sábado, 23 de mayo de 2020

Para comprender el surgimiento del movimiento nacional catalán hay que conocer la historia de España; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


«Los nacionalistas españoles niegan las características intrínsecas de Cataluña: desprecian su cultura y sus costumbres, desconocen la antigüedad de su idioma y las pruebas antiquísimas de sus primeros escritos formales del siglo XI, negando su época de auge y esplendor en el siglo XV, y su renacimiento en el siglo XIX, atreviéndose a calificarlo algunos como un «dialecto vulgar y exagerado» del castellano; desconocen las claras diferencias histórico-económicas de Cataluña respecto al desarrollo de Castilla en la conformación de la propiedad de la tierra, las sucesivas luchas campesinas que crearon una Cataluña casi libre del latifundio con un mar de pequeños propietarios, algo que contrasta con zonas del resto de España con grandes extensiones de latifundio y terratenientes como Extremadura o Andalucía; y niegan su zona territorial histórica la cual gran parte ha sido usada como moneda de cambio para pagar a los países extranjeros como fue el caso del Rosellón o han sido integradas en Aragón y Valencia sin tener en cuenta la opinión de la población. 

Efectivamente, como tantos otros nacionalismos forjados durante largo tiempo y consolidados al albor del siglo XIX, el nacionalismo catalán nació bajo una idea romántica de una larga tradición e historia heroica, con el concepto de nación como una «comunidad de destinos» de todos sus ciudadanos. Con el fin de hacer cuadrar los sueños del chovinismo nacional, hay autores que afirman que la nación catalana existe desde épocas medievales, lo cual no solo es antimarxista por hablar de naciones en la Edad Media, sino que todo discurso similar es sumamente tendencioso. Hay que entender de una vez que la historia medieval –y sus formaciones políticas– solo ayuda a entender el desarrollo y encaje posterior, pero no es algo lineal ni determinante para entender todo lo que pasó siglos después, pues sobre todo, este tipo de teorías carecen de sentido cuanto más ignoran lo que ocurrió en siglos posteriores de la Edad Moderna y por encima de ella la Edad Contemporánea, por ser los siglos decisivos en la conformación del capitalismo y por tanto, del concepto de nación moderna. Ciertamente, en el caso de España, si miramos la Edad Media, veremos cómo al final de ella es la hegemonía de Castilla la que lidera los procesos de conquista y los intentos de unificación del resto de reinos en lo que hoy se conoce como España, intentando poco a poco establecer una homogeneidad, aunque no tendría el éxito esperado, como sabemos. No se puede anticipar ni ligar demasiado el surgimiento posterior del nacionalismo catalán mirando a una época como la medieval o su final, ya que la propia Cataluña entró en un periodo de decadencia económica que precisamente le impediría defenderse de forma eficaz ante sus competidores económicos y políticos: castellanos y genoveses. Lo que en cambio contrasta con el florecer económico y el despertar nacional posterior que veremos en Cataluña sobre todo en el siglo XIX. Véase como ejemplo complementario el caso italiano: donde el Reino de Piamonte lleva a cabo la unificación de Italia que se certifica finalmente en 1871, pero, ¿qué tiene que ver el panorama de dicho reino hegemónico con lo que ocurría en la época medieval e inmediatamente posterior, siendo Italia un conjunto de pujantes repúblicas como la de Florencia, Milán o Venecia, que fueron pereciendo ante el empuje de nuevos reinos italianos bajo dominio francés o español? Es absolutamente un paralelismo mecánico, que demuestra los límites de las comparativas entre edades diversas con fenómenos totalmente diferentes.

Hagamos un repaso algo pormenorizado de la historia reciente de Cataluña que echará abajo las ilusiones de nacionalistas catalanes y españoles sobre algunas cuestiones.

La zona de Cataluña y sus instituciones de los llamados Condados Catalanes –dentro del cual el más importante fue el Condado de Barcelona– surgen en el siglo IX dependiendo de la llamada «Marca Hispánica»: territorios fronterizos con los árabes dependientes del imperio carolingio. De aquí podemos entender de donde salen las actuales banderas de Cataluña, tanto la oficial –la señera– como las independentistas –la estelada– que son derivaciones, tenemos que retrotraernos hasta la leyenda de las cuatro barras de sangre, recogida en la obra de Beuter en 1551. Según este relato, se supone que Wilfredo el Velloso conde de Barcelona después de ser herido en una batalla contra los normandos, el rey Carlos «el Calvo» de los francos, posando sus manos llenas de sangre sobre el escudo del conde dijo: «Estas serán vuestras armas, conde», lo que indica la dependencia catalana de otro reino.

Cuando los distintos Condados Catalanes se independizan de la tutela franca, pronto se ligaron voluntariamente a la Corona de Aragón por medio de vínculos matrimoniales en el siglo XII llamándose su primer rey: «Rey de Aragón y del condado de Barcelona», aunque cada zona mantuvo una autonomía y propias instituciones dentro de la llamada «monarquía pactista», monarquía donde la nobleza obtenía grandes privilegios sobre los monarcas, a diferencia de la castellana donde pronto el monarca se erigió sobre la nobleza y el tránsito al absolutismo fue mucho más rápido. 

Muchos de los Condados Catalanes serían absorbidos a la postre por la zona administrativa-política del Reino de Aragón durante las conquistas y reconquistas aprovechando los reyes aragoneses las guerras con los musulmanes o tratos matrimoniales –como ocurriría con el Condado de Urgel o el Condado de Ampurias–. La «Corona de Aragón-Cataluña» se unió de forma pacífica por vía matrimonial a la Corona de Castilla en el siglo XIV contra la cual había batallado al igual que el resto de reinos cristianos –lo que desmonta el mito de la llamada «Reconquista» creado después–. En esta unión Cataluña mantenía, al igual que Valencia o Aragón, sus respectivas leyes y cortes, así como otros privilegios. 

