lunes, 24 de enero de 2022

La pedantería en el lenguaje para aparentar sapiencia, el vicio incurable de los intelectualoides; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«La filosofía alemana, en su aspecto más diluido pasó a ser patrimonio común de los «instruidos», y cuanto más se convertía en patrimonio común, tanto más desleídas, incoherentes e insípidas se hacían las opiniones de los filósofos y tanto mayor era el prestigio que esta confusión insipidez les creaban entre el público «instruido». (…) La confusión de las formas y del contenido, la vulgaridad altanera y el absurdo grandilocuente, la trivialidad indescriptible y la miseria dialéctica, peculiares de esta filosofía alemana en su última fase, superan todo lo aparecido en cualquier momento en este terreno. Sólo puede compararse con ello la credulidad de la gente que toma en serio todo eso y lo considera la última novedad, «algo nunca visto». (Friedrich Engels; La consigna de abolición del estado y los «amigos de la anarquía» alemanes, 1850)

En su momento, también Karl Marx denunció a cada pájaro que de tanto en tanto asomaba la cabeza dándose a conocer como reformador social y filósofo inigualable. Hoy esto aún nos suena, son aquellos tipejos caracterizados por anunciar fórmulas milagrosas en un lenguaje rimbombante con la intención de aparentar distinguida sapiencia. Lo que ocurre es que, a la hora de la verdad, a lo sumo solo logran meterse en el bolsillo al público más impresionable, valiéndose, para más motivo de vergüenza, de las mismas ideas peregrinas que han podido copiar de otros estafadores anteriores:

«Quiero denunciar al señor Grün, de París. Pretende haber aclarado los axiomas más importantes de la ciencia alemana. (…) Este hombre más que un caballero de la industria literaria, es una especie de charlatán que quiere hacer comercio con las ideas modernas. Pretende ocultar su ignorancia con frases pomposas y arrogantes, pero no ha conseguido más que ponerse en ridículo con su galimatías». (Karl Marx; Carta a Proudhon, 5 de mayo de 1846)

«Su literatura teórica sólo puede ser entendida por quienes se hallen iniciados en los misterios del «espíritu pensante». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)

Cualquiera que haya ojeado alguna vez ese lenguaje estrafalario y endogámico que se hallaba en «La Forja» y se halla hoy en «Línea Proletaria», no podrá sino estar de acuerdo con nosotros que, aunque la historia no se repite exactamente dos veces, estos paralelismos y paradojas de la historia resultan extremadamente cómicos e instructivos. El desarrollo de los «reconstitucionalistas» es análogo al de muchos personajes históricos, aquellos que mediante sus palabras tan vacías como grandilocuentes no solo no triunfaron, sino que acabaron pasando a mejor vida −políticamente hablando−:

«Weitling se trasladó a Bruselas a comienzos del año 1846. Cuando su campaña de agitación en Suiza se paralizó, por efecto de sus contradicciones internas y de la brutal represión de la que luego fue objeto, buscó refugio en Londres, donde no pudo llegar a entenderse con los integrantes de la Liga de los Justicieros. Fue presa de su cruel destino precisamente por querer huir de él acogiéndose a un antojo de profeta. En vez de lanzarse de lleno al movimiento obrero inglés, en una época en la que la agitación cartista alcanzaba una gran altura, se puso a trabajar en la construcción de una gramática y una lógica fantásticas, preocupado por crear una lengua universal, que en lo sucesivo habría de ser su quimera preferida. Se arrojó precipitadamente a empresas para las que no poseía capacidad ni conocimientos de ninguna especie, y así fue cayendo en un aislamiento espiritual que lo separaba cada vez más de la verdadera fuente y raíz de su fuerza: la vida de su clase. (…) El tribuno del pueblo, semanario publicado por Kriege en Nueva York, promovía, en términos infantiles y pomposos, un fanatismo fantástico y sentimental que nada tenía que ver con los principios comunistas y que solo podía contribuir a desmoralizar en el más alto grado a la clase obrera». (Franz Mehring; Karl Marx. La historia de su vida, 1918)

