jueves, 4 de agosto de 2022

¿Qué pasa con aquellos cuya política no pasa por posicionarse a favor de ningún bloque imperialista?; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

[Publicado originalmente en 2020. Reeditado en 2022]

«En esta sección analizaremos varias cuestiones de suma importancia. 

En primer lugar, desmontaremos la típica propaganda imperialista de que «X» país, al tener unos supuestos «derechos históricos» sobre una zona «Y», tiene vía libre para imponer su dominio en contra de la voluntad de sus habitantes. 

En segundo y tercer lugar, veremos cómo para las potencias imperialistas las regiones y sus poblaciones son meros peones en un tablero de ajedrez, no hay intención real de velar por su bienestar, solo cálculos mezquinos en torno a mayor manejo de recursos y prestigio internacional.

En cuarto lugar, observaremos cómo el señor Gouysse se vale de comparaciones forzosas −con la Guerra de Corea (1950)− para justificar un apoyo a China en una futura guerra con los EE.UU.  

En quinto lugar, compararemos los reproches de Gouysse hacia los «dogmáticos» e «izquierdistas» −es decir, aquellos que no aceptan posicionarse con la China de Xi Jinping− con las críticas que recibía el Partido del Trabajo de Albania (PTA), de parte de los prochinos y prosoviéticos, por no posicionarse con alguna de las superpotencias de la época. 

Por último, presentaremos cuales eran las tesis de Lenin contra Kautsky en torno a la cuestión de la paz en mitad de una guerra imperialista, especialmente cuando los revolucionarios, como en aquel entonces los bolcheviques, aun están lejos de tener una influencia significativa entre la población. 

¿Qué es eso de que China tiene «derecho» a reclamar Taiwán?

«La reunificación completa de nuestra patria constituye una aspiración común de todos los compatriotas de ambas orillas del Estrecho». (Xi Jinping; Discurso de final de año, 2021)

Entendemos que la cuestión de Taiwán es casi una cuestión de honor para los imperialistas chinos, los cuales son orgullosos y se sienten fuertes para mover ficha, con cada vez mayor osadía. Si su potencial sigue creciendo tarde o temprano otorgarán un ultimátum a la isla y no se detendrán ahí, sino que pasarán a reclamar otros territorios, tengan «reclamaciones históricas», «afinidades étnicas» o sean de simple «interés estratégico en la zona». Ya hemos manifestado que los palmeros de Pekín siempre dirán amén a estas acciones. Esto es normal, y no debemos guardarles especial rencor, ya que como todo vasallo su labor se resume en que cuando el amo actúa ellos tienen que buscarse la vida en excusar sus actos. En su día justificaron la ocupación de zonas como Xinjiang, el Tíbet, Macao o Hong Kong con el pretexto de «liberarlos del imperialismo occidental» y la «opresión religiosa», pero esta fue una carta que gastaron hace tiempo, cuando los gobernantes chinos de la época de Mao empezaron a repartirse el mundo en contubernio con los EE.UU. y pasaron a promover las distintas religiones tradicionales, aunque, eso sí, siempre que estas respetasen la «integridad del territorio» y no mancillasen el honor del gobierno central. ¡Si hasta hemos visto recientemente al Presidente Xi Jinping citando a Confucio!

Algunos alegarán que China tiene «derechos históricos» sobre la isla. Bien, para quien no lo sepa durante el siglo XVII Taiwán fue una colonia holandesa y española, después pasó a ser colonizada por las diferentes dinastías chinas, quienes no tuvieron problema en exterminar a parte de la población para someterla a su gobernación, luego fue ocupada por el expansionismo japonés y por último, en el año 1949, pasó a formar parte de la República de China, es decir, del gobierno formado a partir de los restos del Kuomintang (KMT), el partido nacionalista –o mejor dicho uno de los dos partidos nacionalistas– que perdió la guerra civil china frente al Partido Comunista de China (PCCh) –que hoy gobierna desde Pekín–. En aquel entonces la cúpula del PCCh no se atrevió a echar a un debilitado KMT de la zona principalmente por dos razones: a) la dificultad de una operación anfibia; b) el pavor a provocar una intervención de los EE.UU. y una guerra a gran escala. 

Pero las cosas han cambiado muchísimo desde entonces. Pekín demostró en la práctica no tener ninguna intención de construir el comunismo ni respetar la soberanía nacional de los pueblos, sino que su único objetivo palpable ha sido la expansión de su economía capitalista por los cuatro costados del planeta, todo a fin de obtener las máximas ganancias. Una ambiciosa labor en la que, por cierto, los prochinos contemporáneos olvidan que Washington ha sido su benefactor durante no pocas décadas, proporcionándole todo tipo de asistencia técnica para levantar su imperio, algo que ahora se le ha vuelto totalmente en contra. ¡Paradojas de la vida!

En cuanto a la actual población taiwanesa todo parece indicar que no desea su unión con la China continental, pero en caso de que no fuese así, el gobierno chino dudosamente va a dar la posibilidad de saberlo en un plebiscito. En este aspecto igual de fiable sería la cacareada «supervisión internacional» de la ONU, que, por otra parte, nunca ha demostrado ser un organismo imparcial, pues desde sus comienzos ha estado manipulada por los designios del Tío Sam. Lo que debe de quedar claro es que si los soldados chinos de Xi Jinping invaden la zona sería como si Francia hubiese decidido invadir Alsacia en 1913 o Alemania invade el Sarre en 1933. ¿Qué queremos decir? Que más allá de las simpatías de la población o los famosos «derechos históricos», este sería un movimiento calculado por la burguesía nacional para iniciar un ajuste de cuentas con el imperialismo rival, para obtener «X» beneficios, nada más. Pero, a todo esto, ¿con qué legitimidad un país imperialista invocaría la «autodeterminación de los pueblos» cuando ni siquiera la respeta en su casa? A esto es lo que no saben qué responder nuestros afables fans de un imperialismo u otro, que solo apuran a tartamudear un par de frases manidas. Véase el capítulo: «¿Puede ser «el apoyo de los pueblos» un país que viola el derecho de autodeterminación en su casa?» (2021).

Por si esta forma de razonar resulta extraña para muchos dejaremos las siguientes palabras del jefe de los bolcheviques:

«El obrero asalariado seguirá siendo objeto de explotación, y para luchar con éxito contra ella se exige que el proletariado sea independiente del nacionalismo, que los proletarios mantengan una posición de completa neutralidad, por decirlo así, en la lucha de la burguesía de las diversas naciones por la supremacía. En cuanto el proletariado de una nación cualquiera apoye en lo más mínimo los privilegios de «su» burguesía nacional, este apoyo provocará inevitablemente la desconfianza del proletariado de la otra nación, debilitará la solidaridad internacional de clase de los obreros, los desunirá para regocijo de la burguesía». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1916)

¿Tambores de guerra por Taiwán?

