martes, 2 de septiembre de 2025

¿Cómo era la estratificación y comportamiento de la intelectualidad albanesa en 1939? ¿Qué dificultades tuvo que sortear el PTA?

«En cuanto a la intelectualidad, naturalmente, debía realizarse un trabajo amplio, cualificado, diferenciado y a diversos niveles. En general el terreno para trabajar entre ellos era apropiado. Excepción hecha de los empleados de alta posición, quienes no sólo aceptaron el fascismo, sino que al mismo tiempo obtenían de él pingües beneficios materiales. Este tipo de empleados «con cultura», en general fueron corrompidos por todos los regímenes y fueron entre los primeros que, conscientemente, se apuntaron en el partido fascista «albanés» creado por el ocupante. 

Sin embargo, la mayoría de la intelectualidad de nuestro país era patriota, antifascista, estaba contra la ocupación del país, por ello el Partido dedicaría gran atención a esta capa del pueblo, porque también a través de ella continuaría forjando y estimulando cada vez más el patriotismo entre los jóvenes de uno y otro sexo. Estos amplios y detallados análisis de las situaciones, de la correlación de fuerzas, etc., fueron fruto de los debates que realizábamos tanto en las reuniones de la dirección, en los encuentros con los camaradas del Partido de la capital, como con los de las regiones. Estos constituían una gran ayuda en nuestro trabajo cotidiano y de cara al futuro, porque lo primordial e imprescindible para realizar nuestra tarea como comunistas, es decir como dirigentes de las masas, consistía en orientarse correctamente en aquella difícil situación de subyugación, de terror, de intrigas, de sufrimientos y miserias espirituales y físicas, que abrumaban a nuestro pueblo. (...)

Nuestro Partido, desde el principio, determinó con justa razón que en la lucha por la liberación del país debían participar todo el pueblo, todas las clases y las capas sociales sin distinción de puntos de vista políticos, ideológicos, religiosos, etc. Lo principal que podía y debía unir a estas fuerzas era la actitud hacia los ocupantes extranjeros, la lucha sin compromiso contra ellos. Sobre esta base se organizaría también el Frente Antifascista de Liberación Nacional, en el que participarían, además de las masas trabajadoras de la ciudad y el campo, todas las demás fuerzas y elementos, que estuvieran interesados en la libertad y la existencia de Albania y de la nación albanesa. Y, precisamente por ello, tuvimos que desarrollar un grande y vasto trabajo, a menudo extremadamente complejo, difícil y fatigoso, con los elementos patriotas o con los que presumían de tales, es decir, con todos aquellos que entonces se denominaban nacionalistas. 

No hay que confundir el término «nacionalista», como lo utilizábamos en aquel período, con el significado que ha adquirido hoy en la literatura política como definición de los elementos con posiciones nacionalistas burguesas en oposición al principio marxista-leninista del internacionalismo proletario. El término «nacionalista» era un apelativo para denominar a aquellos combatientes que en el pasado lucharon contra los ocupantes extranjeros, que pretendían liquidamos incluso como nación. Precisamente de la palabra «nación», tomada de las lenguas latinas y que corresponde a nuestra palabra «komb», se derivó el término «nacionalista», que hemos utilizado a lo largo de la lucha y se encuentra en mis escritos de aquella época. 

En realidad, esta denominación incluía una amplia gama de personas, desde las gentes con pasado y actividad patrióticos, hasta los intelectuales conocidos o que se exhibían como personas de sentimientos patrióticos y democráticos. Así que, con el término «nacionalista», en cierto modo establecíamos la diferenciación entre los comunistas, por un lado, y otras personas con las que teníamos contacto y trabajábamos, por otro. Desde la época de los grupos, pero sobre todo tras la fundación del Partido, el trabajo con los «nacionalistas» era una tarea que correspondía a todos los comunistas. Naturalmente, este trabajo se hacía según las posibilidades de cada cual, según el entorno social, los conocidos y familiares. En las células de las que formábamos parte rendíamos cuentas de toda nuestra actividad y también del trabajo con los intelectuales y los patriotas, intercambiábamos opiniones y nos aconsejábamos mutuamente sobre nuestra actuación. Cuando alguien encontraba dificultades con la persona con quien se le había encomendado trabajar, se la pasaba a otro camarada y encontraba el modo de presentársela

