viernes, 29 de mayo de 2020

Los bandazos del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


«En los años 60 nacería el Partido Comunista de España (marxista-leninista) precisamente como reacción a la traición de la dirección del PCE Carrillo-Ibárruri a las ideas más básicas del comunismo. Para este nuevo partido la postura inicial sobre la cuestión nacional sería la siguiente:

«España constituye actualmente UNA nación, y no una pluralidad de naciones unidas tan solo por la existencia de un aparato estatal único y centralizado, como equivocadamente creen algunos. Eso no excluye en modo alguno la existencia de una serie de regiones con ciertas particularidades nacionales más o menos acusadas, a las que se denomina nacionalidades». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)

En este documento no se expresa en ningún momento el tono y estilo de la Internacional Comunista, ni del PC de España de José Díaz, ni mucho menos el de las tesis de Comorera y el PSU de Cataluña o Jesús Larrañaga y el PC de Euskadi. En ese documento, no se habla del derecho de estos pueblos a optar por la independencia estatal. Por ello, le pese a quien le pese, el análisis de la cuestión nacional realizado por el PCE (m-l) durante sus tiempos de infancia suponía un atraso evidente para el movimiento obrero. Esto lo decimos por muchos de los viejos dinosaurios del actual PCE (m-l), que pretenderán defender a capa y espada el honor del partido, aunque ellos hayan sido los encargados de defenestrado en mil cuestiones.

Este triste trabajo del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional corrió a cargo de Lorenzo Peña como él mismo reconoce:

«El folleto Acerca del problema de las nacionalidades en España, escrito por mí en 1968 –en su primera versión–, fue publicado después –en 1968 o 1969– por las Ediciones Vanguardia Obrera –como un Cuaderno Marxista-Leninista: Suplemento a Revolución Española, Nº 1–. El comité ejecutivo aceptó publicarlo habiéndolo podado y expurgado. Varios fragmentos se eliminaron». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

Debe decirse que las concepciones políticas de Lorenzo Peña eran desviaciones que en la mayoría de casos estaban bastante más a la derecha que la línea oficial del partido. Dado que no podía imponer su visión en diversos campos, las desavenencias y la frustración hicieron que abandonase el partido en 1972. De hecho, pronto él mismo navegaría en aguas abiertamente socialdemócratas, y desde entonces se ha dedicado a especulaciones filosóficas, declarándose como un «socialismo no marxista» y profesar un «republicanismo republicano» (sic), como veremos en otro capítulo.

Merece la pena repasar este texto porque hoy existen líneas políticas de partidos revisionistas que han adoptado líneas similares.

Todo el texto está destinado a argumentar directa o indirectamente que España era una nación compacta, que no existían otras naciones contenidas en el Estado, y que por tanto, indirectamente se daba a entender que no se debía hablar del derecho a separación de estos pueblos, derecho que como ya se ha dicho, no se contempla en ningún momento. 

Para argumentar tal idea se dejaban caer diversos argumentos altamente confusos. Por ejemplo, se dice:

«Los habitantes de la mayor parte de las regiones españolas son de habla exclusivamente castellana. E incluso en las regiones con particularidades nacionales sólo un número ínfimo de personas del medio rural y, en general, de aldeas apartadas no hablan el castellano. En cambio en algunas regiones, particularmente en Euskadi, las lenguas vernáculas no son utilizadas, ni siquiera conocidas, más que por una minoría de la población regional, minoría, además, en descenso». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)

¿Lorenzo Peña consideraba acaso que estas zonas no eran naciones ya que en las regiones con particularidades nacionales el idioma castellano no era desconocido? Sí, eso es cierto. ¡Vaya sorpresa! ¿Quizás por el hecho de que Castilla, como reino predominante intentó asimilar al resto de zonas de los otros reinos cristianos o musulmanes que fueron unificando pacíficamente o por la fuerza desde el siglo XII? ¿Quizás por decretos contra las lenguas no castellanas como las que firmaron los «reyes y ministros ilustrados»? ¿Quizás por la represión reciente en aquellos años 60 después de pasar la terrible dictadura de Primo de Rivera y estar inmersos en la de Franco? Después el señor Peña cita que el gallego, catalán y sobre todo el euskera eran idiomas en descenso. Insistimos. ¿Acaso es lícito considerar que tras treinta años de fascismo, la reducción del euskera supone el fin de una nación? Tampoco valdría como argumento. Es más, como se vería después con el fin del franquismo y gracias a las libertades del régimen posterior de índole democrático-burgués, y en concreto con la instalación del Estatuto Vasco de Autonomía de 1979, en cuanto el euskera tuvo una cooficialidad se fue extendiendo notablemente, sobra decir del catalán como reconoce en el texto el propio Peña, ya era hablado perfectamente por la mayoría de catalanes, mismo ocurría con el gallego.

Los ecuatorianos y españoles hablan el castellano, pero no son una misma nación, en cambio los catalanes pueden conocer el castellano, pero suelen hablar en catalán y no son parte de la nación castellana o española. Extrapolado a otro ejemplo: un ucraniano en la época de Lenin o un polaco, podía saber ruso, hoy pasa igual por la influencia de la URSS y las relaciones políticas, económicas y culturales de Rusia con sus vecinos adyacentes, pero la mayoría sabe mejor o directamente solo conoce su idioma original: el ucraniano o polaco, ninguno forma parte de la nación rusa por conocer el ruso. De hecho, el sistema actual de autonomías demuestra que en cuanto hay una leve prebenda en la cuestión lingüística, los ciudadanos de las minorías nacionales del Estado –catalanes–, eligen a sus representantes, que toman una política proactiva de defensa y promoción de su lengua –el catalán–, que pone al idioma oficial del Estado –el castellano– como cooficial, pero su estatus social acaba por detrás de la lengua materna en instituciones y calle. Lo que indica la plena identificación con su lengua de estos pueblos.

«Dentro de España, las tres regiones con particularidades nacionales más destacadas –Cataluña, Euskadi y Galicia– suman –censo de 1960– unos ocho millones de habitantes. Valencia y Baleares suman cerca de tres millones de habitantes. En total, unos once millones, el 35'7 por ciento de la población española según el censo –30 millones y medio de habitantes–». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)

Bajo esta teoría Lorenzo Peña nos quiere vender sin decirlo abiertamente, que a base de recuentos demográficos, podríamos tipificar que Cataluña, Euskadi y Galicia no serían constituyentes como naciones, porque tendrían poca población respecto al resto de España. Como si el número de habitantes fuese decisivo ¿Acaso no existen naciones de pleno derecho con poblaciones de poco más de un millón de personas? El señor Peña parece que negaba esta evidencia:

«En la actualidad se puede calcular que la población española se aproxima a los treinta y tres millones y que la población de Cataluña, Euskadi y Galicia tomadas en su conjunto es de unos nueve millones, un 28 por ciento de la nacional. Sin embargo, hay que tener en cuenta que ya antes de nuestra guerra nacional revolucionaria contra el fascismo, el proletariado de Cataluña no estaba formado exclusivamente por catalanes sino también, aunque entonces muy minoritariamente, por inmigrados de otras regiones. (…) Por su lado, el proletariado de Euskadi estaba formado en buena parte, ya antes de la guerra, por castellanos, gallegos, etc. Y desde 1941 se ha visto engrosado con unos 200.000 inmigrados de otras regiones». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)

Aquí tenemos otro argumento ajeno a todo sentido marxista. ¿Los emigrantes del resto de España hacia estas regiones seguirían siendo «extranjeros»? Si creemos esto, tendríamos que aceptar que todos los proletarios andaluces, murcianos, mozambiqueños, sirios o franceses, siguieran siendo de estas regiones o naciones aunque transcurran décadas y generaciones completas, como si mágicamente, en Cataluña a diferencia del resto de territorios, este proletariado emigrante y sus generaciones venideras no sufrieran una transformación y asimilación de la zona donde residen. No puede existir una argumentación más metafísica.