Y, aun así, ubicándolo en su contexto concreto, es una afrenta para la memoria de gente como Wilhelm Weitling el que lo compararemos con estos maoístas de poca monta; este personaje, al menos durante sus inicios, se prodigó en un abnegado trabajo de masas y propagó escritos de interés e importancia para la incipiente concienciación del proletariado de su tiempo. En todo caso, lo que queda claro es que estos maoístas modernos comparten los mismos pecados de Weitling, ¿cuáles son esos? La incapacidad de extraer las lecciones de la historia deriva en acabar rezagado de las necesidades reales; a partir de ahí, empecinarse en sus opiniones subjetivas, perdiendo todo rédito político que alguna vez se hubiera cosechado. Eso sí, hemos de ser justos una vez más: ser Weitling en el siglo XIX es algo hasta comprensible; ser maoísta en el siglo XXI es un atentado contra toda lógica. 

De igual forma, démosles una oportunidad a nuestros «reconstitucionalistas» que llevan décadas autoproclamándose como los grandes redentores de los errores del movimiento marxista-leninista, a ver qué novísimos postulados nos pueden ofrecer. Comencemos con lo que comentaba uno de ellos en respuesta a nuestras publicaciones:

«Bhomaterialist1: Parecen desear que el obrero se mueva, pero sin ser conocedor de la profundidad que hay en ese movimiento y en sus razones, sin que sea verdaderamente consciente del por qué, para qué, y la dirección en que y hacia la que se mueve. Vaya, me suena un tanto a espontaneismo». (Twitter; Búhomaterialista, 8 de enero de 2021)

¿Pero cómo te va a seguir un obrero que no te entiende al hablar señor zoquete? Aunque no lo quieran reconocer, la exposición teórica de los «marxistas» e «intelectuales del pueblo» como ellos guarda muchas similitudes con aquella gama de autores como Juan Ramón Jiménez, Heidegger o Deleuze, famosos por su lenguaje «propio» inventado, solo asequible para la flor y nata de la «aristocracia intelectual». Este lenguaje acrobático, recargado e incomprensible es un clamor entre los maoístas de tipo «reconstitucionalista», los cuales son una especie de literatos «impresionistas», poniendo más atención a la forma barroca en la que hablan que al contenido en sí de lo que están diciendo. Cual catedrático de filosofía que no puede resistirse utilizar palabras en griego, latín o alemán para brillar ante sus alumnos, llenan sus panfletos de expresiones inaprensibles para los pobres mortales como nosotros, quienes no somos expertos políglotos y que a sus ojos apenas hablamos bien nuestro idioma nativo:

«En alemán, existe un verbo que expresa a la perfección el sentido que queremos otorgar a esta acción: aufheben, que significa, al mismo tiempo, elevar, suprimir y conservar. Entonces, las contradicciones entre el marxismo-leninismo y las demás corrientes teóricas irán resolviéndose sucesivamente como síntesis −Aufhebung, o, para decirlo en lenguaje marxista, negación de la negación−». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja; Nº31, 2005)

Para decir que hay que separar el grano de la paja, el pensamiento científico y progresista del que no lo es, deben atormentar al lector con párrafos como este. Advertimos que podríamos citar muchos extractos más de este texto, pero pasaremos a otro, ya que esto ni de lejos es lo más dantesco que tienen. Vean y disfruten de un espectáculo que difícilmente podrían experimentar en otro lado. En su artículo: «Ciencia, positivismo y marxismo: notas sobre la historia de la conciencia moderna», escribían: 

«Ex nihilo nihil fit: lo nuevo nace de lo viejo y sólo en la creciente ruptura con sus puntos de partida puede desarrollarse. He aquí gran parte del meollo de la cuestión, pues el marxismo es la única concepción del mundo cuyos presupuestos ontológicos −es decir, su dimensión praxeológica− permiten su revolucionarización». (Comité por la Reconstitución; Línea Proletaria, Nº3, 2018)