Esta fue una de las labores más difíciles que han tenido que realizar el Partido y todos sus miembros, desde la dirección hasta el simple militante. No me refiero aquí únicamente al peligro que nos acechaba en este trabajo, a la posibilidad de la traición y la delación, de que se infiltrara algún agente provocador en nuestras filas. Estas posibilidades, naturalmente, existían, pero ¿qué labor realizaban los comunistas y los patriotas honrados sin correr peligro? Ya habían calculado estos peligros, puesto que se habían empeñado en la lucha contra un enemigo feroz, cruel y astuto.

Las mayores dificultades se presentaron en otro terreno, donde no surtía mucho efecto el valor, sino que se necesitaba tacto, perspicacia política, serenidad y prudencia. Los camaradas del Partido han tenido que afrontar una gran tensión no sólo física sino también nerviosa y psicológica, hemos necesitado pasar las horas muertas conversando y discutiendo, varias veces consecutivas, con toda suerte de tipos testarudos que, ¡ no sólo no se convencían con nuestros argumentos justos y claros como el agua, sino que intentaban convencernos de lo contrario con «argumentos» ridículos y sofismas de leguleyos! Hacía falta tener, entre otras cosas, una gran paciencia y dominio de sí mismo, para no cantárselas claras y decirles «largo de aquí» a estos «patriotas». Mas el trabajo del Partido y la causa de la lucha requerían otra cosa. Algunas veces algún camarada venía indignado a nosotros para informamos sobre algún encuentro que había mantenido y pedía que lo liberáramos de esta tarea, solicitaba asimismo nuestra aprobación para estigmatizar a fulano o zutano como traidor. «¡No! —le decíamos nosotros—. Llegará el día, cuando se colme el vaso, y esto también lo haremos. Pero ahora continúa el trabajo, refuta sus argumentos, desenmascárale y, cuando te convenzas de que en realidad no desea combatir, entonces prescindiremos de él». 

Los lectores y sobre todo los jóvenes pueden asombrarse y decir por qué tantas contemplaciones con estos elementos, a éstos había que ponerlos en su sitio. Naturalmente, llegaría el momento en que el Partido y el pueblo recurrirían a las armas contra todos aquellos que, de palabra y de hecho, se aliaron con los nazifascistas, pero, antes debían hacerse esfuerzos para apartarlos del camino de la traición, para lanzarlos a la lucha contra los ocupantes. 

El Partido, trabajando con los nacionalistas, tenía en cuenta los objetivos estratégicos de la lucha que dirigía, los grandes intereses del pueblo y de la patria. En primer lugar, el Partido partía del punto de vista de que cuanto más amplio y masivo fuera el Frente Popular, tanto más violenta se desarrollaría la lucha y tanto más segura sería la victoria final. Además, no hay que olvidar que muchos de los nacionalistas conocidos de aquel período tenían, a diversos niveles, determinada influencia en las distintas regiones y ciudades del país o entre los círculos de la intelectualidad. La incorporación en el Frente de decenas de patriotas de renombre, conocidos en el pueblo por sus sentimientos y pensamientos progresistas y democráticos y como luchadores antizoguistas, fue una victoria de la política del Partido, por que éstos, además de su contribución, sus aptitudes y capacidades personales, gozaban de gran autoridad entre el pueblo que la pusieron a disposición y al servicio de la Lucha de Liberación. Nacional. Idénticos resultados dio la lucha del Partido para desenmascarar y desacreditar a los seudopatriotas como Lumo Skëndo, Ali Këlcyra, Qazim Koculi y otros. Muchos de ellos no eran ni tontos ni carentes de influencia. Algunos especulaban con los apellidos que llevaban, otros con dos o tres disparos hechos en Vlora en 1920 [1], y otros con su actitud de oposición adoptada contra Zogu o con alguna participación ocasional en la Revolución de Junio de 1924. 

