sábado, 16 de enero de 2021

¿Qué pretenden los nacionalistas al reivindicar o manipular ciertos personajes históricos?; Equipo de Bitácora (M-L), 2021


«Como la experiencia del movimiento obrero nos enseña, el oportunismo como regla va de la mano con el nacionalismo, y sobre todo en la forma de «socialnacionalismo». (...) Utilizando para ello, como hasta ahora, todos los residuos de prejuicios nacionalistas todavía no enterrados. (...) El contenido del oportunismo y del nacionalismo, es una u otra forma de acuerdo o acercamiento con la burguesía». (Bolesław Bierut; Para lograr la completa eliminación de las desviaciones derechistas y nacionalistas, 1948)

A Roberto Vaquero le parece una injusticia que el nacionalismo catalán pueda reivindicar sin complejos a ciertas figuras y que él no pueda revelar su admiración por las suyas sin recibir una dura reprimenda:

«Cuando los independentistas catalanes burgueses como el PDCAT, ERC o la CUP critican que la gente reivindique la historia de España como propia por ser reaccionaria o feudal, se contradicen así mismos. ¿Por qué ellos pueden reivindicar a Jaime I el conquistador, los almogávares, el reino de Aragón o el ducado de Atenas y, sin embargo, cuando se hace lo mismo con otras figuras históricas nos convertimos automáticamente en fascistas? (...) ¿Por qué esto sí es algo bueno mientras que reivindicar a Alfonso VIII de Castilla, la hispanidad, al Cid y otros muchos ejemplos es feudal y reaccionario?». (Roberto Vaquero; ¿Cómo reconstruir la izquierda revolucionaria en España? Combatividad, principios, organización y cultura, 2020)

¿Qué propone para contrarrestar las historias fantasiosas y anacrónicas del nacionalismo catalán? ¡Contraponerlas a las del nacionalismo español! Pero esta reivindicación infantil, meramente folclórica y acrítica, es repetir la línea oportunista del anarquismo durante los años 30; movimiento que, como sus integrantes reconocían, sentía no haber podido alcanzar un acuerdo táctico con el falangismo dadas las «semejanzas sobre la patria» que ambos anhelaban.

«Igualmente, en los cientos de poemas anarquistas de la guerra civil, obra de periodistas confederales como Antonio Agraz, Félix Paredes o el editor del periódico madrileño CNT José García Pradas, pero también de milicianos anónimos, adquirió frecuencia e intensidad crecientes desde 1937 la apelación a la «madre España», a la «raza indómita», a las gestas históricas del pueblo español y su pasado combativo e insurgente, incluyendo vindicaciones de personajes como el Cid Campeador, el conde Fernán González, los conquistadores de América o el Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba». (Xosé Manoel Núñez Seixas; ¡Fuera el invasor! nacionalismos y movilización bélica durante la guerra civil española (1936-1939), 2006)

Roberto Vaquero siempre nos ha hablado de mantener un «patriotismo internacionalista», un sentimiento ni apátrida ni supremacista. ¿Qué busca entonces poniendo de relieve las figuras clásicas del nacionalismo español? En un manual franquista se podía leer:

«La personalidad del Cid se forja durante las etapas del aprendizaje caballeresco. Pone su espada al servicio de la unidad española. (...) Los esfuerzos seculares de la Reconquista española para cuajarse en la España unificada e imperial de los Reyes Católicos, de Carlos V y de Felipe II: aquella España unida para defender y extender por el mundo una idea universal y católica, un Imperio cristiano, fue la España que dio la norma ideal a cuantas otras etapas posteriores se hicieron para cobrar momento tan sublime y perfecto de nuestra Historia». (Formación del espíritu nacional, 1955)

¿Qué significa esto? Seguir los pasos del revisionismo. En Rusia, Guennadi Ziugánov, el jefe del Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR), es bien conocido por sus evaluaciones místicas y chovinistas sobre las «figuras de la nación»:

«Alexander Nevsky no solo sentó las bases para la soberanía y la independencia de Rusia, sino que también hizo todo lo posible para fortalecer nuestro Estado desde adentro, sentando las bases morales y éticas, y esto es cierto, alta espiritualidad, justicia y respeto por el simple trabajador. Estos se dirigieron a él, en primer lugar, para restaurar la justicia, y el príncipe siempre respondió a estas solicitudes». (Guennadi Ziugánov; Alexander Nevski, un símbolo de Rusia, 2021)

¡Cuan benévolo era este príncipe del siglo XIII que siempre atendió las necesidades del pueblo! Este relato historiográfico no solo no es creíble, sino que es una patada a los libros de historia. Para quien no conozca su historia, Nevski consiguió mantener la independencia de sus territorios ante los suecos y los teutones, pero lo hizo a costa de rendir pleitesía −junto a los demás ducados de la zona, ubicados en las actuales Rusia y Ucrania− a la Horda de Oro de Batú Kan. En 1251, recibiría el trono de su hermano Andréi, y en 1252 sería nombrado Gran Príncipe de Vladimir como consecuencia de sus buenas relaciones con los mongoles. No fue un «defensor a ultranza de los pueblos eslavos», sino uno de los principales colaboradores con el que entonces era el principal invasor que «asolaba el mundo conocido». Nevski también reprimió con ahínco las revueltas protagonizadas por su propio pueblo, que entre 1257 y 1259 se negaba a pagar los tributos al invasor mongol, algo que, hasta 1937, la Enciclopedia soviética recogía. ¿Pretende hacernos ver que no existió ningún héroe popular que ejemplificara mejor la resistencia del pueblo a la invasión teutona o mongola del siglo XIII?

