lunes, 2 de septiembre de 2024

Notas y consejos de Marx y Engels a Lassalle sobre su novela histórica

 Nota de la edición: En 1859, Ferdinand Lassalle hace aparecer su tragedia histórica, «Franz von Sickingen» (1859), que envía a Marx el 6 de marzo de 1859, acompañada de una nota «sobre la idea trágica» y a Engels el 21 de marzo. 

Lassalle toma por asunto el levantamiento de la caballería contra los príncipes en el otoño de 1522 −dos años antes de la guerra de los campesinos (1524-1525). Este movimiento de la pequeña nobleza empobrecida −reaccionaria por sus fines de clase, puesto que los caballeros querían resucitar el pasado− no habría podido vencer a los príncipes de no apoyarse en la burguesía ascendente y sobre los campesinos. Pero esto era imposible, los caballeros habían emprendido su lucha, precisamente, para conservar sus privilegios. La coalición de los príncipes los aplastó, Sickingen fue mortalmente herido y su otro jefe, Ulrich von Hutten, huyó a Suiza, donde murió. 

«Tras esta derrota y la muerte de sus dos jefes, la fuerza de la nobleza, como clase independiente de los príncipes, fue quebrada. A partir de esta época, la nobleza no actúa más que al servicio y bajo la dirección de los príncipes. La guerra de los campesinos que estalló inmediatamente después, los obligó, más aún, a situarse bajo la protección de los príncipes y mostró, al mismo tiempo, que la nobleza alemana gustaba más de continuar explotando a los campesinos, bajo el dominio de los príncipes, que derribar a los príncipes y los sacerdotes por medio de una alianza abierta con los campesinos emancipados». (Friedrich Engels; Las guerras campesinas en Alemania, 1850) 

Parece singular que Lassalle haya escogido dos jefes de la caballería hacia su ocaso, y no los héroes plebeyos de la guerra de los campesinos, para escribir «la tragedia de la Revolución». Además, Lassalle, contrariamente a la realidad histórica, hace de Sickingen y de Hutten, los portavoces de la burguesía ascendente, los campeones de la unidad política de Alemania y de la lucha contra el Papado. 

Marx y Engels, que no se habían puesto de acuerdo, expresan, en sus cartas respectivas del 19 de abril y del 18 de mayo de 1859, una opinión idéntica sobre la pieza de Lassalle.

Karl Marx; Carta a Lassalle, 19 de abril de 1859

«Paso ahora a tu «Franz von Sickingen». En primer lugar, debo elogiar la composición y la acción, y esto es más de lo que puede decirse de cualquier drama alemán contemporáneo. En segundo lugar, aparte de toda actitud de crítica, la obra me ha emocionado vivamente en la primera lectura, y la impresión que producirá sobre los lectores, en quienes dominan más los sentimientos, será más fuerte aún. Y este es un segundo punto muy importante. Y ahora, el reverso de la medalla: primeramente −esto es puramente formal−, desde el momento en que escribías en verso, habrías podido dar a tus yambos una forma un poco más artística. Pero, al fin y al cabo, por mucho que les choque a los poetas profesionales tu negligencia, la considero, a final de cuentas, como una ventaja, porque nuestros epígonos poéticos no han guardado más que una forma cuidada. Secundariamente: el conflicto, tal como lo has concebido, no es sólo trágico; es este mismo conflicto trágico el que acarreó su pérdida al partido revolucionario de 1848-49. Sólo puedo, pues, aprobarte enteramente cuando tú quieres hacer de él el punto central de una tragedia moderna. Pero me pregunto si tu asunto estaba bien escogido para traducir ese conflicto. Balthasar puede, sin duda, creer que, si Sickingen, en lugar de disimular su revuelta bajo la máscara de una querella entre caballeros, hubiera izado la bandera de la guerra abierta contra el emperador y los príncipes, hubiera vencido. ¿Podemos compartir esta ilusión? Sickingen −y más o menos con él Hutten− no ha sucumbido a causa de su astucia. Ha sucumbido porque se había rebelado como caballero y representante de una clase moribunda contra lo existente; o, sobre todo, contra la nueva forma de lo existente. Si se le quita a Sickingen lo que pertenece al individuo, con su educación particular, sus disposiciones naturales, etc., tendríamos a Goetz von Berlichingen. En éste, individuo lamentable, la oposición trágica entre la caballería, de una parte, y el emperador y los príncipes, de otra, se expresa en una forma adecuada, y es por ello que Goethe tenía razón al escogerlo como héroe. En la medida en que Sickingen −y en parte Hutten mismo, aunque para él, como para todos los ideólogos de su clase, parecidos juicios deberían ser sensiblemente modificados− combate a los príncipes −porque si se dirige contra el emperador, es sólo porque el emperador de los caballeros se convierte en emperador de príncipes−, no es de hecho sino un Quijote; aunque un Quijote históricamente justificado. Que comience su revuelta bajo la forma de una querella de caballeros, esto significa sólo que la comienza en tanto que caballero. Para comenzarla de otro modo, debía haber hecho, directamente y desde el principio, un llamado a las ciudades y a los campesinos; es decir, precisamente a las clases cuyo desarrollo significa la negación de la caballería. 