Hubiera sido miopía política combatir con las armas contra todos aquéllos ya desde 1941, como puede pensar alguno. Esto hubiera sido nefasto tanto para la Lucha como para el Partido. Este «mineral» humano había que seleccionarlo y, separando las inmundicias que serían desechadas, saldría un metal puro y esta selección la realizarían el tiempo y la lucha. La línea del Partido fue justa: atraer a los patriotas a la lucha y utilizar su influencia entre las masas en favor deésta; desenmascarar a los demagogos, a los instrumentos enmascarados del ocupante planteándoles la cuestión: «¿Combatiréis o no por Albania?». Y el pueblo vería, como lo vió, quiénes eran los verdaderos patriotas y quiénes los falsos. En el marco de la amplia labor con los nacionalistas, se prestó gran cuidado y atención particular, en aquella época, sobre todo al trabajo con la intelectualidad, tendente a hacer participar en la lucha a sus elementos patriotas y demócratas. 

La intelectualidad albanesa en aquella época era pequeña numéricamente debido al deficiente desarrollo económico y cultural y la política obscurantista del régimen de Zogu. El rey «augusto» y su círculo, además de ocasionar al país un sinnúmero de otros males, hizo lo imposible por dejar Albania sumida en el obscurantismo y la ignorancia, porque las tinieblas y la ignorancia de las masas son el mejor aliado para la opresión y la explotación. Zogu y su régimen nada hicieron por la cultura, el arte y la ciencia, pese a pretender apoyarlos, junto a sus degeneradas y corrompidas hermanas, que por ironía, no obstante su ignorancia, ponían bajo su «protección» las artes, la cultura y los deportes, que apenas existían en Albania. 

Sin embargo, gracias a los esfuerzos del pueblo, de sus hijas e hijos y en contra de los deseos del régimen feudoburgués, fue posible crear un sistema de enseñanza con escuelas elementales y medias, donde aprendieran los hijos e hijas del pueblo que éste, con su intuición infalible y con su amplio horizonte de la historia, les preparó para el porvenir. Con enormes dificultades y afrontando múltiples privaciones económicas, algunos de ellos fueron también al extranjero para cursar estudios superiores. Todos éstos constituían el sector más sano de la intelectualidad albanesa, que se oponía a aquel sector antipopular y reaccionario, proveniente de los beyes, los usureros y los comerciantes. 

Entre la masa de intelectuales de la época a la que me refiero, los maestros y profesores representaban la mayoría, mientras que de las otras profesiones como médicos, ingenieros y juristas, eran en menor número. La intelectualidad no era una masa homogénea, sea por su origen social, sea por sus convicciones políticas indefinidas. Además, a excepción de un sector, sobre todo los maestros rurales, la intelectualidad no estaba tan ligada al pueblo, y sus problemas los conocía superficialmente, de oídas. Esto no quiere decir que no fuera patriota. No, la intelectualidad albanesa en general era patriota y antizoguista y más tarde lo demostró con su actitud y su lucha contra el ocupante. 

Más cerca del pueblo estaban los maestros que se veían más ligados con él, con sus miserias y preocupaciones. En el pequeño escalafón de la enseñanza durante el régimen de Zogu éstos eran los últimos, los despreciaba la «aristocracia» intelectual, el régimen los consideraba sospechosos y les pagaba muy poco. Incluso su exiguo sueldo lo recibían cada cinco meses, a veces cada nueve meses y para poder subsistir vendían su sueldo a los usureros, recibiendo, naturalmente, poco a cambio. Esto también lo hacía yo durante los meses que trabajé en el Gimnasio de Tirana a fines de 1936 y comienzos de 1937, se me pagaba por horas, no tenía un sueldo fijo, y cuando me enfermaba, o durante las vacaciones escolares, no recibía ni un céntimo. 

En general los maestros habían terminado sus estudios en alguna escuela del país o los habían dejado a medias. Muy rara vez alguien sabía alguna lengua extranjera, pero tampoco había literatura extranjera para leer y desarrollarse. Esta categoría de intelectuales estaba con el pueblo, odiaba a más no poder al régimen del Zogu y a sus altos funcionarios. Estaban muy unidos con los alumnos y sus familias, eran patriotas y demócratas y, cuando Albania fue ocupada, se unieron a los obreros y a los estudiantes en las manifestaciones contra los ocupantes y la mayoría de ellos se lanzó a la lucha guerrillera. 