Todo esto no es extraño, ya que todo historiador nacionalista apoya los mitos de su burguesía consciente o inconscientemente, cosa que a su vez es aprovechado por los politicastros de turno. Sea como sea, las patéticas evaluaciones históricas de Armesilla o Vaquero son tan simplistas y están cualitativamente muy por debajo de autores progresistas de otros siglos, como Pi y Margall o Herzen.

«Herzen prestó la atención predominante en sus obras a los eventos en la historia de Rusia que tuvieron lugar después de las reformas de Pedro I. Con razón señaló que la historia de Rusia en los siglos XVIII y XIX fue en su época el menos estudiado por los historiadores y el más distorsionado por los esfuerzos del gobierno. «Cada leyenda verdadera», escribió Herzen, «cada palabra viviente, cada testimonio moderno relacionado con nuestra historia durante los últimos cien años, es extremadamente importante. Este tiempo apenas comienza a conocerse. La historia de los emperadores es un secreto clerical, se ha reducido a los elogios de las victorias y en la retórica del servilismo. El gobierno miente abiertamente en las historias oficiales y luego les hace repetir sus mentiras en los libros de texto». (...) Herzen no solo reveló persistentemente la completa antítesis y enemistad entre la Rusia gobernante y la Rusia oprimida, sino que también señaló la lucha incesante entre ellas». (V. E. Illeritsky; Opiniones históricas de Alexander Ivanovich Herzen, 1952)

La cuestión se torna muy fácil. Si la burguesía catalana es capaz de rendir homenaje oficial no solo a Jaime I, sino a nacionalistas de tipo fascista, como los hermanos Badia, ¿por qué, sospechosamente, un «marxista» español como Roberto Vaquero iba a buscar competir contraponiendo tal reivindicación con figuras feudales de similar calado? ¿No tienen nada mejor en su acervo histórico estos pueblos? ¿Ni siquiera hay expresiones populares de aquel tiempo que recojan mejor el sentir popular? ¿O es que los paupérrimos conocimientos de historia y el nacionalismo de nuestro querido Roberto le impiden reflexionar sobre ello? Justamente, lo que evidencian estos personajes al presentar los eventos históricos con este tipo de atropellos es que todavía andan con el método premarxista a cuestas:

«El descubrimiento de la concepción materialista de la historia, o mejor dicho, la consecuente aplicación y extensión del materialismo al dominio de los fenómenos sociales, superó los dos defectos fundamentales de las viejas teorías de la historia. En primer lugar, estas teorías solamente examinaban, en el mejor de los casos, los móviles ideológicos de la actividad histórica de los hombres, sin investigar el origen de esos móviles, sin captar las leyes objetivas que rigen el desarrollo del sistema de las relaciones sociales, ni ver las raíces de éstas en el grado de desarrollo de la producción material; en segundo lugar, las viejas teorías no abarcaban precisamente las acciones de las masas de la población, mientras que el materialismo histórico permitió estudiar, por vez primera y con la exactitud de las ciencias naturales, las condiciones sociales de la vida de las masas y los cambios operados en estas condiciones. La «sociologia» y la historiografía anterior a Marx proporcionaban, en el mejor de los casos, un cúmulo de datos crudos, recopilados fragmentariamente, y la descripción de aspectos aislados del proceso histórico». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Karl Marx, 1914) 

Bueno, ya que estamos con temas como el de Alfonso VIII y el Cid, o con figuras tipo Don Pelayo y Carlos V, ¿qué se puede buscar en ellos? Algunos objetarán rápidamente, pues «la resistencia contra el invasor». ¡Perfecto! Algo del todo válido. ¿Pero no eran muchos de estos reyes citados extranjeros, no redujeron las costumbres y el poder local? ¿No sirvieron algunas figuras, como el propio Cid, a «reyes enemigos de los reinos cristianos»? 

«El apoyo del Rey musulmán Zafadola en favor de Alfonso VII contra el rey musulmán Texufín–. Los servicios del Cid Campeador al Rey de Zaragoza o el musulmán al-Muqtadir son también un hecho indicativo de las relaciones pragmáticas de este tipo. La alianza entre los vascos y los musulmanes –la familia Banu Qasi– para derrotar a los ejércitos de Carlomagno en la segunda Batalla de Roncesvalles. Las luchas entre el Rey Lobo de la Taifa de Murcia frente al imperio almohade –con apoyo de Alfonso VII hacia el primero–. Las constantes guerras entre Castilla y Aragón en los siglos medievales». (Equipo de Bitácora (M-L); Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

El nacionalismo, en este caso el hispano, suele considerar a ciertos sujetos reyes y caballeros de una «nación española» que, para más inri, por aquel entonces ni siquiera existía. Poblaciones medievales que, como dijo Pi y Margall: «No cambiaban los pueblos sino de dueño…  miraban con cierta indiferencia aquellas uniones y separaciones de reinos en que ordinariamente no tenían intervención de ningún género».

