«En general, la palabra «materialista» sirve, en Alemania, a muchos escritores jóvenes como una simple frase para clasificar sin necesidad de más estudio todo lo habido y por haber; se pega esta etiqueta y se cree poder dar el asunto por concluido. Pero nuestra concepción de la historia es, sobre todo, una guía para el estudio y no una palanca para levantar construcciones a la manera del hegelianismo. Hay que estudiar de nuevo toda la historia, investigar en detalle las condiciones de vida de las diversas formaciones sociales, antes de ponerse a derivar de ellas las ideas políticas, del derecho privado, estéticas, filosóficas, religiosas, etc., que a ellas corresponden. (…) Hay demasiados alemanes jóvenes a quienes las frases sobre el materialismo histórico −todo puede ser convertido en frase− sólo les sirven para erigir a toda prisa un sistema con sus conocimientos históricos, relativamente escasos −pues la historia económica está todavía en mantillas−, y pavonearse luego, muy ufanos de su hazaña». (Friedrich Engels; Carta a Konrad Schmidt, 5 de agosto de 1880)
Estas palabras de Engels siguen vigentes a día de hoy, pues no son pocos los que utilizan arbitrariamente términos como «imperialismo», «antiimperialismo», «capitalismo», «socialismo», «colonialismo» o «neocolonialismo»… sin comprender su significado en lo más mínimo, sin investigar o corroborar aquella «teoría» que les ha proporcionado un tercero, reproduciendo palabras que apenas logran sobreentender cual papagayo. ¿Qué tiene esto de «marxista»? Nada. Si recordamos una famosa obra de Gorki: «La madre» (1906), que otro autor, Bertolt Brecht, recogió y adaptó magníficamente, esta postura está a años luz de estar cercana a un espíritu marxista, el cual siempre exige un examen de lo propio y lo ajeno:
«¡No temas preguntar las cosas, camarada! No te dejes influenciar, averigua tú mismo. Lo que no sabes por cuenta propia no lo sabes. Revisa la cuenta. Eres tú el que la paga. Pon el dedo sobre cada cifra. Pregunta: ¿Cómo se llegó hasta aquí? Prepárate para gobernar». (Bertolt Bretch; Elogio del estudio, 1932)
Lenin no edificó su obra sobre una lectura superficial de Marx y Engels. Además de estudiar sus obras en profundidad, también hizo un gran trabajo de recopilación de información que filtraría críticamente para poder llegar a sus certeras conclusiones. ¿Cómo hizo esto último? Consultando los cientos de noticias y obras de los expertos, periodistas, economistas y analistas que estudiaron el fenómeno del imperialismo –véase sus «Cuadernos sobre el imperialismo»–. Fue así, y no de otra forma, que plasmó sus excelentes resultados en sus obras de 1914-16. Entre estas referencias citaba:
«Métodos de explotación colonial: designación de funcionarios de la nación dominante; apropiación de la tierra por los magnates de la nación dominante; altos impuestos». (Dr. Sigmund Schilder; Tendencias del desarrollo de la economía, 1912)
Hoy, sorprendentemente, el señor Vincent Gouysse asegura que esto sigue vigente:
«Es un hecho que para Occidente el colonialismo es la regla, y sin él, la esfera de influencia occidental se habría dislocado desde hace tiempo». (Vincent Gouysse; Facebook, 6 de noviembre de 2020)
En cambio, hace no mucho, declaraba todo lo contrario, riéndose de los cazurros que no comprendían los cambios operados desde principios del siglo XX:
«En tiempos de Lenin, la burguesía utilizaba el colonialismo como forma principal de su dominación sobre los países dependientes. [Más tarde] se vieron obligados a sustituir las formas coloniales de dominación imperialista, por las formas semicoloniales que tienen la ventaja de otorgar una independencia política formal». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2010)
Para empezar, como ya dijimos en una ocasión en referencia al economista venezolano Manuel Shuterland, cualquiera que se considere una persona seria y rigurosa debería dejar de utilizar el término «colonialismo» de forma indiscriminada:
«Queda claro que una colonia es un territorio donde un país imperialista se establece y en el cual se gobierna desde la zona de origen −la metrópoli−. Ampliemos esta definición desde un punto de vista marxista. ¿Cómo podemos saber si, en la etapa del capitalismo, un territorio es una colonia? a) Debemos analizar la actividad económica del territorio, eso sin duda, pero limitar el análisis a la actividad económica es reduccionista, metafísico; en cuanto no hay que mirar solamente la actividad económica y buscar un territorio atrasado y eminentemente agrario, si concluyésemos que se puede identificar como una colonia «aquel territorio que tiene un desnivel económico respecto a la media nacional del país imperialista», caeríamos, a causa de nuestra holgazanería, en un error, pues si bien este requisito está presente en la mayoría de casos −como veremos−, existen excepciones, como las zonas colonizadas que han sido paulatinamente