La zona de Cataluña se beneficiaría desde el principio de las riquezas de otros pueblos siendo partícipe de la colonización en África, Cerdeña, Italia, América, Grecia y demás zonas, primero bajo la marca de la «Corona de Aragón» y después bajo la marca «España». Debido a su posición geográfica y al beneplácito de las élites locales, su industria y su comercio acabarían teniendo una posición privilegiada dentro del imperio español colonial, dicha región tendría un desarrollo económico envidiable. Por citar uno solo ejemplo significativo, la primera obra que recoge el derecho mercantil sería el Libro del Consulado del Mar, redactado por mercaderes barceloneses, una ley que se aplicó no solo en la Corona de Aragón, sino en toda la cuenca del Mediterráneo, e incluso en la zona del Atlántico, fue de hecho, un «derecho común del mar» y estuvo vigente hasta 1829 cuando fue relevado con la aprobación del Código de Comercio español. Véase la obra de Tomás de Montagut Estragués e Isabel Sánchez de Movellán Torent: «Historia del sistema jurídico» de 2013.

En el siglo XV podemos ser testigos de una crisis mediterránea de la Corona de Aragón a causa de las constantes guerras comerciales, endeudamiento y depreciación de la moneda, algo que afectó profundamente a Cataluña por lo menos hasta inicios del XVI, siendo a partir de entonces el Reino de Valencia la cabeza del activismo comercial de la Corona de Aragón. Ya en la Edad Moderna hubo una recuperación general económica, sobre todo en la zona del Norte y el Levante. Para el siglo XVIII, Cataluña estaría no solo recuperada sino de nuevo a la cabeza. 

Durante estos siglos, el Reino de Castilla no cesaría en sus intentos de hegemonizar un Estado moderno castellanizando al resto de zonas de la península, para ello trataría de aplicar un paulatino centralismo y una uniformidad a todos los reinos a las leyes y deberes de Castilla, nos referimos a cuestiones como la carga de impuestos y la aportación de hombres al ejército. Sirva como ejemplo el Memorial secreto del Conde Duque de Olivares donde se propone a Felipe IV en 1624: «Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía, el hacerse Rey de España: quiero decir, Señor, que no se contente Vuestra Majestad con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que trabaje y piense, con consejo mudado y secreto, por reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia». Esta política tuvo éxito en ciertas partes, pero en algunas zonas como por ejemplo Cataluña no se lograría tal propósito, viéndose tiranteces sucesivas como la de 1632 y rebeliones como la de 1640 –donde Cataluña pidió la ayuda de Francia para separarse de España–. Cataluña no logró finalmente la independencia estatal pero tampoco perdió sus fueros y privilegios una vez reintegrada dentro de España. 

Hay que decir que el nacionalismo catalán ha distorsionando la propia historia catalana llegando al punto de hacer suyo como símbolo identitario, la «Guerra de Sucesión» monárquica de 1701-1715, en la cual los catalanes apoyaron al pretendiente de la dinastía de los Habsburgo la cual había gobernado España desde el siglo XIV y cuyo origen no era ni castellano ni catalán. Finalmente triunfó la dinastía de los Borbones en la guerra y tomaría por la fuerza Barcelona el 11 de septiembre de 1714, junto el resto de las zonas colindantes. Como represalia, los Borbones implantaron los Decretos de Nueva Planta contra aquellas zonas que habían apoyado a los Habsburgo. A Cataluña se le castigó retirándose los privilegios fiscales, así como la autonomía política y lingüística que hasta entonces mantenía –siendo algunas de las mismas cuestiones que propiciaron la revuelta catalana de 1640–, aunque se le permitió mantener el derecho civil y seguir exenta del servicio militar, obligatorio a diferencia de los otros territorios represaliados que no tuvieron tanta suerte. En cambio, otras zonas que habían apoyado a los Borbones como el Reino de Navarra mantuvieron sus fueros como recompensa por su lealtad. Estos sucesos se toman en la época moderna desde los independentistas catalanes como un símbolo soberanista y hasta de republicanismo en lo que se conoce como la «Díada» o Día de Cataluña, que recuerda este hecho, aunque la verdad dista bastante de ser como la pintan. En el resto del siglo XVIII la dos mayores tendencias catalanas reivindicarían una república federal –como se declararía luego en Cataluña durante la Primera República de 1873–, o la vuelta de los fueros y el estatus anterior a 1715. Pese a la represión, nada impidió que fuese un siglo de gran expansión demográfica y económica para Cataluña. 

Durante el siglo XIX, las fuerzas políticas de Cataluña fueron presa de la demagogia y los movimientos retrógrados, ya que la ideología reaccionaria se ligaba muchas veces al catalanismo mediante la vuelta de los fueros, apoyando cualquier tendencia que se decidiese cumplir tal empresa. En 1827 Cataluña fue el foco de apoyo de los absolutistas en la Guerra de los Agraviados que entre otras cosas reclamaban la vuelta de la Inquisición y destacaban por ir en contra de todo conato liberal. De igual forma Cataluña fue uno de los centros de apoyo al carlismo en las tres guerras oficiales: la de 1833-1840, 1846-1849 y 1872-1876, por su promesa de restaurar el fuero de Cataluña, pero además en Cataluña hubo un apoyo al carlismo en otros levantamientos específicos como el de 1855 y 1900, totalmente fallidos; el carlismo era una corriente monárquica absolutista de marcado carácter católico y ultrarreacionarios, que en general combatía tanto a liberales-monárquicos, marxistas, como a liberales-republicanos. La prueba de que la burguesía catalana hegemonizaba estos movimientos fue por ejemplo la insurrección de 1842 en contra de las políticas liberales comerciales, que suponían a la postre una reducción de las ganancias de la industria algodonera catalana. No olvidemos que antes y después de este evento, la principal reivindicación de las élites catalanes había sido el proteccionismo hacia su industria, petición que el gobierno central había aceptado gustoso por su rentabilidad. Esto indica que la burguesía y la iglesia catalana siempre han mirado por sus intereses; por un lado, han clamado por las reivindicaciones catalanistas mientras, por otro lado, ha sido una de las más reaccionarias en las diversas cuestiones políticas y sociales. Esta contradicción regional-social o nacional-social es del todo normal cuando son las clases explotadoras quienes abanderan la cuestión regional o nacional que surge en el capitalismo.