Nosotros preguntamos al público algo mejor y más importante. ¿Es necesario retrotraerse a figuras de la era feudal para invocar las virtudes del fervor patriótico y el férreo espíritu de la lucha de clases? Pues ciertamente no. Es más, como ya vimos anteriormente, sabemos qué consecuencias ha tenido en los antiguos partidos comunistas tal condescendencia con los mitos nacionales de épocas pasadas, pues cuando tal interpretación errónea de los personajes históricos se impuso en los regímenes socialistas, como el soviético o albanés, el nacionalismo acabó siendo un aliado para consumar la restauración del capitalismo. Véase la obra: «Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero» de 2020.

Años antes, ante la pregunta de si Pedro el Grande había sido importante para el desarrollo nacional de Rusia y si se sentía su sucesor, Stalin respondió que, obviamente, dicha figura fue importante para el destino del país, que esto era una obviedad histórica, pero que él y su proyecto nada tenían que ver con el del zar del siglo XVIII:

«Entrevistador: ¿Se considera usted como el continuador de Pedro el Grande?

Respuesta: De ningún modo. Los paralelismos históricos son siempre aventureros. Este paralelismo carece de sentido. (…) Tengo que añadir que la elevación de la clase de los terratenientes, la ayuda prestada a la clase naciente de los comerciantes y la consolidación del Estado nacional de esas clases se efectuaron a costa de los campesinos siervos, que eran esquilmados implacablemente. (…) Mi objetivo no es consolidar un Estado «nacional» cualquiera, sino consolidar un Estado socialista, y, por lo tanto, un Estado internacional, cuyo robustecimiento contribuye siempre a fortalecer toda la clase obrera internacional. (…) En cuanto a mí, no soy más que un discípulo de Lenin, y el fin de mi vida es ser un digno discípulo. (…) En cuanto a Lenin y Pedro el Grande, este último fue una gota de agua en el mar, y Lenin todo un océano». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Entrevista con el autor alemán Emil Ludwig, 13 de diciembre de 1931)

Años antes de la debacle del jruschovismo en la URSS, ya se advertía de tal peligro del nacionalismo ruso entre los historiadores:

«El académico Grekov, en su discurso en una reunión en la editorial del Comisariado del Pueblo de la Marina, dijo que ahora los historiadores se han «calmado» y se han dado cuenta de que es imposible separar al Estado y al pueblo. Que, obviamente, la sobriedad de los historiadores debe entenderse como un rechazo de la evaluación de clase del Estado. (...) Como es sabido, toda la historiografía kadete y menchevique, partiendo de la misma premisa de la unidad del Estado y del pueblo, declaraba a todo movimiento revolucionario antiestatal y, en consecuencia, antihistórico. Este punto de vista burgués fue una defensa sincera en los escritos de algunos. (...) En un artículo enviado a la «Revista Histórica», Adzhemyan propone abandonar la consideración de los hechos históricos desde el punto de vista de la lucha de clases, considerando este enfoque como «una enfermedad infantil del izquierdismo». Además, propone revisar la posición sobre el tema de la lucha revolucionaria de los pueblos de Rusia. Adzhemyan define los levantamientos revolucionarios como reaccionarios, debido a que estos levantamientos, en su opinión, socavaron la fuerza del poder autocrático en Rusia. (...) «Deseando expresar», escribe Adzhemyan, «el papel creativo de las personas, nuestra historiografía racional se aferró a las imágenes de Razin, Bolotnikov, Pugachev, Radishchev, los decembristas y temió las hazañas de Dmitry Donskoy, Al. Nevsky, Iván el Terrible, Pedro I, Suvorov y otros. ¿Por qué? Porque los primeros se opusieron al Estado, mientras que los segundos, por el contrario, propugnaron el fortalecimiento y la exaltación del Estado. Pero los primeros destruyeron y los segundos construyeron. (...) Así, en los discursos de algunos historiadores se revive una ideología nacionalista de gran potencia, hostil a la política leninista-estalinista de fortalecer la amistad de los pueblos, se defiende la política reaccionaria de la autocracia zarista y se intenta idealizar el orden burgués». (G. Aleksandrov, P. Pospelov, P. Fedoseev; Sobre los estados de ánimo chovinistas de gran potencia entre algunos historiadores, 1944)

Al señor Roberto todo esto le importa un comino. A él le causa rabia que los catalanes puedan mostrar su orgullo recordando a reyes como Jaime I, que se dedicaba a establecer colonias en sitios tan lejanos como Atenas. ¿Y qué conclusiones quiere él que extraigamos de la alienación de esos catalanes? ¿Que los otros –o sea, los suyos, los chovinistas españoles–, no deben sentir vergüenza por anhelar las viejas posesiones de Castilla en Flandes, Borgoña, África, los principados alemanes y demás? A este estrafalario personaje solo juega su partida haciendo demagogia de la reivindicación de lo «nacional», cual falangista de tres al cuarto:

«Hoxha está reivindicando a Skandenberg, héroe patriota albanés en la resistencia y lucha contra el imperio turco, es decir, la expansión del islam, del mundo musulmán. Es una figura totalmente extrapolable a Alfonso VIII en la batalla de las Navas de Tolosa o al Cid Campeador con la resistencia a los almorávides». (Roberto Vaquero; ¿Cómo reconstruir la izquierda revolucionaria en España? Combatividad, principios, organización y cultura, 2020)

¿«La lucha contra el islam»? ¿A eso se reduce ahora lo revolucionario hoy, a la defensa de la histórica religión nacional reciente y decadente contra otra religión extranjera? Seguro que Abascal y el fallecido Gustavo Bueno estarían de acuerdo. Nosotros, como ateos que parten del materialismo dialéctico, no. A un marxista no le interesa discutir qué religión es más «progresista» o menos que otra, cuando lo importante es combatir todas y cada una de ellas.