transformadas en zonas financieras o de servicios para el sector hostelero o turístico. b) Debemos analizar el tipo de legislación existente, si existe un estatus especial, como el cacareado −«status de ultramar», como dice la RAE−, si esto existe es porque, seguramente, se trata de un territorio colonial que la burguesía imperialista pretende camuflar bajo distintas trampas y apariencias legislativas. c) Si aún así no hallamos muestra alguna, debemos comprender si existió una invasión militar o la unión fue pacífica y voluntaria y, en caso de haber sido tomado por la fuerza, si existía alguna relación étnico-religiosa entre el territorio anexionado y el país imperialista, o si simplemente se anexionó por cuestiones económicas, de ampliación territorial o en busca de un enclave militar estratégico. No son iguales las anexiones entre vecinos donde el ejército conquistador cuenta en el territorio anexionado con ciudadanos mayoritariamente de su misma nacionalidad −aunque a veces tampoco implica una simpatía hacia la unión− como ocurrió en las guerras sobre Alsacia y Lorena entre Francia y Alemania; a las expediciones a zonas exóticas donde no hay parentesco alguno entre colonizadores y colonizados −como la colonización europea del Caribe−. En las primeras, el imperialismo ciertamente puede alegar que es una cuestión de «orgullo nacional», un territorio antaño perdido frente a un rival, una «cruzada para salvar a los vecinos de igual nacionalidad o religión» y demás excusas imperialistas que mezcladas con ideas chovinistas y místicas pueden hacer pasar fácilmente entre sus compatriotas. En el segundo caso, al imperialismo le es mucho más difícil y comprometido justificar la guerra e invasión −por el repudio generalizado a las prácticas colonialistas, especialmente en la actualidad−. En los territorios actualmente colonizados se intenta acallar a la población de la metrópoli y la colonia propagando que, después de tanto tiempo, se debe mantener el status por los «vínculos históricos» entre los dos lugares; vínculo que, si bien es, en parte, muy real, no debemos olvidar que ha sido engendrado a base de pisotear la política, la economía y la cultura de la colonia, y que la «similitud» entre las gentes de las dos zonas se ha creado sobre el militarismo y los colonos que las potencias imperialistas instalaron forzosamente durante lustros −aunque no son pocos los casos en los que ni siquiera tras un proceso de colonización han podido superar en número a los «pobladores indígenas» anteriores a la colonización, no aceptando la asimilación−. (...) Territorios tipo Cataluña o Flandes nada tienen que ver tanto por sus características como por su status jurídico con aquellos territorios que realmente fueron colonizados, aunque sufren, eso sí, en mayor o menor medida una opresión nacional, pues se han consolidado como naciones que no han sido asimiladas por el nacionalismo centralista o vecino, intentando dichas burguesías nacionales disputar mayores cuotas de poder dentro del Estado y ejercer un derecho político de libre manejo económico, militar o expresión lingüística, un autogobierno que comúnmente no pueden ejercer −o no completamente−, ya que en las democracias burguesas este derecho de autodeterminación del grado de integración o separación del Estado es una excepción y no un hecho común, ni siquiera cuando es un Estado federal, cuya unión sigue siendo irrevocable». (Equipo de Bitácora (M-L); Las perlas antileninistas del economista burgués Manuel Shuterland; Una exposición de la vigencia de las tesis leninista sobre el imperialismo, 2018)
En resumidas cuentas, ¿se puede afirmar seriamente que el viejo sistema colonial se mantiene a día de hoy? Ni de broma. Ya Enver Hoxha en su famoso libro: «El imperialismo y la revolución» (1978), obra que el señor Gouysse conoce de arriba abajo, el estadista albanés explicaba cómo con la «la Segunda Guerra Mundial produjo un cambio radical en la correlación de fuerzas en el mundo», este no solo implicó «la destrucción de las grandes potencias fascistas», sino que también «estremeció los fundamentos y debilitó considerablemente a las viejas potencias colonialistas», por lo que «obligados por la situación» muchas «se vieron obligada por las circunstancias creadas a conceder la autonomía a estos pueblos o prometerles la libertad y la independencia después de un cierto plazo», lo que no quita que muchos pueblos «tuvieron que empuñar las armas porque los imperialistas no estaban dispuestos a conceder de inmediato esa «libertad» y esa «independencia», citando los casos de Francia con Argelia o Vietnam.
¡Vaya! Entonces parece que el señor Gouysse ha estado algo desconectado sobre lo sucedido durante, al menos, los últimos setenta años, o mejor dicho, ha sufrido de una desmemoria repentina, porque en 2010 si era consciente de todo esto. ¿Cuál es la diferencia básica entonces entre el colonialismo y el neocolonialismo?