Básicamente vienen a «iluminarnos» con que todas las bases teóricas del marxismo se configuran a través de la práctica, que nada viene dado sin más, si no que viene dado por la actividad social humana. Algo tan sencillo es elevado a esta frase solemnizada que no aporta más que una pérdida de tiempo para descifrarla. Sea como sea, estamos seguros de que tras mirar la cita de más arriba sobre «ontología», la «praxeología» y el «ex nihilo nihil fit», los trabajadores de Amazon, Zara, Repsol o Glovo, se mirarán entre sí y se encogerán de hombros al leer este tipo de textos. También estamos seguros de que una persona graduada en una o varias carreras −siempre que, claro, esta no sea filosofía y quizás ni siquiera así− encontrará dificultades para comprender qué se quiere decir. Exclamará indignada: «¿¡Pero qué demonios quieren que entendamos con esta forma de expresarse!? ¿qué pretenden estos payasos?». En efecto, utilizar palabras en desuso, tecnicismos o palabrejas inventadas no hace a uno más inteligente, sino más estúpido. En ese contexto, la capacidad que el receptor puede tener para comprender este mensaje es nula −o escasa−, y esto ocurre no porque el lector medio sea idiota, sino por el «palurdismo» del emisor, que se expresa de forma innecesariamente retorcida. 

«No es dar pruebas de inteligencia emplear palabras altisonantes para cosas sencillas». (Friedrich Engels; Anti-Dühring, 1878)

Algunos otros defienden que expresarse en este lenguaje imposible «eleva a las masas» y que no se puede «rebajar la forma hasta distorsionar su esencia». Pero, señores, hasta lo más complejo se puede expresar de forma sencilla sin caer en la vulgarización, lo didáctico tampoco está reñido con una forma y lenguaje elegante. Es aquí donde reside la verdadera eficiencia, la verdadera inteligencia, en saber adaptar hábilmente el mensaje al registro adecuado sin socavar su contenido, por extenso o complejo que este pueda resultar. Y, en caso de que no exista mayor forma de hacerlo, qué menos que intentar hacer entender el mensaje mediante la explicación de los conceptos y fórmulas empleadas. Pero eso no es una posibilidad para ellos. 

Aun así, han de saber ellos −y todos los que tienen tal vicio− que tales fórmulas literarias obtusas no enaltecen el mensaje, sino que lo aguan, pues no son más que una mascarada que distrae al lector del deficiente contenido de sus textos o discursos. De esta forma caen en la mediocridad tan copada por la intelectualidad burguesa aparentemente radicalizada, la de valerse del lenguaje oscuro con el fin de pasar de tapadillo un contenido subjetivo y caprichoso. Dicho lo cual, caballeros, os daremos un pequeño consejo… ¡puesto que os empeñáis en vender una mercancía reaccionaria, al menos esmeraros para hacer que esta sea comprensible para vuestros compradores!

«Debemos tener en cuenta que es imposible que las amplias masas comprendan nuestras resoluciones si no aprendemos a hablar su propio lenguaje. No siempre, ni mucho menos, sabemos hablar de un modo sencillo, concreto, con conceptos familiares y comprensibles para ellas. Todavía no sabemos renunciar a las fórmulas abstractas, aprendidas de memoria. En efecto, fíjense en nuestros manifiestos, periódicos, resoluciones y tesis; y verán que están escritos muy a menudo en un lenguaje y en una redacción tan pesados, que su comprensión resulta inclusive difícil para los militantes responsables de nuestros partidos, y no digamos para nuestros militantes de fila. Si pensamos, camaradas, que en los países fascistas los obreros que difunden y leen estas hojas, se juegan la vida, salta a la vista con toda claridad la necesidad de escribir para las masas en un lenguaje comprensible para ellas, a fin de que también los sacrificios que se realicen no sean estériles. (...) ¡Cuando escribas o hables, piensa siempre en el obrero sencillo que tiene que entenderte, creer tus llamamientos y estar dispuesto a seguirte! ¡Piensa en aquellos para quienes escribes o a quienes hablas!». (Georgi Dimitrov, Por la unidad de la clase obrera contra el fascismo; Discurso de resumen en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 13 de agosto de 1935)

Pero el espécimen «reconstitucionalista» promedio es terco por naturaleza y se resiste a aceptar esta verdad tan básica. En un acto desesperado este señor defiende a capa y espada que esto es un error de consideración nuestra, donde solo caben dos opciones para que cometamos tan lamentable equivocación: o bien no les comprendemos y confundimos nuestra inutilidad intelectual con la de las masas −que sí podrían entender el mensaje perfectamente−, ¡o resulta que somos tan paternalistas que creemos que las masas nunca llegarán a comprender lo que nosotros! 

