«Antes de comenzar a desgranar lo que fue el Partido Comunista de España (marxista-leninista), primero que habría que recordar algunos puntos sobre la II República (1931-36) y la Guerra Civil (1936-39):
«Yo me canso de repetirlo, los culpables de que perdiésemos la guerra fueron los republicanos y socialistas, de la burguesía «progresista» que gobernaba el país. Aquellos fueron unos traidores, con los nombres propios que todos sabemos. ¿Y qué puedes esperar? No querrás Azaña, Caballero o Negrín actuasen como comunistas, eran lo que eran. Ahora una cosa esta clara... si yo tengo el poder, un ejército, una policía y unas leyes, tengo el poder, y con ello siendo inteligente no se me levanta ni Dios. Y esto desde la óptica no de un dirigente comunista, sino de cualquier estadista hábil. Por lo que cualquier gobierno republicano algo avispado habría destruido sin contemplaciones a Mola, Franco y compañía, punto. La llamada «izquierda» debe de dejar de hablar de la II República como algo idílico a emular o se topará en bucle con sus limitaciones. Del otro lado, la derecha parece olvidar una cosa fundamental de nuestra historia: los rebeldes, los «nacionales» como ellos se hacían llamar, no «ganaron» ninguna guerra, lo hizo el fascismo italiano y el nazismo alemán, o mejor dicho, no la habrían podido ganar de no ser por sus aliados internacionales, ¡porque parece que algunos desconocen que el golpe de julio de 1936 fracasó en la mayoría de ciudades importantes!». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)
El PCE (m-l) se desarrolló en la posguerra, dentro de la sociedad inmersa en el ideario fascista del Franquismo (1939-75). Este testigo de la época nos relataba con un par de anécdotas el cariz que había en la mentalidad del régimen imperante y cómo este se reflejaba sobre sus subordinados:
«España era un país triste, gris, reprimido sexualmente y en todos los órdenes: político, económico y cultural. Era sumamente alienante, todo muy religioso, era el franquismo, que fue la versión estúpida y cutre del fascismo. En cuanto a la moral, todos tenemos muchas anécdotas, a mí una me dejo un recuerdo de algo incomprensible para mi yo de entonces, a pesar de mi muy corta edad 7-8 años. En un parque de Zaragoza muy grande iban las parejas paseando por sus veredas y una de ellas sentada en un banco se estaban cogiendo de la mano. ¡¡¡De la mano!!! Y el guarda, había guardas que no guardias, les recriminó el hecho con una tremenda bronca, esto hace sesenta años. Poco a poco se fue relajando el tema pero imaginar lo que fue la juventud de nuestros padres y abuelos, los míos por lo menos». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)
El contexto adverso en que se desarrolló
En otro orden de ideas, los inicios políticos del PCE (m-l) en 1964 estuvieron condicionados previamente en lo internacional por la subida definitiva al poder en la URSS de un ideario y práctica revisionista, es decir de un falso marxismo, que, imponiendo su ley en el gobierno y la sociedad, influenciaron a todas las secciones del mundo, giro que en su momento el Partido Comunista de España (PCE) saludó sin pensárselo dos veces. Estos aceptarían tal camino en un alarde –y esto debe decirse– de sentimentalismo, cobardía y seguidismo. El jruschovismo no solo acabó imponiendo el antistalinismo, sino también implícitamente el antileninismo y el antimarxismo. Esta pasividad, como el lector puede intuir, no salía de la nada, sino que era producto de un largo letargo cosechado durante los «años stalinistas». En honor a la verdad, el amiguismo en los puestos de dirección, las rutinas burocráticas en el estilo de trabajo, la falta de formación ideológica, el formalismo para afrontar las autocríticas... venían siendo manifestaciones cada vez más comunes entre las estructuras de los partidos comunistas del mundo, razón por la cual, eventos como la aceptación del «nuevo curso» de Malenkov (1953) y la «desestanilización» (1956) de Jruschov, no pueden ser motivo de sorpresa para quien haya analizado los antecedentes. Véase el capítulo: «El frente popular chileno (1936-41)» de 2021.
Sea como sea, en España, entre la guerra y la posguerra, los revolucionarios sufrieron una verdadera sangría de cuadros con la desaparición meteórica de aquella camada de líderes de alto y medio rango que habían sido clave:
«[En 1932] se formó pues un claro nuevo núcleo de dirigentes entre los que destacamos por su adhesión bolchevique hasta el final a: Pedro Checa –fallecido en el exilio mexicano en 1942–, Trifón Medrano Elurba –fallecido durante la guerra en 1937–, Cristóbal Valenzuela Ortega –fusilado por los franquistas en 1939–, Hilario Arlandis –fusilado por los franquistas en 1939–, Saturnino Barneto Atienza –fallecido en el exilio soviético en 1940–, Daniel Ortega Martínez –fusilado por los franquistas en 1941–, José Silva Martínez –fallecido en el exilio venezolano en 1949– y sobre todo José Díaz –fallecido en el exilio soviético en 1942–. A esto se le podría sumar la caída de otros valiosos cuadros de mayor o menor altura como Isidoro Diéguez Dueñas –fusilado por el franquismo en 1942 o Puig Pidemunt –fusilado por el franquismo en 1949–. Con esta verdadera sangría de militantes sufrida entre 1932-1942, se puede observar que el PCE sufrió un total descabezamiento de sus piezas claves, lo que brindó una buena oportunidad para que los oportunistas como Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo, Francisco Antón, Enrique Líster, Antonio Mije, y más tarde también los Fernando Claudín, Jorge Semprún o Ignacio Gallego se afianzasen cada vez más en las altas esferas del PCE. Aunque para ser justos ese ascenso meteórico de diversas figuras no hubiera sido posible sin la implementación de maquiavélicas técnicas desde la nueva dirección del PCE, las cuales desataron, contra los que dudaban o se oponían a sus aberraciones, unos métodos brutales de supresión para afianzarse en el poder, promoviendo infames juegos como: calumniar de «provocadores» a grandes y probados dirigentes –Heriberto Quiñones en 1942 y Jesús Monzón en 1947–, delatar o ajusticiar a quienes eran sospechosos de «no ser leales» a la nueva dirección –como a José San José alias Aldeano en 1944, León Trilla en 1945, Alberto Pérez alias César en 1945, Cristino García Granda en 1945, Víctor García en 1948, Luis Montero Álvarez en 1950–». (Equipo de Bitácora (M-L); Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)
Se puede decir que incluso a partir del control absoluto del PCE por parte de Ibárruri y Carrillo en los años 40, fueron más allá de lo aceptado por la época, ya que en varias ocasiones anticiparon el curso que luego Jruschov daría como receta a los partidos comunistas. He ahí el discurso y el lenguaje del amorfo «frente nacional» de 1942, el abandono del trabajo en las organizaciones de masas, la falta de apoyo a los guerrilleros, los conatos y propuestas desesperadas de terrorismo individual, los bandazos a izquierda y derecha sobre la postura a adoptar frente a la socialdemocracia durante la posguerra… y finalmente la línea de «reconciliación nacional» establecida en 1956. Y ello sin entrar ya en la expulsión, calumnia y persecución de todos los militantes opuestos a estas medidas. Esto se verá en los próximos capítulos.Véase el capítulo: «El rescate de las figuras progresistas vs la mitificación y promoción de figuras revisionistas en el ámbito nacional» de 2020.
En el breve periodo histórico durante la cual el PCE fue comandado por José Díaz y el PSUC por Joan Comorera, los revolucionarios se granjearon la confianza de las masas y aumentaron su prestigio hasta cuotas insospechadas. Fue una época dorada que ningún periodo posterior de estos mismos partidos, ya bajo mandato revisionista, pudo emular en cuanto a resultados cualitativos, lo que reafirma la justa línea política de esta época:
«La resuelta actitud del partido comunista frente al ataque fascista, el audaz ejemplo que dio colocándose al frente de las masas para impedir que el fascismo pasara, el ejemplo de sus militantes, el 60 por ciento de los cuales fueron enviados a los diversos frentes de lucha, aumentaron en gran medida la autoridad y el prestigio del partido entre las masas del pueblo. Un partido crece, gana autoridad y se convierte en dirigente de las masas cuando cuenta con una línea clara y se lanza audazmente a la lucha por llevarla a la práctica. El Partido Comunista de España se convirtió en un partido tal en el curso de la guerra civil. Desde la insurrección fascista en julio de 1936 hasta finales de ese mismo año, el partido comunista triplicó el número de sus miembros. Y, aunque en aquellos días la gente se integraba en el partido para ofrendar su vida, y no para dar su voto en las elecciones, jamás nadie, ni el llamado partido comunista de Santiago Carrillo, ni los otros partidos revisionistas, que han abierto sus puertas a todo aquel que quiera ingresar en ellos, laico o religioso, obrero o burgués, podrá hablar de un crecimiento de la autoridad e influencia como las que adquirió el digno Partido Comunista de España durante el período de la guerra civil». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)
Enver Hoxha, como testigo y simpatizante de la heroica lucha de los pueblos de España, comentaría las causas de la degeneración del PCE: las grandes pérdidas del partido durante la guerra, el creciente derrotismo que se imprimiría desde entonces, las duras condiciones para operar dentro de la España franquista, la dificultad de organizarse también desde el exilio, muchas veces en condiciones forzadas de absoluta clandestinidad. En resumen, cómo a raíz de la pérdida de la guerra contra el fascismo los elementos como Ibárruri y Carrillo –en ese orden de importancia en el PCE, al menos hasta los 60, donde el segundo sucede a la primera en importancia– claramente se aprovecharon para imponer su dominio en tal panorama difícil y confuso:
«La Guerra de España tocó a su fin a comienzos del año 1939, cuando la dominación de Franco se extendió a todo el territorio nacional. En aquella guerra el Partido Comunista de España no escatimó esfuerzos ni energías para derrotar al fascismo. Y si el fascismo venció, fue debido, aparte de los diversos factores internos, en primer lugar, a la intervención del fascismo italiano y alemán y a la política capitulacionista de «no intervención» de las potencias occidentales con respecto a los agresores fascistas. Muchos militantes del Partido Comunista de España inmolaron sus vidas durante la guerra civil. Otros fueron víctimas del terror franquista. Otros miles y miles fueron arrojados a las cárceles donde permanecieron por largos años o murieron en ellas. Después del triunfo de los fascistas, en España reinó el más feroz terror. Los demócratas españoles, que lograron escapar de los campos de concentración y de los arrestos, tomaron parte en la resistencia francesa donde combatieron heroicamente, mientras que los demócratas españoles que se fueron a la Unión Soviética se integraron en las filas del Ejército Rojo y muchos de ellos dieron su vida combatiendo al fascismo. Pese a las condiciones sumamente graves, los comunistas continuaron su lucha guerrillera y la organización de la resistencia también en España. La mayor parte cayeron en manos de la policía franquista y fueron condenados a muerte. Franco golpeó duramente la vanguardia revolucionaria de la clase obrera y de las masas populares de España y esto tuvo consecuencias negativas para el partido comunista. Al haber desaparecido en la lucha armada y bajo los golpes del terror fascista los elementos más sanos, más preparados ideológicamente, más resueltos y valientes, del Partido Comunista de España, cobró supremacía y ejerció su influencia negativa y destructora el elemento cobarde pequeño burgués e intelectual como son Santiago Carrillo y compañía. Estos fueron transformando gradualmente al Partido Comunista de España en un partido oportunista y revisionista. (...) En otras palabras, Santiago Carrillo es un agente de los más rastreros y ordinarios del capitalismo mundial. Pero sus «teorías» no aportarán muchos beneficios al capitalismo, dado que, tal como son presentadas por Carrillo, desenmascaran en realidad el pseudomarxismo de los revisionistas modernos, Carrillo, por un lado, sirve al imperialismo y al capitalismo mundial, porque se opone a la revolución, niega las ideas marxistas-leninistas que inspiran al proletariado y a los pueblos de todo el mundo, y, por el otro, arranca las máscaras y desenmascara a los otros revisionistas modernos, pone al descubierto sus verdaderos objetivos ante los ojos del proletariado y de los pueblos. Santiago Carrillo, Secretario General del Partido Comunista de España, es un revisionista bastardo de bastardos. Ha tomado del revisionismo moderno lo que de más vil y contrarrevolucionario tenía y se ha convertido en apologista de la traición y de la completa capitulación». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)
Finalmente, con la abierta adhesión del PCE al jruschovismo en los 50 y más tarde al eurocomunismo en los 70, los revolucionarios disidentes de estas tendencias se agruparon en el Partido Comunista de España (marxista-leninista) en el periodo de 1963-64. En uno de sus folletos iniciales explicaba así las razones para tal conformación de un nuevo partido independiente:
«No es casual que surja hoy el Partido Comunista de España (marxista-leninista). La dirección revisionista del Partido Comunista de España se ha empeñado en transformar a éste de instrumento revolucionario en doméstica y pacífica batidora reconciliadora de clases: es decir, ha tratado de liquidar al partido como instrumento revolucionario del proletariado. Ha querido que abandone su papel de vanguardia y guía de la clase obrera. Ahora bien, el grupo revisionista antipartido podía empujar a éste a que desertara de su papel, lo que era ya mucho más difícil de admitir, es que el partido pudiera llegar a hacerlo y, sobre todo, que el proletariado renunciara a tener su dirección, a tener su partido de clase. Ahí están las raíces del Partido Comunista de España (marxista-leninista); esta es la explicación de que surja nuestro partido. La base del partido no está dispuesta a conformarse con ese destino que el grupo revisionista su papel dirigente por parte de los dirigentes revisionistas del PCE significaba desarmarlo virtualmente y colocarlo a remolque de las clases más titubeantes y timoratas. El grupo revisionista encaramado en la dirección del PCE ha pretendido sustituir el principio de la lucha de clases, que es el motor de la historia y el punto de partida de toda política verdaderamente revolucionaria, por una política de oportunismo y seguidismo. Esta crisis, provocada por los revisionistas, no es un fenómeno estrictamente nacional, sino que es el reflejo de la crisis del Movimiento Comunista Mundial, suscitada por el revisionismo moderno, a la cabeza del cual se encuentra la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética. (...) Al igual que en el mundo entero se ha producido una reacción de todos los revolucionarios honrados, también en España, los marxista-leninistas de dentro y fuera del partido se han opuesto resueltamente a la política de traición y reconciliadora del grupo oportunista de la dirección del PCE y ha resuelto reconstituir el partido sobre las bases científicas del marxismo-leninismo». (Elena Ódena; ¡Viva el Partido Comunista de España (marxista-leninista)!, 1965)
El hecho de que se tardase tanto en mostrar reacción, en este caso la crítica de la política oportunista del PCE, demostraba lo difícil que era para muchos despegarse de este sentimentalismo, así como la baja formación ideológica de los cuadros de entonces. En verdad el PCE (m-l), como tantos otros partidos, fue producto de la polémica a nivel general lanzada contra el jruschovismo a partir del año 1960, pero los marxistas-leninistas de cada país no habían sido capaces de detectar el revisionismo que en muchos casos ya se había hecho con el control de sus respectivos partidos mucho antes. El propio PCE (m-l) consideraría que, aunque en 1942 hubo una derechización, el revisionismo del PCE databa solamente del VIº Congreso de 1960 aproximadamente, algo que no es cierto ni de lejos:
«Lo cierto es que, tras la muerte de José Díaz en 1942, el oportunismo de derecha se instaló en la dirección del partido e inició su labor de zapa. (…) Los grupos marxistas-leninistas surgían en oposición declarada a la política reformista del grupo de Santiago Carrillo, el cual desde 1956 y sobre todo a partir del VIº Congreso del PCE de 1960». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de Historia del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 1985)
En realidad, observando el Vº Congreso del PCE (1954), así como toda la política de años anteriores, ya hay indicios de sobra para concluir que dicha degeneración estaba más que asentada.