Un nivel más elevado ocupaban en la jerarquía de la enseñanza y, en general, de la intelectualidad, los «profesores», como se denominaban en esta época a los enseñantes de las escuelas medias. A diferencia de los maestros, éstos estaban normalmente más alejados del pueblo y el trabajo con ellos era más complicado. Naturalmente, entre los profesores había muchos que amaban a la patria, al pueblo, que odiaban al régimen feudoburgués, que odiaban la ocupación fascista y se ligaron al Movimiento de Liberación Nacional y al Partido. Pero la mayoría de ellos se integraron en el sistema opresor de Zogu y del fascismo, estaban satisfechos de su situación, mientras que la situación de las masas les importaba un bledo. Este tipo de intelectuales presumían de ser la «élite» de la enseñanza, se jactaban de ser la «intelectualidad del país» y de «lo necesarios que eran para el régimen». Muchos de ellos habían salido al extranjero, donde habían terminado los estudios superiores, unos en Italia, otros en Francia, en Austria, en Alemania y Grecia, y algunos otros en los Estados Unidos de América. Había también entre los más viejos algunos que habían cursado la escuela turca.

Los médicos, ingenieros, arquitectos, agrónomos y otros también eran miembros de la «élite intelectual», sin olvidar tanto a los que terminaban derecho y se hacían abogados o jueces, como a los periodistas, en cuyas filas había también algunos conocidos, una parte de ellos con tendencias y puntos de vista demócratas y progresistas, y otros que se habían puesto enteramente al servicio de los regímenes reaccionarios y antipopulares. Naturalmente, hago excepción aquí de intelectuales como Medar Shtylla, Omer Nishani, Xhafer Kongoli, Gaqo Tashko y decenas de otros, que menciono en estos apuntes, quienes conocían la situación y las dificultades de las masas y se mostraron en la práctica como demócratas y patriotas al servicio de su patria. Me refiero aquí a aquellos intelectuales que, después de haber cursado estudios superiores con el dinero que sus padres habían expoliado a los obreros y a los campesinos, venían a Albania con la pretensión de traer la cultura y la civilización, pero, de hecho, venían para recibir su parte del producto de la explotación de las masas. Nada real habían obtenido de la civilización europea, excepto alguna lengua extranjera, algunos conocimientos de la profesión que habían aprendido y la «etiqueta de modernos» y algún sombrero de copa o pajarita de los que no se separaban ni en la calle ni en el café. Y estos intelectuales civilizados no tenían vergüenza de ponerse a subasta para casarse, ya que casi todos ellos estaban dominados por la manía de cazar la dote. Es natural que muchos de ellos se aburguesaran, ya que eran recomendados para ocupar altos cargos, y servían de «ejemplo» para otros con menos suerte. Esta gente estaba perdida para la causa del pue blo, eran «demócratas» de fachada, «liberales» sólo por algunas manifestaciones formales, residuos de los países donde habían estudiado. 

Los intelectuales con estudios superiores y de alta posición, en general, o se habían integrado en el régimen y se habían convertido en pilares del mismo, o incluso cuando eran demócratas y antizoguistas no vislumbraban claramente el porvenir del país. Había de los que no querían a Zogu ni a su régimen y que en el fondo de su conciencia eran antizoguistas, pero, lejos de actuar, ni siquiera se atrevían a manifestar abiertamente sus puntos de vista. Eran pocos los que hablaban abiertamente, por cierto no en medio de la calle, contra Zogu y su régimen. Pero también éstos hilaban largas charlas «académicas» sobre las leyes, las medidas, los precios, los ministros, etc., pero encontrar en ellos un espíritu consecuente de resistencia o, mucho menos, algún intento de oponer resistencia, era muy difícil, por no decir imposible. Naturalmente, esto se debía también al hecho de que Zogu, a quien imprecaban, les había tapado la boca, porque mientras entre el pueblo predominaba la miseria económica, mientras el obrero que trabajaba todo el día realizando trabajos agobiantes recibía un jornal de 2 a 3 leks, ese tipo de personas cobraba de 10 a 15 napoleones oro al mes y vestía bien, tenía casas confortables, amuebladas y con radio. Así que también esos elementos con algún barniz democrático y antizoguista creían más conveniente adoptar una posición cómoda: gozar de los bienes que les daba el régimen y a la vez soltar alguna crítica confidencial contra él. 