Pero sigamos por un momento su «lógica nacional» para deshacer sus propios argumentos. ¿Debemos acaso, a razón de una especie de «indigenismo identiario», reivindicar las luchas de los pueblos paganos ibéricos contra el invasor romano y sus dioses? ¿Entonces también las resistencias a la introducción del cristianismo por el imperio romano, verdad? Como se ve, damas y caballeros, el nacionalismo español de esencia católica, o simpatizante del mismo, entra en un laberinto de despropósitos del cual no puede salir. Sus argumentos tienen tanta consistencia como una pompa de jabón.

Alabar la «lucha del mundo cristiano contra el mundo del islam» del siglo VIII desde la óptica actual es un acto ridículo e hipócrita, puesto que si hablamos de cual de las dos expresiones portaba más «progreso» en aquel momento de la historia, tampoco hay debate posible. En múltiples campos como las matemáticas, la medicina, el arte, la agricultura y otros, los invasores árabes estaban mucho más avanzados que los pequeños reinos cristianos de la Península Ibérica. Eso es tan indiscutible como que el sol sale por el Este. Por lo que nuestros nacionalistas también salen mal parados bajo tal argumentación, curiosamente su pretexto favorito real o ficticio al cual han solido recurrir para imponer su voluntad a otros pueblos. Véase el capítulo: «Aclaraciones pertinentes sobre el atentado yihadista en Barcelona [Recopilación documental]» de 2017.

Incluso, en términos de análisis histórico, tampoco sería correcto del todo hablar de «lucha del mundo cristiano contra el mundo del islam», ya que, como demostramos en otros documentos, la religión no fue la razón principal de la política y guerra de los reinos medievales, los cuales hacían y deshacían sus alianzas por razones de interés principalmente económico:

«De hecho, ¿cómo es posible que el fin tan tardío de la presencia del poder musulmán se diese con la conquista del Reino de Granada en 1492, frente a unos reinos cristianos claramente superiores económica y militarmente? La respuesta está en que la tendencia de los reinos cristianos a partir del siglo XIII no fue acabar de expulsar a los reinos musulmanes, sino cobrarles tributos mientras se trataba de hacer la guerra y debilitar a los reinos cristianos competidores. Todo ello da a entender sobradamente que hay que huir de reducir los conflictos político-militares a cuestiones de «cristianos contra musulmanes», fruto de conceptos identitarios que no existían en aquella época. (…) Estas alianzas solo le pueden parecer extrañas a quienes desconozcan la historia –véase las peticiones de los príncipes protestantes al imperio otomano para derrotar a los reinos católicos o la alianza católico-protestante para aniquilar a los anabaptistas, otra rama del protestantismo–. Incluso si el lector quiere más ejemplos, podemos remontarnos más atrás en la historia: la rivalidad y guerras de las ciudades sumerias del 2.500 a.C. no son producto de «la lucha eterna entre los dioses tutelares de cada ciudad» como ellos creían, sino que, como reconocen los historiadores materialistas de hoy, fueron conflictos motivados por cuestiones socio-económicas muy sencillas de explicar». (Equipo de Bitácora (M-L); Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

Y ya que invoca al propio Hoxha, ¿no advirtió este contra la ocultación interesada del aspecto reaccionario de las figuras de otras épocas?

«Hay que situar correctamente a nuestros renacentistas en la época en que vivieron, trabajaron y lucharon, poner de manifiesto sus ideas como producto del desarrollo de la sociedad de aquella época, poner de manifiesto sus objetivos inmediatos y futuros. Si las cosas se plantean así, correctamente, resultará que estas figuras de nuestro Renacimiento eran destacadas personas de ideas progresistas, iluministas revolucionarios, valientes y animados de un amor grande y ardiente por su patria. Lucharon con el fusil y la pluma por la libertad y la independencia del pueblo, por su despertar. Todos éstos son sus aspectos positivos, que son grandes. Todas estas virtudes y características de la época del Renacimiento y de los renacentistas debemos darlas a conocer al pueblo. 

Pero, no debemos olvidar en ningún momento que estos mismos animadores de nuestro Renacimiento tienen sus aspectos negativos que deben ser sometidos a nuestra crítica marxista-leninista. Estas debilidades consisten en sus concepciones filosóficas, que son idealistas. Se trata de un pesado bagaje, de la filosofía de su época, que está en contradicción y en lucha con nuestra ideología.

