«Hoy todavía no son pocos los que se empeñan en buscar en el PTA un «historial antirevisionista» impecable en todo momento y lugar. Pero tratar de hallar tal pretensión de pureza es simplemente una quimera. Esto supondría que la gente nunca se equivoca y actúa al máximo de sus capacidades, mientras sus homólogos también serían algo así como «superhombres» que pueden con todo, lo cual es ridículo. Esto nunca ocurrió con Enver Hoxha, como tampoco con ninguno de sus predecesores ni discípulos, por más sabios y prudentes que sean. En la resolución de cualquier tarea siempre habrá lagunas, campos del conocimiento sin explorar, malas valoraciones, tanto en el presente como en el pasado. Esto no significa que sea imposible para el individuo la búsqueda de una actividad consecuente. Sin embargo, animamos al lector a que se cuide y sospeche de todo aquel revolucionario que no sabe hallar falencias en sus referentes ni en su mismo, puesto que supone que su nivel de ignorancia, sentimentalismo o narcisismo es demasiado alto como para ser tomado en serio. Véase el capítulo: «Entonces, ¿nunca ha coqueteado el marxismo-leninismo con nociones mecanicistas, místicas o evolucionistas?» (2022).
Seguramente, todo el mundo conocerá el famoso informe principal al VIIIº Congreso del PTA (1981) de Enver Hoxha donde este realizaba una radiografía muy precisa sobre el carácter del revisionismo soviético, chino, yugoslavo y eurocomunista. El PTA dedicó conferencias y campañas en sus periódicos, revistas, libros y radio para ampliar o matizar la información sobre cada uno, ¿pero esta «línea antirevisionista» siempre se mantuvo sin fisuras, como algunos siempre han creído? En absoluto. En esta sección repasaremos las posturas iniciales de los albaneses en relación a eventos de importancia. Los subcapítulos a desglosar serán los siguientes:
I. Unas notas preliminares sobre la lucha de los albaneses contra el revisionismo;
II. El PTA y su reacción a la rehabilitación del titoísmo (1954);
III. El PTA y su reacción ante la tesis del XXº Congreso (1956) y el «informe secreto»
IV. El PTA y la cuestión del «Grupo Antipartido» en el PCUS (1957);
V. El PTA y su papel en las conferencias internacionales de los 81 partidos (1957 y 1960);
VI. El PTA y el «Pensamiento Juche» (1955);
VII. La denuncia del «Pensamiento Mao Zedong» (1978);
VIII. El PTA y otras graves incoherencias de su política exterior (1976-84);
IX. Vincent Gouysse y Roberto Vaquero: del fanatismo a la deserción.
Anexo: Reflexiones sobre los vínculos del «stalinismo» (1925-1953) con el «jruschovismo». (1954-1964)

Unas notas preliminares sobre la lucha de los albaneses contra el revisionismo
Esta sección, que cubre especialmente los años 1953-78, debe ser vista por el lector como una parte del todo, ¿a qué nos referimos? A que para entender todo el cuadro general de las deficiencias del PTA en la lucha contra el revisionismo o la caída de su régimen es necesario que el lector continúe después con los capítulos siguientes sobre política exterior, política cultural o política económica, ya que estos muestran los zigzagueos e inconsistencias varias que en lo sucesivo el PTA seguiría cometiendo entre 1979-91.
Para empezar, resulta clarividente que esta inconstancia del PTA en la lucha contra el revisionismo se reflejó en distintos criterios según el objeto a evaluar, en fórmulas estereotipadas que no profundizaban en lo concreto, y en otros defectos que iremos observando. Estos tuvieron una incidencia directa y muy severa en la formación de los partidos proalbaneses de América y Europa. Esta línea antirevisionista con notables méritos pero inestable e incoherente del todo, no solo supuso disminuir o barrer el apoyo efectivo de elementos avanzados que pudieran ser susceptibles de sumar a su causa, sino que indirectamente debilitó la lucha efectiva contra la gran cantidad de grupos revisionistas que en ese momento enfrentaban estos partidos proalbaneses −y que en la mayoría de casos contaban con mayor experiencia, financiación y astucia−. Dicho de otro modo, las torpezas y errores no forzados causaron a la larga una desmoralización y falta de orientación entre su propia militancia que puso en bandeja de plata para que sus rivales creciesen o se mantuviesen en detrimento de los colectivos que en teoría debían desenmascararlos y ser superarles en todo lo importante.
Este capítulo y los siguientes corroborarán una vez más que el hecho de no acaudalar unos principios bien definidos sobre el revisionismo −o de conocerlos perfectamente, pero no aplicarlos llegados la hora− dinamita toda posible unidad del movimiento revolucionario, como ocurrió precisamente con los partidos proalbaneses de los años 70 y 80, cuyos resultados no hace falta que sean comentados aquí, ya que hoy día el público general apenas sabe o recuerda nada de estos grupos.
Por este motivo, no nada hay peor que tratar de ignorar las derrotas de los movimientos pasados como si nada importasen; o peor, tratar de silenciar la crítica constructiva con pretextos ridículos de que supone «vulnerar el honor» de los que ya no están:
«[Marx] se entregó al desarrollo intelectual de la clase obrera que, con casi total seguridad, sería resultado de la acción combinada y la discusión mutua. Los propios eventos y vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas incluso más que las victorias, no pudieron evitar recordar a los hombres la insuficiencia de sus panaceas preferidas, y pavimentar el camino para una comprensión más completa de las verdaderas condiciones de la emancipación de la clase trabajadora». (Friedrich Engels; Prólogo a la edición rusa del Manifiesto Comunista, 1882)
Del mismo modo −y aun a riesgo de parecer reiterativos− conviene recordar que presentar la historia de un movimiento o de una figura como una línea recta de triunfos no solo es ajeno al método marxista, sino que además entra en abierta contradicción con cualquier intento serio de elaborar una narración veraz y convincente. Pero dado que esta tendencia se ha intensificado en los últimos tiempos, no está de más insistir en ello recordando lo básico.
«En la ciencia histórica, las tergiversaciones y vulgarizaciones antimarxistas estaban hasta hace poco relacionadas con la autodenominada «escuela de Pokrovski», que interpretaba los hechos históricos de manera adulterada, los trataba, en contraposición al materialismo histórico, desde una visión actual, y no desde el punto de vista de las condiciones en las que los eventos históricos tuvieron lugar, distorsionando así la verdad histórica. Las falsificaciones antihistóricas de la verdad histórica, los intentos antihistóricos de maquillar la historia en lugar de presentarla de manera fidedigna han conducido, por ejemplo, a que la historia del Partido sea descrita a veces por nuestra propaganda como una sucesión ininterrumpida de victorias, sin haber sufrido ninguna derrota temporal o retrocesos, que obviamente es contrario a la verdad histórica y por lo tanto dificulta la educación adecuada de nuestras fuerzas». (Resolución del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética; Sobre la organización del Partido en conexión con la publicación de la Historia del PCUS (b), 14 de noviembre de 1938)
No podemos ser presos del pasado, convirtiéndonos en unos idólatras nostálgicos, ni tampoco unos desagradecidos y desmemoriados que reniegan de sus raíces para creerse superiores. El sujeto debe siempre revisar cualquier evento histórico con objetividad, devoción y especial atención. La praxis de cualquier estadista no puede estar exenta de malos cálculos o decisiones precipitadas, porque son seres históricos englobados en una época determinada, con las limitaciones que ello también supone a la hora de desarrollar su trabajo, y sin dejar de tener en cuenta el hecho de que, aunque a veces se olvide, son seres humanos emocionales. Así pues, cada uno alberga características que hacen que en ocasiones el individuo sea único y en otras sea tan vulgar como el resto. En todo proceso revolucionario se toman decisiones incorrectas, mucho más si se trata de dirigencias políticas tan dilatadas en el tiempo; el asunto cardinal aquí para determinar si la calidad moral del hombre que evaluamos es apta o no pasa por observar la forma resuelta en que él aborda y corrige sus equivocaciones en cada cuestión clave, en la reiteración o no de estos pasos en falso.
A mediados del siglo XX el diagnóstico, lucha y final separación respecto al fenómeno del revisionismo fue una reacción bastante tardía y en ocasiones llevada a cabo con herramientas rudimentarias por lo que no siempre se hizo eficazmente. En 1956 el punto de inflexión para ambos bandos, entre «ortodoxos» y «heterodoxos», salvando las distancias, tiene varios paralelismos históricos con otras luchas en el pasado contra el revisionismo. Ciertamente, se parece mucho más al camino: a) que atravesó el revisionismo en Alemania en el año 1914 −donde los revisionistas sufrieron una escisión de los revolucionarios, pero lograron retener toda la estructura del partido y la mayoría de la militancia−; b) que al año 1898 −donde los revolucionarios los derrotaron oficialmente, pero los revisionistas en minoría pudieron permanecer dentro de sus estructuras y retener sus periódicos, cargos y simpatía entre la militancia−.
Dicho de otro modo, para el año 1956 los revisionistas eran mayoría en los partidos comunistas del mundo, no porque hiciera aparición de Jruschov como jefe de la URSS, sino porque algunos colectivos llevaban años practicando −aunque fuera interrumpidamente− diversas variantes del revisionismo como el browderismo o el titoísmo −incluso algunas más antiguas como el proudhonismo o el bernstenianismo−, corrientes que el lector bien conocerá que tienen muchos nexos en común con el jruschovismo en materia de organización, alianzas, política exterior, economía, etcétera. Por este motivo, desgraciadamente la militancia de estas agrupaciones estaba más que acostumbrada a una línea política, unos eslóganes y una forma de trabajar que conscientes o no de su carácter, consideraban como lo correcto, aunque no lo fuese. E incluso cuando se detectaban fragrantes equivocaciones, existía un miedo terrible a llevar la contraria a la dirección, causando la propia autocensura. Pongamos dos ejemplos sencillos pero efectivos para que el lector nos entienda.
En primer lugar, traigamos a colación el testimonio de una pareja de comunistas estadounidenses sobre cómo afrontaron el oportunismo descarado de Browder cuando la mayoría del partido comunista lo apoyó, incluso en cómo insistieron en que «el browderismo continuó sin Browder», siendo expulsados sin miramientos por la dirección de Foster-Dennis en 1946 por revelar un secreto a gritos:
«Mucho antes de que el camarada Duclos se manifestara, ya habíamos llegado a odiar y despreciar la política de liquidación y traición de Browder. Pero yo había votado a favor de la propuesta original de Browder de destruir el Partido cuando el Comité Nacional la presentó por primera vez; unos meses después me vi obligado a comprender la realidad de este oportunismo. La camarada McKenney no votó por la destrucción del Partido Comunista; desde el principio se opuso a la traición de Browder. Pero ninguno de los dos habló. Creíamos que la disciplina nos obligaba a guardar silencio. (...) De la experiencia pasada de nuestro partido solo se puede extraer una conclusión: como comunistas, nunca más debemos quedarnos de brazos cruzados y permitir que la teoría correcta sea oscurecida o anulada por programas erróneos o desacertados. Como comunistas, si vemos este comienzo, no debemos callarnos». (Ruth McKenney y Bruce Minton; El informe de Ruth McKenny y Bruce Minton, 1946)
En segundo lugar, citemos lo ocurrido en la sección británica, donde los argumentos que se utilizaron contra Evans para intentar silenciar su denuncia del oportunismo en la dirección eran similares:
«Usted mismo sabe perfectamente que mi crítica no es nueva. Critiqué el libro del camarada Pollitt cuando se publicó, hice lo mismo con la obra de Dobb en 1946. Literalmente rogué al Partido que examinara la obra de este profesor de Cambridge, pero fue en vano. Me planteó la pregunta: «¿Cómo puede un camarada tener razón y todos los demás estar equivocados?". La pregunta se formuló mal; debería haber sido: «¿Se corresponden las opiniones del camarada Evans más con la historia que las que hemos publicado, que son las del camarada Pollitt, de Maurice Dobb y de Caudwell?». Dado que el Partido aceptó la responsabilidad de imprimir y divulgar estas obras, tengo razón al afirmar que expresaban las opiniones del Partido en ese período. Señalé que durante los años que pasé en Estados Unidos se alzaron voces contra el browderismo. Pero eran tímidos y vacilantes, los silenció el mismo argumento que usaste contra mí: «¿Cómo puedes tener razón si todos nosotros estamos equivocados?». Así que quienes nos opusimos a Browder guardamos silencio». (Arthur Evans; Carta a Emile Burns, 31 de enero de 1950)
Por inercia de todo lo anterior, en 1956 los elementos revolucionarios estuvieron en minoría en los partidos comunistas, y en no pocas ocasiones tardaron mucho tiempo en despertar y reaccionar. Esto obligó a que tuvieran que trabajar pacientemente y esperar a un momento adecuado para ver si podían retomar el timón de mando, arriesgándose a ser expulsados en cualquier momento por contradecir la opinión de la mayoría del movimiento internacional, teniendo que lidiar con el sentimentalismo hacia las siglas de muchos de sus compañeros que se negaban a aceptar que su partido y otros partidos internacionales de notable referencia que abandonaron los principios ideológicos más básicos con los que en su día fueron fundados. Véase el capítulo: «¿Existe una doctrina revolucionaria identificable o esto es una búsqueda estéril?» (2022).
Si bien hoy sabemos que estos colectivos habían mostrado signos de oportunismo mucho antes, casi nadie presentó una oposición seria a estos signos de degeneración hasta mucho tiempo después. Dicho de otro modo, cuando en todo el mundo se crearon los nuevos partidos marxista-leninistas en los años 60 no fue por una posición de fuerza de los antirevisionistas, sino de extrema debilidad: fue el resultado de ser desplazados −y no pocas ocasiones calumniados− en su propia organización. Esto se recrudeció especialmente cuando se intentaron solidarizar con la postura del PTA y tomaron su bandera para combatir lo que les disgustaba en su seno. En resumen, cuando se dieron cuenta o decidieron no disimular más sus diferencias con los revisionistas, estos últimos al primer desafío a su línea política directamente sancionaron, expulsaron y condenaron al ostracismo a quienes de ahora en adelante se significasen con las posturas antirrevisionistas. Ergo, bien fuera por dejadez, candidez, ineficacia o una mezcla de todas, los revisionistas ganaron y dominaron tanto la cúpula dirigente como la militancia de base de los antiguos partidos comunistas fundados en los años 20. En consecuencia, al no tener más margen de maniobra, la única opción que les quedó a quienes no estaban de acuerdo y se dieron cuenta de este proceso regresivo, era la escisión so pena de convertirse en cómplices durante unas cuantas décadas más. Y, evidentemente, esto supuso tener que adquirir nuevos órganos de expresión, locales de reunión, imprentas, contactos para su distribución, planes de formación, en suma, empezar de cero o muy mermados en múltiples cuestiones que llevan años o décadas en ser creadas. A esto añádase que la gran mayoría de los cuadros antirevisionistas provinieron y se habían formado políticamente en torno a los partidos comunistas, por lo que no siempre se deshicieron de ese estilo de vida, pensamiento o acción, sino que simplemente tuvieron un sentimiento de repulsa hacia los actos más rechazables del revisionismo al que se enfrentaron.
El negar que esto fue un proceso altamente costoso y doloroso no trajo ningún beneficio, solo acumuló nuevos inconvenientes. Es más, en estos nuevos grupos antirevisionistas primó con demasiada frecuencia una autosatisfacción y una tendencia decorar su propia historia respecto al proceso de separación del revisionismo. Esto les hizo vulnerables a caer en trampas similares o peores a no mucho tardar. ¿Qué consecuencias tuvo eso a largo plazo? El resultado es sencillo de intuir, dado que pronto los mismos que tardaron años en denunciar al jruschovismo tuvieron que enfrentarse a obstáculos y mitos igualmente mayúsculos. Así ocurrió con la cuestión de la larga y funesta influencia del «Pensamiento Mao Zedong» sobre todos y cada uno de los partidos proalbaneses, donde la evaluación de sus antiguas simpatías prochinas no puede ser más surrealista. Ante tal encrucijada, se intentó no tanto superar como sí disimular lo que había sido gran parte de su ideario durante décadas. De hecho, algunos partidos nacieron siendo más prochinos que proalbaneses, lo cual puede comprobarse revisando los artículos de sus órganos de expresión, como ocurrió con «Vanguardia Obrera» del Paritdo Comunista de España (marxista-leninista). Esta fue una salida deshonrosa y totalmente desastrosa, que una vez más solo fue salvada parcialmente por el estudio de los materiales extranjeros contra el maoísmo que a partir de 1978 llegaban desde Albania y otros países. De cualquier modo, esto no daba respuestas a todas las incógnitas de la militancia sobre cómo esta ideología podía haber penetrado tan fácilmente y qué perjuicios había tenido en cada caso particular. No fue extraño ver que, con tal de dar carpetazo al tema, se decretó que lo que le había ocurrido al vecino era terrible, pero al parecer nada tenía que ver con lo que había ocurrido en casa. Esto posibilitó que entre sus cuadros nunca llegasen a autocriticarse en profundidad ni, por tanto, ser conscientes de la gravedad de sus actos. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su tardía desmaoización» (2020).
Hoy todavía no son pocos los que se empeñan en buscar en el PTA una «historial antirevisionista» impecable en todo momento y lugar. Pero tratar de hallar tal pretensión de pureza es simplemente una quimera, puesto que supondría que la gente nunca se equivoca y actúa al máximo de sus capacidades, mientras sus homólogos también serían algo así como «superhombres» que pueden con todo, lo cual es ridículo. Esto no ocurrió nunca con Enver Hoxha, como tampoco con ninguno de sus predecesores. Ni ocurre hoy con sus discípulos, por más sabios y prudentes que sean, dado que siempre habrá lagunas, campos sin explorar, malas valoraciones, tanto en el presente como en el pasado. Esto no significa que sea posible la búsqueda de una actividad consecuente. Sin embargo, advertimos al lector a que se cuide y sospeche de todo aquel revolucionario que no sabe hallar falencias en sus referentes ni en su mismo, puesto que supone que su nivel de ignorancia, sentimentalismo o narcisismo es demasiado alto como para ser tomado en serio. Véase el capítulo: «Entonces, ¿nunca ha coqueteado el marxismo-leninismo con nociones mecanicistas, místicas o evolucionistas?» (2022).
El PTA y su reacción a la rehabilitación del titoísmo (1954)
El primer escollo importante que el Partido del Trabajo de Albania (PTA) tuvo que sortear fue la influencia directa yugoslava desde su fundación en 1941 hasta la condena oficial del titoísmo en el mundo comunista en junio de 1948. A causa del desconocimiento teórico y la falta de experiencia práctica, así como por las propias tramas de los revisionistas yugoslavos con el fin de anexionar a Albania, el PTA cometió varias equivocaciones en su línea política. Esto se registró en varias de las obras más famosas de Enver Hoxha, como por ejemplo su: «Tomo I de Obras Escogidas (1941-1948)» (1974), «Los titoístas» (1982) o la propia obra de referencia del PTA: «Historia del Partido del Trabajo de Albania. Segunda edición» (1982).
Echando la vista atrás el PTA reconoció varios de sus fallos, exponiendo sin miedo cómo surgieron y cómo se fueron corrigiendo sobre la marcha, reconociendo su falta de vigilancia y experiencia.
a) En primer lugar, en cuanto a la organización del partido, los albaneses reconocieron en 1948 que, por falta de experiencia y referentes, copiaron de los yugoslavos ese modelo semiclandestino de partido y operaron a través del Frente Popular por miedo a presentarse ante las masas abiertamente como comunistas, algo que incluso se prolongó en la posguerra:
«Nuestro gran error ha sido que, además de las formas de organización que hemos tomado prestadas de los yugoslavos, hemos mantenido el Partido en una condición de semiclandestinidad, siguiendo así su errado ejemplo. Nuestro Partido está en el Poder desde la liberación completa de Albania, pero no lo hemos legalizado todavía. A lo largo de este período, quiérase o no, hemos ocultado la bandera de nuestro Partido bajo la cubierta del Frente. Dado que teníamos profunda y justa comprensión del papel dirigente del Partido, ¿por qué nos hemos dejado arrastrar a este grave error? Sin duda, la influencia ejercida por los yugoslavos tiene una gran parte de culpa, pero nuestro Partido reconoce y comprende toda la gravedad de este error». (Enver Hoxha; Informe presentado ante la conferencia de activistas de Tirana sobre los análisis y las conclusiones del XIº Pleno del CC del PCA, 1948)
b) En segundo lugar, se importó la famosa «teoría de las fuerzas productivas» para pronosticar que en un país pequeño era necesario un largo periodo de coexistencia entre diferentes tipos de propiedad en el campo y la ciudad. Este era un pretexto muy conveniente para que, en este caso, los titoístas influyesen en la economía albanesa interviniendo como supuesto país hermano y protector:
«Albania, declaró Velimir Stojnić [en 1944], no puede edificar su economía ni desarrollarse independientemente, es un bocado fácil para el imperialismo», por lo tanto, «no tiene otro camino que la unión con Yugoslavia en una confederación e incluso algo más estrechamente» (!). Para conseguir esto, consideró indispensable preparar a las masas populares albanesas para este enlace y popularizar a Tito como el «símbolo de la liberación de los pueblos de los Balcanes y de Europa». Las apremiantes tareas que se planteaban al PCA para el. desarrollo posterior de la revolución, tras la liberación del país, fueron ahogadas en el Pleno por los ataques de los complotadores contra la línea general del Partido y no fueron debatidas casi en absoluto. El delegado yugoslavo y Sejfulla Malëshova llegaron incluso hasta declarar que Albania, por largo tiempo, «no podrá desarrollar la revolución socialista ni encaminarse hacia el socialismo» (!)». (Partido del Trabajo de Albania; Historia del PTA. Segunda edición, 1982)
c) En tercer lugar, a consecuencia de lo anterior, se permitió la legislación y las teorizaciones políticas, a imitación yugoslava, que no solo beneficiaban al campesino rico, sino que lo protegían:
«Si por una parte hemos realizado la Reforma Agraria, inmortal obra de nuestro Partido, y hemos expropiado a los kulaks de las grandes parcelas de tierra, por la otra, hemos permitido que los kulaks y una parte de los campesinos medios con mentalidad de pequeño capitalista se enriquezcan, exonerándolos de toda obligación hacia el Estado, de toda contribución a la edificación de la economía común del pueblo. En nuestra ley sobre la imposición de las explotaciones agrícolas, la misma tarifa de los impuestos, aunque fundada en el principio del impuesto progresivo sobre los ingresos, favorece por sus modalidades al campesino rico y golpea a las capas campesinas pobres. Según esta ley, las explotaciones rurales con ingresos de 90 000 a 100 000 leks por año, están gravadas con un impuesto de 15 000 leks más el 43 por ciento de la suma que exceda los 90 000 leks, mientras que los ingresos superiores a 100 000 leks lo están con el 20 por ciento solamente. En la mencionada ley, que desde todo punto de vista es una ley conforme a la línea justa, se las arreglaron para introducir en la tarifa tal error antimarxista, que permite el enriquecimiento de los kulaks y que es otro rasgo-característico de las concepciones antimarxistas de la dirección yugoslava». (Enver Hoxha; Informe presentado ante la conferencia de activistas de Tirana sobre los análisis y las conclusiones del XIº Pleno del CC del PCA, 1948)
c) En cuarto lugar, en el trato a la oposición, en las elecciones de 1946 se intentó adoptar una posición de colaboración con elementos reaccionarios, exactamente como Tito intentó en los primeros años:
«El Partido dio la orientación de convertir las elecciones en un gran plebiscito popular, asegurar la participación de todos los electores y el completo triunfo del Frente Democrático en ellas. Decidió que sería presentada una lista única de candidatos, la del Frente. Sin embargo, debido a las desviaciones oportunistas de Sejfulla Malëshova, un cierto número de representantes de la reacción fueron incluidos en esta lista, y fue propuesta una coalición electoral al clero católico. (...) En un principio, valiéndose de las disposiciones legales, la reacción decidió presentarse a las elecciones con sus propias listas como bloque contra el Frente. Al fracasar esta primera tentativa, por no haber encontrado apoyo en el pueblo, cambió de táctica y decidió boicotear las elecciones, llamando al pueblo a la abstención. Intentaba justificar esta actitud con la supuesta «falta de democracia», la «existencia de la dictadura de un solo partido». Con este objetivo Gjergj Kokoshi, uno de los principales portavoces de la reacción, ex miembro del CALN, abandonó de forma demostrativa el Frente. La organización ilegal «Bashkimi Shqiptar» (Unión Albanesa) dirigida por el clero católico reaccionario recurrió también al terror con la colaboración de los criminales de guerra fugitivos». (Partido del Trabajo de Albania; Historia del PTA. Segunda edición, 1982)
En los meses siguientes a la muerte de Stalin (5 de marzo de 1953) la dirección soviética aparentemente no varió sustancialmente su posición sobre el revisionismo yugoslavo. En secreto ya en junio de 1953 comenzaron las conversaciones entre embajadores, etcétera, mientras que en el discurso Malenkov (de agosto de 1953 ) anunció su intención de normalizar relaciones con Grecia y Yugoslavia. Véase la obra de V. A. Valkov: «Acta de una conversación con el subsecretario de Estado de Asuntos Exteriores, V. Micunovic, sobre las relaciones soviético-yugoslavas» (7 de septiembre de 1953).