Llegamos a este punto, un inciso económico… porque como dijo Lenin la cuestión nacional no puede explicarse sin los datos de las transformaciones económicas:

«Es natural que esta cuestión se plantee ante todo cuando se intenta examinar de un modo marxista la llamada auodeterminación. ¿Qué debe entenderse por ella? ¿Deberemos buscar la respuesta en definiciones jurídicas, deducidas de toda clase de «conceptos generales» de derecho? ¿O bien hay que buscar la respuesta en el estudio histórico-económico de los movimientos nacionales? (...) Los marxistas no pueden perder de vista los poderosos factores económicos que originan las tendencias a crear Estados nacionales». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)

Aunque no siempre es estrictamente para explicar la irrupción de las naciones, ni en este caso para comprender los diversos nacionalismos en la España del siglo XIX, retrotraigámonos a siglos antes para entender por dónde caminaban económicamente los diversos reinos de la península ibérica.

El reino de Castilla había tenido su época dorada en el siglo XIV y a principios del siglo XV con el eje comercial Sevilla-Burgos-Bilbao que conectaba con otras ciudades comerciales de la corona en Flandes, pero con el paso de las décadas, las constantes guerras en el ámbito exterior, el endeudamiento progresivo o la asfixiante carga de hombres e impuestos, el reino adoleció de graves tensiones internas. Durante estos primeros años el problema más significativo sería la rebelión comunera de 1520, la cual entre otras cuestiones reclamaba mayor reparto del peso fiscal entre todos los reinos de la monarquía hispana y mayor atención económica a la vieja Castilla; la decadencia se haría notar. La derrota de los comuneros y las indemnizaciones a pagar por las villas frustró indirectamente la extensión de la pequeña y mediana industria en la zona central peninsular, y por ende, de la expansión comercial durante un tiempo. Castilla demostraría tener en ocasiones un atraso en cuanto a comprensión de las técnicas de gestión y representación comercial en el mercado mundial, así como una producción de peor calidad para competir fuera del mercado exterior europeo. En cuanto a ingresos, que gran parte fuesen recaudados a través del cobro del impuesto de «servicio y montazgo» de la trashumancia, es decir, de una actividad parasitaria y no productiva, muestra muy bien la inoperancia de las clases dominantes, donde ser parte de la «nobleza de sangre» que vivía del rentismo era el mayor estatus social, aunque esto es algo que era análogo a otros reinos de la época. Véase la obra de Fermín Miranda García y Yolanda Guerrero Navarrete: «Medieval. Territorios, sociedades y culturas» de 2008.

Con el fiasco de las empresas comerciales y financieras durante el siglo XVI, Castilla acabaría perdiendo mucho de su antiguo peso comercial en Europa –sobre todo con el auge de la competencia holandesa e inglesa–, por lo que la monarquía de los Habsburgo en España tardaría bastante más que el resto de Europa en amoldarse al mercantilismo, en ensamblar una burguesía potente. Véase la obra de Ernst Hinrichs: «Introducción a la historia de la Edad Moderna» de 2012.

Los arbitristas, una especie de especialistas económicos, ya advirtieron a la corona de las consecuencias de no revertir dicho camino, pero en la mayoría de casos los arbitrios para paliar la situación jamás fueron puestos en práctica, por lo que Castilla siguió caminando en un modelo desfasado. Si bien es cierto que durante el siglo XVIII hubo una fuerte inversión para abrir nuevas fábricas en zonas como Guadalajara o Segovia, la mayoría de empresas castellanas cerrarían con grandes pérdidas debido a la ineficacia en la gestión. Donde si podremos ver un auge industrial es en Madrid, aunque ya en la época tardía de la primera y segunda revolución industrial, que se dieron sucesivamente en el siglo XIX y XX. Madrid alcanzaría una relevancia notable, de hecho, ese núcleo financiero, comercial e industrial, sería la razón por la que Madrid sería separada de Castilla administrativamente. 

La idea de industrialización de España, sobre todo a partir del siglo XIX, se programó para que el tejido industrial se fijase en torno a zonas portuarias comerciales o de cercanos minerales y materias necesarias, de ahí que tanto la industria algodonera y textil en Cataluña –como luego con la siderurgia en Euskadi– se beneficiasen de tal régimen de industrialización por condiciones de localización –algo comprensible dentro de una orografía accidentada como es la Península Ibérica que encarecía en sobremanera el transporte–. Debe mencionarse también las pequeñas y medianas empresas industriales de la harina en Aragón, la industria vitivinícola en La Mancha o la industria de madera y química en Valencia. Hubo intentos y pequeños logros de implantaciones en Asturias. Hay que destacar dos hechos que ahondarían más las diferencias económicas entre las regiones conforme pasaba el tiempo. Primero: los intentos fallidos de industrialización en zonas como Andalucía. Segundo, el hecho de que la industria catalana acabase absorbiendo a las empresas de lana de Castilla, textiles en Aragón y de seda en Valencia y Murcia. Véase la obra de Ángel Bahamonde Magro y Jesús A. Martínez: «Historia de España siglo XIX» de 2005.

