martes, 3 de marzo de 2020

El PCE (m-l)... de querer ser un «partido bolchevique» a emular a un «partido menchevique» (1986-1992); Equipo de Bitácora (M-L), 2020


«Un todavía revolucionario PCE (m-l) recordaba:

«No podemos olvidar que actuamos y trabajamos en una sociedad burguesa –después de cuarenta años del más negro fascismo– que inevitablemente influye en ella concepciones, forma de vida y de pensar. La ideología burguesa o pequeñoburguesa, producto de la sociedad en la que vivimos o luchamos conseguimos eliminarla en lo fundamental dentro de nuestras filas, pero también en algunos casos acaba por prevalecer, crea desmoralización, pesimismo, vacilaciones, etc. Los elementos en los que se dan estos casos, suelen acabar abandonando las filas del partido con cualquier pretexto para autojustificarse; otros lanzan ataques y tratan de crear fracciones –como la intentona trotskista de 1966, los derechistas liquidacionistas de 1976 y los mencheviques sarnosos de 1981–. Por eso insistimos en la necesidad de la vigilancia revolucionaria en lo ideológico, político y organizativo». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IVº Congreso del PCE (m-l), 1984)

La historia y la experiencia revolucionaria han demostrado una cosa muy clara respecto al concepto de partido de la clase obrera:

«La historia del partido bolchevique nos enseña, ante todo, que el triunfo de la revolución proletaria, el triunfo de la dictadura del proletariado es imposible sin un partido revolucionario del proletariado, libre de oportunismo, intransigente frente a los oportunistas y capituladores, y revolucionario frente a la burguesía y al poder de su Estado. (...) En su lucha contra los bolcheviques, todos los mencheviques, sin distinción de matices, desde Axelrod y Martinov hasta Martov y Trotski, se servían invariablemente de armas sacadas del arsenal de los socialdemócratas del Occidente de Europa. Querían poseer en Rusia un partido como, por ejemplo, el Partido Socialdemócrata Alemán o el francés. Y luchaban contra los bolcheviques, precisamente porque presentían en ellos algo nuevo, insólito, distinto de la socialdemocracia occidental. ¿Y qué eran, por aquel entonces, los partidos socialdemócratas de Occidente? Una mezcla, un conglomerado de elementos marxistas y oportunistas, de amigos y enemigos de la revolución, de partidarios y adversarios de la causa del partido, con una conciliación ideológica gradual de los primeros con los segundos y una sumisión gradual y efectiva de aquéllos a éstos. Conciliación con los oportunistas, con los traidores a la revolución, ¿en nombre de qué?, preguntaban los bolcheviques a los socialdemócratas de la Europa occidental. En nombre de «la paz dentro del partido», en nombre de la «unidad», se les contestaba. ¿La unidad con quién, con los oportunistas? Sí, contestaban aquéllos; con los oportunistas. Era evidente que partidos así no podían ser partidos revolucionarios. Los bolcheviques no podían por menos de observar que, después de la muerte de Engels, los partidos socialdemócratas de la Europa Occidental habían comenzado a degenerar de partidos de la revolución social en partidos de «reformas sociales», y que todos ellos se habían convertido ya, como organizaciones, de fuerzas dirigentes en simples apéndices de sus propios grupos parlamentarios». (Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética; Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1938)

 Por tanto:

«Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario. (...) Sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

El afloramiento de desviaciones político-ideológicas, lleva a cabo una desviación en materia organizativa en cuanto a cómo se concibe el partido y cómo debe operar:

«El oportunismo en política va indefectiblemente acompañado por el oportunismo en materia de organización. Si oportunismo en general, es sacrificar los intereses fundamentales y a largo plazo del pueblo a cambio de ventajas –reales o supuestas– inmediatas y parciales, el oportunismo en materia de organización significa sacrificar los principios leninistas concernientes a la formación de un partido proletario de clase, monolítico, férreamente disciplinado, que sea el arma invencible de la revolución social proletaria, para lograr una «hinchazón» organizativa, transformando así el partido revolucionario en un partido de reformas que se adapta y se amolda a la dominación de las clases poseedoras». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Adulteraciones del equipo de Santiago Carrillo, 2ª edición, 1967)

El PCE (m-l) de la época de Elena Ódena diría claramente que este concepto de partido de vanguardia marxista-leninista era una necesidad. Criticando las concepciones carrillistas, se decía:

«Otra de las cuestiones de principio que plantea hoy el revisionismo moderno es la transformación de los partidos comunistas en «partidos de todo el pueblo», en «partidos de masas». Huelga decir que el abandono del principio del Partido, en tanto que vanguardia de la clase obrera, constituye otra de las graves traiciones de los revisionistas modernos a los intereses del proletariado. No es de extrañar que, dado el carácter actual de la mayor parte de los partidos comunistas tradicionales, y ante su evidente traición y bancarrota, gentes de buena fe lleguen a preguntarse si en verdad es necesaria la existencia de esos partidos para hacer la revolución. Ese argumento, planteado en esos términos, no deja de encerrar gran parte de verdad, ya que los partidos comunistas a los que nos referimos, al igual que lo que les ocurrió a los de la II Internacional, se han convertido en trastos inservibles para la lucha revolucionaria del proletariado, por cuanto que no están dispuestos a organizar ni a dirigir a la clase obrera en su lucha revolucionaria por la toma del poder, sino que se han convertido en máquinas electorales apropiadas para la lucha parlamentaria. (...) Ningún militante revolucionario puede ignorar que un partido político, al igual que todo Estado, es un instrumento de la lucha de clases y representa de manera general los intereses de una clase. El espíritu de Partido es, por así decirlo, la expresión concentrada del carácter de clase. No existen partidos ni Estados por encima de las clases, o que representen a todas las clases. (...) Carrillo y su equipo no se han quedado a la zaga de sus jefes y maestros jruschovianos en sus esfuerzos por liquidar en nuestro país el Partido como vanguardia de la clase obrera; particularmente desde el VIº Congreso de 1960 han hecho inauditos esfuerzos por transformarlo, en todos los órdenes, en un partido burgués, ideológica, política y organizativamente. (...) Considerar al llamado «partido» no como la vanguardia de la clase obrera –ni siquiera ya de toda la clase obrera, lo que también sería un gravísimo error–, sino de varias clases sociales, incluyendo a la pequeña y media burguesía, es decir, al campesinado –en general– y a la intelectualidad avanzada –no se trata de intelectuales militantes, que han adoptado la ideología del marxismo-leninismo–. De este modo, vemos al Partido de vanguardia de la clase obrera, transformado en partido de todo el pueblo, en partido de masas». (Elena Ódena; Sobre algunas cuestiones de principio, 1967)

El enemigo de clase ataca con razón el partido del proletariado y su rol, sabe que inoculando teorías pseudomarxistas puede desviar fácilmente al partido de su forma ideológica-organizativa y convertir dicho partido en una organización inofensiva para el poder del capital.

1) El PCE (m-l) y sus problemas internos a mediados de los 80

Como no podía ser de otro modo, la progresiva degeneración del PCE (m-l) hizo que se manifestasen fenómenos evidentes sobre el camino que estaba tomando el partido en la relación entre organismos y militantes, jefes y militantes de base. En el artículo: «Elevar el nivel de dirección y responsabilidad. Combatir el burocratismo», ya se decía:

«Este burocratismo se manifiesta a veces en camaradas u organismos del partido que en lugar de orientarse políticamente y en concreto a las organizaciones bajo su dirección, se limitan a decretar medidas que generalmente no salen del papel, sin verificar si se dan las condiciones para su realización, o sin poner todos los medios para que estas medidas tengan una aplicación práctica. Ello suele ir unido a una aplicación rutinaria y mecánica de la política del partido, limitándose al mínimo esfuerzo, y a un estilo y método de trabajo desfasado. Ello se suele justificar generalmente con un «desbordamiento» que muchas veces sólo existe porque no se moviliza al conjunto de militantes del partido, y al conjunto del entorno de sus amigos y aliados. Todo ello hace que se diluya la responsabilidad personal, que se diluya el papel de motés y células como organismos de dirección y que, en algunos casos, se salten los cauces del partido, lo que aún hace más grave la inhibición, la falta de responsabilidad. La dirección política centralizada se sustituye por el autoritarismo y por el liberalismo, lo que daña al partido como tal». (Vanguardia Obrera; Nº 572, 1986)

Quien lea entre líneas, puede vislumbrar en qué estado de descomposición se encontraba ya en cuanto a funcionamiento de partido como tal.

Años después, el renegado Chivite, diría sobre el funcionamiento del partido:

«En la clandestinidad, bajo el franquismo, la dirección del partido se caracterizó por una estricta centralización, por su separación excesiva de la base y en ocasiones de la realidad inmediata de la clase obrera, por su fuerte jerarquización y compartimentación y por la cooptación sistemática de todos los responsables y dirigentes. En la militancia se caracterizó por su ímpetu revolucionario, por su escasa formación teórica y política, por su obediencia acrítica, por su relativa autonomía de acción dada esa lejanía de la dirección, por sus iniciativas combativas, por su esquematismo simplista  a la hora de concebir los procesos revolucionarios esquematismo al que no eran ajenas determinadas posiciones de la propia dirección y por su relativamente alto sentido de la responsabilidad, cuyo desarrollo se veía facilitado por la misma situación de clandestinidad y persecución. (...) [Formas] Tajantemente antidemocráticas y antiparticipativas que pudieran estar más o menos justificadas bajo el franquismo, se convirtieron en verdaderos vicios de funcionamiento y en verdadera desviación respecto de lo que ha de ser un partido. (...) La dirección pasó a mantener, si posición seria de la base, tales vicios y deformaciones cada día menos defendibles. Los principales conflictos surgieron a nivel de dirección casos Vargas y Ramírez y en ocasión acompañados de posiciones liquidacionistas-fraccionalistas y prosocialdemócratas, recuérdese el 81, abandonos poco exlicados en la misma dirección Arévalo, Julio Moreda, Mina, Henares–, hasta que, en esa misma dirección fueron depurándose y aclarándose posiciones que culminaron en el asilamiento de J.M. Férnandez López, a «Raúl Marco». La dirección adquirió rasgos autoristarios, paternalistas y rutinarios. Lo pensaba casi todo, lo hacía casi todo y se ocupaba de casi todo. la militancia fue conformándose en cierta pasividad, rutina y perzea mental, unido a un desapego ante cualquier tarea de responsabilidad partidaria, al tiempo que silenciaba sus críticas y se despreocupaba, casi totalmente, de su propia formación teórica y política». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

 Chivite curiosamente no realiza ninguna autocrítica, sino que delega las culpas en abstracto en la dirección, y luego concreta la responsabildiad en el grupo de Raúl Marco que acababa de ser expulsado en 1991, el cual, efectivamente, era responsable de gran parte de lo aquí anunciado, pero él también había sido el número dos del partido a partir de 1985, mientras que sus compañeros más afines ya ocupaban puestos de importancia, ¿no recaía sobre ellos parte de la misma responsabilidad? Parece ser que Chivite olvidó la máxima marxista de que:

«La dirección colectiva no excluye, sino presupone la responsabilidad personal. El escudarse en la dirección colectiva para rehuir responsabilidades es un grave error que a nadie se le puede permitir». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IVº Congreso del PCE (m-l), 1984)

Ya a inicios de los años 80, Elena Ódena puso especial énfasis en señalar la necesidad de advertir o corregir varios defectos que amenazaban o atenazaban al partido, impidiéndole progresar correctamente. En sus últimos escritos dedica gran parte de sus textos a advertir sobre el camino que se estaba tomando. ¿Cúales eran estos defectos que asomaban?