En la cúpula soviética prontamente se empezó a notar en público discrepancias internas sobre temas que podían tener relación con Tito, por lo que las declaraciones de Malenkov, Jruschov y Mólotov o Jruschov mostraba una política dubitativa y opuesta entre sí.
Desde el punto de vista de los yugoslavos, la existencia de la Kominform, el organismo a través del cual fue expulsado del movimiento comunista, suponía un problema para el llamado «restablecimiento normal» entre ambos países. En consecuencia, los soviéticos comenzaron a realizar gestos a fin de ganarse su confianza:
«La Unión de Patriotas Yugoslavos para la Liberación de los Pueblos de Yugoslavia, que ya había reducido la escala de sus actividades desde finales de 1953, fue disuelta a finales de septiembre de 1954. Radio Yugoslavia Libre también cesó sus operaciones. Ante estos acontecimientos, Malenkov, en una conversación con los británicos, no se inclinó a exagerar la importancia de la Kominform para la política soviética ni a compararla en este sentido con la III Internacional. Al mismo tiempo, señaló la posibilidad de utilizar esta estructura −en su versión, exclusivamente un canal de comunicación interpartidista− en aras de la paz». (A. S. Stykalin; El XXº Congreso del PCUS y la disolución de la Kominform, 2016)
Solo unos meses después Jruschov negó tales insinuaciones de disolver la Kominform estando en una conferencia en la India, argumentando que si dicho perturbaba las relaciones entre los países entonces debía también disolverse la Internacional Socialista y otros organismos análogos. A mediados de 1955 Jruschov decidió cambiar de opinión y se posicionó al italiano Togliatti quien le escribió poco antes del XXº Congreso del PCUS (1956) criticando el funcionamiento de la Kominform, insinuando medidas urgentes. Sea como fuere, Jruschov exigió no solo olvidar la cuestión ideológica con Yugoslavia, sino disolver la Kominform, intentando convencer al resto de países de hacer lo mismo.
Jruschov intentó reclamar a Mólotov como responsable junto a Stalin por las cartas que el PCUS envío al PCY (entre marzo y mayo de 1948) y que tensaron la relación con los yugoslavos, pero Mólotov defendió que todos en el Comité Central leyeron y juzgaron como correctas las críticas allí contenidas. Mólotov expresó ferozmente su oposición a este reciente acercamiento a Tito: «Si se juzga por esta declaración, parecería que la causa principal de la ruptura de relaciones entre el PCUS y el PCY» en 1948 «fueron algunos «materiales» fabricados por los enemigos del pueblo Beria y Abakumov, y el resto no merece atención», pero esto «no se ajusta a la realidad», puesto que se ignoraba que «a base del desacuerdo entre nuestro partido y la dirección del PCY fue el hecho de que los dirigentes yugoslavos se distanciaron de las posiciones internacionales de principios»; «¿significa esto que no existen motivos para un acercamiento entre la URSS y Yugoslavia? No, no los hay». Véase la Resolución del Pleno del Comité Central del PCUS «Pleno del Comité Central del PCUS, Novena sesión» (9 de julio de 1955).
Así, pues, en 1957 el jruschovismo indicó que Mólotov como Ministro de Asuntos Exteriores «no tomó ninguna medida para mejorar las relaciones con Yugoslavia» y por tanto su «posición incorrecta» obstaculizaba la «coexistencia pacífica» soviético-yugoslava, siendo fue uno de los motivos de su degradación. Véase la Resolución del Pleno del Comité Central del PCUS «Sobre el grupo antipartido de G. M. Malenkov, L. M. Kaganovich y V. M. Molotov» (29 de junio de 1957).
En honor a la verdad, el PTA sería el único partido en el poder que denunció el acercamiento soviético-yugoslavo de estos años:
«Así, cuando las autoridades soviéticas informaron a Tirana de que una delegación del PCUS visitaría Belgrado en mayo de 1955 y de que la resolución del Cominform de 1949 que denunciaba a Yugoslavia sería revocada, Hoxha respondió con rapidez y enojo. Escribió a Jruschov que el nuevo rumbo soviético divergía considerablemente de las discusiones de junio de 1954 e incluso de las posiciones adoptadas a principios de 1955. Hoxha exigió que las cuestiones relacionadas con los «principios» se plantearan únicamente en una reunión especial del Kominform y que la delegación soviética se abstuviera de discutir asuntos no técnicos en Belgrado. Dicho esto, el hecho de que el líder de un país de menos de un millón y medio de habitantes intentara disciplinar al líder de la Unión Soviética demuestra la profunda inquietud que existía sobre Yugoslavia en las altas esferas del partido albanés». (Elidor Mëhilli; Desafiando la desestalinización: 1956 de Albania, 2011)
En resumidas cuentas, el PTA: a) no aceptó la anulación de sus resoluciones de 1948 y 1949 respecto al titoísmo −véase su «Carta del CC del PTA al CC del PCUS» (25 de mayo de 1955)−; c) protestó por la repentina disolución de la Kominform en 1956; c) se negó a rehabilitar a los condenados por titoísmo en su IIº Congreso del PTA (1956); d) y criticó desde un punto de vista marxista las últimas tesis de los yugoslavos −véase la obra de Enver Hoxha «Informe presentado ante el IIIº Pleno del CC del PTA» (13 de febrero de 1957)−; d) por último, el Enver Hoxha informó al embajador soviético Krylov que respecto a los sucesos de Hungría «el PTA estaba en total desacuerdo con la decisión de instalar a Kádár y consideraba inexplicables las consultas con Tito».
Sin embargo, para vergüenza de su currículum, aunque fuera temporalmente, el PTA claudicó brevemente ante las presiones soviéticas para reevaluar la «cuestión yugoslava» y, digámoslo así, intentó «darle una oportunidad» a Tito en varias cuestiones.
Por ejemplo, antes de que a «desestalinización» llegase oficialmente, el PTA se sumó temporalmente a la idea de Jruschov y compañía sobre el origen de las malas relaciones con Yugoslavia. Esta postulaba que todo el cisma que Yugoslavia llevaba manteniendo con los comunistas del mundo desde 1948 residía en el mal carácter o intrigas de Beria:
«A finales del verano de 1955, la prensa albanesa volvía a publicar artículos que recordaban la estrecha cooperación entre albaneses y yugoslavos durante la Segunda Guerra Mundial. Las diferencias que habían surgido entre ambas naciones, especialmente después de 1948, se atribuían ahora a las maquinaciones de Beria». (Nicholas C. Pano; La República Popular de Albania, 1968)
Esta explicación era doblemente absurda, ya que paradójicamente Beria había sido ejecutado en la URSS (23 de diciembre de 1953) precisamente por intentar liberalizar del régimen y estrechar relaciones con Yugoslavia, algo que incluso confesó su hijo décadas después, reconociendo que su padre en 1948 y después no compartió nunca la opinión del resto del PCUS sobre que Yugoslavia se estuviera «desviando del camino de la construcción del comunismo». Véase la obra de Sergo Beria: «Mi padre» (1994). A pesar de ello, en 1955 Jruschov se usó su eliminación como pretexto para intentar explicar los «malentendidos» no solo entre Yugoslavia y la URSS, sino entre Yugoslavia y casi cualquier país. Véase la obra: «Sobre las acciones criminales antipartido y antiestatales de Beria» (7 de julio de 1953).
Esto no solo significaba rebajar la deserción de Yugoslavia del comunismo a «problemas personales», sino que indicó de nuevo que la lucha del PTA contra el revisionismo no siempre fue tan idílica como se nos quiso presentar en la documentación oficial.
Entre abril y mayo de 1956 Suslov y Pospelov intentaron convencer sin éxito a Enver Hoxha para que el PTA rehabilitase a Koçi Xoxe y los otros condenados por sus confabulaciones con los titoístas. Sin embargo, los albaneses no fueron consecuentes en todos los puntos, ya que terminaron por seguirle la corriente a los soviéticos, aceptando su idea de que, aunque a su manera, Yugoslavia también estaba construyendo el socialismo:
«En una entrevista con Harrison Salisburu, el 28 de agosto [1957], [Mehmet] Shehu reafirmó esta política: «En nuestra política para con la República Popular Federal de Yugoslavia», dijo, «partimos del hecho de que tanto Albania como Yugoslavia están construyendo el socialismo. Por lo tanto, las relaciones entre ambos países no pueden sino desarrollarse de modo socialista, basándose en los principios de igualdad, cooperación fraternal, respeto mutuo y no interferencia». (CIA; Relaciones soviético-albanesas, 1940-1960, 1962)
En realidad, Yugoslavia, más allá de sus vacilaciones o fallos, había avanzado en la construcción del socialismo en los primeros años, pero este camino fue drásticamente interrumpido a partir de la Resolución de la IIº Conferencia de la Kominform (junio de 1948), donde no solo no se rectificó lo más urgente, sino que por mero resentimiento los líderes yugoslavos profundizaron en todo aquello que se consideraba negativo a ojos del movimiento comunista internacional. Véase la obra de James Klugmann: «De Trotski a Tito» (1951). Esta involución no solo condujo rápidamente a la completa restauración del capitalismo en Yugoslavia, sino que para solventar su estado precario el titoísmo empezó a contraer una gran dependencia económica y política e incluso militar con los EE.UU. o Gran Bretaña, como reconocieron los observadores occidentales. Véase la obra de H. C. Darby, R.W. Seton-Watson, P. Auty, R.G.D. Laffan y S. Clissold: «Breve historia de Yugoslavia» (1966).
Pero, ¿acaso los líderes yugoslavos habían cambiado en algo durante todos estos años para que el PTA fuese más comprensivo?
Muy por el contrario, los informadores soviéticos siguieron reportando a los altos dirigentes que la situación en Yugoslavia no había cambiado. Por ejemplo, se reportó que en la visita a Inglaterra que Tito hizo a Churchill de ese año declaró que Yugoslavia era «la aliada más leal». Al mismo tiempo, Inglaterra celebró la reciente alianza militar firmada en febrero de 1953 entre Yugoslavia con Grecia y Turquía en el Pacto de los Balcanes. Véase la obra: «Información del Jefe del IV Departamento Euroasiático del Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS, M .V. Zimyanin, a V. M. Molotov sobre la situación en Yugoslavia y las orientaciones de su política exterior» (27 de mayo de 1953).
A su vez, poco antes de que la Kominform se disolviese los líderes yugoslavos siguieron atacando la actividad de la III Internacional (1919-43) y de la Kominform (1948-1956) como una forma de asociación obsoleta puesto que rechazaban su centralismo:
«En otoño de 1955, en Moscú llamó la atención un artículo programático publicado en el semanario del SKJ, «Komunist», por Veljko Vlahovic, figura destacada del partido. La decisión de disolver la Comintern en 1943, escribió, fue absolutamente correcta, pero las tendencias positivas emergentes en el desarrollo del movimiento comunista se vieron interrumpidas por la creación del Cominform, que intentó imponer los mismos métodos despiadados de centralización a los partidos comunistas. En opinión de Vlahovic, las actividades del Cominform demostraban lo ilógico de revivir formas de cooperación obsoletas e inadecuadas para la situación contemporánea. El funcionario del SKJ no dejó de mencionar la experiencia yugoslava de cooperación con el más amplio espectro de fuerzas que abogaban por el socialismo, «en contra de cualquier modelo del Cominform». («Lecciones de Historia»; El fin de la Kominform, 2016)
En realidad, el titoísmo no hizo sino sacar del baúl de los recuerdos el viejo argumentario de los intrigantes de la I y II Internacional. En su «Carta a Eduard Bernstein» (6 de enero de (1882) Engels comentó sobre la hipocresía de este tipo de comportamientos: «Malon y Brousse se comportan de nuevo como auténticos bakuninistas: acusan a otros de anhelar la dictadura y, con el pretexto de mantener su autonomía», quieren llevar la batuta ellos mismos sin tener en cuenta las resoluciones del partido».
Hoxha confesó que el PTA hizo concesiones ideológicas al titoísmo por la presión de Jruschov:
«Después de las conversaciones que desarrollamos en 1957 en Moscú, por respeto al Partido Comunista de la Unión Soviética, dejamos de escribir por algún tiempo en la prensa en contra del revisionismo yugoslavo. Pero, no mucho tiempo después, los revisionistas yugoslavos realizaron su tristemente célebre VII Congreso [de 1958], en relación con el cual de nuevo se confirmó la justeza de la línea de nuestro partido». (Enver Hoxha; El Comité Central es la dirección del partido, que juzga siempre de manera justa, prudente y serena, pero también severamente cuando es necesario; De la conversación con Koço Tashko, 3 de agosto de 1960)
¡¿Por respeto?! ¿Exactamente de qué sirvió durante estos años reducir la crítica a conversaciones privadas y declaraciones formales sobre la «unidad del movimiento comunista»? Para nada, para que Tito, Jruschov, Mao y otros ganasen tiempo y afianzasen sus posiciones y formar los cuadros de sus escuelas particulares del revisionismo.
«Enver Hoxha: Tras la Declaración de Belgrado, lo intentamos con todas nuestras fuerzas, ¡pero se negaron! Somos marxistas: podemos tener defectos y cometer errores, pero ¿acaso no deseamos de todo corazón tener buenas relaciones con los yugoslavos? Claro que sí. Pero no confiamos en los yugoslavos. (...) ¡Nada bueno ha salido de los yugoslavos en catorce años! Si viéramos alguna señal positiva, si se comprometieran con la autocrítica marxista-leninista, claro que haríamos todo lo posible. ¡Pero se niegan! Considerando lo que nos están haciendo pasar los yugoslavos, nosotros tenemos razón. Por ejemplo, en algunos temas no coincidimos con los camaradas polacos, pero nunca hemos dicho nada públicamente. Lo mismo ocurre con los camaradas italianos: no coincidimos con el camarada [Palmiro] Togliatti en algunos temas, pero no encontrarán ninguna palabra al respecto en nuestros periódicos». (Memorándum de conversación con los dirigentes soviéticos sobre cuestiones relacionadas con los partidos, 15 de abril de 1957)
El que el PTA delegase su postura en el PCUS con expresiones como "", mostraba claros signos de seguidismo entre los albaneses que, de haber continuado, les habría llevado al abismo. El dejar que la táctica de combate contra el titoísmo la llevasen adelante Malenkov, Jruschov y compañía y que los albaneses tuvieran que hacer concesiones al respecto, fue una pérdida de tiempo y prestigio. Esto fue un grave error, una debilidad enorme que después todos los nuevos partidos marxista-leninistas heredaron, ya que estaban acostumbrados a esta paciencia infinita, a actuar sin contundencia y en base a criterios no realistas donde se maniobraba bajo la esperanza ilusa de que elementos recalcitrantes abandonasen sus posiciones ideológicas hostiles, sabotajes, presiones militares, etcétera. Ni este método funcionó con el titoísmo, ni funcionó con el jruschovismo ni funcionaría con el maoísmo.
Esta mano tendida respecto al titoísmo no solo contradecía la historia y esencia reciente del PTA, sino que echaba abajo el discurso fundamental de sus líderes durante todo el período anterior, tanto de cara a sus militantes como de cara al resto de países.
«En efecto, el régimen albanés se basó después de 1948 en un sistema sustentado por dos premisas: la hostilidad fanática contra Yugoslavia y, en el ámbito interno, el estalinismo a ultranza. Quitar estos cimientos pondría en peligro a todo el régimen». (Ferenc Fejtő; La desviación albanesa, 1963)
Ergo, no se pudo hacer nada más contraproducente para el prestigio y la credibilidad albanesa que el ceder, aunque fuese temporalmente al discurso general del movimiento comunista, cuya esencia había virado definitivamente hacia el revisionismo.
A su vez, los soviéticos eran tan poco confiables que a no mucho tardar aparentaron que nunca hubo divergencias con los albaneses respecto a Yugoslavia:
«Camarada Hysni: En Bucarest, usted señaló que le parecía extraña la postura del Partido del Trabajo Albanés (ALP). Lo hizo en la reunión de los doce partidos de los países socialistas, así como en la reunión más amplia de los más de cincuenta partidos. Lo cierto es que le expresamos la postura de nuestro partido incluso antes de la reunión de los doce partidos. (...)
N. S. Jruschov: Esto no importa. El problema parece ser que, incluso antes de Bucarest, no han estado de acuerdo con nosotros. Sin embargo, no nos lo han notificado, a pesar de que los considerábamos nuestros amigos. La culpa de todo esto es mía por haber confiado demasiado en ustedes. (...)
Camarada Enver: Esto es un disparate. Nuestro Comité Central nunca ha aceptado la Declaración de Bucarest. He estado al tanto de todo lo que ocurre en Bucarest desde el principio.
N. S. Jruschov: Quiero dejar algo claro. Creía que no teníamos ningún desacuerdo sobre Yugoslavia. Escucho por primera vez que tenemos posiciones diferentes sobre la cuestión yugoslava. (...)
Camarada Enver: El deterioro de nuestras relaciones después de Bucarest fue culpa suya. Les hemos mostrado numerosos documentos a sus camaradas que lo atestiguan. Deberían habérselos transmitido.
Mikoyan: Sí, nos los has enviado. Pero el punto es que nos acusas mientras nosotros te acusamos. Por lo tanto, debemos buscar soluciones». (Informe de la reunión de la delegación del Partido Laborista de Albania con los dirigentes del Partido Comunista de la Unión Soviética, 12 de noviembre de 1960)
Por ir concluyendo, durante 1948-1953 la actitud hacia Yugoslavia fue una piedra de toque fundamental para distinguir a los oportunistas de los revolucionarios, y dado que el régimen yugoslavo nunca cambió su carácter reaccionario, este baremo tampoco debió ser alterado.
Sin ir más lejos, respecto a la «cuestión yugoslava», el maoísmo siguió desde los años 50 a los 70 una escalada continua de peleas y reconciliaciones con el titoísmo, exactamente igual que el jruschovismo: quien ensalzó al gobierno yugoslavo como «un gran amigo de la URSS» para luego condenarlo «como agente del imperialismo», para luego volver a intentarlo de nuevo. Finalmente, para los años 60, el jruschovismo siguió con tiranteces hacia el titoísmo, pero con unas relaciones normalizadas, reconociendo a Yugoslavia «como parte del campo socialista», mientras que el maoísmo pronto tomaría el mismo camino bajo su teoría de los «tres mundos», alabando incluso el «sistema de autogestión». Véase la obra: «Las luchas de los marxista-leninistas contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo» (2016).
En cambio, el PTA, al agudizarse su lucha contra el jruschovismo a principios de los 60, salió escaldado de su experiencia de «tender la mano» a los líderes yugoslavos, volviendo rápido a sus posiciones antititoístas mostrando un gran desagrado con el fortalecimiento de las relaciones de Belgrado con Pekín, Moscú, Sofia o Budapest. Sea como fuere, el destino final del PTA no justifica esta breve posición «posibilista» durante los años previos, donde dejaba una puerta abierta a que Tito dejase de ser lo que había sido las últimas décadas.
Expuesto todo lo anterior, tampoco excluye, faltaría más, que los escritos del PTA sobre los titoístas yugoslavos son de lo mejor que se escribió después de 1953. He ahí artículos: a) sobre economía política como la obra de Enver Hoxha «La «autogestión» yugoslava: teoría y práctica capitalista» (1978); b) sobre cuestión nacional como la obra de Xhafer Dobrushi «Los puntos de vista antimarxistas de los revisionistas titoístas sobre la nación: Una expresión de su perspectiva idealista y reaccionaria del mundo» (1987); c) sobre su legislación como la obra de «Zeri i Popullit»: «La camarilla titoista y el proyecto de nueva Constitución yugoslava» (1963); d) sobre su tramas en Albania como la obra de Enver Hoxha «Los titoístas» (1982).
El PTA y su reacción ante la tesis del XXº Congreso (1956) y el «informe secreto»
Comencemos con las tesis del XXº Congreso del PCUS (1956), celebrado en febrero de ese año, cuestión que ya versa muy peliaguda para la credibilidad de este relato de un PTA inmaculado. Si bien es cierto que el PTA fue el único partido en el poder que opuso cierta resistencia a las manifestaciones más derechistas de este viraje oportunista que afectó a casi todos los partidos comunistas, la cosa no fue tan heroica como lo pintaron los albaneses y sus seguidores tiempo después.
Para comenzar, pongamos al lector un ejemplo introductorio breve pero lo suficientemente pormenorizado sobre una figura que fue un paradigma de la época. Este mostró vacilaciones, que aparentó durante mucho tiempo ser «stalinista» y terminó siendo el «jruschovista» más convencido. Esto aleccionará rápidamente al lector para que no se deje llevar nunca por las simples apariencias y declaraciones vacías.
En enero de 1956, el líder del Partido Comunista Francés (PCF), Maurice Thorez, por aquel entonces estaba leyendo las obras escogidas de Stalin y publicando un artículo laudatorio sobre él en «Pravda». Al menos hasta la reunión del Buró Político (13 de marzo de 1956) Thorez declaró a su vuelta de Moscú: «Nuestra delegación no guardó silencio. Le dije al camarada Jruschov que habría sido mejor acompañar la crítica de las faltas y errores de Stalin con varias frases que reconocieran sus grandes méritos históricos». Esto concuerda con que recordó Enver Hoxha en sus memorias «Los jruschovistas» (1980), en donde la cúpula francesa se opuso inicialmente a la forma en que Jruschov llevó a cabo la evaluación de Stalin: «Thorez, Duelos y otros, al principio, no acogieron bien y no aceptaron el informe «secreto» de Jruschov contra Stalin. Después de la publicación de este informe en la prensa occidental, el Buró Político del Partido Comunista Francés emitió una declaración, donde denunciaba este acto y expresaba sus reservas frente a los ataques contra Stalin. El propio Thorez me ha dicho acerca de este problema: «Pedimos explicaciones a los camaradas soviéticos; nos las dieron pero no estamos convencidos». Un delegado italiano, Vittorio Vidali, describe cómo Thorez: «Caminó lentamente hacia el micrófono, apoyándose en su bastón». Recordó como «su voz era fuerte y me gustó su francés claro», entonces «mencionó el nombre de Stalin casi como un desafío y los delegados estallaron en aplausos espontáneos. Se pusieron de pie de un salto al final del discurso y continuaron aplaudiendo hasta que regresó a su asiento». Incluso, según relatan algunos testimonios directos, Thorez «pudo presenciar el turbulento efecto del discurso de Jruschov y quedó particularmente horrorizado por los comentarios de Ulbricht de que Stalin «no era un [marxista] clásico». Al parecer, en una reunión del 26 de febrero de 1956 con Toglitatti, Mólotov y otros, un día después de presentarle confidencialmente el «informe secreto», Thorez no estuvo de acuerdo con los soviéticos en la disolución de la Kominform, advirtiendo que un movimiento internacional «fragmentado divergiría ideológica y políticamente». Véase la obra de John Bulaitis: «Maurice Thorez: una biografía» (2018).
¿Convierte todo esto a Thorez en un «buen hombre, un stalinista» que simplemente luego «siguió a Jruschov», como insinuó Mólotov en su entrevista ante Felix Chuev? No caigamos en una deducción tan infantil y que nada explica.
En primer lugar, la presunta defensa de Stalin, no impidió nunca a Thorez, como se refleja en la biografía mencionada atrás, desarrollar constantes episodios de discrepancias sobre la política colonial, la política exterior o la posición parlamentaria del PCF, como bien se reflejó en las cartas, reuniones y cables de 1927, 1938 o 1947. De hecho, en algunas cuestiones la cúpula soviética parecía coincidir o preferir el veredicto de Doriot o Marty. La figura de Thorez si por algo se caracterizó, para bien o para mal, fue por intentar mantener una línea independiente, a contracorriente de Moscú. Véase su amistad personal con Picasso y la promoción de obra pictórica, un autor muy alejado del realismo socialista y fuertemente criticado en la propia URSS.
En segundo lugar, si bien en un principio Thorez se opuso a transigir en la manera en que se llevó a cabo la «desestalinización», finalmente, como demuestra su propio diario personal, aceptó la mayoría de pecados que Jruschov lanzó contra Stalin sin analizarlos ni pedir que se depurasen responsabilidades. Por ejemplo, Duclos en la reunión del Buró Político (22 de marzo de 1956) emulando a Jruschov habló de la «represión generalizada» llevada a cabo por Stalin, quien «veía enemigos por todas partes». En cuanto al odioso «culto a la personalidad», la dirección entendió que el PCF también había sido representante de ese vicio, una práctica desacreditadora que Thorez simplemente justificó recurriendo al «contexto histórico» de la URSS, por lo que astutamente propuso retirar en el PCF el famoso eslogan «el partido de Thorez», anticipándose así a posibles críticos.
