«Este capítulo es un inciso necesario en el grueso del texto, presentado a modo de contextualización del problema del tratamiento de la cuestión nacional por las fuerzas progresistas en España desde el siglo XIX hasta hoy día. Hemos visto necesario desviarnos de la temática estrictamente referida al PCE (m-l), mas con el único objetivo de comprender mejor sus posturas en el contexto teórico español que abarca desde el siglo XIX hasta hoy día. Pedimos al lector su comprensión en este punto.
En España encontramos a Francisco Pi y Margall (1824-1901), que desarrolló su obra durante la segunda mitad del siglo XIX y que se postula como una de las figuras de mayor estudio y sensibilidad sobre la cuestión nacional en cuanto a entender la variada idiosincrasia que existe en lo que hoy se conoce como España. Pero Pi y Margall pese a su honradez, humanismo y alto pensamiento progresista para su tiempo –preocupado incluso, como decía Engels por la cuestión obrera y social–, no podemos decir que fuese un socialista de tipo materialista-dialéctico, pues pese a su autodenominación como socialista nunca pasó de ser un socialista utópico a lo sumo. Pi i Margall, un total desconocido en la actualidad, sin duda se sitúa en la historia como el exponente más brillante del socialismo utópico español. Los pensadores de las numerosas escuelas utópicas que poblaban España desde la década de 1840 habían dejado de lado la cuestión nacional, haciendose eco del nacionalismo, de ideas semireligiosas, legalistas, de conciliación entre clases, etc. Entre los socialistas utópicos más destacados antes de la obra de Pi i Margall encontramos a Joaquín de Abreu, liberal-fourierista, Sixto Cámara, proudhoniano defensor del «iberismo» –la unión nacional entre Portugal y España–, los «icarianos» –Abdón Terradas, Narciso Monturiol, etc.–, que tenían una predisposición mesiánica y hablaban de entablar un viaje al estilo del «arca de Noé» hacia la «tierra prometida, Icaria» para librar al pueblo de sus males y, por último, Fernando Garrido, cuyo pensamiento es el más similar de entre todos los utópicos a aquél de Pi i Margall, pero sin desarrollarlo con la misma claridad, fuerza y espíritu revolucionario. El pensamiento de Pi i Margall, pese a contener las limitaciones filosóficas y políticas que conllevaba haber sido el primero en romper con las tradiciones reaccionarias implícitas en el socialismo utópico español hasta entonces, nos legó infinidad de reflexiones que vale la pena repasar en la actualidad, sobre todo en torno a la propia cuestión nacional:
«Esto es, constituyen, por una parte, procesos históricos y cambian con el tiempo y, por otra, son colectividades heterogéneas en su interior. En un pasaje decisivo de su artículo «Las naciones», recogido en Lecciones de federalismo, se afirma: «Todas las naciones son unidades orgánicas. Si no lo fueran dejarían de ser naciones. Más esto no significa que tengan ni obligados órganos, ni obligados organismos… [En cuanto] Seres colectivos y libres, tienen todas distinta organización, y la cambian según las evoluciones de las ideas y las necesidades de los tiempos. Se quiere hacer hoy a las naciones poco menos que ídolos. Se las supone eternas, santas, inviolables; se las presenta como algo superior a la voluntad, como esas formaciones que vemos en la naturaleza, obra de los siglos» (119). En pocos lugares se muestra tan a las claras el dual concepto de nación de Pi, en cuanto realidad simultáneamente socio-histórica y político-voluntarista». (Ramón Máiz; Federalismo, republicanismo y socialismo en Pi i Margall, 2009)
El barcelonés diría sobre las naciones más detalladamente:
«Esto es, constituyen, por una parte, procesos históricos y cambian con el tiempo y, por otra, son No vaya V. a creer que yo sea enemigo de la nacionalidad... pero cuan insensato es decir que no cabe tocarla ni siquiera para reconstituirla sobre estas o las otras bases. Está, como todo, sujeta a mudanzas y al progreso de los siglos; y hoy, época de libertad, por la libertad es indispensable que se organice y viva. Es ahora hija de la fuerza, y queremos que lo sea mañana de la libre voluntad de los pueblos que la componen. Oprime ahora y violenta a los pueblos y las regiones, y queremos que respete la autonomía de los unos y las otras sin perder un ápice de la suya dentro del círculo de los intereses nacionales». (Francisco Pi y Margall; Las Luchas de nuestros días, 1890)
Durante el transcurso de este texto lo citaremos en más de una ocasión. ¿Significa eso que para los marxista-leninistas Pi y Margall debe de ser el hilo conductor en la cuestión nacional? Ni mucho menos pretendemos eso. En su pensamiento vemos condensadas las grandes ambigüedades y contradicciones del «federalismo» de la época. En su famosa obra magna «Las nacionalidades» de 1877, encontramos tramos brillantes y otros muy oscuros, ambiguos, otros directamente poco acertados.