El olvidar interesarse y conocer donde debe actuar el partido, a riesgo de aislarse de las masas y sus necesidades:

«Por otra parte la falta de cauces y estructuras organizativas, adecuadas a la actual situación y a las necesidades del momento en cada lugar, conducen a métodos y a un estilo activista que impide el desarrollo y el control de la organización, debilita y corroe políticamente los órganos de dirección e impide su funcionamiento con métodos y estilo comunistas. Se pusieron de manifiesto, asimismo, diversos ejemplos de métodos superficiales de dirección, consistentes en lo esencial en no preocuparse por conocer seriamente la situación ni los problemas específicos en los distintos lugares donde ha de aplicarse la política del Partido». (Elena Ódena; En la reciente reunión del Comité Central. El partido y la situación actual, 1980)

El mantener la iniciativa y el control de cada militante para garantizar la dirección colectiva:

«Uno de los aspectos más importantes en estos momentos del trabajo organizativo de los comités de dirección del Partido es el del control, no sólo del funcionamiento del comité como tal, sino sobre todo de las responsabilidades individuales de cada uno de sus componentes en el marco de la dirección colectiva, claro está, con el fin de determinar cómo y en qué grado se cumple la ejecución de los acuerdos adoptados y las responsabilidades asumidas. Hay que señalar que en algunos comités de dirección se han dado casos de que algunos cuadros eludían su propia responsabilidad en el conjunto del comité, con terminadas tareas no se llevaban a la práctica o se desarrollaban incorrectamente, no se podía destacar la responsabilidad individual de tal o cual camarada, con lo que en definitiva no se llegaba a controlar el porqué una parte de la política del Partido no se aplicaba. Es evidente que esa práctica es sumamente peligrosa, por cuanto que permite que determinadas tareas políticas puedan ser desatendidas, deformadas o simplemente abandonadas sin que sobre la marcha se determinen las responsabilidades individuales». (Elena Ódena; Importancia de los comités y las células, 1980)

El no desligar la teoría de la práctica a riesgo de caer en un activismo inconsciente, abriendo paso al indiferentismo en las cuestiones ideológicas:

«El estudio no debe concebirse independientemente de la vida diaria de los problemas políticos de cada momento, ni de la vida de nuestra organización y de nuestras actividades militantes, sino en relación con ellas. Del estudio debemos sacar las conclusiones para nuestra orientación política en el trabajo práctico. Sin comprender la situación que vivimos y los grandes problemas que ella nos plantea, no podremos marchar por un camino justo ni actuar correctamente. (...) El separar la teoría de la práctica conduce, inevitablemente, a trabajar rutinariamente, a la desorientación política; nos incapacita para entender y prever los acontecimientos y para actuar con eficacia en relación con ellos. El comunista que no estudia pierde las perspectivas políticas y puede desorientarse más fácilmente ante los diversos acontecimientos. El control es también superficial y esporádico. Al no estudiar, el sentido de la vigilancia se debilita y la crítica y la autocrítica decae; la propaganda del enemigo puede entonces influir fácilmente en aquellos que no estudian, haciéndoles caer en la indiferencia, perdiendo la confianza en las masas y en el Partido y las perspectivas políticas y de ahí a la desmoralización no hay más que un paso. Por eso debemos considerar el estudio, no como un sacrificio o como una tarea poco menos que imposible de realizar, sino como una necesidad militante». (Elena Ódena; Acerca de la necesidad y la importancia de estudiar y difundir los fundamentos del marxismo-leninismo, 1981)

El caer en el economicismo y tratar de tapar el papel del partido, limitándose a «reivindicaciones aceptables», sin explicar los problemas de fondo:

«Si nos limitamos a hacer planteamientos sindicales muy radicales –lo que a veces puede ser un error– y no explicamos y planteamos los aspectos políticos y generales de los problemas, los trabajadores no verán en nosotros ni la vanguardia ni a su Partido, sólo verán a un sindicalista radical y nada más. Al mismo tiempo, si no explicamos el papel, la ideología y las alternativas políticas frente a la Monarquía, así como la importancia y la necesidad de afiliarse al Partido, no puede decirse que un militante está aplicando seriamente ni la Línea del Partido, ni sus Estatutos». (Elena Ódena; Sobre el papel y las tareas del partido en la actual coyuntura; Intervención central presentada al IVº Congreso del PCE (m-l), 1984)

El idealismo de creer que con presentar un problema se era consciente de todas sus implicaciones y automáticamente estaba solucionado:

«Sería absurdo pensar que el mero hecho de plantear o criticar tal o cual error o desviación resuelve la cuestión. Nada más lejos de la realidad. El plantear un problema no es más que el primer paso para superar una situación negativa creada por un error, una desviación o un método y estilo incorrectos». (Elena Ódena; Contra el liberalismo (II), 1974)

La importancia de comprender en profundidad que implica la crítica y la autocrítica:

«Entre los diversos aspectos a los que es preciso que apliquemos sin demora esta exigencia del método leninista podemos señalar, en primer lugar, el de la práctica misma de la autocrítica, que ha de llevarse a cabo tanto a nivel individual como colectivo en el marco de las células y comités de dirección a todos los niveles. La exigencia leninista de la autocrítica y de la crítica significa el valorar la eficacia o ineficacia de nuestros esfuerzos, de nuestro estilo y método de organizar y aplicar la política y las tareas del Partido en cada momento sobre la base, no de tal o cual apreciación o informe subjetivo, superficial o parcial, sino sobre la base del análisis de los resultados logrados, de los hechos concretos, y de un estudio del método, el estilo y los medios empleados sin temor a poner al descubierto tal o cual fallo, insuficiencia, negligencia o incluso incapacidad. A veces se considera que la autocrítica y la crítica han de entenderse solamente en el sentido de poner al descubierto nuestros fallos y errores, lo que es cierto en buena medida, ya que es más importante descubrir sin miedo nuestras debilidades y fallos que alardear de nuestros éxitos. Pero sin embargo es también importante analizar criticamente las causas de nuestros éxitos y nuestros avances, y ello no sólo para generalizar la experiencia sino también para sacar lecciones con el fin de superarnos. (...) Es evidente que el fin de la autocrítica no es el sembrar el desánimo, ni la desmoralización, ni el pesimismo, sino todo lo contrario. Se trata de poner al desnudo, para eliminarlos, nuestros errores y debilidades con espíritu comunista, dando perspectivas para su superación; se trata de no temer el que nuestros enemigos puedan aprovechar el conocer nuestros fallos para atacar al Partido». (Elena Ódena; Colocar al partido a la altura de sus tareas y responsabilidades (I), 20 de enero de 1979) 

En 1985 tras la muerte de la cabeza visible del liderazgo del PCE (m-l) que era Elena Ódena, se empezarían a perfilar estos rasgos todavía más acusadamente o se empezarían a manifestar algunos de los que ya se habían superado. 

A final de la década el PCE (m-l) se mostraría claramente como un partido basado el formalismo y el liberalismo, de variadas líneas ideológicas y facciones con plataformas y poder propio, con una militancia de poca o nula formación ideológica, con jefes de una gran edad avanzada impuestos bajo los pretextos de la veteranía, pero de poco temple revolucionario a esas alturas, y con diversos bandazos en la táctica de alianzas. El estilo de trabajo deficiente, no era sino el reflejo de una dirección más preocupada por aparentar normalidad que por imponer y autoimponerse trabajo y objetivos reales. Y por supuesto, esto supuso estar desaprovechando la honestidad y predisposición de muchos militantes y simpatizantes que cada vez estaban más desmoralizados y desilusionados de lo que una vez fue el partido. 

Aunque en la teoría durante 1986-1991 no se negaba todavía el concepto marxista de partido de vanguardia, en la práctica se estaba haciendo. Entre otras cosas, porque se estaba llevando al partido a ser el furgón de cola de las grandes agrupaciones nacionalistas y los grupúsculos revisionistas con los cuales se empezaría a aliar como ocurrió con Herri Batasuna o el PCPE como vimos anteriormente. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su progresivo cambio en las alianzas: con los revolucionarios y progresistas honrados vs aliarse con los cabecillas oportunistas» de 2020.

A esto debemos sumar que antes resultados negativos fruto de una línea equivocada, los jefes reaccionaban incorrectamente, no había profunda autocrítica interna y pública de los errores cometidos. A veces se daba lo primero hasta cierto punto, pero escasamente se veía lo segundo, y en muchas ocasiones, la dirección excusaba sus equivocaciones en la toma de decisiones en factores no reales o secundarios. Esto lo vimos en varios temas como: las acciones armadas, la cuestión sindical o la cuestión del posible tránsito del fascismo a la democracia burguesa

Dicha pose ante los errores reforzaba en el futuro la permisividad ante los errores y abría la puerta a que cuando se cometieran muchos otros se resolviesen del mismo modo: con el negacionismo o con un cambio de postura sin una explicación ni autocrítica completa.

En el plano exterior se sufría de posiciones similares: se pasaba en silencio con las desviaciones más evidentes de los partidos hermanos bajo la teoría promovida por Raúl Marco de mantener la crítica en «estrictos cauces internos» para «no hacerle el juego al enemigo», una peregrina idea donde las haya, ya que considerar que los debates o críticas abiertas entre partidos comunistas favorecen al enemigo es como decía Stalin, una concepción socialdemócrata, una falsa idea asumida erróneamente por algunos comunistas para no denunciar en un principio las tesis del XXº Congreso del PCUS de 1956, con la consecuencia que todos vieron al final: dar más tiempo al jruschovismo a consumar su hegemonía, mismo error que se cometió con el propio maoísmo. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su tardía desmaoización» de 2020.