Cataluña se alzaría en España como la región más industrializada del siglo XIX:

«A la altura de 1860 la estructura de la población activa en la provincia de Barcelona refleja a la perfección a la extensión de una cultura industrial: la industria ocupa el 41,4%, mientras que la agricultura un 37,5% y los servicios un 21,1%. El origen se ha situado en los últimos decenios del siglo XVIII en que se cristalizó una larga tradición artesanal y comercial anterior. (...) Independientemente de la importancia que se le dé al mercado colonial, lo cierto es que Cataluña, con centro en el puerto de Barcelona, estaba inscrita en una trama comercial muy desarrollada desde etapas anteriores. Una actividad comercial que supo rentabilizar al máximo las transformaciones agrarias del siglo XVIII en el terreno de la vid. La exportación de aguardientes generó unos beneficios óptimos y lubricó los canales de la acumulación. (...) A ello se añadió desde principios del siglo XIX el azúcar y el tráfico de eslavos con Cuba. (...) Entre 1800 y 1913 el consumo per cápita del textil catalán se duplicó. (...) El algodón más que la lana permitió acoplar diferentes realidades que desembocan en la industrialización. A la altura de los años 60 Cataluña era la principal región industrial de España, a la que abastecía en la mayor parte de sus necesidades. El problema residía en el raquitismo del mercado interior español. (...) La defensa más acusada de las tesis proteccionistas marcará la respuesta política de la burguesía industrial catalana». (Ángel Bahamonde Magro y Jesús A. Martínez; Historia de España siglo XIX, 2005)

Debe anotarse también que, debido a dicho desarrollo industrial, Cataluña sería testigo de la primera huelga general de obreros en 1855. En las próximas décadas presenciaría un auge del sindicalismo y los movimientos obreros, siendo la zona obrera más conflictiva de toda España como Engels registró en sus escritos de 1873-74. La pérdida de las últimas colonias del imperio español en 1898 como Cuba, Filipinas, Puerto Rico o Guam coincide con la crisis industrial y comercial que golpeó a la burguesía española. Crisis que indirectamente agravó el temor de la burguesía catalana de verse afectada, con lo vio propicio acelerar la consolidación de su nacionalismo en lo ideológico con una aglutinación de fuerzas en lo político que pudieran plantear una férrea defensa de sus intereses económicos. Ya incluso antes, en Cataluña se había desarrollado todo un movimiento cultural conocido como la Renaixença.

Dicho movimiento regionalista pronto se convierte en un proceso político catalanista que no tarda en triunfar, y que trata de ampliar sus ideales y sus bases sociales más allá de los intereses de la burguesía o de los intelectuales idealistas:

«Así se explica la evolución del propio catalanismo: del regionalismo intelectual pasa al autonomismo –1892: Bases de Manresa–. Después de 1898, habla de «nacionalidad». En 1906, una Solidaridad Catalana obtiene, por encima de los partidos, un gran triunfo electoral. Hacia la misma fecha se sitúa otro cambio: como el primer partido catalán, la Lliga Regionalista, reunía sobre todo a elementos moderados –eruditos acomodados, «fuerzas vivas» industriales, campesinos y tenderos católicos–. (...) En 1906 se presentó a las elecciones la «Solidaridad Catalana». En 1909, una movilización de tropas para Marruecos hizo que estallase en Barcelona «la semana trágica». (...) [Canalejas ofreció] a los catalanes la «Mancomunitat», órgano de autonomía parcial». (Pierre Vilar; La historia de España, 1978)

La educación en las escuelas constituye otro punto clave en el desarrollo del nacionalismo. Como sabemos, que el nacionalismo español no fuese capaz de consolidar en el siglo XIX su idea de nación española en la totalidad del territorio, no se debió únicamente a razones económicas como hemos visto detalladamente, sino también en base a sus derivaciones. El evidente subdesarrollo económico de España impidió que adquiriera la fisonomía de un Estado moderno, o mejor dicho, que lo adquiriera tardíamente. En consecuencia, y a diferencia de otros Estados europeos que estaban tratando de formar uniformemente su territorio, España albergaba una escasa tasa de escolarización y un gran número de analfabetismo, lo que imposibilitó que la escuela, uno de los principales medios de transmisión de la idea nacional, cumpliera su función correctamente. Esto, a su vez, fue un gran caldo de cultivo para que los intelectuales y burgueses de las regiones periféricas desarrollasen sus propios nacionalismos como barreras de defensa. 

Otra cuestión a tener en cuenta es la del código civil, considerado hoy como «ley fundamental del derecho español». Hay que entender que la España actual cuenta con un único código civil desde 1889. Hasta entonces, las diversas regiones se habían regido por sus propios códigos civiles. En el artículo 149.1.8. de la actual Constitución de 1978, se reconoce el código civil unificado de 1889, pero la cuestión tiene trampa, ya que en realidad no se aplica en todo el Estado, pues al igual que en su momento, se aplica a excepción de que exista un propio código civil en la región concreta. La razón de que esto se formulase así fueron las críticas al proyecto inicial por parte de los juristas vascos, navarros, catalanes, gallegos y otros, los cuales no deseaban perder sus códigos civiles que llevaban vigentes durante siglos. En resumen, hoy como ayer, ciertas regiones mantienen un código civil totalmente distinto al castellano. Por poner un ejemplo breve, en Cataluña, el matrimonio comúnmente se ha sancionado a través de una separación de bienes, mientras que en Castilla en base a gananciales. 