«Las colonias son países privados de la independencia estatal y constituyen la posesión de los Estados metropolitanos imperialistas. En la era del imperialismo, también hay varios tipos de países dependientes: semicolonias. Las semicolonias son países que son formalmente independientes, pero que de hecho están en dependencia política y económica de los estados imperialistas». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Manual de economía política, 1954)
Este paso gradual de la tendencia colonial a la neocolonial no era accidental:
«Hay que recordar que muchos países que proclamaron su independencia política no atentaron contra las posiciones del capital extranjero en su economía conservándose, en muchos casos, el antiguo sistema financiero, manteniéndose en circulación los billetes de la metrópoli o de los que están relacionados con ella, y conservándose las divisas de los bancos de los antiguos colonizadores. Esto sirvió de poderoso apoyo al colonialismo en la aplicación de su nueva estrategia imperialista. Para la implementación de sus políticas neocolonialistas, las potencias imperialistas recurrieron a tratados militares, el comercio de armas, el avivamiento de conflictos locales, etc., pero también a sus emisarios. Aprovechando que la dominación colonial dejó a estos países en un profundo atraso cultural y que los pocos cuadros que poseían fueron absorbidos por las metrópolis, acudieron a menudo para organizar la economía en los países que habían proclamado su independencia política a los «especialistas» y «expertos» de las potencias imperialistas y socialimperialistas. (…) Una de las principales formas de explotación neocolonial de los países formalmente independientes de los antiguos colonizadores es la exportación de capital, a través de la cual ponen bajo su control total las principales ramas de su economía, con el objetivo de maximizar sus beneficios, preservar y de perpetuar su dominación en estos países imponiéndoles un tipo de desarrollo que les somete todavía más a las metrópolis». (Lulzim Hana; Las deudas exteriores y los créditos imperialistas, poderosos eslabones de la cadena neocolonialista que esclavizan a los pueblos, 1987)
Ya explicamos en obras anteriores como la de Shuterland la importancia para los países imperialistas de la exportación de mercancías –bajo la división del trabajo– y de la exportación de capital hacia los países más atrasados, así como su peligrosidad para su independencia económica y política. Aun así repasemos algunos conceptos rápidamente:
«Característico del viejo capitalismo, cuando la libre competencia dominaba indivisa, era la exportación de bienes. Característico del capitalismo moderno, donde manda el monopolio, es la exportación de capital. El capitalismo es la producción de mercancías en el grado más elevado de desarrollo, cuando la propia fuerza de trabajo se convierte en una mercancía. El incremento del intercambio interior y, particularmente, del internacional es un rasgo característico del capitalismo. El desarrollo desigual y espasmódico de las distintas empresas, ramas industriales y países es inevitable bajo el sistema capitalista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo fase superior del capitalismo, 1916)
Y, como sabemos, las dinámicas internas del capitalismo, de cada país, de sus políticas financieras, etc. dan lugar a toda una gran variedad de destinos para estas inversiones:
«El caso de Francia es distinto. Sus inversiones en el extranjero van destinadas principalmente a Europa, a Rusia en primer lugar –10.000 millones de francos como mínimo–. Se trata sobre todo de capital de préstamo, de empréstitos públicos, no de inversiones industriales. A diferencia del imperialismo británico, que es colonial, el imperialismo francés podría ser calificado de usurario. Alemania representa una tercera variante: sus colonias son irrelevantes y el capital exportado se reparte a partes iguales entre Europa y América». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo fase superior del capitalismo, 1916)
Lenin, además, subrayó que, generalmente, la exportación de capital está emparejada con acuerdos sobre exportación de mercancías de todo tipo:
«Es muy corriente que entre las cláusulas del empréstito se imponga la inversión de una parte del mismo en la compra de productos al país acreedor, particularmente de armas, barcos, etc. Francia ha recurrido muy a menudo a este procedimiento en las dos últimas décadas (1890-1910). La exportación de capital pasa a ser un medio de estimular la exportación de mercancías. Las transacciones que en estos casos se efectúan entre las mayores empresas tienen un carácter tal, que, según el eufemismo de Schilder, «lindan con el soborno». (...) Francia, a la par que le concedía empréstitos, «exprimió» a Rusia en el tratado comercial del 16 de septiembre de 1905, estipulando ciertas concesiones cuya vigencia alcanza hasta 1917. Hizo lo mismo en el tratado comercial firmado con Japón el 19 de agosto de 1911. La guerra aduanera entre Austria y Serbia, que, descontando un intervalo de siete meses, duró de 1906 a 1911, se debió en parte a la competencia entre Austria y Francia para suministrarle material bélico a Serbia. En enero de 1912, Paul Deschanel declaró en el Parlamento que, de 1908 a 1911, las firmas francesas le habían suministrado a Serbia material bélico por un importe de 45 millones de francos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo fase superior del capitalismo, 1916)
Por lo tanto, la burguesía invertirá allí donde sus cálculos indiquen que la inversión le será más rentable −y siempre acorde a sus necesidades−. Es por ello que se producen inversiones que pueden resultar extrañas para aquellos que desconocen las dinámicas del capitalismo. Así, hoy observamos que países imperialistas punteros, como EE.UU., reciben gran parte del capital de otros países de gran desarrollo. Este fenómeno no es inusual, y ya se daba en época de Lenin. Pero, ¿por qué? Pues porque los EE.UU. constituyen, objetivamente, un destino de bajo riesgo, siendo que, además, las multinacionales no encuentran grandes problemas en establecer allí centros productivos, pues el nivel de vida y, en consecuencia, el salario, son similares a los de los países inversores. Es más, dependiendo del mercado −como el sector tecnológico− estos países avanzados suponen la máxima y única garantía real de beneficios en estos campos tan específicos y modernos.