Sabemos que China no acepta un no por respuesta, por eso mismo ha estado todo 2021 aumentando la presión militar en el Sur del país, en el estrecho de Taiwán, con el claro objetivo de amedrentar a este pequeño país capitalista e imponer sus «fraternales intereses» a sus habitantes que, como los pobladores de Hong Kong, nada quieren saber de su sistema:

«China lanza un nuevo mensaje a Taiwán. Este sábado, cuando la isla celebraba la fiesta de su Día Nacional, el ejército chino organizó maniobras militares nocturnas para entrenar cómo sería una invasión de islas a gran escala. Ese mismo día, la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen pidió un «diálogo significativo» con Pekín. El simulacro de ataque nocturno incluyó drones, fuerzas especiales y tropas aerotransportadas que se movieron desde múltiples ubicaciones, según un informe de la emisora estatal de Televisión Central de China (CCTV)». (La Razón; China realiza un simulacro de invasión militar de una isla en un claro aviso a Taiwán, 13 de octubre de 2020)

Ya en 2020 los analistas proestadounidenses se mostraban muy preocupados de que los planes chinos de invadir Taiwán podrían ser más serios de lo previsto:

«Oriana Skylar Mastro, analista que estudia el poder militar chino en la Universidad de Stanford, afirma que dio la voz de alarma sobre Taiwán cuando Xi impuso en 2018 la supresión del límite de mandatos presidenciales en China, convirtiéndose de facto en un potencial presidente vitalicio «De repente, todo lo que había dicho sobre Taiwán adquirió un significado diferente», asegura esta experta. «Por el momento en el que dijo que quería que se resolviera este asunto, está ahora ligado a su legitimidad como líder y a su ejercicio como líder». (...) Xi ha manifestado que la reunificación de Taiwán es «una demanda inevitable para el gran rejuvenecimiento del pueblo chino». (...) El primero de ellos es que China podría tener pronto la capacidad militar suficiente para derrotar a Estados Unidos en una hipotética guerra por Taiwán. «Durante los últimos 20 años, la pregunta principal que la mayoría se hacía fue si Estados Unidos defendería a sus socios y aliados», dice Mastro. «Era una cuestión de determinación. ¿Vendrá Estados Unidos en auxilio de Taiwán? Pero a medida que el ejército chino ha avanzado, la cuestión ha dejado de ser «si vendrá» para empezar a ser «si podrá». La transformación del Ejército Popular chino en una fuerza moderna y dotada de alta tecnología ha ocurrido mucho más rápido de lo que muchos habían previsto. (...) Y, según el capitán Fanell, Estados Unidos ha fallado repetidamente en esos exámenes, permitiendo que China tomara el control en 2012 del llamado Bajo de Masinloc, un atolón cuya soberanía se disputan China, Taiwán y Filipinas. EE.UU tampoco hizo nada para frenar la construcción de una serie de enormes islas artificiales en el mar del Sur de China. «Lo que ocurrió en el Bajo de Masinloc entre abril y junio de 2012 es el mayor fracaso de la política exterior de Estados Unidos en Asia desde que nuestros helicópteros despegaron de los techos de los edificios de la embajada en Saigón en 1975», dice Fanell, en alusión a la derrota de Estados Unidos en la guerra de Vietnam. «Fue un desastre y realmente tuvo el efecto de debilitar la credibilidad de Estados Unidos en Asia, ya que no hicimos nada para defender a Filipinas», señala. (BBC; Taiwán, el conflicto latente que espera al próximo presidente, 30 de octubre de 2020)

En Taiwán también se ha observado un impulso en armamento y logística, con tal de realizar, en palabras del portavoz de la fuerza aérea, una posible defensa «ante la amenaza del enemigo». Esto se puede ver observando las compras realizadas para su ejército en marzo de 2021 de misiles tierra-aire a la empresa estadounidense Lockheed Martin, acción llevada a cabo apenas dos días después de que veinte aviones del ejército chino ingresaran en la Zona de Identificación de Defensa Aérea de Taiwán, resultando inusual que tantas aeronaves simultáneamente realizaran ejercicios en ese territorio. Por tan solo citar un ejemplo.

Por si esto no fuera poco, la reciente visita de la presidenta de la cámara de representantes de EE. UU., Nancy Pelosi, a Taiwán ha confirmado que a nivel externo como interno, a uno y otro lado del Estrecho de Formosa, la tensión aumenta a niveles desmesurados:

«La primera respuesta de China a la visita de Pelosi fue prohibir la importación de cientos de productos alimentarios de Taiwán y mantiene un despliegue militar que incluye el cierre de áreas marítimas por maniobras navales en el Mar de Bohai y en el de China Meridional. El Ministerio de Defensa del gigante asiático también ha anunciado una serie de «maniobras militares dirigidas» con el objetivo de «defender la soberanía nacional y la integridad territorial» de China». (Laura Gómez Díaz; Claves de la complicada relación entre China y Taiwán: por qué la visita de Pelosi ha disparado la tensión con EE.UU., 2022) 

Esto puede ser un arranque de histeria o temor en los analistas anglosajones, pero en caso de confirmarse en lo sucesivo los EE.UU. tendrán que escoger entre abstenerse de intervenir; prestar apoyo en una guerra regional; o pedir ayuda a sus aliados mundiales aumentando el nivel de escalada de dicha hipotética guerra. Si esto ocurre en la fase del mandato de Joe Biden, tomar como medida el abandonar Taiwán a su suerte, sin plantar si quiera batalla, sería visto como una de las mayores humillaciones geopolíticas de la historia estadounidense, marcando una grave devaluación del prestigio personal del presidente y seguramente su tumba política, máxime cuando Washington acaba de recoger el cable en Afganistán en una huida que le ha dejado en completo ridículo frente a la comunidad internacional. Es por ello muy posible que en una tesitura como la que planteamos los EE.UU. decidan entrar en guerra contra China, aunque solo sea para demostrar al mundo que su tiempo no ha pasado, intentando evitar así repetir el efecto dominó de desmoralización entre sus aliados. Aun así, públicamente, lejos de dar una respuesta decisiva han declarado que:

«Es difícil prever hasta qué punto habría una implicación o no. En cualquier caso, Estados Unidos está comprometido, si no a intervenir, sí a ayudar de manera decisiva a Taiwán». (Laura Gómez Díaz; Claves de la complicada relación entre China y Taiwán: por qué la visita de Pelosi ha disparado la tensión con EE.UU., 2022)

En todo caso, como se ha visto recientemente con la Guerra de Ucrania, no nos podemos fiar de lo que relatan los grandes medios de comunicación de uno y otro lado. Recordemos que más de un «experto analista» aseguró para principios de 2022 que «no existía ningún peligro real de guerra», por lo que quienes anuncian hoy ante esta nueva escalada de tensión sino-taiwanesa que solo se trata de «maniobras propagandísticas», bien puede haber realizado sus cálculos de la misma forma precipitada. Véase el subcapítulo: «La Rusia de Putin salta al vacío y decide invadir Ucrania» (2022).