Para entender los argumentos tan disparatados que aquí se anuncian, podríamos hablar de los desconocimientos históricos y económicos del autor, del chovinismo castellano que rezuman ciertos comentarios, así como la influencia directa del maoísmo en sus textos, con el déficit que eso significaba a la hora de aplicar el materialismo dialéctico a la cuestión nacional. Pero además de todo ello, se evidencia introdujo en el partido la nefasta teoría metafísica de que la burguesía del Estado no podría mutar del fascismo hacia el democratismo-burgués. Esto repercutía en adelantar erróneamente lo que podría ocurrir a estos pueblos bajo un régimen postfranquista. Si la asimilación cultural hubiese durado más siglos, de forma continuada, los rasgos nacionales de estos pueblos quedarían ocultos de la superficie, de forma que la conciencia nacional de estos pueblos podría ser dañada severamente. Pero ni si quiera esto elimina la existencia de los factores que hacen nación a una nación. El ejemplo más claro es Galicia, donde existen rasgos nacionales pero no una conciencia nacional, no por casualidad es una de las regiones donde las fuerzas más tenebrosas del país tienen un gran apoyo político, donde los partidos «constitucionalistas» y «españolistas» de derecha tienen un fuerte apoyo político, y donde el nacionalismo gallego es residual todavía pese a que según las encuestas oficiales la mayoría de gallegos se definen como más gallegos que españoles, o gallegos y en segundo lugar españoles. 

Al no considerar posible la idea de que la burguesía pudiera evolucionar hacia una monarquía parlamentaria y otorgar ciertos derechos de importancia a estos pueblos oprimidos nacionalmente, se quedaron desfasados ante los acontecimientos que se sucedieron a no mucho tardar:

«En primer lugar, podría pensarse en una continuación de la dictadura de la oligarquía, pero con modificación de sus formas de poder. (...) Es evidente que un régimen neofranquista, regido por el borbónico parásito Juan Carlos. (...) Un régimen de ese tipo no concedería más que, en el mejor de los casos, un restablecimiento de la mancomunidad de diputaciones provinciales, o algo muy parecido y totalmente insulso». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)

Efectivamente: estos pueblos con la monarquía parlamentaria juancarlista no han obtenido completamente sus derechos nacionales, pero tampoco se puede negar que ha habido una ampliación de sus derechos y libertades. Comparar el actual Estatuto de Cataluña de 1979 con la Mancomunidad de Cataluña de 1914-1924 como anunciaba Lorenzo Peña es por completo absurdo. Nadie en su sano juicio podría comparar tampoco la situación actual de Cataluña y los catalanes con la de la época fascista que España padeció bajo la bota del franquismo. En la actualidad sólo los palmeros de la propaganda del nacionalismo catalán podrían proponer contra toda evidencia que existe algo así. Claro es que pese a las limitaciones democrático-burguesas que en la actualidad existen para que Cataluña ejerza su libertad, su situación es exponencialmente distinta a la de otras épocas. Vale decir que la limitación de las libertades es algo común dentro de cualquier régimen democrático-burgués y más aún en aquellos estados que contienen más de una identidad nacional. Como muestra un detalle. Solo hay que recordar que la afamada II República Española (1931-1936). En el artículo 4 de su Constitución de 1931, si bien no prohibía la enseñanza de las «lenguas regionales», no reconocía al gallego, catalán o vasco como cooficiales junto al castellano, a diferencia de lo que ocurre en la Constitución de 1978 en el artículo 3 que incluso las considera «patrimonio cultural» que será objeto de especial «respeto y protección». 

La exposición de Lorenzo Peña en este panfleto sobre la cuestión nacional expresa unas ideas sobre la cuestión nacional ligados a resabios de un viejo pensamiento socialdemócrata, con las limitaciones que eso implica:

«Los problemas nacionales de Europa han sido y son un factor revolucionario de lucha contra el imperialismo. En la medida en que los partidos de la II Internacional degeneraron en partidos de «reformas sociales», se apartaban de la lucha de clases, renegaban de la dictadura del proletariado, pasaban a las filas de la contrarrevolución, la cuestión nacional que en un principio anunciaban vagamente, se transformó en instrumento «ideológico» de subordinación nacional al Imperialismo. (…) Nuestra experiencia es suficiente para conocer a fondo la posición práctica de los socialdemócratas en la cuestión nacional. El Partido Socialista Obrero Español, ha combatido a sangre y fuego a Cataluña y Euskadi, las dos nacionalidades históricas oprimidas y que han llegado a la madurez nacional». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional de Cataluña, 1940)

A consecuencia de estas concepciones pseudomarxistas de Lorenzo Peña sobre la cuestión nacional, diversos grupos criticarían las posiciones del PCE (m-l). Tomemos el ejemplo de la crítica que la Organización Marxista-Leninista de España (OMLE), futuro núcleo del Partido Comunista de España (reconstituido), realizaría en su artículo: «La cuestión nacional: Euskadi» y «Vanguardia Obrera» de 1969. 

Allí encontramos encontramos comentarios esperpénticos como:

«Ello sigue con una cita del camarada Mao Zedong que, pese a que su obra es la más rica de todas las obras de los clásicos del marxismo-leninismo sobre el problema nacional». (Organización Marxista-Leninista de España; Bandera Roja, Nº3, 1969)

Esta sola frase constata el fanatismo maoísta de las agrupaciones de aquel entonces, ¡que postulaban a Mao como una figura que había desarrollado en la teoría y la praxis una obra sobre la cuestión nacional superior a la de Marx, Lenin o Stalin!

Si el lector quiere leer sobre las posturas chovinistas de Mao en la cuestión nacional, véase:

-Moni Guha; Revisionismo contra revisionismo, 1978.

-Enver Hoxha; Reflexiones sobre China, Tomos I y II, 1979

Pero hay que tener en cuenta que la OMLE también criticaría al PCE (m-l) por no reconocer que:

«Euskadi como nación tiene el mismo derecho que no importa que otro pueblo del mundo a su autodeterminación». (Organización Marxista-Leninista de España; Bandera Roja, Nº3, 1969) 

Poco después, citando al PCE (m-l), realizaría las siguientes anotaciones:

«No obstante la E.T.A. tiene muchos defectos. El más importante es su carácter nacionalista-burgués separatista... [OMLE: Se dan cuenta ustedes que «crimen»: nacionalista-burgués y 1 separatista! diríamos que habla Franco]... Nosotros estamos por la permanencia de Euskadi en el seno de una república democrático-popular y federativa de toda España [OMLE: Con lo cual no estáis en contradicción más que con vosotros mismos, pues E.T.A. no considera Euskadi como parte de España ni de Francia, sino como una nación al margen de ambas]». (Organización Marxista-Leninista de España; Bandera Roja, Nº3, 1969)

¿Qué conclusiones podemos extraer? En los documentos del PCE (m-l) al no presentar por ningún lado el concepto del derecho de autodeterminación de las naciones, ni considerar propiamente a Euskadi una nación, ni tampoco considerar la posibilidad del derecho de formar un Estado propio, se estaba equivocando claramente, estaba dando argumentos para que otros grupos que cometían un oportunismo de izquierda en la cuestión nacional como la OMLE le acusasen con razón de «derechismo», de chovinismo. Los errores propios daban oxígeno a las organizaciones oportunistas. Esto también se vería cuando el PCE (m-l) caía en errores izquierdistas sobre la cuestión sindical o militar, aprovechándose de dichos fallos los grupos como PCE, ORT y PTE que mantenían sonoras posturas derechistas en esas cuestiones para justificar su posición. He aquí la importancia de tener una línea sólida y congruente con la realidad, para no dar munición al enemigo.

Aunque en este punto concreto la OMLE tenía razón, sus líderes al tener un nivel ideológico inferior no serían capaces de obtener ventaja de las debilidades del PCE (m-l) para exponer una postura sobre la cuestión nacional correcta y convincente. En ese texto, a la hora de explicar por qué Euskadi era una nación solo se limitaba a hacer como la mayoría de organizaciones de la época: citar la famosa cita de Stalin extraída de su obra «El marxismo y la cuestión nacional» sobre los rasgos componen una nación, y afirmar, sin más explicación, que tales rasgos se cumplían en Euskadi. Dicha fórmula vulgar y mecanicista también era practicada por sus adversarios que no consideraban a Euskadi una nación, sino parte de la nación española.