2) Los 90 y la eclosión de las luchas fraccionales

Para principios de los 90 el PCE (m-l) se había fragmentado en varios grupos con respectivas rivalidades e intereses, una lucha que estaba desangrando al partido y reduciendo el poco prestigio que le quedaba. 

La razón para tal sorpresiva deriva ya la expuso en su día el propio PCE (m-l) al analizar el fenómeno del fraccionalismo en el PCE de Carrillo-Ibárruri. Miguel Checa nos decía en su artículo «La descomposición del equipo de Carrillo»:

«Al traicionar los intereses de la clase obrera, al transformarse en un grupo político burgués que se sitúa en el terreno de la mentalidad y de la moral burguesa, individualista, particularista, de intereses sórdidos de camarilla. (…) Se desliza inevitablemente hacia su fragmentación en grupillos con intereses particulares, como ocurre en los partidos burgueses. Porque sólo el marxismo-leninismo permite construir partidos monolíticos. Sólo sobre una base de principios es posible la verdadera unidad. Sobre la base del revisionismo, del oportunismo acomodaticio, de las fluctuaciones y trapacerías políticas, solo pueden por menos de surgir rivalidades, fracciones, la unidad queda viciada y llega a ser meramente formal». (Vanguardia Obrera; Nº45, 1969)

Esta situación era exactamente la misma que afrontaba el PCE (m-l) a finales de los 80. Para 1991 la facción de Chivite derrocó a la facción de Raúl Marco, y lo haría denunciando ante la militancia dos temas clave para asegurar su nuevo puesto.

Primero. Señalando unos métodos de dirección que no eran un secreto para nadie, ni dentro ni fuera del partido. En la resolución llamada: «Propuesta de suspensión de todas las funciones de dirección del camarada Raúl Marco, Primer Secretario del Comité Central», se decía:

«Los métodos de trabajo de Raúl Marco se han caracterizado por un personalismo y burocratismo desgraciadamente tópicos. Lo que él define como métodos de dirección han sido los viejos métodos burocráticos revisionistas, ensalzados al máximo y personalizados, claro está, en su propio provecho. Todo su «bagaje» teórico se ha limitado a repetir citas de Lenin, Stalin, Mao Zedong o Enver Hoxha, según lo que convenía en cada momento, insistiendo mecánicamente y obsesivamente en la importancia de la disciplina, de la lucha ideológica, del centralismo democrático, de la dirección colectiva, para terminar concluyendo que «en materia de organización es válido lo que es eficaz». Veamos brevemente algunos rasgos de estos métodos de dirección: El tareísmo. (…) La imposición del seguidismo. (…) El personalismo autoritario. (…) El secretismo. (…) El secuestro de la crítica. (…) Los casos de nepotismo. (…) La deformación de la política unitaria». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Informe del Comité Ejecutivo del PCE (m-l) al pleno (ampliado) del Comité Central, 29-30 de junio de 1991)

Hay que anotar que esto mismo que se denuncia, el propio Chivite y su camarilla lo había alimentado e instrumentalizado cuando en ocasiones así le convenía, como hemos visto en la imposición de una línea revisionista durante 1985-1990.

Segundo. Ante el hundimiento de todos los regímenes revisionistas de Europa del Este se criticó la falta de autocrítica y el seguidismo. También que Raúl Marco aprovechó el momento para liquidar el PCE (m-l) intentando fusionarlo con los jruschovistas del PCPE:

«La situación creada con el hundimiento del Este y de Albania. (…) Han puesto al descubierto con toda claridad, algo que para quienes trabajaban cerca de Raúl Marco era evidente desde hace mucho más tiempo: su incapacidad total, su vaciedad, su desorientación y sus métodos personalistas y autoritarios de dirección, que en algunos casos, como el de Madrid, derivaron en puro y simple liquidacionismo. (…) Las relaciones con el PCPE tomaron, a espaldas del Comité Central (CC) y del Secretariado (S), características alarmantes. En la permanente de Madrid (…) los dirigentes de dicho partido eran los camaradas del PCPE y en el Comité de Madrid llegó a hablarse de unidad orgánica con ellos. Véase documentos y testimonios sobre el caso Madrid. En las conversaciones habidas con el Secretariado del PCPE el pasado 5 de junio –en concreto Jaime Ballesteros y Leopoldo Alcaraz– quedó claro que el primero había tenido conversaciones privadas con R. Marco, desconocidas por nuestro partido. Igualmente, J. Ballesteros, previa conversación con Raúl Marco, realizó dos viajes a Paris para presentarse en nombre de su partido ante la embajada albanesa, donde fue acogido con cordialidad y estableció lazos entre ambos partidos: PTA y PCPE. Posteriormente y deformando las decisiones respecto a la táctica electoral elaboradas por el Comité Ejecutivo (CE), se presentó la Plataforma de la Izquierda en la organización de Madrid como «el embrión que al fin surgía de la verdad unidad de la izquierda» y no como una medida coyuntural que en nada alteraba nuestra política unitaria plural y orientada a los medios sindicales y las organizaciones con presencia e influencia en las masas, como IU, y en particular, los sectores más combativos y en contradicción con el PCE de esta formación, así como sectores del nacionalismo de izquierda y movimientos sociales y juveniles. (…) La composición de lugar que el PCPE se hizo fue la de que nuestro partido iba a integrarse o fusionarse con el PCPE. Esta supuesta unidad de los resistentes que R. Marco impulsaba a nivel personal no hubiera sido sino la unidad con el revisionismo residual, la unidad de los derrotados». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Informe del Comité Ejecutivo del PCE (m-l) al pleno (ampliado) del Comité Central, 29-30 de junio de 1991)

En cuanto al seguidismo a la Albania y su deriva final revisionista no hay constancia de que alguien en la jefatura del PCE (m-l) se opusiese a las reformas político-económicas que se implementaron a mediados de los 80. El último congreso en vida de Ódena, el IVº Congreso del PCE (m-l) de 1984, y su creciente criticismo con la nueva política exterior albanesa fue algo que desapareció en el Vº Congreso del PCE (m-l) de 1988, ya bajo absoluto dominio de Marco-Chivite, y como también vimos, hasta 1990 el PCE (m-l) se dedicó a bendecir la política albanesa pese a su aspecto cada vez más reaccionario. El propio Chivite, fue un ferviente seguidor de la línea albanesa, hasta que después de la caída del gobierno de Ramiz Alia en 1991, lejos de autocriticarse por no ver el liberalismo de los últimos años del régimen, pasó de forma oportunista a renegar en general de toda la experiencia albanesa, justificando esto con analogías absurdas como que el modelo del «maoísmo» en realidad era igual que el «hoxhismo». Véase el capítulo: «Las relaciones entre el PCE (m-l) y el PTA y la caída del socialismo albanés» de 2020.

En cuanto al intento de fusionar el PCE (m-l) con el revisionista PCPE, realmente no se sabe bien con qué fin Raúl Marco tenía tal intención: si pretendiendo que lo podía absorber; si creyendo que ante la debacle que asistía al PCE (m-l) la fusión podría en parte tapar los defectos del partido; o si pretendiendo que con una fusión mecánica pudiera al menos obtener algún puesto relevante en un hipotético nuevo partido que sería de mayor importancia e influencia. Esta denuncia de Chivite sobre el intento de fusión con el PCPE revisionista, aunque fuese desde posiciones revisionistas, era una denuncia correcta. Pero como se ve en este texto al congreso, la propia facción de Chivite aprobó una alianza con lo que él llamaba un «revisionismo residual», mientras tendía una mano a IU y «nacionalistas de izquierdas» (sic). Y es que como se vería en tan solo menos de un año, la camarilla de Chivite debatía el integrar el PCE (m-l) en Izquierda Unida (IU), justo antes de autodisolver el PCE (m-l) en 1992. Como se puede comprobar ambas facciones trataban de mitificar su ausencia de trabajo con las masas con uniones por arriba con diversas organizaciones revisionistas, un liquidacionismo de manual.

En base a los defectos que se habían manifestado con rasgos como el personalismo y el oportunismo contenido en Marco y su círculo, Chivite y su camarilla aprovecharían para crear la idea que para que el partido se liberase de tales defectos había que negar por completo del concepto marxista-leninista de partido de vanguardia y toda su historia, ya que sin esto los errores se volverían a repetir ciclicamente. Se volvía así a teorías mencheviques sobre la necesidad de «una vuelta al marxismo de verdad» y demás peroratas.

Hoy es curioso ver que Chivite dedicase largos epítetos loando a Elena Ódena a su muerte en 1985, escribiendo, por ejemplo, el prólogo de sus «Escritos sobre la transición» publicados en 1986, donde alababa su aportación teórico-práctica al concepto y funcionalismo del partido. Poco después propondría abolir dicho modelo partidista y acabarñia calificándolo con los peores calificativos –exactamente como harían los cabecillas que de una u otra forma fueron saliendo del PCE (m-l) como los líderes de la fracción de 1976 o como los líderes de la fracción de 1981.

Sin duda Chivite hizo como Ramiz Alia o Jruschov, en vida, alababan a Ódena, Hoxha o Stalin para ganarse la confianza del partido aparentando ser sus «mejores alumnos», pero una vez desaparecidos éstos últimos pudieron quitarse la careta.

3) La libertad ideológica y de facciones se vuelve oficial

Para un revolucionario versado, el PCE (m-l) propuesto por Marco durante 1986-1990 era un revisionismo con envoltura, el de Chivite durante 1991-1992 era abiertamente socialdemócrata sin demasiados adornos.

En cambio, como la dirección misma reconocía, la mayoría de la militancia tenía cada menos nivel ideológico, por lo que no estaba en disposición discernir y resistir la progresiva degeneración en la que se hundía, y en este caso, se dejó seducir por las promesas del grupo de Chivite. Este le prometió no estar dando una vuelta de tuerca en la degeneración socialdemócrata que venía sufriendo, sino que simplemente se estabade «restaurando la democracia interna» y actualizando ciertos detalles «en consonancia a los cambios de la época».

Lo primero que se decretó oficialmente fue la libertad de fracciones al estilo trotskista, algo que ya existía de forma sumergida tras haber perdido su disciplina y seriedad ideológica. 