Si tu querías, pues, no reducir tu conflicto al de Goetz von Berlichingen −y esto no entraba en tu plan−, Sickingen y Hutten debían morir porque en su imaginación ellos eran revolucionarios −lo cual no puede decirse de Goetz− y, como la nobleza instruida de la Polonia de 1830, se habían hecho, por una parte, los instrumentos de las ideas modernas, y, por otra, representaban el interés de una clase reaccionaria. En estas condiciones, los representantes nobles de la revolución −cuyas frases de orden, de unidad y de libertad ocultaban aún el sueño del antiguo Imperio y del derecho del más fuerte− no deberían haber absorbido la atención hasta el punto en que lo hacen en tu obra: los representantes del campesinado −éstos sobre todo− y elementos revolucionarios de las ciudades, deberían haber constituido un fondo escénico activo muy importante. Habrías podido entonces expresar, y en un grado más elevado, precisamente las ideas más modernas en su forma más pura, mientras que ahora, al margen de la libertad religiosa, es la unidad política la que de hecho resulta la idea principal de tu drama. Debías haber shakespearizado más, mientras que ahora considero como tu mayor error la schillerización, la transformación de los individuos en simples portavoces del espíritu del siglo. ¿Tú mismo, en cierta medida, no has caído, como tu Franz von Sickingen, en el error diplomático de dar más importancia a la oposición de Lutero y de los caballeros, que a la oposición de los plebeyos y de Münzer? 

Lamento, además, la ausencia de rasgos característicos en los caracteres. Hago una excepción para Carlos V, Balthasar y Ricardo de Tréves. Y sin embargo, ¿hubo nunca una época tan rica en caracteres fuertemente señalados como el siglo XVI? Hutten representa, a mis ojos, demasiado exclusivamente el «entusiasmo», lo cual es fastidioso. ¿No fue al mismo tiempo un hombre con mucha sal, un verdadero demonio de ingenio, y no has sido, en consecuencia, demasiado injusto hacia él? 

Hasta qué punto tu Sickingen, representado por lo demás de manera demasiado abstracta, es víctima de un conflicto independiente de sus cálculos personales, se deduce de la manera en que se ve obligado a predicar a sus caballeros la amistad con las ciudades, etc., y, por otra parte, del placer que siente en ejercer él mismo el derecho del más fuerte sobre las ciudades. 

viernes, 23 de agosto de 2024

Retos, disputas y carencias en la filosofía soviética; Equipo de Bitácora (M-L), 2024

 [Enlaces de DESCARGA del texto en PDF al final del documento]