¿Qué carácter tendría esta nueva guerra?

Si China fuerza esta nueva guerra en torno a Taiwán será para seguir con su relampagueante línea expansionista y, de paso, servirá para tomarle el pulso a EE.UU. y aliados, comprobando si a la hora de la verdad se atreven a contradecirle militarmente en una guerra que saben de antemano que no será fácil por su nivel de recursos tanto en lo logístico, armamentístico como humano. De no producirse una respuesta por parte de Washington se abriría la veda para que el dragón tome posiciones más cómodas en Asia –continente que ya es su coto de caza económico por delante de EE.UU.– y, por extensión, esto también se hará sentir en el resto del mundo. Pero, a todo esto, ¿cómo ha llegado China hasta aquí? ¿Cómo se ha convertido en potencia imperialista mundial? Esto es importante porque, como dijimos, parece que algunos se «olvidan» de este «pequeño detalle»:

«En estas condiciones, para llegar a superpotencia, China tendrá que pasar por dos fases principales: la primera, solicitar créditos e inversiones del imperialismo norteamericano y de los otros países capitalistas desarrollados, adquirir tecnología moderna para explotar las riquezas de su país, la mayor parte de las cuales pasará a título de dividendos a los acreedores. La segunda, invertir la plusvalía obtenida a expensas del pueblo chino en estados de diversos continentes, como hacen en la actualidad los imperialistas norteamericanos y los socialimperialistas soviéticos. (...) La política pragmática y aberrante de China la ha empujado a convertirse en aliada del imperialismo norteamericano y a proclamar al socialimperialismo soviético como el enemigo y peligro principal. Mañana, cuando China vea que ha logrado su objetivo de debilitar al socialimperialismo soviético, cuando vea, según su lógica, que el imperialismo norteamericano está fortaleciéndose, entonces, dado que se apoya en un imperialismo para combatir a otro imperialismo, podrá continuar su lucha en el otro flanco. En este caso el imperialismo norteamericano podrá convertirse en el más peligroso y entonces China, automáticamente, podrá adoptar una posición contraria a la precedente». (Enver Hoxha; Imperialismo y revolución, 1978)

Entonces, el lector comprenderá que justificar esta nueva guerra bajo el pretexto de que China liberaría a los taiwaneses de la «influencia estadounidense» es dejarse engañar muy fácilmente por la propaganda. Esto sería como si en los años 70 hubiéramos aceptado que la URSS de Brézhnev, en un ejercicio de «internacionalismo proletario», hubiera invadido China ya que la influencia mercantil, crediticia y de capitales de los EE.UU. empezó a fluir a mansalva, ¡justo en el mismo momento donde la URSS sufría ese mismo proceso en paralelo! ¿No sería una excusa cómica y patética a partes iguales? Si el lector quiere otro ejemplo, esto es como si hoy los EE.UU. decidieran que, para «salvar al continente asiático de la creciente influencia china y rusa», deben invadir Australia o Corea del Norte. Honestamente, nadie en su sano juicio puede aceptar estos paternalismos hacia los pueblos que, como la historia ha demostrado, siempre esconden un fin mucho menos noble que el que se alega.

La cosa resulta más hipócrita, para ambas partes, cuando uno lee el infame «Comunicado de Shanghái», del 25 de febrero de 1972, firmado por la República Popular de China y Estados Unidos. Este fue un escrito que fue redactado para dar comienzo a la colaboración mutua, como aliados entre China y los EE.UU. En el «punto 12» de dicho documento, por parte de los EE.UU. se declaraba sobre la cuestión nacional de Taiwán lo siguiente: «Que los Estados Unidos reconocen que Taiwán forma parte de China, que apoyan la unificación mediante un acuerdo pacífico entre ambas partes». Finalmente, para rebajar las tensiones entre ambas partes, los Estados Unidos rebajarían su presencia militar en bases de Taiwán hasta que, llegada la unificación, se retiraran de la isla al completo. A día de hoy sabemos que nada de esto podía estar más alejado de la realidad, que, lejos de producirse ninguna retirada, la presencia militar estadounidense está más presente que nunca. Del mismo modo, Taiwán parece haber aumentado la compra de arsenal militar a los Estados Unidos.

¿Qué significa esto? Que, ante todo, la diplomacia entre las grandes potencias imperialistas no se basa en ninguna serie de convicciones, esta clase de alianzas se producen solo para el beneficio mutuo. Pero en el momento en el que una de las dos deba expandirse a costa de la otra, todos los tratados y ejercicios diplomáticos quedaran ignorados o traicionados, con las previas políticas de cooperación entre naciones siendo sustituidas por un «que gane el mejor», deba de producirse esto con una batalla comercial, una batalla militar o, como suele darse, ambas. 

Si el lector no nos cree del todo, puede revisar lo que fue la geopolítica europea del siglo XIX para terminar de convencerse. En 1888, ante la perspectiva de una posible guerra entre la «Santa Alianza» formada por Rusia, Austria y Prusia que había «asesinado» a Polonia, Engels comentaba a su compañero rumano Ion Nadejde que «no se podía simpatizar con ningún bando»:

«En este momento la alianza [Austria, Prusia, Rusia] parece haberse desintegrado y la guerra es inminente. Pero incluso si llega la guerra, será simplemente para hacer que las recalcitrantes Prusia y Austria sigan la línea. Espero que se mantenga la paz: en tal guerra sería imposible simpatizar con ninguno de los combatientes; más bien, si tal cosa fuera posible, uno desearía que todos fueran vencidos. Sería una guerra terrible, pero, pase lo que pase, eventualmente todo se volverá en beneficio del movimiento socialista y acercará la adhesión de la clase obrera». (Friedrich Engels; Carta a Ion Nadejde, 4 de enero de 1888)

En 1916, Lenin atacaba las posiciones de quienes se escudaban en la «defensa de la patria» para defender la política exterior de su burguesía imperialista. Consideraba que esto era un completo sin sentido ya que estas potencias luchaban simple y llanamente por el control de los recursos:

«Todas las frases sobre una guerra defensiva o sobre la defensa de la patria que provengan de las grandes potencias –léanse los grandes expoliadores– que combaten por la hegemonía mundial, por los mercados y «esferas de influencia» y por la esclavización de las naciones, ¡son frases mentirosas, absurdas e hipócritas!». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Una caricatura del marxismo y el economicismo imperialista, 1916)

¿Y hoy? ¿Qué posición habría que tomar ante un eventual enfrentamiento EE.UU. vs China por el pretexto que fuese, como, por ejemplo, la guerra comercial entre ambos o la cuestión de Taiwán? Para responder a esto último bastaría con preguntamos, ¿cuál sería el «progreso histórico» de que China expandiera sus fronteras hacia la isla taiwanesa? ¿Implementar el régimen laboral de las doce horas que vimos en el capítulo anterior? Esto se vuelve todavía más ridículo para los activistas prochinos de la «izquierda» europea y latinoamericana, ¿esa es la política que os gustaría aplicar en vuestros países? ¡Magníficas noticias! Al menos los trabajadores sabrán cual es vuestro modelo de sociedad a implantar.