Uno de los jefes de Asturias, Pedro Antonio Curto, dejaba claro en su artículo «Algunos apuntes sobre el modelo de partido» tal propósito:

«Un modelo basado en un marco de unidad político-ideológica, con unas reglas de juego democráticas, posibilidad de mayorías y minorías, con un reconocimiento regulado y estatuario de las corrientes de opinión. Ello debe de servir, como manera de aglutinar a sectores que reclamándose del marxismo y de tener una perspectiva revolucionaria, podamos actuar en un mismo marco de unidad político-ideológico. Cualquier proyecto revolucionario debe hoy tener esa perspectiva aglutinante, que contenga unas determinadas y libremente aceptadas reglas, sí remante quiere llegar a tener validez. Un modelo monolítico, en el que se da un acuerdo 100% en el conjunto de la militancia, es simple y llanamente un proyecto de secta. (...) Un partido situado, no como una «teórica vanguardia de élites», sino como un instrumento político para un proyecto revolucionario». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

Suponemos que para este autor, los bolcheviques encabezados por Lenin  que tomaron el poder en Rusia, solo eran «un partido de élites» sin un verdadero «proyecto revolucionario», y que en España los comunistas dirigidos por José Díaz que lograron movilizar a las masascontra el fascismo tan solo eran un «proyecto de secta».

La intención clara era consumar la aberración de la legalización de fracciones y sus propios órganos de expresión, algo contra la que Ódena había combativo años antes, lo cual supondría crear un penoso espectáculo de desunión y trifulcas constantes calcado al de los revisionistas del PCE y agrupaciones similares:

«Tenemos también que reforzarnos ideológicamente y sobre todo vigilar mucho por el funcionamiento organizativo del Partido. Porque contra eso también sí que hay ataques de la derecha, hay ataques furibundos. Fijaros bien en el espectáculo de un Partido Comunista que admite incluso fracciones organizadas, con periódicos y todo, dentro del Partido, como en el partido revisionista, por ejemplo». (Elena Ódena; Sobre la táctica unitaria del partido; Intervención en el IIº Pleno del Comité Central, elegido en el IVº Congreso del PCE (marxista-leninista), 1985)

Esto era no solamente ir en contra de la historia del PCE (m-l), sino que este planteamiento de 1992 suponía ir contra de los principios de los revolucionarios bolcheviques, quienes así describían las dificultades que se encontraron para fundar un partido eficaz y combativo:

«Estas dificultades no estribaban solamente en el hecho de tener que organizar el partido bajo el fuego de las crueles persecuciones de zarismo, que arrebataba de las filas de las organizaciones a los mejores militantes, para mandarlos a la deportación, a la cárcel o al presidio. Había, además, otra dificultad, y era que una parte considerable de los comités locales y de sus militantes no querían levantar la vista de su pequeña labor práctica local, no comprendían el daño que hacía la falta de una unidad orgánica e ideológica del partido, estaban acostumbrada al fraccionamiento de éste y al caos ideológico dentro de él, y se imaginaba que era posible prescindir de un partido único y centralizado. Para crear un partido centralizado, había que acabar con este atraso, con este estancamiento y practicismo estrecho de los órganos locales». (Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética; Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1938)

Es ir en contra del leninismo como tal en cuanto al modo organizativo:

«Es necesario que todo obrero consciente comprenda con claridad el carácter pernicioso e inadmisible de todo fraccionalismo, el cual, pese a todo el deseo de los representantes de algunos grupos de mantener la unidad del partido. (...) En esta cuestión, la propaganda debe consistir, por un lado, en aclarar a fondo el daño y el peligro que supone el fraccionalismo desde el punto de vista de la unidad del partido y del ejercicio de la voluntad única de la vanguardia del proletariado como condición fundamental del éxito de la dictadura del proletariado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Informes en el Xº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, del 8 al 16 de marzo de 1921)

Esto no significa como han pretendido los antimarxistas y antileninistas, que el centralismo democrático, método nuclear de organización comunista, se base en una obediencia ciega y fuera de criticismos:

«En la lucha practica contra el fraccionalismo es preciso que cada una de las organizaciones del partido impida con todo rigor cualquier manifestación de ese carácter. Hay que organizar la crítica absolutamente necesaria de los defectos del partido de modo que toda propuesta practica se exponga con la mayor claridad posible y sea sometida en el acto, sin papeleo alguno, al examen y decisión de los organismos dirigentes locales y del organismo central del partido. Todos los que hagan criticas deben, además, tener en cuenta, en lo que respecta a la forma de su crítica, la situación del partido entre los enemigos que lo rodean, y, en lo que se refiere al contenido de la crítica, deben comprobar en la práctica, con su participación personal en la labor de los Soviets y del partido, si se corrigen los errores del partido o de algunos militantes. Todo análisis de la pauta general del partido o la apreciación de su experiencia práctica, la comprobación del cumplimiento de los acuerdos del mismo, el estudio de los métodos para corregir los errores, etc., en modo alguno deben ser sometidos a la discusión previa de los grupos que se forman con cualquier «plataforma», etc., sino que deben ser sometidos exclusivamente a la discusión directa de todos los miembros del partido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Informes en el Xº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, del 8 al 16 de marzo de 1921)

4) La adopción del luxemburgismo en detrimento del leninismo

Los rasgos que había acumulado en el PCE (m-l): burocratismo, formalismo, caciquismo, la pasividad de la militancia y su paupérrimo nivel ideológico, eran ahora considerados defectos que se achacaban al modelo de partido leninista, presentándolo como un modelo rídigido y dictatorial, abrazando la crítica liberal del luxemburgismo al leninismo:

«Ya Rosa Luxemburgo, en 1906, en su libro Partido y sindicatos, criticaba alguno de estos aspectos: «primero se sustituye al partido; luego al Comité Central sustituye al aparato; finalmente, un «dictator único», sustituye al Comité Central», a pesar de las distancias y el tiempo, estas palabras vienen como anillo al dedo». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

Sabemos perfectamente que posición tomó Luxemburgo ante las polémicas de aquella época:

«Conceder a la dirección del partido ese poder absoluto de carácter negativo que Lenin propone [en «Un paso adelante, dos pasos atrás»] implica elevar a una potencia peligrosísima el carácter conservador que tiene esencialmente toda dirección. Si es todo el partido o aún mejor, todo el movimiento el que determina la táctica socialdemócrata, en lugar de un comité central, cada organización del partido precisará el margen de maniobra que le permita la utilización completa de todos los medios para la intensificación de la lucha, así como la extensión de la iniciativa revolucionaria que cada situación ofrece. El ultracentralismo que propugna Lenin, sin embargo, no nos parece impregnado en su esencia por un espíritu positivo creador, sino por un espíritu de vigilante». (Rosa Luxemburgo; Problemas de organización de la socialdemocracia rusa, 1904)

Queda claro que tomar partido por el luxemburgismo es tomar partido por el menchevismo en sus formas de organización, puesto que dicha corriente se oponía una oposición al centralismo democrático, calificándolo de un engendro de burocratismo que degenera la estructura del partido, de método ultracentralista. Como se ve en las polémicas, aunque Luxemburgo decía estar de acuerdo en la necesidad de un partido unificado, coordinado y fuerte, negaba tal concepto a la primera de cambio:

«La camarada Rosa Luxemburgo pretende que nadie, dentro de la socialdemocracia rusa, duda de la necesidad de un partido unificado, y que la discusión gira en torno a la cuestión de un mayor o menor centralismo. En realidad eso no es exacto. Si la camarada Rosa Luxemburgo se hubiese tomado el trabajo de tomar conocimiento de las resoluciones enviadas por los numerosos comités locales del partido que forman la mayoría, habría comprendido inmediatamente esto surge claramente de mi libro que la discusión se refirió sobre todo a la cuestión de saber si el comité central y el órgano central del partido deben o no reflejar la tendencia de la mayoría del congreso. Nuestra estimada camarada no dice una palabra de esta concepción «ultracentralista» y puramente «blanquista», prefiere extenderse en consideraciones contra la sumisión mecánica de la parte al todo, contra la obediencia servil, ciega, y otros horrores de ese género. (...) Le estoy muy agradecido a la camarada Rosa Luxemburgo por las aclaraciones que suministra sobre esa idea profunda de que la sumisión ciega sería mortal para el partido. Pero yo quisiera saber si esta camarada encuentra normal, si juzga admisible, si ella vio en algún otro partido, que la minoría de un congreso retenga la mayoría en las organizaciones centrales, que se presentan como organismos del partido. (...) La camarada Luxemburgo se limita a repetir frases huecas sin tratar de darles un sentido. Agita espantajos sin ir al fondo del debate». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Un paso adelante, dos pasos atrás. Respuesta de Lenin a Rosa Luxemburgo, 1904)

Con la llegada de los bolcheviques al poder, Rosa Luxemburgo mantenía ahora que los bolcheviques no ejercían la dictadura del proletariado sino que en realidad se reducía a la «dictadura de los jefes» quizás obligados por las circustancias, pero que ese era el modelo que ellos querían exportar bajo cualquier situación:

«Esta dictadura debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar paso a paso partiendo de la participación activa de las masas; debe estar bajo su influencia directa, sujeta al control de la actividad pública; debe surgir de la educación política creciente de la masa popular. Indudablemente los bolcheviques hubieran actuado de esta manera de no haber sufrido la terrible presión de la guerra mundial, la ocupación alemana y todas las dificultades anormales que trajeron consigo, lo que inevitablemente tenía que distorsionar cualquier política socialista, por más que estuviera imbuida de las mejores intenciones y los principios más firmes.  (...) El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales circunstancias, recomendándolas al proletariado internacional como un modelo de táctica socialista. Cuando actúan de esta manera, ocultando su genuino e incuestionable rol histórico bajo la hojarasca de los pasos en falso que la necesidad los obligó a dar, prestan un pobre servicio al socialismo internacional por el cual lucharon y sufrieron». (Rosa Luxemburgo; La revolución rusa, 1918)

Luxemburgo distorsionaba aquí el principio leninista de que la dictadura del proletariado, que incluso bajo las condiciones de la guerra civil solo se puede ejercer bajo el partido de la clase obrera –que concentra a los elementos más avanzados de esta clase y dirige a la mayoría de su clase–, y este gobierna y solo puede hacerlo a través de organismos de masas como los soviets y no en detrimento de ellos. Stalin preguntaba, ¿puede darse una distorsión de estos principios?:

 «Sí, pueden darse.

Y pueden darse:

1) si el Partido comienza a erigir su prestigio entre las masas, no sobre la base de su labor y de la confianza de estas masas, sino sobre la base de sus derechos «ilimitados»;

2) si la política del Partido es manifiestamente falsa, y el Partido no quiere revisarla ni corregir su error;

3) si, aun siendo su política, en general, acertada, las masas no están todavia preparadas para asimilarla, y el Partido no quiere o no sabe esperar a que las masas puedan convencerse por su propia experiencia de lo acertado de la política del Partido y trata de imponérsela.