Véase el capítulo: «El rescate de las figuras progresistas vs la mitificación y promoción de figuras revisionistas en el ámbito nacional» de 2020.
Véase el capítulo: « La falta de investigaciones históricas sobre el movimiento obrero nacional e internacional en el PCE (m-l)» de 2020.
¿Se imaginan lo complicado que tuvo que ser el tratar de echar a andar una nueva estructura partidaria? Un testigo cuenta así la dificultad que suponía para el PCE (m-l) competir contra el PCE en aquella época:
«Uno de los mayores problemas, era y es la financiación. Ese es uno de los mayores inconvenientes para poder estar en los sitios adecuados y poder sostener a los cuadros adecuadamente. Cuando el PCE de Carrillo tenía multicopistas, muchos de nosotros estábamos con vietnamitas, esto como ejemplo. Y eso es extrapolable a todo. La financiación después del principio ideológico es lo más importante. Debe haber conciencia de clase, cultura, miembros y dinero, sin esto no hay partido comunista, no hay nada, no sobra ninguno». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)
Otro ejemplo directo de lo que llegó a suponer la falta de medios:
«En el período de penuria extrema que se inició en 1967, las reuniones del partido se vieron muy afectadas, porque ni siquiera teníamos dinero para pagar la consumición en un café y habíamos de citarnos y conversar sentados en bancos públicos, ya fueran en la calle o en un parque –si hacía buen tiempo–, ya en un andén de metro. Quedaba deteriorada la calidad de tales reuniones. Asimismo, hubo que reducir la compra de prensa franquista, lo cual también mermaba nuestra información y, por lo tanto, el interés de nuestros comentarios y de nuestras consignas. Esa insuficiencia se palió en parte posteriormente gracias a la ayuda familiar». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
Los inicios de un nuevo proyecto son complicadísimos. En muchas ocasiones ha de cargarse con gente inexperta en múltiples cuestiones que son necesarias, en otras, el grupo ha de enfrentarse ante un muro de indiferencia o incomprensión, situaciones que en muchos casos suelen causar el hastió o la desmoralización. Es interesante observar cómo, por ejemplo, en el artículo de Juan Bru: «Liquidemos nuestros vicios», se fustigaban los vicios de muchos militantes del PCE (m-l) que habían heredados de experiencias anteriores. Se instaba, pues, a que se rompiese definitivamente con pensamientos y metodologías limitantes que normalmente eran aceptadas como modelos, pero que en verdad convertían al sujeto en un ser absolutamente dependiente y pasivo, algo aún más inadmisible en plena clandestinidad, cuando el autodinamismo era más necesario que nunca, tanto a nivel de célula como individual:
«La moral revolucionaria encuentra en esa consigna de basarse en sus propias fuerzas la mejor fuente para su robustecimiento. Es la mejor manera de templar el ánimo, de sacar fuerzas de flaqueza y de emplear estas mucho mejor. La línea cómoda y fácil es la de educar a las gentes en la obligatoriedad de que vengan en su ayuda: lo difícil es educarlas desde el valiente punto de vista de que debemos, por el contrario, ir en ayuda de otros. (…) Las gentes que cifran todo en la ayuda ajena, que se educan en la idea de dependencia de otros, son gentes con tendencia a la desmoralización, que fácilmente se asustan ante las dificultades y la magnitud de las tareas. Carecen del temple revolucionario». (Vanguardia Obrera; Nº3 1965)
No nos detendremos a explicar demasiado los primeros problemas internos del PCE (m-l), ya que la mayoría serían sucesivos y se revelarán en los siguientes capítulos cuando tratemos los errores en la línea política y los debates internos. Si destacamos por ejemplo que:
«[En 1966] Al producirse la catastrófica detención del camarada Paulino [García Moya, alias el Camarada Varela], hubiera sido razonable que nos diéramos por vencidos. No porque haya que claudicar ante la represión fascista, sino porque carecíamos de medios humanos y materiales para una lucha de tal envergadura. Cada escisión y cada caída nos dejaban temblando porque ya antes la organización era raquítica, teníamos escasísimos apoyos y nuestros pocos militantes eran o muy jóvenes o muy pobres o ambas cosas a la vez. Pero cesar la lucha planteaba la incógnita de qué hacer con quienes habían confiado en la dirección. Y de todos modos teníamos la fe del carbonero. Se reconstituyó el comité ejecutivo y seguimos adelante. (...) Fue un milagro que, tras la crisis de la primavera de 1966, saliéramos bastante bien parados. Algún tiempo después de la caída de Valera el partido se había rehecho un poquito en Madrid y tenía pequeñas organizaciones locales en Vasconia, Cataluña, Asturias y hasta algo en Andalucía. Luego se incorporó, no sé cómo, una organización valenciana, que fue desde entonces quizá de las más fuertes o de las menos débiles, para hablar con propiedad. Lo de París se tambaleaba y, en general, lo de la emigración en Europa andaba regular; teníamos organizaciones de obreros emigrados en Bélgica –Bruselas y Lieja, ciudades a las que hice un número de viajes por entonces–, Suiza, Alemania, en algún momento Luxemburgo. Pero, mal que bien, en el interior se iban consiguiendo paulatinamente pequeñas implantaciones locales. Lo uno con lo otro hacía que pudiéramos pensar que avanzábamos. La dirección del PCE (m-l) andaba dispersa. Vivíamos en París Matías –una vez que regresó al partido– y los dos Migueles– ambos miembros también del secretariado. Dos camaradas del ejecutivo vivían en Ginebra. Y otros camaradas que se incorporarán más tarde al ejecutivo estaban en misiones en el interior». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
Tengamos en cuenta, que se pasó, en un breve lapso de tiempo, de la existencia de un amplio campo revolucionario, con los partidos comunistas de Europa en su pleno apogeo y pudiéndose contar con la asistencia material o ideológicas de otros países socialistas, a la irrupción descontrolada del fenómeno del revisionismo que logró asegurar su hegemonía en la mayoría de antiguos partidos comunistas, tanto los que estaban en el poder como fuera de él. Esto supuso que todo opositor a la línea oficial del jruschovismo quedaría aislado y sería calumniado ipso facto. Este nuevo contexto desfavorable para las fuerzas revolucionarias cambiaba toda la situación:
«El nuevo movimiento marxista-leninista no se formó como un producto químicamente puro después de una reacción de laboratorio. Nació en medio de una terrible batalla, librada por lo general, en condiciones de inferioridad, de la cual los marxista-leninistas fueron ganando batallas, pero no sin sufrir bajas ni pérdidas. (...) Los nuevos partidos marxista-leninistas fueron por lo general reconstruidos basándose en cuadros jóvenes e inexpertos, ya que la mayor parte de los viejos cuadros traicionaron o abandonaron. (...) No todos los militantes en desacuerdo con el revisionismo se atrevieron a romper organizativamente con él». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de Historia del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 1985)
La situación les exigía a estos nuevos grupos una particular atención y cuidado frente a estos líderes y partidos que habían renegado del marxismo-leninismo, pues, por otro lado, también imperó el modismo de rechazar a Jruschov o Carrillo por sus desastrosos resultados, pero sin ser conscientes realmente de qué proponer como alternativa a ese oportunismo. A su vez no se era consciente que la herida abierta por esta ruptura suponía tener que tener paciencia con muchos cuadros que ni siquiera comprendían la transcendencia de lo que había ocurrido, teniendo que explicarles pacientemente todo. En todo caso, como siempre, la práctica debía ser el baremo para dirimir hasta qué punto el sujeto estaba preparado para asumir su puesto:
«Frente al liberalismo en materia de reclutamiento, muchos de nosotros oponemos ahora una rigidez excesiva. Exigimos que los candidatos antes de ingresar al partido hayan adquirido una formación teórica, política e ideológica acabada. Esto es totalmente imposible y absurdo, ya que es únicamente en el partido donde se forman, se forjan y se templan los militantes. Por otra parte, lo que conseguimos con esa rigidez excesiva es, o bien que los candidatos adquieran una formación libresca, de «boquilla» –ya que su práctica es muy escasa–, o bien que se desanimen ante las barreras que encuentran en su acercamiento al partido. A la gente que quiere ingresar en el partido hay que exigirla que esté de acuerdo con lo esencial y dispuesto a someterse libremente a la disciplina del partido, hay que inculcarles el amor por el estudio: hay que enseñarles el enorme valor de la crítica y la autocrítica –como medio de superar conscientemente los errores y las debilidades–, pero lo que no podemos exigir a nadie es que tenga las ideas totalmente claras y correctas en todas las cosas. (...) El segundo aspecto que tratamos sobre el sectarismo es, el de la impaciencia hacia la base revisionista. No tenemos en cuenta que muchos de los que aún están con Carrillo, están engañados, que carecen en muchísimos casos de una formación ideológica elemental, que –y esto lo han podido comprobar muchísimos camaradas–, desconocen incluso las propias posiciones ideológicas del equipo de Carrillo, o que son también víctimas de las marrullerías y maniobras de los dirigentes carrillistas para ocultar a la base su auténtica política contrarrevolucionaria. Y nosotros, en muchos casos, en vez de aclarar las ideas, en vez de ser flexibles y pacientes en nuestras discusiones con ellos, en vez de explicarles claramente la política de Carrillo haciéndoles ver los errores, aberraciones y traiciones que está cometiendo, llevamos la discusión rápidamente hacia las grandes frases condenatorias, a veces con poca o insuficiente argumentación, y sin darnos cuenta de que no basta una discusión, ni dos ni tres para convencerlos, rompemos los contactos diciendo «no hay nada que hacer, son unos revisionistas empedernidos». Esto es totalmente falso y erróneo. Particularmente en lo que se refiere a los obreros que aún «siguen» a Carrillo, hay que ser muy pacientes y flexibles. (...) Ahora bien, el hecho de ser pacientes y flexibles en nuestras discusiones, no quiere decir que hagamos dejación de nuestros principios». (Vanguardia Obrera; Nº47, 1969)
El PCE (m-l) acabaría siendo el único grupo que se escindiría del PCE por razones revolucionarias –siendo el resto de miembros que permanecieron y crearon escisiones en años sucesivos fracciones revisionistas enfrentadas al carrillismo desde otras posturas revisionistas–. En aquel entonces, como resultado de la traición revisionista, aunque el PCE no perdió por completo su influencia ni mucho menos, si sufrió una sangría de escisiones. Y es que, como sabemos, el revisionismo es sinónimo de subjetivismo y eclecticismo; por tanto, es el mejor disolvente de la unidad. Poco a poco hubo se fue creando poco a poco una gran sopa de siglas que se desgajaban de su seno:
–Partido Comunista de España (Internacional) en 1967 –futuro Partido Comunista del Trabajo (PTE)–;
–Organización Comunista de España (Bandera Roja) en 1968;
–Komunistak en 1969 futuro Movimiento Comunista de España (MCE);
–Organización Marxista-Leninista de España (OMLE) en 1968 –futuro Partido Comunista de España (Reconstituido)–.