En conclusión, de producirse una guerra sino-estadounidense por Taiwán esta tendría un carácter muy claro para nosotros, quizás el problema esté en que para otros no lo es. Muy seguramente los amantes de China tendrían que aventurarse a barajar todo tipo de pretextos y excusas acrobáticas hasta dar con una formulación medianamente creíble, como el posicionamiento de las bases estadounidenses en el Pacífico, o que Taiwán es un fiel aliado de EE.UU. En cambio, esto no borraría en lo más mínimo que China ha sido aliada de Washington, así como que Pekín también tiene bases militares fuera de su territorio y que además ha oprimido y sigue oprimiendo a toda una serie de regiones del mundo mediante todo tipo de diferentes mecanismos −económicos, militares y políticos−:

«Para hacer pasar esta guerra [1914-18] como una guerra nacional, los socialchovinistas invocan la autodeterminación. Hay una sola manera correcta de combatirlos: debemos demostrar que la guerra no se libra para liberar naciones, sino para determinar cuál de los grandes ladrones oprimirá mayor número de naciones. (…) Para el pequeño burgués lo importante es dónde están apostados los ejércitos, quién está venciendo en él momento actual, para un marxista lo importante es qué cuestiones están en juego en esa guerra, en el curso de la cual puede ir venciendo a veces un ejército, a veces el otro. (...) No se libra para que un bando pueda derrocar la opresión nacional, que el otro bando trata de mantener. Es una guerra entre dos grupos opresores, entre dos bandoleros, para determinar cómo repartir el botín, quién ha de saquear. (...) En síntesis: una guerra entre grandes potencias imperialistas –es decir, potencias que oprimen a toda una serie de pueblos y los tienen sometidos al capital financiero, etc.– o en alianza con las grandes potencias, es una guerra imperialista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Una caricatura del marxismo y el economicismo imperialista, 1916)

Comparativas históricas forzosas para justificar a la China actual

La siguiente sección demostrará como el revisionismo trata de buscar analogías imposibles para justificar su política presente que trata de apoyar y embellecer a uno de los bloques imperialistas en pugna. En una de sus últimas publicaciones, el antiguo marxista Vincent Gouysse realizó un paralelismo del todo sorprendente:

«Las élites chinas conmemoran hoy la participación del Ejército de Voluntarios del Pueblo de China en la Guerra de Corea (1950-1953). Si la URSS de Stalin prestó apoyó con material al ejército de liberación nacional encabezado por Kim Il-Sung, como los tanques T-34 −85− y los aviones de reacción −MIG-15−, China aportó el apoyo humano decisivo: 2,9 millones de combatientes voluntarios chinos pisaron el suelo coreano para pelear contra el imperialismo de EE. UU. Casi 200.000 de ellos dieron sus vidas como prueba de su apoyo internacional a la lucha de liberación anticolonial del pueblo coreano contra el ocupante fascista. Hoy es el propio presidente chino quien, durante su visita a la exposición conmemorando el 70 aniversario del inicio del conflicto, pide inspirarse en nuestra época contemporánea −sinónimo «de gran regeneración de la Nación china»−, del «gran espíritu» de «resistencia a la agresión militar de EE. UU». Evidentemente, esto solo puede sonar como una seria advertencia al imperialismo de EE. UU.: si se obstina en iniciar una nueva Guerra Fría, no será China contra EE. UU., sino contra todas las naciones que se oponen al colonialismo occidental! ¡Aviso a los tigres de papel!». (Vincent Gouysse; China «comunista»: mitos y hechos principales, ¡de Mao a Xi!, 2020)

A mediados del siglo XX existía un movimiento revolucionario mundial liderado por la URSS de Stalin. Un país que, pese a sus fallos y dubitaciones, había ganado un enorme y merecido prestigio internacional por hitos como la construcción socialista o la derrota del nazismo. Por aquel entonces Moscú influenciaba enormemente en la línea ideológica de las otras organizaciones comunistas, por ello, muchos de los líderes de sospechosas inclinaciones nacionalistas, como Kim o Mao, se vieron obligados a contener y disimular sus pretensiones, no sin ofrecer una dilatada resistencia. Aquí también podríamos hablar largo y tendido, como hemos hecho más atrás, hasta qué punto la dirección soviética animaba o consentía ciertas desviaciones durante un tiempo para luego condenarlas cuando se salían de control. Sea como sea, esta situación inestable no podía durar eternamente, y ello tuvo unas consecuencias nefastas en el desarrollo de estas organizaciones:

«Los partidos comunistas de Asia tuvieron un gran desarrollo a lo largo de la II Guerra Mundial en lucha abierta contra el imperialismo japonés. Al acabar aquella, los imperialistas estadounidenses pretendieron mantener en estos países el viejo régimen semicolonial o colonial sin ninguna modificación y sin aceptar las reformas democráticas que se habían logrado en los países europeos tras la lucha contra el nazifascismo. En estas condiciones los comunistas vietnamitas, coreanos, chinos y otros se vieron forzados a seguir el combate contra el imperialismo estadounidense, francés o sus agentes. Pero estos partidos también se habían impregnado, en el curso de la lucha, de ideas y concepciones no marxistas, nacionalistas, y sus líderes, si bien estaban animados de espíritu patriótico y revolucionario estaban minados y caerían en posiciones populistas, nacionalistas, confusas y revisionistas, que en esta fase no aparecerían claramente pero que se manifestaron posteriormente». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Esbozo de Historia del PCE (m-l), 1985)

El lector puede tener acceso si lo desea a todo tipo de documentos para estudiar tanto el revisionismo chino −maoísta− como el revisionismo coreano −juche−, por lo que en esta ocasión no nos detendremos más en estas cuestiones, que para todos deberían estar claras. Véanse las obras: «El revisionismo coreano: desde sus raíces maoístas hasta la institucionalización del «pensamiento Juche» (2015) y «Las luchas de los marxista-leninistas contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo» (2016).

