domingo, 10 de mayo de 2020

El PSOE y sus diferentes posturas sobre la cuestión nacional en España; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


«Inicialmente, el marxismo no prendió en España entre las masas obreras, sí lo hizo en cambio el anarquismo:

«Las discrepancias entre marxistas y bakuninistas resultaron insalvables. (…) En el congreso de Zaragoza de la Federación Regional Española reafirmo, apoyado por todas las federaciones, la tesis bakuninistas, y el grupo madrileño de La Emancipacion fue expulsado. (…) En el Congreso de la Internacional de la Haya de 1872, se produjo la escisión definitiva. (…) Esto significaba apartarse de los partidos políticos, y de la vida parlamentaria, incluso de la formación de un partido político estrictamente obrero». (Ángel Bahamonde Magro y Jesús A. Martínez; Historia de España siglo XIX, 2005)

En una carta de Marx confesaba esta predominancia del anarquismo en España, una doctrina que a sus ojos:

«Todo suena a algo muy radical, y es tan sencillo que puede ser aprendido de memoria en cinco minutos. He aquí la razón de que la teoría bakuninista haya encontrado tan pronto una acogida favorable en Italia y en España entre los jóvenes abogados, doctores y otros doctrinarios». (Karl Marx; Carta a Theodor Cuno, 24 de enero de 1872)

Con la fundación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1879 bajo la dirección del por entonces marxista Pablo Iglesias Posse (1850-1925), se creía que la problemática de las diferentes regiones y sus reivindicaciones iba a tenerse en cuenta, que el pretendido partido proletario y marxista resolvería de forma científica esta cuestión, para que al menos sobre el papel, se trabajase sobre un futuro mejor sobre dicha cuestión. Pero esto distaba de la realidad. 

Inicialmente hubo en el discurso de Iglesias una postura internacionalista en la cuestión colonial:

«En febrero de 1898 [cuando la separación [de Cuba] es ya un hecho] afirma que la misma depende de los intereses económicos de las burguesías española y norteamericana, y adelanta que en caso de que no se conceda, se impondrá por sí misma, «porque la burguesía española carece de dinero para continuar la guerra, y porque el proletariado español ni se opondrá a dicha independencia, ni se halla dispuesto a dar más hombres para que sean sacrificados estérilmente». Manteniendo el análisis economicista, Iglesias incluso la agradecerá «para que en Cuba se plantee abiertamente lo que ya existe en los demás países: la lucha entre asalariantes y asalariados» (El Socialista, 1.1.1897: «Venga la paz»; 18.2.1898: «La cuestión cubana». También El Socialista, 27.5.1898: «Culpa del régimen»; 17.8.1898: «Nuestra burguesía», y 22.4.1898: «Los causantes de la guerra). Así lo apoya en el Congreso de la Internacional de 1896 en Londres, como despachando el tema ante la realidad del movimiento nacionalista y diciendo de la burguesía española «que debía concederles la autonomía y si esto no satisfacía a sus habitantes, y querían la independencia, dársela igualmente». (Carta enviada en 1896 a Juan B. Justo, socialista argentino y primer traductor del Manifiesto Comunista al castellano). (...) La oposición testimonial de los socialistas ante la guerra de Cuba implica ahora a más sectores de la izquierda. Sin embargo, los republicanos no se escapan de las críticas socialistas a su seguidismo del chovinismo colonialista abanderado por los sectores reaccionarios del país». (Daniel Serra Semas; Socialismo y cuestión nacional en España, 1873-1939, 2008)

Pero en el interior de España, su interpretación fue ver los conatos de regionalismo que pronto se convertirían en grandes movimientos nacionales como el catalán o vasco, como algo simplemente reaccionario, muy seguramente como reminiscencias del carlismo. Esto demostraba una clara falta de perspectiva, un retraso respecto a las posturas de Pi, pero también una falta de atención de los textos marxistas sobre la opresión nacional. Al final era una desviación premarxista del todo normal dentro de las estructuras del PSOE, como muchas otras que sufriría. Como ejemplo podríamos citar como el propio Iglesias, iría amenazando en las tribunas parlamentarias a Maura con el atentado personal para no permitirle llegar al poder, por lo que el marxismo español estaba lejos de estar maduro. 