En tercer lugar, Thorez decidió claudicar ante las políticas moderadas de Jruschov, aceptando coordinar la línea política del PCF con su nuevo discurso, aunque en realidad esto solo supuso rehabilitar y potenciar los aspectos más reformistas reprimidos por el PCF tras la histórica reprimenda que recibió en la Primera Conferencia de la Kominform (1947). Thorez incluso se reivindicó como un visionario al haber planteado ya en su entrevista a «The Times» (1946) «vislumbrar otros caminos para la marcha hacia el socialismo que el seguido por los comunistas rusos»... en particular un «programa de reconstrucción democrática y nacional, aceptable para todos los republicanos, que incluyera nacionalizaciones, pero también el apoyo a las medianas y pequeñas empresas industriales y artesanales y la defensa de la propiedad campesina frente a los trusts» en «el marco del sistema parlamentario». Por último, a iniciativa personal, Thorez patrocinó en 1962 una conferencia, junto a Roger Garaudy, para echar abajo lo que, según ellos, fueron los dogmas filosóficos del periodo stalinista.
En cuarto lugar, en cuanto a las relaciones con otros partidos, como comentó Enver Hoxha: «Los franceses y los italianos se llevaban como el perro y el gato», una rivalidad que al menos databa al menos desde 1934. Aquí Thorez llegó a criticar varias veces el oportunismo de los italianos de Togliatti tanto en público como en privado, pero tanto el partido francés, italiano como español fueron las bases para el famoso eurocomunismo. Thorez, según Enver Hoxha, intentó hacer el papel de mediador para intentar reconciliar a soviéticos y albaneses, pero cuando estos últimos no cedieron los franceses los atacaron sin ningún miramiento en las distintas conferencias internacionales («Cahiers du Communisme»; Nº11, 1961). Véase la obra del PTA: «Albania frente a los jruschovistas» (1977).
Esto demuestra una vez más que no debemos dejarnos llevar por ciertas declaraciones puntuales, sin seguir la línea política de un personaje o partido durante un tiempo prolongado, todo, en aras de buscar o no coherencia.
En cuanto al PTA, una de las primeras versiones oficiales, basada en las memorias del líder albanés, aludió que la reacción de Enver Hoxha al leer el «informe secreto» de Jruschov, aquel documento en el que se denunciaba a la figura de Stalin, fue de completo shock y de discrepancia con las susodichas acusaciones:
«El [«informe secreto»] había sido enviado a los dirigentes yugoslavos y al cabo de algunos días fue puesto en manos de la burguesía y la reacción como un nuevo «regalo» de Jruschov y de los jruschovistas. Después que fue examinado por los delegados al Congreso, este informe nos fue remitido también a nosotros, igual que a todas las delegaciones extranjeras. El informe fue leído solamente por los primeros secretarios de los partidos hermanos que participaban en este congreso. Yo, puedo decir que me pasé leyéndolo toda la noche y, muy conmovido se lo pasé también a los otros dos miembros de la delegación. El informe también se lo habían dado a representantes de los otros partidos que participaban en el congreso. Nos sentíamos dura y profundamente golpeados en nuestros espíritus y en nuestros corazones. Nos dijimos entre nosotros que se trataba de una infamia sin límites, de consecuencias catastróficas para la Unión Soviética y el movimiento». (Enver Hoxha; Los jruschovistas. Memorias. Segunda edición, 1984)
El PTA también utilizó años más tarde como «prueba testifical» el diario personal de Enver Hoxha, donde presuntamente se anotaron tal cual las que fueron sus reflexiones:
«Durante toda la noche leí el informe secreto de N. Jruschov, que nos dio mientras hacía lo mismo con todas las demás delegaciones extranjeras. El informe rechaza la figura y todos los actos del gran Stalin.
Entendí la posición de Jruschov y sus otros compañeros contra Stalin y sus actos gloriosos durante la reunión del congreso donde el nombre de Stalin no fue mencionado ni una sola vez para nada bueno, pero nunca pensé en ese momento que alguna vez podrían llegar a este punto.
Me estremezco cuando pienso cuánto se regocijarán la burguesía y los reaccionarios cuando tengan este informe en sus manos, porque estoy seguro de que lanzarán una campaña de mentiras y quién sabe cuánto durará. Tito debería estar muy contento después de leer este informe, ya que estoy seguro de que lo ha leído.
¡Qué daño incalculable para la Unión Soviética y el campo socialista! ¡Qué vergonzosa responsabilidad frente a la historia!
No puedo poner nada en el papel. Solo puedo decir: «¡Estoy conmocionado!».
26 de febrero de 1956, Moscú». (Enver Hoxha; Diario político, Diario 1, 1955-1957, 1987)
Esta presunta reacción puede ser totalmente cierta sabiendo de la importancia y el cariño que el PTA profesó por la figura de Stalin, tanto antes como después de estos eventos, y no hay razón para ponerlo en duda. Pero esto no nos aporta nada concluyente para todo lo demás, ya que para casi todo líder comunista de 1956 la crítica fue un shock, ni corrobora la postura del PTA frente a las exigencias del PCUS en torno a la «desestalinización» posterior.
En concreto, el diario de Enver Hoxha fue sacado a la luz muchos años después de los sucesos de 1956, en concreto fue publicado en 1987, por lo que no puede ser utilizado como prueba clave. Es muy posible que este fuese decorado o inventado por Tirana para aparentar ante el mundo que el PTA siempre mantuvo una continuidad respecto a su defensa del «stalinismo». Esto, como comprobará el lector, no es una paranoia nuestra, sino una técnica muy común en los partidos comunistas de entonces, y a la cual desagraciadamente el PTA tampoco escapó.
Lo mismo ocurre con las memorias de Nexhmije Hoxha «Mi vida con Enver Hoxha» (1998), siendo una fecha muy tardía como para no poder estar incurriendo en una escritura interesada de los hechos, máxime después de la caída del régimen socialista en Albania. De nuevo, según esta versión, el «discurso secreto» de Jruschov fue leído por Enver Hoxha junto al resto de sus compañeros de la delegación albanesa. Todos ellos habrían estado hasta altas horas de la noche discutiendo su polémico contenido. Aquí se relató cómo el máximo mandatario albanés habría concluido furiosamente que lo que en él se contenía eran una serie de hechos que no cuadraban con el Stalin que él había podido conocer en Moscú durante 1947, 1949 y 1950, hechos que se detallan en la obra de Enver Hoxha: «Con Stalin» (1979). Al parecer, la delegación albanesa tuvo la directriz soviética de devolver dicha copia una vez hubiera sido leída.
Esto último, al menos coincide con otros relatos como el francés o español, donde los testigos comentan el extraño ambiente de secretismo que rodeó al «informe secreto» de Jruschov, por lo que parece ser plausible:
«J. Elleinstein, uno de los principales ideólogos del PC francés, en su versión sobre el «informe Jruschov» escribe: «Los Partidos comunistas extranjeros fueron informados muy tarde sobre el contenido del informe Jruschov; en el caso del PC francés solamente al día siguiente recibieron el texto, que tenían que devolver por la noche, prometiendo no decir nada». Según otra versión de otro historiador francés —F. Robrieux, ex secretario general de los estudiantes comunistas de Francia—: «Thorez fue convocado por los soviéticos. Le hicieron entrar en una sala donde le dieron una copia del informe y le encerraron con un inspector de la policía. Tenía dos horas para enterarse del contenido del texto». (Enrique Líster; Así destruyo Carrillo al Partido Comunista de España, 1982)
En todo caso, ocurriese exactamente de esa manera o de otra, no cabe duda de que el contenido del «informe secreto» fue un golpe inesperado para la mayoría de los comunistas de todo el mundo, y puede que, aunque los albaneses se negasen a aceptar en su fuero interno las palabras de Jruschov, dicha oposición no fue manifestada oficialmente por el PTA en un primer momento, como vamos a comprobar ahora. ¿Cuál pudo ser la razón de tal ambivalencia entre pensamiento y acto? Muy seguramente el miedo a enfrentarse a un tótem como el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) inhibiera el resto de sentimientos. Una vez las relaciones albano-soviéticas alcanzaron un punto de no retorno en 1961, el PTA, sus aliados y sus detractores, comenzaron un cruce de versiones contradictorias sobre la actuación de los jefes albaneses durante los primeros momentos de vida del jruschovismo. Veámoslo.
Si ojeamos el documento que siempre se ha considerado la máxima autoridad y la versión oficial de Tirana sobre los eventos, su obra: «Historia del Partido del Trabajo de Albania. Segunda edición» (1982), encontraremos que tanto en su primera versión del año 1971 como en esta segunda del año 1982 se trató de maquillar la historia de forma muy evidente. Los autores eliminaron o pasaron por encima de puntillas sobre los gravísimos errores de seguidismo, sentimentalismo, fanatismo u oportunismo que los dirigentes albaneses manifestaron durante este momento crucial para la historia del comunismo:
«Todas las conclusiones y las decisiones del IIIº Congreso del PTA [1956] estaban imbuidas de un espíritu revolucionario marxista-leninista que en esencia se oponía al espíritu revisionista del que estaban impregnadas las conclusiones y las decisiones del XXº Congreso del PCUS. Sin embargo, el IIIº Congreso no condenó abiertamente las tesis antimarxistas del XXº Congreso. El Comité Central del PTA había dado a conocer a la dirección soviética su oposición y sus reservas acerca de una serie de tesis y actividades de esta dirección. Al mismo tiempo la prensa del PTA formulaba intencionadamente sobre estas cuestiones apreciaciones diferentes, prácticamente opuestas a las del XXº Congreso. Pero el PTA no podía expresar públicamente en su Congreso su oposición y sus reservas hacia las conclusiones del XXº Congreso del PCUS, ya que semejante forma de proceder en ese momento no favorecería sino a los enemigos del comunismo, quienes habían desencadenado un violento ataque contra la Unión Soviética, y contra la unidad del campo socialista y del movimiento comunista internacional. Los comunistas albaneses han considerado siempre como un alto deber internacionalista defender al primer Estado socialista del mundo y al campo socialista en su conjunto. Aparte de eso, todavía no se conocía bien, en aquel entonces, el verdadero objetivo que pretendía alcanzar el grupo de Jruschov con sus nuevas tesis». (Partido del Trabajo de Albania; Historia del Partido del Trabajo de Albania. Segunda edición, 1982)
Esta versión de los hechos debe de ser totalmente desmontada, porque en la historia con mentiras, medias verdades y adornos no se puede avanzar.
a) Para empezar, la formulación de que «criticar las tesis del XXº Congreso o a la dirección soviética» era «contribuir a hacerle el juego al imperialismo», responde a la mentalidad pusilánime que ha llevado a que el movimiento implosionase y a no mucho tardar quedase en ruinas, unas que jamás se pudo reconstruir, puesto que el movimiento marxista-leninista proalbanés jamás tuvo dicha capacidad de influencia en las cuatro esquinas del globo. Por tanto, hay que despegarse de una vez por todas de esa ridícula idea que lleva a ser condescendiente con las desviaciones propias o ajenas.
b) Tampoco es cierto que la dirección albanesa no supiese el «verdadero objetivo que pretendía alcanzar el grupo de Jruschov con sus nuevas tesis», ya que como el propio Enver Hoxha comentó en sus memorias «Los jruschovistas» (1980), desde el 6 marzo de 1953, es decir, desde los primeros días en que fallece Stalin, ya bajo el mandato de Malenkov, Beria y Mólotov, hubo movimientos políticos muy sospechosos del nuevo gobierno soviético.
Esto último cobra más significación si tenemos en cuenta que muchos de estos cuadros fueron reasignados a grandes puestos de poder tras haber sido previamente degradados durante las sesiones del XIXº Congreso (1952):
«Estos hechos no podían dejar de causarnos una profunda y nada buena impresión. Nos surgían preguntas espontáneas y conmovedoras: ¡¿Cómo estos importantes cambios se han hecho tan inesperadamente, en un solo día, y no en un día cualquiera, sino en el primer día de luto?! Toda lógica te lleva a pensar y creer que todo había sido preparado de antemano. La lista de dichos cambios había sido elaborada con tiempo, silenciosa y furtivamente, y sólo se esperaba el momento de poder hacer públicos aquellos para satisfacer a uno y a otro, a éste y a aquél». (Enver Hoxha; Los jruschovistas. Memorias. Segunda edición, 1984)
En aquel entonces Jruschov era un hombre muy importante del gobierno soviético, pero todavía era una figura ligeramente secundaria frente al resto de personajes y potencias rivales, tanto de cara al pueblo soviético como en el escalafón de mando de las delegaciones soviéticas en países extranjeros. Su ascenso definitivo, en torno más o menos en 1954-55, solo vino a agudizar lo que ya era una realidad bajo el primer gobierno postStalin de Malenkov de 1953: el liderazgo soviético era inestable, navegaba bajo un clima de conspiraciones, caos fraccional e ideológico.
c) Por otro lado, en ese fatídico año 1956 existieron comunistas que con toda la honestidad y valentía se opusieron contundentemente y sin reservas desde ese mismo momento a las tesis principales del XXº Congreso del PCUS. Véase como ejemplo la obra del hindú Moni Guha «Jruschov y la historia soviética» (1956) o la obra del irlandés Neil Goold «El XXº Congreso del PCUS y después» (1956). ¿Qué significa eso? Muy sencillo. ¿Acaso debemos ser tan ingenuos y pensar que algunos comunistas, casi anónimos, sí podían anticipar o comprender directamente lo que suponían estas tesis del jruschovismo, mientras que los flamantes gobernantes de las «democracias populares» de Europa del Este no estaban en capacidad de tal ejercicio reflexivo? No participaremos en difundir tal estupidez, ¿verdad? Entonces habrá que buscar las causas en otros motivos más desagradables para el prestigio de algunos.
d) Durante 1953-56 el liderazgo del PTA aceptó llevar a cabo diversas «rectificaciones» que eran claras concesiones a las exigencias jruschovistas de la época sobre restablecer una «dirección colectiva» o rectificar el «exceso de industrialización». Ahora bien, no nos engañemos, más allá de las segundas intenciones de los soviéticos para derrocar a la dirección o convertirlo en un país dependiente, muchas de estas medidas eran necesarias para satisfacer problemas pendientes. En consecuencia, hubo un reparto de cargos más equitativos entre figuras, por lo que en 1954 Enver Hoxha dejó varios cargos del gobierno reteniendo el de Secretario General del PTA. Se rectificaron ciertas inversiones inverosímiles o no rentables en la construcción de industrias, algo que el PTA ya detectó desde 1952, al señalar la falta de materias primas para la industria o que dichos productos elaborados eran de mala calidad, por lo que consecuentemente a partir de diciembre de 1953 se reasignaron algunas de las inversiones. Véase la obra de Omari, L. and Pollo, S.: «Historia de la construcción socialista en Albania» (1988).
En definitiva, es cierto que el IIIº Congreso del PTA (1956) se diferenció de las tesis y conclusiones de otros partidos homólogos −como el búlgaro, rumano, polaco o chino de ese mismo año− en múltiples cuestiones. Por ejemplo, el PTA siguió considerando el papel rector de la industria pesada en la economía como algo clave para lograr optimizar su autosuficiencia de cara al exterior. De hecho, continuó con tales pretensiones incluso después de la ruptura con la URSS (1961) y China (1978). Se reconoció que la vigilancia en la construcción del socialismo no debe relajarse y polemizó tanto con soviéticos como con chinos sobre las llamadas contradicciones en la sociedad socialista. A su vez, se reconoció el papel recto del partido entre las masas como vanguardia de dicho proceso, etcétera.
e) Por último, en la cuestión del «culto a la personalidad», el PTA no evaluó la cuestión de Stalin con plena autonomía, puesto que aceptó el discurso de Jruschov, seguramente intentando que pasase el chaparrón.
La prueba está en la reedición y omisión del informe de Enver Hoxha a dicho congreso para el «Tomo III de Obras Escogidas (1960-1965)», publicado en 1980. Una técnica de autocensura sin más explicación que por cierto los revisionistas chinos hicieron común en Mao Zedong para ocultar su oportunismo desde tiempos tempranos, como el informe al VIIº Congreso del PCCh (1945). ¿Cómo sabemos esto en lo que concierte a los albaneses? Porque si realizamos el esfuerzo de repasar las Obras Completas de Enver Hoxha en albanés, en el tomo XIII, publicado en 1973, podemos encontrar la postura real que tuvo el PTA. A la vuelta de Moscú y tras asistir al XXº Congreso del PCUS (1956) el mismísimo Hoxha se prestó a escribir (14 de abril de 1956) un artículo enfocado en ese espíritu donde repetía las declaraciones que durante años trotskistas, titoístas, jruschovistas y maoístas vertieron sobre Stalin:
«El PCUS condenó con razón el culto a la personalidad generado hacia J. V. Stalin durante los últimos años de su vida y su actividad; culto que causó un gran daño a la Unión Soviética. (...) Debería decirse que Stalin, tras conseguir que el Partido Comunista de la Unión Soviética y el pueblo soviético obtuviesen grandes victorias que llevaron al triunfo del socialismo, se comenzó a situar por encima del partido y del pueblo, abandonando así a las masas y siendo esto un error que fue muy costoso para el pueblo soviético y el socialismo». (Enver Hoxha; El marxismo-leninismo nos enseña que es el pueblo el creador de la historia, 1956)
f) En cuanto a las propuestas teóricas del XXº Congreso (1956) sobre la «coexistencia pacífica» entre países, la «vía específica nacional» y «el tránsito pacífico al socialismo» a través de «métodos parlamentarios», el líder albanés también aprobó los lineamientos teóricos sobre la revolución, la construcción del socialismo y las relaciones con otros países capitalistas que no distan de los que escribieron en su momento los Gomułka, Mao, Thorez, Nagy o Togliatti:
«El XXº Congreso del PCUS, titulado «Realizando el balance de las victorias del socialismo en la URSS y en la escala global» y el informe sobre las nuevas fuerzas en el desarrollo de la situación internacional actual tomaron decisiones importantes para el futuro del socialismo y el destino de la humanidad». (Enver Hoxha; El marxismo-leninismo nos enseña que es el pueblo el creador de la historia, 14 de abril de 1956)
Nótese que irónico fue esto, ya que Enver Hoxha pasó a la historia por su virulencia a la hora de criticar estas tesis reformistas, lanzando discursos polémicos como el «Discurso pronunciado en nombre del CC del PTA en la Conferencia de los 81 Partidos Comunistas y Obreros en Moscú» (1960) o escribiendo libros como «Eurocomunismo es anticomunismo» (1980).
Si entre 1960-64 los albaneses se desesperaban porque los dirigentes chinos todavía albergaban ilusiones sobre el carácter de Jruschov o Brézhnev e intentaban reconciliarse con ellos… suponemos que igual de desesperante tuvo que ser para gente como Moni Guha y Neil Goold ser testigos durante 1956-1960 cómo absolutamente todos los partidos y jefes comunistas en el poder hicieron un seguidismo atroz a Jruschov por miedo, sentimentalismo y oportunismo.
Nótese la extraordinaria proeza de personajes como Guha o Goold, quienes claramente tenían muchísima menos experiencia y medios de información a su disposición que los jefes de los partidos comunistas en el poder; y aun así tuvieron la perspicacia para darse cuenta del significado histórico que estaban viviendo y la valentía de llamar las cosas por su nombre, sin medias tintas.
Es más, aunque hoy no se sepa demasiado, hubo comunistas y colectivos, tanto conocidos como anónimos, que ya detectaron y denunciaron muchos años antes la deriva revisionista de sus respectivos partidos comunistas. Véase el caso de los escritos de Arthur Evans en Gran Bretaña, André Marty en Francia, Burt Sutta en EE.UU. o Joan Comorera en Cataluña, entre muchos otros. Su actividad de denuncia del revisionismo, más allá de que fuera con mayor o menor acierto, se saldó en muchas ocasiones con la expulsión, la calumnia, el ostracismo o la muerte. Por lo tanto, para aquellos que hubieran seguido estas disputas, la catástrofe del jruschovismo no debiera de ser una sorpresa para 1956. La pregunta aquí es, ¿cuántos de los partidos y cuántos de los jefes de aquel entonces estaban dispuestos a escuchar?
Evidentemente, para la mayoría de marxistas contemporáneos estos nombres y sus respectivos casos son totalmente extraños, pero estos militantes, aun con grandes dosis de incoherencias, titubeos e inexactitudes, aportaron mucho más de lo que uno pudiera creer. De hecho, sus incipientes reservas, rechazos y críticas son absolutamente claves para comprender desde dentro la deriva posterior de todas y cada una de estas organizaciones. Por desgracia, para la mayoría de interesados, sea por honestidad, pereza o ignorancia, prefieren intentar estudiar la degeneración de los antiguos partidos comunistas a través de la compra de la vigésima reedición de las obras más famosas de Rosa Luxemburgo, Trotski, Mao, Foster, Lukács o Iliénkov, razón por la cual no han avanzado un solo paso en dicha tarea.
En resumen, en el caso del PTA, tal sentimiento de admiración y deuda con Stalin tampoco estuvo reñido con episodios de verdadero servilismo hacia Jruschov en los primeros momentos, realizando concesiones temporales que vistas hoy son inaceptables y nada se obtuvo para cambiar el parecer de dicho personaje.
El PTA y la cuestión del «Grupo Antipartido» en el PCUS (1957)
El 18 de junio de 1957 se llevó una votación en el Presídium donde un grupo propuso sustituir a Jruschov como Primer Secretario por el primer ministro Nikolai Bulganin ganando con 7 votos de los Malenkov, Mólotov, Kaganovich, Bulganin, Voroshilov, Pervukhin y Saburov contra la negativa de Jruschov, Mikoyan, Suslov y Kirichenko. Los jruschovistas no solo no aceptaron el veredicto, sino que convocaron un Pleno del CC del PCUS el 22 de junio de 1957 y amenazaron con usar al ejército para resolver a la cuestión, causando la total rendición de sus oponentes.
Desde Moscú se le exigió a la dirección del PTA una unidad con el grupo dominante del PCUS ante el intento de destitución de Jruschov. El PTA, aunque desconcertado con los preocupantes sucesos, aceptó tal chantaje jruschovista en aras de la «amistad soviético-albanesa». El grupo liderado por Mólotov sería condenado en 1957 como «grupo antipartido», aunque como reconocerían años después los propios jruschovistas, habían sido ellos los que habrían utilizado métodos ilegales para mantener su puesto:
«Después de echar la zancadilla a Malenkov, reemplazándole provisionalmente por Bulganin, fue el turno de Mólotov. Su destitución fue anunciada el 2 de junio de 1956. Ese día el diario «Pravda» traía en primera plana una gran foto de Tito, con la felicitación de bienvenido que se daba al cabecilla de la camarilla de Belgrado con motivo de su llegada a Moscú. (...) En una reunión del Presídium del Comité Central del Partido celebrada en el Kremlin, en el verano de 1957, Jruschov, al ser objeto de numerosas críticas, quedó en minoría y, como hemos sabido por boca de Polianski, fue destituido de su función de primer secretario y designado ministro de Agricultura, pues como se sabe era un «especialista de maíz». Mas esta situación apenas duró unas horas. Jruschov y sus hombres dieron secretamente la alarma, los mariscales rodearon el Kremlin con sus tanques y sus tropas y dieron la orden de que no se moviera ni una mosca. (...) Jruschov y Mikoyan empezaron a liquidar uno tras otro, y al final todos en bloque, a los miembros del Presídium del CC del partido que calificarían de «grupo antipartido». (Enver Hoxha; Los jruschovistas. Memorias, 1980)
Enver Hoxha reprocharía a Mao Zedong su apoyo a Jruschov en este evento crítico:
«Mao estuvo de acuerdo con Jruschov, como él mismo declaró públicamente en la Conferencia de Moscú de 1957, en la que elogió a Jruschov, atacó a Stalin y aprobó la liquidación del «grupo antipartido de Mólotov y compañía» por Jruschov. Por lo tanto Mao ayudó a Jruschov». (Enver Hoxha; Algunos juicios en torno al «decálogo» ballista de Mao Zedong; Reflexiones sobre China, Tomo II, 28 de diciembre de 1976)
¿Pero acaso el PTA estaba libre de todo pecado en este sentido? ¿Cuál fue su postura?