«@aranguizmr: No solo eso, sino tratar al proletariado como si solo fuera «blue collar worker», inepto paternalismo hacia el obrero». (Twitter; G. Aránguiz, 8 de enero de 2021)

«@Bhomaterialist1: Hombre, lo de tratar al obrero como si fuera un analfabeto funcional incapaz de ser formado intelectualmente para comprender cosas complejas, es ya casi tradicional entre los economicistas, asiduos despreciadores de la teoría». (Twitter; Búhomaterialista, 8 de enero de 2021)

Pero ya hemos demostrado que no es que no os comprendamos, señores petulantes, sino que habiéndoos comprendido a la perfección nos parece abominable tanto vuestra expresión como vuestro contenido, ¡pero dudamos que la mayoría lo haga y os exponemos como el ejemplo palpable de lo que jamás deberá hacerse! ¿Qué culpa tenemos si sois una caricatura tan pedagógica para todo el mundo? Esta «intelectualitis» fue registrada por más de un observador como Perry Anderson, el cual, pese a estar lejos de ser santo de nuestra devoción, tipificó correctamente cómo muchas de las corrientes «neomarxistas» de mediados del siglo XX no habían superado aun esta enfermedad:

«Por el contrario, la extrema dificultad del lenguaje característica de gran parte del marxismo occidental en el siglo XX nunca estuvo controlada por la tensión de una relación directa o activa con una audiencia proletaria. Por el contrario, su excedente por encima del cociente mínimo necesario de complejidad verbal era el signo de su divorcio de cualquier práctica popular». (Perry Anderson; Consideraciones sobre el marxismo occidental, 1970)

Las fórmulas de agitación y propaganda del revisionismo, sean los maoístas de ayer, de hoy, u otros «neomarxismos», no tienen absolutamente nada que ver con la esencia de las labores que llevaron a cabo los grandes partidos marxista-leninistas que alguna vez llegaron a transcender notablemente. El propio Lenin, ya desde su primera militancia en el Grupo de Emancipación del Trabajo, comprendía a la perfección cuánto había que evitar de cara a la clase obrera el levantar estas barreras de elitismo pedante en la redacción y difusión de textos políticos. De hecho, recomendaba lo diametralmente opuesto, es decir, tratar de hacer el mensaje lo más accesible y preciso posible para lograr verdaderamente un buen alcance del mensaje y una elevación ideológica de las masasAsí lo rememoraba su esposa, la conocida revolucionaria Nadezhda Krúpskaya:

«Lenin tomó este trabajo lo más en serio posible. «No hay nada que me gustaría más que aprender a escribir para los trabajadores», escribió desde el enlace a Plejánov y Axelrod». (Nadezhda Krúpskaya; Aprendamos a trabajar con Lenin, 1932)

¿Acaso cambió Lenin su forma de ser ya bajo el liderazgo de los bolcheviques? Pues tampoco:

«[Los marxistas] deben hablar de forma sencilla y clara, en un lenguaje asequible a las masas, desechando sin reservas la artillería pesada de los términos eruditos, las palabras extranjeras, las consignas, definiciones y conclusiones aprendidas de memoria, preparadas como recetas, pero que las masas todavía no conocen ni entienden. Hay que saber explicar los problemas del socialismo y los problemas de la actual revolución rusa sin fraseología, sin retórica, sino con hechos y cifras». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La socialdemocracia y los acuerdos electorales, 1906)

En otra ocasión, otra persona que le conoció en todas sus facetas, Clara Zetkin, recordó como en una ocasión confesó al propio Lenin cual había sido el rasgo que más le impresionó al conocerle:

«—¿Sabe usted, Lenin, que en nuestros países ningún jefe de una asamblea, revestido de pontifical, se atrevería a hablar con la sencillez y la naturalidad con que usted habla? Temería que no se le considerase «bastante culto», Yo sólo conozco algo comparable a su modo de hablar: el formidable arte de Tolstoi. Tienen ustedes de común la gran línea armónica, cerrada, el inexorable amor a la verdad. Eso sí que es belleza. ¿Se trata, acaso, de una característica específicamente eslava?