«En realidad, y volviendo a las tesis de Iliénkov, cualquier investigador que se precie debe recurrir a la «enumeración de ejemplos» para demostrar la validez de la teoría mencionada. Al mismo tiempo, entre sus tareas está el saber buscar otros ejemplos en la vida cotidiana, hallar la «excepcionalidad a la regla» o reportar nuevas evidencias que aporten más «ejemplos» −o que directamente echen abajo toda la teoría tal y como se había concebido−. Si bien es ridículo tachar −en cualquier momento y lugar− a toda producción filosófica externa a la URSS de «ideología burguesa», «decadente» e «inservible», no menos patético es reducir toda la filosofía soviética −incluso en época de dominio abiertamente revisionista− como igual a cero. No hay que olvidar, además, que gran parte de los autores de una época son los mismos que estuvieron en otra época −como más adelante cotejaremos−, y que, por tanto, para disimular su extremo oportunismo simplemente tuvieron que recuperar, matizar o reciclar sus obras para aparentar que seguían siendo «fieles seguidores del marxismo-leninismo». (...) El pensamiento de Iliénkov, lejos de lo que presentan algunos de sus admiradores, no fue totalmente incompatible con la línea oficialista de la URSS de Jruschov-Brézhnev. Los matices y sutilezas que pudiera mantener con otros filósofos de la época, como Kopnin, no demuestran un antagonismo frente a la línea oficialista −de la cual, por otro lado, también formó parte−, sino que resulta una particularidad totalmente normal entre individuos que forman un colectivo. Pensar lo contrario, en cualquier época, implicaría aceptar indirectamente teorías rocambolescas como que, por ejemplo, debido a las disputas, censuras o represiones no puede hablarse de filosofía stalinista como tal, ya que los principales representantes de la época, como Aleksándrov, Yudin, Rosental, Konstantinov y Cía. fueron −en algún momento− criticados, saboteados o degradados. Sin embargo, un ejemplo que desmonta esto y, por el contrario, demuestra la capacidad de adaptación −oportunismo− por parte de estos personajes, lo tenemos en el hecho paradójico de que la mayor parte de filósofos que habían ocupado puestos clave durante el «periodo stalinista» fueron los mismos que llevaron a cabo dicha «desestalinización». (Equipo de Bitácora (M-L); Retos, disputas y carencias en la filosofía soviética, 2024)


Preámbulo

El siguiente documento es una recopilación de tres capítulos dedicados a la filosofía soviética de las primeras décadas, para ser más exactos desde 1917 hasta 1955. En dicha compilación se abordarán temáticas muy variadas; desde episodios comúnmente estudiados dentro de la sovietología −como el debate sobre ciencia y filosofía entre «dialécticos» y «mecanicistas» de los años 20−; cuestiones menos investigadas en castellano −como las dificultades en la creación y mantenimiento de la revista «Cuestiones de filosofía» en 1947−, más otras que siguen siendo polémicas aún hoy, como el debate sobre la originalidad de la filosofía rusa. Y todo ello, sin olvidar pronunciarnos sobre las tendencias de moda −como el embelesamiento por la figura de Iliénkov y su noción de los «ideales» o la vieja cuestión de si es correcto separar lo «material» de lo «espiritual»−.

Entiéndase, pues, que el objetivo no es otro que corroborar, matizar o desmitificar ciertas problemáticas y paradigmas que, como es costumbre, se han venido realizando desde puntos de vista simplificados, mediocres, cuando no directamente manipulados. Debido a que las materias a tratar son tan amplias y variopintas, aconsejamos al lector que, al igual que en otros documentos del estilo, revise primero el índice para decidir qué cuestiones pueden resultar más llamativas y necesarias a la hora de aclarar sus dudas y atender a sus intereses.

El lector se preguntará por qué hemos detenido nuestro análisis en dicha fecha previa al XXº Congreso del PCUS (1956). Esto es fácil de responder. En primer lugar, porque pensamos que era necesario poner en su sitio ciertos debates, teorías y conclusiones sobre la filosofía soviética de los primeros años. En segundo lugar, si bien esperamos que en un futuro cercano podamos examinar detenidamente los desarrollos de la filosofía bajo dirección de jruschovistas y brezhnevistas, en honor a la verdad, sobre esto no hay tanto que desbrozar dado que no existen tantas incógnitas. Nos explicamos. Si bien los marxista-leninistas albaneses no se detuvieron en analizar en profundidad la época leninista y stalinista en la filosofía soviética −y mucho menos para encontrar defectos en este periodo y oponerse públicamente a dichos fenómenos−, en cambio estos si realizaron una larga y fecunda labor a la hora de exponer el contenido antimarxista de la filosofía revisionista soviética de los años 60, 70 y 80. 