Ya desde la época de Primo de Rivera (1923-1930), pese a la disolución de la Mancomunitat y la represión lingüística, política y cultural, el catalanismo llega a consolidarse con una buena base social. Normalmente todas las organizaciones catalanistas abogaban por mayor autonomía pero siempre reclamándose dentro de los límites de España, o al menos así lo representaban en la praxis; por lo que el catalanismo de entonces no era una receta basada en el separatismo como se vende ahora por el nacionalismo catalán, a ejemplo de esto está la declaración del gobierno catalán de 1931 con Macià y la de 1934 con Companys de declarar independiente el Estado de Cataluña pero dentro de la República Española. El nacionalismo catalán ya consolidado, pese a su éxito inicial entre las masas y sus triunfos electorales durante la II República (1931-1936), fue perdiendo peso durante la Guerra Civil (1936-1939) ante el empuje de los anarquistas y muy poco después ante el auge de los comunistas, quedando el nacionalismo y anarquismo catalán totalmente desfasado frente al activismo y compromiso heroico de los comunistas, lo que no evitó después la proliferación de diversos grupos nacionalistas en el exilio, así como el propio Gobierno de la Generalitat Catalana con gran influencia de los nacionalistas.

Todo esto es lo que Stalin comentaría de la formación de algunos Estados multinacionales y la posición en la que quedaban estas naciones en ascensión:

«Este modo peculiar de formación de Estados sólo podía tener lugar en las condiciones de un feudalismo todavía sin liquidar, en las condiciones de un capitalismo débilmente desarrollado, en que las nacionalidades relegadas a segundo plano no habían conseguido aún consolidarse económicamente como naciones integrales. (...) Se desarrollan el comercio y las vías de comunicación. Surgen grandes ciudades. Las naciones se consolidan económicamente. Irrumpiendo en la vida apacible de las nacionalidades postergadas, el capitalismo las hace agitarse y las pone en movimiento. El desarrollo de la prensa y el teatro, la actuación del Reichsrat –en Austria– y de la Duma –en Rusia– contribuyen a reforzar los «sentimientos nacionales». Los intelectuales que surgen en las nacionalidades postergadas se penetran de la «idea nacional» y actúan en la misma dirección. Pero las naciones postergadas que despiertan a una vida propia, ya no se constituyen en Estados nacionales independientes: tropiezan con la poderosísima resistencia que les oponen las capas dirigentes de las naciones dominantes, las cuales se hallan desde hace largo tiempo a la cabeza del Estado. ¡Han llegado tarde!». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

Otra prueba del peso de Cataluña en la economía española está también en el gran éxodo rural precisamente hacia zonas industriales como Barcelona, Bilbao y por supuesto Madrid durante el siglo XX. Viéndose una despoblación y empobrecimiento de grandes partes del interior, en especial de lo que ahora es Andalucía y Extremadura, así como las provincias de la vieja y nueva Castilla que rodeaban a la propia Madrid. El franquismo con sus famosos Planes de Desarrollo, intentaron conservar el tejido industrial y de paso arreglar las descompensaciones entre regiones, promoviendo más impulso en zonas ya industrializadas y creando otras nuevas, con dudoso acierto final, lo que demuestra una vez más la imposibilidad del capitalismo de regular eficazmente sus fuerzas productivas, de establecer una ley armónica de desarrollo en todo el territorio que controla.

Por todo eso, cuando el nacionalismo español logró equipararse al resto de países europeos en su desarrollo en diversas cuestiones, simplemente era demasiado tarde: el viejo regional-foral ahora había echado raíces firmes bajo el incipiente nacionalismo periférico. 

Del mismo modo, si bien el franquismo incidió reprimiendo y prohibiendo las lenguas, leyes y culturas de estas regiones retrasando su madurez nacional, el postfranquismo y la apertura hacia una cierta autonomía, permitió a los nacionalistas fomentar su lengua, sus costumbres, sus leyes y también sus mitos nacionales en lo cultural, afianzando así su identidad nacional.

Por supuesto, todo este recorrido histórico no significa que el nacionalismo catalán sea un problema artificial de la burguesía catalana, como argumentan los nacionalistas españoles, sino que precisamente estamos demostrando que el desarrollo social es la prueba de que la nación catalana se ha forjado, como todas, en base a una burguesía que lucha para hacerse un hueco entre pugnas nacionales e internacionales con el fin de consolidar y expandir su propio mercado, y que para que tal fin tenga éxito depende también, de la ampliación de su fuerza política, de poder irradiar sus concepciones culturales, incluyendo la conciencia nacional a la mayoría del conjunto de habitantes. El catalanismo, se vincula con esto porque ve en el movimiento político en su versión regionalista y luego nacionalista, un vehículo perfecto para hacer avanzar sus posiciones económicas y culturales, y esto llevado a la praxis significa irremediablemente el trascendental paso de articular una identidad nacional:

«Si bien el «catalanismo» ha podido parecernos, efectivamente, ligado a veces a las aspiraciones concretas de reducidos círculos dirigentes y, otras veces, lugar de convergencia de oposiciones, conjugadas pero de carácter distinto, queda en pie el hecho de que su influencia sobre muchos espíritus ha sido suficientemente intensa para que la masa de la población, aunque dividida en torno a otros temas, no halle mejor manera de increparse que la de intercambiar recíprocas acusaciones de «traición nacional». De hecho, sin un conjunto de datos estables, el arsenal intelectual de un «nacionalismo» permanecería vacío. El problema consiste en saber por qué, cómo y por quién, en tal o cual momento de la historia, dicho arsenal es eficazmente montado y utilizado». (Pierre Vilar; Cataluña en la España moderna. Tomo I, 1978)