Estos mismos países imperialistas suelen compatibilizar este tipo de inversiones con la exportación de capitales hacia países subdesarrollados donde se granjean el apoyo de los gobiernos locales para que estos protejan sus inversiones y estimulen leyes de inversión extranjera más flexibles en cuanto a tasas impositivas, concesiones de terrenos, etc. Gracias a estas relaciones se aseguran una obtención de materias primas y recursos minerales a un precio impensable en sus países de origen o en otros países más avanzados económicamente. Tampoco es inusual que las llamadas «potencias emergentes» inviertan tanto en países subdesarrollados como en paraísos fiscales, obteniendo un enorme crecimiento económico de esta especulación. Tal es el caso de China y sus inversiones en Islas Vírgenes. Otro fenómeno usual en la etapa imperialista es la interdependencia entre potencias imperialistas. Este mismo país, China, reinvierte parte de sus ganancias en su principal rival, los Estados Unidos, con tal de asegurarse la estabilidad de una moneda como el yuan que, históricamente, siempre ha estado por debajo del dólar −que además es, desde hace décadas, la «moneda mundial» para realizar transacciones internacionales−. Washington, a su vez, invierte en aquellos sectores de la economía de Pekín que considera rentables. ¿Por qué invertir en casa del enemigo? El objetivo es doble: poseer un cierto control sobre la economía del competidor y tener la capacidad de extorsionarlo cuando sea necesario.
Pero el señor Gouysse ahora niega de la teoría leninista que antes promocionaba con tesón −aunque, en honor de la verdad, sin comprenderla en profundidad−. ¿Por qué? Parece ser que ha hallado su novísimo y rocambolesco concepto de «colonialismo» donde se tipifica que en un país la presencia de una base militar extranjera es como una demostración inequívoca de la existencia de colonialismo:
«[Los EEUU se ven obligados a] Pagar los saldos de los mercenarios colonialistas del imperio atrincheradas en bases militares estadounidenses y diseminadas por todo el mundo». (Vincent Gouysse; EEUU como el campeón del ultraliberalismo… de repente de convirtió en el campeón mundial del proteccionismo económico, ¡demasiado tarde!, 2 de mayo de 2020)
¡Qué atrevida es la ignorancia! Imagínense: bajo este pretexto, potencias imperialistas como España, Japón, Alemania o Italia se convierten, por ciencia infusa, en «colonias» de EE.UU. –lo cual no significa, claro, negar la influencia económica y política del país americano sobre estos–. Por esta regla de tres, Ucrania fue, hasta 2016, una colonia rusa por su base en Sebastopol. ¿Son Siria, Tayikistán, Bielorrusia, Armenia, Kirguistán, Osetia del Sur o Abjasia también colonias rusas porque albergan sus bases militares? ¿Acaso cuentan con representantes rusos que gobiernen allí? ¿Pertenecen a Rusia «de iure»? Es más, si las formulaciones de economía política del señor Gouysse encerraran una mínima investigación previa y una pizca de marxismo, seguramente podría entender el modo en que Rusia influye en estos países, bien con sus finanzas y acuerdos comerciales, bien mediante la fuerza de las armas. Tiremos un poco más del hilo y hablemos de otro «caso flagrante del colonialismo ruso»: la base rusa en Vietnam, la cual no supone –ni es indicador de– control alguno de la política interna vietnamita. De esta influencia ya se encargan el poderío económico sino-estadounidense con su comercio e inversiones. Aquí, como en tantas otras cuestiones donde se consolida como defensor de China, el señor Gouysse se traba en sus propias especulaciones. ¡Pobre! ¡Qué lamentable forma que acabar ahogando su prestigio!
La distorsión del término «colonia» y la identificación de las intervenciones o las bases militares como sinónimo absoluto y determinante de «colonialismo», solo tiene dos orígenes: a) o bien es una reminiscencia de nociones cándidas del viejo «tercermundismo» de la «izquierda»; b) o peor aún, es un intento consciente de traficar con la propagande Pekín que plantea burdamente que los EE.UU. son el único bloque imperialista que hay que combatir, exonerando, así, al resto de competidores, por mucho que también posean bases militares en territorio extranjero, financien a terceras fuerzas o ejerzan, en ocasiones, la invasión militar. No hay que olvidar tampoco −y he aquí lo fundamental en nuestra época−, como veremos más adelante, que la ocultación de la importancia de la posesión comercial de los mercados, el control financiero, las agresiones y chantajes que unos y otros imperialismos practican como fórmula predilecta antes de desatar una intervención militar directa.