Tiempo después, bajo un pretendido halo internacionalista, se proponía un vago modelo federalista:

«Si, aprovechando los elementos históricos, eso que llaman fueros los bárbaros, y cierta tenaz independencia que hay en el carácter vascongado, se llevara juiciosamente un movimiento autonómico, federalista, descentralizador, podía hacerse mucho para destruir ese régimen hidrocéfalo, de cabeza gorda, el centralismo, que tan locamente rige la vida nacional». (La lucha de clases, núm. 167, 18 de diciembre de 1897)

Pero un federalismo donde las regiones integradas lo serían no por el ejercicio de su soberanía, sino bajo una federación impuesta, lo que Pi y Margall llamaba desde hace años un «federalismo unitario», algo que Marx, Engels, Lenin y Stalin también consideraron una broma de mal gusto:

«El socialismo español evolucionó hacia el autonomismo sin una reflexión ideológica elaborada sobre la cuestión nacional, como consecuencia de una serie de pronunciamientos puntuales a los que estuvo obligado por la acción de los nacionalismos. Inicialmente, y bajo una retórica internacionalista, se les contrapone un federalismo retórico y escasamente desarrollado, generalista e igualitario. El federalismo citado en algunos artículos, discursos y documentos no supone la reconstitución original de España a través de pactos territoriales soberanos, sino su reorganización interna desde el reconocimiento a la autonomía tanto del individuo como de las regiones y demás organismos, pero respetando la soberanía nacional como único poder originario y la igualdad de derechos de los ciudadanos». (Daniel Guerra Sesmas; Socialismo y cuestión nacional en la España de la restauración (1875-1931), 2007)

Pese al acercamiento inicial entre federalistas y marxistas. Las ideas de los primeros eran ampliamente criticadas desde los segundos, pues se centran más en un cambio de modelo de estructura del Estado que en la cuestión social. En esto llevaban razón los marxistas del incipiente PSOE:

«Yerro es también afirmar, como afirma el Sr. Pi y Arsuaga, que «sólo dentro de un régimen republicano y federalista caben los mismos sistemas socialistas que con tanto encono se pretende presentar como adversarios nuestros». Si las Repúblicas federales tienen por base, lo mismo que las Monarquías, la propiedad individual de los medios de producción y de cambio, ¿cómo es posible que sin destruir esa base pueda establecerse un sistema social que tiene por fundamento la propiedad colectiva o común?». (El Socialista, 13 de julio de 1894)

Téngase en cuenta que, para los marxistas, también estaba reciente la experiencia de la insurrección cantonalista de 1873-74, que era producto del federalismo más extremo llevado hasta las últimas consecuencias, y en gran parte bajo una visión anarquista. Véase los comentarios de Engels en su obra: «Los bakuninistas en acción» de 1873. Allí se denuncia que los bakuninistas habían renunciado a organizar un partido proletario que asumiese la revolución, lejos de mantener su independencia hacían un seguidismo a los jefes burgueses del federalismo intransigente con el fin de repartirse cargos de poder secundarios y efímeros. Los cantones, lejos de aunar esfuerzos comunes, proponían cada uno un aislacionismo económico y militar que era el preludio de toda derrota insurreccional como tantas veces se había visto. Se implementaban medidas utópicas que desorganizaban la revolución. Tampoco se reprimió con contundencia a la contrarrevolución como se debería. Ni se estrecharon lazos con los aliados temporales de la revolución. En definitiva Engels sentenció la experiencia cantonal como un «ejemplo de cómo no debe hacerse una revolución».

El marxismo en España se empezó a extender después, justo en un momento en que el reformismo estaba empezando a asomar la cabeza en todos los partidos obreros europeos y dividiéndolos en su seno entre el ala revolucionaria y el reformista. Y como sabemos, en estas trifulcas, el sector revolucionario no sale indemne, y en este caso, no variaría la historia: lo que vendría a ser el PSOE no consiguió depurarse de las influencias de los reformistas o de otro tipo de desviaciones comunes a su época como el chovinismo. 

En el marco internacional, la II Internacional todavía proclamaba:

«El congreso declara que está a favor del derecho completo a la autodeterminación de todas las naciones y expresa sus simpatías a los obreros de todo país que sufra actualmente bajo el yugo del absolutismo militar, nacional o de otro género; el congreso exhorta a los obreros de todos estos países a ingresar en las filas de los obreros conscientes de todo el mundo, a fin de luchar al lado de ellos para vencer al capitalismo internacional y alcanzar los objetivos de la socialdemocracia internacional». (Acuerdo del Congreso Internacional de Londres, 1896)

El PSOE frente a la cuestión colonial, ciertamente criticaría en sus primeros años las manifestaciones de chovinismo en las diversas corrientes políticas de entonces:

«La oposición testimonial de los socialistas ante la guerra de Cuba implica ahora a más sectores de la izquierda. Sin embargo, los republicanos no se escapan de las críticas socialistas a su seguidismo del chovinismo colonialista abanderado por los sectores reaccionarios del país. Carlos Serrano (Vilar, 1984: 20) recuerda que los partidos republicanos, a excepción de los federalistas, «son colonialistas y se muestran particularmente protectores en el capítulo del honor nacional», iniciando en 1896 una campaña con la que bajo el lema Cuba por la patria, «animan las manifestaciones patrióticas destinadas a exaltar el sentimiento nacional ofendido por las presiones norteamericanas, cara a una supuesta debilidad de los gobiernos y del propio régimen; de hecho, ellos no serán los últimos en reclamar la guerra contra los Estados Unidos». (Daniel Guerra Sesmas; Socialismo y cuestión nacional en España (1873-1939), 2008)