–Partido Comunista de España (VIII-IX Congresos) en 1968;
–Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) en 1969;
–Partido Comunista Obrero Español (PCOE) en 1973;
–Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE) en 1984;
Y muchos más...
Todos estos autodenominados grupos comunistas salieron como escisiones del PCE. ¿Por qué entonces todos estos grupos y las personalidades no se sumaron a la polémica y famosa escisión de 1964 en contra Carrillo-Ibárruri que daría pie al PCE (m-l)? Simplemente porque o bien se dieron cuenta tarde de la traición ideológica del carrillismo o porque las divergencias con el carrillismo eran por motivos personales, y no por motivos ideológicos y, en algunos casos, porque los motivos ideológicos divergentes con el carrillismo se planteaban desde otras posturas revisionistas diferentes.
Ha sido famosa hasta hace poco la idea –por influjo y dominio del revisionismo en España– de que los líderes del Partido Comunista de España (reconstituido) fueron los primeros en oponerse al carrillismo, pero lo cierto es que los miembros del futuro PCE (r) en 1964 siguieron dentro del PCE o sin partido hasta la creación en el exilio, casi cinco años después, de la fundación de la Organización Marxista-Leninista de España (OMLE). Esto significa que en 1964 esta gente ignoró la lucha de los revolucionarios anticarrillistas, y solamente en 1968 crearon una organización que no era aún un partido ni tenía presencia en el interior. ¡Solo en 1975 pasaron a fundar el pretendido partido que sería conocido como PCE (r)! Véase la obra: «Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO» de 2017.
Gracias a la difusión de varios mitos que han falsificado directamente la historia del PCE (m-l), nos hemos visto en la obligación moral de restituir la verdad histórica sin eludir sus errores que, como veremos durante este documento, no fueron pocos ni leves. En primer lugar, antes de que estuvieran fundados muchas de las organizaciones que luego se harían famosas en los años 70 y 80, el PCE (m-l) ya imprimía y difundía grandes textos revolucionarios contra el revisionismo como «Adulteraciones del equipo de Santiago Carrillo», en una etapa tan temprana como 1966:
«Esta obra constaba de ocho capítulos, todos ellos significativos y de una actualidad permanente: ¿«Reconciliación nacional» o violencia revolucionaria?; Los objetivos políticos del equipo revisionista de Carrillo; El abandono de la revolución bajo el nombre de la «vía pacífica»; El equipo de Carrillo ha abandonado la lucha por la independencia nacional y se ha colocado al servicio del imperialismo yanqui; De la reconciliación nacional a la colaboración activa con las fuerzas oligárquicas; El equipo revisionista de Carrillo como traidor al internacionalismo proletario; Liquidación del Partido Comunista, en cuanto a vanguardia y Estado Mayor de la clase obrera en la lucha revolucionaria; La alternativa patriota y revolucionaria del PCE (m-l)». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de Historia del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 1985)
Por ejemplo otro gran artículo breve pero que deslindaba a la perfección las diferencias entre la línea revisionista del PCE versus a la línea revolucionaria del PCE (m-l), sería el artículo de Elena Ódena: «Sobre algunas cuestiones de principio del marxismo-leninismo» de 1967.
La rumorología y las calumnias hacia el partido
Desde el PCE de Carrillo-Ibárruri se intentó menospreciar los motivos de la escisión que daría lugar al PCE (m-l):
«Esta lucha en el interior del PCE había demostrado que las divergencias no eran meramente tácticas, ni estratégicas, sino ideológicas y fundamentales, que abarcaban desde problemas de principio básicos, relativos a la caracterización de la época actual, el paso pacífico y la teoría marxista-leninista de la revolución, la lucha contra el imperialismo, la colaboración con los sectores oligárquicos, los principios de organización, etc. (…) La reacción de Carrillo y su grupo dirigente fue la típica de todos los oportunistas: empezaron a maniobrar para dividir a los que se oponían a su política, enviaban a sus burócratas del aparato del Comité Central a todas las organizaciones, no para debatir, sino para sancionar y expulsar. No vacilaron en lanzar calumnias contra camaradas que conocían desde hacía muchos años, que sabían que eran verdaderos comunistas. (…) No vacilaron en utilizar el chantaje». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de Historia del PCE (m-l), 1985)
Pero la calumnia, la intimidación y el tratar de desviar la cuestión ideológica es algo que también se sufriría por parte de otros grupos que irían surgiendo con el tiempo. Solo pondremos un ejemplo para no saturar al lector. Pese a la evidente diferencia de méritos entre unos y otros durante los años del franquismo, el Partido Comunista de España (reconstituido) acusó en repetidas ocasiones a la cúpula del PCE (m-l) de ser «falangistas y provocadores» infiltrados, ¡personajes siniestros que obstaculizaban la reorganización del verdadero partido comunista! (sic). En 1977 describía la fundación del PCE (m-l) como una pugna:
«De un lado estaba el grupo que encabezaba Lina Odena, integrado en su mayor parte por los falangistas; de otro se encontraba el grupo de Suré, apoyado por los elementos sanos procedentes de las filas comunistas». (Manuel Pérez Martínez, Arenas; La dirección falangista del llamado PCE (m-l) al descubierto, 1977)
Se justificaba así de paso el haber ido madurando el PCE (r) junto a los restos del grupo oportunista de Suré. El Archivo de la Universidad de Alicante ha puesto a disposición pública los primeros números de «Vanguardia Obrera» periodo 1965-1975. Ahí podrá comprobar el lector de forma online que el «falangismo» del Ódena solo estaba en la mente de Arenas, que por otra parte siempre le profeso una evidente envidia. Varios de los líderes derechistas que abandonaron el PCE (m-l) recogerían teorías similares sin ninguna prueba consistente. Véase la obra de Alejandro Diz «La sombra del FRAP» de 1977, o la obra de Lorenzo Peña «Amarga juventud: ensayo de egohistoria», de 2010.
Que el PCE (r) hablase sobre el «tenebroso» pasado de la dirigencia del PCE (m-l) era cuanto menos gracioso. El que sería años después principal Secretario General del PCE (r), el famoso «Camarada Arenas», venía de los círculos semitrotskistas del Partido Comunista de España (internacional) y había renunciado a su militancia en la cárcel. En ese tiempo fue acusado por uno de sus jefes de «claudicador» y de «dictador» por sus métodos, dejando caer que seguramente hubiera obtenido su libertad colaborando con la policía. De ese PCI (i) también vendrían otros famosos cuadros:
«En 1968, Arenas andaba a la búsqueda de una idea que diese salida a sus disputas con los popes de CC.OO. y del PCE, y así encontró a los militantes del PCE (i), un partido que entonces se columpiaba entre el trotskismo y el maoísmo. (…) De sus filas salieron, en una escisión por la derecha, los principales dirigentes del Partido del Trabajo de España (PTE), que llegaría a ser, junto con la ORT y el MCE, uno de los tres grandes grupos que disputarían a Carrillo el ala parlamentaria de izquierdas en las elecciones de 1977. En el seno del PCE (i) vivió Arenas las típicas luchas internas propias de un partido izquierdista: escisiones, contraescisiones, discusiones sin límites… No debieron ir muy bien las cosas a Arenas en el PCE (i) ya que desde entonces uno de sus dirigentes M. Valverde, le persigue con una saña sin límites, y ha llegado a escribir artículos en la prensa donde vierte sus dudas sobre la actitud de Arenas en la detención conjunta que ambos sufrieron en 1970. La secretaria general del PCE (i) dice, en un documento enviado a la prensa en septiembre de 1985, que Arenas actuaba ya, en 1970, como un pequeño dictador «explotando» a otros compañeros de la construcción con los que había formado una cuadrilla y que era raro que no fuera torturado como los demás detenidos del PCE (i) en la comisaría, así como que había sido «visto por los demás bebiendo con ellos cerveza y coñac». Arenas negó estas acusaciones como rotundamente falsas y replicó diciendo que el PCE (i) no era más que un engendro cuya única actividad ha sido atemorizar a las floristas y a los pacíficos paseantes de las Ramblas barcelonesas. Sea como fuere, al salir de la cárcel deja el PCE (i), y con su pequeño grupo entra en contacto con un militante de la OMLE. (…) Éste le pone en contacto con Enrique Cerdán Calitxo y comienzan las discusiones para la fusión de ambos grupúsculos. (…) Lo mismo ocurrió con José Antonio Teijelo, un destacado dirigente del PCE (r), salido de la Universidad de Sevilla y procedente del PCE (i)». (Rafael Gómez Parra; Los hijos de Mao, 1991)
Si estos infames actos se comprueban en un futuro como ciertos, solo explicarían –en parte– las aberraciones ideológicas posteriores de Arenas y su grupo político. Pero no nos hace falta que sea cierto para explicar fácilmente el despropósito que siempre fue este grupo. Apuntar que la OMLE, organización que sería el núcleo principal del futuro PCE (r), nace en 1968 al calor de «Mayo del 68» francés, movimiento influenciado por el existencialismo, el estructuralismo, el trotskismo, el anarquismo, el tercermundismo, el maoísmo más anarquista de la Revolución Cultural, y un sinfín de variantes antimarxistas que tenían su nexo en el anti-estalinismo y sobre todo en las simpatías por el maoísmo. Solo de modo tardío empezó a tener un par de células en el interior de España:
«Las primeras bases organizadas de la OMLE en España se efectúan con el retorno de militantes de la emigración. Entre 1969 y 1970 se forman las primeras células en Madrid y Cádiz». (Lorenzo Castro Moral; PCE(r), GRAPO. Análisis de un proceso de violencia política, 1990)
El PCE (r) también es precisamente el resultado de la unificación de guevaristas y de los elementos vistos con mejores ojos por Pekín; esto se reflejó cuando el PCE (r) vino a recoger los restos de los elementos derrotados del PCE (m-l) que contarían con el firme apoyo de Pekín en lo sucesivo. Un testigo y ahora exmiembro del PCE (m-l) como Lorenzo Peña, nos relata en sus memorias «Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria», de 2010, como un grupo escindido del PCE (m-l) en 1964, el de Suré, llevaría una vida ecléctica hasta fundirse en la OMLE de Arenas en 1968. Véase el capítulo: Véase el capítulo: «Las tempranas e inesperadas escisiones del PCE (m-l)» de 2020.
