Engels «Del socialismo utópico al socialismo científico» (1880), publicado aun en vida de Marx. ¿Qué encontramos allí respecto a la cuestión de la concentración de la propiedad? Anotando los últimos datos de interés, en la versión inglesa de 1892 se comentaba lo siguiente:

«Al llegar a una determinada fase de desarrollo, ya no basta tampoco esta forma; los grandes productores nacionales de una rama industrial se unen para formar un trust, una agrupación encaminada a regular la producción; determinan la cantidad total que ha de producirse, se la reparten entre ellos e imponen de este modo un precio de venta fijado de antemano. Pero, como estos trusts se desmoronan al sobrevenir la primera racha mala en los negocios, empujan con ello a una socialización todavía más concentrada; toda la rama industrial se convierte en una sola gran sociedad anónima, y la competencia interior cede el puesto al monopolio interior de esta única sociedad; así sucedió ya en 1890 con la producción inglesa de álcalis, que en la actualidad, después de fusionarse todas las cuarenta y ocho grandes fábricas del país, es explotada por una sola sociedad con dirección única y un capital de 120 millones de marcos. En los trusts, la libre concurrencia se trueca en monopolio». (Friedrich Engels; Del socialismo utópico al socialismo científico, 1880)

Estas tendencias, agudizadas a principios del siglo XX, fue lo que Lenin definió como los rasgos generales de la fase imperialista del capitalismo, es decir, la era de los monopolios:

«Sin olvidar la significación condicional y relativa de todas las definiciones en general, las cuales no pueden nunca abarcar en todos sus aspectos las relaciones del fenómeno en su desarrollo completo, conviene dar una definición del imperialismo que contenga sus cinco rasgos fundamentales siguientes, a saber: 1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo que ha creado los monopolios, que desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este «capital financiero», de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capital, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo; y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)

¿En qué basaba Lenin su teoría económica para describir los cambios sustanciales que se habían ido operando respecto al capitalismo primigenio y que otorgaban al monopolismo un papel totalmente clave?

«Así pues, el resumen de la historia de los monopolios es el siguiente: 1) Décadas de 1860 y 1870: cénit del desarrollo de la libre competencia. Los monopolios están en un estado embrionario apenas perceptible. 2) Tras la crisis de 1873, largo período de desarrollo de los cárteles, que son todavía una excepción. No están aún consolidados, son todavía un fenómeno pasajero. 3) Auge de finales del siglo XIX y crisis de 1900-1903: los cárteles se convierten en un fundamento de la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo. Los cárteles pactan entre ellos las condiciones de venta, los plazos de pago, etc. Se reparten los mercados. Deciden la cantidad de productos a fabricar. Fijan los precios. Reparten los beneficios entre las distintas empresas, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)

Todos estos datos, insistimos, fueron relatados en comparativa a las estadísticas de años y siglos anteriores, constatándose, en lo sucesivo, como una tendencia objetiva. Como nota importantísima hay que aclarar que los países punteros advertían el camino general, ya que estos eran rasgos inherentes al propio sistema de producción. Esto significaba que fenómenos como la «concentración de la producción y capital», la «fusión del capital bancario con el industrial», la «exportación de capital», la «formación de asociaciones internacionales que se reparten el mundo», etc. eran «estaciones» −etapas− a las que iban a ir llegando −como así sucedió− todos los «trenes» −países− que estuvieran históricamente viajando en el mismo «rail» −capitalista−. Otra cosa muy diferente, claro está, es la velocidad para completar tal trayecto −y en qué estaciones se encontrarían ya viajeros que fueron pioneros−. En la práctica el hecho de que X haya alcanzado un alto grado −pongamos− de exportación de capital −algo quizás inédito en su pasado reciente−, no excluye que a su alrededor existan otros gobiernos o empresas Y o Z que doblen o tripliquen sus datos, ni que en la arena internacional le amenacen debido a sus fuertes alianzas internacionales, ejército, balanza comercial, deuda, etc. Esto implica que hay y seguirá habiendo, más allá de rasgos generales o específicos, capitalistas dominados y dominantes −y este estatus puede alterarse de forma sorprendente en el devenir histórico−. Por eso, el mayor pecado del analista metafísico es, como veremos más adelante, reducirlo todo a uno o varios factores −olvidándose de otros y no llegando jamás a un cómputo general lúcido−. Este tipo de «confusiones» son las que luego abren el paso, entre otras, a teorías «tercermundistas», es decir, aquellas que intentan reconciliarse con X bloque de países imperialistas y sus aliados. Véase el capítulo: «El PCE (r) y Cía. como voceros del imperialismo ruso» de 2022.