Otro tema muy diferente es cómo concibe el proletariado, en la etapa contemporánea, esa identidad nacional, las diferencias que tiene con la burguesía a la hora de entender el concepto de patria o de soberanía nacional:

«Los herederos de la revolución francesa también han traicionado la nación. La traicionaron antes, entregando la soberanía nacional a la oligarquía financiera. La han traicionado definitivamente al comenzar la Segunda Guerra Mundial al entregar la nación al opresor, colaborando con el invasor para reformar la servidumbre de la nación y de los nacionales. Como los aristócratas y los clérigos del siglo XVIII libraron la defensa de sus intereses y privilegios de clase con el extranjero, con los enemigos mortales de la nación. Como los aristócratas y los clérigos del siglo XVIII han ahogado en sangre a patriotas y, yendo más lejos aún, han profundizado su traición, han pretendido la colonización definitiva de su país a cambio de una limosna llamada «coparticipación» en el poder de los colonizadores. Como los aristócratas y clérigos del siglo XVIII, la alta burguesía y las capas que le apoyaban en el poder y que la han acompañado en la traición, han perdido históricamente, la hegemonía, la dirección política de la nación. (...) Cuando las clases y capas dirigentes de una nación llegan a una degeneración colectiva, un capítulo de la historia humana se cierra, otro se abre. La aristocracia y el clero podridos fueron lanzados del poder por una burguesía triunfante y que predicaba la virtud y el amor al género humano. La podrida oligarquía financiera será lanzada del poder por la masa popular dirigida por la clase obrera triunfante que no predica, sino que practica la virtud y el amor fraternal entre los hombres y los pueblos. (...) La soberanía nacional y el capitalismo monopolista son incompatibles y su consecuencia lógica. (...) No estamos ante una política de reformas, sino de transformación socio-económica». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 15 de junio de 1944)

Pero este tema será abordado más adelante. Con la existencia temporal de un movimiento político catalán menos activo durante los años del franquismo, duramente golpeado por el mismo, se podían sacar conclusiones aventuradas, pero tenían los precedentes de todo el siglo XX, donde el catalanismo se alzó victorioso desplazando a los partidos tradicionales. Por ejemplo, pese a la férrea represión sufrida durante la dictadura de Primo de Rivera, el catalanismo recobró sus posiciones durante la II República. A finales de los 70, con el catalanismo de nuevo al galope, era difícil no entender la conclusión de Comorera de que Cataluña era de facto una nación con conciencia nacional entre la mayoría de sus ciudadanos. Hoy, con el «despertar» del movimiento nacional catalán en el postfranquismo y a inicios del siglo XXI, con su poderío y ligazón con las masas, resulta innegable. El catalanismo como cultura y movimiento político no es una ficción como lo presentaban algunos. En la actualidad el catalanismo no solo se ha ganado la hegemonía frente a los partidos tradicionales del resto de España, sino que además se ha vuelto independentista en todas sus variantes de importancia. Pero esto es solo un factor, de hecho, el error en 1969 fue no fijarse más que en ese factor político-cultural y no prestar la necesaria atención al desarrollo histórico-económico.

El comunista catalán Joan Comorera, en una de sus mejores obras: «Carta abierta a Reyes Bertal» de 1948, proponía que se ejerciera la libertad de decidir su futuro a estas naciones, incluyendo el derecho a separarse como Estado independiente si así lo decidían, lo cual no significa que fuera la postura por la que abogaba él ya que «Cataluña tiene derecho a la separación. El reconocimiento del derecho, sin embargo, no supone la aplicación automática, obligatoria». Resaltando que «el ejercicio mecánico del derecho de separación no resolvería el problema nacional, pues no lo podemos ni debemos desatarlo del problema general de la revolución». Dejando claro que «la separación por la separación es una idea reaccionaria ya que, en nuestro caso concreto, Cataluña, constituyéndose en Estado independiente, saldría de una órbita de explotación nacional para caer dentro de otra igual o peor». Pues «una tal «genial solución» ya ha asomado la oreja varias veces». 

El pensador oriundo de Cervera defendería que Cataluña era una nación y que por ende debía respetarse su idiosincrasia, su soberanía nacional, pero en cada ocasión declaraba que la mejor solución para Cataluña era pasar a formar parte libre y voluntariamente de una República Federal de Pueblos Hispánicos:

«Cataluña es una nación. Pero Cataluña no puede aislarse. La tesis de que Cataluña puede resolver su problema nacional como un caso particular, desentendiéndose y hasta en oposición al problema general del imperialismo y de la lucha del proletariado, es reaccionaria. Por este camino se va a la exageración negativa de las peculiaridades nacionales, a un nacionalismo local obtuso. ¡Por este camino no se va hacia la liberación social y nacional, sino a una mayor opresión y vejación! (...) Por tanto, camaradas, el camino a seguir para Cataluña no ofrece dudas. Únicamente la República Popular de España dirigida por la clase obrera permitirá a Cataluña el pleno y libre ejercicio de su derecho de autodeterminación. Únicamente la República Popular de España dirigida por la clase obrera, garantizará el respeto estricto y absoluto a la expresión de su voluntad soberana. (…) Y esta República Popular dirigida por la clase obrera, sólo la podrá conseguir Cataluña luchando en fraternal unión con los otros pueblos hispánicos». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional de Cataluña, 1940)

