martes, 23 de agosto de 2022

¿Debió el PCE adoptar la «Nueva Democracia» y la «GPP» para ganar la Guerra Civil Española (1936-39)?; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«En otros capítulos de nuestras obras [*] pudimos comprobar cómo en su día Mao Zedong, al igual que tantos otros líderes de Europa del Este y Asia, recibieron su flamante «República Popular» de la mano de las acciones decisivas del Ejército Rojo de la URSS contra Japón, de su financiación permanente, de la existencia de una frontera segura −como era la soviético-mongola− y gracias −en líneas generales− a una coyuntura internacional altamente favorable durante la posguerra. En cambio, en 1964, Mao no solo parecía olvidarse de esa verdad histórica, sino que al creerse la propaganda de los suyos −que le erigía como el mayor «genio militar» que el mundo jamás haya conocido− se permitía dar consejos al resto del mundo, «corrigiendo» los errores del resto de experiencias: 

«Kang Sheng: Yo le pregunté a los camaradas españoles, y ellos contestaron diciendo que el problema para ellos consistía en establecer una democracia burguesa, y no una nueva democracia. En su país, ellos no se ocuparon de estos tres puntos: ejército, campo y Poder político. Se subordinaron completamente a las exigencias de la política exterior soviética, y no consiguieron nada en absoluto (Mao: ¡Esas son las políticas de Chen Tu-hsiu!). Ellos dicen que el Partido Comunista organizó un ejército y luego se lo entregó a otros. (Mao: Eso es inútil). Ellos tampoco querían el Poder político». (Mao Zedong; Presidente Mao hablando al pueblo; Conversaciones y cartas: 1956-1971)

Esta es la cita del «Gran Timonel» que los neomaoístas han reproducido hasta la saciedad para intentar explicar los diferentes resultados en las guerras de China y España. Sin ir más lejos, obsérvese como la «Línea de Reconstitución» (LR) reproducía la obra del Partido Comunista Revolucionario (EE. UU.) «La Línea de la Comintern ante la Guerra Civil en España» (2016), un escrito en donde, todo sea dicho, se coquetea abiertamente con una reevaluación de la guerra en clave trotskista y se repiten todos los mitos de la historiografía burguesa sobre el PCE, como la acusación de «oponerse a la colectivización», regalar el carnet a «pequeño burgueses» y «rebajar el espíritu revolucionario de las masas», algo que refutamos en su día. Para más inri, demuestra un cínico ejercicio de proyección de lo que ha sido maoísmo y sus propios defectos. Véase el capítulo: «La Guerra Civil Española (1936-39) y su interpretación en clave anarco-trotskista» (2022).

Asegurar que los revolucionarios españoles perdieron la guerra porque en lo militar no aplicaron una «GPP» combinada en lo político-económico con una búsqueda de una «nueva democracia», y que ambos factores fueron decisivos para «la desmoralización de los desposeídos» es lo más patético que se puede llegar a afirmar a nivel histórico. No solo es una auténtica falta de respeto para los antifascistas hispanos y de todo el mundo, sino que es una mentira que, como tal, tiene las patas muy cortas. Precisamente el programa de «nueva democracia» de Mao incluía: 1) negar la hegemonía de cualquier clase o partido en esta etapa; 2) no obstaculizar, sino primar, el desarrollo del sector privado considerándolo «beneficioso para el pueblo»; 3) pedir créditos al imperialismo extranjero para industrializar el país y «desarrollar las fuerzas productivas»; 4) considerar a la burguesía compradora y al colonialismo como únicos enemigos de la nación, configurando a la burguesía nacionalista como parte del «pueblo» y «aliado fundamental» para el triunfo de la revolución, esquema de alianzas que consideraban también posible «durante la construcción del socialismo». No podemos hacer nada por quien se atreva hoy a negar esto; simplemente le aleccionamos a que repase las obras originales del autor chino sin adulteraciones. Véase nuestra obra: «Comparativas entre el marxismo-leninismo y el revisionismo chino sobre cuestiones fundamentales» (2016). 

domingo, 14 de agosto de 2022

¿Por qué la base manual y la técnica manufacturera llegó a ser incompatible con las nuevas demandas de la producción?