¿Y qué responden sus detractores? En el caso de Santiago Armesilla, él paradójicamente tiene la pretensión de enseñar o restaurar la «esencia del marxismo» partiendo de corregir las «interpretaciones equivocadas» del resto de mortales, ¿cómo? A partir de las «geniales revelaciones» de su mentor Gustavo Bueno, cuyo tronco de pensamiento choca frontalmente con Marx; y aquí no solo nos referimos a sus conocidas aberraciones respecto a materias como la cuestión nacional −donde profesa un profundo chovinismo−, sino también en el campo de la economía política −en el que comprobaremos que no está mucho mejor versado−. A lo largo del capítulo expondremos nítidamente cómo sus teorías económicas son calcadas a las que sostienen otros «marxistas heterodoxos» como Manuel Sutherland en Venezuela o Jon E. Illescas en España. A estas alturas de la película el lector podrá intuir que de «marxistas» solo tienen las ínfulas y etiquetas que se da. Vean:

«Pues bien, estas cinco características que para Lenin ha de tener el Imperialismo son falsas. La primera característica es falsa porque los monopolios han existido junto con las pequeñas y medianas empresas desde siempre. (...) La segunda característica también es falsa porque la oligarquía financiera ha existido siempre desde que nació el capitalismo, la cual lo ha dominado siempre. (...) Lenin erraba en su aserto, en que una oligarquía financiera dominara en la «fase» del Imperialismo, ya que, desde sus inicios en Génova, el capitalismo ha estado dominado por una oligarquía financiera». (Santiago Armesilla; Reescritos de la disidencia, 2012)

¡¿Se ha molestado usted señor Armesilla en leer algo de historia económica?! Lo dudamos mucho. Esta es una equivocación muy típica de todo economista vulgar de universidad, pero también es común en aquellos que, como en su momento el señor Dühring, pretenden cruzar a nado de las aguas del academicismo burgués a las aguas del socialismo proletario; unos pensadores aventureros que, pese a presentarse como muy osados en sus propuestas, terminan siempre ahogándose en un mar de incoherencias. Este ha sido también el error fatal del señor Armesilla, quien pretende mezclar agua y aceite, es decir, el «materialismo filosófico» de Gustavo Bueno con el «materialismo histórico» de Marx y Engels. Si el lector desea otro símil, la inherente falta de conocimientos históricos que se detecta en este «erudito» salta a la vista, convirtiéndole en la versión ibérica de Louis Althusser. Por esta razón acaba confundiendo el «monopolio» y la «aristocracia financiera» de tiempos pretéritos con la de los tiempos modernos, algo que causaría la mofa de cualquiera:

«El plustrabajo, el trabajo realizado añadido al tiempo necesario para el sustento del trabajador, y la apropiación de ese plustrabajo por otros, o sea la explotación del trabajo, es común a todas las formas de sociedad que han existido, en la medida en que se basaran en antagonismos de clase. Pero el medio de producción no cobra, según Marx, el carácter específico de capital más que cuando el producto de ese plustrabajo asume la forma de plusvalía, cuando el propietario de los medios de producción se enfrenta con el trabajador libre libre de ataduras sociales y exento de posesión propia como objeto de la explotación, y lo explota con el fin de producir mercancías. Y esto no ocurrió a gran escala sino desde finales del siglo XV y comienzos del XVI. El señor Dühring, en cambio, declara capital toda suma de medios de producción que «constituya participaciones en los frutos de la fuerza de trabajo general», es decir, toda suma de medios de producción que consigan de un modo u otro plustrabajo. (...) Según éste, es capital sin distinción no sólo el patrimonio mueble e inmueble de los ciudadanos corintios o atenienses que producían con esclavos, sino también el del gran terrateniente romano de la época imperial, y no menos lo era el de los barones feudales de la Edad Media, por poco que sirvieran en algún modo a la producción.». (Friedrich Engels; Anti-Dühring, 1878)