¿Podemos acaso callar este antagonismo, esta lucha implacable, a muerte, que los marxista-leninistas libramos contra la filosofía idealista, contra la religión y las creencias religiosas? ¿Podemos acaso considerarles intocables, tabús, únicamente porque son renacentistas? ¿Podemos, por una parte, combatir resueltamente la teología, la religión, las iglesias y las mezquitas, los curas y los almuecines y, por la otra, exaltar aquellas partes de la obra de Naim en las que expresa su filosofía bektachiana, o de Mjeda donde trata de la teología cristiana, o de Cajupi donde el autor dice, por ejemplo, que Papa Tomori era el «trono de Dios», etc., y ofrecer todo esto al pueblo como alimento ideológico sólo porque aquéllos son renacentistas, grandes hombres que han sentado las bases del desarrollo de nuestra lengua y han contribuido a su formación, porque sus poesías son hermosas y porque han creado bellas imágenes?

No, como marxistas que somos y en interés del pueblo y del socialismo, debemos combatir estos aspectos negativos. En materia de ideología, podemos hacer concesiones a la poesía o a la lengua. La apreciación que Engels hizo de la lengua de Lutero, como base de la lengua literaria alemana, en absoluto impidió evaluar a la luz de la verdad y desenmascarar el papel reaccionario de la Reforma antes y después del levantamiento campesino en Alemania». (Enver Hoxha; Sobre la revolucionarización en la escuela; Discurso pronunciado en la reunión del Buró Político del CC del PTA, 7 de marzo de 1968)

Pongamos como ejemplo la figura de Mariano José de Larra, a medio camino entre el romanticismo y el liberalismo. En el campo cultural, la suya era una propuesta progresista y dialéctica sobre la literatura, una visión que, hagamos memoria, partía de un hombre de la España de principios del siglo XIX, destacándose en él su lucha contra el chovinismo y el oscurantismo de la época. Esto tampoco quita que ni él, ni autores anteriores, como Cervantes, Quevedo, Calderón de la Barca, Lope de Vega o Goya, fuesen profundos creyentes y dedicasen varias críticas hacia el ateísmo que carecen de toda validez, vistas hoy. Pero centrarse en este aspecto sería metafísico y hasta anacrónico. Exigirles que fuesen ateos sería un deber injusto. Cuan ridículo se vuelve esto cuando hoy, los supuestos marxistas no cumplen la mayoría de requisitos para ser llamados como tales. Por eso hay que destacar lo positivo y desechar lo negativo sin olvidar en qué contexto nos hallamos en cada etapa. No es lo mismo un Cervantes creyente en el siglo XVII, que un Unamuno creyente en el siglo XX. No es lo mismo el republicanismo liberal de Pi y Margall en el siglo XIX, que el de Azaña en el siglo XX. No es lo mismo ser Valle-Inclán y apoyar el terrorismo como método de lucha en el siglo XX, que ser Hasél en el siglo XXI. Si no se comprende esto, se acabarán justificando las esperpénticas posiciones que, todavía hoy, algunos sujetos sostienen. En resumen, nunca se avanzará. Por eso hay que poner en una balanza ecuánime y decidir a quién se reivindica y con qué fin, investigando si no hay nada mejor que reivindicar y acorde con las tareas actuales, no haciendo un acopio infinito de figuras por mera pose, y menos aun trasladando mecánicamente experiencias –como la albanesa– a un país como el nuestro con un contexto histórico que nada tiene que ver con el desarrollo histórico, económico y cultural del país balcánico. Entendemos que para el skinhead «ilustrado» todo esto le haga estallar la cabeza, pero ya que se supone que hay que estudiar la «realidad concreta», hemos de ser consecuentes. De otro modo, en menudo chiste se acaba convirtiendo el «análisis histórico» cuando se deja en manos de los nacionalistas.

Entonces, ¿hay que guardar silencio sobre dichas épocas y sus figuras? ¡Para nada! Todo lo contrario, somos los primeros que hemos de estudiar su estudio para extraer las todas las lecciones posibles y notar que hubo gente a la cual les debemos mucho:

«Uno de los aspectos más débiles de la lucha antifascista de nuestros partidos consiste en que no reaccionan suficientemente, ni a su debido tiempo contra la demagogia del fascismo y siguen tratando despectivamente los problemas de la lucha contra la ideología fascista. (…) No debemos menospreciar, en modo alguno, esta fuerza del contagio ideológico del fascismo. Al contrario, debemos librar por nuestra parte una amplia lucha ideológica, basada en una argumentación clara y popular y en un método certero a la hora de abordar lo peculiar en la psicología nacional de las masas del pueblo. Los fascistas resuelven la historia de cada pueblo, para presentarse como herederos y continuadores de todo lo que hay de elevado y heroico en su pasado. (…) Los flamantes historiadores nacionalsocialistas se esfuerzan en presentar la historia de Alemania, como si, bajo el imperativo de una «ley histórica», un hilo conductor marcara, a lo largo de 2.000 años, la trayectoria del desarrollo que ha determinado la aparición en la escena de la historia del «salvador nacional», del «Mesías» del pueblo alemán. (…) Los comunistas que creen que todo esto no tiene nada que ver con la causa obrera y no hacen nada, ni lo más mínimo, para esclarecer ante las masas trabajadoras el pasado de su propio pueblo con toda fidelidad histórica y el verdadero sentido marxista-leninista-stalinista para entroncar la lucha actual con las tradiciones revolucionarias de su pasado». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo; Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)

En efecto, ¿a quién corresponde, si no a los marxistas, hacer una evaluación real de cada figura y colocarla en su respectivo lugar histórico? Así lo hicimos nosotros mismos en torno a figuras icónicas políticas o artísticas como Pi y Margall o Antonio Machado. Véase la obra: «Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero» de 2020.