Por un lado, consideraba que existía la «nación española» desde 1580, pero al mismo tiempo en los inicios del siglo XIX cita hasta «trece naciones» contra las que se tuvo que enfrentar Napoleón. Una afirmación extraña, que no sería la única, ya que igual que federación o confederación, utilizaba indistintamente nación y nacionalidad.
Reconocía que «al Norte de España hay un pueblo que difiere totalmente de nosotros por su raza, por su lengua, y por la índole y el desarrollo de sus instituciones, el vasco», que veía factible que «un día se propusiese construir una nación» pero ponía el condicionante de que «Francia y España estuvieran conformes en disgregarlo de su respectivo territorio, obvio que, por el disentimiento de las dos naciones, sería posible establecer una nueva nación». Esto es contradictorio para alguien como Pi y Margall, favorable a las «libres asociaciones entre pueblos», partiendo de que «entre soberanos solo caben pactos», que denunciaba el fracaso de la «unidad en el despotismo» en España, con la invasión, conquista y los intentos de asimilación forzosa de Castilla sobre los territorios vascos y navarros, dijera tal cosa. De igual modo, dejar la autodeterminación de los pueblos al «consenso» entre la nación oprimida y opresora, dirigidas ambas por clases explotadoras, es evadirse de la realidad histórico y presente, pues: 1) la mayoría de casos, dicha unión ha sido por la fuerza, y en caso de no ser así, cada pueblo tiene libertad de cambiar de opinión; 2) la mayoría de países opresores no están dispuestos a permitir esa emancipación del país oprimido.
Del mismo modo, Pi hace gala del enredo teórico que sufría el federalismo, ya que se queja de la división administrativa de 1833 por dividir las antiguas 14 regiones históricas en 49 provincias: «quiero la reconstitución de las antiguas provincias» porque «casi todas fueron naciones durante siglos». Aquí de nuevo Pi demuestra lo alejado que está del marxismo, pues las naciones no se forman sino en los albores del capitalismo, por tanto, es imposible que alguna de esas 14 regiones históricas fueran «naciones» según el concepto marxista, que luego veremos. De igual modo entre esas «regiones históricas» figuran Sevilla y Granada, las cuales según Pi serían «naciones», pero en otras obras nos habla indistintamente de ambos como «andaluces». Por lo que el barcelonés pese a sus grandes aciertos en varios temas, no tenía una visión clara del problema.
Con la fundación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1789 bajo la dirección del por entonces marxista Pablo Iglesias Posse (1850-1925), se creía que la problemática de las diferentes regiones y sus reivindicaciones iba a tenerse en cuenta, que el pretendido partido proletario y marxista resolvería de forma científica esta cuestión, para que al menos sobre el papel, se trabajase sobre un futuro mejor sobre dicha cuestión. Pero esto distaba de la realidad. Bajo un pretendido halo internacionalista, se proponía un vago modelo federalista, donde las regiones integradas lo serían integradas no por el ejercicio de su soberanía, sino una federación impuesta, lo que Pi y Margall llamaba desde hace años, un «federalismo unitario»:
«El socialismo español evolucionó hacia el autonomismo sin una reflexión ideológica elaborada sobre la cuestión nacional, como consecuencia de una serie de pronunciamientos puntuales a los que estuvo obligado por la acción de los nacionalismos. Inicialmente, y bajo una retórica internacionalista, se les contrapone un federalismo retórico y escasamente desarrollado, generalista e igualitario. El federalismo citado en algunos artículos, discursos y documentos no supone la reconstitución original de España a través de pactos territoriales soberanos, sino su reorganización interna desde el reconocimiento a la autonomía tanto del individuo como de las regiones y demás organismos, pero respetando la soberanía nacional como único poder originario y la igualdad de derechos de los ciudadanos». (Daniel Guerra Sesmas; Socialismo y cuestión nacional en la España de la restauración (1875-1931), 2007)
Pese al acercamiento inicial entre federalistas y marxistas. Las ideas de los primeros eran ampliamente criticadas desde los segundos, pues se centran más en un cambio de modelo de estructura del Estado que en la cuestión social, en esto llevaban razón los marxistas del incipiente PSOE:
«Yerro es también afirmar, como afirma el Sr. Pi y Arsuaga, que «sólo dentro de un régimen republicano y federalista caben los mismos sistemas socialistas que con tanto encono se pretende presentar como adversarios nuestros». Si las Repúblicas federales tienen por base, lo mismo que las Monarquías, la propiedad individual de los medios de producción y de cambio, ¿cómo es posible que sin destruir esa base pueda establecerse un sistema social que tiene por fundamento la propiedad colectiva o común?». (El Socialista, 13 de julio de 1894)
Téngase en cuenta que, para los marxistas, también estaba reciente la experiencia de la insurrección cantonalista de 1873-74, que era producto del federalismo más extremo, llevado hasta las últimas consecuencias, y con una visión anarquista. Véase los comentarios de Engels en su obra: «Los bakuninistas en acción» de 1874.