En cualquier caso, este documento de índole filosófica sobre la experiencia soviética ha de leerse en conexión con el resto de valoraciones críticas que ya hemos expresado o están en camino sobre aspectos como cuestión nacional, militar, lingüística, económica, política exterior, etcétera. De otro modo, el lector corre el riesgo de perder de vista el resto de fenómenos que acompañan e incluso condicionan a las disputas ideológicas como las que precisamente ocurren en el campo filosófico bajo diversos disfraces y pretextos.

Notas 

[1] Lectura y descarga del PDF [AQUÍ] en Scrib o [AQUÍ] en Mega.

[2] Para consultar todos los documentos en PDF editados por el Equipo de Bitácora (M-L) pinche [AQUÍ].

lunes, 12 de agosto de 2024

Paul Lafargue; «El dinero» de Zola, 1891

La siguiente es una recopilación de escritos sobre la tendencia literaria del naturalismo analizados desde una óptica marxista: a) Paul Lafargue; «El dinero» de Zola, 1891; b) Lina Blumfeld; El naturalismo, 1934; y c) Alfred Uçi; Laberintos del modernismo: crítica de la estética modernista, 1978.

Esta resulta especialmente interesante en tanto que el naturalismo se fraguó a nivel artístico presentándose con gran afán de originalidad, en teoría, basándose en nuevos descubrimientos científicos. Sin embargo, acabó incurriendo en los mismos vicios y limitaciones que sus predecesores: a) el lenguaje lejos de ser una herramienta para reflejar la realidad y vislumbrar una nueva, se usó para crear nuevos estilos y juegos lingüísticos; b) a falta de un conocimiento sólido del material de estudio, se contentó por plasmar lo aparente e intentó impresionar al lector con un descriptivismo de los paisajes y personajes que resulta tan increíble como insulso; b) popularizó el embelesamiento de lo horripilante, patológico y anecdótico que tanto gustó a los románticos, decadentes, morbosos y espíritus lastimeros en general; c) para intentar explicar las pasiones nobles o cuestionables de sus personajes cayó preso de un fatalismo del ambiente o hereditario; d) en suma, equiparó lo social y lo biológico a través de un fisiologismo y un materialismo mecanicista tan propio del positivismo y el darwinismo social.

Lo que debe la novela a Émile Zola

«Una manía encantadora e inocente corre rampante en el clan de los escritores parisinos: cada uno de ellos se considera creador de un nuevo género literario, uno en el terreno del lirismo, el otro en el de la novela; todo el mundo tiene derecho a ser director de escuela; cada uno es considerado a sus propios ojos tan original que él mismo se sitúa en las antípodas de todos sus honorables colegas. Sin embargo, a estos señores les une estrechamente el desprecio con el que honran recíprocamente las obras de genio de los demás y el miedo a que se ponga en duda su pretensión de originalidad. Cuando se dirigen entre sí, no dejan de referirse unos a otros como «maestros», con la mayor cortesía y la mayor seriedad. Los hermanos Goncourt, tan hábiles en el arte de la escritura aburrida, creen que la Academia oficial es demasiado pequeña para contener a todos los genios en busca del espíritu que vagan por las calles, y fundaron junto al «Teatro libre» de Monsieur Antoine, y a su imagen, una fábrica libre de «inmortales». ¡Le dotaron de una suma que, por cierto, sólo debe pagarse después de su muerte!

Para ganarse los laureles con los que ellos mismos coronan sus cabezas −los mejores elogios son los que se dirigen a uno mismo−, letristas y novelistas no se han cargado con un incómodo bagaje de pensamientos y reflexiones originales, ni siquiera se han molestado en crear una nueva forma literaria. El público en general, cuyos aplausos y dinero en efectivo codiciaban estos caballeros, no debería desconcertarse ni sorprenderse por la originalidad: se contentaba con cultivar las formas utilizadas y vestidas por sus predecesores. La historia verá en la absoluta falta de imaginación la característica más destacable de los «líderes» de las diferentes «escuelas» contemporáneas. Todos sus esfuerzos y sus aspiraciones se limitaban a quitar del verso y de la novela −en cuanto al drama habían sido expulsados de los teatros a silbatos por el público− el entusiasmo juvenil y la fantasía desbordante que hacían el encanto del romanticismo de 1830: en su lugar, ofrecieron muestras de sus pacientes y esfuerzos dolorosos. Nos dieron una literatura de magistrados aburridos y sucios.