«Como sistema orgánico de máquinas de trabajo movidas por medio de un mecanismo de trasmisión impulsado por un autómata central, la industria maquinizada adquiere aquí su fisonomía más perfecta. La máquina simple es sustituida por un monstruo mecánico cuyo cuerpo llena toda la fábrica y cuya fuerza diabólica, que antes ocultaba la marcha rítmica, pausada y casi solemne de sus miembros gigantescos, se desborda ahora en el torbellino febril, loco, de sus innumerables órganos de trabajo. Los husos, las máquinas de vapor, etc., existían antes de que existiesen obreros dedicados exclusivamente a fabricar máquinas de vapor, husos, etc., del mismo modo que existían trajes y el hombre iba vestido antes de que hubiese sastres. Sin embargo, los inventos de Vaucanson, Arkwright, Watt, etc., sólo pudieron llevarse a cabo porque aquellos inventores se encontraron ya con una cantidad considerable de obreros mecánicos diestros, suministrados por el período de la manufactura. Parte de estos obreros eran artesanos independientes de diversas profesiones, y parte operarios concentrados en manufacturas en las que, como hemos dicho, se aplicaba con especial rigor el principio de la división del trabajo. Al multiplicarse los inventos y crecer la demanda de máquinas inventadas, fue desarrollándose más y más la diferenciación de la fabricación de maquinaría en distintas ramas independientes, de una parte, y de otra la división del trabajo dentro de cada manufactura de construcción de máquinas. La base técnica inmediata de la gran industria se halla, pues, como vemos en la manufactura. Fue ella la que introdujo la maquinaria con que ésta pudo desplazar a la industria manual y manufacturera, en las ramas de producción de que primero se adueñó. De este modo, la industria de maquinaria se fue elevando de un modo espontáneo hasta un nivel material desproporcionado a sus fuerzas. Al llegar a una determinada fase de su desarrollo, esta industria no tuvo más remedio que derribar la base sobre la que se venía desenvolviendo y que había ido perfeccionando dentro de su antigua forma, para conquistarse una nueva base más adecuada a su propio régimen de producción. Y así como la máquina suelta no salió de su raquitismo mientras sólo estuvo movida por hombres y el sistema maquinista no pudo desenvolverse libremente mientras las fuerzas motrices conocidas –la tracción animal, el viento e incluso el agua– no fueron sustituidas por la máquina de vapor, la gran industria no se sobrepuso a las trabas que embarazaban su libre desarrollo mientras su medio de producción característico, la máquina, permaneció mediatizado por la fuerza y la pericia personales, es decir en tanto que dependió de la fuerza muscular, la agudeza visual y la virtuosidad manual con que el obrero especializado, en la manufactura, y el artesano, fuera de ella, manejaban sus diminutos instrumentos. Aparte de lo que este origen encarecía las máquinas –circunstancia que se impone al capital como motivo consciente–, esto hacía que los avances de la industria ya mecanizada y la penetración de la maquinaria en nuevas ramas de producción dependiesen pura y exclusivamente del desarrollo de una categoría de obreros que, por el carácter semiartístico de su trabajo, sólo podía aumentar paulatinamente. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, la gran industria se hizo, además, técnicamente incompatible con su base manual y manufacturera. Crecimiento volumen de las máquinas motrices, de los mecanismos de trasmisión y de las máquinas de trabajo, mayor complicación, mayor variedad y uniformidad más rigurosa del ritmo de sus piezas, al paso que las máquinas– herramientas se iban desprendiendo del modelo manual a que se venían ajustando desde sus comienzos, para asumir una forma libre, supeditada tan sólo a su función mecánica; el desarrollo del sistema automático y el empleo cada vez más inevitable de materiales de difícil manejo, como, por ejemplo, el hierro en vez de la madera: la solución de todos estos problemas, que iban planteándose de una manera elemental y espontánea, tropezaba en todas partes con los obstáculos personales, que el personal obrero combinado en la manufactura no vencía tampoco en el fondo, aunque en parte los obviase. La manufactura no podía lanzar al mercado, por ejemplo, máquinas como la moderna prensa de imprimir, el telar a vapor moderno y la moderna máquina de cardar.