La falta de conocimientos históricos de estos pretendidos «eruditos» como Santiago Armesilla salta a la vista. Es de sobra conocido que algunos de los métodos mercantiles y bancarios más primitivos ya eran utilizados en su forma incipiente en varios de los antiguos imperios ya fenecidos –sumerios, acadios, fenicios, griegos, cartaginenses, romanos y otros–. Hoy disponemos de abundante y actualizada información al respecto, como la obra de Pilar Fernández Uriel «Introducción a la historia antigua. El mundo griego. Tomo I» (1993) o la obra de Carlos G. Wagner: «Historia del cercano Oriente» (1999); y podríamos seguir citando libros muchísimo más recientes y especializados. Pero, más allá de eso, ¿cuál la diferencia fundamental aquí? Que hablamos de cálculos y formas de organización que hoy a juicio de nuestros ojos modernos parecen primitivos, intuitivos y sin la sistematización y complejidad como para que estos pudieran actuar con eficacia en las condiciones actuales. Por esta misma razón, Marx, en su cuaderno «Formaciones económicas precapitalistas» declaró lo siguiente al respecto de los sistemas monetarios antiguos:

«Entre los antiguos, el valor de cambio no era el nexo de las cosas; sólo se presenta de ese modo entre los pueblos dedicados al comercio, los cuales sin embargo tenían sólo un  comercio itinerante, que implica transporte de bienes y no una producción propia. Por lo menos ésta era secundaria entre los fenicios, los cartagineses, etc. Ellos podían vivir tan bien en los intersticios del mundo antiguo como los hebreos en Polonia o en el Medioevo. (...) Y hasta en la antigüedad más culta, entre los griegos y los romanos, sólo en el período de su disolución alcanza el dinero su pleno desarrollo, el cual en la moderna sociedad burguesa constituye un presupuesto. Esta categoría totalmente simple aparece históricamente en toda su plena intensidad sólo en las condiciones más desarrolladas de la sociedad. Pero de ninguna manera impregna todas las relaciones económicas. Por ejemplo, el impuesto en especie y las prestaciones en especie continuaron siendo el fundamento del Imperio romano en su punto de mayor desarrollo. Allí, el sistema monetario propiamente dicho sólo se había desarrollado completamente en el ejército». (Karl Marx; Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, 1858) 

martes, 1 de febrero de 2022

Carácter popular y realismo; Bertolt Brecht, 1938

«Si se quieren fijar lemas para la literatura alemana contemporánea conviene tener en cuenta que lo que pretende reivindicar, el derecho de llamarse literatura, sólo puede imprimirse exclusivamente en extranjero y leerse casi exclusivamente en el extranjero. El lema carácter popular para la literatura adquiere de esta forma una nota singular. El escritor debe escribir para un pueblo con el cual no vive sin embargo considerándolo más de cerca, la distancia del escritor con respecto al pueblo no es tan grande como se pudiera creer. La estética dominante, el precio de los libros y la policía han puesto siempre una distancia considerable entre escritor y pueblo. A pesar de ello, sería injusto, esto es, no realista, considerar el aumento de la distancia sólo «externamente». Se requieren sin duda alguna esfuerzos especiales para escribir hoy de forma popular. Por otro lado, se ha hecho más fácil, más fácil y más imperioso. El pueblo se ha separado más claramente de sus clases directoras, sus opresores y explotadores se han salido de él y se han embarcado en una lucha con él ya de alcance inapreciable, sangrienta. Se ha hecho más fácil tomar partido. Entre él «público» ha estallado una batalla, por decirlo así.

Tampoco se puede pasar por alto la exigencia de una forma de escribir realista. Se ha convertido ya en algo que se da por sobreentendido. Las clases dominantes se sirven más que antes de la mentira y de una mentira más abultada. Decir la verdad aparece como una tarea cada vez más imperiosa. Los males han aumentado y el número de los afligidos es mayor. A la vista de los grandes males de las masas, el tratamiento de pequeñas dificultades de grupos pequeños produce una sensación de ridículo, de desprecio.

Contra la barbarie creciente sólo hay un aliado: el pueblo, que tanto sufre bajo ella. Sólo de él puede esperarse algo. Por tanto, es lógico dirigirse al pueblo y, más necesario que nunca, hablar su lenguaje.

Así coinciden, de forma natural, los lemas carácter popular y realismo. Es de interés para el pueblo, para las amplias masas obreras, obtener de la literatura imágenes de la vida fieles a la realidad, y las imágenes de la vida fieles a la realidad sirven, en realidad, únicamente al pueblo, a las amplias masas obreras, y deben ser, por tanto, absolutamente comprensibles y provechosas para ellas, populares, por tanto. No obstante, estos conceptos deben ser depurados a fondo antes de confeccionar frases, en las cuales se utilizan y mezclan. 

Sería un error considerar estos conceptos totalmente depurados, carentes de historia, no comprometidos, unívocos −«todos sabemos muy bien lo que se quiere decir con ellos, no sutilicemos»−.