En general, estos intelectuales, tan pronto como volvían del extranjero, pretendían ocupar buenos puestos, particularmente en Tirana. En esa época para agrónomo o ingeniero que hubiera terminado, el puesto estaba en el ministerio y, si no había plaza, se creaba, porque ni los agrónomos, ni los ingenieros tenían donde trabajar; la agricultura se encontraba en un nivel ínfimo y no se hacía ninguna inversión para su desarrollo; si de construir se trataba nada se hacía salvo alguna cárcel y las viviendas para los ricos. De este modo el agrónomo se acomodaba en alguna oficina, mientras el ingeniero hacía el plano de la casa del gran comerciante desde Tirana. Los médicos, por su parte, comenzaron a hacer fortuna, mientras que los profesores competían entre sí para ocupar un puesto en Tirana o en el Ministerio y, de no conseguirlo, iban a algunas ciudades donde había escuelas medias, que eran pocas. 

Huelga hablar de organización en el seno de la intelectualidad. Naturalmente, los elementos sanos se esforzaban por hacer algo a fin de cambiar la situación existente, una parte de ellos se ligaron a los grupos comunistas, pero estos vínculos eran escasos y a nivel individual. En las filas de los intelectuales, de la «élite» de la que formaban parte profesores, médicos, juristas, periodistas y gente de otras profesiones, existía cierta división, basada en los vínculos y las afinidades creados según el tipo de cultura y el país donde la habían recibido. Así pues, circulaban opiniones tales como «fulano es germanófilo», porque había estudiado en Austria o Alemania, «mengano es francófilo», porque había estudiado en Francia, el que había estudiado en Italia era «italianófilo», y así por el estilo. Esta tendencia creaba afinidades formales entre los grupos, propiciaba un espíritu de xenofilia y ocasionaba el desinterés de la intelectualidad por los principales problemas que preocupaban a la patria y al pueblo.

Cuando estuve en Tirana, antes de la ocupación del país por la Italia fascista, además de las relaciones con los intelectuales progresistas y demócratas, tuve la ocasión de entrar en contacto con los ambientes, las ideas y la psicología de aquellos intelectuales mimados por el régimen. En la «Calle Real» había un pequeño café, que en aquel tiempo parecía grande, llamado «Bela Venecia». Al «Bela Venecia», acudían la «élite» de la capital y los espías de peso del régimen desde Fuat Asllani, ministro del exterior y otros ministros, hasta las «altas personalidades de la cultura». Se reunían allí, según la costumbre inglesa, a las «five o’clock». Un par de veces me llevó un compañero a este club de la «élite» intelectual. ¿Y qué vi? Un círculo cosmopolita, arrogante y presuntuoso. Era repugnante verles comiendo pastas y tomando el té como «aristócratas» y haciendo melindres como las damas en los salones. Allí oías hablar en diversas lenguas, según los clanes, y el albanés se hablaba mezclándolo con frases enteras en lengua extranjera, tal como hemos leído en Tolstoi sobre la aristocracia rusa, que mezclaba el ruso con el francés. En estos círculos se hablaba de «alta política» y de arte. Allí se oía opiniones dadas con una «suficiencia absoluta» sobre Chamberlain, Titulescu, Hitler, Zaratustra de Nietzsche, sobre el Fausto de Goethe, sobre los Nibelungos, pero no se decía una sola palabra de la miseria del campesino de Myzeqe que era expoliado por Zogu, los Vrioni y los Vërlaci, y moría de paludismo.

Era peligroso hablar con franqueza con esta gente, te entregaban a Zogu y al ocupante, si no directamente, te denunciaban indirectamente. Pero, como dije, toda la intelectualidad no era así. 