Al revolucionarse el régimen de producción en una rama industrial, ésta arrastra consigo a las otras. Esto que decimos se refiere principalmente a aquellas ramas industriales que, aunque aisladas por la división social del trabajo, que hace que cada una de ellas produzca una mercancía independiente, aparecen, sin embargo, entrelazadas como otras tantas fases de un proceso general. Así por ejemplo, la implantación del hilado mecánico obligó a que se mecanizase también la rama textil, y ambas provocaron, a su vez, la revolución químico-mecánica en los ramos de lavandería, tintorería y estampado. La revolución operada en las hilanderías de algodón determinó el invento del gin para separar la cápsula de algodón de la semilla, lo que permitió, que la producción algodonera se elevase, corno las circunstancias exigían, al nivel de una producción en gran escala. La revolución experimentada por el régimen de producción agrícola e industrial determinó, a su vez, un cambio revolucionario en cuanto a las condiciones generales del proceso social de producción, o sea, en cuanto a los medios de comunicación y transporte». (Karl MarxEl Capital, Tomo I, 1867)

jueves, 4 de agosto de 2022

¿Qué pasa con aquellos cuya política no pasa por posicionarse a favor de ningún bloque imperialista?; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

[Publicado originalmente en 2020. Reeditado en 2022]

«En esta sección analizaremos varias cuestiones de suma importancia. 

En primer lugar, desmontaremos la típica propaganda imperialista de que «X» país, al tener unos supuestos «derechos históricos» sobre una zona «Y», tiene vía libre para imponer su dominio en contra de la voluntad de sus habitantes. 

En segundo y tercer lugar, veremos cómo para las potencias imperialistas las regiones y sus poblaciones son meros peones en un tablero de ajedrez, no hay intención real de velar por su bienestar, solo cálculos mezquinos en torno a mayor manejo de recursos y prestigio internacional.

En cuarto lugar, observaremos cómo el señor Gouysse se vale de comparaciones forzosas −con la Guerra de Corea (1950)− para justificar un apoyo a China en una futura guerra con los EE.UU.  

En quinto lugar, compararemos los reproches de Gouysse hacia los «dogmáticos» e «izquierdistas» −es decir, aquellos que no aceptan posicionarse con la China de Xi Jinping− con las críticas que recibía el Partido del Trabajo de Albania (PTA), de parte de los prochinos y prosoviéticos, por no posicionarse con alguna de las superpotencias de la época. 

Por último, presentaremos cuales eran las tesis de Lenin contra Kautsky en torno a la cuestión de la paz en mitad de una guerra imperialista, especialmente cuando los revolucionarios, como en aquel entonces los bolcheviques, aun están lejos de tener una influencia significativa entre la población. 

¿Qué es eso de que China tiene «derecho» a reclamar Taiwán?

«La reunificación completa de nuestra patria constituye una aspiración común de todos los compatriotas de ambas orillas del Estrecho». (Xi Jinping; Discurso de final de año, 2021)

Entendemos que la cuestión de Taiwán es casi una cuestión de honor para los imperialistas chinos, los cuales son orgullosos y se sienten fuertes para mover ficha, con cada vez mayor osadía. Si su potencial sigue creciendo tarde o temprano otorgarán un ultimátum a la isla y no se detendrán ahí, sino que pasarán a reclamar otros territorios, tengan «reclamaciones históricas», «afinidades étnicas» o sean de simple «interés estratégico en la zona». Ya hemos manifestado que los palmeros de Pekín siempre dirán amén a estas acciones. Esto es normal, y no debemos guardarles especial rencor, ya que como todo vasallo su labor se resume en que cuando el amo actúa ellos tienen que buscarse la vida en excusar sus actos. En su día justificaron la ocupación de zonas como Xinjiang, el Tíbet, Macao o Hong Kong con el pretexto de «liberarlos del imperialismo occidental» y la «opresión religiosa», pero esta fue una carta que gastaron hace tiempo, cuando los gobernantes chinos de la época de Mao empezaron a repartirse el mundo en contubernio con los EE.UU. y pasaron a promover las distintas religiones tradicionales, aunque, eso sí, siempre que estas respetasen la «integridad del territorio» y no mancillasen el honor del gobierno central. ¡Si hasta hemos visto recientemente al Presidente Xi Jinping citando a Confucio!