«Cuando el grupo antipartido fue expulsado del Partido soviético a finales de junio, el Partido albanés apoyó con presteza esta acción de Jruschov y sus secuaces. El 4 de julio se adoptó una resolución del Comité Central albanés, que condenaba la actividad fraccional del grupo Malenkov-Kaganovich-Mólotov y expresaba su total solidaridad con el PCUS y su decisión. Un comentario albanés en julio afirmaba que «la vida misma ha confirmado, sin duda alguna, la genuinidad y la prudencia de la política marxista-leninista definida por el XXº Congreso del PCUS, tanto en torno al desarrollo futuro de las fuerzas productivas de la URSS como sobre la situación internacional». (CIA; Relaciones soviético-albanesas, 1940-1960, 1962)
Tan solo tiempo después el PTA intentó mostrar simpatías con el grupo derrotado que estaba algo más a la izquierda que el grupo de Jruschov y su oportunismo descarado:
«Jruschov: Decís que en la URSS quienes han llegado al poder recientemente son jóvenes e inexpertos. ¿Intentas sermonearnos? Beqir Balluku [miembro del Politburó del CC del ALP y primer vicepresidente del Consejo Ministerial] les dijo a nuestros oficiales: «Khrushchev expulsó a todos los camaradas del Buró [Politburó], a Malenkov [secretario del CC del PCUS], a Mólotov [ministro de Asuntos Exteriores soviético], Lazar Kaganovich [miembro del Politburó y del Presídium del CC del PCUS], a Bulganin [primer ministro soviético Nikolai], etc». (Informe de la reunión de la delegación del Partido Laborista de Albania con los dirigentes del Partido Comunista de la Unión Soviética, 12 de noviembre de 1960)
He aquí de nuevo un miedo atroz a la autocrítica y a la verdad histórica. Como sabemos, el intento de derrocar a Jruschov en 1957 por una parte de estos «viejos stalinistas» venía precedido de un apoyo en mayor o menor grado de dichos líderes a las nuevas políticas introducidas en la URSS durante 1953-56, incluyendo las formulaciones más vergonzosas del XXº Congreso del PCUS. Entre otras cosas, colaboraron para utilizar a Stalin como simple cabeza de turco para condenar todos los males −reales o ficticios− del sistema. Se trataba ya de una lucha entre unos cuadros que antaño habían sido reconocidos por sus actitudes, pero que ahora se habían convertido en una pálida sombra de lo que un día fueron. Estos «bolcheviques» se habían convertido en simples burócratas, arribistas y pragmáticos que vagaban como espectros por los pasillos del Kremlin. Por eso, como reconocían los propios actores de la trama, no se apoyaron en las masas y ni siquiera tenían más programa común que el de relevar a Jruschov a un puesto menor. Véase el capítulo: «Sobre Mólotov» (2017), el capítulo: «Sobre Malenkov» y el capítulo: «Sobre Beria» (2017).
Esto ni siquiera es una impresión nuestra, sino que en su día fue corroborada por los propios albaneses:
«Es así como estos ex compañeros de armas de Stalin, que habían consentido las calumnias lanzadas contra su gloriosa obra, fueron calificados, tras este intento fallido, de «grupo antipartido» y recibieron el golpe definitivo por parte de los jruschovistas. Nadie lamentó su caso, nadie se apiadó de ellos. Habían perdido su espíritu revolucionario, eran cadáveres del bolchevismo, habían dejado de ser marxista-leninistas. Habían hecho causa común con Jruschov y permitieron que se cubriera de barro a Stalin y su obra; intentaron hacer algo, pero no por vía de partido, pues el partido no existía tampoco para ellos». (Enver Hoxha; Los jruschovistas. Memorias. Segunda edición, 1984)
Y si bien esto es cierto, no menos verdad es que en la defenestración del honor del PCUS y de Stalin colaboraron todos los partidos comunistas en el poder, incluido el PTA y Hoxha.
El hecho de que fuese el propio Enver Hoxha quien pasase a la historia como principal crítico del revisionismo soviético, con su famoso discurso contra Jruschov en la Conferencia de Moscú de los 81 partidos (1960), tampoco borra otros episodios que también forman parte de la historia.
Aunque resulte sorprende hoy, en las primeras entrevistas de Enver Hoxha frente al nuevo liderazgo soviético, como la del 15 de abril de 1957, pese a reconocer Jruschov que no se entendían en varias cuestiones y que los albaneses tendían hacia el «camino de Stalin», el líder albanés se mostró muy conciliador e incluso sumiso. Constantemente dio a entender que el partido albanés solo podía aprender del partido soviético y no al revés. Un servilismo repugnante se mire por donde se mire con expresiones del tipo: «Como siempre, nos ajustaremos a su orientación política general y, sobre todo, seguiremos su línea». Para más inri, esta mentalidad seguidista se acabó instalando en las filas del PTA con un marcado culto a la personalidad hacia sus líderes, lo que a la larga paralizó la iniciativa de las masas de cara a los momentos más críticos.
«Enver Hoxha: Hemos hecho todo lo que está en nuestras manos para seguir tu consejo [Jruschov]; esto es, para mantenernos tranquilos en torno a este asunto. Pero los líderes yugoslavos no cesan de provocarnos. (...) Creemos que representan una amenaza no sólo para nosotros, sino para todo nuestro campo socialista: se han desviado del marxismo-leninismo. Escriben en sus periódicos que desean mejorar sus relaciones con Albania, pero esto es una bomba de humo. (...) No estamos de acuerdo con los camaradas polacos, pero nunca lo hemos expresado públicamente. Lo mismo con los camaradas italianos. Estamos en desacuerdo con el camarada [Palmiro] Togliatti en ciertos asuntos, pero de esto no encontrará ni una sola palabra en nuestros periódicos. (...) Admitimos que erramos en nuestra táctica y estamos muy agradecidos al camarada Jruschov, que es nuestro maestro y que nos habló abiertamente. Haremos todo lo posible para solucionar estas cuestiones en base a una línea marxista-leninista». (Memorándum de la entrevista albano-soviética, 15 de abril de 1957)
Recuérdese que todo esto se produjo en un momento en que, a nivel internacional, se estaba traicionando el marxismo-leninismo y, a nivel nacional, se estaba poniendo en aprietos la propia reputación del PTA en cuestiones como la del titoísmo. Con todo, se siguió manteniendo durante años la táctica de no publicar las opiniones divergentes respecto a otros partidos y movimientos.
Evidentemente, siempre habrá gente que se agarre a un clavo ardiendo. Un historiador interesado en el tema albanés y que afirmaba haber estudiado la ruptura albano-soviética con total detalle, Xavier Baró i Queralt, aseguró, aunque sin respaldo alguno, que durante la visita de Jruschov a Albania de 1959 las relaciones entre ambos partidos estaban completamente quebradas. Véase el discurso de Xavier Baró i Queralt ante la «Conferencia y presentación de los tomos V y VI de Enver Hoxha» (2019).
Genial, ¿y qué escribían los órganos de expresión del PTA por aquel entonces? Dejando a un lado diversos bochornos como nombrar a Jruschov «ciudadano de honor» en Tirana, demos un rápido repaso histórico tanto al señor Xavier:
«En los albores de la llegada de Jruschov a Albania [1959], «Zëri i Popullit» lo describió como «un fiel discípulo de V. I. Lenin, líder militante y distinguido del PCUS y del Estado soviético, que ha dedicado toda su vida y sus energías a la causa inmortal del marxismo-leninismo, al fortalecimiento del glorioso Partido Comunista de la Unión Soviética y del Estado de los sóviets, al fortalecimiento de la unidad y de la cohesión de los países que conforman el poderoso campo socialista; se trata de un luchador indomable por la paz mundial». El artículo añade a continuación: «Nikita S. Jruschov es el mejor y más querido amigo del pueblo albanés. Siempre se ha mostrado particularmente solícito a ayudar generosamente al pueblo albanés a construir su vida feliz; el socialismo». (CIA; Relaciones soviético-albanesas, 1940-1960, 1962)
En el documento del PTA: «Albania frente a los revisionistas jruschovistas» (1977), se recogió una carta de Hoxha a Kapo de 1960 que es de gran interés por su vocación de no transigir con los trucos o amenazas de Jruschov:
«No deberá tener el sentido de una reunión conciliatoria «pacifista», para correr un velo sobre los graves errores, sino de una reunión donde los errores serán puestos al desnudo y corregidos radicalmente. No hay otra vía y que no se espere ninguna otra propuesta de nuestra parte. Si los errores no se miran de frente, estamos seguros de que los revisionistas proseguirán con mayor afán su actividad de zapa. Por ello, para nosotros no hay más que el camino de la lucha en defensa del marxismo-leninismo, sin transigir con los errores oportunistas y revisionistas en ideología y política». (Enver Hoxha; Carta dirigida al camarada Hysni Kapo en Moscú, 1 de octubre de 1960)
Cualquiera suscribe esta declaración como la de un hombre honesto que, más allá que se esté de acuerdo con él, infunde respeto. La cuestión es que se debería haber aplicado este axioma en todos los casos y sin tardanza, cosa que Enver Hoxha y el PTA no cumplieron.
Podemos especular durante horas todo lo que queramos acerca de lo que sentían los albaneses por los soviéticos, sobre si eran conscientes o no del peligro al cual se enfrentaban, pero, con los documentos en mano, los albaneses estaban totalmente absorbidos o paralizados por el efecto Jruschov, al menos hasta 1960.
El PTA y su papel en las conferencias internacionales de los 81 partidos (1957 y 1960)
En cuanto al papel del PTA en las conferencias internacionales, aquí también hay mucha tela que cortar. Incluso cuando el jruschovismo se mostró abiertamente y las tiranteces entre albaneses y soviéticos eran evidentes, su posición dejó bastante que desear. En la interpretación a posteriori sobre estos eventos tampoco el PTA hizo la merecida autocrítica. En varios de sus documentos presentó que gracias a la presión del PTA en las conferencias de 1957 y 1960 se pudo evitar en gran parte unas resoluciones completamente revisionistas, ¡a veces incluso se presentaba que dichas conferencias fueron opuestas al jruschovismo!:
«La Declaración de Moscú de 1957 se contraponía en general a la línea revisionista del XXº Congreso. Su aprobación fue una victoria de las fuerzas revolucionarias marxista-leninistas». (Partido del Trabajo de Albania; Historia del PTA, 1982)
Este relato fue reproducido posteriormente y sin comprobación alguna por muchos nuevos partidos marxista-leninistas de Europa, Asia, América, etc. Pero era imposible que el PTA dominase por completo el contenido de las resoluciones, ya que el PCUS dominaba con absoluta contundencia sobre el resto, por tanto, fue el PCUS y no otro quien decidió en última instancia el carácter de las declaraciones. Así que, aunque el PTA tuviera razón y opusiese resistencia en sus discursos, no podía imponer su voluntad frente a un coro de partidos burocratizados y dirigentes seguidistas que esperaban a que Moscú se pronunciase antes de mover un músculo. En verdad, y aunque parezca absurdo, el PTA reconocía lo que nosotros afirmamos en algunos documentos, contradiciéndose con estrépito:
«En la Declaración de la Conferencia [de 1957], a la par de su contenido en general revolucionario, se mantuvo la formulación incorrecta sobre el XXº Congreso del PCUS, como un congreso que supuestamente inauguraba una nueva etapa en el movimiento comunista internacional». (Partido del Trabajo de Albania; Albania frente a los jruschovistas, 1977)
Una vez más, el PTA afirmaba una cosa en un documento que se contraponía a otra expresada anteriormente. El PTA lo único que conseguía con su firma en ese tipo de declaraciones internacionales era darle un barniz de fortaleza a un movimiento que hacía tiempo que carecía de toda seriedad y unidad interna. Era prolongar el periodo de las formalidades diplomáticas, ocultar las divergencias y legitimar indirectamente la política de Jruschov a nivel mundial. ¿Para qué promover la declaración de 1960 si el discurso de Enver Hoxha en dicha conferencia era totalmente opuesto a lo que decía la declaración conjunta? ¡Carecía totalmente de sentido! El lector se preguntará con toda justicia, ¿y qué se formulaba en dichas declaraciones? Veamos.
En primer lugar, en la declaración conjunta de 1957 se dijo:
«Los partidos comunistas y obreros que participan en la reunión declaran que el principio leninista de coexistencia pacífica de los dos sistemas, que se ha desarrollado y actualizado en las decisiones del XXº Congreso del PCUS de 1956, es la principal base de la política exterior de los países socialistas y el pilar confiable de la paz y la amistad entre los pueblos. La idea de la coexistencia pacífica coincide con los cinco principios desarrollados conjuntamente por la República Popular China y la República de la India y con el programa adoptado por la Conferencia de Bandung de países de África y Asia. (...) Las formas de la transición del socialismo pueden variar para diferentes países. La clase obrera y su vanguardia, el partido marxista-leninista, buscan lograr la revolución socialista por medios pacíficos. Esto estaría de acuerdo con los intereses de la clase trabajadora y la gente en general, así como con los intereses nacionales del país». (Declaración de los doce partidos comunistas y obreros, 1957)
¿Y qué hizo el PTA? Enver Hoxha, aunque dijo tener reservas «reservas que hemos manifestado a los soviéticos, o las hemos hecho patentes a través de la prensa»:
«Hemos apoyado la Declaración de la Conferencia de Moscú de 1957 no sólo en lo que se refiere a la cuestión yugoslava, sino también a otras cuestiones, como son: la unidad del campo socialista, la coexistencia pacífica, etc». (Enver Hoxha; Intervención en la reunión del Buró Político del CC del PTA, 1960)
Dicho de otro modo, aunque no se estuvo de acuerdo se cedió. En segundo lugar, en la declaración conjunta de 1960 se afirmó de forma similar que:
«Un creciente número de países amantes de la paz de Asia, África y América Latina, que tienen un interés vital en preservar la paz; la clase obrera internacional y sus organizaciones, sobre todo los partidos comunistas; el movimiento de liberación nacional de los pueblos de las colonias y países dependientes; el movimiento por la paz mundial; y los países neutrales que no quieren participar en la política imperialista de guerra y abogan por la convivencia pacífica. La política de coexistencia pacífica también se ve favorecida por una sección definida de la burguesía de los países capitalistas desarrollados, que tiene una visión sobria de la relación de fuerzas y de las terribles consecuencias de una guerra moderna. (...) Los partidos comunistas reafirman las proposiciones presentadas por la Declaración de 1957 con respecto a las formas de transición de diferentes países del capitalismo al socialismo. (...) La clase obrera puede derrotar a las fuerzas reaccionarias y antipopulares, asegurar una mayoría firme en el parlamento, transformar el parlamento de un instrumento al servicio de los intereses de clase de la burguesía en un instrumento al servicio de los trabajadores». (Declaración de los doce partidos comunistas y obreros, 1960)
En fin. No nos detendremos ahora en demonstrar punto a punto esta ilusión reformista que suscribió el PTA y que no tiene base científica, ya que no ha habido ningún proceso histórico que logre los objetivos aquí esbozados. No por casualidad el PTA terminó dedicando artículos críticos a la «vía italiana al socialismo» (1964), la «vía indonesia al socialismo» (1966) o la «vía chilena al socialismo» (1973), entre otros proyectos.
Ahora veamos qué opinaba el PTA en 1982 sobre qué puntos fueron entre 1954-1955 los tres rasgos definitorios que diferenciaban a los marxista-leninistas de los revisionistas:
«En los años 1954 y 1955, los preparativos de los revisionistas para una ofensiva general contra el marxismo-leninismo adquirieron gran amplitud. Centraron principalmente su actividad en tres objetivos: la difusión de la idea de la extinción de la lucha de clases; el acercamiento con la camarilla de Tito y su rehabilitación; la sustitución de la lucha de los pueblos en pro de la salvaguardia de la paz por la colaboración con los cabecillas del imperialismo». (Partido del Trabajo de Albania; Historia del PTA, 1982)
En 1962, una época en que el PTA ya había roto públicamente con el revisionismo soviético, todavía se presentaron tales documentos como guía a seguir para todos los partidos, ¡e incluso se les echaba en cara a otros por no cumplirlos!:
«Estos dos documentos contienen un análisis científico marxista-leninista de los profundos procesos revolucionarios que han tenido lugar en el mundo durante las últimas décadas, una generalización de las experiencias del movimiento internacional comunista y de los trabajadores, y una definición de la posición de principios y tareas comunes de todos los comunistas en los temas más importantes del desarrollo mundial. Constituyen una base sólida en la que los partidos comunistas y obreros deben construir su línea de acción en su lucha por la paz, la liberación nacional, la democracia, en su lucha por acabar con la explotación del hombre por el hombre y establecer el socialismo y el comunismo en todo el mundo». (Partido del Trabajo de Albania; Oponerse al revisionismo moderno y defender el marxismo-leninismo y la unidad del movimiento comunista internacional, 1962)
Pero si el PTA reconocía que dichas declaraciones descansaban sobre muchas distorsiones jruschovistas, ¿cómo iba el movimiento marxista-leninista internacional a atenerse a dichas declaraciones de 1957 y 1960? ¿¡Cómo se le iba a reclamar a Jruschov por no ser revolucionario si la declaración firmada santificaba las teorías revisionistas que él mismo había promovido!? Todo esto era surrealista, y de nuevo la incoherencia del PTA obstaculizó una claridad en el tema de la lucha contra el revisionismo.
A pesar de los innumerables éxitos y aportes ideológicos del PTA a la doctrina marxista-leninista ya mencionados antes, es del todo incoherente pretender presentar que el PTA mantuvo siempre la postura antirrevisionista ideal, o que supo medir al dedo los tiempos en la lucha contra sus enemigos, pues en muchas cuestiones clave fue todo lo contrario. Esto no se puede tapar, ni sirve de nada hacerlo, al menos, si nuestra misión es arrojar luz sobre la historia del movimiento comunista, para evitar andar en círculos.
Como nota final, en lo que respecta a la cuestión de la creación del «Movimiento de Países No Alineados» (MPNA), el PTA acabó siendo el principal opositor del MPNA por la falsedad que demostraron los líderes y gobiernos que abanderaban dicho movimiento, así como sus resoluciones del todo hipócritas. Véase la obra de Enver Hoxha «Informe en el VIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania» (1976).
Sin embargo, en 1955 el PTA saludó y aprobó inicialmente sus propuestas. Esto seguramente fue en relación a la postura favorable de la URSS y China en aquellos días, no queriendo contrariarlos:
«El pueblo albanés saludó la histórica Conferencia de Bandung [1955] y de todo corazón está con los pueblos de Asia y de África que aún se encuentran subyugados y luchan por liberarse de una vez y para siempre del odioso yugo del colonialismo». (Enver Hoxha; Informe en el IIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1956)
Estas iniciativas y teorías venían siendo cada vez más recurrentes y cada cierto tiempo los imperialismos promocionaban conferencias y proyectos de todo tipo en el mismo sentido. Tampoco hemos de olvidar las consecuencias de esta postura temporal del PTA para con el MPNA, fruto de un error de cálculo o ingenuidad manifiesta. Esta acabó contribuyendo enormemente a facilitar que durante los años 60 y 70 los nuevos partidos marxista-leninistas, como el PCE (m-l), cayesen seducidos por todas las promesas «antiimperialistas» de estas figuras y regímenes de África, Europa, Asia y América. Véase el capítulo: «El triunfalismo en los análisis y pronósticos del PCE (m-l)» (2020).
El PTA y el «Pensamiento Juche» (1955)
Un gran ejemplo de esa falta apabullante de coherencia en la línea antirrevisionista del PTA que estamos describiendo fue la postura a tomar sobre el partido gobernante en Corea del Norte. En 1956, Hoxha anotó en privado sus impresiones negativas, las cuales acabaron en sus memorias:
«El pueblo coreano acababa de salir de una sangrienta guerra contra los agresores norteamericanos y ya había pasado al ataque para reconstruir y desarrollar el país. Era un pueblo trabajador, limpio y de talento, sediento de desarrollo y de progreso, y nosotros le deseamos de todo corazón éxitos continuos en el camino del socialismo. Pero la avispa revisionista había comenzado a clavar también allí su aguijón envenenado». (Enver Hoxha; Los jruschovistas. Memorias. Segunda edición, 1984)
En 1961, Manush Myftiu reportó a Enver Hoxha que los coreanos le habían parecido unos oportunistas que no comprendían la esencia del jruschovismo y deseaban apagar la polémica en un momento clave:
«[Kim Il Sung]: «Jruschov ha comenzado a generar cambios en la política exterior y a guiarse de forma más clara por los principios de la Declaración de Moscú, puesto que ha empezado a hablar más y más en contra del imperialismo estadounidense». (...) Manush Myftiu: Cuando dijo que Jruschov había cambiado desde hace poco, le respondí que «Recientemente ha cambiado, sí, pero únicamente en las palabras que emplea. Lo que quiera que diga por la mañana no será lo que diga por la noche. Y en tanto a su comportamiento antagonista respecto a nuestro partido, cada vez va de mal en peor. De hecho, hace poco recibimos una carta suya con tono degradante. (...) En nuestra opinión, Kim Il Sung nos habló de forma abierta y clara, relatándonos todo lo que había ocurrido con su partido. Creo que al debatir sobre su situación durante un tiempo tan largo nos quiso decir que estaba de acuerdo con nuestros principios, pero no con nuestros métodos −táctica−; que estos deberíamos cambiarlos. En otras palabras: que debíamos arrodillarnos [ante Jruschov]. En mi conversación con él me dio la impresión de que se trataba de alguien incapaz de ver los detalles y la fuente de nuestros desacuerdos ni el peligro que supone la camarilla de Jruschov para el movimiento comunista internacional y para el campo socialista. Me dio la impresión de ser un engreído en base a los últimos resultados que ha obtenido en Moscú y que ve todos los problemas a través del estrecho prisma de su propia coraza −esto es, los ve únicamente en relación a Corea−». (Manush Myftiu; Informe sobre la reunión de la delegación del PTA con Kim Il Sung, 25 de septiembre de 1961)
En octubre de 1966 nuevos informes albaneses reportaron que los coreanos intentaban decirle a cada delegación −china, soviética o albanesa− lo que querían oír, pero permanecían impasibles, sin posicionarse claramente. De hecho, los coreanos consideraban aun en ese año que las polémicas o rupturas con Tito o Jruschov había que llevarlas «sin dramatismo»: «Si hay divergencias, no hay que apresurarse a sacar conclusiones sobre los partidos hermanos o los países hermanos, sino que se debe llegar a ellas mediante un razonamiento cuidadoso y el paso del tiempo». El informe albanés señaló además que Kim Il Sung tuvo más interés en criticar al «dogmatismo», que era la palabra con la que los soviéticos solían referirse a los albaneses, que el «peligro del revisionismo»:
«Ha intentado mantener una postura neutral, justificándola con la división de Corea y la necesidad de su reunificación. En otras palabras, en este asunto, ha actuado con base en el estrecho interés nacional. (...) En los discursos públicos de los líderes, así como en otros artículos importantes, tanto el revisionismo como el dogmatismo se consideraban de la misma categoría. Su famoso lema decía: «Luchar contra el revisionismo y el dogmatismo para preservar la pureza del marxismo-leninismo». (...) En otro artículo titulado «La Revolución Coreana y la idea de la antecedencia de nuestro Partido», publicado el 20 de septiembre de 1965, el dogmatismo se menciona diez veces, mientras que el revisionismo sólo se menciona dos veces. En el artículo de portada dedicado al 20º aniversario del partido, publicado el 5 de octubre de 1965 en la revista del partido «Konlozha», nunca se menciona el revisionismo, pero se denuncia el dogmatismo y el servilismo. (...) Las relaciones de los coreanos con los demás países revisionistas, que también habían disminuido previamente, están mejorando continuamente. Esto se evidencia en el gran intercambio en muchos ámbitos, especialmente en los económicos y culturales. Sus mejores relaciones son con los rumanos y los cubanos». (Partido del Trabajo de Albania; Información sobre el Partido de los Trabajadores de Corea, 1966)
En esa misma época Enver Hoxha describió en su diario político a los coreanos como un partido no fiable:
«Como ustedes saben, no sólo no estamos de acuerdo con muchos de sus puntos de vista, que son revisionistas, sino que los combatimos, y en el informe al Congreso, como ustedes verán, los atacamos desde el aspecto de los principios, sin citar nominalmente a ningún partido ni a ninguna persona. (...) Por lo que concierne al Partido del Trabajo de Corea, casi no hemos tenido ningún contacto a nivel de partido. No hemos estado de acuerdo con su actitud equívoca respecto a Jruschov y al revisionismo jruschovista, y nuestras sospechas no han sido infundadas. Las últimas actitudes de los camaradas coreanos confirman que en muchas cuestiones tienen contradicciones de principio con nosotros. Ellos han adoptado una línea oportunista, equívoca, centrista». (Enver Hoxha; Son nuestros partidos quienes deben concretar los lazos con el movimiento marxista-leninista: Reflexiones sobre China, Tomo I, 28 de octubre de 1966)
No cabe duda que en dicho congreso del PTA del año 1966 existió una crítica hacia el centrismo de los coreanos. Pero, ¿por qué evitar nombrar a los partidos culpables de dichas actitudes que se intentaban desechar? ¿A quién beneficiaba mantenerlos en el anonimato? Pese a estas críticas indirectas, más tarde, en 1973, los albaneses presentaron públicamente a los coreanos como marxista-leninistas (sic), es decir, no aprendieron de sus errores pasados:
«Les aseguro que el pueblo albanés siempre estará junto a los hermanos coreanos en su lucha por la construcción del socialismo». (Enver Hoxha; Carta a Kim Il Sung, 1973)
En 1975 Hoxha volvió a criticar en su diario al jefe norcoreano:
«Por lo que se refiere a Kim Il Sung, se trata de un vacilante, revisionista, megalómano». (Enver Hoxha; Acciones chinas desequilibradas: Reflexiones sobre China, Tomo II, 21 de agosto de 1975)
Entonces, ¿exactamente por qué razón Hoxha proclamó públicamente en el VIIº Congreso de del PTA (1976) a Corea del Norte como un «país hermano», es decir, como un «país socialista»? En 1979 y 1980 se expondrían al público las viejas impresiones de 1966 y 1956 sobre el revisionismo coreano en obras como «Reflexiones sobre China» (1979) y los «Jruschovistas» (1980) como hemos visto, ya sin indirectas. Sin embargo, ¿qué tipo de lucha ideológica se pudo llevar en estas condiciones? No se le puede llamar a esto un proceso dialéctico del conocimiento, no hay una coherencia adaptada a las nuevas informaciones, sino una línea de bandazos y componendas, suponemos que en aras de obtener «X» posibles beneficios en lo comercial, en apoyo diplomático o lo que fuese. De nuevo no nos sirve la excusa de que a través de estos métodos «se pretendía ayudar al pueblo coreano». Nunca se puede ayudar a un pueblo siendo condescendiente con sus jefes oportunistas. Con este estilo de informar los partidos proalbaneses no podían estar en conocimiento de lo que ocurría en Corea del Norte, ni por ende, tener una guía para la acción sobre cómo evaluar y combatir el revisionismo. ¿Resultado? Cada partido en Europa o América operaba desde las fórmulas estereotipadas que leían en «Albania Hoy» o escuchaban en «Radio Tirana», es decir, una marabunta ideológica de contradicciones constantes donde Corea del Norte hoy era una «estimable aliada» y mañana la más viva expresión del «centrismo», cuando no leían que acababa de firmar pactos militarees y económicos con los brezhnevistas.