Sabiendo todo esto, ¿exactamente qué tiene que ver la situación de 1950 con la geopolítica de 2020? Poco o nada. Hoy, existen regímenes capitalistas bien asentados en todos esos países euroasiáticos −Rusia, China, Vietnam y Corea del Norte−, donde si bien estos tres últimos mantienen cierta fraseología «marxista» la mayoría han pasado a desarrollar su «propia vía» −el «Pensamiento Mao Zedong», el «Pensamiento Ho», el «Pensamiento Juche»−. También hemos sido testigos de la destrucción de todos los partidos marxista-leninistas importantes a nivel mundial, y tenemos frente a nosotros un nivel de concienciación política paupérrimo, donde el marxismo apenas es conocido o en su defecto es una caricatura de lo que en un día fue. Es esta y no otra la realidad. El problema es que el revisionista tiende a utilizar cualquier comparativa que le viene a la mente para intentar salvar el pellejo:

«El dogmatismo en la cognición significa fe ciega en viejas teorías obsoletas, falta de voluntad e incapacidad para modificar y mejorar nuestro conocimiento, para ponerlo en conformidad con nuevas condiciones en continuo desarrollo. Los dogmáticos y los talmudistas están tratando de introducir nuevos fenómenos en antiguas posiciones y fórmulas habituales que han dejado de corresponder a nuevas condiciones. Creen que debemos reconocer cada pensamiento, como verdadero para todos los tiempos y para todas las ocasiones de la vida, o como falso. Para ellos, no hay verdades que sean justas en algunas condiciones e injustas en otras, por lo que en su razonamiento operan principalmente con abstracciones desnudas y analogías vacías. En lugar de un análisis histórico concreto de los hechos de la realidad, ajustan artificialmente los fenómenos de la naturaleza y la vida social a verdades generales, estereotipadas y «universales». Los clásicos del marxismo-leninismo rechazan resueltamente tal visión de la verdad como una colección de proposiciones dogmáticas completas que solo pueden memorizarse y aplicarse a todos los casos de la vida. (...) La teoría del conocimiento del materialismo dialéctico parte del hecho de que las verdades abstractas no existen, la verdad es siempre concreta, y la concreción de la verdad presupone una reflexión integral del mundo en el pensamiento, un estudio profundo de todos los lados de un objeto o fenómeno dado, teniendo en cuenta la situación, el lugar y la hora». (I. D. Andreev; El conocimiento del mundo y sus leyes, 1953)

Si mañana estallase una guerra entre China y EE.UU. esta sería una guerra interimperialista, no una guerra «antiimperialista» ni «anticolonialista». Y es aquí donde comienzan los problemas, ya que el autor francés no está de acuerdo del todo, ya que Vincent Gouysse cree que, pese a que efectivamente sería una guerra entre imperialismos, China jugaría un papel objetivamente progresista en el mundo capitalista (?). Así, pues, «Vicente el chino» comenzó a exponernos su «lúcido análisis» sobre la situación internacional recurriendo a los  paralelismos más absurdos que uno pueda imaginar:

«La URRS de Stalin apoyó la lucha de liberación nacional anticolonial. No se trataba de una revolución socialista, sino sólo de la independencia nacional. (...) La oposición contemporánea de China al colonialismo occidental tiene motivaciones de rivalidades interimperialistas, pero pone en entredicho la política colonial occidental, y objetivamente, es un progreso histórico». (Vincent Gouysse; Facebook, 25 de octubre de 2020)

La política china «pone en entredicho la política occidental», ¡como cualquier competidor que históricamente ha tenido EE.UU., empezando por la Gran Bretaña de Churchill, la Francia de De Gaulle y acabando por la URSS de Jruschov! ¡¿Y qué?! ¿Esto era un «progreso histórico»? La oposición del socialimperialismo chino al imperialismo yankee no es progresista, porque su objetivo es sustituirla por su propio dominio, y esto no lo decimos solo nosotros, sino que lo reconocía el propio Vincent Gouysse antes de terminar de volverse completamente majara: 

«¿Pueden los marxista-leninistas hacer otra cosa que «declarar la guerra a esta guerra», es decir, no apoyar a ninguno de los bloques imperialistas enfrentados? (...) No se puede combatir nunca un imperialismo apoyándose en otro. El imperialismo es más que nunca un capitalismo en descomposición, la última etapa antes de la revolución social. (...) ¿No es kautskismo toda otra línea política?». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2007)

Que nos responda el propio señor Gouysse, ¿no es su nueva línea un «kautskimo con sabor pekinés»? Por nuestra parte, nos parece interesante recordar a un viejo marxista que antaño se mofaba de quienes veían «antiimperialismo» en todas estas tramas, chantajes y juegos diplomáticos de los países imperialistas:

«¿Podemos llamar «antiimperialismo» al hecho de sostener un imperialismo con el fin de debilitar a un competidor imperialista más poderoso? ¿Sí? Entonces, ¡todo país imperialista lleva a cabo una política «antiimperialista», puesto que procura reforzarse frente a competidores imperialistas más poderosos!». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2007)

Es más, instaba a sus lectores a que estudiasen la doctrina de Lenin detenidamente, a que terminasen de una vez con:

«Todos los discursos «antiimperialistas», «anticolonialistas» y «antineocolonialistas» del mundo [que] no valen nada, sino no están relacionados con la necesidad económica de la caída de todas las clases explotadoras y de la edificación del socialismo». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2007)

¿Qué le habrá pasado a este hombre? Lo desconocemos. La cuestión es muy sencilla, en caso de que estalle una guerra entre China y EE.UU., ¿propone que apoyemos a China? ¿Debemos no apoyar a China, pero desear su triunfo? Vaya caos. La posición revolucionaria aquí, como en 1914, es muy clara y sencilla:

«Desde el punto de vista de la justicia burguesa y de la libertad nacional −o del derecho de las naciones a la existencia−, Alemania tendría sin duda alguna razón contra Inglaterra y Francia, ya que ha sido «defraudada» en el reparto de las colonias, y sus enemigos oprimen a muchísimas más naciones que ella; en cuanto a su aliada, Austria, los eslavos por ella oprimidos gozan sin duda de más libertad que en la Rusia zarista, verdadera «cárcel de pueblos». Pero la propia Alemania no lucha por liberar a los pueblos, sino por sojuzgarlos. Y no corresponde a los socialistas ayudar a un bandido más joven y más vigoroso −Alemania− a desvalijar a otros bandidos más viejos y más cebados. Lo que deben hacer los socialistas es aprovechar la guerra que se hacen los bandidos para derrocar a todos ellos. Para esto, es preciso ante todo que los socialistas digan al pueblo la verdad, a saber, que esta guerra es, en un triple sentido, una guerra entre esclavistas para reforzar la esclavitud». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)

Nadie que tuviera en cuenta estas palabras hubiera teorizado lo que escribió el señor Gouysse. Por último, como ya explicamos, este hombre no ha aprendido nunca a distinguir qué es una «colonia», ya que sigue considerando que las formas político-económicas de dominación son fundamentalmente iguales a las de hace siglosVéase el capítulo: «La burguesía contemporánea no necesita del colonialismo del siglo XIX para imponer su dominio o ser agresiva» (2020).