Pero la OMLE cometía un error mucho más grave: no entendía que los marxistas respetan la libre elección de una nación a constituirse como Estado, pero el marxismo jamás es separatista per se. De hecho en la cuestión de la autodeterminación mantener un separatismo a ultranza en cualquier situación es una miopía metafísica y nacionalista como denunciaba el PCE (m-l). Esto ya lo explicamos extensamente en capítulos anteriores, e indica lo poco que habían estudiado a Marx, Engels, Lenin, Stalin o al propio Comorera.

Stalin, refutando a los separatistas y diversos oportunistas que distorsionaban el programa bolchevique sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, diría lo siguiente:

«El referido punto del programa –el punto 9– habla de la libertad de las nacionalidades, del derecho de las nacionalidades a desarrollarse libremente, de la obligación del Partido de combatir toda violencia contra ellas. Hablando en términos generales, el derecho de las nacionalidades, según el sentido de este punto, no debe ser limitado, y puede llegar tanto a la autonomía y la federación como hasta la separación. ¿Quiere esto decir que para el Partido sea indiferente y por igual aceptable que una nacionalidad dada resuelva sus destinos en cualquier forma, en favor del centralismo o del separatismo? ¿Quiere esto decir que solamente sobre la base del derecho abstracto de las nacionalidades, «sin pronunciarse acerca del fondo de esta reivindicación», cabe recomendar, aunque sea indirectamente, a unas la autonomía, a otras la federación y a otras la separación? La nacionalidad, decide sus destinos, pero ¿quiere decir eso que el Partido no deba influir sobre la voluntad de la nacionalidad en el sentido de que ésta adopte la decisión que mejor corresponda a los intereses del proletariado? El Partido está por la libertad de conciencia, por el derecho de los hombres a profesar cualquier religión. ¿Se puede deducir de aquí, que el Partido deba estar a favor del catolicismo en Polonia, a favor de la religión ortodoxa en Georgia, a favor de la religión gregoriana en Armenia, y que no deba luchar contra estas concepciones del mundo?». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Hacia el nacionalismo, 1913)

Y en el campo organizativo, el separatismo nacionalista siempre ha reivindicado que cada organización debía separarse en diferentes ramas según su nacionalidad, lo cual va en contra del marxismo por razones obvias:

«Ved lo que ocurre en Rusia, ved cómo se portan los gran rusos con los ucranianos. Como es natural, cualquier demócrata, sin hablar ya de los marxistas, luchará resueltamente contra la terrible humillación del pueblo ucraniano y reivindicará para él la plena igualdad de derechos. Pero debilitar los vínculos y la alianza existentes hoy día, en el marco de un mismo Estado, entre el proletariado ucraniano y el gran ruso sería traicionar abiertamente al socialismo y equivaldría a seguir una política estúpida, incluso desde el punto de vista de los «objetivos nacionales» burgueses de los ucranianos. (...) Si los proletarios gran rusos y ucranianos actúan unidos, la libertad de Ucrania es posible; sin esa unión no se puede hablar siquiera de libertad. (...) Los obreros gran rusos y ucranianos deben defender juntos, estrechamente unidos y fundidos –mientras vivan en el mismo Estado– en una sola organización, la cultura general o internacional del movimiento proletario, mostrando absoluta tolerancia en cuanto a la cuestión del idioma en que ha de realizarse la propaganda y en cuanto a la necesidad de tener presentes en esta propaganda las particularidades puramente locales o puramente nacionales. Tal es la exigencia incondicional del marxismo. Cualquier prédica a favor de la separación de los obreros de una nación con respecto a los de otra, cualquier ataque contra la «asimilación» marxista, cualquier intento de oponer en las cuestiones relativas al proletariado una cultura nacional en conjunto a otra cultura nacional supuestamente única, etc., es nacionalismo burgués, contra el que se debe llevar a cabo una lucha implacable». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Es por ello que:

«Los obreros no permitirán que se los divida mediante discursos empalagosos sobre la cultura nacional o «autonomía cultural» Los obreros de todas las naciones defienden juntos, unánimes, la total libertad y la total igualdad de derechos, en organizaciones comunes a todos, y esa la garantía de una auténtica cultura. (…) Al viejo mundo, al mundo de la opresión nacional, los obreros oponen un nuevo mundo, un mundo de unidad de los trabajadores de todas las naciones, un mundo en el que no hay lugar para privilegio alguno ni para la menor opresión del hombre por el hombre». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La clase obrera y el problema nacional, 1913)

Que unos presuntos «marxistas» proclamaran un separatismo intransigente incluso cuando el proletariado estuviese en el poder, no solo era contrario al internacionalismo proletario y al acercamiento entre los pueblos, sino que solo era un reflejo de otras desviaciones que sufrían en otros campos:

«El viraje de los liquidadores caucasianos hacia el nacionalismo no es casual. Hace mucho que comenzaron a liquidar las tradiciones del Partido. La supresión de la «parte social» del programa mínimo, la eliminación de la «hegemonía del proletariado» (v. «Diskussionni Listok», núm. 2127), la proclamación del Partido clandestino organización auxiliar adjunta a las organizaciones legales (v. «Dnievnik», núm. 9128); todo eso son cosas harto conocidas». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Hacia el nacionalismo, 1913)

Con el tiempo, estas organizaciones separatistas suelen acabar haciendo piña con su propia burguesía bajo tal pretexto u otro:

«Había, pues, razones para temer que el separatismo en el seno del partido llevase al separatismo dentro de los sindicatos, que éstos se fraccionasen también. Y así ha ocurrido, en efecto: los sindicatos se han dividido también por nacionalidades. Y ahora las cosas llegan no pocas veces al extremo de que los obreros checos rompan una huelga sostenida por los obreros alemanes o luchen en las elecciones municipales junto a la burguesía checa contra los obreros de nacionalidad alemana». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

Queda demostrado que en el punto concreto sobre cómo enfrentarse regularmente a las ideas separatistas, el PCE (m-l) actuó correctamente al combatir el nacionalismo separatista de una organización pequeño burguesa como ETA (V Asamblea), ¡la cual se definía ideológicamente así misma en sus comunicados como «nacionalista revolucionaria»! Como sabemos... tanto por su teoría como su práctica, era vidente el desdén de los etarras por las luchas obreras del resto del Estado. En varias ocasiones confesaron de forma pragmática que siempre que creyesen que no tenían conexión directa con la cuestión nacional vasca, dichos procesos les eran indiferentes. Pese a esto, la OMLE y luego la PCE (r) pecaron de un extremo seguidismo hacia estas organizaciones, la prueba está en que a diferencia del PCE (m-l), jamás le dedicaron una crítica ideológica seria y extensa, siempre buscaron las simpatías de los nacionalistas vascos, incluso pedirían el voto por sus agrupaciones como vimos en el documento del PCE (r)/GRAPO. Hoy, sus restos, repiten la tragicomedia de su incapacidad para influir sobre la población de aquellas zonas, pidiendo el voto por la CUP y el nacionalismo catalán.