El marxismo llegó a España cuando el anarquismo estaba ya francamente arraigado entre las masas como confesaba Marx y Engels en sus cartas. Justo en un momento en que el reformismo estaba empezando a ganar a todos los partidos obreros europeos y dividiéndolos en su seno entre el ala revolucionaria y el reformista. Y como sabemos, en estas trifulcas, el sector revolucionario no sale indemne, y en este caso, no variaría la historia: no consiguió depurarse de las influencias de los reformistas o de otro tipo de desviaciones comunes a su época.
Es innegable la labor de propaganda y agitación de Pablo Iglesias Posse en favor del marxismo y durante el siglo XIX e inicios del siglo XX, dirigiendo gran parte de sus dardos contra las deformaciones reformistas y sufriendo por ello una feroz represión, pero no podemos olvidar su posterior recorrido político que también forma parte de su biografía.
Ya durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) el PSOE adoptó en principio y teóricamente una posición neutral ante la guerra imperialista internacional, pero la postura aliadófila se acabó imponiendo, razón por la que el PSOE no participaría en la famosa Conferencia de Zimmerwald de 1915 donde los partidos revolucionarios condenarían dicha guerra como un enfrentamiento imperialista.
Pablo Iglesias Posse saludó favorablemente la Revolución Bolchevique de 1917, pero criticó desde una óptica liberal ciertas de las medidas del gobierno bolchevique, críticas muy similares a las de Rosa Luxemburgo en su momento. Poco después, en el Congreso Extraordinario de 1920, la militancia del PSOE demandaba abandonar la desacreditada II Internacional e ingresar en la nueva Internacional Comunista; y de hecho así se decidió en un principio, con más de 8.000 votos a favor y tan sólo 5.000 en contra. Pero los líderes del PSOE, como el propio Pablo Iglesias, Indalecio Prieto, Julián Besteiro o Largo Caballero, se negaron a aceptar las 21 condiciones que la Internacional Comunista exigía a cualquier partido para ingresar en ella. Esto era normal, ya que suponía tener que purgar las desviaciones y personalidades reformistas que el PSOE (especialmente su cúpula) llevaba arrastrando desde tiempo atrás. Poco después, estos líderes, aprovechando la ausencia de un número importante de delegados en el Congreso Extraordinario de 1921 –sin los cuales no se llegaba a representar ni a un 30% de los afiliados del partido–forzaron la situación para que se repitiese la votación anterior, saldándose esta vez con unos resultados en favor del reformismo con 8.269 frente a 5.016. A la postre, el PSOE acabaría reintegrándose en la II Internacional, lo que indicaba el posicionamiento político reaccionario del partido y sus líderes. Esto causaría las sucesivas escisiones en el PSOE de que darían pie a la fundación del Partido Comunista de España (PCE) ese mismo año.
Ante el golpe de Estado de Primo de Rivera de 1923, el PSOE volvió a mantener una postura de ambigüedad: por un lado se condenaba el golpe pero se instaba a la pasividad pidiendo calma. No se tardó en plantear una política de colaboración –encabezada por Largo Caballero– que le permitiría mantenerse en la legalidad mientras los revolucionarios como anarquistas y comunistas eran duramente reprimidos.
Esto demuestra una vez que los otrora jefes revolucionarios no deben ser venerados como seres infalibles, ya que pueden degenerar y convertirse en aquello contra lo que luchaban antaño.
Este contexto nos demuestra que el PSOE estaba terminando de mutar en un partido reaccionario durante la infancia del siglo XX. Esto no podía sino tener repercusiones en el planteamiento de la cuestión nacional. Con los años, lejos de desarrollarse o incluso tenerse en cuenta aquél «federalismo desde arriba», el PSOE se convertiría poco a poco en un partido interesado por mantener el poder central, con posturas, por así decirlo, procastellanas. No superaron su anterior postura de «federalismo desde arriba», forzado, sino que la sustituyeron por otra igualmente reaccionaria: ahora el PSOE directamente negaba prestar cualquier atención requerida a la cuestión nacional, la cual estaba en auge en zonas como Euskadi o Cataluña. Adoptó con ello, posiciones francamente nacionalistas:
«Nosotros lo decimos como lo sentimos, dadas las circunstancias actuales, quisiéramos un Gobierno que prohibiese los Juegos Florales, donde se ensalzan las costumbres de una región en detrimento de otras, que no permitiera la literatura regionalista y que acabara con todos los dialectos y todas las lenguas diferentes de la nacional, que son causa de que hombres de un país se miren como enemigos y no como hermanos». (La lucha de Clases; Periódico del PSOE, Bilbao, 1899)
Negando de lleno el derecho a usar su idioma y adoptando con ello, posiciones francamente chovinistas:
«Para el reforzamiento de los lazos entre el País Vasco y España, el Euskera debe obligatoriamente desaparecer; para los socialistas españoles la lengua vasca no tiene lugar en la sociedad moderna». (La lucha de Clases; Periódico del PSOE, Bilbao, 1911)
Estaba claro que el PSOE no comprendía la cuestión nacional. Entre las razones de esto se resumen en que:
«El socialismo llegó a España tarde desde el primer instante transido de burocratismo y herido ya de reformismo sin entusiasmo, sin vigor revolucionario, mostrando el germen de lo que ahora ha llegado a ser: como el criado servil de la burguesía para el momento de peligro». (Fernández Armesto; La misión de la literatura proletaria revolucionara en España; Publicado en «Bolchevismo», revista teórica del Partido Comunista de España, sección de la Internacional Comunista, 1932)
Le debemos, dicho esto, una mención especial a figuras con cierta aura de mito y carisma entre las masas progresistas y revolucionarios, como el caso del ya mencionado Largo Caballero. Éste, pese a su idea de socialismo más cercana al anarco-sindicalismo reformista, y pese a la retórica revolucionaria que empleaba, sobre todo a partir de 1934 por el inminente ascenso del fascismo en España y en todo el mundo, en muchos temas fue un reaccionario sin comillas. Solo habría que recordar su actuación durante el período del primer gobierno republicano-socialista de 1931-1933, con aquellos discursos en favor de la represión a las huelgas y manifestaciones revolucionarias. Vemos aquí reflejada la misma actitud de colaboracionismo con la burguesía que años antes el PSOE y el propio Pablo Iglesias Posse había denunciado señalando a los socialistas que habían llegado al poder en Europa en su artículo: «Socialistas ministeriales» de 1906.