—No lo sé −dijo Lenin−. Sólo sé que yo cuando «me hice orador» hablaba siempre mentalmente para los obreros y los campesinos. Mi única preocupación era que ellos me entendiesen. Y donde quiera que habla un comunista, debe pensar en las masas, hablar para ellas». (Clara Zetkin; Recuerdos sobre Lenin, 1925)

Esto vendría a ser lo que ajedrez; jaque mate, o en tenis; set y partido.

¿Qué resultados dio la adopción de un «lenguaje obrero»? Muchos que rechazan este vocabulario más sencillo, el cual ni sabrían adoptarlo, se llevan las manos a la cabeza con esto. Hay gente que cree seriamente en que adecuarse a las masas provocara inevitablemente que simplifiques el marxismo, que lo vulgarices, lo dogmatices, etc. Por último, repasemos los resultados que obtuvo Lenin partiendo de una anécdota recogida en las memorias de un veterano bolchevique: 

«En viaje hacia Siberia me refirieron una conversación entre Lenin y uno de los marxistas franceses más destacados de la época, Paul Lafargue. La transcribo con las mismas palabras con que me la refirió Y. O. Mártov:

«Cuando Lafargue oyó de boca de Lenin que en Rusia no existía aún un partido al modo europeo y sí sólo círculos de obreros, preguntó:

—¿Y a qué se dedican vuestros círculos?

—Damos conferencias de divulgación para iniciar a los obreros; luego, los más capaces estudian a Marx.

—¿Leen los obreros a Marx?

—Sí.

—¿Y lo entienden?

—Naturalmente.

—Sin duda se equivoca usted —observó el malicioso francés—. Los obreros no comprenden una palabra. Nuestro movimiento socialista tiene una historia de veinte años, y nadie, entre nosotros, entiende a Marx».

Ya desde los comienzos del movimiento acudíamos los obreros rusos a la fuente originaria, esto es, a «El capital» (1867), y éste fue, a no dudar, uno de los factores del éxito. El mismo Lenin tenía por muy acertado el que los obreros estudiasen a Marx por su cuenta, y ayudaba con todas sus fuerzas estos estudios individuales». (Aleksandr Shapovalov; Mi camino al marxismo, Memorias de un obrero revolucionario, 1925)

El simplificar las cosas, centrarse en lo importante, introducir unas nociones básicas, explicar el significado de los términos a usar, explicar los fenómenos de los que se hablará y leerán, ilustrar los ejemplos de la época con otros más cotidianos, etcétera. Todo esto de manera breve, clara, concisa, directa y popular no causa una tergiversación de la doctrina. 

En principio, todos los matices que uno no pueda desarrollar en las exposiciones de este tipo serán un problema menor, puesto a que al haber cumplido las condiciones básicas para que luego los sujetos puedan leer a Marx sin demasiados problemas, este peligro de distorsión o desánimo se reducirá drásticamente. Es más, al haberles introducido debidamente a la doctrina y a las dudas recurrentes en que suelen incurrir los iniciados, estos podrán profundizar por cuenta propia en su estudio individual −el cual es la clave. Sin olvidar que el feedback es una cuestión ineludible.

Por tanto, esto no tiene por qué provocar en el que está aprendiendo una debilidad o confusión respecto a los aspectos fundamentales de la doctrina a estudiar, y lejos de hacer que aquellos que te escuchen solo salgan con nociones mecánicas mal asimiladas, para lo que sirve este ejercicio −si se realiza correctamente es para que las masas no familiarizadas con el materialismo histórico se acostumbren a sus herramientas. De hecho, cuando los sujetos entienden de que se está hablando, una vez que se estimula su autonomía en el razonar, lo que ocurre es que fenómenos negativos como la propagación de nociones erradas, la manipulación de la doctrina y demás... acaban siendo problemas que ellos mismos −con lo que han podido aprender− son capaces de resolver y evitar sin tutelaje. 

Todo esto, que ahora mismo parece una cuestión sencilla, en su día fue uno de los factores que lograron que Lenin y los suyos hicieran del movimiento obrero ruso el más fuerte que había en todo el mundo. Pudiendo superar, en condiciones francamente difíciles, el resultado de secciones −como la francesa o alemana− que habían sido fundadas ya en época de Marx y Engels y que contaban con décadas de tradición y experiencia». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre la nueva corriente maoísta de moda: los «reconstitucionalistas», 2022)

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