Si el PTA rompió tardíamente con el maoísmo oficialmente en 1978, la ruptura ideológica con Vietnam o Corea del Norte era una consecuencia lógica, ya que eran liderazgos que se habían criado bajo el maoísmo más allá de sus peculiaridades. En cambio, esta ruptura nunca se produjo en la práctica.
Recomendamos al lector que si desea profundizar sobre el revisionismo coreano consulte nuestra obra de hace diez años. Véase la obra: «El revisionismo coreano: desde sus raíces maoístas hasta la institucionalización del «pensamiento Juche» (2015).
El PTA y la denuncia del maoísmo (1978)
«[En Albania] se estudian con gran atención las obras de Mao. (…) En la central térmica de Fieri, por ejemplo, noté el estudio de las «Citaciones del presidente Mao» que llamamos, en Francia «El librito rojo», y «Sobre la contradicción». (Gilbert Mury; Albania, tierra del hombre nuevo, 1970)
En la cuestión del trato y evaluación al maoísmo también hay una evidente distorsión de los hechos a posteriori. De nuevo en la «Historia del Partido del Trabajo de Albania. Segunda edición» (1982) nos presentó a un PTA infalible, como si en todo momento hubiera tomado todo tipo de precauciones contra el maoísmo del Partido Comunista de China (PCCh), teniéndolo «todo controlado» desde 1954, que es cuando comienzan a profundizarse las relaciones sino-albanesas. En verdad, no fue hasta 1978 cuando el PTA expone abiertamente y sin pelos en la lengua al maoísmo como una variante del revisionismo moderno. En todo caso, la versión albanesa decía así:
«El revisionismo chino apareció abiertamente a comienzos de los años 70, pero no surgió en esa época, y mucho menos después de la muerte de Mao Zedong. Sus orígenes ideológicos y teóricos están en el llamado «pensamiento Mao Zedong», que comenzó a tomar cuerpo particularmente después de 1935, cuando Mao Zedong accedió a la cabeza del partido. (…) El PTA, creyendo defender a un partido marxista-leninista y a un país socialista, consideraba de gran importancia la defensa de China para el comunismo internacional, para la lucha contra el revisionismo moderno. Al mismo tiempo no podía conciliarse de ningún modo con la actitud expectante, llena de vacilaciones de Mao Zedong». (Partido del Trabajo de Albania; Historia del Partido del Trabajo de Albania. Segunda edición, 1982)
En cualquier caso, en esta cuestión particular, presentan la idea de que «el PTA no podía hacer otra» y que actuaron ejemplarmente. Para ellos la no exposición de la dirección china y sus desmanes se excusa porque de esa manera el PTA podía «defender al pueblo chino» y «preservar su amistad». Falso. Lo cierto es que, tanto el PCE (m-l) como el PTA, no solamente tuvieron información suficiente como para no regalar epítetos halagadores al maoísmo que causasen confusión, como efectivamente provocaron. Realmente, lo que dictaba la lógica histórica y del momento era que el PTA debía prestar atención a los primeros indicios, desatando una polémica internacional mucho antes de 1978. De esa manera se habría podido forzar al revisionismo chino a responder por sus desviaciones. Este retraso hizo perder un tiempo valiosísimo a todos los autodenominados partidos marxista-leninistas nacidos al albor de la ruptura con el jruschovismo: por un lado, muchos quedaron presos momentáneamente por la teoría y práctica del maoísmo, la cual se identificó erróneamente como sinónimo de «antireivisonismo»; b) mientras que otras agrupaciones estuvieron comandadas por jefes que nunca quisieron deshacerse del mito del maoísmo ni siquiera cuando se presentaron pruebas concluyentes, por lo que cuando se produjo la ruptura sino-albanesa (1978), en muchas ocasiones para los sectores proalbaneses fue muy tarde para revertir la situación, siendo expulsados más pronto que tarde. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su tardía desmaoización» (2020).
El PTA se mantuvo en una actitud defensiva y sinuosa hasta finales de 1978. De hecho, en su famosa carta pública al PCCh, tras la ruptura de las relaciones económicas de Pekín con Tirana, esta última aún intentaba excusarse señalando que no había motivos para la actitud del gobierno chino de retirar sus especialistas y créditos. El gobierno albanés no aceptó la acusación de que había atacado al «Pensamiento Mao Zedong». Según ellos, los materiales de su VIIº Congreso (1976):
«No tienen ningún ataque contra China, ni el PCCh ni Mao». (Carta del CC del Partido del Trabajo de Albania y del Gobierno de Albania al CC del Partido Comunista y el Gobierno de China, 29 de julio de 1978)
Esto era surrealista a la par que pusilánime. En primer lugar, el gobierno chino no era idiota, y no iba a ayudar a un país cuyo gobierno los atacó cada vez más con una virulencia inusitada, por lo que todo intento de relativizar las divergencias ideológicas era una pérdida de tiempo. En segundo lugar, efectivamente, para ridículo del PTA, en dicho congreso aún se saludaba a Mao Zedong como un gran «marxista-leninista», pese a las divergencias que venía manteniendo con su política durante décadas. Pero a su vez tanto en el «Informe principal» (1976) del congreso del PTA como el artículo «Teoría y práctica de la revolución» (1977) Hoxha esgrimía una fuerte condena a la «teoría de los tres mundos», siendo esto un claro ataque directo a la geopolítica de China capitaneada por Mao y su corte, algo de lo cual el propio Enver Hoxha se jactó en su diario «Reflexiones sobre China (1966-77)» (1979). ¿Y qué tenía de sorprendente? Exactamente nada, pues era lo mismo que se había advertido en las cartas del PTA al PCCh como la de 1971 en relación a la visita de Nixon, solo que en un tono cada vez más tenso. ¿Qué sentido tenía entonces negar lo evidente?
Se quiera reconocer o no, el PTA tropezó dos veces con la misma piedra, pues ante la lentitud de reacción en torno al maoísmo se usó como argumentario los mismos pretextos que ya esgrimieron en su día para excusar sus dubitaciones para con el jruschovismo. Si miramos el libro de memorias de Enver Hoxha «Los jruschovistas» (1980), el autor albanés relata sus impresiones en su primera visita a China en ocasión del VIIIº Congreso del PCCh de 1956. Allí comenta lo sorpresivamente negativo que fueron para él las tesis liberales que se vertieron desde las tribunas, ¡siendo consideradas más derechistas aún que las tesis de los jruschovistas! Esto fue repetido en otros diarios suyos:
«Los puntos de vista políticos, ideológicos, económicos, etc., del VIIIº Congreso del Partido Comunista de China, al que nosotros asistimos, en el año 1956, eran no sólo ideas liberales, derechistas y revisionistas de Liu Shao-chi, sino también de Mao». (Enver Hoxha; Los zigzags en la línea china; Reflexiones sobre China, Tomo II, 1 de enero de 1976)
¿Por qué entonces se decidió no criticar públicamente dichas tesis heterodoxas? Lejos de eso, si miramos el tomo XIV de Obras Completas de Enver Hoxha, existe un discurso titulado: «Por el VIIIº Congreso del PCCh de 1956» fechado el 18 de septiembre de 1956. En él, en un lenguaje formalista y diplomático, celebraba el «hito» que suponía según él la celebración del congreso para «la construcción del socialismo», subrayando la importancia del «liderazgo de Mao Zedong». ¡Vaya!
En documentos como el Tomo III de Obras Escogidas (1960-1965) de Enver Hoxha publicado en 1980, el jefe del PTA se desesperaba con las vacilaciones de los dirigentes chinos a la hora de enfrentar el jruschovismo, y años después los albaneses dijeron que esto solo fue una prueba más de su largo oportunismo, como se refleja en la obra de Enver Hoxha: «Reflexiones sobre China (1962-1977)» (1979) así como la obra de Selim Beqiri: «Las posiciones oportunistas de la dirección china hacia el revisionismo jruschovista durante los años 1960-1964» (1981).
No menos cierto es que durante la década de los 60 y 70 la crítica albanesa hacia los dirigentes chinos y su política se fue agudizando progresivamente; esto puede comprobarse fácilmente tanto por documentación oficial como por la documentación no oficial, sin olvidarnos de los comentarios de las agencias internacionales de información que se hacían eco de estas tiranteces. Véase el artículo de M. Pierre «Las divergencias sino-albanesas desde la óptica de los analistas de la reacción imperialista, durante la Guerra Fría» de 2014. Este y otro tipo de información sobre el tema la hemos recopilado cuidadosamente en nuestros documentos. Véase la obra: «Las luchas de los marxista-leninistas contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo» (2016).
Perfecto. Llegados aquí entonces deberíamos hacernos las mismas preguntas:
a) ¿De qué le servía al movimiento marxista-leninista que Enver Hoxha albergase, supuestamente, un criticismo interno sobre los dirigentes chinos en 1956, si no lo expresaba con contundencia?
b) ¿Qué ventaja obtenía el proletariado chino que quisiera alzarse contra el revisionismo de Mao con esta postura pasiva del PTA?
c) ¿Por qué no se notificaba públicamente al resto de secciones del movimiento marxista-leninista y se condenaban estos intentos de reconciliación que una y otra vez el PCCh intentaba con el PCUS? ¿Exactamente a quién beneficiaba esta situación sino a los infractores?
d) ¿No debería el PTA haber denunciado todas y cada una de las teorías y actitudes de Jruschov y Mao Zedong y no esperar a 1960 ni a 1978 para exponer el corpus ideológico del revisionismo soviético y chino?
e) ¿No es cierto que el demorar tanto esta tarea otorgó un valioso tiempo a que dichos oportunistas asentasen su situación dentro de sus respectivos partidos y gobiernos?
Cualquier persona sincera sabrá la respuesta a estas cuestiones, que por si no se ha dado cuenta el lector, son más retóricas que otra cosa. Pero algunos cabezones todavía insisten en tapar el sol con un dedo, como si así ganasen algo más allá de su propia deshonra y la desconfianza de todo ser con algo de raciocinio. Prueba de la doble faz del PTA sobre estos temas es que durante el período de la «Revolución Cultural» en China se lanzaban desde Tirana comunicados y artículos de absoluto apoyo y ningún criticismo hacia la línea política de los oportunistas chinos como se expresa en la obra del PTA: «¿Por qué el coro imperialista-revisionista ataca frenéticamente al Partido Comunista de China y la Gran Revolución Cultural Proletaria de China?» (1966). En cambio, en el plano interno, Enver Hoxha presentaba informes como: «Algunas opiniones previas sobre la «Revolución Cultural Proletaria» (1966), donde se criticaban duramente las equivocaciones de la línea china. Esto ayudó a que la mayoría de partidos marxista-leninistas, como el PCE (m-l), cayeran en un seguidismo ciego hacia este nuevo mito del revisionismo chino que fue la «Revolución Cultural». Véase el capítulo: «El seguidismo del PCE (m-l) a las políticas de la «Revolución Cultural» de los revisionistas chinos» (2020).
Mismamente, en la obra de Enver Hoxha: «Reflexiones sobre China» (1966-77), publicada en 1979, se puede observar una ingente cantidad de artículos en donde el albanés parece que por fin empieza a considerar seriamente a Mao como un pseudomarxista que estaba causando gran daño tanto dentro como fuera de China. Allí se culpa a Mao como el responsable de la política exterior tercermundista, la rehabilitación del titoísmo, los métodos oportunistas frente a la burguesía china, el fraccionalismo del partido, los métodos liberales y burocráticos, etc. Bien, entonces, ¿por qué ni siquiera cuando se alcanza un tono claro y duro se evita denunciarlo en el VIIº Congreso del PTA (1976)? ¿Por qué en artículos como «Teoría y práctica de la revolución» (1977) no se señalaba abiertamente a Mao como el responsable de la línea tercermundista que allí se criticaba? Hasta la ruptura de 1978 el PTA mantuvo hasta el último momento el discurso formal que presentaba a China frente al mundo como un «país socialista e internacionalista» y a Mao Zedong como «gran líder marxista-leninista». Un sin sentido. Si alguien considera que estas formalidades de la diplomacia burguesa son «necesarias» y «comprensibles», desde luego no tiene nada que ver con nuestros principios de franca sinceridad y contundencia ideológica.
El PTA y otras graves incoherencias de su política exterior (1976-84)
El movimiento marxista-leninista proalbanés siempre elevó por los cielos el VIIº Congreso del PTA (1976), el cual indudablemente tuvo grandes méritos en la lucha contra el revisionismo. He ahí la exposición de corrientes como el brezhnevismo, el titoísmo, el eurocomunismo o el tercermundismo. Pero también tuvo severas deficiencias ya que no se condenó el revisionismo de los dirigentes chinos, coreanos y vietnamitas, a los cuales parecía que el PTA deseaba ganarse para contraponerse a los primeros que hemos nombrado.
En obras como la de Enver Hoxha: «Informe principal al VIº Congreso del PTA» (1971) o la de Foto Çami: «Los factores objetivos y subjetivos de la revolución» (1973) el PTA había criticado las actuaciones de grupos como las Brigadas Rojas, RAF y las diversas guerrillas foquistas en Latinoamérica. Estas incurrían en el aventurerismo, el espontaneísmo y tenían una alta predilección por el terrorismo indiscriminado. ¿Siempre se aplicó el mismo rasero? No. En cuanto a los últimos fusilados del franquismo del PCE (m-l)/FRAP y ETA (septiembre de 1975), los albaneses se refirieron en el VIº Congreso del PTA (1976) a los miembros de ETA simplemente como «patriotas vascos». En ninguna parte se dejó claro que más que patriotas sus militantes acostumbraban a ser sujetos seducidos por las tesis racistas, religiosas, tercermundistas y terroristas, siendo esta última una desviación que el FRAP, aliado del PTA, también sufrió, aunque brevemente y con notables diferencias en el modelo organizativo-militar. Entendemos que muchos volverán al sensiblero pretexto de «Tirana operó de tal forma para honrar la memoria de los luchadores antifranquistas caídos». Pero la mejor forma de ayudar y mostrar respeto por su causa antifascista hubiera sido lanzando un comunicado señalando que Albania valoraba sus esfuerzos contra Franco y los apoyaba, pero dejando claro que el PTA no coincidía ni con todos sus métodos de lucha ni con muchas de las pretensiones políticas de los implicados; el mejor servicio que se podría haber hecho era analizar y exponer la naturaleza y debilidades del régimen franquista, examinar cuales eran las fuerzas de oposición y ver porqué estas no habían podido derrocar al fascismo en más de cuarenta años, etcétera. De hecho, esta es la única forma de mantener un internacionalismo proletario que ayude a los pueblos. Unos años después el propio PCE (m-l) condenaría mucho más tajantemente ese tipo de lucha armada de ETA, así como su hondo carácter chovinista y sus simpatías con las corrientes del revisionismo internacional. Entonces, ¿qué razón había para tal declaración formalista y vacía que el PTA hizo ante los sucesos españoles? Ninguna. Véase el capítulo: «El auge del PCE (m-l) y las acciones armadas del FRAP de 1973-75» (2020).
Por otro lado, en ciertas versiones de obras de Enver Hoxha, como «Imperialismo y revolución» (1978), observamos flagrantes cambios respecto a su edición original. Por ejemplo, en la versión inicial se afirmaba con suma rotundidad:
«El grupo fascista sobre Strauss, los generales hitlerianos, los poderosos revanchistas de Bonn, se proclaman abiertamente como los más próximos aliados de China. Por eso China no mira a la Alemania Federal de la misma manera que a Francia e Inglaterra. (...) La prensa china habla en los mismos términos que Strauss, el notorio nazi germanooccidental y revanchista». (Enver Hoxha; Imperialismo y revolución, 1978)
Esto es una exageración de Hoxha, parecida a cuando se refería a Nixon como «fascista» en los escritos de esa década. Pero ni mucho menos podría decirse que la Alemania Occidental o EE.UU. fueran regímenes fascistas. Su papel reaccionario en la arena internacional no hacía que dejasen de ser democracias burguesas, al mismo tiempo que eran potencias imperialistas de suma transcendencia, por lo que su agresividad y arrogancia tanto externa como interna se hacía más palpable si cabe, pero nada más. En algunas de las reediciones posteriores, esta parte fue omitida, suponemos que como resultado del acercamiento albano-germanooccidental, que acabaría con la visita del propio Strauss a Albania en 1984, y con el establecimiento en 1987 de las negociaciones para extender las ayudas económicas. Esta calificación tan desubicada sobre Strauss fue un peligro similar al que el PCE (m-l) cometió cuando consideró de forma exagerada en 1977 a Tierno Galván como un jefe «socialfascista», un desatino izquierdista que en vez de corregir acabó ahondando, para acabar tiempo después alabándolo como un importante «hombre honesto» que, según se proclamaba en 1986, «ha sabido mantener su integridad ética e intelectual demócrata» −esto referido a un jefe de una agrupación socialdemócrata que acabó integrándose en el PSOE gobernante cuando su proyecto naufragó−; como nota curiosa el señor Galván era el mismo «simpático anciano» que animaba a los jóvenes a drogarse con su famoso «¡Quien no esté colocao que se coloque, ¡y al loro!». Una declaración increíble cuanto menos. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su progresivo cambio en las alianzas» (2020).
Era evidente que sin lograr fraguar y sostener una coherencia en el tiempo, lo que el PTA terminó creando, muy por el contrario, fue una terrible tradición de condescendencia que acabaría contagiando a otras secciones como el PCE (m-l). Los partidos marxista-leninistas de las décadas de los 60-80, aparte de no realizar los prometidos estudios sobre el movimiento proletario nacional e internacional, en otras ocasiones, cuando sí tenían la información adecuada, no eran capaces de calibrar bien cuando se había llegado a una etapa de no retorno con ciertas organizaciones y jefes políticos.
No cabe duda que Vietnam fue uno de los puntos flacos del PTA, su posicionamiento fue inaceptable a todas luces, ya que, como veremos en otros capítulos de política exterior, siempre aplicó un baremo mucho más moderado. Esto se vuelve más grave cuando incluso otros partidos como el PCE (m-l) empezaron a desmarcarse del PTA y comenzaron a denunciar el carácter objetivo del régimen vietnamita, aunque nunca se atrevieron a enjuiciar al PTA públicamente por todos el apoyo y halagos que lanzaban a los jefes. Véase el capítulo: «El seguidismo, formalismo y doctrinarismo hacia los mitos: Vietnam» (2020).
En el VIIIº Congreso del PTA (1981), como observaremos en siguientes capítulos, se desdeñó tiempo de exposición destinado a analizar el desarrollo los nuevos partidos marxista-leninistas. De hecho, el PTA se caracterizó por una negligente preocupación a la hora de verificar si sus simpatizantes en Canadá, Francia, España, Portugal, Perú, Italia, etcétera estaban realmente familiarizados con sus sistema, si sus conocimientos de marxismo eran sólidos para saber cómo y en qué manera lo estaban aplicando. En consecuencia, muchos grupos tras la ruptura sino-albanesa (1978) desertaron y otros diluyeron peleando entre sí en busca de la aprobación del PTA. Si bien especialmente desde 1976 a 1981 entre los partidos marxista-leninistas se dieron varios contactos bilaterales, incluso multilaterales, esto no perduró ni se materializó en nada permanente, mucho menos un organismo de coordinación grupal. En esta última cuestión, el PTA, pese a ser el más experimentado, nunca destacó demasiado por poner orden entre los grupos proalbaneses y sus divergencias, por lo que cada uno tomó caminos diferentes y algunos se fueron alejando progresivamente. Así, pues, a mediados de los 80 se dieron casos surrealistas donde aunque aparentemente tuviesen la misma línea proalbanesa, unos partidos colaboraran en revistas grupales, mientras otros no; unos tuvieron un posicionamiento «X» sobre las guerras o teorías económicas a debate, y otros sostuvieron una posición diametralmente opuesta, mostrando la endeble unidad de este movimiento.
Vincent Gouysse y Roberto Vaquero: del fanatismo a la deserción
Esta última sección bien podría denominarse: «Vincent Gouysse y Roberto Vaquero, ejemplos de manipulación histórica y fanatismo sin sustancia». Pero hemos querido recalcar otro aspecto: lo sencillo que es para el oportunista pasar del todo a la nada, es decir, de defender con fanatismo con uñas y dientes una causa que ni se conoce, a poco después abandonarla sin mediar explicación.
En concreto, este guion manipulado y embellecido sobre la historia del PTA ha sido posible porque los grupos que de alguna forma se identificaron con el legado albanés, aunque lo abandonasen más pronto que tarde, nunca fueron con la verdad por delante, alimentando dicho mito transmitido de generación en generación.
No solo estamos señalando a los partidos proalbaneses que pulularon hasta más o menos finales de los años 80, como fue el caso del Partido Comunista de España (marxista-leninista) −agrupación que hoy solo subsiste como un grupo de nostálgicos y que brindan su «apoyo crítico» al «Gobierno del cambio» de PSOE-Podemos−. En este sentido también incluimos a toda la camada de grupos posteriores del siglo XXI. Diversos grupos, bien fuese por moda o por folclorismo, a principios del nuevo siglo realizaron una reivindicación formal del legado albanés para intentar ganarse el apoyo del público más inocente que pudiera simpatizar con la causa albanesa.
a) En primer lugar, tenemos el caso del pensador francés Vincent Gouysse. Este, en sus inicios se caracterizó por negar que el PTA pudiera haberse equivocado en nada:
«Jacques Jurquet, defensor de las líneas revisionistas chinas. (...) Llegó a acusar al Partido del Trabajo de Albania (PTA) de haber falsificado la historia mediante: «cortes, chismes y magia», véase el diario: «Prolétariat» N°20, de 1979. Para Jurquet el PTA se había «acercado estrechamente a las tesis revisionistas» en el momento de su IIIº Congreso en mayo de 1956». (Vincent Gouysse; Comprender las divergencias sino-albanesas, 2004)
Esto significaba que en 2004 el señor Gouysse intentó defender la herencia del PTA, pero la cuestión es, ¿de qué manera? ¿Recalcando sus méritos y mostrando que también se incurrió en apreciaciones erróneas, excesivas concesiones y mala toma de decisiones? Huelga comentar que esa hubiera sido la única manera para poder avanzar y crear algo superior en consistencia ideológica ¿Se hizo? ¡No! Eso hubiera sido un gesto de humildad y madurez, en cambio, trató de realizar una apología a ultranza, ¿cómo? A partir de ocultar y dulcificar la historia del PTA.