Incluso cuando el señor Gouysse aun no había perdido del todo la cabeza, él ya dejó indicios de que parecía estar convenciéndose que su destino era promocionar la palabra de Pekín, sus «métodos alternativos». En 2010 ya anunciaba a los pueblos que enrolarse en el camino de la estrecha colaboración con China era una gran idea para sus intereses en comparación con la vía estadounidense:
«Por haber participado en una victoriosa guerra de liberación nacional contra poderosos países imperialistas y por haber observado durante décadas a las potencias imperialistas en decadencia buscando salir de los escollos inextricables en los que se habían atascado –guerras coloniales en Argelia, Vietnam, en Afganistán–, el imperialismo chino sabe que el uso de métodos pacíficos semicoloniales es preferible a los de golpes de estado y agresiones coloniales. En este sentido, el imperialismo chino ciertamente está diciendo la verdad cuando declara que no lo hace». (Vincent Gouysse; El despertar del dragón, 2010)
Desconocemos que tendrá que ver el espíritu de la actual dirección china con los valientes y honestos comunistas que lucharon por liberar a China del imperio japonés o con aquellos que fueron silenciados por el «Pensamiento Mao Zedong». En cambio, este «espíritu» de cooperación con el imperialismo tiene más que ver con el de los jefes maoístas, que arrastraron por el fango aquella lucha antiimperialista para, en los años 40, trapichear pactos secretos con los EE.UU. de Roosevelt-Truman y, luego, en los años 70, de Nixon-Ford. Véase la obra: «Las luchas de los marxista-leninistas contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo» (2016).
Haciendo a un lado los pactos con los imperialistas, que para el señor Gouysse es una «anécdota histórica», él insiste en que China es un buen aliado para los pueblos del mundo –o al menos el mejor de los peores– porque no apuesta por el colonialismo. Y nosotros nos preguntamos, ¿qué país imperialista ofrece hoy ese destino para sus víctimas? Prácticamente ninguno. En la actualidad, las potencias imperialistas optan por el soborno de los gobiernos por medio del neocolonialismo, abandonando los métodos de dominación coloniales. Entonces, ¿todo esto que trae a colación el señor Gouysse no se parece demasiado a lo que ya hemos escuchado en otros ideólogos imperialistas en otros momentos?
«Los teóricos burgueses, revisionistas y oportunistas tratan las relaciones internacionales como un mecánico, heterogéneo conjunto de Estados que establecen alianzas en base a su desarrollo industrial, a cuestiones geográficas de vecindad o a intereses momentáneos para establecer alianzas. Este punto de vista no científico representa la plataforma de la política exterior de los contrarrevolucionarios y socialimperialistas que desean justificar al imperialismo y el capitalismo internacional». (Radio Tirana; El criterio de clase: La única base para una comprensión adecuada y una correcta evaluación de las relaciones internacionales, 1978)
Esta desviación no sale de la nada. La confusión ideológica de Vincent Gouysse sobre el término colonia no es nueva, sino que ya estaba presente en sus trabajos de 2010, lo que ha hecho diez años es abultar su equivocación:
«Hay un elemento de verdad en el discurso de las élites chinas. De hecho, la burguesía china sabe perfectamente que los métodos coloniales empleados por los viejos países imperialistas son particularmente riesgosos, peligrosos y contraproducentes. De hecho, estos métodos son empleados por las potencias imperialistas en declive como un intento desesperado por revertir un equilibrio económico de poder que se está volviendo cada vez más desfavorable para ellos». (Vincent Gouysse; El despertar del dragón, 2010)
El uso militar no es una característica exclusiva de los «países imperialistas en decadencia» –donde él encaja a las potencias occidentales–, eso es un mecanicismo de manual: como pierdo terreno uso la violencia. ¡Nos derrite tanto simplismo! La burguesía calcula mucho más fríamente los pros y contras de una acción militar; no solo se pregunta si puede vencer en la guerra, también otros factores: ¿cuánto puede aguantar la economía y la paz social del país en caso de prolongarse el conflicto? ¿Se podrá controlar a la opinión pública? ¿Qué apoyos de la comunidad internacional se pueden obtener? ¿Se perderán aliados internacionales, se sufrirán sanciones de terceros países?
Ahora, ¿son las intervenciones algo característico de los imperios en decadencia? No cabe imaginar cosa más absurda. Las intervenciones militares de EE.UU. han sido frecuentes en todas sus etapas: a) bien en su nacimiento y primeros pasos como potencia regional −durante inicios del siglo XIX−, aun muy lejos todavía de ser potencia mundial; b) como poco después de obtener esta posición. Incluso cuando daba ya primacía a los métodos neocoloniales de dominación y se alzó como potencia imperialista mundial −en el siglo XX−, siguió manteniendo las posesiones coloniales y ha continuado con intervenciones militares selectivas a mayor o menor escala −Panamá, Libia, Yugoslavia, Irak y tantos otros casos bien conocidos−. ¿Y qué hay de la URSS? En época de Jruschov y Brézhnev el gobierno soviético hizo uso de la intervención militar tanto en Hungría (1956), Checoslovaquia (1968), como Afganistán (1979); todo esto si obviamos el uso de mercenarios o gobiernos títere en conflictos como el de Etiopía, Somalia, Angola, Vietnam, Egipto, y otros... en periodos tanto de decadencia como de esplendor del socialimperialismo soviético. ¿Pero cómo era el refrán? «Cuando un tonto coge un camino el camino se acaba y el tonto sigue»:
«La lucha contra el colonialismo [del campo de EEUU] es el prerrequisito para demostrar a los pueblos del mundo que no es suficiente, puede ocultar relaciones de explotación pacífica [del campo de China]». (Vincent Gouysse; Facebook, 25 de octubre de 2020)
Insistimos, EEUU, Rusia y China no dominan Venezuela de forma «colonial», sino neocolonial: independencia estatal, pero dependencia político-económica. Esto se comprueba con una ojeada rápida a sus datos internos, esos que el chavismo siempre trata de ocultar para mantener su imagen de país «antiimperialista». Véase el capítulo: «Las causas reales de la permanente crisis político-económica venezolana» (2018).