«Pablo Iglesias era contrario a la presencia de socialistas en los Gobiernos, algo muy distinto era la entrada en municipios y parlamentos. La llegada de un ministro socialista a un Gobierno no garantizaba la aprobación de leyes favorables para los obreros. (...) Pablo Iglesias se demoró en ahondar sobre esta cuestión con el ejemplo del Gobierno francés con Millerand, que envió soldados para reprimir huelgas, se persiguió a los socialistas rusos para complacer al Gobierno zarista, y se pusieron muchas dificultades al Congreso de la Internacional de 1900. También aludió al Gobierno de Clemenceau, con Aristide Briand como ministro del mismo, cuando la capital francesa se llenó de soldados en la celebración del Primero de Mayo». (Eduardo Montagut; Pablo Iglesias y los «socialistas ministeriales» en 1906, 2017)
Los bolcheviques ya habían esgrimido toda una línea científica, clara y comprensible para los revolucionarios. En especial refutando las ideas equivocadas de los propios líderes comunistas en Europa:
Primero. Se criticaba las ilusiones liberales de que las naciones oprimidas podían encontrar perfectamente solución dentro de los regímenes democrático-burgueses, cuando la historia mostraba, y aún muestra, que esto no es sino la excepción que confirma la regla:
«Semic quería decir con ello que Lenin consideraba la cuestión nacional un problema constitucional, es decir, no un problema de la revolución, sino un problema que debía ser resuelto con una reforma. Esto es completamente falso. Lenin no padeció nunca, ni podía padecer, ilusiones constitucionales. Basta examinar sus obras para convencerse de ello. (...) En la URSS también tenemos una Constitución, que refleja una determinada solución del problema nacional. Sin embargo, esta Constitución no ha nacido como fruto de un acuerdo con la burguesía, sino como fruto de la revolución triunfante. (...) Acerca del programa nacional. El punto de partida del programa nacional debe ser la tesis relativa a la revolución soviética en Yugoslavia, la tesis de que, sin el derrocamiento de la burguesía y la victoria de la revolución, el problema nacional no puede ser resuelto de un modo más o menos satisfactorio. Naturalmente, puede haber excepciones. Una excepción de éstas se dio, por ejemplo, antes de la guerra, cuando Noruega se separó de Suecia, cosa de la que Lenin habla detalladamente en uno de sus artículos. Pero esto sucedió antes de la guerra y con una coincidencia excepcional de circunstancias favorables. Después de la guerra, y sobre todo después del triunfo de la revolución soviética en Rusia, difícilmente pueden darse casos como ése. De todas formas, las probabilidades para ello son ahora tan pocas, que pueden considerarse nulas. Pero, si es así, está claro que no podemos trazar el programa basándolo en magnitudes de valor nulo. Por eso, la tesis de la revolución debe ser el punto de partida del programa nacional». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; En torno a la cuestión nacional en Yugoslavia, 25 de abril de 1925)
En segundo lugar, se criticaba a aquellos que consideraba la cuestión nacional o el modelo territorial a adoptar después de la revolución como mera charlatanería de intelectuales de salón, incluso se explicaba porque el partido revolucionario debía tener una línea clara en esta cuestión, aunque las naciones oprimidas no tuviesen un movimiento nacional activo por el momento:
«Partiendo del hecho de que en el momento presente no existe un serio movimiento popular por la independencia entre los croatas y los eslovenos, Semic llega a la conclusión de que el problema del derecho de las naciones a la separación es una cuestión académica y, en todo caso, no de actualidad. Naturalmente, eso es erróneo. Aun admitiendo que este problema no sea de actualidad en el momento presente, sin embargo, puede convertirse en un problema de mucha actualidad si comienza la guerra o cuando ésta comience, si la revolución se desencadena en Europa o cuando se desencadene. (...) En 1912, cuando nosotros, los marxistas rusos, estábamos trazando el primer proyecto de programa nacional; todavía no teníamos en ninguna de las regiones periféricas del Imperio Ruso un movimiento importante en favor de la independencia. Sin embargo, consideramos preciso incluir en nuestro programa el punto referente al derecho de las naciones a la autodeterminación, es decir, al derecho de cada nacionalidad a separarse y a llevar una vida estatal independiente. ¿Por qué? Porque no sólo partíamos de lo que existía ya plasmado a la sazón, sino de lo que se estaba desarrollando dentro del sistema general de las relaciones internacionales y se avecinaba; es decir, nosotros no teníamos sólo en cuenta en aquel entonces lo presente, sino también lo futuro. Y sabíamos que si cualquier nacionalidad exigía la separación, los marxistas rusos lucharían por conseguir que se le asegurase el derecho a la separación». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; En torno a la cuestión nacional en Yugoslavia, 25 de abril de 1925)