Otro testigo y exmiembro del PCE (r) diría:
«No debe, pues, extrañar de aquellos «obreros degenerados» vieran su honor restituido por el propio PCE (r), cuando se les recordó como los «elementos sanos del grupo que apoya a Suré» y que junto con otros militantes comunistas, pasaron a formar las OMLE. (...) Los referidos obreros eran quienes habían rehusado crear en el 1964 el PCE (m-l) al lado de Elena Ódena». (Pío Moa; De un tiempo y de un país. La izquierda violenta (1968-1978): La oposición durante el franquismo, 2002)
Los grupos fundacionales del PCE (m-l)
Pese a estas evidentes labores revolucionarias a respetar, la dirección del PCE (r), como nos ha tenido acostumbrado a lo largo de toda su historia, resultó que más tarde, acomplejada por su propia ausencia en estos años, intentó justificar su aparición tardía y su no participación alegando excusas variopintas, como que sus militantes en aquel entonces no se sumaran al proyecto del PCE (m-l) porque era el resultado de la «unión de grupos en el extranjero», «heterogéneos ideológicamente» y una «mala copia» seguidista de las fórmulas de Pekín –le dijo la sartén al cazo–:
«La oposición a que hemos hecho referencia, logró agruparse y de ahí salió el llamado «Partido Comunista de España (m-l)». Este llamado Partido nace en el extranjero, con la fusión de varios grupos de lo más heterogéneo y sobre una base programática que era una mala copia, a retazos, de la línea aplicada en la revolución china». (Partido Comunista de España (reconstituido); Informe en el Iº Congreso del PCE (r), 1975)
Por eso vamos a ir comparando la trayectoria del PCE (m-l) sin olvidar donde estaba el PCE (r) en aquellos momentos. Las ramas principales del PCE (m-l) como eran La Chispa, Proletario y Mundo Obrero Revolucionario nacieron en el interior de España como reacción a la política reformista del PCE de Carrillo-Ibárruri:
«A finales de 1963 y comienzo de 1964 surgieron cuatro grupos marxista-leninistas de las filas propias del PCE. Su existencia fue al principio clandestina en el interior del partido, pero durante los primeros meses de 1964 pasaron a actuar públicamente, cuando se declararon en abierta rebelión contra la línea revisionista de Carrillo-Ibárruri». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de Historia del PCE (m-l), 1985)
De hecho, los dirigentes carrillistas tuvieron que desarrollar toda una política de veto, chantajes y expulsiones para acallar la valiente lucha de estos grupos:
«La reacción de Carrillo y su equipo dirigente fue la típica de todos los oportunistas: empezaron a maniobrar para dividir a los que se oponían a su política, enviaban a sus burócratas del aparato del Comité Central a todas las organizaciones, no para discutir, sino para sancionar, aislar y expulsar. No vacilaron en lanzar calumnias contra camaradas que conocían desde hacía muchos años, que sabían que eran verdaderos comunistas, que habían sido incluso en algunos momentos colaboradores de la dirección del partido. No vacilaron en utilizar el chantaje, ofrecieron prebendas, viajes de estudio a la URSS, puestos de responsabilidad, etc. hubo muchos que cedieron a las presiones carrillistas, otros que se dejaron comprar, otros que se desmoralizaron y abandonaron la lucha. Al principio los marxistas-leninistas empezaron clandestinamente a organizarse en grupos para el estudio de las principales obras de Lenin, Stalin y otros textos. Hubo lugares en los que el 90 por 100 de la organización defendía posturas marxista-leninistas contra Carrillo y sus enviados». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de Historia del PCE (m-l), 1985)
He ahí también la razón por la que resulta tan absurdo que los líderes del actual PCE (m-l) como Raúl Marco, Carlos Hermida y similares traten de exonerar a revisionistas como Líster o Ibárruri, y centrar toda la lucha contra el revisionismo en la figura de Carrillo. Esto supone escupir en la historia de esas siglas y en el trabajo de los valientes comunistas que se enfrentaron a estos revisionistas. Pero esto también lo veremos detalladamente en los capítulos siguientes. Véase el capítulo: «El rescate de las figuras progresistas vs la mitificación y promoción de figuras revisionistas en el ámbito nacional» de 2020.
El PCE mantuvo una política de acoso y derribo hacia los militantes del PCE (m-l) incluso después de la escisión de 1964. Más de un militante o simpatizante del PCE (m-l) sufriría las consecuencias:
«Es gracioso que desde el PCE de Carrillo-Ibárruri se hablase siempre «en contra de la violencia» en un sentido pacifista. Para «violencia» cuando una parte importante abucheó en el Palacio de los Deportes a los carrillistas cuando reconocieron la bandera rojigualda de los fascistas y monárquicos. Si no llega a ser por un exmilitante del PCE (m-l) que conocí en el Hotel Rejas y que se había pasado al PCE, me pegan una paliza que no te imaginas, dos de la seguridad del PCE se dirigían hacia mí con ánimos de zurrarme la «badana», menos mal que este compañero se puso en medio y los convenció, solo por silbar y abuchear. Traidores como Carrillo ha habido pocos, además con un descaro total, a Ibárruri la disculpaban más en cuanto a que era mayor y otras excusas, que quizá fuera cierto pero que no la exime de su revisionismo que venía de décadas atrás, pero repito, algunos parecen que no quieren acordarse del pasado y de cómo sucedieron las cosas». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)
La composición social de sus integrantes
En cuanto a su composición, tanto en lo social como ideológica, la del PCE (m-l) fue mucho más homogénea que la del PCE (r) cuando se formó en 1975:
«Oposición Revolucionaria Comunista de España. Compuesto en más del 95% de militantes del PCE, predominantemente obrero un 90% y algunos empleados e intelectuales. Contaba con sus filas con algunos veteranos de guerra y varios cuadros medios del partido. Su implantación se centraba en Madrid, Barcelona, Andalucía y Suiza, con elementos dispersos en otras ciudades españoles y del extranjero. Era el grupo más cohesionado, más consecuente, y el que más a fondo llevó a cabo la lucha contra el revisionismo desde dentro del partido. Editaba un periódico con el nombre de la Chispa con el que también se conocía a este grupo. (…) Proletario. El nombre con que era conocido este grupo era el de un periódico que editaba con ese título. Contaba entre sus filas con viejos militantes del partido, si bien en general predominaba la juventud que en algunos casos no había militado anteriormente. Aunque también formaban parte de él obreros, este grupo estaba caracterizado en un principio, por el origen de clase pequeño burgués de la mayor parte de sus militantes que eran estudiantes con un nivel político desigual y gran heterogeneidad en el plano ideológico. Esta organización tenía su núcleo principal en Madrid –que publicaban el periódico El Comunista–, Bilbao, París y Bruselas. (…) El Partido Comunista Reconstituido. Conocido también con el nombre de Mundo Obrero Revolucionario o MOR que era el periódico que editaba. Fundamentalmente sus componentes eran de extracción proletaria y la mayor parte procedía del PCE aunque eran de reciente ingreso y no habían desarrollado una lucha ideológica contra la dirección revisionista del PCE. Tenía núcleos de militantes en Madrid y París, Lausana –Suiza– e Inglaterra. (…) Grupo de Colombia. Además de estos tres grupos, la totalidad menos uno de los militantes del PCE en Colombia, que formaba un pequeño núcleo sin implantación en España, venía publicando un periódico legal con el título España Democrática, nombre con el cual también fue conocido este grupo. Contribuyó escasamente al proceso de unificación entre los grupos». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de Historia del PCE (m-l), 1985)
Seguramente al tratarse de una biografía del partido escrita muchos años después puede que esta historia esté decorada, pero desde luego el problema del PCE (m-l) no sería tanto la composición social inicial de sus líderes como su escasa formación ideológica y la falta de experiencia práctica para mantener un proyecto de tales dimensiones. Lo que sí podemos decir, y sería un problema a nivel general, es que la influencia del partido nunca lograría implantarse en los núcleos obreros, teniendo éxitos fugaces en el ámbito estudiantil, casi nulos en el campo y el campesinado.
Hay que apuntar que gran parte del núcleo principal del PCE (m-l) derivaba de los editores del periódico «Mundo Obrero Revolucionario», entre los que estaban antiguos seguidores del comunista catalán Joan Comorera, el Secretario General del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), quien en los años 40 se había enfrentado a la dirección del Partido Comunista de España de Ibárruri-Carrillo, denunciando su oportunismo y metodologías gansteriles:
«Mayoritariamente, el Partido estará formado por veteranos de la Guerra Civil encuadrados en el PCE, como por ejemplo el círculo dirigido por el antiguo comisario político de la guerra, Marcelino F. «Suré» y su publicación Mundo Obrero Revolucionario. En este grupo destacará la presencia de antiguos militantes del PSUC, que se habían separado del partido catalán a raíz de la defenestración de Joan Comorera». (Jordi Terrés; La izquierda radical española y los modelos del Este: el referente albanés en la lucha antifranquista. El caso del PCE (m-l), 2007)
Estos crudos procesos de lucha y desenmascaramiento se daban en el interior del PCE tanto en España como en el exilio. Esta era la realidad. Por otro lado, de los miembros del futuro PCE (r) nadie sabía nada, lejos de la historia que luego se publicitó entre este grupo maoísta y sus seguidores. Mientras que si miramos al resto de líderes como Líster o Gallego, fundadores de las agrupaciones brezhnevistas del PCOE y PCPE respectivamente, seguían en las filas del PCE, siendo coparticipes de los crímenes del carrillismo.
La influencia del maoísmo
Si bien es cierto que el PCE (m-l) nació como tantos otros nuevos partidos marxista-leninistas con la carga del maoísmo en su seno, es igualmente cierto que el maoísmo en aquel entonces no estaba destapado a nivel internacional como una corriente revisionista, suponiendo para él como para el resto de partidos una de las principales fuentes de los errores que se cometerían.
Para inicios de los 70 el PCE (m-l) ya se había ido distanciado de forma crítica con Pekín, emitiendo incluso algún documento público, y abandonando varios de sus conceptos en sus publicaciones. Esto a diferencia del PCE (r) que pretendía ocupar su lugar en el seno del maoísmo de España. Uno de sus exmilitantes más críticos con la dirección, diría:
«Para esa época [1972] los chinos habían roto con el PCE (m-l), al que en la embajada apodaban despectivamente «la banda de Benita» para regocijo de la colonia exiliada [es decir el PCE (r)]. Una vez más, empero, fallamos al intentar ocupar el hueco dejado por otros». (Pío Moa; De un tiempo y de un país. La izquierda violenta (1968-1978): La oposición durante el franquismo, 2002)
Durante la disputa sino-albanesa el PCE (m-l) se posicionó con Albania:
«Al año siguiente [1978] se producirá, ¡por fin!, la ruptura del PCE (m-l) con China, la inversa había tenido lugar ya en 1970, en realidad el PC chino nunca había apoyado al PCE (m-l). Tal ruptura fue más lejos, conllevando [el PCE (m-l)] una condena a todo el pensamiento Mao Zedong». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
El PCE (r) siguió manteniendo el mito de Mao, defendiendo su ideología frente a partidos marxista-leninistas que estaban abriendo los ojos respecto al revisionismo chino.
Por supuesto, nosotros pensamos que fue un grave error para el PCE (m-l) haberse fundado bajo conceptos e ideas maoístas. Vemos una concesión injustificable no haber roto relaciones con China cuando recibía a Carrillo como aliado en 1970, y cuando en 1973 restableció relaciones con Franco, prefiriendo alejarse sin hacer demasiado ruido hasta denunciar al maoísmo abiertamente en 1978, y solo comenzando en 1979 a reconocer la infravaloración que se había hecho de la teoría y práctica revisionista de Mao, aunque la autocrítica no fue completa. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su tardía desmaoización» de 2020.