La cuestión nacional también empezaba a tomar formas concretas en la península con la cuestión vasca y catalana, pero aquí el PSOE muy pronto se dejaría arrastrar por ese mismo sentimiento chovinista que había denunciado en los republicanos y la cuestión cubana:

«El PSOE apoya la vía central defendida por Kautsky y considera que el tema de las nacionalidades, si no se controla, se convierte en un pretexto burgués para provocar la división entre los trabajadores. El Socialista reproduce estas palabras de Guesde que se asumen como dogma: «Para los socialistas, las cuestiones de nacionalidad no existen, no pueden existir. No comprenden y no practican, por serles impuestas por la sociedad antagónica actual, sino la lucha de clases de los proletarios de todas las razas contra los capitalistas de todas las razas». (El Socialista, 11 de febrero de 1898) En 1901, los socialistas reconocen que la cuestión catalanista era «poco o nada estudiada entre nosotros» y que «no la conocemos lo suficiente para arriesgar opinión, que pecaría de ligera». (La Nueva Era, 1901) (Daniel Guerra Sesmas; Socialismo y cuestión nacional en España (1873-1939), 2008)

Pese a que el PSOE no entendió la irrupción de los sentimientos nacionales de la periferia, cabe rescatar las acertadas críticas a los representantes del nacionalismo burgués de estas zonas:

«Aún no habéis presentado programa alguno respecto de la cuestión social. ¡Y lleváis ya diez u once años de vida política, y la cuestión social es cuestión inaplazable! ¿Qué ha hecho el bizkaitarrismo en tanto tiempo? Pues ocuparse en historia y ortografía vascas, en conmemorar batallas con misas y en visitar a un arbolito enfermo y a un tronco pintado de galipot mientras los desheredados sucumben al rudo choque del infortunio». (La lucha de clases; Nº402, 26 de julio de 1902)

Así como la exposición de su rancio anticastellanismo:

«Vociferan esos ilusos contra Castilla, o contra España, y a nadie exceptúan de su anatema. Por el hecho solo de haber nacido más allá de los lindes de Cataluña o de las Provincias, arrojarían a cualquiera al fuego, como si los pobres braceros de los campos de Castilla o de Andalucía tuviesen la culpa de lo que a los señores separatistas se les antoja que han hecho los gobiernos en contra de las regiones. De la catástrofe nacional son tan responsables los catalanes como los vascos». (La lucha de clases; Nº 264, 28 de octubre de 1898)

Especialmente curiosa es la defensa en 1921 de la independencia del Rif, cuando los nacionalistas catalanes defendían al gobierno central en su acción colonialista mientras reclamaban su soberanía para Cataluña.

En la historia del PSOE hay bandazos constantes sobre la cuestión nacional. A veces vemos una defensa intransigente de la idea de una nación española única e indivisible, como una evidencia indiscutible:

«Nuestro partido lucha en todos los países por la mayor libertad de los pueblos, no favoreciendo la disgregación de naciones que por su constitución, idiomas y costumbres son homogéneas, sino reclamando de los poderes públicos la autonomía más completa para los municipios y las regiones, que dentro de su esfera de acción deben ser libres completamente en cuanto no perjudiquen a las demás regiones y municipios» (La lucha de clases; Nº258, 16 de septiembre de 1899)

Y la idea de que la autonomía y la federación era una solución necesaria en España, debido a que esa pretendida única nación nunca acabó de soldar bien como aseguraban los monárquicos:

«La autonomía, téngase en cuenta este detalle, no hiere los intereses del proletariado. Es una cuestión política que no quiso resolver la monarquía, empeñada en disfrazar la diversidad política española con una unidad que nunca existió más que en el capricho del monarca y sus serviles consejeros. A la monarquía acaso le conviniera prolongar el antiguo estado de cosas. La República, régimen democrático, tiene que obrar de modo opuesto. La unidad compacta, férrea, autoritaria, no puede existir en España. Así como tampoco puede separarse una región del resto del país». (El Socialista, 1 de julio de 1932)

Para aquel entonces el PSOE se había convertido en un partido de varias tendencias, socialdemócrata en el sentido de un partido con libertad de facciones e ideologías, por lo que hubo posturas a favor y en contra del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1932 como veremos.

Ya durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el PSOE adoptó en principio y teóricamente una posición neutral ante la guerra imperialista internacional, pero la postura aliadófila se acabó imponiendo, razón por la que el PSOE no participaría en la famosa Conferencia de Zimmerwald de 1915 donde los partidos revolucionarios como el bolchevique de Lenin condenarían dicha guerra como un enfrentamiento imperialista.

Es innegable la labor de propaganda y agitación de Pablo Iglesias Posse en favor del marxismo y durante el siglo XIX e inicios del siglo XX, dirigiendo gran parte de sus dardos contra las deformaciones reformistas, pero no podemos olvidar su postura sobre la cuestión nacional ni su posterior recorrido político que también forma parte de su biografía. 