En último lugar, se criticaba la noción reaccionaria de que las naciones oprimidas tenían siempre que optar por una separación incluso después de una revolución, mientras los bolcheviques respetaban la opción de los pueblos, bien fuese quedarse con otros pueblos u organizarse por separado:
«El programa nacional debe incluir sin falta un punto especial acerca del derecho de las naciones a la autodeterminación, llegando incluso a la separación para formar su propio Estado. Ya he indicado más arriba por qué en las actuales circunstancias interiores e internacionales no podemos prescindir de este punto. Por último, en el programa debe figurar asimismo un punto especial sobre la autonomía nacional territorial para las nacionalidades de Yugoslavia que no estimen necesario separarse. No tienen razón quienes piensan que tal combinación debe considerarse excluida. Esto es erróneo. En determinadas condiciones, como resultado del triunfo de la revolución soviética en Yugoslavia, es bien posible que ciertas nacionalidades, como ha ocurrido aquí, en Rusia, no deseen separarse. Se comprende que, en previsión de tales casos, es preciso tener en el programa un punto referente a la autonomía, con vistas a la transformación del Estado yugoslavo en una federación de Estados nacionales autónomos, sobre la base del régimen soviético. Así, pues, derecho a la separación para las nacionalidades que quieran separarse y derecho a la autonomía para las nacionalidades que prefieran permanecer dentro del Estado yugoslavo. Para evitar equívocos, he de decir que el derecho a la separación no debe interpretarse como el deber, como la obligación de separarse. Una nación puede ejercer el derecho a la separación, pero puede también no ejercerlo, si lo desea así; eso es cosa suya y debe ser tomado en consideración. Algunos camaradas convierten el derecho a la separación en, una obligación, exigiendo, por ejemplo, que los croatas se separen a toda costa. Esa posición es errónea y debe ser desechada. No se debe confundir un derecho con una obligación». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; En torno a la cuestión nacional en Yugoslavia, 25 de abril de 1925)
Por el contrario, el tratamiento que hacía el PSOE de la cuestión nacional como uno de los partidos de poder de aquel entonces, se caracterizó por una desconfianza hacia los Estatutos de Autonomía como el catalán de 1932, hablando de los mismos con la misma desconfianza que los partidos de centro o derechistas, como ya denunció Joan Comorera:
«Dijo Largo Caballero: «No queremos que se otorgue nada que pueda ser una merma para la unidad nacional. (...) Habrá, en definitiva Estatuto, sin desmembración».
¿Ha hablado el español o el socialista? El español. Sólo un español del siglo XIX, antisocialista, puede hablar de unidad nacional, puede ver en el Estatuto una «desmembración». Un socialista, no.
Un socialista sabe que el concepto de soberanía ha sido superado por el de coordinación internacional de principios y de intereses.
Un socialista sabe que el concepto de patria no es ya lo que podía tener un príncipe de sangre, ni un príncipe de alcoba, o los desgraciados «héroes» de Cavite.
Un socialista sabe que el concepto de unidad no significa ya absorción, centralización, ni sometimiento a un centro más o menos artificial, de parasitismo más o menos acentuado.
Un socialista sabe que todos estos conceptos, como tantos otros que regulan y dirigen la vida de los hombres y de los pueblos, han sufrido una revisión profunda justamente bajo la luz poderosa de los principios y de los métodos socialistas.
Y, también, un socialista sabe que únicamente una mentalidad imperialista debe oponer la unidad patria al principio de autodeterminación, de ver un peligro de desmembración en una redistribución de servicios y de facultades dentro de un cercado estatal.