sábado, 20 de julio de 2024

Xhafer Dobrushi; Los puntos de vista antimarxistas de los revisionistas titoístas sobre la nación: Una expresión de su perspectiva idealista y reaccionaria del mundo, 1987

«Como siempre, los revisionistas titoístas continúan afirmando que, supuestamente, han abordado y resuelto la cuestión nacional en su país de una manera marxista-leninista. Por supuesto, no podría ser más falso. Los análisis científicos y materialistas del PTA y del camarada Enver Hoxha de esta peligrosa tendencia revisionista han demostrado que las teorías titoístas y sus prácticas en la nación y la cuestión nacional, como todos sus puntos de vista y posiciones sobre la teoría y la práctica del socialismo científico no contienen nada de proletario ni socialista, se desvían flagrantemente del marxismo-leninismo. Las teorías de los revisionistas titoístas sobre la noción de la nación, que expresa su perspectiva del mundo reaccionaria e idealista, sirven directamente a los intereses de la burguesía chovinista yugoslava. Son intentos de proporcionar una «base teórica» para su política burguesa, nacionalista y chovinista que se implementa en Yugoslavia y que caracteriza todo su sistema de «autodeterminación» capitalista.

La teoría marxista-leninista ha proporcionado y formulado hace mucho un concepto científico y materialista completo sobre la nación. Partiendo de los principios fundamentales establecidos por Marx, Engels y Lenin sobre esta cuestión, de la base de un análisis dialéctico completo del proceso histórico y las condiciones materiales que han llevado a la creación y fortalecimiento de las comunidades sociales y el reemplazo de las comunidades inferiores, como los parentescos y tribus, con otras comunidades superiores, nacionalidades y naciones, J.V. Stalin realizó una definición científica de la nación:

«La nación es una comunidad permanente de personas formada históricamente que ha surgido sobre la base de la comunidad del idioma, territorio, vida económica y formación psicológica, que se manifiesta en la comunidad cultural». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

Esta definición expresa las características más generales y los componentes principales de la nación. La negación de cada una de ellas y los intentos de añadir otros elementos no son más que una desviación abierta de la teoría marxista-leninista de la nación, esfuerzos en vano por encubrir y justificar la persecución de una política no proletaria en la cuestión nacional. Con sus puntos de vista y posiciones prácticas, los revisionistas yugoslavos se han opuesto abiertamente a la concepción y definición científica y materialista de la nación en todos sus aspectos. Tras levantarse contra el concepto marxista-leninista de Stalin sobre la nación y su definición científica, uno de los líderes titoístas y principales teóricos, Edvard Kardelj, se comprometió a hacer una «nueva» definición:

«La nación, como la concebimos actualmente, es un fenómeno histórico, socioeconómico y político-cultural que ha surgido a partir de condiciones definidas de la división social del trabajo». (Edvard Kardelj; El desarrollo de la cuestión nacional eslovena, 1977)

Como se ve, en esta definición Kardelj excluye, no involuntariamente, del contenido de la nación todo lo que caracteriza la esencia de la comunidad nacional. Distorsiona abiertamente el proceso histórico del surgimiento y la consolidación de las naciones, niega su rasgo más general que las caracteriza como comunidades permanentes de personas e ignora elementos tan determinantes como la comunidad del idioma, el territorio y vínculos económicos. Por supuesto, la definición de la nación de Kardelj no carece de propósitos. Es la conclusión de un voluminoso libro que, como dice el propio autor, fue escrito para aclarar y elaborar las bases teóricas del programa nacional de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia (LCY). Encontramos el espíritu antimarxista y anticientífico que impregna esta concepción de la nación de naciones que se encuentra en la base de las teorías de los revisionistas titoístas sobre la cuestión nacional y de la nación.

miércoles, 10 de julio de 2024

Karl Marx sobre las consecuencias inmediatas de la industria mecanizada para el obrero