Tras la salida de Peña en 1972, la postura del PCE (m-l) en la cuestión nacional fue evolucionando, y solo en parte, distanciándose de sus errores tempraneros más burdos. Él lo reconocía así:

«Años después el PCEml publicará otro folleto titulado «El problema de las nacionalidades en el marco de la revolución en España» Ediciones «Vanguardia Obrera» de 1977, donde se han refundido párrafos y hasta páginas enteras de mi texto de 1968; pero esas partes, escritas por mí, han sido troceadas para ser insertadas en un contexto que les es ajeno y que resulta incompatible». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

Ya incluso en 1971 se rectificaron las posturas del folleto de Lorenzo Peña de 1969. En una publicación del FRAP, el frente promovido por el PCE (m-l), podemos leer:

«El FRAP considera que son los propios pueblos de las nacionalidades quienes deben elegir libremente y sin intervención exterior alguna su propio destino; que el pueblo de cada nacionalidad debe tener la libertad de unirse o separarse del resto de los pueblos de España». (¡Acción!; Comité Pro-Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, Nº5, mayo, 1972)

También en las publicaciones de los Comités Antiimperialistas Revolucionarios (CAR), se comentaba sobre la cuestión nacional:

«Es cierto que a los obreros nos interesa estar unidos, unirnos todos en la lucha. Y es precisamente para que esta unidad sea real, por lo que no podemos imponerla por la fuerza. Precisamente porque las minorías nacionales han sido oprimidas en lo que constituye su manera de ser, porque se les han impuesto lengua, cultura, costumbres y leyes que no son las suyas, no podemos nosotros emplear la violencia en este terreno. Nosotros queremos la unidad, sí; pero que no la imponga por la fuerza una nación sobre otra; queremos una unidad en que sean respetadas las diferencias que hay entre pueblos. El primer derecho de un pueblo es el de disponer libremente de sí mismo». (Comités Antiimperialistas Revolucionarios, Nº35, mayo-junio, 1971)

Sobre estos CAR, debido a la falta de información hay dudas sobre si era una organización independiente o una organización satélite del PCE (m-l) –como las ramificaciones juvenil, femenina y sindical, o los frentes creados del FRAP y la Convención Republicana–, aunque los testigos directos reclaman que efectivamente así era. De hecho los CAR tiempo después se integraron en el FRAP. Leyendo sus publicaciones se puede detectar un lenguaje calcado al utilizado por el partido, por lo que hay pocas dudas de que se trata de lo segundo, siendo así esta posición de los CAR sobre la cuestión nacional extensible al propio PCE (m-l), o al menos a un sector importante que llegaba a extender sus ideas en los frentes que manejaba el partido.

La propuesta del PCE (m-l) destacaba en aquellos años por apelar a la directa independencia de territorios colonizados, mientras que para el resto de los territorios con «particularidades» proponía el derecho a secesión, aunque deseaba –retomando como los republicanos y progresistas del siglo XIX– la idea de la integración voluntaria en un modelo federalista para las regiones peninsulares:

«Derecho para los pueblos de las distintas nacionalidades de España, de decidir sus propios destinos. El partido teniendo en cuenta los intereses de todos los pueblos de España, propugna para las distintas nacionalidades un régimen de auténtica y real igualdad de derechos y deberes, en el marco de la República Democrática Popular y Federativa. (…) Evacuación de las tropas españolas y del aparato administrativo colonial que la dictadura tiene establecido en los territorios de África que hoy ocupa. Devolución a sus respectivos pueblos, de estos territorios». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Línea política y programa, 1973)

Por aquellos tiempos el PCE (m-l) reconocía que:

«En Euskadi, un gran número de luchadores se han incorporado al combate contra el franquismo y el imperialismo yankee sobre la base del legítimo sentimiento nacional atropellado por ambos. Esta incorporación se ha hecho, fundamentalmente, bajo la dirección de la pequeña y mediana burguesía nacionalista, ya que los revisionistas abandonaron la bandera revolucionaria de las luchas de las minorías nacionales por su autodeterminación, y porque nuestro partido, durante toda una etapa no ha sido lo suficientemente fuerte, en el terreno organizativo, para canalizar y dirigir de manera directa al grupo del inmenso potencial antifascista y antiimperialista de esta lucha –aunque la contribución ideológica y política ha sido fundamental para encauzarla–». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Formas y variedades del revisionismo moderno en España: «Komunistak» –actualmente Movimiento Comunista de España–», 1972)

En la declaración fundacional de la Convención Republicana de los Pueblos de España (CRPE), otro frente creado por el PCE (m-l), se pasa calificar a España como un Estado multinacional:

«La convención reafirma el hecho histórico del carácter multinacional del Estado Español». (¡Acción!; Frente Revolucionarios Antifascista y Patriota, Nº34, 1976)

En las publicaciones de la Convención Republicana podemos ver como se conmemoraba el 25 de julio como «Día de la Patria Gallega» pidiendo «por el derecho de la autodeterminación».

El PCE (m-l) oficialmente nunca dejó de considerar en sus siguientes publicaciones que España era una sola nación:

«Resulta innegable para cualquier persona mínimamente conocedora de la historia de España y de su realidad actual, que las distintas regiones y pueblos de España constituyen indiscutiblemente un Estado y una nación llamada España». (Elena Ódena; ¿Autonomías o reinos de taifas?, 1979)

Esto mostraba una indudable confusión sobre la cuestión nacional, diciendo una cosa bajo tu frente y otra bajo tu denominación oficial. 

Si en el folleto sobre la cuestión nacional escrito en 1969 por Lorenzo Peña existían varios argumentos burdos e imperdonables para un partido marxista-leninista, en el nuevo folleto de 1977 también dejaba muchísimo que desear en cuestiones clave.

Una de las razones metafísicas que se daban para determinar si estas regiones constituían o no naciones, era el hecho de que:

«Los rasgos de España como nación y no tan sólo como un Estado formado por varias naciones, se han venido formando en los últimos siglos, y principalmente los últimos 100 años. (…) Sin que ninguna clase social de ninguna de las nacionalidades haya optado por levantar su propio Estado. (…) Conviene puntualizar, que en esta lucha, ni la burguesía catalana, ni la vasca, ni tampoco gallega, han expresado, a través de los movimientos nacionales, el interés de construir un Estado propio». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); El problema de las nacionalidades en la perspectiva de la revolución en España, 1977)

En primer lugar, aquí el PCE (m-l) usaba el vago argumento de que España es una nación simple y llanamente porque en los últimos cien años no había surgido otro Estado independiente de sus entrañas, lo cual sería lo mismo que proclamar que la nación ucraniana o polaca no existían en 1917 porque nunca se habían constituido como Estado o hacía largos siglos desde tal hecho. Stalin critica tal propuesta en su obra: «La cuestión nacional y el leninismo» de 1929.

El segundo argumento era que las burguesías de esas regiones no habrían reclamado posiciones separatistas, algo que no era cierto como vimos en los anteriores capítulos, ya que tales reclamaciones existían desde mucho antes de 1977 y cada vez eran más mayoritarias, pero si existía alguna duda de la tendencia que está tomando, hoy la realidad ha disipado toda duda, al menos en el caso catalán y vasco. De todos modos, la existencia de un separatismo o de un federalismo en la tendencia nacional no cambia la existencia de la nación, por lo que el separatismo no puede ser una prueba definitiva ni mucho menos.

«A lo largo de las luchas políticas y con el desarrollo de la burguesía se han reforzado los vínculos de todo tipo –comerciales, económicos, culturales, políticos, etc.– entre las diversas nacionalidades de España, se ha unificado el mercado en gran medida y han desaparecido gran parte de los obstáculos nacionales. (...) La oligarquía financiera e industrial vasca y catalana, así como los clanes oligárquicos de Galicia. (...) Han acelerado el proceso mutuo de entrelazamiento y fusión con el resto de la oligarquía financiera». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); El problema de las nacionalidades en la perspectiva de la revolución en España, 1977)

El tercer argumento era aún más falaz y mostraba un desconocimiento histórico-económico. Se habla que la burguesía catalana, vasca y gallega estaría conectada con la del resto de España hasta el punto que el desarrollo ha hecho que ya sean lo mismo o prácticamente lo mismo, que habrían formado una misma oligarquía. Un entresijo más o menos pronunciado de vinculación económica interregional se ha dado siempre. Esto también ocurre cuando hablamos de la cuestión nacional: dicha conexión se da irremediablemente entre la nación opresora con la nación oprimida, solo hace falta echar una rápida ojeada a los hechos históricos tanto modernos como contemporáneos: véase los lazos de las clases explotadoras austriacas con las húngaras, las otomanas con las albanesas, las rusas con las polacas, las inglesas con las escocesas, galesas o irlandesas, etc. Es decir, se ha dado tanto en casos donde la nación oprimida tiene ciertos núcleos de importancia económico –Cataluña, Escocia– como en zonas donde la nación oprimida tiene un evidente atraso de las fuerzas productivas –Irlanda, Albania–. 