Pero al César lo que es del César; el PCE (r) no puede dar lecciones de moral a nadie y criticar bajo la acusación de seguidismo a ningún partido en ninguna época, pues siempre se limitó a actuar como poliagente de los diferentes revisionismos en España: empezó siendo maoísta, luego rehabilitó el jruschovismo, el castro-guevarismo, el peronismo, etc. Sin abandonar ese maoísmo de marca tercermudista, hoy se ha hecho notar como nostálgico de los días del socialimperialismo ruso, por lo que apoya al imperialismo ruso de Putin sin pasar vergüenza alguna. El PCE (r) recuerda al chiste del médico que, con un cigarrillo en la boca, aconseja a su paciente dejar de fumar.
¿Programa pequeño burgués?
También entre las acusaciones del PCE (r) hacia el PCE (m-l) se incluía una crítica; o, mejor dicho, una serie de difamaciones contra el programa del PCE (m-l):
«Basta recordar, entre los ejemplos más conocidos, los programas que tanto el PCE (m-l) como la ORT han venido sosteniendo en los últimos años acerca de la «revolución nacional antiimperialista», copias, sin apenas ninguna variación, de la revolución china de nueva democracia». (Manuel Pérez Martínez, «Arenas»; Atreverse a hablar y pensar con voz propia, publicado en Bandera Roja, 2ª época-año IV – nº 41, noviembre de 1978)
Esta acusación ya la había repetido el líder de la escisión del PCE (m-l) de 1976, quien diría:
«Su línea política es, en lo fundamental, una transposición mecánica de las tesis maoístas elaboradas para unas condiciones muy concretas de la China prerevolucionaria, atrasada, semicolonial y con unas condiciones de una España capitalista en lo fundamental, aunque con una economía atrasada en algunos sectores y dependiente, pero que había entrado ya en la fase del capitalismo monopolista de Estado, con una población mayoritariamente obrera y urbana». (Alejandro Diz; La sombra del FRAP; Génesis y mito de un partido, 1977)
Decir en 1977-78 que el PCE (m-l) tenía un programa copia de la «nueva democracia» era faltar a la verdad, ya que el PCE (m-l) se había alejado de cualquier esquema parecido años atrás.
El programa de «nueva democracia» de Mao incluía: 1) negar la hegemonía de cualquier clase o partido en esta etapa; 2) no obstaculizar sino primar el desarrollo del sector privado considerándolo «beneficioso para el pueblo»; 3) pedir créditos al imperialismo extranjero para industrializar el país y «desarrollar las fuerzas productivas»; 4) considerar a la burguesía compradora y al colonialismo como enemigos de la nación, configurando a la burguesía nacionalista como parte del «pueblo» y «aliado fundamental» para el triunfo de la revolución, esquema de la alianzas que consideraban también posible «durante la construcción del socialismo». Quien se atreva hoy a negar esto no podemos hacer nada por él, simplemente le aleccionamos a que repase las obras originales del autor chino sin adulteraciones. Véase la obra: «Comparativas entre el marxismo-leninismo y el revisionismo chino sobre cuestiones fundamentales» de 2016.
El maoísmo durante aquellos años intentó que los partidos marxista-leninistas adoptasen tal esquema. El PCE (m-l), que claramente en los años 60 andaba imbuido de maoísmo hasta las cejas, emuló algunas declaraciones iniciales sumamente ambiguas y laxas sobre el nuevo régimen que se debía adoptar o sobre el carácter de la revolución. En honor a la verdad, como en tantos otros temas, la mayoría de los escritos que se acercaron a esta visión fueron por influencia de Lorenzo Peña. Pero no es menos importante a señalar que la dirección, como en tantos otros temas, permitió que se publicasen tales análisis en nombre del partido. En su artículo «Por una coalición de fuerzas democráticas», mostraba ciertos aspectos clásicos de la ideología maoísta:
«1ª Luchar por la independencia nacional, y, por tanto, contra el sometimiento político, económico y militar al imperialismo yanqui; 2ª Luchar por la liberación del pueblo español de las trabas impuestas a su desarrollo. Por tanto, expropiación de los bienes de producción en manos de los monopolios en beneficio del pueblo, y, muy especialmente, desarrollo de una reforma agraria democrática; 3ª Luchar realmente por las libertades democráticas populares, lo que no puede hacerse sin aniquilar el aparato estatal fascista y su reemplazo por instituciones democrático-populares». (Vanguardia Obrera, Nº7, 1965)
Si bien aquí algunos conceptos simplemente son abstractos y a libre interpretación, existen artículos mucho más directos. En su artículo: «Las posiciones políticas y organizativas de los fraccionalistas trotskistas» de 1965, planteaba la idea de que «la burguesía nacional estaba interesada en la revolución» porque «le reportaría de una manera inmediata, muchas más ventajas que perjuicios». «El objetivo estratégico de la etapa actual de la revolución es una república democrática-popular, en la que compartan el poder político todas las clases que hayan tomado parte en la revolución: el proletariado, el campesinado trabajador, la pequeña burguesía urbana y el ala revolucionaria de la burguesía nacional». Años después reconocería que se trataba de una: «Primera etapa de la revolución como democrático-nacional, concebida como un largo período de transición, no como un instante». Esto demuestra una vez más, que al trotskismo no se le puede combatir desde otro revisionismo. Él mismo en sus memorias reconoció que a inicios de los 70 Elena Ódena se opuso sus concepciones, subrayando «El contenido predominantemente socialista de la república por la que luchamos»:
«Celebráronse tales lúgubres reuniones en diciembre de 1971 en Echegorri. (...) En ellas se estaban perfilando una nueva Línea Política y un nuevo Programa para proponerse al futuro I Congreso. Yo ya tenía la cabeza lejos de aquellos riscos. (...) Casi ocho lustros después ha llegado a mis manos el número 66 de Vanguardia Obrera –agosto de 1972– en el cual figura el artículo de E. Odena «Ni trotskismo ni revisionismo: Por una república democrática, popular y federativa» donde se puede leer... (...) [Que] ya en la primera etapa de la revolución, el sistema establecido sería, desde el primer momento, socialista, predominantemente socialista. El resto del artículo daba a entender claramente que aquella propiedad privada que, en esa etapa, se respetara sería residual o marginal». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
Para el Iº Congreso del PCE (m-l), celebrado en 1973, el programa no tenía nada que ver con el programa antimarxista de nueva democracia de Mao, ni en lo político ni en lo económico, y rechazaba todos estos puntos de Lorenzo Peña. Precisamente en sus arremetidas contra el PCE de Carrillo-Ibárruri, el PCE (m-l) criticaba la visión deformada sobre la fase de la revolución en la que se encontraba España, ideas y aspectos que tenían bastante que ver con la visión de Lorenzo Peña y que el partido en mayor o menor medida había permitido:
«¿Cuál es el carácter de la revolución española en su etapa actual? (…) Los revisionistas afirmaban ya entonces: «En su fase inmediata la revolución española es la de una revolución democrático-burguesa» (3), empleando Carrillo también en otros lugares la definición de una «revolución antifeudal y antimonopólica». Ahora bien, el PCE (m-l) ya señaló desde 1966 en el libro «Adulteraciones del Equipo de Santiago Carrillo» que semejantes definiciones son falsas de raíz. (…) No era tal caso de España en los años 60, y menos todavía a medida que pasaba el tiempo. (…) Partiendo de su concepto de la «revolución» española como una revolución burguesa y antifeudal. Carrillo entiende, lógicamente, que su objetivo es el desarrollo del capitalismo y la burguesía. (…) La revolución española en esta etapa no puede ser una revolución burguesa, sino una revolución popular de contenido socialista dirigida por el proletariado. (…) [El franquismo] recurrió a la implementación del capitalismo monopolista de Estado para acelerar el proceso de acumulación del capital. (…) Que el carácter de la clase dominante en nuestro país es el de una oligarquía de carácter predominantemente capitalista y financiera, enfeudada al imperialismo estadounidense, y que esta clase es la que detenta el poder estatal; que la contradicción fundamental es la existente entre el carácter social de la producción y el carácter privado, capitalista, de la apropiación, contradicción que se resuelve mediante la revolución socialista. (…) La lucha por la revolución socialista se entremezcla con la lucha por objetivos y tareas democrático-revolucionarias, antiimperialistas, antifascistas, formando un movimiento revolucionario que tiene como objetivo la destrucción del Estado reaccionario de la oligarquía y el imperialismo». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de la historia del PCE (m-l), 1985)
No hay que olvidar que estas teorizaciones son las mismas que luego daban pie a presentar la idea de que la burguesía nacional era progresista, la alianza con ella era posible y necesaria... así como otros inventos que hoy repiten muchos de sus discípulos:
«Los que separan franquismo de capitalismo, los que embellecen a la burguesía presentándonosla con una supuesta naturaleza intrínsecamente democrática, son verdaderos juglares de un capitalismo ideal, capaz de asegurar un no menos ideal «desarrollo equilibrado», de llevar a cabo soñadas reformas agrarias, de sumarse a una al parecer inconclusa revolución democrático-burguesa o de «converger» con el proletariado. Este capitalismo mítico no ha tenido, ni tiene, ni tendrá existencia real en España por la sencilla razón de que el existente es otro capitalismo por la sencilla razón de que la acumulación capitalista en la España de los últimos cuarenta años, el saqueo de España por los monopolios extranjeros, la concentración y centralización del capital en manos de la gran banca y el conjunto de la oligarquía financiera, es decir, la verdadera y única historia del capitalismo en España, ha necesitado para realizarse, prolongar el estado de guerra civil declarada contra el proletariado y los pueblos de España en 1936, es decir, ha necesitado escudarse tras las bayonetas del franquismo «victorioso» porque, de lo contrario, no se hubiera escrito la historia del capitalismo, sino la historia de la revolución española. Según los teóricos revisionistas «la burguesía española fue impotente para realizar, a su tiempo, su propia revolución», por lo cual ellos han venido insistiendo en tomar como blanco de la lucha revolucionaria las «estructuras feudales» que, siempre, según ellos, se han mantenido «inmutables en lo fundamental». En realidad hace ya mucho que los teóricos revisionistas mantienen el punto de vista del progresismo burgués y es desde ese punto de vista de donde se sacaron la perspectiva de una revolución democrático-burguesa supuestamente inacabada, como objetivo revolucionario. Pero la verdad es que mientras los quijotes revisionistas desviaban sus lanzas contra los molinos de viento de las llamadas fuerzas feudales, «ancestrales», «tradicionales», «arcaicas», etc., procedentes del «Antiguo Régimen»; mientras insistían en sus críticas a las «estructuras económicas» o a las «superestructuras políticas» vigentes, que según ellos dificultaban el desarrollo de las fuerzas productivas por la vía capitalista; mientras se limitaban a criticar las contradicciones inherentes al forzado proceso de actuación capitalista de los años sesenta contraponiéndolas a un mitológico «desarrollo equilibrado», «autosostenido», «acelerado», etc., la burguesía española, bajo la égida de la oligarquía financiera franquista aliada al imperialismo norteamericano «desarrollaba» el capitalismo español hasta sus últimas fases y consecuencias». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)
El PCE (m-l) proclamaba en cambio:
«El punto de vista del proletariado revolucionario, de nuestro Partido, es diametralmente opuesto. Y ello porque si bien España es hoy un país de economía débil, dependiente, con un mercado interior estrecho y fuertes desequilibrios regionales y sectoriales en su economía, debido fundamentalmente a la expoliación y al dominio del imperialismo yanqui y a la misma naturaleza parasitaria, especuladora y antinacional de la oligarquía fascista en el Poder, es también un país donde los objetivos económicos y políticos –«democráticos»– de las clases medias han sido sobrepasados y superados históricamente. España es un país con un pasado colonialista, con una clase dominante que, repentinamente, ha intentado participar y sacar alguna migaja en los recientes repartos imperialistas del mundo, un país donde el capitalismo ha llegado a sus últimas fases, la concentración monopolista, el capitalismo monopolista de Estado y la omnipotencia de la oligarquía financiera sobre el conjunto de la sociedad. Esta oligarquía que históricamente ha estado subordinada a una u otra potencia imperialista y que hoy se reparte el «negocio» con sus amos los imperialistas yanquis, ha alcanzado todos sus objetivos. Ya no puede ir más lejos, ni económica ni políticamente. Puede «reformar», «mejorar» o «modernizar» su sistema de explotación y de opresión, su dictadura, pero no puede cambiarlos». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)
De ahí lo triste que es que hoy algunos viejos líderes del PCE (m-l), los republicanos o los cabecillas de Reconstrucción Comunista (RC) nos hablen como Carrillo de la necesidad en pleno siglo XXI de una «revolución democrática» en España, cuando esto ya se descartaba en lo fundamental viendo la propia fisonomía económica de la España y su evolución tras el «desarrollismo» franquista, viendo el papel histórico de la burguesía. Sin olvidar el error en el que todavía hoy insisten los restos del viejo PCE (r), cuando aludiendo a su dogma de que «España sigue siendo fascista», pretenden exponer que la forma de dominación política es la que determina las tareas de la revolución, poniendo por delante la superestructura a la base económica, y no al revés. Esto se verá más adelante cuando se trate el tema del republicanismo y las etapas de la revolución. Véase el capítulo: «El republicanismo abstracto como bandera reconocible del oportunismo de nuestra época» de 2020.