Pero esto, como ya expresamos en innumerables ocasiones, no tiene nada que ver ni con el nihilismo «apátrida» –que niega la nación como producto social–, ni con el ultraizquierdismo –que niega el progresismo en personajes y movimientos anteriores–, ni con el nacionalismo burgués –que crea mitos y rescata los aspectos reaccionarios del pasado–:

«Nosotros, los comunistas, somos, por principio, enemigos irreconciliables del nacionalismo burgués, en todas sus formas y variedades. Pero no somos partidarios del nihilismo nacional, ni podemos actuar jamás como tales. La misión de educar a los obreros y a los trabajadores en el espíritu del internacionalismo proletario es una de las tareas fundamentales de todos los partidos comunistas». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo; Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)

El pueblo español o, mejor dicho, las capas más avanzadas del mismo, dudosamente pueden sentir orgullo por las «epopeyas» de un mercenario medieval como el Cid, ni por la conquista de América por parte de unos pobres desgraciados que se embarcaron en busca de un futuro que no tenían en su tierra –salvo que se considere que las matanzas y expolio de terceros pueblos pueda ser algo a reivindicar por un marxista–. ¿O es que quizás debemos «agradecer a Dios», como acostumbraba José Antonio Primo de Rivera, por «civilizar» a estos «bárbaros» y llevarles la «salvación» a través de la «palabra de Cristo»? Huelga decir que estas empresas, como siempre, redundaron no en una riqueza para el pueblo llano, sino en la ampliación de las propiedades y dineros de los nobles, banqueros y reyes. Todas las ganancias obtenidas a precio de sangre en tierras lejanas no sirvieron ni siquiera para mejorar sustancialmente el nivel de vida general, sino para que la aristocracia local dilapidase lo obtenido en frivolidades, como artículos de lujo, todo, mientras el pueblo padecía hambrunas y enfermedades de forma cíclica. ¿No reflejó todo esto Goya en sus grabados más críticos, mostrando la opulencia e hipocresía del clero y la aristocracia?

En todo caso, las personas de hoy que buscan una superación del régimen imerpante pueden sentir cierta admiración hacia los revolucionarios liberales del siglo XIX que lucharon contra Fernando VII, como Torrijos, o hacia un perfecto internacionalista, como Espronceda, presente en varias de las revoluciones europeas. Y esto no implicaría, a priori, asumir políticamente tesis derechistas ni adoptar las múltiples debilidades de estos intelectuales liberales. Tampoco tendrían por qué hacer suyo un eslogan ya superado por la historia, tal y como hace el señor Vaquero emulando al reaccionario Unamuno al gritar «¡Viva España con honra!». Uno puede admirar la crítica y gallardía de los románticos como Larra contra el carácter retrógrado del carlismo y el moderantismo, por ejemplo, pero no puede transigir con su ideología religiosa e incluso su aristocratismo temeroso del pueblo. Y siempre que no se especifique todo esto debidamente se estará engañando al público, se estará contando una verdad a medias. ¿Acaso ocultaron los bolcheviques las limitaciones históricas de Herzen o Chernyshevski, que eran de lo más avanzado del pasado reciente?

Ha de saberse que, al echar la vista atrás hacia la evaluación de las figuras revolucionarias de siglos anteriores, existe un peligro de perder la noción de la realidad histórico-presente. Claro que existieron figuras que luchaban contra una reacción en una lucha justa y del todo progresista por aquel entonces, pero quizás hoy muchos de los planteamientos de base de esos mismos hombres progresistas se convierten, al ser actualizados al contexto presente, en postulados ideológicamente retrógrados, que bien pueden pasar a ser la bandera de la reacción y la contrarrevolución. Pasar por alto esto es una fosilización metafísica del tiempo y sus protagonistas. Algo apto para charlatanes y adoradores de mitos, como Ziugánov, Vaquero o Armesilla, pero no para quien aspira a extirpar el cáncer del nacionalismo en el movimiento proletario. Téngase en cuenta que, cuanto más nos retrotraigamos en el pasado, más posibilidades habrá de que esas figuras hayan «envejecido» mal. De ahí la absurdez de querer ver referentes hasta en el Pleistoceno.

Sea como sea, el pueblo español tiene hitos históricos mucho mayores y más acordes a las tareas de su época. He ahí a los artistas como Miguel Hernández, que, a diferencia de muchos «intelectuales comprometidos» de postín, se alistó sin dudarlo en el 5º Regimiento de los comunistas durante la guerra. O los miles de antifascistas que acudieron desde todas las partes del mundo para luchar contra el fascismo, dejando algunos de ellos su vida en tal causa honorable, como ocurrió con Oliver Law o Hans Beimler. Esto sí es una prueba de «patriotismo revolucionario» o de «internacionalismo proletario», y no el abstracto e interclasista «hispanismo» que Armesilla y Vaquero nos venden. 