Stalin ya explicó con la cuestión georgiana que esta deriva histórica de las clases explotadoras es del todo normal:

«Existió, por ejemplo, en nuestro país, la llamada «cuestión nacional» de la nobleza, cuando –después de la «incorporación de Georgia a Rusia»– la nobleza georgiana sintió lo desventajoso que era para ella perder los viejos privilegios y el poderío que tenía bajo los reyes georgianos, y, considerando que la condición de «simples súbditos» era afrentosa para su dignidad, anheló la «liberación de Georgia». (...) En efecto: el desarrollo de la producción mercantil, la abolición del régimen de la servidumbre, la fundación del Banco de la nobleza, la agudización de los antagonismos de clase en la ciudad y en el campo, el movimiento creciente de los campesinos pobres, etc. asestaron un golpe mortal a la nobleza georgiana y, junto con ella, al «nacionalismo monarco-feudal». La nobleza georgiana se escindió en dos grupos. Uno de ellos renunció a todo «nacionalismo» y tendió la mano a la autocracia rusa, para, a cambio, recibir de ella puestos lucrativos, crédito barato y aperos de labranza, para que el gobierno la defendiese de los «revoltosos» del campo, etc. El otro grupo de la nobleza georgiana, más débil, se alió con los obispos y archimandritas georgianos y, de este modo, cobijó su «nacionalismo», desechado por la vida, bajo el ala del clericalismo. Ese grupo se dedica con gran entusiasmo a restaurar las iglesias georgianas derruidas, «monumentos de la pasada grandeza» –¡ése es el punto principal de su «programa»!–. (...) La burguesía georgiana quería proteger el mercado georgiano con una barrera aduanera, expulsar de este mercado por la fuerza a la burguesía «extranjera», elevar artificialmente los precios de las mercancías y enriquecerse por medio de semejantes manejos «patrióticos». (...) Sólo el proletariado podía infundir vida al castrado «patriotismo» de la burguesía. Había que ganarse al proletariado: y aquí aparecieron en escena los «nacionaldemócratas». Mucha fue la pólvora que gastaron en rebatir el socialismo científico, mucho lo que injuriaron a los socialdemócratas; aconsejaban a los proletarios georgianos que se apartaran de ellos, ensalzaban al proletariado georgiano y procuraban convencerlo de que, «en interés de los propios obreros», fortaleciese de alguna manera a la burguesía georgiana. Suplicaban insistentemente a los proletarios georgianos: no arruinéis a «Georgia» –¿o a la burguesía georgiana?–, olvidad las «discrepancias internas», haced amistad con la burguesía georgiana, etc. (...) ¡Pero fue en vano! Los cuentos zalameros de los publicistas burgueses no lograron adormecer al proletariado georgiano. Los ataques implacables de los marxistas georgianos –y, sobre todo, las potentes acciones de clase, que fundieron en un solo destacamento socialista a los proletarios rusos, armenios, georgianos y de otras nacionalidades–, asestaron a nuestros nacionalistas burgueses un golpe demoledor y los expulsaron del campo de la lucha. «Para rehabilitar su desprestigiado nombre», nuestros patriotas fugitivos tuvieron que «cambiar, por lo menos, de color», que disfrazarse, por lo menos, de socialistas, ya que no podían asimilar las ideas socialistas. (...) La autocracia persigue de una manera bandidesca la cultura nacional, la lengua, las costumbres y las instituciones de las nacionalidades «alógenas» de Rusia. (...) ¿Cómo deberá proceder entonces nuestro Partido? Precisamente para estos posibles casos ha sido incluido en nuestro programa el artículo 9; previendo precisamente la posibilidad de tales circunstancias, se concede a las nacionalidades el derecho de procurar resolver sus asuntos nacionales de acuerdo con sus deseos –como, por ejemplo, «liberarse» completamente, separarse–». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Cómo entiende la socialdemocracia la cuestión nacional, 1904)

En los escritos de la Internacional Comunista existe toda una serie de textos hablando de dicha cuestión.

En España el proceso de interrelación de las noblezas y burguesías se puede rastrear desde mucho antes, tanto a nivel regional como a nivel de lo que luego van a ser las regiones con reivindicaciones de tipo nacional:

«Vinculación de esta burguesía en sus lugares de origen. Se trata de una vinculación resuelta en varias dimensiones. En lo que respecta al plano inmobiliario con la adquisición de tierras, en el plano simbólico con la construcción de residencias y el papel de mecenazgo de la vida local, que incluye actividades benéfico-caritativas bajo el rótulo de la cultura o de la estabilidad social. Pero el rasgo más interesante son las vinculaciones de tipo moderno. (…) Las élites del dinero en la España del siglo XIX tienen un denominador común: su tendencia a ubicarse en Madrid en tanto que capital y al cobijo del Estado. (…) Poseer un patrimonio próximo a los 50 millones de reales es un rasgo que caracteriza a esa gran burguesía con residencia en Madrid, que no rompe sus marras con sus lugares de origen. (…) Para la fachada cantábrica, Andalucía o incluso Cataluña, resulta extraño que un gran patrimonio supere la barrera de los 10 millones de reales; en cambio en Madrid es habitual. (…) Gozan, pues, de una situación económica inalcanzable para otros miembros de la burguesías españolas, ni tan siquiera la vasca o catalana. (…) Se producen asociaciones complejas que ligan a su vez zonas geográficas del país. (…) Francisco de las Rivas, marqués de Mudela. Sus inversiones vinícolas en La Mancha, sirvieron de palanca para sus inversiones siderúrgicas en la cuenca del Nervión. (…) Esta burguesía genera pues una doble cultura económica: el rentismo y la inversión productiva. (…) Es observable una mayor presencia de la élite económica catalana en los centros de poder de la capital del Estado a finales de siglo». (Ángel Bahamonde Magro y Jesús A. Martínez; Historia de España siglo XIX, 2005)

Hay que anotar que pese a que es cierto que la burguesía catalana o vasca cosechó un notable éxito y prestigio económico que reforzó los inicios de sus movimientos nacionales, por razones obvias, la burguesía castellana con sede en Madrid gozaba de una posición mucho mayor.

La clase obrera catalana solo ha tenido fugazmente el liderazgo de la mayoría de catalanes bajo la dirección del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) dirigido por Joan Comorera durante 1937-1949. Después de ese periodo ninguna otra organización ha tenido suficiente influencia y autoridad como para plantar cara al nacionalismo catalán burgués o pequeño burgués. Es más, gracias a la irrupción del revisionismo de Ibárruri-Carrillo en el PSUC en 1949 y su posterior proceso de decadencia, se revivió al nacionalismo catalán en el exilio, el cual estaba desacreditado y desorganizado. Tras el franquismo y la reorganización del nacionalismo catalán burgués, hoy sigue existiendo esa bifurcación de las clases explotadoras entre un campo favorable a la integración con la nación opresora y otro que defiende la libertad e identidad de la nación oprimida, la diferencia fundamental es que la burguesía catalana nunca ha tenido tanta fuerza ni sido tan favorable a la secesión como hoy por razones ya explicadas. ¿Ha impedido esa división entre la burguesía catalana para que dentro del sistema de las autonomías se desarrolle económicamente, imprima su cultura entre la población, y sea hoy dentro de las reivindicaciones nacionalistas, y en particular de las independentistas, la clase social con más poder de convocatoria? Solo un miope político negaría tal obviedad. ¿Es un movimiento «vendepatrias» que realmente no lucha por la soberanía nacional y que ha dejado tirado al pueblo catalán en sus demandas tanto nacionales como sociales? ¡Por supuesto!, ¿Y qué esperar de la burguesía en materia nacional bajo la era del imperialismo? Pero el denominado movimiento consecuente que algunos chovinistas españoles exigen a Cataluña no existe actualmente ni en el movimiento político nacional catalán ni en ninguna parte de España. La hegemonía burguesa y el falso patriotismo son exactamente igual de predominantes en ambos lados del Ebro. 