Este artículo apareció en «Nuestra Bandera» Nº4 de 1940, que era el periódico del PCE liderado por José Díaz, por lo tanto, se da a entender, que al menos buena parte del PCE coincidía con las tesis de Comorera sobre Cataluña. Lejos de ser, como presentarían a Comorera luego el binomio revisionista Ibárruri y Carrillo, un vulgar nacionalista, el político catalán fue un crítico abierto del titoísmo, pero también del nacionalismo catalán burgués y pequeño burgués, al cual dedicó ríos de tinta por jugar con la cuestión nacional:

«El interés de clase prima por encima de cualquier otro interés. Y todos los elementos que intervienen en la vida colectiva son utilizados con el objetivo único de asegurar el dominio de clase, el monopolio del Estado, instrumento de la clase dominante. Para la burguesía el problema nacional, allí donde éste existe, es materia especulativa; se sirve de ella si así conviene momentáneamente a su interés de clase o se reniega de ella cuando lo pone en peligro. Y como el interés de clase capitalista es incompatible con el interés nacional la burguesía termina siempre por traicionar a la nación. (…) Como clase y castas gobernantes que continúan la tradición de la guerra: para mantener sus privilegios han convertido en moneda de cambio la independencia y la soberanía nacional. Y como políticos e «ideólogos» inventan filosofías y teorías, cuyo único objetivo es sembrar la confusión en las masas populares, dividir la clase obrera y movilizar a la opinión contra los partidos comunistas. (...) Con las patrañas hipócritas de las terceras fuerzas y principios puros y conductas impuras no se va más que al deshonor y a nuevas derrotas». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)

Advirtió siempre al proletariado catalán sobre aquellas posturas «marxistas» que anteponen la cuestión nacional a la cuestión de clase:

«No siempre la defensa de la nación imperialista o no soberana coincide con los intereses fundamentales de la clase obrera. En este caso, compañeros, y esto debe quedar bien claro, prima siempre el derecho de la clase obrera. Para Marx no ofrecía ninguna duda esta subordinación del problema nacional al problema obrero. Olvidar esto nos llevaría fácilmente al campo del nacionalismo pequeño burgués, a la aceptación de la tesis de la «comunidad de destino», tesis apreciada por los nacionalistas y por muchos sectores socialdemócratas. No existe una «comunidad de destino» en la nación, ya sea esta soberana o dependiente. Puede existir una coincidencia momentánea para la consecución de un objetivo común. Pero, nada más, pues «en cada nación moderna hay dos naciones», nos ha dicho Lenin. La nación burguesa que históricamente desaparecerá y la nación proletaria que históricamente debe ascender al poder político y económico, el ejercicio de su propia dictadura para forjar el mundo nuevo en el que sí que habrá una «comunidad de destino». La burguesía de cada país se basó en el problema nacional con el fin de engañar a los obreros, para embrutecer a los campesinos, para envenenar a la pequeña burguesía. La clase obrera de cada país se basa en el problema nacional para llevar adelante la revolución, para resolver conjuntamente con el problema nacional el de su dictadura. (…) Es natural y necesario, pues, que el derecho de la clase obrera tenga preferencia sobre el derecho nacional, cuando la opción nos sea planteada de manera objetiva y concreta». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)

Reconocer esto no excluye que olvidemos los límites de la II República de 1931-1936 ni los diversos gobiernos de coalición antifascista que hubo durante la guerra de 1936-1939, donde pese a que hubo un avance, como advertía Comorera, no se solucionaron los problemas de la cuestión nacional:

«¿Hay que esperar un retorno puro y simple del Estatuto? La experiencia histórica nos demuestra que no. (…) El Estatuto suprimido por los fascistas, está superado, como lo está la Mancomunidad, disuelta por Primo de Rivera. La experiencia del Estatuto ha sido, además, negativa. Un año de enorme apasionamiento político acabó con un estatuto inferior al convenido en el Pacto de San Sebastián. Aprobado en el año 1932, el estatuto no podía todavía aplicarse íntegramente hasta el año 1939. La burocracia centralista con la benevolencia más o menos disimulada de todos los gobiernos centrales, saboteó con éxito el traspaso de los servicios y la financiación. Servicios fundamentales ya traspasados que fueron retomados por el Estado Central con pretexto o sin él. Y en contraste manifiesto, durante la guerra, las cláusulas lingüísticas, culturales y económicas del Estatuto iban a ser ampliadas por iniciativa de la clase obrera y por imposición del conjunto de las masas catalana. El Estatuto va a ser la expresión de un periodo de hegemonía republicano-socialista en España, y republicano-anarquista en Cataluña». (Joan Comorera; La línea nacional del PSUC; Ponencia presentada en el Comité Central del PSUC, que se aprobó en la reunión de finales de abril de 1939. En junio era también aprobada por el Secretariado de la Internacional Comunista, 1939)

¿Cuál debe de ser la postura de los comunistas catalanes y de los comunistas castellanos? La misma que ya expuso Comorera y aprobó la Internacional Comunista:

«Es justo que el PCE defienda de manera resuelta y pública el derecho de Cataluña a separarse totalmente de España. Es justo que el PSUC diga que en la reivindicación y ejecución de sus derechos nacionales, Cataluña ha de reafirmar su unión con los otros pueblos de España. (… ) La madurez se dará ahora, pues las etapas del movimiento nacional catalán son bien claras. Solidaritat Catalana, Mancomunidad, Estatuto, República catalana. El PSUC por consiguiente, opina que su línea nacional será formulada de este modo: Cataluña lucha por una República Catalana, por una República Española creada por la unión libre de las Repúblicas, iguales en derechos». (Joan Comorera. La línea nacional del PSUC; Ponencia presentada en el Comité Central del PSUC, que se aprobó en la reunión de finales de abril de 1939. En junio era también aprobada por el Secretariado de la Internacional Comunista, 1939)

Esta postura es singularmente cómica para aquellos «comunistas» que siempre necesitan el «sello de aprobación» con el argumento de autoridad de alguna figura o institución para posicionarse, defecto que demuestra que no saben pensar solos y que deben recurrir a otros que ya trataron de resolver el problema antes que ellos.