Pablo Iglesias Posse saludó favorablemente la Revolución Bolchevique de 1917, pero criticó desde una óptica liberal ciertas de las medidas del gobierno bolchevique, críticas muy similares a las de Rosa Luxemburgo en su momento. Poco después, en el Congreso Extraordinario de 1920, la militancia del PSOE demandaba abandonar la desacreditada II Internacional e ingresar en la nueva Internacional Comunista; y de hecho así se decidió en un principio, con más de 8.000 votos a favor y tan sólo 5.000 en contra. Pero los líderes del PSOE, como el propio Pablo Iglesias, Indalecio Prieto, Julián Besteiro o Largo Caballero, se negaron a aceptar las 21 condiciones que la Internacional Comunista exigía a cualquier partido para ingresar en ella. Esto era normal, ya que suponía tener que purgar las desviaciones y personalidades reformistas del PSOE arrastraban desde tiempo atrás. Poco después, estos líderes forzaron la situación en el Congreso Extraordinario de 1921 para que se repitiese la votación anterior, saldándose esta vez con unos resultados en favor del reformismo con 8.269 frente a 5.016 de los partidarios de adherirse a la Internacional Comunista. En este último congreso solo estaban presentes el 27% de los afiliados del partido, lo que indica que las decisiones eran tomadas por la cúpula. A la postre, el PSOE acabaría reintegrándose en la II Internacional. Esto causaría las sucesivas escisiones en el PSOE que darían pie a la fundación del Partido Comunista de España (PCE) ese mismo año.

Ante el golpe de Estado de Primo de Rivera de 1923, el PSOE volvió a mantener una postura de ambigüedad: por un lado se condenaba el golpe pero se instaba a la pasividad pidiendo calma. No se tardó en plantear una política de colaboración –encabezada por Largo Caballero– que le permitiría mantenerse en la legalidad mientras los revolucionarios como anarquistas y comunistas eran duramente reprimidos. 

Esto demuestra una vez más que los otrora jefes revolucionarios no deben ser venerados como seres infalibles, ya que pueden degenerar y convertirse en aquello contra lo que luchaban antaño.

Este contexto nos demuestra que el PSOE estaba terminando de mutar en un partido reaccionario durante la infancia del siglo XX. Esto no podía sino tener repercusiones en el planteamiento de la cuestión nacional. Con los años, lejos de desarrollarse o incluso tenerse en cuenta aquél «federalismo desde arriba», el PSOE se convertiría poco a poco en un partido interesado por mantener el poder central, con posturas, por así decirlo, procastellanas. No superaron su anterior postura de «federalismo desde arriba», forzado, sino que la sustituyeron por otra igualmente reaccionaria: ahora el PSOE directamente negaba prestar cualquier atención requerida a la cuestión nacional, la cual estaba en auge en zonas como Euskadi o Cataluña. Adoptó con ello, posiciones francamente nacionalistas:

«Nosotros lo decimos como lo sentimos, dadas las circunstancias actuales, quisiéramos un Gobierno que prohibiese los Juegos Florales, donde se ensalzan las costumbres de una región en detrimento de otras, que no permitiera la literatura regionalista y que acabara con todos los dialectos y todas las lenguas diferentes de la nacional, que son causa de que hombres de un país se miren como enemigos y no como hermanos». (La lucha de Clases; Periódico del PSOE, Bilbao, 1899)

Negando de lleno el derecho a usar su idioma y adoptando con ello, posiciones francamente chovinistas:

«Para el reforzamiento de los lazos entre el País Vasco y España, el Euskera debe obligatoriamente desaparecer; para los socialistas españoles la lengua vasca no tiene lugar en la sociedad moderna». (La lucha de Clases; Periódico del PSOE, Bilbao, 1911)

Poco tiempo después, el PSOE iba a formular unas recetas político-administrativas que marcarían hasta la línea política e ideológica hasta nuestros días. Un concepto de España muy similar a la posterior teoría de «nación de naciones», con un modelo territorial muy similar al actual sistema de autonomías, una especie de federalismo, donde además los municipios y provincias se pueden formar y reformar, siempre que no se incluya la secesión:

«Sánchez-Rivera pronuncia en la Casa del Pueblo de Madrid una conferencia titulada Autonomía integral político-administrativa. En ella defiende «la acertada concesión de autonomía a las regiones, en lo que les es peculiar, y a los Ayuntamientos, en su esfera privativa de acción», con el fin de evitar lo que considera dos grandes riesgos «que han sido llagas políticas dañosísimas desde la Restauración de 1874 acá: la exacerbación de sentimientos regionalistas convertidos en anhelos de separatismo en algunas regiones, y el caciquismo semifeudal que hizo presa en casi todos los Municipios españoles» (...) Por su parte, en octubre de 1929, José Madinabeitia, defiende la consideración de España como «Estado federal» y como «Estado de Estados» señalando que «igual que el hombre tiene perfecto derecho a su autonomía, es decir, a su libertad, a poder hacer lo que tenga por conveniente, mientras no perjudique a los demás, lo tienen el Municipio y la región». (Daniel Guerra Sesmas; Socialismo y cuestión nacional en la España de la restauración (1875-1931), 2007)