¿Qué haría Vincent Gouysse, el crítico de los «dogmáticos», en otras épocas?

En sus comentarios finales hacia Bitácora (M-L), esta fue la única respuesta que el nuevo y fiel escudero de Xi Jinping pudo «argumentar» contra nosotros: 

«O bien razonáis como algunos dogmáticos que razonan de manera mecánica –congelada– y voluntarista –izquierdista–». (Vincent Gouysse; Facebook, 6 de noviembre de 2020)

Siendo honestos, no creemos que nuestras divergencias con el señor Gouysse fuesen a raíz de una malinterpretación del idioma, como dejó caer poco antes de esta frase. La mayoría de nuestros reclamos responden a sus folletos escritos originalmente en francés, y dado que contamos con personas que conocen este idioma como para que no haya «malentendidos», los múltiples párrafos suyos tratando de maquillar la política china no pueden ser más explícitos. Para muestra un botón:

«Los marxistas-leninistas, sin hacerse la menor ilusión sobre el carácter interimperialista de la oposición China-Occidente, no pueden, sin embargo, equiparar a ambos protagonistas y afirmar que la dominación de uno u otro bloque importa en definitiva poco o nada a los pueblos y al proletariado internacional. Esta postura es de hecho la de los nihilistas occidentales que se esfuerzan por justificar la persecución de la dominación occidental secular sobre los asuntos mundiales...». (Vincent Gouysse; China «comunista»: mitos y hechos principales, ¡de Mao a Xi!, 2020)

Parece ser que él ya era consciente de que su proclama iba a causar revuelo entre sus lectores, por eso soltó este ataque preventivo hacia quienes combaten sin miramientos la política exterior de Pekín. Nosotros no somos anarquistas, no somos nihilistas o individualistas que rechazan toda autoridad y poder, ni somos equidistantes hacia las pugnas de nuestra época. Somos internacionalistas, pero de una línea marxista-leninista y, si no hay una alternativa revolucionaria intentamos construirla, no nos contentamos con la cómoda línea de elegir entre el «mal menor». Estas palabras actuales del señor Gouysse recuerdan demasiado a los jruschovistas o maoístas de los 70, aquellos «hombres pragmáticos» que calificaban de «dogmáticos», «sectarios» o «trotskistas» a los grupos y jefes proalbaneses que no aceptaban posicionarse a favor de ninguna superpotencia –ni con los EE.UU. ni la URSS–. En aquel entonces, estos personajes y colectivos proimperialistas –proestadounidenses o prosoviéticos– intentaban buscar cualquier resquicio en comparación al rival para vendernos la idea de «este imperialismo era más progresista» que este otro: que si «este tiene más presencia militar en el mundo», que si el otro «últimamente ha iniciado más guerras», que si «este ha invertido más dinero en el ejército este último año», que si «aquel es más peligroso porque se presenta como marxista cuando no lo es»… ¿y qué respondía el Partido del Trabajo de Albania (PTA) ante la insinuación de que «estaba haciendo el juego» a este o aquel imperialismo al no apoyar a su rival? En 1976, refutando a los apologistas del imperialismo estadounidense y también a los abogados del socialimperialismo, contestaba:

«Los pueblos no deben caer en la trampa del pretendido «frente antiimperialista» predicado por el socialimperialismo soviético, el cual desea comprometer y manipular a los que están en contra del imperialismo estadounidense y lo combaten. Unirse a este «frente» significa sacrificar los intereses superiores del país, exponer al pueblo, de convertirse en siervo del socialimperialismo soviético y servir como carne de cañón para la realización de sus designios. Contrariamente a lo que pretende hacer creer Moscú, las contradicciones que oponen a los Estados Unidos con la Unión Soviética no se tratan de contradicciones entre imperialismo y socialismo, sino de contradicciones entre dos potencias imperialistas. A la vez que se rechazan la demagogia y las tácticas engañosas sobre «el antiimperialismo» de los revisionistas soviéticos, es menester rechazar al mismo tiempo el «antisocialimperialismo» que propagaba los Estados Unidos y la burguesía monopolista mundial. Los pueblos no pueden permitirse convertirse en las víctimas de las rivalidades entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, ni en juguete de sus maniobras imperialistas». (Enver Hoxha; Informe en el VIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1976)

¿Pero qué era aquello que propagaban los albaneses que para algunos era tan escandaloso? La verdad sin trampa ni cartón. ¿Cuál? Que nadie en su sano juicio confiaría su seguridad personal ni la del resto a este tipo de buitres:

«Nuestro partido presenta y defiende la tesis que tanto cuando las superpotencias se acercan entre ellas como cuando se riñen, son otras naciones las que pagan los platos rotos. La colaboración y la rivalidad entre las superpotencias presentan ambas caras de una realidad contradictoria, son la principal expresión de la misma estrategia imperialista que tiende a encantar a los pueblos su libertad y a dominar el mundo. Constituyen el mismo peligro, y es para esto que ambas superpotencias son los principales y los enemigos más peligrosos de los pueblos, es para esto que jamás se puede apoyar en un imperialismo para combatir el otro o para escapar de él. Ciertos Estados, siendo amenazados por una u otra de las superpotencias, ligan su propia defensa a la protección militar de los Estados Unidos o de la Unión Soviética. Pero la protección militar de las superpotencias es una protección ilusoria, ya que tiene como objetivo hacer del país «protegido» un protectorado. La posición de dicho país bajo el «paraguas protector» de las superpotencias se acompaña siempre de concesiones políticas y económicas, de concesiones en el dominio de la soberanía nacional y de restricciones en la capacidad de decisión tanto sobre las cuestiones internas como en las cuestiones externas». (Enver Hoxha; Informe en el VIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1976)

Pero, lamentablemente, esta es la nueva función que realiza Vincent Gouysse, colaborando con todos aquellos que de una u otra forma cumplen una función como agentes de Pekín, como ya analizamos en su día con los José A. Egido, Santiago Armesilla o Manuel Sutherland.  