Las desviaciones nacionalistas de estos pseudomarxistas son las mismas de las que ya hicieron gala en su día los conocidos líderes revisionistas que acabaron destrozando la esencia de clase de los partidos marxista-leninistas, aquellos que acabaron vendiendo a los obreros a su burguesía en pos de la famosa «unidad nacional»:

«El Partido Comunista es el continuador de Francia, el legítimo heredero de sus mejores tradiciones, el auténtico representante de su cultura, un partido en el linaje de espíritus poderosos que, desde Rabelais hasta Diderot y Romain Rolland, lucharon por la emancipación del hombre. Así, reivindicando del pasado cuyas conquistas ha asimilado, el Partido Comunista está conduciendo al país hacia destinos superiores. (...) Amamos nuestra Francia, tierra clásica de revoluciones, hogar del humanismo y las libertades». (Maurice Thorez; Hijo del pueblo, 1960)

¿Qué tenían que ver los filósofos del materialismo mecánico del siglo XVIII con un marxista del siglo XX? Pues poco o nada, porque ya existían filósofos instruidos en el materialismo dialéctico que podían resolver mucho mejor cada cuestión en comparación a los primeros –con sus evidentes limitaciones–. ¿Quién podría reivindicar a tales autores sin venir a cuento y de esa forma? ¡Pues un liberal burgués!  ¿Quién iba a soltar la perorata de Francia como «cuna de los derechos humanos» burgueses, y presentar esto como algo «loable»? Un charlatán de primera. ¿Cuáles libertades, señor Thorez? ¿La de la burguesía para expulsar a los comunistas del gobierno siendo primera fuerza en las elecciones? ¿O quizás la de la Francia colonialista para someter a otros pueblos, como el argelino o el vietnamita? Obviamente, otros partidos tuvieron en Francia el espejo oportunista en el que mirarse.

«El Frente Popular debe pulverizar las calumnias de los traidores nacionales y proclamar a la faz del país, que él cuida la herencia de O’Higgins y los Carrera y quiere enriquecerla, impulsando el desarrollo progresivo de Chile, haciéndolo realmente libre y feliz. Debe establecer que no se propone expropiar a los industriales –como interesadamente lo propagan los reaccionarios–sino lejos de eso, quiere proteger las industrias y desarrollarlas contra los monopolios imperialistas, debe explicar como él toma en sus manos la defensa y el desarrollo próspero de la agricultura y la ganadería». (Luis Alberto Fierro; El trotskismo contrarrevolucionario contra el frente popular chileno, 1936)

En resunidas cuentas, como ya dijo Lenin una vez:

«No hay duda alguna sobre el parentesco ideo-político e incluso la identidad entre el oportunismo y socialnacionalismo. (…) El llamado socialnacionalismo es una consecuencia del oportunismo y fue este último el que le dio la fuerza para alzarse. (…) Puede ser que los individuos de este tipo se consideren a sí mismos como «internacionalistas», pero las personas no son juzgadas por lo que piensan de sí mismas, sino por su conducta política, y la conducta política de esos «internacionalistas», la cual al verse que no es coherente ni decidida contra el oportunismo, siempre será en ayuda o apoyo a la tendencia nacionalista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Bajo una falsa bandera, 1915) 

Como venimos advirtiendo, Roberto Vaquero cada día se parece más al señor Armesilla, otro nacionalista vestido de rojo:

«Un breve homenaje a las que, a mi juicio, son las quince #mujeres más importantes de la Historia de #España. Porque la Patria también tiene Heroínas. (…) Isabel II, Reina de España de 1833 a 1868 gracias a la derogación del reglamento de sucesión de 1713, con la Pragmática Sanción de 1830. Resistió dos guerras carlistas, modernizó la administración, conectó España por ferrocarril e instauró la rojigualda como bandera oficial». (Twitter; Santiago Armesilla, 23 de mayo de 2018)

Por lo visto, para Armesilla, desde el punto de vista revolucionario a analizar, la «modernización de la administración» por Primo de Rivera o la construcción de pantanos de Franco serían los actos más relevantes de sus mandatos. En el caso de Isabel II, se le olvido comentar la censura y represión a los estudiantes de la época –la Noche de San Daniel de 1865–; la firma del famoso Concordato con la Iglesia en 1851 –que aseguraba la financiación de la Iglesia a través de impuestos públicos y el cese de la expropiación de tierras a la misma–; sin olvidar que la propia reina encabezó una de las mayores corruptelas de la monarquía española –que ya era un récord difícil de superar–, por lo que tuvo que huir del país durante la Revolución de 1868 –conocida como «La Gloriosa»–, entre otros «detalles» que pasa por alto. Tal homenaje y descripción se pueden enmarcar muy bien en ese objetivismo burgués del que hablaba Lenin, mezcla de subjetivismo e idealismo bajo un pretendido barniz de objetividad:

«El carácter abstracto de los razonamientos del autor hace que sus formulaciones sean incompletas y que, cuando señala correctamente la existencia de tal o cual proceso, no analice qué clases surgían mientras éste se desarrollaba, qué clases fueron vehículo del proceso, eclipsando a otras capas de la población subordinadas a ellas: en una palabra, el objetivismo del autor no alcanza el nivel de materialismo, en el sentido que antes dimos a estos términos. (...) Incapaces de comprender estas relaciones antagónicas, incapaces de encontrar en ellas mismas elementos sociales a los que pudieran sumarse los «individuos aislados», los subjetivistas se limitaron a confeccionar teorías que consolaban a los individuos «aislados» diciéndoles que la historia era obra de «personas vivientes». El famoso «método subjetivista en sociología» no expresa absolutamente nada que no sean buenos deseos y una comprensión errónea de las cosas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El contenido económico del populismo y su crítica en el libro del señor Struve, 1894)

Precisamente, y como estamos comprobando, los análisis y comentarios históricos de Armesilla o Vaquero también adolecen de la carencia de análisis sobre la lucha de clases. Para quien se diga «defensor de la causa popular» y «sus mejores tradiciones», una reivindicación de los comuneros sería más pertinente que la de Carlos V. Al menos, tendría más sentido:

«Vuelto Carlos I de Alemania, donde le había sido concedida la dignidad imperial, se reunieron las Cortes en Valladolid para recibir su juramento a las antiguas leyes e imponerle la corona. Negándose a comparecer, Carlos envió delegados que, según pretendía él, debían recibir el juramento de lealtad de las Cortes. Estas se negaron a admitir la presencia de tales delegados, notificando al monarca que, de no presentarse y jurar las leyes del país, nunca sería reconocido como rey de España. Carlos cedió enseguida. Se presentó a las Cortes y prestó juramento, a regañadientes, según afirman los historiadores. Las Cortes le dijeron en esta ocasión: «Habéis de saber, señor que el rey no es más que un servidor pagado de la nación». Tal fue el comienzo de las hostilidades entre Carlos I y las ciudades. Como consecuencia de estas intrigas, estallaron numerosas insurrecciones en Castilla, se formó la Junta Santa de Ávila y las ciudades unidas convocaron reunión de Cortes en Tordesillas. De ellas salió, el 20 de octubre de 1520, una protesta dirigida al rey, a la que éste respondió privando de todos sus derechos personales a todos los diputados reunidos en Tordesillas. De esta forma, la guerra civil se había hecho inevitable; los comuneros recurrieron a las armas; sus soldados, al mando de Padilla, tomaron la fortaleza de Torrelobatón, pero fueron finalmente derrotados por fuerzas superiores en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Las cabezas de los principales «conspiradores» rodaron sobre el cadalso, y las viejas libertades de España desaparecieron». (Karl Marx; España revolucionaria, 1854)

Y, pese a ello, tomar a los comuneros de absoluta referencia para las luchas actuales –como hacen algunos regionalistas castellanos– sería sufrir de un anacronismo tan estrepitoso como ridículo:

«Respuesta: Los bolcheviques siempre nos hemos interesados por personalidades como Bolótnikov, Razin, Pugachov, etc. Hemos visto en las acciones de estos hombres el reflejo de la indignación espontánea de las clases oprimidas, la insurrección espontánea del campesinado contra el yugo feudal. Para nosotros siempre ha ofrecido interés el estudio de la historia de los primeros intentos de insurrecciones campesinas de este género. Pero, naturalmente, en este terreno no puede establecerse ninguna analogía con los bolcheviques. Las insurrecciones campesinas aisladas, aun en el caso de que no sean «bandidescas» y desorganizadas como la de Stepan Razin, no pueden conducir a nada serio. (...) Además hablando de Razin y Pugachov, no hay que olvidar nunca que eran partidarios del zarismo: estaban contra los terratenientes, pero por un «zar bueno». Ese era su lema». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Entrevista con el autor alemán Emil Ludwig, 13 de diciembre de 1931)

¿No ocurre esto mismo al estudiar las reivindicaciones de los comuneros liderados por Padilla, Bravo y Maldonado?:

«Que el rey no pueda poner Corregidor en ningún lugar, sino que cada ciudad y villa elijan primero de año tres personas de los hidalgos y otras tres de los labradores, que Rey o su Gobernador escojan el uno de los tres hidalgos y que el otro de los labradores, y que estos dos que escojan sean alcaldes de civil y criminal por tres años. (...) Que los oficios de la casa Real se hayan de dar a personas que sean nacidas y bautizadas en Castilla (...) Que el Rey no pueda sacar ni dar licencia para que se saque moneda ninguna del reino, ni pasta de oro ni de plata. (...) Que todo lo que hubiere de suceder en el reino, antes que sea recibido por Rey (...) Confiese que él recibe el reino con estas condiciones». (Peticiones de los comuneros en la Santa Junta de Ávila, 1521)

¿A eso aspira el proletariado actual? ¿A que el rey ceda el nombramiento de ciertos puestos, a que los ministros sean gentes bautizadas en Madrid, a un proteccionismo económico? Por favor...». (Equipo de Bitácora (M-L); Antología sobre Reconstrucción Comunista y su podredumbre oportunista, 2020)

1 comentario:

  1. Saludos
    ¿ Es posible hablar de la Mongolia socialista? Pues en español es casi imposible encontrar algo de esta revolución triunfante en un país de pastores seminómadas.

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«¡Pedimos que se evite el insulto y el subjetivismo!»