La historia de nuestro Partido ofrece toda una serie de casos de éstos. Diversos grupos y fracciones de nuestro Partido han fracasado y se han disgregado por haber faltado a una de estas tres condiciones, y a veces a las tres juntas.

Pero de aquí se desprende que contraponer la dictadura del proletariado a la «dictadura» dirección del Partido, sólo puede reputarse falso en los casos siguientes:

1) si la dictadura del Partido respecto a la clase obrera no se entiende como una dictadura en el sentido directo de esta palabra «poder que se apoya en la violencia», sino tal y precisamente como la entiende Lenin: como la dirección del Partido, que descarta toda violencia sobre la clase obrera en su conjunto, sobre su mayoría;

2) si el Partido cuenta con las condiciones necesarias para ser el verdadero dirigente de la clase; es decir, si la política del Partido es acertada, si esta política corresponde a los intereses de la clase;

3) si la clase, si la mayoría de la clase acepta esta política, la hace suya, se convence, gracias a la labor del Partido, de lo acertado de esta política, confía en el Partido y lo apoya.

Si se falta a estas condiciones, surge inevitablemente un conflicto entre el Partido y la clase, una escisión entre ellos, su contraposicion.

¿Se puede, acaso, imponer por la fuerza a la clase la direccion del Partido? No, no se puede. En todo caso, semejante dirección no podría ser más o menos duradera. El Partido, si quiere mantenerse como Partido del proletariado, debe saber que, ante todo y sobre todo, es el dirigente, el jefe y el maestro de la clase obrera». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Cuestiones del leninismo, 1926)

Esta es la única forma en que el sistema se mantenga en pie y sea eficaz, puesto que si no es así, claro que se da la temida burocratización del partido y de todo el sistema socialista: claro que aparecen los privilegios, el compadrazgo, la imposición por la fuerza de las resoluciones del gobierno... y en consecuencia la producción o la organización militar no aguantarán ante el primer embite del enemigo de clase, mucho menos en situaciones críticas como una guerra. Pero como se está comprobando... ¡estos defectos no serían fruto del sistema leninista de organización, sino de la falta de la implementación exhaustiva de sus principios! 

¿Qué reflejaban las críticas del luxemburgismo? No comprender nada de la realidad social y de las formas de organización del proletariado, reproducir esquemas premarxistas de organización. Criticando a los ultraizquierdistas alemanes en 1920, Lenin reconocía que estas ideas no eran sino viejas tesis ya combatidas años atrás, en clara referencia al luxemburgismo:

«Hay gentes que se esfuerzan por inventar algo enteramente original y no consiguen más, en su afán de sabiduría, que caer en el ridículo. De todos es sabido que las masas se dividen en clases, que oponer las masas a las clases no puede permitirse más que en un sentido, si se opone una mayoría aplastante, en su totalidad, sin distinguirse las posiciones ocupadas con relación al régimen social de la producción, a categorías que ocupan una posición especial en este régimen; que las clases están generalmente, en la mayoría de los casos, por lo menos en los países civilizados modernos, dirigidas por partidos políticos; que los partidos políticos están dirigidos, por regla general, por grupos más o menos estables de las personas más autorizadas, influyentes, expertas, elegidas para los cargos más responsables y que se llaman jefes. Todo esto es el abecé, todo esto es sencillo y claro. (...) Negar la necesidad del partido y de la disciplina del partido. (...) Llegar con este pretexto a contraponer, en términos generales, la dictadura de las masas a la dictadura de los jefes, es un absurdo ridículo y una imbecilidad. Lo más divertido es que, de hecho, en el lugar de los antiguos jefes que se atenian a las ideas comunes sobre las cosas simples, se destacan encubriéndolo con la consigna de «abajo los jefes»– jefes nuevos que dicen tonterias y disparates que escapan a todo calificativo. (...) Esto equivale a desarmar completamente al proletariado en provecho de la burguesía. Esto da por resultado los vicios pequeñoburgueses: dispersión, inconstancia, falta de capacidad para el dominio de sí mismo, para la unión de los esfuerzos, para la acción organizada que producen inevitablemente, si se es indulgente con ellos, la ruina de todo movimiento revolucionario del proletariado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)

En resumen, una vez formado el partido, utilizar el espantapájaros de la burocratización o la usurpación de una camarilla para mantener los mismos esquemas de desorganización era absurdo. Así pues, pretender otorgar la misma autoridad a todas las secciones del partido desde la cúpula a la base, y decretar la libertad de facciones, era una manifestación de oportunismo:

«Han olvidado ya que antes nuestro Partido no era un todo formalmente organizado, sino, simplemente una suma de diversos grupos, razón por la cual no podía de ningún modo existir entre ellos otra relación que la de la influencia ideológica. Ahora, somos ya un Partido organizado, y esto entraña la creación de una autoridad, la transformación del prestigio de las ideas en el prestigio de la autoridad, la sumisión de las instancias inferiores a las instancias superiores del Partido. (...) Y si hay en las frases sobre burocratismo algún principio, si no son una negación anarquista de la obligación de la parte a someterse al todo, estamos ante el principio del oportunismo, que quiere disminuir la responsabilidad de ciertos intelectuales ante el Partido del proletariado, debilitar la influencia de los organismos centrales, reforzar la autonomía de los elementos menos firmes del Partido, y reducir las relaciones de organización a su reconocimiento meramente platónico, de palabra. (...) Este anarquismo señorial es algo muy peculiar del nihilista ruso. La organización del Partido se le antoja una «fábrica» monstruosa; la sumisión de la parte al todo y de la minoría a la mayoría le parece un «avasallamiento» véanse los folletos de Axelrod; la división del trabajo bajo la dirección de un organismo central hace proferir alaridos tragicómicos contra la transformación de los hombres en «ruedas y tornillos» de un mecanismo y entre estas transformaciones, la que juzga más espantosa es la de los redactores en simples periodistas, la mención de los estatutos de organización del Partido suscita en él un gesto de desprecio y la desdeñosa obsenación –dirigida a los «formalistas» de que se podría vivir sin estatutos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Un paso adelante, dos hacia atrás, 1904)

5) El acercamiento y fusión con otros revisionistas

A principio de la década de los 90, Manuel Blanco Chivite en un artículo de preparación para el próximo congreso titulado «Ideas básicas», diría que había que basarse en una:

«Estrategia común basada en: nuevo proyecto revolucionario, trabajo por la recomposición del campo revolucionario, trabajo por el encuentro, diálogo y coordinación de todos los comunistas o que se reclamen del comunismo o del marxismo revolucionario». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

Esto que se ve aquí se definía como «nuevo proyecto revolucionario», era sin duda la famosa receta de aquellos días entre todos los claudicadores. Recordemos que por aquel entonces otros Secretarios Generales de formaciones muy importantes como el líder del Partido Comunista de Brasil (PCdoB) João Amazonas estaba teorizando reunificar a todos los que como decía Chivite se «reclamasen comunistas» en un mismo partido, haciendo la paz y rehabilitando todos los revisionismos nacionales e internacionales. Véase nuestra obra: «La claudicación del Partido Comunista de Brasil (PCdoB) y la flagrante traición del oportunista João Amazonas» de 2015.

Chivite insistiría en que una vez en su flexibilidad para aceptar o integrarse en otros proyectos políticos:

«Establecido el nuevo partido, no se cerrará ninguna posibilidad de nuevas incorporaciones de grupos o colectivos y personas que deseen aportar nuevos elementos teóricos o prácticos al mismo. (...) Tampoco se cerrará la posibilidad de de integración o unión en un proyecto superior de similares características». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

Bonifacio Sánchez otro partidario afín diría su artículo: «Proyecto revolucionar y unidad de la izquierda» diría sobre estas pretensiones:

«Una alternativa de izquierda, transformadora, que persiga el socialismo, basándose en el marxismo y no en los recetarios al uso que durante generaciones hemos utilizado los comunistas como pobres sucedáneos de aquel. (...) Nos resulta ahora evidente, reconociendo el papel que jugamos y podemos jugar en la sociedad y conociendo algunos, al menos, elementos que en ella se mueven, que somos una corriente marxista más y por tanto que no podemos ser sólo los militantes de este partido los que vayamos a desarrollar ese proyecto». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

Véase aquí el clásico cliqué de los oportunistas que tratan de sepultar la ideología revolucionaria del marxismo: para ellos el fijarse y adoptar las lecciones de las victorias del proletariado en la experiencia soviética o albanesa supone un «recetario» a evitar, ¿y no sería un «recetario» inadmisible aceptar guiarse por el marxismo a secas, que no es sino la síntesis de la teoría y la práctica de los comunistas alemanes como Marx y Engels, después continuada con mayor o menor éxito por Bebel, Mehring y otros? Como se ve dicha teoría se cae por su propio peso. El proletariado de cada país recoge las experiencias válidas de cualquier lugar, sean propias o ajenas. Sería un estrecho error nacionalista negarse a estudiar y adoptar las lecciones pertinentes. En cambio, lo que sí supuso un verdadero error del PCE (m-l) fue el adoptar sin investigación profunda alguna las consignas y teorías del revisionismo de moda que se hace pasar por marxismo como ocurrió con el caso del maoísmo en los años 60, eso demostraba el bajo nivel ideológico de sus líderes.

Si el PCE (m-l) pese a sus limitaciones y errores englobaba la línea más afín al marxismo-leninismo durante las décadas pasadas, ¿de qué supuestas corrientes marxistas hablaba Bonifacio? ¿De un PCE en decadencia y heredero de Carrillo, los grupos marginales del revisionismo soviético como el PCOE o el PCPE, los seguidores de la demagogia y el tercermundismo castrista o los antiguos grupos maoístas y trotskistas desaparecidos o anecdóticos para 1992?