El PCE (m-l) rechazaba ahora el supuesto papel necesario a desempeñar en la revolución por los «elementos progresistas» de la «burguesía nacional», comentando que las incorporaciones particulares de la burguesía nacional era algo secundario y no decisivo, muy contrariamente al dogma maoísta que siempre ponía el foco sobre ello en cualquier país:
«Resulta evidente que la clase obrera no puede ni debe esperar a haber logrado arrastrar a la lucha a esas capas intermedias, para iniciar su propia lucha y la formación del Frente, sino bien al contrario, ya que sólo en la medida en que haya desarrollado su propia fuerza, la clase obrera gozará de la fuerza y de la autoridad necesarias para ejercer una influencia determinante en el seno de las demás capas no proletarias. De la doble naturaleza de las distintas capas burguesas, que de un lado son ellas mismas expoliadas y oprimidas por la oligarquía y el imperialismo yanqui, y de otro, ellas mismas explotan a una parte del proletariado y del campesinado, se desprende su carácter inestable y su comportamiento titubeante, poco firme y decidido, particularmente ante las dificultades y reveses de la lucha –recuérdese el comportamiento claudicante de la mayoría durante nuestra guerra nacional revolucionaria de 1936-1939–. Además, en lo que a España concretamente se refiere, las capas intermedias burguesas tienen escasa entidad política, ya que de manera general hasta el presente, se han colocado a la zaga de la oligarquía terrateniente y financiera. Por lo que resulta evidente que su papel no puede ser en modo alguno el de dirigir la fase actual de la revolución española y que el papel dirigente le incumbe al proletariado en alianza con el campesinado pobre». (Elena Ódena; ¿Qué fuerzas deben formar el frente?, 1971)
Dos años después, en el Iº Congreso del PCE (m-l) se afirmó de nuevo: «Para la puesta en pie de un Frente Revolucionario y Patriótico no es necesario esperar a que se incorporen al mismo sectores amplios de la burguesía media. Supeditar la creación de un Frente a la eventual participación de amplios sectores de la burguesía media, sería supeditar el proceso revolucionario a la actitud de una clase extremadamente endeble y vacilante». Refiriéndose a Lorenzo Peña de nuevo, Elena Ódena criticaría su incapacidad de superar ese «nuevo democratismo» del maoísmo:
«También hay asustadizos, pequeños burgueses librescos, que durante años se han hecho pasar por marxista-leninistas, a quienes de pronto ofusca el que al desmenuzar y aclarar con mayor detalle el contenido de la república que preconizamos, pretenden que nos estamos deslizando hacia posiciones trotskistas, sin pensar en el ridículo con que se cubren al tratar de justificar así su actitud ante las realidades, ya que o bien no habían comprendido en modo alguno nuestra línea política establecida ya a fines de 1964, o bien pretendían darle ellos mismos, en su momento, un sentido nacionalista y pequeño burgués. De cualquier modo, si bien no podemos entrar en una serie de detalles concretos sobre esta cuestión, de lo que no puede existir duda alguna es del contenido predominantemente socialista de la república por la que luchamos. El resto dependerá del grado y modo en el que las demás fuerzas intermedias participen en la lucha y se sumen al pueblo, así como también de la fuerza objetiva del nuevo Estado Popular». (Elena Ódena; Por una República Democrática, Federal, Popular y Federativa, 1972)
En su primer congreso se decía ya:
«El objetivo general del Partido Comunista de España (marxista-leninista) es el de poner fin al régimen de los capitalistas y terratenientes, conquistar el poder para la clase obrera, instaurar la dictadura del proletariado y construir el socialismo y el comunismo». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Programa, 1973)
Más claro que el agua. Esto era algo que lo imponía la realidad económica de España:
«La Línea Política del PCE (marxista-leninista) comienza afirmando que nuestra época es la época del imperialismo, última fase del capitalismo, tal como lo había afirmado y demostrado ya Lenin, y por lo tanto es la época de las revoluciones proletarias y socialistas. (...) La concentración que la producción alcanza en el período del capitalismo monopolista de Estado, es decir del imperialismo, lejos de resolver las contradicciones del capitalismo, las agrava. El proceso de producción adquiere un carácter cada vez más marcadamente social, mientras que por otro lado los medios de producción pertenecen a un número más reducido de grandes capitalistas. Por otro lado el monopolio, al desequilibrar la oferta y la demanda, acentúa la tendencia, propia del capitalismo, a la superproducción y al subconsumo. Ello provoca una reducción de las inversiones en la rama de la producción monopolizada, y, por consiguiente, constituye un freno para el desarrollo de la producción, disminuye la capacidad productiva previamente creada, produce paro». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de la historia del PCE (m-l), 1985)
Pese a que España hubiese entrado en la etapa monopolística por el considerable grado de concentración del capital, esto no implicaba, como hacían algunos revisionistas de derecha e izquierda, que se tuvieran que negar tareas como la lucha contra los pactos hispano-estadounidenses de 1953 que implicaban una innegable penetración militar y económica de Estados Unidos. Es más, la introducción de cambios en las políticas económicas franquistas de 1958 fue instigada desde la administración estadounidenses, financiadas con su apoyo económico. Ellas fueron clave para que la economía española emitiese reformas que modernizasen dicha economía. Por tanto, negar la injerencia y la dependencia político-económica de la España franquista respecto al imperialismo estadounidense era tan ridículo como negar que la economía española ya no era la misma de 1931, existiendo ahora una mayor concentración económica y una mayor proletarización de la población.
¿Era España una «colonia» del Tío Sam?
Evidentemente el tipificar como «colonia» a España como se hizo en algunas publicaciones de los años 60 del PCE (m-l) era una equivocación terminológica que muchos partidos le reclamarían a dicha organización. En un famoso artículo escrito por Lorenzo Peña, pero aprobado por toda la cúpula se decía, por ejemplo:
«España [ha] sido reducida a la condición de colonia estadounidense». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Adulteraciones del equipo de Santiago Carrillo, 1966)
España era una neocolonia, en el sentido de que tenía soberanía estatal pero su economía y política estaba atada a otro país. Esto sería corregido a posteriori, pero la descripción y conclusiones de la economía española eran correctas más allá de este detalle. De hecho, en las variadas descripciones del estatus de España frente al imperialismo yanqui era descrita como lo que era: una neocolonia.
Para algunos que no entienden bien las contradicciones y sorpresas que guarda el capitalismo, es inconcebible que un país imperialista dependa de otro país imperialista. Pero lo cierto es que un país imperialista puede atar a otro en lo económico y por ende políticamente, mientras el segundo país imperialista a su vez tiene su círculo de influencia sobre otros. Esto pudo verse al término de la Segunda Guerra Mundial en el caso de Francia, que, pese a tener un imperio colonial y mantener un control neocolonial sobre tantos otros países, debido a las circunstancias del momento tuvo que adherirse a una política que dejaba penetrar ampliamente al capital estadounidense y sus mercancías en su economía, fue obligada a entrar en sus pactos militares, y en general debía aceptar todas sus recetas políticas como la expulsión de los comunistas del gobierno. Eso no implica que dicho país intente desquitarse de esa influencia externa, como precisamente pasaría después en el caso francés; cada burguesía siempre intentará acercarse o alejarse de otra, según la correlación de fuerzas y los peligros que le amenacen. Quien no entienda esto simplemente no entiende de geopolítica ni de historia.
Hay que decir que negar los vínculos hispano-estadounidenses era negar una realidad. Véase el documento del PCE (m-l): «La dominación yankee sobre España» de 1968. De hecho, era una de las líneas fundamentales de Carrillo:
«La política que, en este terreno sigue el equipo revisionista de Santiago Carrillo está movida por el deseo de granjearse la benevolencia o, al menos la neutralidad del imperialismo yanqui. Su preocupación principal es no enfrentarse con el imperialismo, no oponerse a él. Con ese fin niegan o minimizan el enorme grado de sojuzgamiento económico, político y militar que ejercen los EE.UU. sobre España». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Adulteraciones del equipo de Santiago Carrillo, 1966)
Posteriormente se confirmaría que la postura proimperialista de Carrillo no era por falta de datos e información como defendían algunos, sino que había adoptado un papel totalmente consciente de sumisión hacia el imperialismo, hasta sus últimas y ridículas consecuencias:
«Los americanos pueden estar en España mientras los rusos mantengan tropas en Checoslovaquia». El secretario general del PCE en 1975, Santiago Carrillo, defendió así la presencia de las bases que por entonces tenía EEUU en suelo español, según un informe del espionaje de EEUU desclasificado esta misma semana por la CIA. (...) Carrillo informó además a su interlocutor de que sus intenciones eran «restaurar las libertades civiles y las instituciones democráticas» y no «instaurar el socialismo», siempre según el documento. «Eso vendrá después», señaló a su interlocutor». (El Diario.es; La CIA desvela que Santiago Carrillo defendió la permanencia de las bases de EEUU en España en 1975, 19 de enero de 2017)
Aunque parezca extraño, en los años 60 algunos maoístas, trotskistas, así como algunos socialdemócratas y los jruschovistas, de los que algunos más tarde se llamarían eurocomunistas, negaban vínculos de España con el imperialismo o ponían bajo un sospechoso relativismo su importancia. Algunos incluso intentaban acusar al PCE (m-l) de «oportunismo derechista» y de «desviarse de la revolución proletaria» por recordar estos vínculos y abordarlos en sus análisis. ¿Pero qué decían los comunistas en los 50 sobre el tema? ¿Era esto una idea exclusivamente para los países coloniales o era posible conjugar dichas tareas en los países desarrollados –o mínimamente desarrollados–?:
«La lucha del proletariado y el pueblo liderado por él para el mundo se fusiona con la lucha por la independencia nacional. Los imperialistas estadounidenses, esforzándose por cumplir sus planes de dominación mundial, burlan la independencia nacional de los pueblos de Europa, Asia y otros continentes. Las políticas imperialistas de los círculos gobernantes de los Estados Unidos se esconden detrás de la ideología del cosmopolitismo. (...) Los imperialistas son asistidos diligentemente por las clases explotadoras dominantes de los países de Europa occidental y sus agentes. (...) En tales condiciones históricas, para el proletariado de los países de Europa occidental, la cuestión de la relación entre sus tareas de clase y las tareas nacionales se plantea de una manera nueva. El proletariado es ahora la única clase capaz de reunir a todas las fuerzas democráticas y patrióticas y tomar en sus manos el estandarte de la defensa de la independencia nacional y la soberanía nacional. Su lucha por la paz, por la independencia nacional, por la democracia está inevitablemente vinculada con la lucha por el socialismo. (...) En vista de esto, los partidos comunistas al frente de las fuerzas democráticas enfrentan la tarea de expandir la lucha contra el imperialismo estadounidense, sus aliados y cómplices. Los partidos comunistas deben asumir la protección de la independencia nacional y la soberanía de sus países, reuniendo a su alrededor a todas las fuerzas democráticas y patrióticas del pueblo». (Academia de las Ciencias de la URSS; Materialismo histórico, 1950)
La «lucha contra la penetración e injerencia del imperialismo» y en general la lucha por la «independencia nacional» solo pueden ser unas consignas de carácter reformista u oportunista, en el más sentido más clásico y falso del liberalismo, cuando el pretendido partido comunista lo hace apoyando al gobierno burgués o pequeño burgués de turno que, como es normal, precisamente no hace nada en esta cuestión o solo admite medidas tibias que desmoralizan a las masas, o, en su defecto, cuando propone un programa abstracto. Pero es una tarea básica que en muchos países el proletariado debe liderar. Sabemos que como en la cuestión del peligro de la guerra, la cuestión de género, la lucha contra el idealismo religioso, la cuestión ecológica, una educación de calidad y tantas otras, no podrá haber una solución definitiva en ese campo sin que haya una completa revolución política, económica y cultural, sin la emancipación social del proletariado, sin el establecimiento del socialismo como sistema social en dicho país, y en algunos casos, incluso habrá que esperar al triunfo del socialismo en una gran parte del planeta. De ahí que todo lo que no sea ligar las cuestiones concretas a la cuestión global será dar palos de ciegos, será poner una venda para una herida que seguirá sangrando.