Las consecuencias de esta actitud hacia la verdad histórica no son difíciles de prever. El caso del señor Gouysse resulta un ejemplo particularmente aleccionador de lo que no debe hacerse: este pensador pasó de ser un firme defensor del legado albanés, rescatando la interesante documentación de los grupos franceses proalbaneses de los años 70 y 80, a convertirse en un defensor de la China actual de Xi Jinping, olvidándose por completo de combatir el «tercermundismo» y cayendo en una sorprendente involución hacia el revisionismo.
Esto, guste o no, corrobora una vez más lo peligroso que son los «antirevisionistas» de palabras grandilocuentes, este decir, aquellos con ínfulas de sabios que se la pasa prometiendo un próximo «balance crítico» sobre las experiencias revolucionarias, pero que a la hora de la verdad abandona tal análisis para las calendas griegas:
«¿Dónde están los «urgentes análisis» del señor Gouysse sobre las «desviaciones históricas a superar» del Partido Comunista Francés (PCF) −concretamente sobre la predominancia de un tosco sectarismo durante 1930-34 y de un liberalismo atroz en el siguiente período de 1935-56−? Más allá de algún esbozo en alguna de sus antiguas obras de 2004-07, ciertamente interesante, no hay demasiado rastro de todo esto, y seguramente nunca los habrá. En sus escritos, por un lado, el señor Gouysse idealiza los años 20 pese a que el PCF estuvo lleno de fraccionalismos y desviaciones anarcosindicalistas y socialdemócratas, mientras que, por el otro, considera muy acertadamente que el PCF fue cayendo en el derechismo −aquí curiosamente elude toda conexión con el movimiento comunista internacional, aunque es notorio que se dieron casos similares como el italiano, estadounidense, español, yugoslavo o chino−. ¿Y dónde está la examinación sobre la «resistencia al thorezismo», como el «El caso Marty» y «El caso Tillon» (1952), entre otras luchas públicas y privadas que enfrentó el PCF antes de caer oficialmente en el jruschovismo? Tampoco lo ha acometido, no ha investigado las denuncias que hubo contra el revisionismo de la dirección ni tampoco las debilidades de estos hombres −como en el caso de Marty, intentar reconciliarse con Thorez tras su expulsión−. ¿Qué explicación da a sus lectores el señor Gouysse respecto a la caída del socialismo en Albania y la URSS más allá de repetir que Jruschov y Alia fueron hombres «deshonestos» y «traidores»? ¿En serio nos quiere hacer pensar que, en vida de Stalin y Hoxha, estos no cometieron ninguna mala decisión, que como figuras de máxima autoridad no tienen ninguna responsabilidad del estado vegetativo en que se encontraban los cuadros, desean que pensemos que la contrarrevolución apareció de la nada? No sabemos qué piensa, pues siempre ha guardado silencio sobre todos estos temas. ¿Qué explicación plausible da al seguidismo que mostraron en Francia tanto los «grupos proalbaneses» oficiales como el Partido Comunista de los Obreros de Francia (PCOF), como los «no oficiales», como «L’emancipation» o «La voie du socialisme», hacia la política de Ramiz Alia? Aquí tampoco se ha pronunciado. ¿A qué se debió la desaparición de muchos de estos colectivos sin hacer el más mínimo ruido? Es más, centrándonos en hoy, ¡¿qué nuevas tiene el movimiento revolucionario francés, qué tareas fundamentales enfrenta hoy a diferencia de −pongamos− hace diez años?! ¿Se ha avanzado algo o se ha retrocedido sustancialmente en tal camino?». (Equipo de Bitácora (M-L); La deserción de Vincent Gouysse al socialimperialismo chino; Un ejemplo de cómo la potencia de moda crea ilusiones entre las mentes débiles, 2020)
b) En España, hemos tenido varios grupos y figuras que actúan con la misma falta de honestidad respecto a la historia, jugando a manipular el tiempo y los eventos a placer, como en su momento señalamos con el PCE (m-l) de Raúl Marco e incluso Elena Ódena, quien también cayó en este juego.
En su día, Roberto Vaquero, acosado por sus inconsistencias ideológicas, líder de Reconstrucción Comunista (RC) y Frente Obrero (FO), para aparentar ser un «verdadero marxista-leninista» también siguió esta vía sin cuestionarse nada. Este personaje evolucionó desde un maoísmo inicial a defender la Albania de Enver Hoxha; todo, para hoy terminar siendo el amigo de los periodistas, influencers y políticos de la derecha española. Una evolución algo extraña pero no imposible de prever viendo sus defectos personales. Al nuevo Roberto Vaquero, como al antiguo, el estudio de los regímenes del pasado, como la URSS o Albania, le importa ya más bien poco −y si no acometió esta labor en una década, no lo hará ahora−. Él considera que hay que dedicar todo el tiempo y energías en pro de resolver las «preocupaciones actuales». En concreto, reproduce en su canal de YouTube −dado que el resto de órganos de expresión de RC-FO ya no existen− el discurso conservador contra la inmigración que grupos Vox o Núcleo Nacional −donde todo problema de «soberanía nacional» comienza y acaba en temas como la corrupción o impuestos, siendo la lucha de clases secundaria−. Recientemente incluso Núcleo Nacional invitó al FO a formar un glorioso «frente nacional» para «luchar contra el invasor». En suma, no por casualidad Roberto Vaquero recibe el aplauso de los peores reaccionarios del país y le ofrecen sus medios de comunicación para que difunda sus análisis sobre la sociedad. Ven en él a un «valiente patriota» que «ha superado las divisiones izquierda o derecha»; y, se de cuenta o no, actúa como falangista, como dijo Eduardo García Serrano. Véase el capítulo: «Los nuevos socialchovinistas: la postura de RC sobre la cuestión nacional» (2020).
¿Entonces qué interés o transcendencia puede tener que analicemos sus posiciones antiguas para alguien que a todas luces es un contrarrevolucionario más, un Doriot del siglo XXI? Lo importante aquí es el argumento, no el personaje. Esto servirá para comprender mejor que uno no pasa de un extremo a otro de la noche a la mañana, sino que hay que estar atentos a pequeños pasos, a veces poco perceptibles, que van marcando el rumbo a tomar.
En cualquier caso, Roberto Vaquero, cuando aún le interesaban algo los debates del comunismo, también intentó justificar los errores que el PTA y Enver Hoxha tuvieron en relación al jruschovismo o el maoísmo, ¿por qué? Porque, como siempre, este zote creyó que demostrando una devoción extrema hacia las figuras clásicas del comunismo se es más «revolucionario», craso error:
«Basándose en una supuesta versión en francés del tomo II de las obras escogidas de Enver Hoxha de una parte del informe que da nombre a este apartado, acusan de haber apoyado en un principio el XX Congreso del PCUS y de haber cambiado posteriormente las obras escogidas. En primer lugar, decir que eso lo hace todo el mundo, se llama sacar nuevas ediciones». (De Acero; Revista ideológica del Partido Marxista-Leninista Reconstrucción Comunista, Nº19, 2021)
No, señor Roberto, sacar una reedición de tus obras no tiene que ver con intentar engañar a los lectores aparentando que el PTA nunca apoyó al jruschovismo, como si eso nunca hubiera sucedido, o, en su defecto, justificando lo injustificable por razones «económicas» o «falta de información», como hicieron los albaneses en varias ocasiones. La forma correcta de proceder hubiese sido la siguiente: a) suprimir el texto original, pero explayándose en explicar al lector cuales eran las posiciones antiguas y la razón de que en aquel entonces fueran totalmente equivocadas; b) mantener el texto original en su integridad y realizar en el apartado introductorio una advertencia que pusiese la obra en su debido contexto, no sin dejar claro que eso no justificaba tales actitudes.
En cualquiera de las dos versiones se hubiera cumplido el objetivo primordial: animar a los demás partidos coetáneos a seguir el mismo camino de rectificación pública ante los errores que hubo y que vendrían. Pero al parecer nuestro empecinado Roberto Vaquero sigue viviendo en la inopia:
«Por último, quiero mostrar otras fuentes para que el lector vea que las acusaciones sobre que Enver Hoxha apoyó las políticas de Jruschov son falsas, como prueba quiero recomendar al lector los informes de las reuniones de 1956 y en especial del 12 de noviembre de 1960 −Informe de la reunión de la delegación del Partido del Trabajo de Albania con los líderes del Partido Comunista de la Unión Soviética, 1960− en los que se puede apreciar que ya existían problemas y diferencias candentes que acabarían por explotar en diciembre de 1960 en la conferencia de Moscú». (De Acero, Nº19, 2021)
El señor Vaquero utilizó a un pobre y furibundo revisionista de poca monta −como el maoísta de su reseña− para ponerse la medalla de que «RC/FO defiende a Enver Hoxha» en las cuestiones fundamentales, aparentando que con su miniartículo deslinda mejor que nadie lo que es el marxismo-leninismo del oportunismo, algo que él mismo nunca ha sabido diferenciar ni aplicar en la práctica −de ahí sus relaciones internacionales, programa y hábitos varios−. De todos modos, si se va a volver a estas cuestiones, que hace tiempo que están más que aclaradas, al menos debería haberse autoexigido traer nuevos datos actualizados y llevar el debate con una destreza notable en la polémica −objetivos que tampoco se logran en su miniartículo−.
Comprendemos que esto era esperar mucho, dado que ya sabemos que su modus operandi es simplemente repetir los clichés y verborrea clásica sobre las «grandes figuras» del marxismo. No por casualidad por eso su evaluación de una figura como Stalin no va más allá de copiar el fanatismo de Bill Bland −negando su autoría en los actos más reprobables como los excesos en las purgas−, repetir las invenciones estúpidas de Grover Furr −faltando el respeto al lector− o sonreír ante las barrabasadas que puede acometer un Ziugánov −reivindicando su nombre cuando se trata de rescatar las campañas para revitalizar los mitos del nacionalismo ruso−.Véase el capítulo: «Pasar cíclicamente de la demonización a la santificación de Stalin no supone un avance». (2025)
Ahora, todo eso tendría un pase, porque recordar las cosas que ya se saben nunca está de más −sobre todo si tus seguidores no saben el ABC del marxismo−, pero de ahí a intentar ocultar o justificar las posturas oportunistas de Enver Hoxha a la hora de exponer al jruschovismo o el maoísmo, no tiene ningún sentido. Máxime cuando dicho espíritu vacilante, de tardanza, de componendas, es clave para comprender la debacle posterior de los partidos marxista-leninistas de la segunda mitad del siglo XX, incluyendo el propio PTA. Ello vuelve a demostrar a todos que su apoyo a los personajes históricos del marxismo es algo más sentimental que racional. Es la prueba de que como teórico es totalmente estéril, un cero a la izquierda, pues no es capaz de esbozar por sí mismo un solo análisis lúcido. Las únicas excepciones, minoritarias, se dan únicamente cuando reproduce literalmente los análisis que mastican para él otras fuentes, a las que muchas veces no cita. En resumen, no sirve para la «reconstrucción comunista» de la que habla, porque a base de eslóganes y análisis escuetos no se puede reconstruir nada. Por esto, cuando se dispone a «evaluar a Enver Hoxha» no es capaz de condenar sin titubeos sus flagrantes equivocaciones por miedo a perder a los pocos seguidores mínimamente marxistas que tiene, mientras en la práctica tampoco respeta y adopta sus aciertos ideológicos, su esencia revolucionaria.
En fin, no repetiremos la cantidad de barbaridades antimarxistas de este señor, que le hacen incompatible con el autor albanés que dice admirar. Recordemos que Carrillo también defendía a Marx y no por ello era marxista, Trotski también aseguraba ser el mejor «sucesor de Lenin» y siempre fue un antileninista empedernido. En nuestro caso, Roberto Vaquero polemiza con otros maoístas, pero no ha abandonado ni sus alianzas ni sus métodos. No se trata de lo que uno afirma que es, sino de lo que es en el día a día.
En particular, Roberto Vaquero comentó que todas las concesiones del PTA a Jruschov «quizás» pudieron ser un «error», pero el intento de justificar su actuación fue todavía peor:
«Más claro imposible, [los albaneses] detallan por qué no confrontaron [con el jruschovismo] hasta la ruptura en 1961 en la conferencia de los 81 partidos y organizaciones obreras de Moscú. Tenían necesidades para su desarrollo económico y del país en sí, y tenían dudas sobre la naturaleza de lo que estaba sucediendo en el PCUS». (De Acero; Revista ideológica del Partido Marxista-Leninista Reconstrucción Comunista, Nº19, 2021)
Desmontemos estas ideas, las cuales suponemos que se inoculan para acostumbrar a sus fieles al extremo oportunismo que Roberto siempre ha capitaneado, donde hoy afirma una cosa y en 24 horas otra.
Primero que todo, volvamos al año 1957. En este tiempo, un PTA presionado por Jruschov llegó a realizar concesiones inaceptables, como rebajar el tono hacia Belgrado. Como contrapartida, la URSS condonó sus deudas y le ofreció nuevas ayudas, como Enver Hoxha reconoce en su obra «Los jruschovistas» (1980):
«Durante esta visita, Moscú dio otro paso importante hacia la mejora de las relaciones con Albania. En consonancia con su línea de incremento de la ayuda económica a todo el bloque socialista, la URSS anunció el 17 de abril [de 1957] la cancelación de la deuda por valor de 422 millones de rublos que Albania les debía, extendiéndoles además un crédito que ascendía a 31 millones de rublos, dirigido a la compra de mercancías agrarias y prometiendo garantías de desarrollo para ciertos sectores de la economía [albanesa]. Al condonar esta deuda, la URSS prácticamente le regaló a Albania toda la industria que esta desarrollaría desde 1948 en adelante». (CIA; Relaciones soviético-albanesas, 1940-1960, 1962)
Sea por necedad ideológica, por pragmatismo económico, o por ambas, el PTA se plegó al jruschovismo de la época. En eso no hay debate posible. Pero es que, además, si nos atenemos a lo que confesaban los dirigentes albaneses, ellos estaban al tanto de los movimientos soviéticos y su peligrosidad. Así se aseguró en la «Historia del Partido del Trabajo de Albania. Segunda edición» (1982), lo cual, de ser cierto, y nosotros pensamos que así es, solo agravaría su culpabilidad. Sigamos.
«Aunque [el PTA y Hoxha] cometieran errores supieron rectificarlos y seguir la senda del marxismo-leninismo». (De Acero; Revista ideológica del Partido Marxista-Leninista Reconstrucción Comunista, Nº19, 2021)
Véase como cambia el discurso según la situación. Hasta hace no mucho Roberto Vaquero ha utilizado el eslogan albanés: «Preferimos comer raíces antes que vender nuestra independencia y nuestros principios». Sin embargo, ahora arguye que las «condiciones económicas» justificaron las concesiones sin sentido de los albaneses para con los soviéticos. Roberto Vaquero llegó a puntos tan ridículos como en su día Lorenzo Peña −otro renegado del PCE (m-l)−, quien llegó a declarar directamente que el socialismo nunca fue viable en Albania porque era un país pequeño y dependiente:
«Roberto Vaquero: Ese país al ser tan pequeño no puede haber socialismo porque no tiene capacidad de producción ni de oponerse a la reacción exterior, entonces dependía de la ayuda de la URSS». (The Wild Project; Debate capitalismo vs comunismo. Juan Ramón Rallo & Roberto Vaquero cara a cara, 2022)
Genial, ¿que debió hacer Albania cuando comenzó a observar que la mayoría de países vecinos adoptaron el camino de la Yugoslavia de Tito, es decir, cuando la RDA, la URSS, Checoslovaquia y otros se abrieron al capital extranjero, se endeudaron, descentralizaron los planes económicos, descolectivizaron el campo, otorgaron mayor autonomía para las empresas sobre qué producir y cuándo, se integraron en la división internacional del trabajo, se abandonó el realismo en el arte, hubo un reflorecimiento del chovinismo nacional, y un largo etcétera? ¿Simplemente apagar la luz y cerrar la puerta al salir? ¿A esa conclusión derrotista tan propia del trotskismo se quiere llegar? Evidentemente, podríamos dar mil datos sobre Albania, como daremos en el capítulo de economía, para demostrar que los hitos de Albania son notables. En cualquier caso, una situación angustiosa de déficit comercial, problemas alimenticios, habitacionales, falta de actualización tecnológica o insértese aquí el motivo que el lector desee, no genera automáticamente la caída de un régimen político, ni siquiera cuando es un país pequeño. De otro modo, asistiríamos a cambios de regímenes en todos los continentes cada pocos meses. Ergo, uno no resuelve una incógnita histórica trayendo a colación, como hace Roberto Vaquero, la famosa frase de que así fueron las «condiciones materiales», dado que esto nada explica. El usuario no elige las cartas con las que juega, pero sí como jugarlas. Y he aquí el problema de no molestarse en analizar nada y simplificarlo todo para pasar a otra cosa. Albania no fue derrotada por una invasión extranjera como a veces se temía que ocurriese, sino que el propio régimen no fue capaz ni de mantener sus buenos datos económicos de los primeros años ni la confianza de la población; y esto en parte fue por terminar adoptado una política económica que en tiempo récord le llevó al desastre en los 80.
Estas figuras como Roberto Vaquero, a mitad entre lo cómico y lo terrible, son baldías para avanzar en el conocimiento de cualquier tema, puesto que lo máximo que llegan a profundizar en el comunismo es en su folclorismo, mitos y vicios. Este perfil de personas, por mucho que lo nieguen, no les interesa lo más mínimo aprender de la historia para avanzar en temas de enjundia. Simplemente, son como críos que necesitan crear en su mente la idea de un personaje majestuoso, heroico, inmaculado, al que luego intentan emular con más pena que gloria. Por ello, siempre han intentado e intentaran relativizar todo para que sus figuras fetiches nunca salgan mal paradas de cualquier análisis histórico. Recuérdese cuando Roberto Vaquero discutió en una ocasión con un caballero que se le ocurrió afirmar que Stalin tuvo dudas o miedo durante la invasión alemana de la Operación Barbarroja (1941). ¡¿Cómo se pudo atrever?! Véase el capítulo: «Pasar cíclicamente de la demonización a la santificación de Stalin no supone un avance». (2025) ». (Equipo de Bitácora (M-L); Análisis crítico de la experiencia albanesa, 2025)
Anexo:
Unos apuntes finales sobre los vínculos del «stalinismo» (1925-1953) con el «jruschovismo» (1954-1964)
La Internacional Comunista (IC) fue creada en 1919 y duró hasta 1943; y si su final no fue honroso sus inicios tampoco fueron tan idílicos como se suelen presentar sus simpatizantes. Durante los primeros años las organizaciones que se adhirieron siguieron sufriendo graves disturbios internos a la hora de implementar bolchevización de sus filas, razón por la cual en su II Congreso (1920) se incluyó las famosas «21 condiciones de admisión en la IC». Muchos de los militantes, tanto de las cúpulas de la base, provenían de una cultura política fundamentada no solo en Marx y Engels −y a veces en un conocimiento superficial de ambos−, sino en las tesis particulares de las figuras de la II Internacional (1889-14) de cada país, algunas de ellas con gran prestigio y reputación internacional, como Pannekoek, Luxemburgo, Kautsky o Guesde. Los primeros ya antes de 1917 acabaron virando hacia una especie de anarquismo y los segundos hacia el reformismo puro, alejados de cualquier coincidencia con el bolchevismo. Sin embargo, su impronta en el movimiento obrero hizo que estas vulgarizaciones y dogmas siguieran estando presente y supusieran un gran lastre para el funcionamiento de los partidos comunistas, incluso cuando se intentó romper abiertamente con ellas.
Como era de esperar, en la IC aún se hizo sentir durante mucho tiempo −y en realidad durante toda su existencia nunca escapó a esta sombra− no solo las desviaciones antimarxistas de «derecha», sino también de «izquierda», aunque estas últimas en menor medida. No pocas veces el Comité Ejecutivo (CE) de la IC se lamentó de que «X sección» aceptó formalmente los principios ideológicos exigidos, pero que en la práctica sus dirigentes no fueron capaces de templar un acuerdo y una disciplina para movilizar a su militancia para llevar a cabo su aplicación real. Véanse los debates, polémicas y resoluciones tanto con los Levi, Brandler y Lovestone como con los Bordiga, Gorter, Bullejos y Li Lisan, entre otros. Véase la obra «Mariátegui, el ídolo del «marxismo heterodoxo» (2021).
Generalmente, cuando se habla de «desviaciones derechistas» nos referimos a tendencias como realizar concesiones ideológicas hacia el enemigo, a su adaptación, a pecar de una relajación de la disciplina individual o de grupo. Por contra, cuando hablamos de «desviaciones izquierdistas» solemos referirnos a maximalismos de o todo o nada, a cuando se intentar encajar mecánicamente una situación del pasado con una actual que no tienen nada que ver, a no saber calibrar nuestras fuerzas y las del contrario. Es cierto que la primera se suele identificar con el reformismo y el posibilismo político, mientras la segunda casa mejor con el anarquismo y el aventurerismo político. Huelga decir que quien conozca al anarquismo sabrá lo poco disciplinado que es, así como cualquier que sepa cómo se las gastan en las filas reformistas conocerá que el exceso de optimismo bien puede ser una de sus señas perfectamente. Conclusión: ningún movimiento político es plenamente de «izquierda» o «derecha» en lo ideológico en todos sus aspectos; ningún grupo pseudomarxista sufre solo de desviaciones «izquierdistas» o «derechistas», aunque, como en todo, se tiende más hacia uno u otro lado. Pero de ahí a negar los ejes conceptuales de la ciencia política hay un abismo.
Nadie puede alegar que el problema del «revisionismo moderno» −con su aceptación interesada de ciertas partes de la doctrina marxista, así como el rechazo, manipulación o revisión bajo causas no justificadas− naciera simplemente con las polémicas de Sorel, Croce o Bernstein a finales del siglo XIX, ni con el comienzo del uso del término «revisionista» por algunos de sus protagonistas, como insinuó gran parte de la historiografía pseudo, pro o antimarxista. En realidad, siendo justos, hubo muchos precedentes −tanto de sujetos que provinieron del marxismo como de advenedizos− que plantearon problemáticas similares, así como hubo continuadores e imitadores que reactivaron estos temas clave posteriormente. En cualquier caso, lo importante aquí es aclarar que el fenómeno de la lucha del marxismo contra el revisionismo se remite a una necesidad clarividente para los revolucionarios: aquella que trata de establecer una doctrina científica para operar satisfactoriamente y lograr sus objetivos. En consecuencia, esto siempre implicó confrontar permanentemente contra corrientes aliadas y rivales, tanto internas como externas. Esto puede otearse en los debates de época de la I Internacional (1864-1876) e incluso antes, con la crítica de Marx y Engels contra los socialistas utópicos como Heinze, Kriege, Proudhon, Bakunin, Dühring. También está presente más tarde durante los primeros años de la II Internacional (1889-1916) contra el «posibilismo francés» de Malon y Brousse, en el caso del «oportunismo alemán» de Höchberg o Vollmar; incluso en corrientes externas como el «socialismo de cátedra» o el «sindicalismo revolucionario» que poco a poco tendrían su reflejo en la militancia de estas organizaciones.
Entiéndase que, en lo ideológico, el eclecticismo suele derivar −más temprano que tarde− en la reaparición de viejas doctrinas, aunque más o menos adecuadas al nuevo contexto en que se desenvuelve. Este es un patrón histórico básico, una problemática que de no resolverse −y a la vista está que así ocurre− se acaba enquistando y obstaculizando en las tareas de concienciación del movimiento revolucionario; y esto influye, claro está, desde los modelos para interpretar los fenómenos, las formas de organización o los conceptos morales que tienen los militantes de ese colectivo:
«Estas expresiones políticas arriba mencionadas, cuya «evolución» se distanciaba de la raíz marxista que alguna vez pudieron tener, cosecharon un gran éxito momentáneo, eso es innegable, pero fue, entre otros motivos, porque tenían un buen nicho en las condiciones de su tiempo, porque no eran incompatibles con las limitaciones existentes y la tradición heredada más negativa. Cuando decimos esto incluimos también a la presunta «élite ilustrada», es decir, los «elementos más avanzados», porque como dijo Marx: «El educador también tiene que ser educado». En su mayoría, pues, su modelo y propuestas no venían a «poner patas arriba» nada, a lo sumo se adaptaban correctamente en aspectos secundarios porque así lo reclamaban la realidad, porque así podían operar mejor; pero en lo importante, en lo decisivo, se descarrilaban de la esencia de lo que se necesitaba hacer para cumplir con las tareas del momento. Cuando estos movimientos hacían su puesta en escena resultaba que sus «novedosas» doctrinas casaban muy bien con las nociones de algunos movimientos en declive, nociones utópicas que todavía coleteaban en el ideario colectivo, por lo que unos movimientos crecían absorbiendo a otros, casi siempre heredando sus peores rasgos y carencias. Es más, podríamos decir que para estos grupos su mayor problema era la competencia con toda una ristra de escuelas y sectas que, salvo pequeñas variaciones, hablaban parecido, actuaban de formas análogas e incluso adoptaban los mismos símbolos, por esto gran parte de su propaganda se centraba en aparentar que ellos tenían la piedra filosofal para resolver mágicamente todos los problemas, aunque sus recetas fuesen las mismas que habían causado el desastre –seguro que esto les resultará familiar a nuestros lectores respecto a lo que ven cada día–. Esto no es ninguna sorpresa ya que hoy sigue ocurriendo de igual forma». (Equipo de Bitácora (M-L); Mariátegui, el ídolo del «marxismo heterodoxo», 2021)
La cuestión va más allá, ¿de dónde cree el lector que procedían las teorías del jruschovismo que aparece en 1956 o del eurocomunismo en 1977 sino de los partidos de la época de Lenin y Stalin y de las desviaciones no erradicadas a tiempo, de una herencia no superada o de una actualización de ideas añejas?