¿Tiene algo que ver este eclecticismo con el marxismo y el leninismo?:

«La famosa libertad de crítica no significa sustituir una teoría con otra, sino liberarse de toda teoría íntegra y meditada, significa eclecticismo y falta de principios. (…) [Marx] censura duramente el eclecticismo en que se incurrió al formular los principios: si hace falta unirse –escribía Marx a los dirigentes del partido–, pactad acuerdos para alcanzar los objetivos prácticos del movimiento, pero no trafiquéis con los principios, no hagáis «concesiones» teóricas. Tal era el pensamiento de Marx, ¡pero resulta que entre nosotros hay gente que en nombre de Marx trata de aminorar la importancia de la teoría!». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

6) La renuncia a la búsqueda de la hegemonía

Pronto todas estas tan «novedosas» y «revolucionarias» se materializaron. El grupo de Chivite, claro controlador del informe principal al infausto congreso de 1991, promovía unido a la libertad de fracciones, también un partido ecléctico en lo ideológico, sin exigir afinidad ideológica a ningún principio fielmente determinado, lo que daba la bienvenida a todo tipo de elementos:

«Hemos de partir de reconocer que lo que podríamos denominar hasta hoy «proyecto PCE (m-l)» está agotado. (...) Crear un nuevo partido comunista, no el partido comunista único y excluyente de la clase obrera». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Elementos para un nuevo proyecto revolucionario; VIº Congreso de 1992)

En Rusia, por ejemplo, sabemos que existieron diversas variantes liquidacionistas tanto de derecha –mencheviques– como de izquierda –otzovistas y ultimalistas–, siendo ambas las caras de la misma moneda. ¿Pero cuáles son las características en este caso del liquidacionismo derechista de tipo menchevique que aquí repite Chivite?:

«El liquidacionismo en el estrecho sentido de la palabra, el liquidacionismo de los mencheviques, consiste ideológicamente en negar la lucha de clase revolucionaria del proletario socialista en general y la hegemonía e nuestra revolución. (…) Desde el punto de vista de organización, el liquidacionismo niega la necesidad de un partido. (…) Nuestro partido no puede avanzar sin liquidar con decisión al liquidacionismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La liquidación del liquidacionismo, 1909)

Stalin diría en base a los fundamentos del marxismo-leninismo, el partido al que debían aspirar el proletariado si deseaba emanciparse:

«El partido tiene que ser, ante todo, el destacamento de vanguardia de la clase obrera. El partido tiene que incorporar a sus filas a todos los mejores elementos de la clase obrera, asimilar su experiencia, su espíritu revolucionario, su devoción infinita a la causa del proletariado. Ahora bien, para ser un verdadero destacamento de vanguardia, el partido tiene que estar pertrechado con una teoría revolucionaria, con el conocimiento de las leyes del movimiento, con el conocimiento de las leyes de la revolución. De otra manera, no puede dirigir la lucha del proletariado, no puede llevar al proletariado tras de sí. El partido no puede ser un verdadero partido si se limita simplemente a registrar lo que siente y piensa la masa de la clase obrera, si se arrastra a la zaga del movimiento espontáneo de ésta, si no sabe vencer la inercia y la indiferencia política del movimiento espontáneo, si no sabe situarse por encima de los intereses momentáneos del proletariado, si no sabe elevar a las masas hasta la comprensión de los intereses de clase del proletariado. El partido tiene que marchar al frente de la clase obrera, tiene que ver más lejos que la clase obrera, tiene que conducir tras de sí al proletariado y no arrastrarse a la zaga del movimiento espontáneo. Esos partidos de la II Internacional, que predican el «seguidismo», son vehículos de la política burguesa, que condena al proletariado al papel de instrumento de la burguesía. Sólo un partido que se sitúe en el punto de vista del destacamento de vanguardia del proletariado y sea capaz de elevar a las masas hasta la comprensión de los intereses de clase del proletariado, sólo un partido así es capaz de apartar a la clase obrera de la senda del tradeunionismo y hacer de ella una fuerza política independiente». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)

Considerar la unión con los revisionistas, quienes precisamente carecen del «conocimiento de las leyes de la revolución», predican el «seguidismo» a la burguesía e impiden «elevar la comprensión de los intereses» de las masas, es inmolar la hegemonía del partido revolucionario.

En consecuencia:

«La diferencia entre el destacamento de vanguardia y el resto de la masa de la clase obrera, entre los afiliados al Partido y los sin partido, no puede desaparecer mientras no desaparezcan las clases, mientras el proletariado vea engrosar sus filas con elementos procedentes de otras clases, mientras la clase obrera, en su conjunto, no pueda elevarse hasta el nivel de destacamento de vanguardia». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)

He ahí porque las «heterodoxas» recetas del PCE (m-l) de Chivite no son sino las recomendaciones «ortodoxas» de los renegados de todas las épocas, que se convirtieron en antimarxistas.

Incluso se pueden ver entre sus tesis conatos de las teorías posmodernas tan famosas durante los 80 y 90 en torno al concepto de clase obrera, ideas que precisamente estaban destinados a poner en tela de juicio el partido de clase obrera, queriendo establecerse en cambio un:

«El concepto de partido de vanguardia de la clase obrera, ha servido como un epíteto autocomplaciente que nos ha impedido realizar un análisis serio de las transformaciones y cambios que se están produciendo en la estructura social, afectando particularmente a la composición de la clase obrera. Esto nos ha llevado a la idealización de una clase obrera, que en buena medida sólo estaba en nuestras mentes». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

Es decir, bajo «la excusa de los cambios producidos» se apela a cambiar de concepto de partido proletario de vanguardia y su estrategia al actuar, todo, debido a la presunta inexistencia, baja existencia o pretendida «transformación» del proletariado, que lejos de argumentarse se especula con formulaciones abstractas y subjetivas en el mejor de los casos. Nótese que no hay diferencia entre esas tesis y las que desarrollaron luego los dirigentes posmodernos de Podemos. Véase nuestra obra: «Las luchas de fracciones en Podemos y su pose ante las masas» de 2017.

Al igual que los grupos socialdemócratas de la actualidad, el PCE (m-l) ponía su énfasis en los movimientos sociales. Guillermo Pérez en su artículo «Las organizaciones sociales y el nuevo proyecto reovlucionario», nos decía:

«Un nuevo proyecto revolucionario necesita de ambos niveles, el nivel marxista, comunista, político global de los partidos transformadores, pero también transformador y revolucionario de las organizaciones sociales. (...) Forman un imprescindible entramado social, un nivel elemental de participación y concienciación. (...) De la misma manera que hemos afirmado que desde la particalidad es impensable que pueda surgir ningún proyecto globalizador, también hay que afirmar que es imposible el surgimiento de este proyecto sin que éste recoja los planteamientos, la colaboración y la participación en el mismo de la vanguardia de estas organizaciones sociales. (...) Es necesario complementar ambos campos, evitando los intentos de hegemonizar o de manipular». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

He aquí como se iguala a la vanguardia del proletariado, el partido comunista, con expresiones variopintas tanto en lo ideológico como social.

Hablando de estas nuevas expresiones, se creía que eran un gran vector revolucionario, ¡incluso recomanda a los comunistas fijarse en las aportaciones teorícas que realizaban!: 

«Organizaciones más clásicas o históricas, donde podríamos situar principalmente: movimiento vecinal, vivienda, condiciones de vida, derechos humanos... caracterizadas en lo general por una pérdida de influencia, capacidad organizativa e ideas, muy a remolque o condicionadas negativamente por el triunfo del PSOE y la transición «democrática». Pudiéndose afirmar que en ellas han ido ganando posiciones la socialdemocracia y en algunos casos la propia derecha. De otro bloque, organizaciones de nuevo cuño, en el que incluímos a las organizaciones de tipo: ecologista, insumismos, antimili, objetores, pacificstas, solidaridad, colectivos de inmigrantes y antiracistas. (...) Están haciendo algunas aportaciones particales interesantes para el conjunto de la izquierda, para la plasmación de un nuevo proyecto revolucionario. (...) Más jóvenes en cuanto a la edad de sus miembros, con mucha más capacidad de mocivlización, con ideas y planteamientos más rompedores. En ellas, la correlación de fuerzas en cuanto a influencia se decanta hacia la izquierda revolucionaria, no tanto en el sentido militante sino en cuanto a posicionamientos políticos (...) En un punto importante habría que ubicar al movimiento feminista». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

Analicemos este texto que es la médula espinal del oportunismo durante estas décadas. Primero. Se planteaba fijar la atención en lo que hoy se ha venido a calificar «luchas identitarias» y «luchas parciales» de estos colectivos, pero «sin tratar de hegemonizar nada» por miedo a asustar a las masas. Segundo. Había una radiografía totalmente irreal, mientras se calibraba correctamente a algunos movimientos sociales como «tomados por la socialdemocracia e incluso la derecha», ocultaban que lo mismo ocurría en las corrientes y «nuevos colectivos» como los feministas. Tercero. Era imposible que estos grupos llevasen un eficiente «trabajo de concienciación de las masas» debido al idealismo ramplante de sus líderes, que traían a colación soluciones desde utópicas hasta reaccionarias, pero inexplicablemente se negaban a poner en la picota a los famosos cabecillasde estos colectivos, que eran los elementos atrasados o corruptos que impedían un verdadero pensamiento y acción revolucionaria en estos movimientos sociales. Cuarto. Se creía que los comunistas debían empapatarse de las teorías y métodos de estos grupos, sin darse cuenta que estos no reproduccían ninguna fórmula original, sino el primitivismo organizativo e ideológico.

¿No es precisamente el hecho de que estas organizaciones sociales sean siempre hegemonizadas por los grupos revisionistas lo que los convierten en otro foco de frustración y derrotas para los elementos honestos? ¿Cómo entonces buscar plegarse ante tal influencia o ir con planteamientos timoratos y conciliadores? Esto es algo que solo puede plantearse un necio, un loco o un oportunista.

El autor de este artículo debería hoy echar un ojo a los grupos feministas, ecologistas, antiracistas y antifascistas de la actualidad, observar a qué dedican el tiempo en sus reuniones formalistas, cómo enfocan los problemas que plantean, ver de cerca su desorganización, su trivial activismo totalmente inofensivo para la burguesía, la forma en que, en resumidas cuentas, no hacen sino reproducir la ideología pseudorevolucionaria, las formas más atrasadas y pusilánimes del revisionismo patrio. No eran ni son «rompedores», no se decantaban ni lo hacen hoy por una «izquierda revolucionaria», sino que pivotan en torno a los pecados de los principales grupos reformistas y anarquistas.

Con ver esto el lector puede darse cuenta de lo equivocado que estaba la dirección del PCE (m-l). ¿Quién precisamente había desarrollado tal tesis? La escisión de 19181 que Chivite mismo había aceptado calificar como «mencheviques sarnosos» de 1981. Véase el capítulo: «La importante fracción de 1981 en el PCE (m-l)» de 2020.