Algunos alegarán que China tiene «derechos históricos» sobre la isla. Bien, para quien no lo sepa durante el siglo XVII Taiwán fue una colonia holandesa y española, después pasó a ser colonizada por las diferentes dinastías chinas, quienes no tuvieron problema en exterminar a parte de la población para someterla a su gobernación, luego fue ocupada por el expansionismo japonés y por último, en el año 1949, pasó a formar parte de la República de China, es decir, del gobierno formado a partir de los restos del Kuomintang (KMT), el partido nacionalista –o mejor dicho uno de los dos partidos nacionalistas– que perdió la guerra civil china frente al Partido Comunista de China (PCCh) –que hoy gobierna desde Pekín–. En aquel entonces la cúpula del PCCh no se atrevió a echar a un debilitado KMT de la zona principalmente por dos razones: a) la dificultad de una operación anfibia; b) el pavor a provocar una intervención de los EE.UU. y una guerra a gran escala. 

Pero las cosas han cambiado muchísimo desde entonces. Pekín demostró en la práctica no tener ninguna intención de construir el comunismo ni respetar la soberanía nacional de los pueblos, sino que su único objetivo palpable ha sido la expansión de su economía capitalista por los cuatro costados del planeta, todo a fin de obtener las máximas ganancias. Una ambiciosa labor en la que, por cierto, los prochinos contemporáneos olvidan que Washington ha sido su benefactor durante no pocas décadas, proporcionándole todo tipo de asistencia técnica para levantar su imperio, algo que ahora se le ha vuelto totalmente en contra. ¡Paradojas de la vida!

En cuanto a la actual población taiwanesa todo parece indicar que no desea su unión con la China continental, pero en caso de que no fuese así, el gobierno chino dudosamente va a dar la posibilidad de saberlo en un plebiscito. En este aspecto igual de fiable sería la cacareada «supervisión internacional» de la ONU, que, por otra parte, nunca ha demostrado ser un organismo imparcial, pues desde sus comienzos ha estado manipulada por los designios del Tío Sam. Lo que debe de quedar claro es que si los soldados chinos de Xi Jinping invaden la zona sería como si Francia hubiese decidido invadir Alsacia en 1913 o Alemania invade el Sarre en 1933. ¿Qué queremos decir? Que más allá de las simpatías de la población o los famosos «derechos históricos», este sería un movimiento calculado por la burguesía nacional para iniciar un ajuste de cuentas con el imperialismo rival, para obtener «X» beneficios, nada más. Pero, a todo esto, ¿con qué legitimidad un país imperialista invocaría la «autodeterminación de los pueblos» cuando ni siquiera la respeta en su casa? A esto es lo que no saben qué responder nuestros afables fans de un imperialismo u otro, que solo apuran a tartamudear un par de frases manidas. Véase el capítulo: «¿Puede ser «el apoyo de los pueblos» un país que viola el derecho de autodeterminación en su casa?» (2021).

Por si esta forma de razonar resulta extraña para muchos dejaremos las siguientes palabras del jefe de los bolcheviques:

«El obrero asalariado seguirá siendo objeto de explotación, y para luchar con éxito contra ella se exige que el proletariado sea independiente del nacionalismo, que los proletarios mantengan una posición de completa neutralidad, por decirlo así, en la lucha de la burguesía de las diversas naciones por la supremacía. En cuanto el proletariado de una nación cualquiera apoye en lo más mínimo los privilegios de «su» burguesía nacional, este apoyo provocará inevitablemente la desconfianza del proletariado de la otra nación, debilitará la solidaridad internacional de clase de los obreros, los desunirá para regocijo de la burguesía». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1916)