Esto ya ocurría en el siglo XIX y XX, cuando EEUU y las potencias europeas dominaban la economía venezolana y, por ende, su política, pese a mantener una independencia estatal:
«La mayor parte de los países de América Latina, a diferencia de los países africanos y asiáticos, se proclamaron estados independientes mucho más temprano, a partir de la primera mitad del siglo XIX, como resultado de las guerras de liberación de sus pueblos en contra de los colonizadores españoles y portugueses. Estos países habrían avanzado mucho más si no hubieran caído, inmediatamente después de la supresión del yugo colonial español y portugués, bajo otro yugo, semicolonial, del capital extranjero, inglés, francés, alemán, norteamericano, etc. (...) La penetración económica de los Estados Unidos de América en este hemisferio se llevó a cabo tanto a través de la fuerza militar y del chantaje político, como de la diplomacia del dólar, por medio del garrote y la zanahoria». (Enver Hoxha; Imperialismo y revolución, 1978)
Desde su nacimiento en 1776 los EE.UU. han mantenido una política expansionista típicamente colonial hacia zonas colindantes: como el Medio Oeste, el Norte de México, Puerto Rico, Hawái, así como en otras islas del Pacífico. Esto ha significado invasiones, gran presencia militar permanente y envío de colonos estadounidenses para realizar un equilibrio étnico de forma progresiva. Actualmente, en muchas de esas zonas los colonos hace tiempo que son ya la mayoría de la ciudadanía y también gran parte de los indígenas han acabado aceptado la soberanía estadounidense tras siglos de dominación y aculturación. Esto es de dominio público. Dicho esto, a día de hoy la forma de dominación principal del imperialismo estadounidense hacia el resto de pueblos se basa en el archiconocido neocolonialismo, que es una característica común del capitalismo moderno. Es más, en muchos de los países de su órbita de influencia los EE.UU. ni siquiera necesitan de una presencia militar de baja intensidad −con bases militares−, algo que no excluye, por supuesto, que esta potencia domine gran parte de las ramas económicas de esos países «aliados» y que las decisiones políticas más trascendentes de la nación «tomen en cuenta» los intereses de Washington.
La extensión de bases militares estadounidenses por todo el mundo no certifica otra cosa salvo que el «nuevo colonialismo» −neocolonialismo o también llamado semicolonialismo− no implica como en el viejo colonialismo la ocupación permanente de todos los puntos importantes de la colonia, ni la pertenencia de iure de ese territorio a la metrópoli. Muy al contrario, la dominación económica se ejerce a través del comercio de mercancías y la inversión de capitales, algo que siempre puede ser conjugado con el emplazamiento de un pequeño contingente militar, puesto que este hace más efectiva la amenaza de agresión militar y facilita la «reconsideración» de las demandas tanto del país neocolonizado como de los colindantes. Esto, claro está, siempre que la presencia militar no obedezca a los intereses de la burguesía local, siempre capaz de traficar con la soberanía del país a cambio de un apoyo militar que le permita ponerse por encima de sus vecinos y competidores. A su vez toda potencia moderna desea tener desplegados por todo el mundo, especialmente en las «zonas calientes» sus efectivos, como medida disuasoria para los gobiernos desafectos de la zona, para garantizar la protección de sus aliados, derrocar gobiernos y también por meros motivos logísticos de ganar tiempo en caso de cualquier conflicto alejado de sus fronteras naturales. ¿Tan complejo es de comprender todo esto?
Así, pues, si las campañas internacionales de desprestigio, las subidas de los aranceles, los aumentos del interés de los créditos o la propia amenaza de intervención militar directa no son medidas suficientemente disuasorias para doblegar a los gobiernos −algo que suele funcionar−, las potencias imperialistas pasan a explorar otras opciones: a) ocupar el territorio del país que se resiste; b) instigar a un país vecino a que le ataque; c) enviar mercenarios que desestabilicen la región; d) financiar y convencer a la oposición local a alzarse en armas −y podríamos seguir con todas las letras del abecedario−. Tras la guerra desatada −de baja o alta intensidad− el país imperialista exigirá una compensación por su rebelión. Será entonces cuando este país acosado negociará y firmará en detrimento de su propia soberanía nuevos acuerdos comerciales desfavorables, una regulación de la presencia de tropas extranjeras en su territorio, una concesión de sus recursos naturales a las empresas extranjeras o, en definitiva, lo que necesite el imperialismo en ese momento.