Estaba claro que el PSOE no comprendía la cuestión nacional. Entre las razones de esto se resumen en lo siguiente:

«El socialismo llegó a España tarde desde el primer instante transido de burocratismo y herido ya de reformismo sin entusiasmo, sin vigor revolucionario, mostrando el germen de lo que ahora ha llegado a ser: como el criado servil de la burguesía para el momento de peligro». (Fernández Armesto; La misión de la literatura proletaria revolucionara en España; Publicado en «Bolchevismo», revista teórica del Partido Comunista de España, sección de la Internacional Comunista, 1932)

Debemos hacer una mención especial a figuras que tuvieron un carisma que le convirtieron en verdaderos mitos entre las masas progresistas y revolucionarias de aquel entonces. Así fue el caso del ya mencionado Largo Caballero. Pero en honor a la verdad, su idea de socialismo era más cercana al anarco-sindicalismo reformista que al socialismo marxista, la retórica revolucionaria que empleaba, sobre todo a partir de 1934 por el inminente ascenso del fascismo en todo el mundo, no borra el hecho de que en muchos temas se comportarse como un reaccionario sin comillas. Solo habría que recordar su actuación durante el período del primer gobierno republicano-socialista de 1931-1933, con aquellos discursos en favor de la represión a las huelgas y manifestaciones revolucionarias. Vemos aquí reflejada la misma actitud de colaboracionismo con la burguesía que años antes el propio Pablo Iglesias Posse había denunciado señalando a los socialistas que habían llegado al poder en Europa en su artículo: «Socialistas ministeriales» de 1906:

«Pablo Iglesias era contrario a la presencia de socialistas en los Gobiernos, algo muy distinto era la entrada en municipios y parlamentos. La llegada de un ministro socialista a un Gobierno no garantizaba la aprobación de leyes favorables para los obreros. (...) Pablo Iglesias se demoró en ahondar sobre esta cuestión con el ejemplo del Gobierno francés con Millerand, que envió soldados para reprimir huelgas, se persiguió a los socialistas rusos para complacer al Gobierno zarista, y se pusieron muchas dificultades al Congreso de la Internacional de 1900. También aludió al Gobierno de Clemenceau, con Aristide Briand como ministro del mismo, cuando la capital francesa se llenó de soldados en la celebración del Primero de Mayo». (Eduardo Montagut; Pablo Iglesias y los «socialistas ministeriales» en 1906, 2017)

El tratamiento que hacía el PSOE de la cuestión nacional como uno de los partidos de poder durante la II República, se caracterizó por una desconfianza hacia los Estatutos de Autonomía como el catalán de 1932, hablando de los mismos con la misma desconfianza que los partidos de centro o derechistas, como ya denunció Joan Comorera:

«Dijo Largo Caballero: «No queremos que se otorgue nada que pueda ser una merma para la unidad nacional. (...) Habrá, en definitiva Estatuto, sin desmembración».

¿Ha hablado el español o el socialista? El español. Sólo un español del siglo XIX, antisocialista, puede hablar de unidad nacional, puede ver en el Estatuto una «desmembración». Un socialista, no.

Un socialista sabe que el concepto de soberanía ha sido superado por el de coordinación internacional de principios y de intereses.

Un socialista sabe que el concepto de patria no es ya lo que podía tener un príncipe de sangre, ni un príncipe de alcoba, o los desgraciados «héroes» de Cavite.

Un socialista sabe que el concepto de unidad no significa ya absorción, centralización, ni sometimiento a un centro más o menos artificial, de parasitismo más o menos acentuado.

Un socialista sabe que todos estos conceptos, como tantos otros que regulan y dirigen la vida de los hombres y de los pueblos, han sufrido una revisión profunda justamente bajo la luz poderosa de los principios y de los métodos socialistas.

Y, también, un socialista sabe que únicamente una mentalidad imperialista debe oponer la unidad patria al principio de autodeterminación, de ver un peligro de desmembración en una redistribución de servicios y de facultades dentro de un cercado estatal.

¿Qué es, pues, Largo Caballero?». (Joan Comorera; Patriota cien por ciento; Artículo publicado en «Justicia Social», Nº45, 14 de junio de 1932)

No olvidar tampoco que el llamado sector de los «caballeristas» tomaría partido junto a los anarquistas de Mera, el ala más derechista del PSOE como eran los seguidores de Besteiro, los restos del trotskismo, más los militares favorables a una rendición pactada con Franco como Casado, Menéndez o Menant. Un bloque anticomunista que desataría el conocido «Golpe de Casado» de en Madrid en 1939 contra el Gobierno de Negrín y los comunistas del PCE, que dio lugar al llamado «Consejo Nacional de Defensa», el cual desató una verdadera represión en el bando republicano, contra los comunistas principalmente, a todo esto sumémosle el obvio derrumbe del frente republicano que provocó.