En palabras del señor Gouysse resulta que si rechazamos posicionarnos con alguno de los bloques imperialistas como el chino-ruso, o bien somos o bien proyankees o:

«Dulces soñadores que piensan que pronto verán a los pueblos deshacerse de sus cadenas para liberarse tanto del colonialismo occidental como de las –futuras– pacíficas cadenas de esclavitud asalariada que acompañarán la fase, ahora próxima, de la libre expansión internacional del capital financiero chino». (Vincent Gouysse; China «comunista»: mitos y hechos principales, ¡de Mao a Xi!, 2020)

Aquí el señor Gouysse en un tono muy jocoso −pero no por ello menos filisteo− nos recomendaba que por nuestro bien rechazáramos de una vez a los «dulces soñadores» que piensan neciamente que «pronto verán a los pueblos deshacerse de sus cadenas» del imperialismo. Una vez más, dejemos a Lenin contestar los argumentos de este cariz, ya que estos son debates muy antiguos cuya postura le dejaran en franca evidencia, pues coincide con la del Kautsky de 1914:

«El problema no consiste, ni mucho menos, en saber si la socialdemocracia alemana se hallaba en condiciones de impedir la guerra, ni tampoco en saber si, en general, pueden los revolucionarios garantizar el triunfo de la revolución. El problema consiste en saber si uno debe conducirse como socialista o si debe «expirar» auténticamente en brazos de la burguesía imperialista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)

La posición de rebajarse a apoyar a uno de los dos bloques imperialistas refleja siempre −aunque sea de forma indirecta− una debilidad manifiesta. Esto ocurre cuando el sujeto o grupo implicado sufre de un grave acomplejamiento ligado a una gran desconfianza. Sus miembros no piensan realmente que sus fuerzas puedan revertir algún día la difícil encrucijada en la que se encuentran, sobrevuela sobre sus cabezas la duda permanente de que estén en capacidad de superar sus deficiencias, entre las cuales se cuentan la falta de influencia y coherencia política, razón por la que se contentan con unas cuantas concesiones en cuanto a sus antiguos principios, lo cual lo presentan como un «arreglo temporal» para «no aislarse» −aunque hace rato que ese barco zarpó−. A partir de ahí, ya se sabe, «a falta de pan buenas son tortas»; o dicho de otro modo, ya que no se tiene suficiente capacidad como para influenciar la política de su país con su plataforma, estos señores tratan de engañarse a sí mismos y al resto de que esto podrá ser solventando «manejando» o «manipulando» a los principales actores de la función, aunque estos ni siquiera sepan que ellos existen o los ninguneen abiertamente considerándolos como meros figurantes de los cuales pueden prescindir con un chasquido de dedos. Esto tampoco resulta nuevo:

«El público filisteo, con los oídos muy abiertos, escucha estos cuentos, toma en serio las fábulas y sigue ciegamente a los caballeros de industria, que se esfuerzan por hacer recaer la atención «de la sociedad» precisamente en lo que a ellos les conviene. El público filisteo no sospecha que le llevan de la brida, que las sonoras frases acerca del «patriotismo», del «honor y el prestigio de la patria» y de la «agrupación de grandes potencias» encubren intencionadamente los manejos de los estafadores financieros y de aventureros capitalistas de toda calaña. (...) Todos esos procedimientos sutiles no son más que disputas de negociantes capitalistas y de gobiernos capitalistas por el reparto del botín. Se esfuerzan por arrastrar al pequeño burgués a la discusión en torno a cómo sacar «nosotros» mayor tajada y darles «a ellos» la menor, por interesarlo en la querella en torno a esta cuestión». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)

Respondiendo concretamente a las insinuaciones del señor Gouysse, este puede estar sumamente tranquilo… nosotros no somos soñadores, tomamos la realidad como es. Muchos pueblos están y estarán aún lejos de librarse tanto de la influencia de las potencias extranjeras como de su burguesía nacional. En definitiva, a los desposeídos les queda un viaje muy amargo y largo para lograr su emancipación social mientras no sepan aprender de sus experiencias, mientras no logren una clarividencia programática y materialicen una organización que condense una línea de actuación conjunta y concisa que resuma todo esto. Una de esas tareas ideológicas pasa por superar estas mismas ilusiones «tercermundistas»; una conclusión que el antiguo Vincent Gouysse defendía con bravura antes de convertirse en poco más que el limpiabotas de Xi Jinping. Ahora, una vez matizado lo obvio, ¿en qué podemos decir que ayuda hoy la labor política de «orientación» de gente como Vincent Gouysse? En nada, solo se puede calificar como un «trabajo de zapa» que obstaculiza que ese día del fin del capitalismo llegue:

«Aún somos débiles, y se acabó, dice Blatchford. Pero con su franqueza pone al desnudo de golpe su oportunismo. (…) Se ve en seguida que está al servicio de la burguesía y los oportunistas. Al declarar la debilidad del socialismo, él mismo lo debilita con su prédica de una política antisocialista, burguesa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)

Nótese que Lenin concluyó que el trabajo de los bolcheviques era trabajar con paciencia y tesón en crear dicha alternativa, no en rebajarse a mendigar la atención y favor de los círculos imperialistas:

«La extraordinaria abundancia de corrientes y matices del oportunismo pequeño burgués entre nosotros, en tanto que la influencia del marxismo en Europa, así como la solidez de los partidos socialdemócratas legales antes de la guerra. (…) La clase obrera en Rusia no podía constituir su partido más que en una lucha resuelta, durante treinta años, contra todas las variedades del oportunismo. (…) No podemos saber si un fuerte movimiento revolucionario estallará con motivo de la primera o de la segunda guerra imperialista de las grandes potencias, o si estallará en el curso de esta guerra o después de ella, pero de todos modos nuestro deber ineludible es trabajar de un modo sistemático y firme en esa dirección». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)

Por eso ayer, hoy y siempre: 

«La clase obrera no puede desempeñar su papel revolucionario universal si no sostiene una guerra implacable contra esa apostasía, contra esa falta de firmeza, contra esa actitud servil ante el oportunismo, contra ese inigualable bastardeamiento teórico del marxismo. El kautskismo no es un hecho fortuito, sino un producto social de las contradicciones de la II Internacional, de la combinación de la fidelidad verbal al marxismo con la subordinación, de hecho, al oportunismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)

En consecuencia, actualmente nos negamos a seguir la línea derrotista y servil de dedicarnos a discutir como intelectuales charlatanes sobre cuál de los imperialismos es más «aceptable» y constituye la mejor baza para nuestro pueblo. Quienes piensen esto pueden quedarse con su «realpolitik» burguesa.