Lenin subrayó siempre que la renuncia a la hegemonía solía ir de la mano del reformismo, y esto a su vez de la liquidación del partido como organización de clase independiente en lo ideológico y organizativo de la influencia burguesa:

«Las tareas del proletariado dimanan de esta situación de forma completa y absolutamente definida. El proletariado como la única clase revolucionaria hasta el fin en la sociedad cantemporánea, debe ser el dirigente, mantener la hegemonía en la lucha de todo el pueblo por la revolución democrática completa, en la lucha de todos los trabajadores y explotados contra los opresores y explotadores. El proletariado es revolucionario sólo cuando tiene conciencia de esta idea de la hegemonía y la realiza. El proletario que aclquirió conciencia de esta tarea es un esclavo alzado contra la esclavitud. El proletario, que no tiene conciencia de la idea de la hegemonía de su clase o que reniega de esta idea, es un esclavo que no comprende la condición de esclavo en que se encuentra; en el mejor de los casos, es un esclavo que lucha por, mejorar su situación de tal, pero no por el derrocamiento de la esclavitud. De aquí se deduce que la famosa fórmula de uno de los jóvenes líderes de nuestro reformismo, el señor Levitski, de la revista Nassha Zariá, quien declaró que la socialdemocracia rusa «no debe pretender a a hegemonía, sino a ser un partido de clase», es una fórmula del más consecuente reformismo. Más aún, es la fórmula de la apostasía completa. Afirmar: «no debe pretender a la hegemonía, sino a ser un partido «de clase», significa pasarse al lado de la burguesía, al lado de los liberales. (...) Pero la renuncia a la idea de la hegemonía es la variedad más burda del reformismo en las filas de la socialdemocracia rusa, por lo que no todos los liquidadores se deciden a manifestar abiertamente sus ideas en forma tan determinada. Algunos de ellos como el señor Mártov intentan incluso, burlándose de la verdad, negar la ligazón que existe entre la renuncia a la hegemonía y el liquidacionismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El reformismo en el seno de la socialdemocracia rusa, 1911)

Destapando finalmente los objetivos, este nuevo PCE (m-l) degenerado decía que pretendía tomar partido en un proyecto que desarrollase un:

«Trabajo por la unidad de la izquierda como línea general para conquistar una mayoría social que permita la toma y gestión del poder del Estado por parte de los trabajadores y el pueblo y su democratización radical». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)

Se borra aquí el concepto de revolución, el concepto de partido de vanguardia de la clase obrera, el concepto de violencia revolucionaria, de dictadura del proletariado, el propio rol de la clase obrera en dicha revolución. Esta frase puede ser firmada por cualquier socialdemócrata de turno.

Los comunistas albanenses dirían de este tipo de concepciones clásicas de los titoístas y togliattistas:

«Negar la necesidad de la dirección del partido comunista, a ejemplo de los dirigentes del PCI y los revisionistas yugoslavos, significa dejar a la clase obrera y a todos los trabajadores sin su estado mayor político, significa dejarlos desorganizados y desarmados ante sus enemigos, esto se traduce en alejarlos del socialismo y abandonarlos para siempre a la opresión y la explotación capitalista, porque ni la victoria de la revolución socialista, ni la dictadura del proletariado, ni la exitosa edificación del socialismo y del comunismo pueden realizarse sin el partido marxista-leninista de la clase obrera, sin su rol de organizador, movilizador, de dirigente y de guía. No hay duda que en la lucha por la victoria del socialismo y el éxito de su edificación también pueden participar otros partidos y otras organizaciones no comunistas. Pero esto no es de ninguna manera una ley general de la marcha hacia el socialismo, sino que se trata solamente de una particularidad nacional e histórica de uno u otro país que se relaciona con diversas y concretas circunstancias y que no niega lo que sí es una ley general e indispensable para cada país –la dirección de un partido único, de un partido marxista-leninista en el curso de la revolución y de la edificación del socialismo–. Esta ley ha sido confirmada por la experiencia de muchos países socialista donde ha habido y donde incluso existen ciertos otros partidos y organizaciones políticas». (Zëri i Popullit; A propósito de las tesis concernientes al Xº Congreso del Partido Comunista Italiano, 18 de noviembre de 1962)

¿Acaso lo que aquí dicen los revolucionarios albaneses ha dejado de tener vigencia? ¿La historia ha demostrado en todas estas décadas lo contrario?

7) Chivite y sus ilusiones hacia Podemos

Todo demostraba que Chivite atacaba frontalmente el legado del partido en los últimos años, y demostraba que se había convertido en un ideólogo más de la burguesía:

«Los ideólogos burgueses y revisionistas pretenden teorizar que ya no es necesario un partido de vanguardia del proletariado. Nada más lejos de la verdad objetiva. Precisamente en esta fase aguda de la lucha de clase bajo nuevas formas, y de extrema crisis del conjunto del sistema imperialista mundial, que amenaza a todos los pueblos del mundo con una nueva guerra generalizada de perspectivas apocalípticas, la lucha por el derrocamiento de esos crímenes capitalistas causantes de las crisis y de las guerras y por una nueva sociedad socialista, es más urgente y actual que nunca». (Elena Ódena; El partido de vanguardia y la lucha por el socialismo, 1985)

Con razón en años sucesivos los restos de ese PCE (m-l) que había degenerado, en su disolución en 1992 esa militancia quedaría desorganizada y totalmente desmoralizada, otros acorde a su «evolución ideológica» de los últimos años pidieron el ingreso tanto en Izquierda Unida como ahora en Podemos. Ahora IU está aliada electoralmente con Podemos desde 2016, aunque no sabemos por cuánto tiempo. Ciertamente las tesis que en 1992 manejaba el grupo de Chivite en el PCE (m-l) socialdemocratizado recuerdan en exceso a las tesis actuales de los líderes de Podemos, una agrupación política liderada entre otros en sus inicios por Juan Carlos Monedero, Iñigo Errejón o Pablo Iglesias, propagandistas del «precariado» y otras teorías que también niegan la existencia de la clase obrera, del proletariado como tal. Véase nuestra obra: «Las luchas de fracciones en Podemos y su pose ante las masas» de 2017.

No por casualidad Chivite manifestó en 2015 su simpatía con esta nueva marca socialdemócrata, como luego veremos.

Estas tesis han sido clásicas entre los ideólogos del existencialismo, de la Escuela de Frankfurt, eurocomunistas, estructuralistas, posmodernos y demás intelectualoides aburguesados, sean del signo que sean, y bajo las etiquetas con las que quieran decorarse. Y como hemos expresado en otras ocasiones, la teoría del precariado bebe directamente de otras teorías como la famosa Escuela de Frankfurt, la cual: 

«Niega al proletariado como clase ascendente de la historia, como clase que debe hegemonizar la superación del capitalismo. Clamaban que a causa de los medios masivos de información la alienación existente entre el proletariado en los países de la «sociedad de consumo» era enorme, que se había aburguesado, no pudiendo ser ya el sujeto determinante, transformador. Así algunos autores finalizaron calificando a la intelectualidad o incluso al lumpemproletariado como vanguardia [también al famoso e indefinido «precariado»], como capa social que cumplirían las veces de «clase determinante o ascendente» [revolucionaria], una completa aberración teórica por varias razones.

1) Gran parte de la intelectualidad en el capitalismo no puede sobrevivir sin prestar servicio a disposición de quién le paga: la burguesía; además la intelectualidad es una capa social que procede de varias clases sociales, gran parte de ella sale de las capas acomodadas, sus miembros están muy alejados del peso del tipo de trabajo físico, por lo que corre el riesgo de alejarse del proletariado sino asimila su teoría y mantiene lazos cercanos con él. 

2) El lumpen por lo general es un elemento oportunista carente de todo principio ideológico y moral, es el esquirol y matón por excelencia, sobrevive gracias a cumplir los servicios de la burguesía, reúne en él los peores vicios de la sociedad burguesa, de hecho esta última se vale de su modo de pensar y actuar para hacer degenerar a los trabajadores, en especial a los jóvenes, propagando la cultura lumpen en los medios de comunicación como modelo a seguir para desactivar el movimiento proletario revolucionario.

3) La clase obrera es la única clase que por su lugar en la producción asegura su reproducción conforme el capitalismo se expande, no se produce su descomposición como ocurre con otras capas como la pequeña burguesía, su carencia de cualquier medio de producción y su concentración en zonas de trabajo hace proclive a su agrupamiento y solidaridad entre sus miembros, el rol que ocupa en la producción le da una posición decisiva, suponiendo el mayor peligro para la burguesía en caso de que decida levantarse, la condición de desposeída de toda propiedad hace que a diferencia de otras viejas clases de la historia que pugnaban por el poder, la clase obrera no necesita tomar el poder para asegurar su poder y propiedad, sino para liberar al ser humano de la explotación del hombre por el hombre, eso sumado a que es la única clase social que cuenta con una doctrina científica como es el marxismo-leninismo, hace que la clase obrera sea la clase de vanguardia para destruir al capitalismo sin discusión.

4) La alienación no es un fenómeno exclusivo de la sociedad capitalista, ya estaba presente en el feudalismo y en otros sistemas, solo que los medios por los que ejercer esta alienación son diferentes, la clase obrera puede repeler esta alienación si se agrupa, difunde su doctrina, analiza y expone las causas de los problemas candentes y les propone dar solución por la vía revolucionaria.

Pese al bajo nivel de concienciación política en muchos lugares, a la burguesía le es muy difícil camuflar las contradicciones existentes en la sociedad de clases: un proletario sabe distinguir que él está desposeído de los medios de producción y que un burgués los posee.

a) Sabe de sobra que en caso de perder su puesto de trabajo depende de que otro burgués le requiera para poder trabajar, que ni siquiera con una formación laboral adecuada o una larga experiencia tiene garantizado el derecho al trabajo.

b) Es consciente que en las profesiones no se cobra acorde a su importancia, que él por ejemplo cobra un salario ridículo para el tiempo que trabaja y el esfuerzo que dedica y que otro de otra rama o incluso un superior cobra el triple.

c) Conoce de sobra que si comete una infracción la justicia no será la misma que para alguien adinerado.

d) Se da cuenta perfectamente que los políticos que están en el poder y se postulan para entrar en él, no son de su misma clase social. 

e) La experiencia le dice que las crisis no las pagan los ricos ni siquiera cuando la han provocado por especulaciones y corruptelas manifiestas, que siempre terminan siendo pagadas por los trabajadores, etc. 

Todo esto arrastra espontáneamente quiérase o no al proletariado hacia la lucha de clases, y los que toman concienciación, hacia inclinaciones anticapitalistas. 

Otra cosa muy diferente es que a falta de un factor subjetivo como es la organización del proletariado y el estudio de su doctrina marxista-leninista y bajo la presión ideológica constante de la burguesía y sus agentes, no lleguen a buen puerto y el proletariado se desvíe.