Si alguien quiere ver las posiciones de Caballero, de franca oposición a los comunistas durante 1921-1934, y más disimuladamente aunque muchas veces igual de contundente durante 1939-1946. Véase la biografía de Julio Arostegui: «Largo Caballero: el tesón y la quimera» de 2013. O las propias memorias de Largo Caballero: «Recuerdos» de 1954.

El PSOE incluso empezó a dejar de reivindicar en sus documentos la liberación de las colonias. Sobra decir que la incapacidad de comprender a estas regiones de la península causaría que el PSOE perdiera la hegemonía en estas zonas en favor de los nacionalistas durante la II República 1931-1936, y ante los comunistas, durante la Guerra Civil 1936-1939.

Como veremos luego, durante la Guerra Civil de 1936-1939, cualquier de las tendencias del PSOE demostraría no haber superado el chovinismo. Los informes soviéticos y los comunistas nativos reportaran una y otra vez los problemas de los ministros del PSOE en el trato de la cuestión nacional.


***

Pero algunos se empeñan en negar esta obviedad. Los monigotes del nuevo PCE (m-l) refundado en 2006, toman como ejemplo de la línea a seguir sobre la cuestión nacional la postura del Presidente del Consejo de Ministros de la II República, Juan Negrín López, jefe del ala centro del PSOE. Los actuales dirigentes del PCE (m-l) –que en su ridiculez continua no le hacen honor a sus siglas– proclaman:

«Se puede hablar de un patriotismo popular, ligado a las luchas de las clases dominadas frente a las clases dominantes, o a las luchas a favor de la soberanía nacional. En el caso de España, hay un patriotismo republicano que defendieron José Díaz, Dolores Ibarruri, Juan Negrín, Azaña, y tantos otros, frente al fascismo». (Carlos Hermida; El ascenso del fascismo y las tareas de los comunistas, 2019)

Para ser un supuesto historiador marxista, Hermida desconoce bastantes cuestiones clave, o por el contrario, conoce todo a la perfección, pero como buen ecléctico no supone un impedimento para su cóctel ideológico. Aquí como vemos, se reivindica a Ibárruri, que como hemos visto en capítulos anteriores era la cabeza visible del chovinismo español dentro del PCE, negando el derecho de autodeterminación, además, Hermida oculta o ignora adrede el rol de Ibárruri a la hora de atacar y difamar a los marxista-leninistas como Joan Comorera –hasta el punto de tildarle de «titoísta»… cuando ella como «stalinista» en menos de una década iría a Belgrado a rendir pleitesía al nuevo barrabás: Tito–. Hermida oculta o ignora que el viejo PCE (m-l), que condenaba las traiciones de Ibárruri, en su artículo: «La guerra nacional revolucionaria del pueblo español contra el fascismo» de 1975, denunciaba el tono derrotista de Ibárruri que mantuvo durante los últimos meses de la guerra. Incluso constatamos como en sus memorias la propia Ibárruri confiesa que su intención era que el PCE en la cuestión del mantenimiento de la guerra o la búsqueda de la paz, obrase según lo que Negrín dictase, poniéndose a la zaga de Negrín, que como se demostraría, fue sumamente timorato por ejemplo a la hora de responder al Golpe de Casado de 1939. 

También reivindica a Azaña, que como vimos en los informes de los agentes de la Internacional Comunista en España –como el de Gëro–, su grupo suponía dentro del republicanismo el principal foco de los claudicadores. 

Por último, este nuevo PCE (m-l) desprovisto de todo sentido de coherencia ideológica, reivindica al propio Negrín en relación al patriotismo (sic). ¿Sí? ¿Este es vuestro modelo idílico? Adelante, valientes caballeros, repasemos a vuestro héroe… En una ocasión Negrín diría:

«Zugaragoitia, de nuevo, pone en boca de Negrín unas frases pronunciadas a finales de julio de 1938, recién iniciada la Batalla del Ebro, que representan una auténtica declaración de principios sobre el hecho nacional catalán: «Negrín: No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan gravemente los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España!». (Pelai Pagés y Blanch; Cataluña en guerra y en revolución (1936-1939), 2007)

Togliatti, que como sabemos no era sospechoso de simpatizar con las organizaciones catalanas, ni siquiera con el PSUC, en un informe confidencial, reportaba a Moscú:

«Negrín estaba dominado por los prejuicios y los errores de la socialdemocracia. No comprendía el problema nacional, e incluso cuando tomaba medidas acertadas e indispensables –centralización de la industria de guerra y la hacienda nacional en manos del gobierno de la República, etc.– su falta de táctica y en ocasiones su brutalidad, unidas a la falta de tacto y a la brutalidad de sus funcionarios, herían el sentimiento nacional de los catalanes». (Palmiro Togliatti; Informe, 21 de mayo de 1939)