La cuestión de la paz en una guerra imperialista

¿Cuál es la posición correcta sobre la cuestión de la paz en una guerra imperialista? Esta es una cuestión amplísima, pero en lo relativo al posicionamiento político y objetivos diremos unas palabras que han de ser recuperadas. En 1940, durante su exilio mexicano, Joan Comorera, el por aquel entonces jefe del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), invocó a las huestes proletarias de todo el mundo a que no se dejasen engañar de nuevo por la propaganda de las potencias imperialistas que habían estado colaborando y repartiendo el mundo entre sí:

«Nosotros, sin embargo, compañeros no somos pacifistas sentimentales. (...) Nosotros queremos la paz hecha revolucionariamente por los pueblos. Nosotros luchamos en cada país contra las fuerzas de regresión y de opresión que lanzan a los pueblos a la carnicería imperialista, para levantar sobre las ruinas del capitalismo, la verdadera paz, la única paz posible, la paz hecha por los pueblos libres de explotación social y nacional, por los pueblos iguales y hermanos, por los pueblos liberados de los estériles y monstruosos prejuicios de raza, de religión, de historia falsificada, prejuicios sistemáticamente cultivados por las clases parasitarias y explotadoras. Nosotros queremos una paz sin anexiones, sin indemnizaciones, sin pueblos vencidos ni pueblos repartidos, una paz justa que no lleve en sí misma el calor de nuevas y próximas carnicerías». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación nacional y social de Cataluña, 1940)

Este último texto de Comorera estaba inspirado en los escritos de Lenin, que bregaba por delinear con precisión absoluta las diferencias del marxismo con el reformismo y el anarquismo. Por su parte, si revisamos una vez lo que dijo el jefe bolchevique en torno a las guerras, nos encontramos con que su denuncia no deja margen de maniobra para los socialchovinistas de hoy:

«En Rusia el chovinismo se oculta detrás de frases sobre la «belle France» y la pobre Bélgica –¿y Ucrania? etc.–, o detrás del odio «popular» a los alemanes –y al «kaiserismo»–. Tenemos, por lo tanto, el incuestionable deber de combatir estos sofismas. (...) [Es menester] luchar contra el chovinismo y de concentrar toda la propaganda y la agitación en la cohesión –aproximación, solidaridad, acuerdo según las circunstancias– internacional del proletariado (...) Sería erróneo tanto llamar a actos individuales de disparar contra los oficiales, etc., como tolerar argumentos tales como el de que no queremos ayudar al kaiserismo. Lo primero es desviarse hacia el anarquismo; lo segundo, hacia el oportunismo. Nosotros, por el contrario, debemos preparar la acción de masas –o por lo menos colectiva– entre las tropas de no sólo una nación y desarrollar en ese sentido todo el trabajo de propaganda y agitación. La dirección de nuestra labor –una labor tenaz, sistemática, tal vez prolongada– en el espíritu de convertir la guerra nacional en guerra civil; he ahí lo esencial. En qué momento debe producirse esta transformación es otra cuestión, que ahora todavía no está clara. Habrá que dejar que este momento madure y «hacerlo madurar» sistemáticamente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta de Lenin a  A. G. Shliápinikov, 17 de octubre de 1914)

¿Por qué hasta en mitad de una guerra imperialista debemos luchar por la cuestión de la paz desde una perspectiva propia que nos diferencie de las demás expresiones políticas? Lenin ampliaba su explicación de esta manera:

«Las conferencias en torno a los llamados programas de «acción» se limitaban hasta ahora a proclamar más o menos íntegramente un programa de pacifismo a secas. El marxismo no es pacifismo. Es indispensable luchar por el cese más rápido de la guerra. Pero la reivindicación de la «paz» sólo adquiere un sentido proletario cuando se llama a la lucha revolucionaria. Sin una serie de revoluciones, la pretendida paz democrática no es más que una utopía pequeño burguesa. El único programa verdadero de acción sería un programa marxista que dé a las masas una respuesta completa y clara sobre lo que ha pasado, que explique qué es el imperialismo y cómo se debe luchar contra él, que declare abiertamente que el oportunismo ha llevado la II Internacional a la bancarrota y que llame abiertamente a fundar una Internacional sin los oportunistas y contra ellos. ¡Sólo un programa así, que demuestre que tenemos fe en nosotros mismos y en el marxismo, y que declaramos al oportunismo una guerra a vida o muerte, podrá asegurarnos, tarde o temprano, la simpatía de las masas proletarias de verdad!». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)

La intención de los revolucionarios no puede ser jamás desear la provocación o la prolongación de una guerra imperialista cuyas consecuencias pagan los pueblos, sino derrocar estos regímenes atroces a la menor oportunidad. En caso de no estar en condiciones para ello –como, no nos engañemos, ocurre actualmente en todo el planeta– no deben desanimarse, sino que deben ponerse manos a la obra –para que, aunque ahora sea algo remoto, haya una posibilidad en un futuro–. Entre tanto, deberán intentar movilizar a la población para forzar a que sus gobiernos mantengan la paz o, en su defecto, para que paralicen la guerra imperialista en curso en las mejores condiciones posibles. Algunos preguntarán, pero, ¿cómo va a ser esto posible si hablamos de un estado de indefensión de los trabajadores ante sus patronos? Para empezar, no es lo mismo derrocar a un gobierno capitalista que forzarlo a retroceder en sus decisiones más impopulares –incluyendo su permanencia en una guerra–. Incluso en condiciones de desorganización y bajo nivel ideológico generalizado, los efectos y cambios súbitos que suponen fenómenos como una guerra o la perspectiva de la misma –déficit comercial, caídas en la inversión y el ahorro, carestía de alimentos, aumento de las exigencias laborales, reclutamientos forzosos de la población, bajas en el frente y demás– pueden crear toda una serie de dificultades y divisiones tanto en los intereses de las capas laboriosas como entre los círculos burgueses. En este panorama político especial existen mejores oportunidades para organizar y movilizar a los trabajadores conscientes y/o desencantados contra los gobiernos capitalistas culpables de su desdicha, pues son estos últimos quienes fantasean o están interesados con provocar o alargar las guerras para llenarse los bolsillos o saldar deudas. 

Empero, como siempre hemos mantenido, esto dependerá en gran medida de la habilidad de esa estructura política –opositora al régimen– a la hora de canalizar, dirigir y profundizar ese momento tan especial de efervescencia política. La cuestión es, ¿tienen capacidad los «marxistas» de hoy para exponer a los líderes nacionales belicistas, a sus seguidores fanáticos y a sus lacayos a sueldo? ¿Cuentan con una explicación desarrollada y coherente sobre las pugnas interimperialistas en un lenguaje que sea comprensible para las capas más atrasadas de su país? ¿Tienen un trabajo regular en los frentes de masas de todo tipo para informar a la población de sus propuestas y objetivos? ¿Podrían ser capaces de reconducir y elevar las manifestaciones espontáneas de indignación popular hacia algo más serio y consciente? ¿No? ¿A qué esperan para madurar o mejorar esas condiciones si desean tener una oportunidad? Y es que esto, como en toda cuestión, depende del factor subjetivo; a más capacidad teórico-práctica, mayor nivel de influencia para imponer unos objetivos políticos. Repetimos, esto no lo cumplen ninguno de los grupos autodenominados «marxistas-leninistas», «comunistas» o llámense como quieran, porque hacen de sus formas de organización y métodos de trabajo el camino más corto para el fracaso. Por eso, como en toda cuestión, hay que empezar por replantearse las cosas desde el principioVéase la obra: «Fundamentos y propósitos» (2022)». (Equipo de Bitácora (M-L); La deserción de Vincent Gouysse al socialimperialismo chino; Un ejemplo de cómo la potencia de moda crea ilusiones entre las mentes débiles, 2020)

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