¿Qué es, pues, Largo Caballero?». (Joan Comorera; Patriota cien por ciento; Artículo publicado en «Justicia Social», Nº45, 14 de junio de 1932)
El sector de los caballeristas tomaría partido junto a los anarquistas de Mera, el ala más derechista del PSOE de Besteiro, los restos del trotskismo, más los militares favorables a una rendición pactada con Franco como Casado, Menéndez o Menant, un bloque anticomunista que desataría el conocido como Golpe de Casado en 1939 en Madrid contra el Gobierno de Negrín y los comunistas del PCE, el cual desató una verdadera represión contra los comunistas principalmente, más el obvio derrumbe del frente republicano.
Si alguien quiere ver las posiciones de Caballero de franca oposición a los comunistas durante 1921-1934, y más disimuladamente, aunque muchas veces igual de contundente durante 1939-1946. Véase la biografía de Julio Arostegui: «Largo Caballero: el tesón y la quimera» de 2013. O las propias memorias de Largo Caballero: «Recuerdos» de 1954.
El PSOE incluso empezó a dejar de reivindicar en sus documentos la liberación de las colonias. Sobra decir que la incapacidad de comprender a estas regiones de la península causaría que el PSOE perdiera la hegemonía en estas zonas en favor de los nacionalistas durante la II República 1931-1936, y ante los comunistas, durante la Guerra Civil 1936-1939.
Con el nacimiento del Partido Comunista de España (PCE) en 1921 como una escisión del ala izquierda del PSOE, es cuando los marxistas pensarían que se iba a restablecer una mayor atención al tema. Pero de nuevo una mezcla de inexperiencia, falta de conocimientos y la herencia socialdemócrata hicieron repetir los mismos errores. Esto daría pie a posturas confusas. Sus declaraciones permutaron desde posiciones que defendían una reivindicación absurda y antimarxista como la inmediata independencia de las regiones con movimientos nacionalistas en 1931, durante el momento de la proclamación de la II República, hasta poco después deslizarse hacia una subestimación de las reivindicaciones y al propio trabajo en estas zonas, dejando a las masas en mano de las direcciones nacionalistas. Esta última postura, por ejemplo, sería criticada en lo sucesivo por la Internacional Comunista con términos muy duros:
«Como conviene a verdaderos revolucionarios proletarios, aclarar y seguir revelando ulteriormente las causas del retraso del Partido y los errores cometidos, así como tomar medidas enérgicas para poner remedio todo lo más rápida y completamente posible. Hay que asimilar y utilizar cuidadosamente la rica experiencia de la lucha revolucionaria de clases y de la lucha, indisolublemente ligada con ella, del Partido Comunista y sus organizaciones. La causa principal de las faltas del Partido, de la incomprensión del carácter de la revolución, de la incomprensión del papel y de las tareas del proletariado en tanto que dirigente supremo durante la revolución democrático-burguesa, de la incomprensión del papel del Partido Comunista, de la incapacidad de lanzar oportunamente consignas políticas justas para la acción de masas y de llevar hasta las masas las consignas políticas justas, así como de los errores manifestados por la pasividad relativamente grande del Partido, es que el Partido Comunista se hallaba, y desgraciadamente se halla aun, presa del sectarismo y de las tradiciones anarquistas. (...) Estas tendencias y métodos han entorpecido y entorpecen todavía el trabajo de masas del Partido Comunista, su contacto con las masas. (...) El Partido, en su totalidad, y su dirección en particular, no tenían, ni desgraciadamente, aun una línea política justa, pues habían apreciado de un modo inexacto la situación objetiva, el carácter y las particularidades de las contradicciones de clase, el carácter de la revolución en España. Las situaciones políticas concretas eran y son aun apreciadas de un modo inexacto. (...) El Partido Comunista ha manifestado, y sigue en cierta medida manifestando una actitud análoga de desdén, de pasividad sectaria con respecto a los movimientos de emancipación nacional de los catalanes, vascos y gallegos, y un olvido casi total de los marroquíes, cuando ese movimiento, a causa de la traición de los jefes y de su paso al campo del bloque de la burguesía y de los grandes terratenientes, se diferencia, y cuando los elementos obreros y campesinos se convierten en su seno en un factor de considerable importancia. De tal suerte que este movimiento constituye una fuerza que el Partido Comunista debe incorporar al frente general de la lucha por el triunfo de la revolución española». (Internacional Comunista; Una carta desde el Buró del Oeste Europeo de la Internacional Comunista al Partido Comunista de España, 15 de enero de 1932)
En el artículo: «Las tareas que debe resolver la revolución española; Hacia el IVº Congreso del PCE» se decía de nuevo desde la Internacional Comunista (IC):