«La gran industria tiene su punto de arranque, como hemos visto, en la revolución operada en los instrumentos de trabajo, y, a su vez, los instrumentos de trabajo transformados cobran su configuración más acabada en el sistema articulado de máquinas de la fábrica. Antes de ver cómo se le incorpora material humano a este organismo objetivo, hemos de examinar algunas de las repercusiones generales de esa revolución sobre el propio obrero.

a) Apropiación por el capital de las fuerzas de trabajo excedentes. El trabajo de la mujer y del niño

La maquinaria, al hacer inútil la fuerza del músculo, permite emplear obreros sin fuerza muscular o sin un desarrollo físico completo, que posean, en cambio, una gran flexibilidad en sus miembros. El trabajo de la mujer y del niño fue, por tanto, el primer grito de la aplicación capitalista de la maquinaria. Este poderoso sustituto de trabajo y de obreros se transformó inmediatamente en un medio para aumentar el número de asalariados, colocando a todos los individuos de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edad, bajo el dominio inmediato del capital. Los trabajos forzados al servicio del capitalista vinieron a invadir y usurpar, no sólo el lugar reservado a los juegos infantiles, sino también el puesto del trabajo libre dentro de la esfera doméstica y, a romper con las barreras morales, invadiendo la órbita reservada incluso al mismo hogar. [1]

El valor de la fuerza de trabajo no se determinaba ya por el tiempo de trabajo necesario para el sustento del obrero adulto individual, sino por el tiempo de trabajo indispensable para el sostenimiento de la familia obrera. La maquinaria, al lanzar al mercado de trabajo a todos los individuos de la familia obrera, distribuye entre toda su familia el valor de la fuerza de trabajo de su jefe. Lo que hace, por tanto, es depreciar la fuerza de trabajo del individuo. La compra de la familia fraccionada, por ejemplo, en 4 fuerzas de trabajo, tal vez cueste más de lo que costaba antes comprar la fuerza de trabajo del cabeza de familia, pero en cambio se obtienen 4 jornadas de trabajo en vez de una, y su precio disminuye en proporción al excedente de plustrabajo de los cuatro sobre el plustrabajo de uno. Los cuatro tienen que suministrar no solo trabajo, sino también plustrabajo para el capital, a fin de que la familia viva. Como se ve, la maquinaria amplía desde el primer momento, no sólo el material humano de explotación, la verdadera cantera del capital, sino también su grado de explotación.

«El número de obreros ha crecido considerablemente, con la sustitución cada vez más intensa del trabajo masculino por el trabajo de la mujer, y, sobre todo, con la sustitución del trabajo de los adultos por el trabajo infantil. Tres muchachas de 13 años, con salarios de 6 a 8 chelines a la semana, desplazan a un hombre de edad madura, con un jornal de 18 a 45 chelines». (Th. de Quincey; La lógica de la política económica, 1844)

Como en la familia hay ciertas funciones, por ejemplo, la de atender y amamantar los niños, que no pueden suprimirse radicalmente, las madres, confiscadas por el capital, se ven obligadas en mayor o menor medida a alquilar obreras que las sustituyan. Los trabajos impuestos por el consumo familiar, tales como coser, remendar, etc., se suplen forzosamente comprando mercancías confeccionadas. Al disminuir la inversión de trabajo doméstico, aumenta, como es lógico, la inversión de dinero. Por tanto, los gastos de producción de la familia obrera crecen y contrapesan los ingresos obtenidos del trabajo. A esto se añade el hecho de que a la familia obrera le es imposible atenerse a normas de economía y conveniencia en el consumo y preparación de sus víveres.

Las máquinas revolucionan también radicalmente la base formal sobre la que descansa el régimen capitalista: el contrato entre el patrono y el obrero. Sobre el plano del cambio de mercancías era condición primordial que el capitalista y el obrero se enfrentasen como personas libres, como poseedores independientes de mercancías: el uno como poseedor de dinero y de medios de producción, el otro como poseedor de fuerza de trabajo. Ahora, el capital compra seres carentes en todo o en parte de personalidad. Antes, el obrero vendía su propia fuerza de trabajo, disponiendo de ella como individuo formalmente libre. Ahora, vende a su mujer y a su hijo. Se convierte en esclavista.

jueves, 4 de julio de 2024

¿Concibe el marxismo el aprendizaje como un proceso pasivo del individuo?