Esta verdad, la sabía personalmente gracias a los vínculos que había establecido con un amplio círculo de maestros e intelectuales de diversas profesiones durante los años que trabajé en el Gimnasio de Tirana y en el Liceo de Korça. Pero es un hecho que nuestros lazos con los intelectuales se ampliaron aún más y se reafirmaron sobre bases más sólidas cuando el Grupo de Korça trasladó el centro de gravedad de su trabajo a Tirana, a comienzos del año 1940 y, sobre todo, tras la fundación del Partido, cuando consideramos la labor con los intelectuales como uno de los frentes más importantes del trabajo del Partido con los nacionalistas. 

Yo, al igual que otros camaradas, continué ampliando las relaciones con los maestros, antiguos colegas míos, antizoguistas y antifascistas, como con los hermanos Tashko (Aleko y Gaqo), con Aleks Buda, Minella Karajani, Nonda Bulka, Sotir Angjeli, Baltadori, Nexhat Peshkëpia −que más tarde se hizo ballista y se dio a la fuga en vísperas de la Liberación−, con Vangjel Gjikondi, Selim Shpuza y con el escritor y publicista Shevqet Musaraj, que más tarde se convirtió en miembro activo del Comité Regional de Tirana del Partido y que con sus trabajos y sus escritos hizo una importante contribución a la propaganda del Partido y a la Lucha de Liberación Nacional.

iNos acercamos asimismo a muchos otros intelectuales como a los médicos Xhevdet Asllani, Fejzi Hoxha, Enver Zazani, Hasan Jero, al arquitecto Luarasi, a los ingenieros Andon Lufi, Llazar Treska, Rrapi −no sé qué fue de él más tarde−, al economista Pasko Milo, a Naum Stralla y algunos otros. Muchos de ellos se unieron al pueblo y al Partido ya en los primeros días para combatir a los ocupantes. Uno de ellos fue también mi compañero de lucha y trabajo, Haxhi Kroi, sobrino de Avni Rustemi, que con gran fidelidad siguió los patrióticos pasos del gran maestro del pueblo y luchó y trabaja como mi secretario con ejemplar capacidad y fidelidad, como uno de los más viejos militantes del Partido.

Nos atrajimos también a Abaz Xhomo, un viejo compañero, a quien había conocido en el Liceo y en Francia, así como a otros elementos antifascistas como Ali Bakiu y Syrja Selfo, quienes, pese a ser comerciantes ayudaron a la lucha. Sobre todo Syrja no escatimó nada para la Lucha de Liberación Nacional; siempre estaba dispuesto a encontrarnos las casas que necesitábamos como bases para los camaradas clandestinos y a pagar el alquiler. Incluso también a mi familia, que durante la lucha no tenía ningún ingreso, la ayudó y la mantuvo materialmente. 

De este modo nuestros círculos se ensanchaban también con otros intelectuales. A unos los conocía yo, a otros Koço Tashko, a pesar de que éste trabajaba de forma específica con nacionalistas viejos exiliados en los tiempos de Zogu y que volvieron con los «vagones» de la Italia fascista. 

Uno de los mejores representantes de la intelectualidad democrática albanesa, que desde un comienzo ligó su vida a la causa de la liberación de la patria, fue el doctor Medar Shtylla. Medar era un patriota y progresista, ligado al pueblo, había terminado el Liceo de Korça, pero antes que yo, porque recuerdo que cuando fui allí desde el Liceo de Gjirokastra, no le encontré en los bancos de la escuela. Luego me parece que había ido a Francia, a Toulouse, donde estudió veterinaria. La propia orientación de los estudios superiores que había escogido, daba a entender que era un hombre del pueblo, próximo al campesinado, apegado a la tierra, a los animales y que no había escogido una profesión de moda y lucrativa como médico o abogado. 