¿Cuáles fueron los rasgos más reconocibles del «oportunismo de derecha» de la época en que aparece el eurocomunismo (1970-1989) en los partidos de Francia, España o Italia? Aquí podría citarse fenómenos como: el eclecticismo ideológico, el economicismo sindicalista, la descentralización y falta de disciplina de las ramas del partido, el pacifismo a ultranza, el cretinismo parlamentario o la evaluación chovinista sobre las figuras de la literatura o historia nacional. Evidentemente, esto solo era la evolución o reedición de características cultivadas en la época jruschovista (1956-1964). Conectándolo con lo anterior, «manifestaciones heréticas» de este tipo −reflejadas en el browderismo, el maoísmo o el titoísmo− se difundieron a nivel mundial entre las filas de los partidos comunistas en las décadas finales del stalinismo, es decir, años 40 y 50. Dicho de otro modo, se puede detectar ya que algunos −que no pocos− hicieron suyos, aunque fuera de forma intermitente, estos comportamientos, nociones y valores, cuyas consecuencias fueron irreparables en el futuro. Si a estas alturas alguien tiene dudas solo tiene que acudir a los informes y discursos de Thorez, Ibárruri y Togliatti de los años 30, 40 y 50 y compararlos con los de 1956, o si se prefiere con los de Marchais, Carrillo y Berlinguer en los 70. En este sentido, la diferencia es nimia.
a) ¿Alguien piensa seriamente que Togliatti podría haberse inclinado hacia la derecha durante mucho tiempo sin el permiso y aprobación directa de Moscú, sin estar −aunque fuese temporalmente de acuerdo− con sus previsiones? Nada más lejos de la realidad. De hecho, la documentación secreta revela cómo Stalin en 1944 llamó a Togliatti para impulsar el famoso «Giro de Salerno» en el Partido Comunista Italiano (PCI) cuya aplicación en materia de perspectivas sobre la nueva constitución, alianzas con otras fuerzas, condiciones para ser militante, etcétera no tuvo nada que envidiar al espíritu de un partido reformista de integración en el sistema democrático-burgués.
Si uno estudio el «Informe en el Vº Congreso del Partido Comunista Italiano» (29 de diciembre de 1945) Togliatti perfiló aquí la política del PCI de las próximas décadas. Concibió a su «partido de masas» donde cualquiera podía ingresar y permanecer en el partido más allá de sus «convicciones ideológicas». En su nuevo proyecto de «democracia progresista» o «nueva democracia −como lo llamó aquí−, instó «a todos los buenos italianos para que colaboren en este trabajo: para lograr este objetivo queremos reconstruir una unidad de la nación italiana en torno a la fuerza laboral», incluyendo a las «clases poseedoras que entienden que la posesión de bienes no puede ni debe significar más un privilegio ejercido contra los intereses del pueblo en el interés exclusivo de una casta». En concreto, centró su agitación en lograr convocar una «Asamblea Constituyente», por lo que decretó que la «función de los Comités de Liberación se ve reducida por la propia situación». Para tal fin se acordó firmar un «pacto» que «exige que todos estén desarmados»; esto fue la llamada Amnistía Togliatti (1946) donde se igualó a fascistas y antifascistas. Se consideró al «Partido Socialista como un partido hermano», mientras se ofreció a la Democracia Cristiana «colaborar tanto en el terreno político como sindical».
¿Acaso no tenemos aquí ya todos los componentes del famoso «compromiso histórico» de Berlinguer? Véase la obra de Silvio Pons: «Stalin, Togliatti y los orígenes de la Guerra Fría en Europa» (2001).
b) Después, en la posguerra, aunque el PCI no logró poner en jaque a las fuerzas anticomunistas y pese a que tampoco evitase que Italia se incorporarse al bando estadounidense, muchos historiadores desclasificaron documentos donde los soviéticos buscaban reavivar la Kominform y crear el cargo de Secretario General, cuyas funciones serían plantear para su discusión «las cuestiones que surjan en relación con la situación internacional y que requieran la unificación de esfuerzos y la acción conjunta», «intercambiar experiencias y mejorar su trabajo», «formular recomendaciones a los partidos sobre dichos informes», «fortalecer la luchar contra la ideología reaccionaria», y colaborar en la «mejora de toda la labor ideológica de los partidos».
Togliatti en su «Carta a Stalin» (4 de enero 1951) declinó la oferta de ocupar la presidencia de dicho organismo, idea sin duda sorpresiva ya que los italianos fueron duramente criticados por los soviéticos en la primera conferencia de 1947 por sus deficiencias. En cambio, Togliatti propuso que tanto el PCI como el resto de agrupaciones se centrasen sus esfuerzos en el «Movimiento por la paz». Dos años después de fallecer Stalin este intento de conectar las actividades de la Kominform con las del «Movimiento por la paz» se tomó tan en serio que el propio Nehru propuso a los soviéticos publicar en el órgano de expresión de la Kominform. Véase la «Reunión del Presídium del PCUS» (16 de diciembre de 1955). En cualquier caso, el mero acto de que en 1950 el propio Stalin propusiera varias veces a Togliatti como Secretario General a fin de reactivar la actividad de la Kominform, indicó una vez más lo equivocada para aquel su percepción respecto a las personas de su alrededor.
Esto reafirma que un colectivo no se puede fiar de la intuición o buen juicio de una sola persona, ni siquiera cuando esta tiene gran experiencia o ha cosechado especiales méritos en el pasado. Toda actividad que no sea una supervisión colegiada corre el riesgo más pronto que tarde de degenerar en apetencias personales y dependerá de la sagacidad de esa persona en ese momento, cuando no de su capricho. Véase la obra de Adibekov Grant Mikhailovich «Por qué Togliatti no se convirtió en Secretario General de Kominform» (2019).
c) En relación con el punto anterior, el «Movimiento por la paz», este es un buen ejemplo de las contradicciones constantes y del cambio de discurso comunista. El estadounidense Foster en su «Informe para Sunday Worker» (1946) consideró que «la cuestión más importante de todas» no era el internacionalismo y la lucha de clases, sino la «lucha por mantener la paz mundial». Malenkov en el «Informe a la Iº Conferencia de la Kominform» (1947) se expresó de forma similar asegurando que: «La política exterior de la Unión Soviética» tiene «como objetivo socavar el imperialismo, asegurar una paz democrática duradera entre los pueblos y fortalecer por todos los medios la cooperación amistosa entre las naciones amantes de la paz», pero nunca detalló cómo sería esto posible.
Desde las tribunas del XIXº Congreso del PCUS (1952) Malenkov parecía conforme con declarar que este «movimiento interclasista» por la «paz» no estaba dirigido ni siquiera por los comunistas, de que «no busque abolir el capitalismo». Por su parte, la URSS ya no era «la cuna y apoyo de la revolución mundial», sino que ahora tenía asignado como propósito principal «autoprotegerse» y «asegurar la paz entre naciones». El señor Malenkov habló como si no leyese los periódicos y noticias del extranjero, como si no estuviera al tanto de los conflictos en Grecia, Malasia, Birmania, Indonesia, Corea, Vietnam y tantos otros choques sociales y enfrentamientos nacionales que venían desarrollando alrededor del mundo con especial crudeza.
Como sabemos hoy a través de la obra de uno de sus compañeros de partido más veteranos, este informe no fue obra individual de Malenkov, sino que: «El borrador del discurso de Malenkov fue discutido bajo la dirección de Stalin en el Presídium y se hicieron correcciones varias veces». Véase la obra de Lázar Kaganóvich: «Memorandos de un obrero, un comunista bolchevique, un trabajador sindical, del partido y del Estado soviético» (1997). En este sentido, varios historiadores hallaron en los archivos del PCUS el informe de Malenkov con correcciones y comentarios de Stalin escritos a mano el 17 de julio de 1952. Esto desmonta una vez más el mito de que Stalin actuó, para bien o para mal, en solitario, puesto que sus compañeros cotejaron y aceptaron cada una de sus decisiones. Véase la obra de Paul R. Gregory: «Tras la fachada de la economía de mando de Stalin: evidencia de los archivos del Estado y del Partido Soviéticos» (2001).
d) ¿Alguien duda que el «Camino británico al socialismo» (1951) fue una casualidad o un desacato directo de Harry Pollitt, Palme Dutt o Emile Burns sobre la línea política recomendada por los jefes soviéticos? Para nada. Guste o no al lector, unos y otros trabajaron hombro a hombro en difundir toda una serie de ilusiones de consecuencias catastróficas para el movimiento comunista británico.
Los documentos muestran que el nivel de oportunismo en el Partido Comunista de Gran Bretaña (PCGB) fue tal que, por ejemplo, el periódico «World News and Views» (20 de marzo de 1943) de Emile Burns comenzó a pedir flexibilidad para admitir a nuevos miembros y así poder crear un «partido de masas». A no mucho tardar el militante ni siquiera debía «entender completamente» el programa, sino simplemente «aceptarlo» y popularizarlo (WNV, 22 de enero de 1944). Por su parte, Betty Reid afirmó que como la mayoría de nuevos afiliados se sumaron atraídos para contribuir en el esfuerzo de guerra contra el nazismo, y no tanto para derrocar al capitalismo, esto debía reflejarse en las formas organizativas. Poniendo en tela de juicio la visión tradicional de lo que implicaba ser miembro del partido comunista, según ella, no debía de ser obligatorio trabajar en una «organización del partido» para ser miembro, debía bastar con que cada uno cumpliese con alguna de las tareas de esta causa entre sus amigos o en el trabajo, no siendo necesario asistir a las reuniones de su célula del partido. En 1945 Peter Kerrigan directamente confesó que a partir de ahora «el frente electoral es de importancia primordial».
La sección británica fue más browderista que Browder durante 1943-47. Aunque bajo unas perspectivas totalmente irreales, sus jefes estaban completamente eufóricos: si bien en 1942 el PCGB no sobrepasaba los 70.000 efectivos y en las elecciones de 1945 recibirían no más de 100.000 votos, se veía a sí mismo como el factor decisivo de la «nueva democracia» que tenía que acontecer en breve. Así, por ejemplo, en 1943, Heinemann, claramente influenciado por las tesis de Teherán, pronosticó que la nueva situación internacional «contaría con la buena voluntad de las abrumadoras masas de los pueblos del mundo y desterraría el flagelo y el terror de la guerra durante muchas generaciones». En «Cómo ganar la paz» (1944) Pollit anunció que ahora: «Tenemos nuevas oportunidades, como nunca antes, para avanzar hacia el socialismo en Gran Bretaña» ya que detectó un despertar no solo «en todos los sectores del pueblo en general», sino también en un «grupo dentro de las filas de la clase capitalista». En esta época incluso se tendió la mano a los conservadores en pro de un gobierno de «unidad nacional». Sea como fuere, ni siquiera la actuación de las tropas británicas para masacrar a los comunistas griegos −en la «Dekemvriana» (1944)− para restaurar a la monarquía helena y las fuerzas de derecha hicieron mella en las ilusiones de la perspectiva de lograr un «nuevo mundo». En «Respuestas a interrogantes» (1945) Pollit aseguró que la nueva situación de posguerra logró «la eliminación de algunas de las principales causas económicas, políticas y sociales de la guerra». El Comité Ejecutivo del PCGB aseguró que la victoria electoral de los laboralistas «permite a Gran Bretaña retomar la senda socialista que conduce a la seguridad económica, la paz y la cooperación mundial» (29/7/45). Véase la obra de N. Redfern Una versión británica del «browderismo»: los comunistas británicos y la Conferencia de Teherán de 1943» (2002).
Cambios absolutamente tan drásticos no podían pasar desapercibidos, por lo que algunos militantes veteranos, como Bob McIlhone o J. Sutherland, se mostraron muy preocupados por esta deriva y expresaron sus discrepancias (WNV, 3 de noviembre de 1945). El mejor testimonio de esta lucha antirevisionista fue Arthur Envas. Este en su «Carta al camarada Mathews» (10 de junio de 1949) mostró su rechazo a: «La posición que adoptamos durante la guerra, reduciendo la lucha de clases a una de agitación para la apertura de un segundo frente, en lugar de aprovechar al máximo las circunstancias favorables para aumentar drásticamente la participación de los trabajadores en la plusvalía». De hecho, el partido condenó, al igual que su homólogo francés, cualquier atisbo de huelga e instó a los obreros a «ganar la batalla por la producción» para reconstruir el país y dar imagen de partido responsable y patriótico. El nivel de autoengaño fue tal que en «Editor, Noticias y opiniones mundiales» (19 de mayo de 1949) Evans señaló indignado cómo era posible que un editor responsable del «Daily Worker» como: «El camarada Campbell coincidió con Dobb» en que era posible tener «en una economía capitalista madura, un Estado democrático que aplique una política expansionista en aras de un mayor consumo masivo y utilice su poder para combatir las restricciones monopolísticas y moldear la producción y la inversión en beneficio del interés general».
En su «Carta a Emile Burn» (31 de enero de 1950) Evans espoleó a la cúpula por haberse dado el lujo de permitirse en los últimos años todo tipo de liberalismo en lo ideológico. En particular, citó la obra del Secretario General «Mirando hacia adelante» (1947) de Pollit por pecar de una «exageración del papel del individuo, su énfasis en las maniobras secretas y su deplorable falta de comprensión teórica»; mientras que la obra «Ilusión y realidad» (1937) del historiador Christopher Caudwell fue denunciada por «estar llena de misticismo, pero ser tratada con vergonzosa reverencia por el partido».
Evans tampoco se abstuvo de advertir contra: «El gradualismo en general, y en una forma británica en particular: la creencia de que el socialismo se introduciría en Gran Bretaña mediante la influencia del Partido Laborista». En su «Contribución a la discusión del Congreso» (6 de noviembre de 1949) recordó a los comunistas que era imprescindible no perder la autonomía del partido: «Nuestra labor es romper con las formas de pensamiento socialdemócratas, romper con la idea del mal menor. Porque esta es precisamente nuestra actitud hacia el Partido Laborista, y esta actitud rige y controla nuestra futura lucha parlamentaria».
Sin embargo, estas reflexiones y palabras de advertencia contra el posibilismo cayeron en saco roto.
Ni siquiera cuando la Guerra Fría agudizó las contradicciones entre laboristas y comunistas, el jefe de los comunistas británicos cambió de parecer. En «Mirando hacia adelante» (1947) Pollit siguió insistiendo en que: «El progreso de las fuerzas democráticas y socialistas en todo el mundo ha abierto nuevas posibilidades de transición al socialismo por caminos diferentes de los seguidos por la Revolución rusa»; y auguró que el «nuevo camino británico hacia el socialismo en el que las instituciones democráticas británicas serán preservadas». Ahora, según Pollit, era «posible ver cómo el pueblo avanzará hacia el socialismo sin más revoluciones». Por ende, no fue en 1956, ni en 1951 cuando el PCGB elevó una línea política cuestionable, sino que su bancarrota ideológica provino de mucho tiempo atrás.
Esta configuración estratégica «nacional» y «específica» que tanto obsesionaba a Pollit finalmente se plasmó en el cambio de programa, es decir, el famoso «El camino británico al socialismo» (1951), cuya elaboración contó con el beneplácito directo de Stalin −quien mantuvo varios encuentros personales e intercambio varias emisivas−.
En primer lugar, sorprende que aunque los líderes del comunismo británico habían sufrido episodios recientes de chovinismo nacional respectos a sus colonias, y aunque Gran Bretaña seguía siendo una potencia imperialista considerable −mismamente la Asia británica estaba en plena ebullición−, Stalin en su «Carta al Camarada Harry Pollit» (28 de septiembre de 1950) le preocupase mucho más que: «El borrador del Programa no subraya suficientemente la tarea de la lucha del Partido Comunista por la independencia nacional de Inglaterra del imperialismo estadounidense».
En segundo lugar, en el «Encuentro entre Stalin y Harry Pollit» (31 de mayo de 1950) se renunció al antiguo programa de 1935 que demandaba la «implementación de soviets», aconsejando Stalin que si: «En Inglaterra, se acusa a los comunistas ingleses de haber priorizado el establecimiento del poder soviético. Los comunistas ingleses deben responder a esto en su programa afirmando que no quieren debilitar al Parlamento, que Inglaterra alcanzará el socialismo por su propia vía» (sic). Compárese esto con la posición diametralmente opuesta que Stalin ofreció de este tema en sus antiguas obras como «¿Anarquismo o socialismo?» (1906), «Fundamentos del leninismo» (1924) o «La huelga inglesa y los sucesos en Polonia» (1926).
Por último, si algo cabe rescatar de la «Transcripción de la reunión del camarada Stalin con Harry Pollitt» (5 de enero de 1951), es que el líder soviético no confiaba en las posibilidades de una transición pacífica al socialismo: «Habría sido apropiado advertir al pueblo inglés en el Programa que los capitalistas no cederán voluntariamente su propiedad ni sus ganancias desproporcionadas en beneficio del pueblo inglés», pudiendo llegar a «usar la fuerza». Por tanto, «el pueblo inglés y el gobierno popular deben estar preparados, en legítima defensa, para dar una respuesta adecuada a tales intentos».
Este programa fue publicado en los órganos de prensa de la Kominform y sirvió de referencia para los partidos nórdicos, lo que denota su gran relevancia.
e) Ni qué decir ya de las propuestas políticas de secciones como, por ejemplo, los comunistas cubanos, argentinos o chilenos en los años 30, 40 y 50, las cuales clamaban al cielo por su extremo patetismo. Estas secciones llegaron a apoyar a figuras como Batista, Perón o Ibáñez por algún tiempo, teniendo algo así como el Síndrome de Estocolmo, ya que además eran las figuras que les perseguían a sangre y fuego en sus respectivos países. Algunos, como el mexicano o chileno, celebraron la penetración del capital estadounidense como signo de «progreso» y pidieron la unión de la «burguesía nacional patriótica».
Ahora lanzamos una pregunta tan honesta como incómoda, ¿por qué ninguno de los grupos «stalinistas», «marxista-leninistas», o díganse como quieran, se atreve a criticar lo que sí denuncia día y noche en otras corrientes? Es más, deberíamos preguntarnos algo mucho más transcendente: ¿se puede tomar en serio al revolucionario que emite críticas «selectivas» dependiendo de la simpatía que le produce el movimiento o figura que tiene en frente? Véase el capítulo: «La responsabilidad del PCA en el ascenso del peronismo» (2021).
En conclusión, el XXº Congreso del PCUS (1956) solo fue la certificación oficial y vuelta de tuerca de gran parte de las desviaciones derechistas que venían dándose en los partidos comunistas desde mucho tiempo atrás. Aquí no solo incluimos el periodo del «nuevo curso» 1953-55 −para el cual para muchos no existe ni han estudiado−, sino que, por supuesto, incluimos a todas y cada una de las desviaciones anteriores que navegaron más o menos libremente durante la época de Stalin. No nos referimos solo al browderismo (1945) o al titoísmo (1948), condenados públicamente, sino que también a las teorías oportunistas que los soviéticos promovieron bajo su égida o permitieron siendo sabedoras de las mismas. Mismamente, hoy los registros muestran cómo durante 1944-46 Stalin promovió ciertas tesis sobre los regímenes de las «democracias populares» en el intercambio que mantuvo con delegaciones búlgaras, albanesa, yugoslava, polaca, checoslovacas, alemanas o húngaras. Unas ideas que pronto, con el recrudecimiento de la Guerra Fría tuvieron que ser corregidas en 1947, pero en la mayoría de casos nunca se reconoció su autoría, sino que se exaltó a Stalin como el corrector de ese camino equivocado.
¿No ha quedado del todo convencido el lector? ¿Desea mayor cantidad de ejemplos en cantidad y calidad? Bien, sin problemas. Centrémonos, pues, en los debates de los años 1944-52 respecto al carácter y fisonomía que debían adoptar los nuevos regímenes de la posguerra, las llamadas «democracias populares» o qué hacer con los alemanes de las zonas de Europa del Este. Aquí Stalin, Mólotov, Kuusinen, Zhdánov y Cía. también tuvieron gran responsabilidad tanto en el origen de las desviaciones como en las correcciones de aquellas; pues observamos que todos los dirigentes soviéticos dieron bandazos sin ton ni son, pasando del campo de los «ortodoxos» a los «heterodoxos», contradiciendo sus propios escritos y directrices anteriores, especialmente en temas como la cuestión nacional en la URSS, evaluación de las figuras históricas, inmigración, minorías étnicas o religiosas, etcétera. Esto significó que, lejos de lo que creían sus enemigos o de lo que mantienen hoy sus admiradores, a veces no existía la tan cacareada «unidad monolítica» del movimiento revolucionario de aquel entonces, ni siquiera en la URSS. Véase el subcapítulo: «Desunión en la cúpula política y repercusiones internacionales» (2021).
Estamos seguros que ya saldrán al paso los que, aunque condenen «X» línea política de «Y» partido, pero intentarán excusarlo con que los errores de un lado del mundo no necesariamente tienen su origen en el centro neurálgico del movimiento de referencia. Y si bien tal hipótesis siempre es factible, en este caso no fue así. Moscú mostró preocupación, aprobación o desconfianza según la época y sus objetivos del momento. Un documento que corrobora que los soviéticos tuvieron un amplio contacto con el resto de agrupaciones comunistas, enviando y recibiendo personal para conocer la situación en la URSS y en otros países, es el informe de S. L. Baranov: «Sobre las relaciones internacionales del PCUS (b)» (2 de septiembre de 1947): «Considerando que después de la liquidación de la III Internacional muchos partidos comunistas sintieron la necesidad de mantener relaciones consultivas con el Partido Comunista (bolchevique) de la URSS» citándose el caso de reuniones, asistencia y consejo hacia el partido comunista de Rumanía, Corea, Finlandia, Bulgaria, Yugoslavia o Albania, entre otros. Como este existen una gran cantidad de informes en el Departamento de Asuntos Exteriores:
a) «De la nota informativa «Sobre la situación económica y política actual en Yugoslavia», preparada por el Departamento de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista de Toda la Unión (Bolcheviques) para una conferencia en Polonia» (septiembre de 1947);
b) «Certificado del Departamento de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista de Toda la Unión (Bolcheviques) «Sobre el Partido Comunista de Albania» (1 de marzo de 1947);
c) Información del referente del Departamento de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista de Toda la Unión (Bolcheviques), V. I. Lesakov, al subdirector del departamento, L. S. Baranov, sobre el viaje a Rumanía y las conversaciones con la dirección del Partido Comunista de Rusia y el Partido Comunista Rumano (26 de agosto de 1947);
d) Del informe de F. T. Konstantinov, empleado del Comité Central del Partido Comunista de Toda la Unión (Bolcheviques), titulado «La influencia de las decisiones de la conferencia de la Kominform en el crecimiento y fortalecimiento de las fuerzas democráticas en Bulgaria» (de febrero de 1948);
e) Referencia del Departamento de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista de toda la Unión (Bolcheviques) a M. A. Suslov «Sobre las actitudes ideológicas antimarxistas de la dirección del PPR» (5 de abril de 1948);
f) Referencia del Departamento de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista de toda la Unión (Bolcheviques) a M. A. Suslov «Sobre algunos errores del Partido Comunista de Checoslovaquia» (5 de abril de 1948);
g) «Certificado del Departamento de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista de Toda la Unión (Bolcheviques) «Sobre los errores nacionalistas de la dirección del Partido Comunista Húngaro y la influencia burguesa en la prensa comunista húngara» (24 de marzo de 1948).