Por todo esto, la llamada Escuela de Frankfurt tuvo una influencia brutal en los movimientos de mayo de 68, en la propia conformación del hippismo, del eurocomunismo y del postmodernismo. La «Escuela de Frankfurt» ha hecho las veces de «quinta columna» dentro del marxismo». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

Queda por tanto que sobre todo en momentos de crisis capitalista, todas las teorías que niegan de una u otra formas las conclusiones fundamentales del marxismo en torno a la clase obrera, se chocan de bruces contra la realidad material, incluido en el concepto de partido que ella debe adoptar.

En 2015, ante la irrupción de Podemos, Manuel Chivite, con su habitual verborrea, escribía lo siguiente validando el proyecto:

«Se espera mucho de Podemos.

Mucha gente, millones, espera mucho de Podemos. Ahora bien: ¿espera mucho de Podemos o espera mucho de sus dirigentes a uno u otro nivel? Porque si en verdad podemos, los dirigentes son algo, quizás importante, pero siempre circunstancial; y si realmente podemos es porque poder –poder cambiar, poder mejorar– está en nuestras manos y no en las de un grupo mejor o peor de dirigentes.

Y si en verdad no podemos, entonces limitémonos a votar como el niño que escribe a los Reyes Magos, y a esperar que nos llenen los zapatos con regalos que nos merecemos –así lo creemos– porque hemos sido buenos. Entonces, no podemos tanto.

Creo, como muchos, que podemos y que tal afirmación significa ante todo ejercer ese poder que tenemos y el voto, en todo caso, no es más que el principio de un largo y desde luego, atención, difícil camino. Como decía aquel: la lucha empieza al día siguiente. No habrá zapatos con regalos de los Reyes». (Manuel Blanco Chivite; PODEMOS. ¿Podemos?, 2015)

¿De dónde nacieron estas equivocadas ilusiones con Podemos? ¿Era garantía de algo para las clases trabajadoras? Solo un necio apolítico, un trabajador con bajo nivel de formación o un veterano oportunista pudieron pensarlo así. En su caso ya sabemos que esto último:

«Pese a lo que digan los ilusos, Podemos no puede servir para proponer o hacer nada que no se haya visto en otros partidos de corte reformista con sus sonados fracasos [véase lo que ocurrió con sus aliados internacionales de Syriza en el gobierno durante 2015-2019 y la justificación de Podemos a las traiciones hacia el pueblo griego], sus propuestas no se salen de los límites del sistema actual, pero es que ni siquiera cumplirán los aspectos más progresistas de su programa, y ni mucho menos harán otras cosas que sus seguidores fantasean [y que sus líderes ni quiera oír hablar de ello]. Pongamos unos breves ejemplos de estas ilusiones. Hay quienes dicen que Podemos es un «frente de varias organizaciones y corrientes de izquierda», serviría para «poner freno a los grandes monopolios», que «podría sacarnos de la OTAN» [cuestión que Podemos ya no cuestiona], que «podría proponer sobre la mesa una lucha contra la monárquica corrupta» [algo que Podemos también ha olvidado], que «acercaría a los obreros al comunismo» [ahora se reconocen abiertamente como socialdemócratas]. Esta gente en efecto no conoce ni ha estudiado las obras del comunismo, ni la propia historia del movimiento obrero de su país. Uno de los requisitos básicos para que triunfe un frente anticapitalista, es la existencia de un partido comunista, que si bien puede que no sea vanguardia al inicio, intentará ganarse tal posición por su línea política ante las masas trabajadoras, precisamente apoyándose en los obreros cansados de las bonitas palabras de los reformistas, y de la incapacidad de su dirigencia reformista de romper la colaboración de clase con la burguesía y su sistema, que no los libra de la explotación. Delegar en manos de reformistas y organizaciones de este tipo cuestiones como poner freno a los grandes monopolios y salirse de la OTAN... es un verdadero acto de fe sin respaldo en la historia. Ahí tenemos la actuación del PSOE de González con la OTAN. Lo mismo cabe decir de las promesas del PCE de Carrillo-Ibárruri de luchar contra la monarquía. ¿Tanto tiempo han pasado de estas traiciones para que la gente se deje engañar de nuevo? Más bien habría que decir que se ha hablado muy poco de ellas. Por último, ¿quién va a «enseñar» marxismo al obrero, el partido de Pablo Iglesias que alaba el trotskismo y el «socialismo del siglo XXI» mientras ataca frontalmente el «dogmatismo de Lenin y Stalin»? ¿Una agrupación que rechaza el centralismo democrático en favor del fraccionalismo y el eclecticismo ideológico? Una organización así no solo no va al socialismo, no va con seguridad ni a la vuelta de la esquina. Sigan soñando». (Equipo de Bitácora (M-L); Crítica al artículo: «Podemos» irrumpe con fuerza en el panorama español, 2014)

Precisamente, en esas fechas en que Chivite creía en Podemos, la formación ya se había desenmascarado ella sola ante las masas. A partir de entonces en cada elección general y municipal iba cuesta abajo, perdiendo votos y escaños a un ritmo vertiginoso que no ha cesado hoy. Toda su meteórica derechización en lo que ya era un partido socialdemócrata lo hemos ido retransmitiendo estos años. El lector puede comprobar todo esto en el extenso artículo que sigue a continuación. ¿Pero qué era Podemos como partido para que Chivite confiase en él?:

«¿Pero se puede hablar de una ideología clara en Podemos? Es evidente que no. De hecho tal característica es una resultante de la forma en que se conformó la organización en 2014. Y es que Podemos nace de la convergencia de varios factores, esencialmente los voluntaristas-anarquistas del «movimiento 15M» y los trotskistas de la «izquierda altermundista», pero el impulso definitivo lo recibe de «intelectuales burgueses progresistas» de la Universidad Complutense con la complicidad como decimos del partido trotskizante de la Izquierda Anticapitalista (IA). A partir de ahí diversos grupúsculos se han ido agregando a Podemos sumándose al proyecto revisionista. En cuanto al líder de Podemos, Pablo Iglesias, este se ha sentido siempre identificado con el «socialismo del siglo XXI» tanto de Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, y en general con los viejos partidos herederos del eurocomunismo que forman parte en Europa del Partido de la Izquierda Europea (PIE); pero en sus planteamientos políticos no es difícil identificar desde posturas que lo aproximan a neoliberal Fukuyama, al pseudorevolucionario y antimarxistaleninista Negri, hasta ver en lo económico que sus recetas se mueven entre Keynes y Hayek. No obstante, por influencia de los revisionistas del «socialismo del siglo XXI» el líder de Podemos en ocasiones, sobre todo en un inicio, se reivindicaba marxista o de herencia marxista sin dejar de identificarse con todo tipo de fauna antimarxista, tiempo después declaraba a su organización fuera del debate ideológico izquierda-derecha buscando la «centralidad y neutralidad en el tablero político-ideológico»; para que luego en la actualidad, y desde hace corto tiempo, Pablo Iglesias se autodenomine socialdemócrata. Como se ve no hay un hilo conductor fijo en la cuestión ideológica, varía según las circunstancias. Lo que es claro es que las propuestas políticas de Podemos se pueden comparar tanto con las del infame PSOE de los 80, como con las de su amigo Alexis Tsipras y el desastroso «socialismo del siglo XXI» griego». (Equipo de Bitácora (M-L); Las luchas de fracciones en Podemos y su pose ante las masas, 2017)

El reciente apoyo de Chivite a Podemos solo confirma que ha sido y es un agente, no sabemos si pagado o gratuito, de la socialdemocracia en el movimiento obrero y comunista durante las últimas décadas. 

Pero como sabemos... «Roma no paga a traidores». El acercamiento de Chivite hacia la nueva formación terminó cuando Podemos por «cuestiones de marketing» rehusó compartir mesa con su nuevo adulador:

«El antiguo militante del PCE (m-l) y el FRAP fue invitado a intervenir por los organizadores del maratón de cine para hablar de la película sobre Puig Antich, condenado a garrote vil y finalmente fusilado en 1974 junto con el joven polaco Heinz Chez, que nada tenía que ver con el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) ni con el atentado contra un policía del que se acusó a Antich. Blanco Chivite iba a intervenir como miembro de La Comuna, asociación represaliados de la última etapa del franquismo. «Pero a las veinticuatro horas de decir que allí estaríamos y que iba a hablar yo, me llamaron del grupo de prensa de Podemos para comunicarme que era mejor que no estuviera en la mesa redonda porque tenían miedo de que determinados medios de comunicación destacasen que Pablo Iglesias se sentaba con un antiguo miembro del FRAP». Un portavoz autorizado de Podemos confirmó este extremo diciendo que no había sido un veto sino «una indicación» para no dar bazas a los enemigos políticos». (Cuartopoder; Blanco Chivite: «Quiero que Podemos discuta por qué me ha vetado», 2017)

Que ante tal desplante Chivite aceptase sin más esta falta de respeto hacia los antifranquistas, que no haya hecho desde entonces una crítica ideológica hacia la formación, denota hasta qué punto está domesticado, hasta que punto ha perdido hasta el amor propio.

***

¿Qué podemos extraer como lección de la carrera política de Chivite?

El hecho de que una figura como él militase en una vieja organización marxista-leninista como el PCE (m-l), que haya sido un antifascista encarcelado y juzgado por el franquismo o, que en los últimos años se haya dedicado a colaborar en asociaciones que reclaman justicia en una causa tan lícita como la justicia y reparación para las víctimas del franquismo –eso sí… desde puntos de vista totalmente despolitizadas de un pensamiento marxista–,  no cambia un ápice –ni debería cambiar para el lector– la opinión que nos merece el que a todas luces es un traidor como ha demostrado la historia, de igual forma que lo fue y lo es su ex camarada Raúl Marco. Y es que a los traidores no les salva su bagaje político pasado o el participar de algunas causas honorificas antifranquistas «light», sino que lo respalda absolutamente toda su trayectoria, su posterior evolución y su trabajo presente por la causa marxista-leninista, y si en esto falla –como claramente es el caso–, hay que decirlo, pues Chivite y similares ya tendrán a sus palmeros para aplaudir a estas figuras como «venerados y veteranos camaradas». Nosotros en cambio, preferimos señalar –siempre con las pruebas en la mano– a los traidores de la causa y recordar como se merecen a las figuras famosas que –pese a sus errores– murieron con las botas puestas sin traicionar las bases, o a los militantes, colaboradores y simpatizantes no tan conocidos que acabaron de igual forma o que siguen al pie del cañón. Dejemos que los oportunistas recuerden y alaben a los viejos dinosaurios del revisionismo, nosotros tenemos nuestros propios héroes, y a diferencia de los suyos, no están construido en base a una historia ficticia de cara a la galería». (Equipo de Bitácora (M-L)Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2020)

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