«De ningún modo debe concebirse el proceso educativo como una actividad unilateral y adjudicar todo, sin excepción, a la actividad del ambiente, anulando la del propio alumno, la del maestro y todo lo que entra en contacto con la educación. Al contrario, en la educación no hay nada de pasivo o inactivo. Hasta las cosas inanimadas, cuando se las incorpora al ámbito de la educación, cuando se les confiere un papel educativo, adquieren dinamismo y se convierten en participantes eficaces de este proceso. 

Con una visión superficial resulta fácil extraer de la teoría de los reflejos condicionados la conclusión de que la conducta humana y la educación se entienden en forma exclusivamente mecánica y que el organismo se parece a un robot –autómata– que responde con regularidad maquinal a las excitaciones del medio. Ya hemos señalado la inexactitud de este criterio. El propio proceso de formación del reflejo condicionado –como lo hemos demostrado– surge de la lucha y el encuentro de dos elementos totalmente independientes uno del otro en su naturaleza, que se cruzan e interceptan en el organismo según las leyes de ese mismo organismo. 

«El hombre enfrenta a la naturaleza como una fuerza de la naturaleza». El organismo enfrenta al mundo como una magnitud que lucha activamente y hace frente a las influencias del ambiente con la experiencia que ha heredado. El ambiente, como si fuera a martillazos, aplasta y forja esa experiencia, la deforma. El organismo lucha por la autoafirmación. La conducta es un proceso dialéctico y complejo de lucha entre el mundo y el hombre, y dentro del mismo hombre. Y en el desenlace de esta lucha las fuerzas del propio organismo, las condiciones de su construcción heredada, desempeñan un papel no menor que las influencias incisivas del ambiente. Por consiguiente, reconocer la «impregnación social» absoluta de nuestra experiencia no implica en modo alguno concebir al hombre como un robot, ni negarle toda significación. Por eso, la fórmula anteriormente citada, que se propone predecir con exactitud matemática la conducta del hombre y calcularla a partir de las reacciones heredadas y de todas las influencias del medio, se equivoca en un aspecto esencial: no toma en cuenta la infinita complejidad de la lucha intraorgánica, que jamás permite calcular y predecir la conducta del hombre, que no es sino el resultado de esa lucha. El medio no es algo absolutamente impuesto al hombre desde afuera. Ni siquiera se puede discernir dónde terminan las influencias del medio y dónde comienzan las influencias del propio cuerpo. 

Por lo tanto, el propio cuerpo −como sucede en los campos interno y propioceptivos− es una parte del medio social. El proceso de formación de las reacciones adquiridas y de los reflejos condicionados es un proceso activo bilateral, donde el organismo no sólo está sometido a la influencia del ambiente, sino que con cada una de sus reacciones influye en cierto modo sobre el ambiente y, a través de ése, sobre sí mismo. En este proceso bilateral, al organismo le pertenece el reflejo, entendido como reacción preparada, y al medio le pertenecen las condiciones para el surgimiento de una nueva −reacción−. Pero el proceso de formación de las reacciones depende, en cada caso, del desenlace del combate entre el organismo y el medio. 

lunes, 24 de junio de 2024

Consejos y advertencias de un investigador para los historiadores y sus vicios más comunes


«Hace tiempo que me intereso en la crítica del cristianismo y de los asuntos bíblicos. Han pasado ya 25 años cabales desde que colaboro con un artículo para «Kosmos» sobre el origen de la prehistoria de la Biblia, y dos años después escribí otro para el «Neue Zeit» sobre el origen del cristianismo. Es éste, por consiguiente, un viejo caballo de batalla del que vuelvo a ocuparme. La ocasión para volver a este asunto fue la necesidad de preparar la segunda edición de mi libro «Precursores del Socialismo».