Este tipo de planteamientos absurdos para negar el carácter de Cataluña son el resultado de no entender la cuestión económica en la cuestión nacional. Pretender que es necesario que se consolide sin trabas el mercado interno de una nación, y que para ello es necesario tener un Estado propio es un error metafísico que Stalin ya condenó. La historia demostró que los polacos, ucranianos o kazajos no necesitaron tal cosa para desarrollar su fisonomía nacional tras ser absorbidos por el zarato ruso –ponemos estos tres ejemplos ya que cada nación tenía una economía predominantemente industrial, agrícola y ganadera respectivamente–. ¿Acaso Cataluña no ha desarrollado durante siglos sus propias formas de propiedad de la tierra, su famosa industria y comercio dentro de España y en cambio no se parece en nada a ninguna otra zona de Castilla? ¿Tenía algo que ver el paisaje económico de los 70 de la industria catalana con el paisaje eminentemente agrícola manchego o extremeño? ¿Acaso históricamente los catalanes no han enfocado su mercado hacia el Mediterráneo mientras Castilla lo hizo hacia el Atlántico? ¿Acaso un proceso normal como la emigración internas proveniente de zonas atrasadas como Murcia, Extremadura o Andalucía ha hecho mella en la identidad catalana, o más bien estos se han asimilado al catalanismo? Son debates estériles a estas alturas.

Pese a no considerar a España un Estado multinacional, a finales de los 70 desde el PCE (m-l) se tenía en cuenta ya el derecho a la independencia de las regiones con innegables movimientos nacionalistas:

«El pueblo vasco, al igual que los demás pueblos de España carecen todavía de los derechos y las libertades necesarias para poder pronunciarse libremente en relación con el derecho a la autodeterminación, e incluido el derecho a la independencia, preconizada por algunos sectores vasquistas». (Elena Ódena; El estatuto de Guernica o el consenso con salsa vasca, 1979)

En líneas generales se mantiene estático el concepto de que estas regiones no son naciones como tales, pero extrañamente se evoluciona hasta contemplarse que estos pueblos tenían en el ejercicio del derecho de autodeterminación, y como tal, incluían el derecho a la independencia. Un nuevo bandazo incomprensible para muchos, pero que ciertamente suponía un avance frente a las viejas concepciones que en nada ayudaban a acercarse a las masas de aquellas zonas. Es aquí cuando vemos nacer los mejores artículos del partido sobre la cuestión nacional:

«Estamos por el derecho democrático a la autodeterminación hasta sus últimas consecuencias, la independencia, siempre que el pueblo, libremente así lo exprese. Pero como toda fuerza política, defendemos y luchamos por una opción propia. Nuestra opción, la opción de los comunistas marxista-leninistas, la opción que más interesa a la clase obrera y al pueblo es la República Popular y Federativa. (…) Denunciamos y combatimos el actual centralismo, heredado directamente del franquismo, que se ha disfrazado de tómbola autonómica, en que, sólo se han visto beneficiados los intereses oligárquicos y burgueses del PNV. (…) Denunciamos y combatimos también el separatismo a ultranza, base política y objetivo confeso de ETA, así como sus métodos y actividades terroristas». (Vanguardia Obrera; Nº436, 1983)

Por supuesto eso no significaba que el PCE (m-l) pasase a apoyar la idea de que lo mejor para estos pueblos era la secesión como hacían algunas agrupaciones nacionalistas y revisionistas, sino que ella era una opción que respetarían si los pueblos libremente tomaban dicho camino, pero que su objetivo era en cambio, trabajar, comprender y respetar la idiosincrasia de dichos pueblos para poder lograr una unidad efectiva y armoniosa entre ellos. Por ejemplo, en el artículo: «El separatismo de ETA hace el juego a la reacción». O en el artículo: «La muerte de Txomin. El nacionalismo, única ideología de ETA», donde se reiteraba:

«Con la muerte de Txomin Iturbe Abasolo, considerado máximo dirigente de ETA (militar), se ha vuelto a poner de actualidad, por enésima vez, la especulación sobre las dos supuestas tendencias presentes en dicha organización: la nacionalista y la marxista-leninista.

La primera, a la que pertenecería el fallecido, estaría más inclinada al diálogo y a la negociación y en la segunda estarían los «más malos», los que sólo desearían seguir pegando tiros.

De entrada, el planteamiento es claramente manipulador al querer situar a los presuntos marxista-leninistas como fanáticos amigos del gatillo y de la goma-2 y, de paso, descalificar la ideología de la clase obrera.

Pero las cosas no son así. Por supuesto que en Euskadi Ta Askatasuna (ETA) puede haber diversos matices y tendencias; de hecho, su historial de escisiones así lo demuestra, pero decir que entre esas tendencias existe la marxista-leninista es francamente excesivo.

Está claro que desde su V Asamblea –diciembre de 1966-marzo de 1967– la organización fue haciéndose, de manera confusa y francamente mal digeridas, con algunas tesis marxistas y con un vocabulario tomado de prestado de las mismas.  Posteriormente, ya bajo la monarquía, tanto ETA como Herri Batasuna (HB) y sobre todo Herri Alderdi Sozialista Iraultzailea (HASI), han cultivado un discurso que, siendo básicamente nacionalista, aparece entreverado de posiciones y argumentaciones en las que se mezclan de manera oportunista tesis socialdemócratas y tesis marxistas.

Pero insistimos, las ideas, la actividad y los objetivos de ETA y de las diversas organizaciones del bloque KAS o de HB, nunca han superado los rígidos y estrechos límites del nacionalismo, de la ideología nacionalista que les une, como un cordón umbilical, a las fuerzas más tradicionales, clericales y reaccionarias de la gran burguesía vasca, léase el Partido Nacionalista Vasco (PNV).

El propio «Argala» escribía en 1978 sobre la necesidad de arrebatar el poder «a la burguesía española y francesa», sin mencionar casualmente la vasca. En 1982 «Eraki», órgano de HASI afirmaba con claridad que «el objetivo último –de la unidad popular– es la independencia de Euskal Herria». No se trataba pues del socialismo, que es el objetivo de los marxista-leninistas. Y añadía, de manera idealista, que «partiendo del presupuesto mínimo de la lucha por la independencia, el resto vendrá por añadidura».

Más recientemente, el discurso de ETA se ha inclinado por hablar de autodeterminación, tomando el concepto del marxismo. Bien, en eso podemos estar de acuerdo. Los marxista-leninistas estamos por la autodeterminación de Euskadi desde mucho antes de la existencia de ETA. Pero mientras para el nacionalismo no hay otra salida a la autodeterminación que la separación y la independencia, los marxista-leninistas propugnamos la solución federativa y republicana como más conveniente a los intereses del proletariado de todo el Estado. Sin embargo, si el pueblo vasco opta por la independencia, respetaríamos tal decisión.

El nacionalismo de ETA no ve otra salida que la independencia a través del enfrentamiento entre pueblos; los marxista-leninistas nos atenemos a la autodeterminación.

De ahí que, pese a este supuesto punto en común del nacionalismo radical con el marxismo-leninismo –que desearíamos fuese realmente común–, las diversas organizaciones del KAS o HB, no hayan buscado nunca confluir con los marxista-leninistas, con nuestro partido, y sin embargo, no se cansen de tender puentes a la burguesía y gran burguesía industrial y financiera del PNV. Ejemplo reciente ha sido durante los pasado enero y febrero, ofreciendo a Arzallus y Garaikoetxea un «acuerdo de reconstrucción nacional».

En efecto, no hay tendencias marxista-leninistas en ETA por mucho que, en algunas declaraciones y artículos hablen de socialismo o marxismo.

La amalgama de vocabulario marxista con teología de la liberación, clericalismo, historicismo falsamente científico y conceptos étnicos de raíz racista son componentes claros de un nacionalismo exaltado no de marxismo-leninismo.

Mucho menos, además, si tenemos en cuenta que, para esta organización, socialismo es la URSS y los países bajo su órbita.

El II Congreso de HASI, en 1982, llegó incluso a afirmar que «hoy, la comunidad socialista, la forman la URSS, la RDA, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Polonia, Cuba, Laos, Mongolia y Vietnam».

Es decir, la comunidad de países revisionistas bajo control del socialimperialismo soviético y de las diversas burguesías burocráticas.

Pero una cosa es ser marxista-leninista y otra ser prosoviético. La diferencia es abismal. No luchamos contra la OTAN y el imperialismo yanqui para hacer el juego al Pacto de Varsovia y la URSS.