«La conquista por el partido de la mayoría de la clase obrera exige, en primer lugar, concentrar la atención en el trabajo en Cataluña. El partido no puede conquistar la mayoría de la clase obrera española, sin conquistar esa región, donde existen las ramas más importantes y más concentradas de la industria. Sin embargo, la falsa posición del partido en lo que concierne a la cuestión nacional le impide conquistar la mayoría de la clase obrera en Cataluña, impide el paso de los campesinos al lado del proletariado, impide aislar a los partidos nacionalistas e impide, por consiguiente, encauzar el movimiento revolucionario de las nacionalidades por la senda general de la lucha contra el gobierno burgués-latifundista español. El partido subestima indiscutiblemente la importancia del problema nacional para el desarrollo de la revolución burguesa-democrática. Hasta los anarquistas han rectificado su posición. «Solidaridad Obrera», por primera vez desde su fundación –antes era adversaria de la independencia de Cataluña y hasta habló de la necesidad de declarar una huelga para impedirla–, preconiza la independencia nacional, afirmando que «los más destacados representantes del anarquismo y de la CNT han predicado siempre la plena autonomía». («Solidaridad Obrera», de 19-12-31) Nuestro Partido mantiene aún su viejo punto de vista sectario en la cuestión nacional, y, en vez de efectuar un enérgico trabajo entre las masas obreras y campesinas de Cataluña, en vez de defender abnegadamente el derecho de las nacionalidades a disponer de, sí mismas basta la separación del Estado central y la formación de Estados independientes, nuestro partido opone a la autonomía burguesa la Constitución soviética, declarando que la independencia de Cataluña sólo será posible en un régimen soviético. Adopta en la cuestión nacional la antigua posición sectaria de los «ultraizquierdistas». Pero ¿puede conquistarse el puesto de director en el movimiento revolucionario de Cataluña y demás nacionalidades si se continúa permaneciendo en posiciones antileninistas en la cuestión nacional, contribuyendo así a robustecer la influencia de la burguesía catalana sobre el proletariado y las masas trabajadoras campesinas? Naturalmente, es imposible». (La Internacional Comunista; Nº1, 1932)
Como se puede ver en dicha revista, la IC criticaba correctamente a la dirección española sus puntos de vista errados en varias cuestiones, siendo así injustificable que hiciesen repetidamente la vista gorda ante errores semejantes o incluso más graves cometidos por el PC alemán del líder revisionista Ernst Thälmann. Simplemente se prefirió elevar su figura por los cielos al ser encarcelado por Hitler en 1933, evitándose atacarle directamente como autor de dichas tesis de consecuencias nefastas, incluso cuando dichas tesis fueron rectificadas a partir del VIIº Congreso de la IC de 1935. De hecho, en los manuales de historia revisionista como «La Internacional Comunista» escrito en los 70 por varios renegados como Walter Ulbtirch, Dolores Ibárruri, Jacques Duclos o Palme Dutt, la rescritura de la historia y de este periodo es increíble. Al igual que se evita señalar a Thorez de los errores derechistas del Partido Comunista Francés –incluso en este caso dichos errores no son nombrados–, en el caso alemán, se reconocen los errores sectarios-izquierdistas del partido, ¡pero se evita cargar sobre Thälmann la autoría de dicha política pese a ser el líder absoluto del parido! Si el lector no está familiarizado con estos defectos thämannianos, para resumirse, serían los siguientes:
«Ernst Thälmann, líder del Partido Comunista Alemán de los años treinta quién heredaría la vena espontaneísta, idealista y anarquista de Rosa Luxemburgo a la hora de analizar los fenómenos sociológicos. Ernst Thälmann sería de aquellos líderes que en los años treinta serían conocidos por sus variadas tesis absurdas sobre el carácter del fascismo y como combatirlo, sus tácticas antifascistas fueron desastrosas para el proletariado alemán, entre ellas encontramos que según sus miras: a) no había diferencia cualitativa entre la democracia burguesa y la abierta dictadura terrorista fascista; b) que el advenimiento del fascismo solo significaba que la revolución proletaria estaba a las puertas; c) que el gobierno de democracia burguesa como el de Brüning, Papen o Schleicher era ya gobiernos fascistas creando confusión en el proletariado sobre lo que es y no es fascismo; d) que en pleno proceso de fascistización del Estado la socialdemocracia suponía el mayor peligro para el proletariado alemán; e) que era un error crear un contraste entre los fascistas y los socialfascistas –como denominaban a la mayoría de socialdemócratas– y que los socialfascistas eran los principales causantes del fascismo y a quienes había que dirigir el principal golpe; f) que con la decadencia de los masivos sindicatos amarillos, era una necedad apoyar y luchar por campañas como las de mantener la libertad de asociación sindical en la democracia burguesa, dando libertad al fascismo a atacar los derechos y libertades de asociación sindical, etc». (Equipo de Bitácora (M-L); Las invenciones del thälmanniano Wolfgang Eggers sobre el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2015)
En España las consecuencias que para el PCE tuvo la línea miope y sectaria liderada principalmente por José Bullejos, Gabriel León Trilla, Manuel Adame y Etelvino Vega, son ya conocidas. Semejante línea sectaria ralentizó el ritmo al que pudo crecer el PCE durante la dirección marxista-leninista de José Díaz, siendo de este modo un factor determinante en la derrota ante el fascismo en 1939. Del mismo modo ya vimos lo que supuso para los comunistas de otros países como Bulgaria, la propia Alemania, Albania, etc. la hegemonía de estas tesis durante un tiempo. Véase la obra: «Las invenciones del thälmanniano Wolfgang Eggers sobre el VIIº Congreso de la Internacional Comunista» de 2015. Por tanto los defectos de Thälmann no eran específicos de él y los líderes del PC Alemán, sino que empezaron a hacerse generalizados en varias direcciones de las secciones de la Internacional Comunista, y entre los propios jefes de la misma.