Las críticas al anterior libro −las que yo tuve oportunidad de leer− han encontrado errores, principalmente en la Introducción, en donde yo había ofrecido un breve bosquejo del comunismo del cristianismo primitivo. Se declaró que mi opinión no resistiría la luz de los conocimientos resultantes de las últimas investigaciones. Poco después de aparecer esas críticas, Gohre y otros proclamaron que esta opinión, la de que nada en concreto podría decirse acerca de la personalidad de Jesús, y la de que el cristianismo podría explicarse sin referencia a esta personalidad −primero defendida por Bruno Bauer y después aceptada en sus puntos esenciales por Franz Mehring, y formulada por mí desde 1885−, resultaba ya anticuada.

Por consiguiente, no quise publicar una nueva edición de mi libro, que había aparecido hacía treinta años, sin revisar antes cuidadosamente, basándome en lo escrito últimamente sobre la materia, las nociones del cristianismo que yo había obtenido en estudios anteriores. Como resultado de ello llegué a la agradable conclusión de que nada tenía que cambiarse, pero que las últimas investigaciones me ponían frente a una multitud de nuevos puntos de vista y nuevas sugestiones, que ampliaron la revisión de mi introducción a los Precursores, convirtiéndola en un libro completo.

Por supuesto, no pretendo decir que he agotado la materia, demasiado gigantesca para agotarse. Me sentiría satisfecho de haber tenido éxito en contribuir al mejor entendimiento de aquellas fases del cristianismo que me impresionan como las más esenciales desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia. Tampoco puedo aventurarme a comparar mis conocimientos, en lo referente a las materias de la historia religiosa, con los teólogos que han dedicado toda su vida a ese estudio, mientras que yo he tenido que escribir el presente volumen en las pocas horas de ocio que mis actividades editoriales y políticas me permiten, en una época en que todos los momentos absorbían la atención de cualquier persona que participara en las luchas de clase de nuestros días, de tal modo que poco tiempo podía quedar para lo demás; me refiero al período comprendido entre el inicio de la Revolución Rusa de 1905 y el estallido de la Revolución Turca de 1908.

Pero quizás mi participación intensa en las luchas de clase del proletariado me ofreció precisamente aquellos panoramas de la esencia del cristianismo primitivo que pueden permanecer inaccesibles a los profesores de Teología y de Historia Religiosa.

Jean-Jacques Rousseau ofrece el siguiente pasaje en su «Julia», o «La Nueva Eloísa»:

«Me parece ridículo intentar el estudio de la sociedad −le monde− como un simple observador. Quien desea sólo observar no observará nada, puesto que, siendo inútil en el verdadero trabajo y un estorbo en las recreaciones, no se le admite en ninguna de las dos. Observamos las acciones de los demás en la medida en que nosotros mismos actuamos. En la escuela del Mundo, como en la del Amor, tenemos que empezar con el ejercicio práctico de aquello que deseamos aprender». (Parte II, Carta 17)

Este principio, limitado aquí al estudio del hombre, puede hacerse extensivo y aplicarse a las investigaciones de todas las cosas. En ningún lugar se ganará mucho por simple observación sin participación práctica. Esto es verdad aun refiriéndose a las investigaciones de objetos tan remotos como las estrellas. ¡Dónde estaría hoy la astronomía si se hubiese limitado a meras observaciones, si no se hubiese combinado con la práctica, con el uso del telescopio, análisis espectrales, fotografías! Pero este principio es aún más verdadero cuando se aplica a cosas de esta tierra, con las cuales la práctica nos ha habituado y forzado a un contacto más íntimo que la mera observación. Lo que aprendemos por la simple observación de las cosas es insignificante cuando se compara con lo que con nuestro trabajo práctico sobre las mismas y con las mismas cosas obtenemos. Dejemos que el lector simplemente recuerde la inmensa importancia que el método experimental ha alcanzado en las ciencias naturales.

No pueden hacerse experimentos como medio de investigación de la sociedad humana, pero, no obstante, en cualquier sentido, la actividad práctica del investigador no es de importancia secundaria; las condiciones de su éxito son similares a las condiciones de un experimento fructuoso. Estas condiciones resultan de un conocimiento de los resultados más importantes obtenidos por otros investigadores, y de una familiaridad con un método científico que agudiza la apreciación de los puntos esenciales de cada fenómeno, capacitando al investigador para distinguir lo esencial de lo no esencial, y revelando el elemento común de las varias experiencias.