Sí estamos de acuerdo con Txomin cuando afirmaba que la «cuestión vasca es un problema político y no policial», y también pensamos, desde mucho antes de la muerte de Franco en 1975, que la ruptura con el franquismo es un problema clave todavía pendiente que impide todo tipo de soluciones favorables a los pueblos del Estado.

Pero mejor que cada cual se defina como lo que realmente es, y ETA es nacionalista, así nació y así permanece, pese al manejo teórico de algunas tesis y cierto vocabulario más o menos marxista». (Vanguardia Obrera, Nº 581, 1987)

En el artículo: «Combatir el nacionalismo, fortalecer las posiciones de clase del partido» de 1984 se escribía claramente para no dejar atisbo de duda de la diferencia entre el PCE (m-l) y el resto de organizaciones sobre la cuestión nacional:

«Nuestro partido tiene su ideología propia y diferenciada, la del proletariado, y sus posiciones políticas y tácticas de lucha adecuadas. Insistir en la lucha, pelear con uñas y dientes por arrebatar al nacionalismo y a la socialdemocracia su influencia en la clase obrera y el pueblo». (Vanguardia Obrera; Nº452, 1984)

Así se explicaba la interrelación entre la cuestión nacional y la lucha por los derechos democráticos dentro del régimen democrático-burgués:

«Uno de los objetivos que podemos plantear también, junto a la cuestión de las nacionalidades, es el derecho a la autodeterminación, que es también otro aspecto en el que podemos confluir parcialmente y quizá, transitoriamente, con algunas fuerzas de tipo nacionalista, y que supone un aspecto importantísimo, concretamente en Galicia, Cataluña y Euskadi. Creemos que nosotros debemos de ser los que encabecemos a nivel de todo el Estado, en toda España, el principio de que este derecho de autodeterminación no solamente incumbe a esos pueblos y constituye un hecho democratizante para esos pueblos, sino que es un hecho democratizante y progresista para el conjunto de los pueblos de España. El defender estos derechos, el defender, por ejemplo, la cultura de esos pueblos, la lengua y todos sus derechos, también constituye un elemento progresista y democratizante para todos los pueblos de España, y también constituye un elemento para ir forjando en el pueblo la idea de la unidad del pueblo y no de la división de los pueblos de España». (Elena Ódena; Sobre la táctica unitaria del partido; Intervención en el IIº Pleno del Comité Central del IVº Congreso del PCE (m-l), 1985)

Por tanto:

«Dados los estrechos lazos históricos, geográficos, económicos, culturales y sociales existentes desde hace ya siglos entre los pueblos de Cataluña, Euskadi, Galicia y los del resto de España, y los intereses comunes así creados, resulta evidente que en el momento en que, después de derrocada la dictadura y expulsado el ocupante yanqui, esos pueblos puedan libremente decidir de sus propios destinos, lo harán permaneciendo unidos de manera autónoma en el Estado español, popular y federativo». (Elena Ódena; ¿Qué fuerzas deben formar el frente?; Serie de artículos publicados desde el número 43 al 54 de Vanguardia Obrera, mayo de 1969 a febrero de 1971)

Paradójicamente, tiempo después, a finales de los 80 y con la muerte de Elena Ódena, el PCE (m-l) pasó a hacerle el juego a formaciones nacionalistas pequeñoburguesas como Herri Batasuna, incluso pedir el voto por ella, sin realizar ninguna crítica ideológica como veremos más adelante. Así se cerraba un círculo que iba desde la negación de la esencia del problema nacional, hasta acabar transigiendo con sus ideas.

El PCE (m-l) seguía negándose a reconocer que España no estaba compuesta únicamente por una nación y varias nacionalidades, sino por más de una nación. Como anota en sus memorias, Lorenzo Peña conocía la figura de Joan Comorera, y no sabemos si él y el resto de dirigentes del PCE (m-l) desconocían o boicotearon su pensamiento adrede, porque desde luego no comulgaban al 100% con su pensamiento en su trato hacia la cuestión nacional. 

Otra duda que nos asalta es la del historiador francés Pierre Vilar. Es por todos conocidos que el PCE (m-l) mantenía una estrecha relación con él, llegando a escribir una introducción a sus obras como se ve en «Vanguardia Obrera». ¿Por qué entonces el partido no adoptó sus tesis sobre la cuestión nacional en España? Sin duda su concepción era mucho más acertada que la de Ódena/Marco e infinitamente más que las de Lorenzo Peña. Oiremos cosas chovinistas como que Vilar no era español sino francés, por lo que «no podía entender la idiosincrasia de aquí», pero la realidad es que Vilar ha sido un historiador hispanista con un grado de investigación y conocimiento de España mucho más profundo que la mayoría de «eruditos» historiadores españoles, ni que decir ya en comparación con los «patriotas españoles» que desconocen la historia básica de su país.

Lo cierto es que el PCE (m-l) con dicha intransigencia jamás tuvo una postura científica sobre el problema nacional en España, a falta de mejores teóricos dejó todo su entramado en un pseudomarxista con ínfulas de experto como Lorenzo Peña. Sus principales dirigentes posteriores no comprendieron tampoco que los cambios que se habían dado como consecuencia de la cristalización de particularidades mucho mayores de las que se creían a priori; la evidente consolidación de la identidad nacional como podía ser más evidentes en el caso de Euskadi o Cataluña, no eran exageraciones de políticos e intelectuales, sino una evidencia viva visto en: el desarrollo e influencia política del nacionalismo de esas zonas, el auge cultural, la expansión del idioma. Incluso a consecuencia de la consolidación del nacionalismo en los núcleos originarios, se volvería más agresivo reivindicando antiguas zonas territoriales de influencia. Véase el nacionalismo catalán con la idea de los «Països Catalans» y el nacionalismo vasco con «Euskal Herria». Los panfletos del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional al no tener en cuenta todos estos cambios, muchas veces negaba lo obvio, eso implicaba no poder granjearse nunca en estas zonas al proletariado, que siempre cayó preso de las asociaciones nacionalistas, ya que no entendían el discurso del PCE (m-l), y entre algunos trabajadores de hondos sentimientos nacionales veían negados las opciones de sus derechos nacionales, como era por ejemplo el derecho a constituirse libremente como Estado. Esto, lejos de unirlos con el PCE (m-l), los hacía continuar siendo presos de la demagogia nacionalista. 

Actualmente es imposible negar que:

«Queda claro que lo que Cataluña ha sufrido desde hace siglos por ende su propia consolidación identitaria como nación pese a la dominación castellana y los intentos de asimilación, es una opresión nacional pero no colonial, que se ha visto más agudizada en periodos históricos con la irrupción de los Borbones, con Primo de Rivera o durante el franquismo, pero jamás ha sido nada parecido a una colonia, es más la burguesía catalana ha colaborado en estrecha coordinación con la castellana/española para sacar tajada incluso en estos periodos de mayor represión, y las pugnas con ella ha sido sobre cuestiones más económicas y fiscales que de otra índole». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

Este triste personaje que es Lorenzo Peña, en la actualidad niega el principio federal como solución para los pueblos hispánicos argumentando que:

«El modelo federal sería una agravación de esa desigualdad que ya está establecida y además introduciría de soslayo esas entidades puramente artificiales salidas de la nada. (…) Yo prefiero el modelo jacobino francés, que es centralista». (Crónica Popular; Entrevista de Sergio Camarasa a Lorenzo Peña, 8 diciembre de 2014)

Lorenzo Peña, sumándose al revisionismo histórico de otros intelectuales de izquierda, se ha apuntado a la moda de deformar el marxismo y su evolución afirmando que está restaurando la verdad histórica del marxismo sobre la cuestión nacional. Pero solo cuenta una parte de la película.

Se presupone que el modelo autonómico español actual de organización del territorio es algo intermedio entre el federalismo y el unitarismo.