Históricamente ha habido distorsiones y errores muy graves entre los presuntos comunistas que enfrentaron tales desafíos. Solo hay que echar un vistazo, por ejemplo, a las concepciones de algunos líderes del Partido Comunista Francés (PCF), que causaron la indignación en el movimiento comunista. Véase la obra: «La crítica al revisionismo en la Iº Conferencia de la Kominform de 1947» de 2015.
La propia Elena Ódena cayó en estas teorías similares, que ponían el foco en los lazos de la burguesía de España con la burguesía de EE.UU., y en las que se pedía atender a dicha vinculación como condición previa para resolver las tareas socialistas:
«España es hoy de hecho un país dependiente de los EE.UU., tanto en el terreno económico como en el político y en el militar. Por ello, indiscutiblemente, la fase actual de nuestra lucha, de la revolución española, tiene un carácter democrático-nacional, siendo sus objetivos fundamentales e inmediatos la independencia nacional y la democracia popular. Para medir toda la traición». (Elena Ódena; La política de agresión y saqueo del imperialismo yanqui, obstáculo principal para el desarrollo de los pueblos, 1967)
Venir a declarar esto era como teorizar que todo país que de una u otra forma tuviese lazos de sumisión frente al imperialismo tenía que librar primero una «lucha de liberación nacional», y después empezar a resolver las tareas socialistas; algo absurdo refutado por las experiencias históricas, dado que se acaba combatiendo por la fuerza contra la reacción nacional y extranjera. Seguir esta idea haría que prácticamente ningún país tuviese posibilidad de enfrentar tareas socialistas, ya que en la era de la globalización esa interdependencia entre países se hace notar todavía más. En el caso de España no solo siguen persistiendo las bases estadounidenses o hay varias potencias imperialistas que invirtiendo actualmente capitales en el país, sino que existen lazos supranacionales con la Unión Europea y la OTAN. Por tanto, siempre van a existir «tareas antiimperialistas pendientes», incluso en los países más desarrollados, ¡pero no pueden ser problema central en un propio país imperialista! Para más inri, aquí se olvidaba como afrontar dichas tareas antiimperialistas... pues el nudo gordiano se resuelve cuando tras la toma de poder del proletariado se toman las medidas revolucionarias pertinentes en lo político y económico, eliminando de raíz el problema de la presencia e influencia del imperialismo.
Cuando Ódena rectificó tal pensamiento, reclamaría a Lorenzo Peña no superar todavía tal visión heredada del «thorezismo» y el «carrillismo», puesto que se postraba ante la
«Incapacidad de comprender y aceptar el desarrollo ininterrumpido de la revolución, y que ya en la etapa de democracia popular están contenidos los elementos esenciales de la segunda etapa socialista». (Elena Ódena; Algunas puntualizaciones sobre el izquierdismo: sus causas y manifestaciones, 1972)
No cabe duda que en la España de los años 60 ese negacionismo de la injerencia imperialista yanqui, bajo la excusa vulgar o rimbombante que fuese, significaba –consciente o inconscientemente– ponerse al servicio de los agentes del imperialismo –como hacía precisamente el propio Carrillo–. En cambio, el tener en cuenta estos obstáculos –como eran los vínculos de EE.UU. con España– era una necesidad y a la vez una oportunidad para fortalecer al partido y hacer avanzar la revolución socialista –como se ha visto en algunas de las propuestas del PCE (m-l) sobre las propiedades estadounidenses–.
Es más; existen documentos del PCE (m-l) en donde sí se mantenía una postura mucho más correcta. El propio Lorenzo Peña en colaboración con Paulino –Valera–, reconocía:
«El imperialismo yanqui será arrojado del país y las propiedades robadas por él, al pueblo le serán devueltas. La oligarquía interna será igualmente expropiada y privada de derechos políticos. (…) La confiscación de los bienes de la oligarquía antipatriótica y los que están en manos de los monopolistas yanquis, pasarán a ser en su mayoría propiedad de todo el pueblo. Esto es, al mismo tiempo que se realizan las transformaciones de la revolución democrática pendientes, se instaurará un fuerte sector socialista. Sector que, así como permitía a la oligarquía proimperialista la dominación política exclusiva, dará al proletariado la hegemonía en el poder común de las clases populares que hayan participado en la revolución». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Revolución Española, Nº1, 1966)
¿Por qué «República popular» y no República socialista?
Años más adelante se pueden ver algunas respuestas dadas a otros grupos como la OMLE, núcleo del futuro PCE (r):
«Algunos elementos cortos de vista y mal intencionados políticamente, entre los que se encuentran naturalmente los cabecillas trotskistas, los neorrevisionistas y algunos pseudo-marxista-leninistas librescos de corto vuelo y poco valor, pretenden que al colocar la lucha por la independencia nacional paralelamente a la lucha contra la dictadura fascista, preconizamos en realidad un régimen democrático-burgués nacionalista. Pero nada más lejos de la realidad y de nuestros verdaderos objetivos para cualquiera que haya estudiado nuestra Línea Política sin tergiversarla y sin agarrarse a formulaciones aisladas, ya que la esencia de República Popular y Federativa está claramente expuesta. (...) Es innegable que dado el papel dirigente que ha de desempeñar la clase obrera en alianza con el campesinado así como con otras capas populares, bajo la dirección de su partido de vanguardia en la lucha actual contra la dictadura y la dominación yanqui, el carácter de dicha república ha de ser en gran medida de contenido socialista y ello no puede ser de otro modo dado que la mayor parte de la industria, las finanzas, las materias primas, la energía, los transportes, la mejor parte de la tierra, etc., están en manos de oligarcas o de yanquis u otros inversionistas extranjeros y que todo ello deberá ser confiscado y socializado por el Estado popular con arreglo a las modalidades y formas que establezca el nuevo poder revolucionario. Queda entendido, claro está, que en esta primera fase se mantendrá la propiedad privada de la tierra de los campesinos no latifundistas, así como la del artesanado y empresas de menor importancia». (Elena Ódena; Por una República Democrática, Federal, Popular y Federativa, 1972)
Si podemos achacar otro error formal terminológico está en el uso del término «república popular y federativa» que el PCE (m-l) repetía constantemente en sus publicaciones, aunque como hemos visto en el contenido de su programa dicha república era planteada bajo la hegemonía del proletariado y el planteamiento de resolución de tareas socialistas.
Sobre el término federativo, era defendible que el partido lo popularizase como su solución para los pueblos de España en su programa, pero chocaba con otras realidades como negar la fisonomía de nación a ciertas regiones. Estos son temas recurrentes hoy, y por eso no debemos olvidar que
«Negar el auge de la conciencia nacional de los pueblos pero querer adjudicar a tu partido como «la única organización consecuente a la hora de defender el derecho de autodeterminación» es una broma, sobre todo mientras se trata de imponer un federalismo acompañado de campañas que hieren el orgullo nacional de otros pueblos, como justamente hace hoy RC. Ello supone tratar de imponer un federalismo unitario, forzoso, que nunca calará en los pueblos. De la misma forma que negar la federación como posible respuesta de los pueblos en la ejecución del derecho de autodeterminación como hace Armesilla, es negar tal derecho de autodeterminación en sí. No digamos ya de aquellos que, como él, directamente se niegan a celebrar un futuro referéndum donde los pueblos elijan la libre federación, secesión o la fórmula que crean precisa. No existe mayor chovinismo». (Equipo de Bitácora (M-L); Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)
En cuanto a términos como «democracia popular» o «república popular» fueron designaciones que se venían haciendo en el movimiento comunista desde finales de los años 30. Al principio se utilizó sobre todo para atender a la disparidad de tareas específicas que habría de atender cada país en relación con la experiencia soviética, pero no hubo una dirección clara sobre qué significaba eso, lo que causó quebraderos de cabeza en el futuro. La disparidad de comprensión sobre qué entendía cada partido y cada líder por esa «democracia popular» o «república popular» llevó a toda una serie de distorsiones ideológicas, en general con rasgos derechistas, que tuvieron que ser frenadas, sobre todo, a partir de las teorizaciones de Browder, Varga, Tito, Gomulka, o Mao. Véase la obra de Naum Farberov: «Las democracias populares» de 1949.
A razón de esto creemos que lo recomendable para cualquier organización revolucionaria presente en los países capitalistas desarrollados es que se eviten confusiones, por lo que en los eslóganes a elegir será mejor tomar la reivindicación de una república socialista, sin ninguna decoración como «popular» o «democrática», lo cual es redundante. El triunfo o no de la popularización de dicho eslogan, así como el programa, dependerá de la capacidad del partido de explicar su contenido en el lenguaje de las masas, y de saber exponer la ligazón existente entre sus reivindicaciones más inmediatas con sus deseos ulteriores de emancipación. Lejos de lo que creen los oportunistas, el grado de hostilidad o aceptación de las masas al partido comunista, a su programa y sus eslóganes será alto o bajo no solo por la adecuación de una línea política plasmada a base de tener en cuenta la realidad, sino dependiendo del trabajo que se haga entre las masas para explicar detenidamente por qué no debe temer a ciertos anatemas como el «marxismo», la «socialización de los medios de producción» o la necesidad de la «dictadura del proletariado»… hacer comprender que estas palabras son en realidad acordes a sus aspiraciones actuales, mientras en otros casos el comunista deberá trabajar para que entre las capas más atrasadas lo sean en un futuro. Esto no significa que estos términos deban repetirse mecánicamente sin explicar jamás su contenido detalladamente como hacen muchos grupos, sino que más vale que las masas sepan identificar en lo fundamental qué significa esto y de su necesidad a que el partido lo repita en abstracto hasta parecer una entelequia.
La mayoría de partidos que durante el franquismo o poco después utilizaban los esquemas y eslóganes difusos de República Popular, «sistema del pueblo» y «etapa democrática» en coalición con los «elementos progresistas», no solo lo hacían debido a la influencia ideológica maoísta y de otros revisionismos, sino también porque veían que su partido estaba lejos de lograr tomar el poder, por lo que bajo tal panorama, tirando de un claro pragmatismo, creían que creando una fórmula donde no se asustase a la pequeña burguesía se facilitaría su ascenso político. Puro pragmatismo-oportunismo. Algunos grupos incluso consideraban que la burguesía nacional era una parte importante a considerar de su esquema mental de alianzas para la revolución, lo cual era una idiotez viendo su historial. Hoy, como se ve, todavía existen republicanos y «marxistas» que insisten en esto, incluso los que aparentan estar radicalmente a la «izquierda» en muchas cuestiones.
La lucha y la represión hacia el PCE (m-l)
Los restos del PCE (r) y sus hooligans hoy intentan manipular la historia reciente y presentarse como «el grupo que más ha sufrido la represión franquista y postfranquista» y a veces como «el único que la ha sufrido», el «único que denunció la maniobra de la transición y sus injusticias» lo cual es una broma pesada, ya que fueron un grupo constituido como partido justo en 1975, el mismo año de la muerte de Franco, sin células en el interior como reconocían sus autores, y a la postre articulándose como una organización conspirativa que atentaba de tanto en tanto sin una conexión e influencia entre las masas. La consecuencia de dicha línea era que no se tomaba partido, pues no desarrollaban una participación real, ni podían influir en las movilizaciones contra el desempleo, el peligro de una nueva guerra, las huelgas, ni en ningún mínimo hito de la lucha de clases que hubo en las sucesivas décadas, acabando sus días, de nuevo, con una desesperada cúpula en el exilio y sin presencia real en el interior para levantar una estructura mínima. Véase el capítulo: «Los grupos semianarquistas y el nulo aprovechamiento de los resquicios legales de la democracia burguesa o el fascismo» de 2017.