Y puesto que ambos subyacen bajo un régimen capitalista, no debemos olvidar tanto entre los obreros de la nación oprimida como entre los obreros de la nación opresora que como decía Comorera hay que barrer esta psicología de la aristocracia obrera de venderse a la oligarquía nacionalista por unas migajas y conformarse con un par de cambios superficiales que pretendan decir que luchan por la soberanía nacional, hay que apartar a los monaguillos revisionistas que van haciendo publicidad de las asociaciones oportunistas, pseudopatrióticas y proimperialistas.

Tras el fin del franquismo se llegó a la aprobación del Estatuto de Cataluña de 1979 que venía a ser la restitución del Estatuto obtenido durante de la II República en 1932, aunque éste fue adquiriendo mayores poderes de autonomía. Durante el gobierno tripartito 2003-2010 del PSOE-ERC-ICV-EUiA, el Parlament de Cataluña aprobó en 2005 un nuevo Estatuto, refrendado por Madrid. En 2006 CIU y PSOE encabezaron una nueva reforma del Estatuto de Autonomía, de nuevo con la aprobación masiva del Parlament. En 2010 a propuesta del PP y con el apoyo de otros grupos, el Tribunal Constitucional sentenciaba que el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006 era inconstitucional, anulándolo. Como respuesta, los grupos independentistas celebraron consultas no oficiales sobre la independencia de Cataluña. A partir de entonces en Cataluña se lucha por ver quién lleva la batuta del independentismo. En 2017 el Presidente Puigdemont ha anunciado que el 1 de octubre de 2017 tiene intención de que se celebre el referéndum bajo la pregunta de si se desea un Estado catalán independiente y republicano, mientras el gobierno central ha prometido la suspensión del gobierno catalán por el art. 155 de la constitución actual, y paralelamente desatar una feroz represión contra todo representante del nacionalismo. 

Queda claro que, pese a la dominación castellana y los intentos de asimilación, Cataluña ha logrado su propia consolidación identitaria pese a siglos de represión. Por ende, ha sufrido una opresión nacional pero no colonial. Opresión que se ha visto más agudizada en periodos históricos con la irrupción de la dinastía de los Borbones, con Primo de Rivera o con Franco, pero jamás ha sido nada parecido a una colonia, es más, la burguesía catalana ha colaborado en estrecha coordinación con la española para sacar tajada del sudor de los explotados incluso en estos periodos de mayor represión hacia Cataluña. Las pugnas entre la burguesía catalana y española han versado más sobre cuestiones económicas y fiscales que de otra índole. La diferencia entre una opresión nacional y colonial no es un asunto baladí a la hora de plantear la cuestión. Confundir una opresión colonial con una opresión nacional, siempre lleva a fallar en las conclusiones del tema a tratar.

No podemos evitar esbozar una sonrisa cuando algunos pretenden negar la opresión nacional de Cataluña aludiendo precisamente a su riqueza económica. Lenin ya refutó este argumento cuando algunos pseudomarxistas le exponían que Polonia no podía considerarse una nación oprimida dentro del imperio zarista porque tenía un mayor desarrollo de fuerzas productivas que muchas partes de la propia Rusia:

«Alzándose contra la consigna de independencia de Polonia, Rosa Luxemburgo se refiere a un trabajo suyo de 1898 que demostraba el rápido «desarrollo industrial de Polonia» con la salida de los productos manufacturados a Rusia. Ni que decir tiene que de esto no se deduce absolutamente nada sobre el problema del derecho a la autodeterminación». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)

Los Estados multinacionales todavía son comunes en Europa, solo hay que ver el caso del surgimiento de Gran Bretaña o Bélgica; como se ve en la actualidad, en el primer caso, la cuestión nacional después de mucha presión popular se logró celebrar un referéndum de autodeterminación para Escocia en 2014, donde el «No» ganó por un breve margen, pero en el segundo caso la cuestión nacional sigue de candente actualidad, y las tendencias separatistas de los flamencos no han cesado. También podríamos hablar en América del caso de Quebec en Canadá, donde la cuestión nacional ha seguido teniendo mucha de la atención de la actualidad política.

Actualmente el nacionalismo catalán busca el derecho de autodeterminación, pero a diferencia del de antaño se define mayoritariamente como independentista a ultranza. ¿Beneficia realmente a los trabajadores catalanes y españoles? Lo cierto es que ni a unos ni a otros por varias razones que explicaremos. Los revolucionarios respetamos el derecho a decidir de las naciones, que implica la secesión, pero no transigimos con el discurso nacionalista y burgués de la nación oprimida ni mucho menos con el de la nación opresora. Por tanto, defendemos que los catalanes tienen derecho a pronunciarse sobre su destino, y si así lo deciden, independizarse incluso bajo mandato burgués –algo que como dice Lenin sucede pacíficamente como excepción y no como regla–, pero los marxista-leninistas defendemos que lo que beneficia a catalanes y españoles, es una unión libre y voluntaria, así como un ulterior desarrollo de cada nación sin menoscabar sus derechos, pero por supuesto, no creemos que eso sea posible bajo el capitalismo y sus contradicciones. Quizás deberíamos preguntarnos otras cuestiones para entender esta cuestión tan delicada para algunos». (Equipo de Bitácora (M-L)Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

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