Conocí bien a Medar cuando regresé de Francia y me gustó, le quería y me relacioné con esta persona de amplios conocimientos y vasta cultura, sencilla, apacible, honesta, que inspiraba respeto. Era callado, no hacía «alharaca», no le gustaban las jactancias, las ostentaciones. Algunos intelectuales que presumían de inteligentes, ironizaban y decían de él: «Es silencioso, porque se ocupa de los animales». Pero Medar Shtylla era un hombre de carácter, de coraje, inteligente, cariñoso. Quería de todo corazón a la patria y al pueblo y lo demostró en los momentos más difíciles. 

Me habían hablado los camaradas y conocidos sobre la simpatía y el respeto de que gozaba Medar en las aldeas de Durrës. Y no había razón para que los campesinos de Durrës, Kavaja, Shijak y los obreros de la granja de Xhafzotaj no quisieran a Medar Shtylla, porque estaba estrechamente ligado a sus problemas y preocupaciones. Luchaba por los derechos de los obreros, que no cobraban regularmente, les incitaba a levantar su voz y protestar, incluso hasta en el Ministerio de Agricultura de aquella época. Medar conocía bien la fuerza que representaban los obreros de la granja y los campesinos, y también el temor que esta fuerza infundía a los gobernantes vendidos. Así, atemorizadas por el estallido de alguna revuelta, las autoridades, de mal grado, se veían obligadas a satisfacer, aunque fuera parcialmente, las reivindicaciones de los obreros de la granja.

La granja de Xhafzotaj lindaba con la sociedad italiana «Italba», que pretendía clavar sus garras hasta sobre las tierras de esta granja. Medar Shtylla, que conocía bien el carácter explotador del imperialismo italiano y le dolía la vida de los campesinos pobres y el suelo de su querida patria, luchó con todas sus fuerzas por que los designios de la sociedad italiana no se realizaran. Con este modo de actuar se ganaba el corazón del pueblo y la hostilidad de las autoridades. No sólo se comportaba con los obreros de la granja como una persona allegada, sino que además trataba de crearles condiciones de vida. Medar insistía en que los obreros de la granja de Xhafzotaj fueran mejor pagados y, de hecho, cobraban más que los obreros que trabajaban en la sociedad italiana. Pero esto no les interesaba a los explotadores, que se cebaban con el sudor y la sangre del pueblo trabajador, por eso pretendían que los obreros de Xhafzotaj recibieran el mismo salario que los de las sociedades italianas. Medar protestó y luchó por lo contrario. Todo esto le acercó a los campesinos y los obreros, quienes no vacilaban en tratar con él cualquier problema que les preocupara. Pero lo que más sólidamente les unía era el gran sentimiento de amor a la patria y la libertad, era el sentimiento de odio que quería estallar para combatir y expulsar de nuestras tierras al extranjero. La ocupación italiana halló al doctor Medar trabajando como veterinario en Durrës. Era el período en que los comunistas de los grupos intensificaron su labor para la creación del Partido. En esa época yo, como otros camaradas, mantenía continuamente contacto con camaradas comunistas, con obreros, con intelectuales conocidos, con «nacionalistas» como denominábamos entonces y después a los patriotas sin partido. Un día fui a Durrës y me encontré con nuestro camarada Telat Noga para conversar con él sobre algunos problemas relativos a nuestro trabajo y, entre otras cosas, sobre la cuestión de la incorporación de los intelectuales patriotas al movimiento de liberación.

Allí le dije a Telat: —Quiero encontrarme con un amigo mío, Medar Shtylla, para incorporarlo a la lucha. No sé, ¿lo conoces? 

Telat me respondió: —Has pensado bien, Enver, todos hablan con respeto de él. A través de él penetraremos aún más en el campo, porque los campesinos lo quieren. 

Por aquel entonces Medar ya había comenzado, por así decirlo, la resistencia, desenmascarando al ocupante, a los traidores y a los quislings, al aparato estatal fascista, a los seudopatriotas y los falsos antizoguistas a quienes conocía bien y los había visto cuando flirteaban y se abrazaban con los fascistas. Estaba convencido de que ésta sería la actitud de Medar. Conociéndolo y con lo que Telat me había dicho de él estaba seguro de que nos entenderíamos perfectamente y que nos uniríamos estrechamente, como dos simples soldados del pueblo y de su causa. Lo busqué y lo encontré sentado en un café, en lcalle que llevaba al puerto. Cuando me estaba acercando me vio y, con toda su amabilidad se levantó y, tras saludamos, me invitó a sentarme. 