Manuel Azaña, Presidente de la II República, un republicano de izquierdas burgués, recogía sobre el pensamiento del Dr. Negrín en sus memorias:

«Negrín: Aguirre no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con él ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero, y más dinero». (Manuel Azaña; Memorias, 1939)

¡¿Esto es para el actual PCE (m-l) el ejemplo a seguir?! ¿El preferir el triunfo del fascismo a que la «patria se descuartice»? ¿Este es el patriotismo de esta gente? Más bien es el paradigma a imitar para los nacionalistas castellanos, para los republicanos unitarios que denunciaba Pi y Margall. No para los comunistas… que son profundamente internacionalistas y jamás proclamarían tales infamias. Incluso Engels ya comprendía que en una tesitura de ese tipo: «El proletariado victorioso no puede imponer su felicidad sobre otro pueblo extranjero sin comprometer su propia victoria». Esto se aplica tanto en los casos de opresión nacional como en la dominación colonial. ¿Y no demostraron los bolcheviques con su revolución, que la aplicación del derecho de autodeterminación no hunde la revolución en el caos? ¿No es cierto que con ese gesto se ganó la adhesión de las masas trabajadoras de esas naciones y nacionalidades para luchar contra la contrarrevolución? ¿No provocó también la unión libre de muchos de los antiguos pueblos sometidos por el zarismo ruso? Quien hoy tenga miedo a la democracia de los pueblos, es como dijo Lenin, alguien no marxista, un silencioso pequeño burgués que tarde o temprano acabará en puntos de vista totalmente burgueses. 

Para más desvergüenza, Negrín tuvo el valor de pedir a los españoles que se enrolasen en el ejército francés, algo que los comunistas denunciaron en su artículo: «La socialdemocracia y la actual guerra imperialista»:

«La posición oportunista y contraria a los intereses de España, adoptada por Negrín y el PSOE, ofreciéndose al Gobierno francés e invitando a nuestros soldados a ingresar en el Ejército francés, para defender los intereses de la burguesía francesa y del imperialismo inglés». (España Popular; Nº1, 1940)

Recordemos que esto se hacía después de que el gobierno francés: a) no solo se negase a ayudar a la España antifascista, sino que sabotease la ayuda soviética a la República en la frontera; b) traicionase al pueblo francés e incumpliese sus promesas y cargase la crisis sobre sus espaldas; c) participase en el pacto de Múnich de 1938 que entregaba los Suedetes a los nazis; d) reconociese a Franco sin ni siquiera haber acabado la guerra; e) encerrase a los antifascistas españoles en campos de concentración en condiciones infrahumanas; f) colaborase en la campaña para aislar internacionalmente a la URSS y provocar así un ataque de la Alemania nazi; g) ilegalizase al Partido Comunista Francés (PCF). 

Esa postura del actual PCE (m-l) de Raúl Marco no es sino otra prueba más de que hace años que él y sus palmeros se convirtieron en vulgares republicanos burgueses que lo mismo reivindican a Elena Ódena y José Díaz, que igual te reivindican también a Negrín, Azaña, Ibárruri o Líster… un eclecticismo atroz que rompe con la herencia más revolucionaria del viejo PCE (m-l) de 1964-1985.

Comorera comentaría del papel de la socialdemocracia en cuanto a no comprender la cuestión nacional y lo que supuso durante la guerra:

«El Partido Socialista Obrero Español, ha sido un instrumento del imperialismo español, debido a la acción del cual, tanto escrita como práctica, grandes núcleos de obreros, nunca comprendieron que la cuestión nacional y colonial, es parte integrante de la revolución proletaria internacional. En el curso de nuestra guerra, las incomprensiones y los exabruptos del Partido Socialista Obrero Español y de sus líderes en función de gobierno Largo Caballero, Prieto y Negrín, respecto a Cataluña y a nuestras instituciones autónomas, fueron uno de los principales factores que contribuyeron a la derrota de Cataluña y de la república». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional de Cataluña, 1940)

Está claro que esta gente –republicanos de izquierda, socialdemócratas y liberales– no eran marxista –ni tampoco algunos de los dirigentes del PCE, que en mayor o menor medida permitían esto, y por ello, tampoco habían comprendido la posición del mismo sobre la cuestión nacional–. Hoy, aquellos que apoyan argumentos similares a los expuestos, tampoco lo son, por mucho que se vistan de ropajes rojos, por mucho que en la sede de sus partidos desfilen los cuadros de Lenin o las hoces y martillo adornen las entradas:

«En nuestros días, sólo el proletariado defiende la verdadera libertad de las naciones y la unidad de los obreros de todas las nacionalidades. Para que las distintas naciones convivan en paz y libertad o se separen –si es más conveniente para ellas– y formen diferentes Estados, es indispensable la plena democracia, defendida por la clase obrera. ¡Nada de privilegios para ninguna nación, para ningún idioma! ¡Ni la menor opresión, ni la más mínima injusticia respecto de una minoría nacional!: tales son los principios de la democracia de la clase obrera (…) Los obreros con conciencia de clase son partidarios de la total unidad entre los obreros de todas las naciones en todas las organizaciones obreras de cualquier tipo: culturales, sindicales, políticas, etc. (…) Los obreros no permitirán que se los divida mediante discursos empalagosos sobre la cultura nacional o «autonomía cultural». Los obreros de todas las naciones defienden juntos, unánimes, la total libertad y la total igualdad de derechos, en organizaciones comunes a todos, y esa la garantía de una auténtica cultura (…) Al viejo mundo, al mundo de la opresión nacional, los obreros oponen un nuevo mundo, un mundo de unidad de los trabajadores de todas las naciones, un mundo en el que no hay lugar para privilegio alguno ni para la menor opresión del hombre por el hombre». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La clase obrera y el problema nacional, 1913)

Por tanto:

«Si el marxista ucraniano se deja arrastrar por su odio, absolutamente legítimo y natural, a los opresores gran rusos, hasta el extremo de hacer extensiva aunque sólo sea una partícula de ese odio, aunque sólo sea su apartamiento, a la cultura proletaria y a la causa proletaria de los obreros gran rusos, ese marxista se habrá deslizado a la charca del nacionalismo burgués. Del mismo modo el marxista gran ruso se deslizará a la charca del nacionalismo no sólo burgués, sino también ultrarreaccionario, si olvida, aunque sea por un instante, la reivindicación de la plena igualdad de derechos para los ucranianos o el derecho de éstos a constituir un Estado independiente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Si se sustituye aquí: gran ruso por castellano, y ucraniano por catalán, el lector no verá ninguna diferencia con lo que ocurre hoy.

***

Si la teoría de la «nación de naciones» no ha sido usada por los marxistas, ¿de dónde procede? Aunque a muchos le sorprenda, la teoría de «nación de naciones» es la teoría oficial del Estado Español como se puede ver en las discusiones para redactar la Constitución de 1978. El PCE de Carrillo, de la mano de Jordi Solé Tura, opinaba que:

«Se define, en consecuencia, que España es una nación de naciones, y éste es un término que no es extraño en nuestra reflexión política y teórica como han demostrado algunos historiadores». (Diario de sesiones del Congreso de diputados, Nº66, 1978)

Por supuesto, desde 1978 hasta ahora, ha habido historiadores oficialistas que han intentado hacer calar esta idea de «nación de naciones» entre la mente de los trabajadores, pero poco han conseguido.

Desde el PSOE, Gregorio Peces-Barba Martínez salió al paso apoyando esta nueva tesis:

«La existencia de diversas naciones o nacionalidades no excluye, sino todo lo contrario, hace mucho más real y posible, la existencia de esa nación que para nosotros es fundamental, que es el cómputo y la absorción de todas las demás y que se llama España». (Diario de sesiones del Congreso de diputados, Nº66, 1978)

Esto significaba de paso traicionar lo que habían promulgado en el Congreso de 1974 sus bases, cuando se abogaba por el «reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas que comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español».

Miquel Roca, dando voz a la conservadora Unión de Centro Democrático (UCD), reconocía que este era un término nuevo, inventado:

«Nación de naciones es un concepto nuevo, es un concepto –se dice– que no figura en otros Estados o que no figura en otras realidades, quizá sí; pero es que, señores, ayer ya se decía que nosotros tendremos que innovar». (Diario de sesiones del Congreso de diputados, Nº66, 1978)

Ciertamente la «nación de naciones» era un término sacado de la manga por la burguesía española para negar el reconocimiento de estatus de nación hacia otros territorios, y por tanto, el libre derecho de ejercer la autodeterminación. Se creó esta teoría para evitar tentativas secesionistas. 

El propio Pedro Sánchez explica este término queriendo dar a entender que la constitución ya satisface los derechos nacionales de esas regiones:

«El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha explicado hoy, durante su intervención en los Desayunos Informativos de Europa Press, su concepto de «nación de naciones». (…) El dirigente socialista respondía así a la pregunta de cuántas naciones tiene España y quiso dejar claro también que el concepto de nación no es «uniforme» sino «más complejo». Pedro Sánchez defendió la propuesta del PSOE de considerar a España como «nación de naciones» alegando que se trata de un planteamiento «constitucional». (Europapress; Pedro Sánchez cree que la «nación de naciones» estaría formada «al menos» por España, Cataluña, País Vasco y Galicia, 5 de septiembre de 2017)

Esa «complejidad de concepto» es la que casualmente lleva a Sánchez a colaborar en la aplicación del 155, a no admitir la soberanía de los catalanes y sus instituciones. Parece ser que es la misma «complejidad de concepto» que hace a los líderes socialchovinistas de RC querer imponer su visión por la fuerza, y afirmar, que la conciencia nacional de catalanes, vascos y gallegos está en «descomposición evidente». (Equipo de Bitácora (M-L)Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

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