Pese a estas obviedades, se presentan como «los únicos luchadores antifascistas que lucharon y sufrieron represión», cuando está claro que no solo los marxista-leninistas sino también revisionistas y anarquistas estuvieron antes en la lucha contra el franquismo y el postfranquismo; prueba de ello son los mártires como Julian Grimau del PCE, los anarquistas Delgado y Granados en 1963, Fernando Elorriaga y Jesús Murueta en 1969 así como Mario Diego Capote del PSUC, Antonio Huertas Remigio, Cristóbal Ibáñez y Manuel Sánchez Mesa que resultaron heridos de muerte en una huelga de 1970, la muerte del sindicalista tiroteado Antonio Ruiz Villalba en 1971, Enrique Ruano, militante del Frente de Liberación Popular asesinado durante los interrogatorios o el famoso caso del anarquista Salvador Puig Antich ejecutado en 1974. Podríamos seguir con una lista interminable de nombres para demostrar que durante el franquismo y el postfranquismo el PCE (r) fue testimonial comparado con otros grupos.
En concreto los marxista-leninistas agrupados en el PCE (m-l), sus juventudes JCE (m-l), su sindicato la OSO, su rama estudiantil FUDE y su frente antifascista y patriótico del FRAP, sufrieron tanto o más que el PCE (r) pese a que los restos de éstos alardean en la actualidad de haber sufrido represión y piden que se les otorgue la medalla al antifascismo.
Por citar solo unos pocos ejemplos de la represión sufrida por este grupo tenemos: el tiroteo a Riccardo Gualino en 1965 por repartir propaganda, siendo apresado hasta su liberación y expulsión de España en 1968; la detención de los dirigentes de la cúpula del PCE (m-l) Paulino García Moya y Emilio en 1966; la detención en 1970 de Matías, otro miembro de la cúpula; en 1971 es detenido y torturado el militante del PCE (m-l) Vicente Antonio López durante 17 días; en 1972 miembros de la Brigada Político Social (BPS) disparan sobre el sindicalista Victoriano Diego Gómez por repartir octavillas de la Oposición Sindical Obrera (OSO), sindicato vinculado al PCE (m-l); en 1973 el militante del PCE (m-l) Cipriano Martos es apresado, torturado y envenenado durante los interrogatorios, hoy existe una querella emitida desde Argentina para que en España extraditen y se pueda juzgar a los responsables allí; se sucede en Valencia la detención de los militantes del PCE (m-l) José Tena Gil así como de Esteban Villanueva, por portar propaganda. Durante un período que va desde octubre de 1973 hasta verano del 74, sufrieron en ese lapso de tiempo severas torturas; la famosa caída de 18 militantes del PCE (m-l) en Málaga y de 40 militantes en Elche durante 1973, que debilitan la organización en esos núcleos; la detención y torturas del militante del FRAP José Manuel García Benito a manos de la BPS bajo la única acusación de pertenecer a un grupo político ilegal, siendo uno de los primeros presos políticos después de la muerte de Franco; el secuestro de Rosa Mª García Alcón [militante de la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE) vinculado al PCE (m-l)] en 1975 por la BPS siendo objeto de torturas continuadas durante una semana; detención y tortura de Riccardo Gualino en 1976, pieza clave del partido por sus contactos con los exiliados y los revolucionarios italianos; la encarcelación de Pablo Mayoral y Vladimiro Fernández Tovar con los cargos de participación en acción armada en 1975 que negarían y siguen negando hasta la actualidad, excarcelados por la amnistía de 1977; Víctor Pérez Elexpe, militante del PCE (m-l) muere el 20 de enero 1975 mientras repartía propaganda en Santurce; así mismo: fue herido de gravedad por los disparos de un policía de la BPS Carlos Urritz Geli, el 1 de febrero de ese mismo año; se llevan a cabo, tras las inmensas protestas nacionales e internacionales, los fusilamientos de José Humberto Baena Alonso, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz en 1975, en un juicio sin garantías como se reconoció en el exterior. Tras un periodo previo de torturas, como denunciaron en sus alegatos, tampoco se aceptaron las pruebas de la defensa. La fiscalía a su vez no presentó prueba de huella dactilar, ni testigos, ni prueba de balística ni del arma homicida; pese a ello, los tres fueron condenados sin prueba alguna; el montaje en 1978 contra José Félix Abad, Josep Mª Caparros y Javier Sáez, acusados de colocar una bomba contra la sede de Fuerza Nueva –el autor real y dueño del propio local, Tomás Antón Torregrosa, confesaría años después su responsabilidad–; finalmente, a mediados de los 80 se da la última liberación de los presos del PCE (m-l), tras cumplir condena o ser indultados.
Así podríamos seguir hasta la extenuación sobre la represión que sufrió el PCE (m-l) capitaneado por Elena Ódena durante 1964-85 antes de perder su espíritu revolucionario. Existe suficiente documentación online para estudiar algunos de estos hechos. Véase la obra del PCE (m-l): «Grupo Edelvec; FRAP, 27 de septiembre de 1975» de 1985.
Un hecho curioso es que el PCE (m-l) se presentó para solicitar oficialmente la legalización del partido dentro del nuevo marco de libertad de asociación, con la consiguiente denegación oficial en mayo de 1978 por considerar los estatutos vigentes de la organización aprobados en el IIº Congreso de 1977 como anticonstitucionales, extendiéndose ese marco de ilegalidad a todas sus organizaciones dependientes como el FRAP o la Convención Republicana. A partir de ahí el PCE (m-l) llevará una ardua lucha para extender este derecho de asociación a todas las organizaciones antifascistas. Hay que decir que a diferencia de otros partidos pseudomarxistas, el PCE (m-l) no rebajó los principios de sus estatutos para aceptar ser legalizado, triunfo que se logró finalmente en febrero de 1981. Pese a esta victoria, se suceden los intentos de volver a ilegalizar la organización, siendo el único grupo legal de aquel entonces, a excepción del partido del golpista Tejero Solidaridad Española (SE), contra el que se hicieron movimientos oficiales desde el Ministerio del Interior para tramitar su ilegalización, aunque sin éxito. Cabe anotar que los estatutos que se presenten de cara a la legalidad burguesa que se presenten son una cuestión secundaria en relación con los principios que realmente se enseñen y operen en el día a día. En todo caso, lo que nunca hay que hacer es mentir o introducir párrafos que contradigan la línea oficial.
Más allá de su clara vocación partidista/propagandística, relata hechos que son fácilmente contrastables con las noticias de la época. Recordemos, además:
«Un grupo verdaderamente marxista-leninista, más allá de posibles desviaciones y excesos, no sostiene una lucha permanente a base de atentados y sin perspectivas claras como los grupos netamente terroristas y semianarquistas, sino que lucha por llevar a término la revolución de la mano de las propias masas utilizando tanto métodos pacifistas como violentos, estando codo a codo en cada lucha, algo que por sus características es una tarea larga pues supone hacer que la clase obrera y sus aliados tomen conciencia a cada a paso de la necesidad de la revolución, aprendiendo de su propia experiencia, de las pugnas que se desarrollan en los campos de la política, la economía y la cultura, no pudiéndose forzar las etapas para lanzarse a la toma del poder. Por tanto, la represión que sufren los marxista-leninistas a diferencia de la que sufren los aventureros terroristas, siempre se hará sentir en una intensidad mayor y de forma multifacética, debido a la sencilla razón de que sus acciones y sus objetivos suponen una verdadera peligrosidad para el Estado, tanto en la forma de democracia burguesa como en su forma fascista, mientras que un grupo desligado de las masas, ecléctico y desesperado, por muy espectacular que se pretenda con sus acciones, no supone un desafío real sino un problema fugaz, y puede hasta llegar a ser, como hemos visto históricamente, un juguete en manos de los servicios secretos.
Un grupo marxista-leninista no debe hacer de sus penurias una constante unilateral en su propaganda, no debe caer en el culto a los mártires sin más perspectivas; esto se debe aceptar como una consecuencia lógica de la lucha de clases y del proyecto revolucionario. Tampoco debe centrar su programa en «mirarse el ombligo», porque, aunque es necesario para mantener la memoria de los caídos, de excederse en su ejercicio conduce a un ritual de autocompasión y autosatisfacción, a olvidarse de las luchas presentes, a descuidar los problemas de las masas y finalmente al aislamiento mientras se recuerda lo que entienden como las «gestas pasadas» de la organización. Algo que, si bien llena de orgullo, no determina el seguir avanzando, pues recordemos que no se puede vivir del pasado». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)
Ahora, en cambio, muchos de los que reivindican en mayor o menor medida el legado de lucha del viejo PCE (m-l) han caído en esta tendencia desviacionista de organizar actos y eventos recordando a los caídos de la vieja organización, pero olvidando los principios que ellos defendían, ya que, una vez acabadas las reuniones y desfiles, una vez emitidas las loas y el réquiem pertinente, pisotean la memoria de los fallecidos al pactar y aliarse con enemigos ideológicos sin pudor alguno.
Véase el capítulo: «¿No se ha aprendido nada del desastre de las alianzas oportunistas y de los intentos de fusionarse con otros revisionistas?» de 2020.
Esto es una desviación basada en el formalismo y el doctrinarismo, que pretende aprovecharse de la memoria de verdaderos revolucionarios para ganar simpatías». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2020)
Creo que sería interesante que también hiciéseis un análisis del PCPE y de su escisión, el PCTE.
ResponderEliminarEs algo que nos han pedido reiteradamente, pero no vemos diferencia alguna con su vieja marca, al menos de momento, y sobre todo, no supone un organismo con relevancia como para que merezca tal esfuerzo. Puedes ver los posts sobre el PCPE aquí:
ResponderEliminarhttp://bitacoramarxistaleninista.blogspot.com/search/label/Partido%20Comunista%20de%20los%20Pueblos%20de%20Espa%C3%B1a
Bueno, relevante o no actualmente para la sociedad española, lo cierto es que muchos jóvenes con inquietud lo ven como un referente marxista-leninista entre toda la amalgama de siglas que hay actualmente. Por este motivo, creo que sería muy constructivo hacer un análisis de su modelo organizativo y de su práctica política. En vuestra opinión, aparte de la falta de formación de la militancia, ¿qué está fallando en el PCTE? ¿Qué cambios se tendrían que dar estruturalmente en el partido para recoger lo mejor del movimiento comunista e implementar de forma exitosa el centralismo democrático?
ResponderEliminar"Bueno, relevante o no actualmente para la sociedad española, lo cierto es que muchos jóvenes con inquietud lo ven como un referente marxista-leninista entre toda la amalgama de siglas que hay actualmente".
ResponderEliminarDudo que "muchos jóvenes" lo vean como referentes... la mayoría de jóvenes desconocen que el comunismo, la poca juventud interesada en esta corriente, están repartida entre varios de los chiringuitos revisionistas. Pero eludes la parte fundamental, ¿es necesaria una inversión en refutar a un grupo sin influencia ni diferente a su vieja escisión? Para nada. Debes comprender que nuestro tiempo no es infinito, el PCTE no puede ser referente por la sencilla razón de que viene de un partido revisionista como el PCPE, del cual no solo no critica su historia, sino que reivindica, así como reivindica sus aliados internacionales (Cuba, Corea del Norte, KKE, etc.), por tanto, no hay mucho que explicar que ya se haya expresado hasta la saciedad en los documentos sobre estas corrientes, incluyendo el PCPE. Comprende que valoramos las "peticiones" de nuestros lectores, pero no "trabajos por encargo" deben de ser peticiones con sentido.
Me podría usted aclarar que tiene que ver el PCE(r) con el peronismo? No sé qué tiene que ver uno con otro. Puede citar los documentos en base a los cuales establece esta relación.
ResponderEliminarPor supuesto:
ResponderEliminarPeronismo, la quintaesencia del populismo, el falso antiimperialismo y del anticomunismo por antonomasia; Equipo de Bitácora (M-L), 2018
http://bitacoramarxistaleninista.blogspot.com/2018/04/peronismo-la-quintaesencia-del.html