«Siéntate Enver, te invito a un café». Le di las gracias y me senté, intercambiamos las preguntas normales en tales encuentros, luego me preguntó si me las arreglaba con la venta de cigarrillos en la tienda «Flora» y después de contestarle que obtenía lo suficiente como para vivir, también yo le pregunté cómo le iba en su trabajo. 

«Sí me respondió trato de hacer algo, porque no soporto más esta opresión». «Nos tienen ahogados, Medar, por eso debemos poner en su sitio a estos pipinos petimetres»le dije señalando a algunos oficiales italianos que paseaban hablando y riendo ruidosamente

«Les saludo, dijo Medar y continuamos la conversación en voz baja y en francés, para evitar el peligro de que algún espía nos comprendiera. Seguro que este café, como todos los de esa época, tenía sus espías permanentes»

«Debemos luchar le dije a Medar, nos estamos reorganizando, el pueblo nos escucha y debemos caminar hacia la lucha de liberación. Naturalmente esta lucha tiene sus peligros, incluso podemos perder la vida, pero hay que hacer cualquier sacrificio por la liberación de la patria, por eso no tememos la muerte». Así continuamos nuestra conversación confidencial durante una media hora Medar, tras escucharme atentamente, me dijo con determinación: 

«Estoy dispuesto a luchar, no tengo ningún impedimento. Mi mujer, María, tú la conoces prosiguió él, verdad es que es italiana, pero odia al fascismo como nosotros. Y ella dio pruebas de sus sentimientos antifascistas y de su amor a Albania, como hija del pueblo que era, permaneciendo en Tirana en la clandestinidad durante todo el tiempo que estuvo Medar con nosotros en las montañas».

«Dime, Enver, ¿qué debo hacer —preguntaba Medar—, de qué actividades debo ocuparme, con quién mantendré contactos? ».

«Ven a la tienda «Flora» le dije, haz como si vinieras a comprar una cajetilla de cigarrillos y allí conversaremos más tranquilos»y, después de darnos un fuerte apretón de manos, nos despedimos

Por lo que recuerdo no llegamos a encontramos en la tienda «Flora», porque me vi obligado a irme de allí y pasar a la clandestinidad, pero los contactos con Medar los mantuvimos por medio de otros camaradas. El se ligó estrechamente a la lucha, y el Partido y el Frente de Liberación Nacional le encomendaron trabajar con los campesinos, con los intelectuales, etc. Más tarde cuando su actividad comenzó a ser descubierta, Medar pasó a la clandestinidad y se convirtió en un infatigable organizador de los consejos de liberación nacional, en la ciudad y el campo. Volví a encontrarme con él en Labinot, en la Segunda Conferencia de Liberación Nacional, en la que Medar fue elegido miembro del Consejo General. También en esta misión fue uno de los más activos. Se le encomendaban tareas y venía a informamos allí donde estuvieran el Consejo y el Estado Mayor General, en Çermenika, Shmil, Gurakuq, Orenja, Shtylla, etc. Medar, como siempre cariñoso, sonriente y sencillo, informaba, recibía las tareas, las orientaciones y se iba. 

Mientras tanto otros camaradas en todo el país trabajaban y obtenían resultados tanto con los intelectuales, como con los patriotas y otros elementos progresistas. Trabajando con paciencia crecía el número de simpatizantes del movimiento de liberación, cada vez eran más los auténticos patriotas y demócratas que se mostraban dispuestos a combatir codo a codo con todo el pueblo albanés, al lado de los comunistas, para liberar el sagrado suelo patrio de la bota de los fascistas de Mussolini». (Enver Hoxha; Cuando se echaban los cimientos de la nueva Albania. Memorias y apuntes históricos, 1984)

Anotaciones de la edición:

[1] Se trata de la guerra de Vlora de 1920, contra los ocupantes imperialistas italianos, que concluyó con la victoria del pueblo albanés.

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