Es del todo estúpido creer que una potencia que ha sido colonialista no puede virar hasta consolidar el neocolonialismo como modelo de dominación −cuando esta es la tendencia por la que han pasado todas las viejas potencias imperialistas de Europa −, siendo el imperialismo británico del siglo XIX y su mutación en el siguiente el caso más paradigmático. Dicho lo cual, igual de necio es creer que los países que se adecuan al neocolonialismo dejan de ser agresivos y militaristas; obsérvese cómo antiguos imperialismos coloniales, como Francia, Gran Bretaña, Bélgica, los Países Bajos, España o Italia −que apenas conservan ya colonias− no han dejado de participar en intervenciones militares, o las han provocado manipulando a terceros. Véase la obra: «Breves apuntes sobre Siria y la intervención imperialista» (2015).
La influencia o dominación que China ejerce sobre terceros países también es en su aplastante mayoría «neocolonial» −en América, África e incluso en los países que el señor Gouysse llama «imperialistas en decadencia» de Europa−, nada de esto tiene que ver con el viejo «colonialismo». Ello no implica que Pekín rehúse totalmente de participar en aventuras militares o contratando mercenarios −Angola, Afganistán o Sudán−, ni que en el control de sus «territorios autónomos» rehúse contra las «regiones rebeldes» del mantenimiento de bases militares, el uso de la fuerza militar o la ocupación masiva cuando se tercie −como en el Tíbet o Hong Kong−. Esta potencia asiática capitalista tampoco descarta utilizar las advertencias y chantajes militares hacia otros países cuando la situación lo requiere −como ha ocurrido con Vietnam, India, Mongolia, Japón, etcétera−. Todo esto era algo que el señor Gouysse antes comprendía, al menos a grandes rasgos:
«Si durante las primeras décadas –que marcaron el nacimiento y el desarrollo del sistema colonial del imperialismo–, el colonialismo –esclavización económica mantenida por el yugo militar– fue necesario para desarrollar las relaciones de producción burguesas en las colonias y encadenarlas a las metrópolis imperialistas, una vez desarrolladas éstas, el colonialismo ya no es absolutamente necesario para mantener la dependencia de los países incluidos en la esfera de influencia del imperialismo. Evidentemente, esto no quiere decir, como los kautskistas, los jruschovistas y los defensores camuflados del imperialismo afirman, que el imperialismo ha renunciado –o quiere renunciar– definitivamente a la agresión militar y, por tanto, a la forma colonial. ¡Afirmar eso sería semejante a afirmar que la burguesía de los Estados democrático-burgueses jamás buscará, en periodos de crisis, sustituir las formas democrático-burguesas de gobierno por los métodos fascistas de gobierno! Afirmar esto sería, pues, aprobar –o, al menos, seguir el discurso– de los servidores de la política colonial del imperialismo sobre la injerencia «humanitaria» y «democrática» de las potencias imperialistas, y dar el completo consentimiento a la política neocolonial del imperialismo. (...) ¿Qué dicen los imperialistas cuando los pueblos oprimidos y los «marxista-leninistas» acantonan su lucha «antiimperialista» en la lucha anticolonial, «contra las agresiones militares del imperialismo» y «por el fortalecimiento de la igualdad, de la democracia y de la cooperación entre los pueblos»? También aplauden murmurando: «¡Combatan, combatan todo lo que quieran por esto, porque a medida que habláis sólo de los «malos líderes» de la burguesía nacional de los países dependientes que se someten por la fuerza porque no nos obedecen a dedo, mientras tanto seguimos operando «pacífica y democráticamente» en la gran mayoría de países de la población mundial! ¡Continúen, pues, propagando en su deseo de ser explotados pacíficamente, esto nos será útil para debilitar la voluntad de los que quieren libertad del yugo del capital extranjero!». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2007)
Pero incluso en esta época, donde blandía el escudo antiimperialista, ya detectamos en sus formulaciones ciertas incoherencias:
«¿Pero es que acaso Marx y Lenin redujeron el capitalismo a la violencia del aparato del Estado militar-policiaco burgués, o bien demostraron que este aparato del Estado militar-policiaco servía a la burguesía para garantizar la continuidad a su sistema de explotación durante los periodos de crisis? ¿No debemos bajo nuestro título, de marxista-leninistas, denunciar los métodos coloniales como métodos que son completamente complementarios a los métodos semicoloniales tan pronto como éstos se vuelven insuficientes para mantener el yugo «pacífico» de la explotación? ¿No estamos en derecho de afirmar que el colonialismo está en el neocolonialismo, lo que el fascismo está en la democracia-burguesa? ¡Sin duda alguna estamos en nuestro derecho!». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2007)
Este párrafo daba a entender que las intervenciones militares son propias de «imperialismos coloniales», mientras que los «imperialistas neocoloniales» llevan a cabo una «dominación pacífica». Lo cierto es que, en la etapa moderna del capitalismo, y exceptuando algunas rarezas, los países dominan principalmente a través del neocolonialismo, y este siempre irá de la mano del chantaje y la agresión militar, sea directa, sea a través de terceros, siempre en función de lo que la burguesía estime más provechoso. Empero, el señor Gouysse opina que la agresión militar es inherente únicamente al colonialismo, no al neocolonialismo. Así, cuando un país ejerce una agresión militar piensa que está retornando al colonialismo, ejerciéndolo, una confusión similar a la de aquellos que creen que la represión a la clase obrera es sinónimo de fascismo, cuando lo cierto es que la represión es inherente también al régimen democrático-burgués. A esto se le llama atrofiar la dialéctica. ¿Se da cuenta el lector de este lamentable error y lo que implica? El pensamiento metafísico de esta comparativa que presenta colonialismo=fascismo y violencia; versus neocolonialismo= democracia burguesa y pacifismo, es simplemente estúpida. ¿Acaso no reprime la democracia burguesa a sus ciudadanos, no se aventura a guerras externas? ¿Acaso todo país fascista tiene que estar inmerso en múltiples guerras contra sus vecinos para certificar su carácter reaccionario, no puede tener tampoco periodos internos más calmados en cuanto a represión interna?