«Hay dos puntos que distinguen a un Estado federal de un Estado unitario, a saber: que cada Estado integrante de la federación tiene su propia legislación civil y criminal y su propia organización judicial, y que, además de la Cámara popular, existe una Cámara federal en la que vota como tal cada cantón, sea grande o pequeño». (Friedrich Engels; Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata, 1891)

Algunos podrían no ver muchas diferencias entre el modelo autonómico y el federalismo. Pero hay una diferencia fundamental entre el modelo territorial organizativo federalista y el de las autonomías. El modelo autonómico español otorga autonomía para las regiones, pero niega la soberanía y libertad de como se quieren articular desde el principio. Es decir, es una autonomía otorgada desde el Estado central, no debatida: impuesta. Exactamente como el modelo unitario que se suele caracterizar por imponer una uniformidad no por consenso sino por coacción. El modelo federal que han defendido las organizaciones revolucionarias históricamente es todo lo contrario, presupone simplemente: un libre ejercicio de los destinos de los pueblos.

Sobre los errores producidos con el modelo autonómico como la desigualdad territorial debemos decir que ello no es producto en sí del modelo sino del sistema de relaciones de producción capitalista, ya que esto ocurre sin distinción en todos los países más allá del modelo que adopten, es una ley inherente al sistema económico, si la división internacional del trabajo conlleva una desigualdad entre países, a menor escala sucede lo mismo en las regiones internas de un Estado capitalista. El hecho de que Lorenzo Peña achaque este fenómeno al modelo territorial de las autonomías solo puede ser una confirmación más de que ya hace mucho tiempo desertó de las filas marxistas.

También es correcto que el actual modelo tiene errores de base como la división territorial artificiosa, pero precisamente los principales valedores del federalismo español como Pi y Margall ya denunciaban esto. Véase la denuncia sobre la división territorial administrativa de 1833, de la cual han partido una mayor fragmentación de territorios en provincias por motivos meramente administrativos, por contentar o equilibrar desfases en otras regiones, etc.

Por otro lado, aquello que comenta aquí Lorenzo Peña de que es mejor la implantación de una república centralista unitaria para España, de aplicarse actualmente equivaldría a estimular más las voces independentistas en las distintas zonas de la península y fuera de ella. Una idea suicida. Inicialmente los bolcheviques eran los más acérrimos enemigos del federalismo ya que consideraban que ello lastraba la unificación del proletariado, desconectaría económicamente las regiones y podría hacer proliferar la mentalidad regionalista y nacionalista. Este fue el pensamiento general del marxismo viendo los resultados históricos del federalismo burgués y de los movimientos federalistas pequeño burgueses como el anarquismo. Pero fue así hasta que los bolcheviques, antiguos antifederalistas, reconsideraron dicha postura en 1917 como nos explica Stalin, entendiendo que no se podía ignorar la cuestión nacional, ya que era una cuestión social real que no se podía saltar sin más, y que para lograr una unificación futura de todo el proletariado, el federalismo era un principio válido para el marxismo, un puente para amortiguar las diferencias nacionales, tejer lazos de amistad y unión:

«En el libro de Lenin «El Estado y la revolución» de agosto de 1917, el partido, en la persona de Lenin, da el primer paso serio hacia el reconocimiento de la admisibilidad de la federación como forma transitoria «hacia una república centralizada». (…) Esta evolución del punto de vista de nuestro partido en cuanto a la federación estatal obedece a tres causas. Primera causa: al estallar la Revolución de Octubre, muchas nacionalidades de Rusia se encontraban, de hecho, completamente separadas y aisladas unas de otras, y por ello la federación resultó ser un paso adelante para acercar, para unir a las aisladas masas trabajadoras de esas nacionalidades. Segunda causa: las formas mismas de federación que se perfilaron en el proceso de la construcción del régimen soviético no resultaron ser, ni mucho menos, tan contradictorias a los objetivos del acercamiento económico de las masas trabajadoras de las nacionalidades de Rusia como lo pareciera en un principio; más aún, resultó que no contradecían en absoluto a estos objetivos, como lo ha demostrado posteriormente la práctica. Tercera causa: el peso específico del movimiento nacional resultó ser mucho mayor y el camino hacia la unión de las naciones mucho más complejo de lo que pareciera antes, en el período anterior a la guerra o en el período precedente a la Revolución de Octubre». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Notas a la obra: Contra el federalismo de 1917, 1924)

El citado artículo de Lenin de 1918 es el siguiente:

«La República Soviética de Rusia se instituye sobre la base de la unión libre de naciones libres, como Federación de Repúblicas Soviéticas nacionales. (...) Al mismo tiempo, en su propósito de crear una alianza efectivamente libre y voluntaria y, por consiguiente, más estrecha y duradera entre las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, la Asamblea Constituyente limita su misión a estipular las bases fundamentales de la Federación de Repúblicas Soviéticas de Rusia, concediendo a los obreros y campesinos de cada nación la libertad de decidir con toda independencia, en su propio Congreso de los Soviets investido de plenos poderes, si desean, y en qué condiciones, participar en el gobierno federal y en las demás instituciones soviéticas federales». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado, 1918)

Algo, por tanto, lógico:

«Nuestros adversarios, aun los que menos parecen distar de nosotros, han llegado a creernos enemigos de la unidad; y conviene que entiendan que, si no admitimos la que nace de la fuerza, estamos decididamente por la que es hija del libre consentimiento, a nuestro entender el sólo vínculo racional entre los hombres». (Francisco Pi y Margall; Las regiones de España, 12 de diciembre de 1891)

En fin… para los anales de la historia quedarían las palabras de Pi y Margall contra los enemigos del federalismo:

«Es la federación el mejor de los sistemas, ya que une y es capaz de unir todos los pueblos de la tierra, sin que ninguno sufra quebranto de su libertad. Es la federación corona y remate de la obra liberal, ya que emancipa a la par de la nación las regiones y los municipios, hoy aún sujetos a la bárbara servidumbre. Es la federación la que mejor resuelve el problema colonial, ya que convierte las colonias en Estados autónomos sin disgregarlas de la metrópoli. La aconsejan en todas las partes la política, la razón, humanidad, el hombre; la aconsejan aquí, además, la índole y la constitución del reino. ¿Habrá pueblo más indicado para la federación que nuestra España, mezcla de razas, de idiomas, de leyes, de aptitudes y de tendencias? El establecimiento de la federación, se dice, podrá traer complicaciones. ¿Qué cambio político no las trajo? Unitaria, ¿dejaría la república de traerlas? La federación no es nueva en el mundo. Para establecerla no se ha de recorrer nuevas sendas. ¿Qué revolucionarios son además esos que se espantan ante las contingencias de la revolución?». (Francisco Pi y Margall; Lecciones de controversia federalista, [publicado post morten por su hijo Joaquín Pi i Arsuaga en 1931])

Estas palabras todavía resuenan.

¿Por qué el federalismo podría ser una opción viable para España? En esa línea Lenin comenta sobre el federalismo, que existiendo un claro caso de cuestión nacional, el federalismo no solo se puede contemplar, sino que es necesario:

«Engels, como Marx, defiende, desde el punto de vista del proletariado y de la revolución proletaria, el centralismo democrático, la república única e indivisa. Considera la república federativa, bien como excepción y como obstáculo para el desarrollo, o bien como transición de la monarquía a la república centralizada, como «un paso adelante» en determinadas circunstancias especiales. Y entre esas circunstancias especiales se destaca la cuestión nacional. (…) Hasta en Inglaterra, donde las condiciones geográficas, la comunidad de idioma y la historia de muchos siglos parece que debían haber «liquidado» la cuestión nacional en las distintas pequeñas divisiones territoriales del país, incluso aquí tiene en cuenta Engels el hecho evidente de que la cuestión nacional no ha sido superada aún, razón por la cual reconoce que la república federativa representa «un paso adelante». Se sobreentiende que en esto no hay ni sombra de renuncia a la crítica de los defectos de la república federativa, ni a la propaganda, ni a la lucha más decididas en pro de una república unitaria, de una república democrática centralizada». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la revolución, 1917)

¡¿Y acaso no se ve que en España tampoco se ha liquidado la cuestión nacional, que no ha sido superada aún?! Solo el mayor de los zotes políticos podría declarar eso cuando la cuestión nacional sigue ocupando una gran parte, la mayor parte de las noticias políticas relacionadas con España junto al tema de la corrupción». (Equipo de Bitácora (M-L)Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

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