Por citar un breve ejemplo negativo de todos estos casos mencionados:
«Esto condujo a la promoción de «sentimientos nacionales sanos» (Zhdanov, 27 de febrero de 1941) y de un «nacionalismo sano». Según Zhdanov, «el camarada Stalin dejó claro que entre el nacionalismo bien entendido y el internacionalismo proletario] no puede haber contradicciones». (...) Dadas las circunstancias, no es raro encontrar a ciertos comunistas menores promoviendo aspiraciones nacionales y reivindicaciones territoriales específicas. El líder húngaro Matyas Rákosi esperaba que tras la guerra Hungría conservara Transilvania y los Cárpatos-Ucrania. Al comunista checo Zdeněk Nejedly probablemente no le agradó saber que sus camaradas polacos querían conservar Tetschen. Tampoco le agradó que los dirigentes checoslovacos quisieran evidentemente expulsar a la minoría húngara después de la guerra: «Los checos se están pasando de la raya», escribe Dimitrov. «Envió a Molotov para su coordinación un telegrama cifrado a [Klement, jefe del partido checoslovaco] Gottwald indicando la necesidad de un enfoque diferente de la cuestión húngara en Checoslovaquia» (30 de julio de 1945)». (Yale University Press; «El diario de Dimitrov, 2003)
En esto, una vez más, el lector puede desconfiar y pensar que esto se trata una manipulación de los editores del diario de Dimitrov. Así que cotejemos esto con otros registros similares.
En Checoslovaquia se dio una política de apoyo comunista hacia la confiscación de las propiedades y expulsión de todos los alemanes del país, haciendo piña con lo que pedían los partidos burgueses del país. Volvemos a recalcar que, como demuestra la documentación de posguerra, estas «equivocaciones de los camaradas checoslovacos y otros» no hubieran sido posible sin la aprobación soviética entre 1944-47. Véase a este respecto el «Registro de la conversación de Stalin, conversación con el Primer Ministro de Checoslovaquia Z. Fierlinger y el Viceministro de Relaciones Exteriores V. Clementis» (28 de junio de 1945), donde la delegación soviética da el visto bueno a las tesis nacionalistas de la delegación checoslovaca. Los soviéticos solo empezaron a cambiar de opinión cuando empezaron a alarmarse de los peligrosos resultados de este espíritu chovinista, las cuales colocaban a estos países fuera de la órbita de influencia soviética, como ocurriría con la Yugoslavia de Tito, que desertó al bando capitalista occidental. Sin embargo, ya incluso antes había serias dudas sobre a dónde estaba llevando este peculiar «camino nacional».
Ahora abordemos dos ejemplos de lo contrario, de una correcta intervención de Stalin en los asuntos de otros partidos, aconsejando en un espíritu internacionalista.
Por un lado, tenemos en el «Acta de la conversación de Stalin con la delegación gubernamental húngara sobre cuestiones económicas y la situación de los húngaros en Eslovaquia» (10 de abril de 1946). En esta conversación Stalin preguntó «si los húngaros desean optar por el método de intercambio de población» ya que por ejemplo recientemente «Polonia firmó un tratado con Ucrania y Lituania sobre intercambio de población». En cualquier caso, «el camarada Stalin afirma que el número no influye» ya que «quien desee regresar a su patria puede hacerlo, y quien desee quedarse debe poder disfrutar de sus libertades y derechos».
A su vez, en el documento «Acta de la conversación entre I.V Stalin y los líderes rumanos G. Gheorghiu-Dej y A. Pauker» (2 de febrero de 1947). En este caso, Stalin preguntó por las discrepancias entre los comunistas rumanos. En esa entrevista, Dej confesó que Lucrețiu Pătrășcanu, un líder favorable a las tesis más identitarias, «pronunció un discurso en Cluj, dirigido contra los húngaros que vivían en Transilvania». Este, tras ser reprendido, se defendió argumentando que tan solo tenía la intención de «atraer a los rumanos que viven en Transilvania al lado del gobierno de Groza». Dej confesó que existía «una facción» que «querría tener sólo rumanos como miembros del partido», por lo que según esa teoría «Ana Pauker y Luca Vasile, que no son rumanos por nacionalidad, no podrían ocupar puestos directivos en el partido» al ser de origen judío y húngaro respectivamente. En este caso, Stalin enfatizó que esto era un sin sentido, dado que «el partido de un partido social y de clase se convertiría en un partido basado en la raza».
Sin embargo, como ya hemos dejado claro, existen varias entrevistas con otros partidos comunistas la dirección soviética abaló teorías verdaderamente vergonzantes no solo en torno a la cuestión nacional. Sin ir más lejos, entre 1944-47 se afirmó que los nuevos regímenes de la posguerra «no necesitaban de la dictadura del proletariado», puesto que «la revolución se desarrollaba aquí de forma relativamente pacífica», no serían «ni capitalista ni socialista» pues mantendrían un «razonable equilibrio entre distintas formas de propiedad», mientras que los soviets como órganos de poder estaban en el limbo jurídico y el gobierno operaría a través de las rudimentarias y burocráticas fórmulas parlamentarias:
«Quizá el aspecto más revelador del Stalin de Dimitrov sea la creencia de este último en el excepcionalismo ruso. La Rusia de Stalin tenía, al parecer, circunstancias y características específicas no relevantes para Europa. (...) El distanciamiento de Stalin respecto a Lenin queda claro en su declaración del 7 de noviembre de 1939, en la que afirmaba que la consigna de Lenin de la Primera Guerra Mundial de convertir la guerra imperialista en una guerra civil sólo era apropiada en Rusia, y no en los países europeos, donde la clase obrera estaba «aferrada» a las reformas democráticas. En cualquier caso, la forma soviética de socialismo, aunque sea la mejor, no es en absoluto la única: «Puede haber otras formas: la república democrática e incluso, en determinadas condiciones, la monarquía constitucional» (28 de enero de 1945). En otras ocasiones, Stalin reconoció la idea de Marx y Engels de que la «mejor forma de dictadura del proletariado» era la «república democrática». (...) En Bulgaria, la transición al socialismo podría producirse sin la dictadura del proletariado. En cualquier caso, la «situación desde el estallido de nuestra revolución ha cambiado radicalmente, y es necesario utilizar métodos y formas diferentes, y no copiar a los comunistas rusos, que en su tiempo se encontraban en una posición totalmente distinta. No temáis que se os acuse de oportunismo. Esto no es oportunismo, sino la aplicación del marxismo a la situación actual» (2 de septiembre de 1946)». (Yale University Press; «El diario de Dimitrov, 2003)
Esto, para quien esté familiarizado con la documentación de época, no es sorprendente, sino que verá en esta tendencia una profundización de la línea política de los años 30 bajo la estrategia general de los «frente populares», donde si bien hubo lemas y tácticas totalmente correctas, también se empezó a realizar concesiones antes inimaginables hacia socialistas, sindicalistas, católicos y otros grupos políticos en aras de la «unidad» antifascista o nacional. Véase el capítulo: «La responsabilidad del Partido Comunista de Argentina en el ascenso del peronismo» (2021).
Lo mismo podemos decir al respecto de las evidentes desviaciones asiáticas en los partidos comunistas, como el maoísmo en China, donde la Internacional Comunista (IC) miraría siempre con sospecha a una corriente cuya principal proclama era una síntesis entre el nacionalismo chino y las religiones locales, mezclado y agitado, eso sí, con una fraseología muy «radical» que en China era lo más parecido al marxismo que jamás habían tenido. El problema aquí es que el maoísmo nunca abandonaría sus defectos, convirtiendo sus desviaciones bajo el pretexto de la «especificidad nacional» en dogmas de su ideario revisionista oficial. Esto no quita que, al mismo tiempo, como se constató con la cuestión del Tíbet o el Xinjiang, desde Moscú se realizasen concesiones y se cambiase de opinión respecto a recomendaciones anteriores, todo, en aras de atraerse y asegurarse la fidelidad de Mao y los suyos, que, con razón, como demuestra la documentación hoy disponible, estaban coqueteando con el imperialismo estadounidense. Aquí no hay que olvidar, claro está, que los soviéticos al haber abandonado los puntos fundamentales de su antigua política nacional –o estar en proceso–, estaban directa o indirectamente estimulando que tales manifestaciones de localismo nacionalista se normalizasen entre las secciones de la IC, pues ellos mismos estaban brindando un ejemplo incorrecto dentro de la URSS. Véase el capítulo: «¿Puede ser «el apoyo de los pueblos» un país que viola el derecho de autodeterminación en su casa?» (2021).
Si se rastrea con lupa, se podrá encontrar que, como dijimos atrás, todo esto no eran sino los ecos de corrientes premarxistas como el cartismo, el proudhonismo, bakuninismo, fabianismo, y otros ismos que tuvieron una importante impronta en los partidos socialdemócratas de la I y II Internacional, así como en sus escisiones. En cualquier caso, en las llamadas «nuevas democracias» o «democracias populares» se popularizaron entre 1944-46− teorías que justificaban todo esto por ser «vías nacionales específicas» en Europa del Este y «por el nuevo contexto internacional». Dichas nociones «especifistas» siempre han sido un tópico al que los revisionistas han recurrido frecuentemente con argumentos geográficos, históricos, culturales y demás, etcétera. En los años 60 o 70 se utilizó la baza de que debido los avances producidos por la llamada «revolución técnico-científica» se habría «transformado por completo el trabajo la fisonomía de la sociedad tal y como la conocíamos»; mientras que en la política exterior se habría logrado un honesto «espíritu de consenso y colaboración» entre las más «diversas fuerzas que antes aparentaban ser irreconciliables» (sic). Sea como fuere, por influjo de las dos primeras Conferencias de la Kominform −en 1947 y 1948 respectivamente− en los países de «democracia popular», al menos en Europa del Este, se abandonaron muchas de las características de este ideario revisionista que parece casi atemporal: dichas concepciones fueron identificadas y condenadas como «desviaciones nacionalistas y derechistas».
El búlgaro Dimitrov en su «Informe al Vº Congreso del PCB» (1948) confesó no poder olvidar los «consejos y explicaciones» de Stalin que permitieron a los búlgaros «corregir rápidamente» los «errores» a finales de ese año. Efectivamente, esto ocurrió ya que búlgaros y polacos fueron a Moscú en diciembre de 1948 e intercambiaron opiniones con Stalin, Kuusinen, Mólotov y otros altos cargos. A su vez, el húngaro József Révai en su obra «Sobre el carácter de nuestra democracia popular» (1949) comentó: «Debemos acentuar el hecho de que recibimos el estímulo decisivo y la ayuda para la clarificación de nuestro futuro desarrollo de parte del Partido Comunista (Bolchevique) de la Unión Soviética, de forma clarividente bajo las enseñanzas de camarada Stalin». Lo mismo podemos encontrar en discursos de Bierut o Gottwald aquellos días. Por último, el soviético K. M. Frolov publicó en «Cuestiones de Filosofía» (Nº3, 1950) un artículo titulado «La lucha de la clase obrera por la victoria del socialismo en los países de democracia popular», en donde exaltó a Stalin con igual énfasis, considero que su: «Desarrollo teórico» sobre «la cuestión de la democracia popular como forma de la dictadura del proletariado aportó un gran beneficio práctico a las repúblicas populares». Por ende, «tras exponer los perjuicios de todas las distorsiones oportunistas en esta cuestión», sus instrucciones «ayudaron a los partidos comunistas y obreros de estos países a corregir los errores cometidos y a impulsar la construcción socialista a un ritmo más acelerado».
¿Cuál era el problema de dicha rectificación? Que no fue para nada honesta. En todos los documentos, sean soviéticos o de sus aliados, ninguno reconoce el papel negativo que Stalin ejerció en estas reuniones o misivas. Lejos de esto, todos le excluyen de cualquier culpa y le señalan como el salvador del comunismo internacional.
En un nuevo giro dramático de los acontecimientos, a partir de 1953 y con la llegada del «nuevo curso» en la URSS en el comunismo mundial se recuperó todo lo que durante 1948-52 se consideró temporalmente «herético», y a no mucho tardar llego oficialmente la «desestalinización». Además, fenómenos tan dispares y multicausales como el exceso de confianza, una mala valoración de datos económicos o la represión indiscriminada se consideró como resultado del «culto a la personalidad» hacia Stalin o su homólogo de cada país, fin. Evidentemente, bajo estos auspicios tan ridículos el jruschovismo intentó disimular su inoperancia en filosofía, historia o economía y aprovechó este espantapájaros para imponer unas personas y tesis para así descartar y marginar a otras. Esto lo veremos en próximos capítulos sobre la historiografía jruschovista y sus manipulaciones respecto al periodo stalinista.
Debemos detenernos, aunque sea brevemente, para explicar algunas de las causas del estado tan paupérrimo que tenemos hoy ante nuestros ojos. Si se puede hacer una síntesis de las consecuencias de la contrarrevolución en la URSS, muchos afirmarán que a partir de 1953 las consecuencias del cambio fueron obvias: se abrió de par en par la caja de pandora del revisionismo, y con ello, la división, la confusión y el caos empezaron a reinar sin ningún freno. Esto es en esencia cierto, pero no deja de ser una visión simplificada de los eventos históricos, por lo hay que matizar muchísimo tal explicación reduccionista, puesto que cuenta una obviedad, pero no penetra en ella, no da las claves para entenderla. En este sentido, como todo el mundo sabe, tras la irrupción del jruschovismo y sus nuevas reglamentaciones, primero en la URSS, y luego a nivel mundial, hubo un huracán de desorganización, pragmatismo y desavenencias en tiempo récord. En primer lugar, esto fue posible porque ya previamente no se había logrado una unidad monolítica en lo ideológico, porque no había habido una línea coherente y consecuente en el movimiento internacional, sino que todo se había movido a base de bandazos muy malamente justificados por Moscú. En segundo lugar, porque desde la periferia, es decir, las secciones comunistas de todo el mundo, no primó una unidad basada tanto en la autonomía como en la consciencia, sino más bien lo que terminó dominando fueron claros signos de devoción, oportunismo, temor o arribismo.
Sea como fuere, este estilo de militancia −y sus evidentes carencias− fue decisiva para que con la llegada de Jruschov, quien fue experto en lograr el descontento de todos, se insuflasen energías renovadas a todas aquellas corrientes que se hasta aquel entonces se encontraban en franco retroceso −como el trotskismo y el titoísmo−. A su vez, esta evidente debilidad para dirigir y convencer hizo que surgieran otras nuevas corrientes −como el castrismo-guevarismo− y que otras aún no destapadas del todo −como el maoísmo y el juche− saliesen a flote para intentar competir con Moscú por la hegemonía ideológica del hasta entonces llamado «movimiento comunista internacional», aunque en lo único que realmente rivalizaron fue en que como variantes del revisionismo cual tenía más adeptos, financiación o votos para regocijarse ante el vecino.
a) Falta de comunicación entre los revolucionarios para coordinarse a nivel mundial. No hubo una eficacia para conectar a los revolucionarios de cada zona y, es más, hubo concesiones al imperialismo con el pretexto de no provocarle o no darle pretextos propagandísticos. Las envidias y las desconfianzas hicieron el resto.
b) Mezcolanzas entre nacionalismo y marxismo. Se intentó aunar la herencia cultural nacional reaccionaria con la esencia universal y progresista de las formas del pensamiento y las leyes de la revolución que recoge el marxismo. Bajo la excusa de «recuperar el pasado progresista del país», «adaptar el marxismo a la realidad concreta» o «combatir el cosmopolitismo», este fenómeno marchó adelante y sin frenos.
c) Bandazos estratégicos y tácticos. Sin una razón de peso y bajo una ausencia de autocrítica, hubo toda una serie de vaivenes que nunca fueron explicados ante el público general, y quienes se percataban de tal torpeza eran silenciados o ellos mismos se autocensuraron y separaron perplejos por la naturalidad con que se expresaban.
d) No se asumieron los fracasos como propios. No pocas veces se buscaba un cabeza de turco o se recurrió a explicaciones fantasiosas para evitar reconocer que la línea política preconfigurada se había demostrado errada, todo en un intento de «proteger el prestigio de sus líderes» e indirectamente «salvar el honor del partido».
e) Falta de un férreo control sobre los servicios de seguridad. Esta grave debilidad creó una paranoia generalizada entre las filas propias y simpatizantes, atenazó la crítica y facilitó el ascenso de los arribistas en las cúpulas de estos organismos algo que fue clave para la supervivencia de la estructura del sistema político.
f) Gremialismo. En lo referido a economía, filosofía, organización, arte, etcétera, no era extraño observar una reclusión endogámica de los expertos en sus respectivos campos, apoyándose unos a otros e intentando no rendir cuentas, pidiendo, muy por el contrario, ser respetados y adulados por el vulgo. Muchas figuras de importancia se vieron acorralados por una oficialidad cosificada, apuntalándose en su lugar a profesionales mediocres en los altos cargos referidos a estos campos clave de la cultura y la sociedad.
g) Falta de conocimientos sobre la historia del movimiento nacional e internacional. Esto supuso que tarde o temprano, al enfrentarse a tareas colosales muy similares, cayeran en la incomprensible repetición de errores que se presuponían ya superados, ora virando hacia el anarquismo ora hacia el reformismo.
h) Metodología pedagógica ineficaz. Muchos planes de los educadores eran demasiado rígidos o muy rudimentaria como para que cumpliesen la función pretendida, o en su defecto, estos eran correctos, pero había un incumplimiento descarado en los receptores y supervisores, arruinando el gran trabajo de tiempo y energía invertidos. Este desdén hacia el estudio teórico se justificó con el autoengaño de que el sujeto estaba ocupándose de otras cosas más «urgentes», aunque en verdad fueran banalidades.
i) Creación de privilegios en el modo y estilo de vida. Entre militantes de la cúpula y de base se creó todo tipo de lazos de favoritismos, nepotismo y demás, que con el tiempo implicó una aplicación desinteresada en cuanto a los reglamentos que toda estructura colectiva necesita para ser eficaz, operando según la simpatía, cercanía y estatus a los jefes.
j) Culto a la personalidad. Hubo una gran dependencia de una gran o varias personas bajo el pretexto de que esto era necesario para movilizar a la gente, con la consiguiente exculpación y ocultamiento de los fallos del líder máximo bajo el pretexto de que dañando su imagen se daña la de todos. Esto incapacitó un correcto relevo de cargos.
k) Brecha y aislamiento entre los dirigentes y el pueblo. De la propia desconfianza de los primeros sobre el segundo para sacar adelante las situaciones complejas, tratando de resolver los problemas solo por arriba, ganándose a otros cabecillas. Por contra, se creó una enorme complacencia de la base ante los desmanes de los jefes por haberse acostumbrado al sentimentalismo y seguidismo ante sus líderes de siempre, etc.
Ahora, una vez aclarado todo lo anterior, ¿se puede concluir, como muchos han intentado, que el jruschovismo es la simple consecuencia del stalinismo? No. En todo caso, el jruschovismo se valió de los errores más graves y fragrantes que estuvieron presentes en la etapa stalinista, los hizo suyos y los fundió junto a las clásicas desviaciones oportunistas, recuperadas y actualizadas a su contexto particular. Este proceso no ocurrió solo en la URSS, sino que por desgracia se hizo común en la mayoría de partidos comunistas tradicionales. Ahora, no podemos asegurar de forma totalmente reduccionista que el jruschovismo es la evolución del stalinismo, porque, como hemos mostrado en infinidad de ocasiones, el llamado «stalinismo» constituyó una línea antagónica a la posterior línea soviética de la época jruschovista en todos y cada uno de los campos: política, economía y cultura. Es más, incluso las obras finales de Stalin, como «Problemas económicos del socialismo» (1952), son en muchos puntos clave diametralmente opuestas a documentos posteriores como el «Manual de economía política» (1954).
¿Entonces? Aunque a muchos les parezca un horror la información obtenida aquí, debemos anunciarles algo. Una vez comprendida la esencia científica en la que se posa nuestra doctrina, debemos desechar de nuestros «grandes» y «pequeños» referentes lo defectuoso, pues, sorpresa, ellos también se equivocaban, también hicieron estimaciones y predicciones incorrectas, cayeron presos de la precipitación, etc. En definitiva, eran humanos −¡sabemos que esto resultará chocante para más de uno acostumbrados a la devoción ciega!−. Lo obsoleto no es aquello que tiene más tiempo, sino lo que ya no corresponde o lo que realmente nunca ha correspondido realmente con el fin al que se aspira. Incluso el objetivo al que se dirige el movimiento puede no ser justo, por ende, nunca será negativo revisar todo de lo que se dude a fin de que a través de un nuevo estudio y autoconvencimiento se salga individual y colectivamente más reforzado.
Nos importa entre poco y nada que se tome este artículo u otro como una renuncia a la doctrina de esta o aquella figura. Los méritos y apreciaciones positivas que pueda destilar nuestro trabajo ya están implícitos en todos y cada uno de nuestros documentos. Ergo, que cada uno saque sus propias conclusiones sobre si es una crítica constructiva o destructiva o, mejor dicho, que destruye lo inservible para construir sobre cimientos más sólidos. En lo referente a Stalin, sus puntos positivos no hace falta ni mencionarlos. Tomó un país totalmente arruinado, la URSS, revirtió la situación con los planes quinquenales y con su mayúsculo crecimiento económico se convirtió en la envidia del crecimiento económico en un Occidente en mitad de la recesión de 1929. Además, la URSS con Stalin al mando dirigió la derrota del fascismo, nos legó importantes documentos teóricos sobre múltiples cuestiones diarias que todavía tienen gran importancia, financió los movimientos revolucionarios y ayudó a que una serie de partidos comunistas alcanzasen la cabeza del gobierno de sus respectivos países. Pero como se trata de no aburrir al lector con obviedades que todo el mundo sabe, solo preguntaremos: ¿quién ha cosechado tal cantidad de hitos desde su muerte? Nadie. Ahora, como con toda figura, no debemos practicar una idolatría que le ensalce como alguien dichoso que jamás se equivocó, ni, evidentemente, eximirle de sus errores ya comentados: equivocaciones en materia internacional en los consejos a las secciones, dar el visto bueno o no controlar las purgas indiscriminadas que los servicios de seguridad llevaron a cabo, apoyar una revitalización del nacionalismo ruso, permitir la paralización de la vida del partido, desviarse de la ortodoxia marxista en cuestiones teóricas sin razones de peso, reintroducción de la pena contra los homosexuales, restauración de la segregación por sexo en el sistema educativo, dogmatismo en el arte hacia los nuevos géneros y un encasillamiento en una producción enfocada en el culto a la personalidad, así como un largo etcétera. Algunos dirán, ¿y dónde está la prueba de todo eso? ¡Señores, más no podemos hacer por ustedes, empiecen a revisar nuestros documentos desde el principio!
En resumidas cuentas, existe una forma muy común y burda de abordar la historia, donde para algunos las figuras como Stalin o Hoxha fueron seres mesiánicos e inmaculados, libres de todo error a sus espaldas. Es más, cuando se reconoce algún error o política dudosa de la URSS o Albania siempre lo reducen a conspiraciones reales o ficticias contra sus héroes, dando a entender que estos líderes siempre estaban en minoría en todos esos asuntos, viviendo casi secuestrados o manipulados por los astutos revisionistas emboscados, lo cual es absurdo, ya que tuvieron una autoridad casi incontestable en la mayoría de períodos. Este sendero nos conduce a tener mucha devoción, pero poco aprendizaje. Aquellos para quienes los clásicos del marxismo-leninismo siempre fueron responsables de los méritos y las victorias del movimiento, pero nunca de los errores o deficiencias; estos historiadores tienen un patrón de pensamiento que simplemente supone aceptar una versión idealizada, casi religiosa de la historia. Por ello, este tipo de pseudomarxistas no son capaces de emitir una sola crítica razonable hacia la URSS de Stalin (1924-1953) o la Albania de Enver Hoxha (1944-1985), motivo por el cual son incapaces de comprender, explicar y convencer sobre las causas de la degeneración de ambos sistemas, con lo que su relato se resume a simplificar todo a la aparición de «maléficos personajes» como Jruschov o Ramiz Alia que chafan un desarrollo presuntamente armónico con la desaparición de las figuras aduladas. Así de simple y mecánico explica la historia esta gente. Héroes incomprendidos versus oportunistas ocultos de espíritu arribista, y en mitad de ellos una masa amorfa. Curiosamente, así presentaba la situación fatalista en sus esquemas mentales el artista albanés Kadaré, el cual poco después se convirtió en un intelectual anticomunista que también renegó de Hoxha, al cual antes había endiosado. Esta es la misma razón por la que este tipo de sujetos no saben defender los méritos de estas figuras ante los anticomunistas, ya que simplemente no procesan la información, la absorben sin más discusión, y justifican las contradicciones que en otros casos condenarían sin pensarlo. Se mueven por filias y fobias, no por un pensamiento racional». (Equipo de Bitácora (M-L); Análisis crítico de la experiencia albanesa, 2025)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
«¡Pedimos que se evite el insulto y el subjetivismo!»