El señor Gouysse cae en la equivocación constante de hablarnos de «lucha anticolonial» como una de las tareas apremiantes. Actualmente no estamos ante la era de las «revoluciones anticoloniales», este requisito no se da salvo en contadas zonas, como pueden ser las colonias que aún mantienen los ya mencionados EE.UU., Gran Bretaña, Francia o España, aunque en gran parte de los territorios su población se considera ya parte de la nación de la «metrópoli», como ocurrió con Nueva Caledonia −que, en 2018, votó a favor de seguir formando parte de Francia−, y como seguramente ocurriría en el caso de Ceuta y Melilla. Sea como sea, sabemos que no siempre es así y que el imperialismo normalmente se niega a dar la voz a los implicados. Véase nuestro capítulo: «Apuntes sobre las distorsiones que se albergan a la hora de abordar el tema de las colonias en la actualidad» (2018).
Apoyar a China porque es el abanderado de la política «anticolonial» es una broma. De nuevo, no vivimos en la época del colonialismo del siglo XIX y mediados del XX. Además, estamos hablando de China, una potencia que se ha mostrado tanto o más rapaz que sus competidores en los últimos conflictos. Tan solo la forma en que explota los recursos naturales e impone condiciones laborales infrahumanas deberían ser buenas muestras de realidad para aquellos que desean presentarla como el modelo a seguir para el resto de los pueblos. Por no hablar de su política chovinista respecto a la cuestión nacional de su Estado. Véase el capítulo: «¿Puede ser «el apoyo de los pueblos» un país que viola el derecho de autodeterminación en su casa?» (2021).
A través de estas falsedades se pretende concluir que uno u otro imperialismo puede ser «objetivamente» el sostén del progreso los pueblos, algo totalmente necio, pues sería como decir que los EE.UU. constituyeron un imperialismo «progresista» en 1945 por arrebatarle el estatus de potencia del mundo capitalista al imperialismo británico, cuyos mercados viraban rápidamente hacia la órbita estadounidense. Si desposeer a un viejo imperialismo de sus colonias para establecerse como imperialismo neocolonial es «progresismo» sustituir la ejecución sumaria por la tortura prolongada debe ser «piadoso». Afirmar algo así supone ignorar la historia de depredación de los EE.UU. frente a otros pueblos. Pero, como decimos, cada vez es más frecuente considerar un cambio de amo un «progreso». Aplaudir el cambio de una potencia colonial por otra de corte neocolonial es, además de un consuelo de tontos, browderismo puro y duro, como luego bien tendremos la oportunidad de contemplar. Pero resulta que a eso se dedica hoy el señor Gouysse, a destacar las supuestas bondades de un imperialismo frente a otro que, encima, son falsas, pues ni China es pacífica y librecambista pura, ni, en líneas generales, un país menos reaccionario que sus competidores −quienes, para más inri, tampoco utilizan el colonialismo como método de dominación imperialista−. ¿Qué le queda al señor Gouysse para sostener su discurso quijotesco? La fe del subjetivista». (Equipo de Bitácora (M-L); La deserción de Vincent Gouysse al socialimperialismo chino. Un ejemplo de cómo la potencia de moda crea ilusiones entre las mentes débiles, 2021)
Thanks for sharing, nice post! Post really provice useful information!
ResponderEliminarGiaonhan247 chuyên dịch vụ chuyên dịch vụ mua hàng Mỹ uy tín, dịch vụ đặt hàng mỹ tại Việt Nam và vận chuyển gửi hàng đi Mỹ giá rẻ tại TPHCM, Hà Nội và toàn quốc.