Con la expulsión de Bullejos del PCE en octubre de 1932 y el reciente ascenso de los nazis y la nula resistencia de los comunistas alemanes en enero de 1933, entre parte de la militancia del PCE hubo un impulso autocrítico, con voces que llegaron a criticar al PCA, a la Internacional Comunista y a pedir responsabilidades por estos hechos y por este tipo de defectos:
«Hernández informó que un grupo en el PC español tomó la línea trotskista sobre Alemania, argumentando que la Internacional Comunista y el PC Alemán compartían la responsabilidad de la severa derrota, pero no tuvo apoyo». (Internacional Comunista; Extractos de las tesis del XIIIº Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista sobre el fascismo, el peligro de la guerra y las tareas de los partidos comunistas, diciembre de 1933)
El hecho de tacharlos sin más de «trotskistas», indicaba que el partido pese a todo, no estaba exento todavía de jefes miopes, seguidistas, autoritarios y sectarios. Y que para muchos pesaba más la popularidad de figuras carismáticas y de prestigio internacional como Thälmann o el miedo a contradecir la posición todavía oficial dentro de la Internacional Comunista, que decir lo obvio: que el PCA y la Internacional Comunista habían tenido parte de culpa en el ascenso de los nazis por su miopía de los acontecimientos; por su sectarismo engreído y triunfalista.
Por otro lado, como hemos señalado en más de una ocasión, cabe destacar que por entonces ya se utilizada indiscriminadamente el término «trotskista» como un insulto sin argumentación política, como legitimador contra cualquier oposición a la línea oficial, distorsionando así la esencia del trotskismo y convirtiéndose en algo peligroso precisamente para combatirlo a la hora de la verdad. Los antitrotskistas de ayer resultaron los más trotskistas en un futuro no muy lejano. Hoy ocurre algo similar, y es que las organizaciones que más utilizan banalmente esa palabra como insulto suelen ser los más trotskistas en sus métodos, análisis o en el apoyo a corrientes trotskistas o filotrotskistas.
Curiosamente el principal crítico de la línea del PCE durante 1931-1932 en la Internacional Comunista (IC) fue el ucraniano Dmitri Manuilski, quién por entonces abanderaba junto con el finlandés Otto Kuusinen y el ya citado alemán Ernst Thälmann la línea de la Internacional Comunista y sus visiones más sectarias, las cuales se rechazarían oficialmente a partir de 1934 gracias al giro en la línea política impulsado por Dimitrov tras consultar y consensuar con Stalin varias cuestiones, como muestran los documentos históricos ahora salidos a la luz. Véase el documento de la Yale University Press: «Dimitrov and Stalin, 1934-1943; Letters from Soviet Archives» de 2000.
Viendo el poco apego a los principios ideológicos de estas tres figuras mencionadas –Manuilski, Kuusinen y Thälmann– pocos años después, no podemos dejar de descartar que este cisma público contra el PCE de 1932 correspondiese también a divergencias personales sobre un trasfondo político entre Manuilski-Bullejos, aunque eso no invalida que las críticas de Manuilski, que fueron del todo correctas y necesarias, y sirvieron de gran ayuda para los comunistas españoles.
Tanto Manuilski como Kuusinen y Thälmann –ya desde la cárcel– se adaptarían a la nueva línea de la Internacional Comunista del VIIº Congreso de 1935 que desecharía precisamente los defectos que sin duda habían manejado tanto el PCE de Bullejos como del PCA de Thälmann, pero en 1956, como muchos antiguos «stalinistas», Manuilski y Kuusinen volverían a cambiar de chaqueta declarándose los más jruschovistas apoyando la nueva línea antistalinista. Para ellos la línea a adoptar y el discurso les era indiferente, solamente buscaban hacer carrera y asegurar un modo de vida prestigioso y acomodado.
De hecho el búlgaro Georgi Dimitrov anotó en su diario personal el 7 de abril de 1934, que en una entrevista con Stalin, éste reprochaba a Manuilski diciendo que «Cada año él profetiza una revolución proletaria que nunca llega». Dimitrov confesó que: «Antes, percibía a Manuilski como un líder político. Ahora sé que solo cuando Piátnitski no está, el caos surge. Él es el pilar, por así decirlo». A lo que Mólotov contestaría. Sí, «Sí, por lo tanto, estamos solo involucrados todo el tiempo con Piátnitski». Quejándose de los defectos de los directores de la Internacional Comunista (IC) Stalin calificó a Kuusinen como «Bueno, pero un académico», mientras que calificó a Eugen Varga como cobarde por su surrealista respuesta, ya que tras pedirle el informe sobre una crisis, éste parecía tener miedo a publicar las cifras oficiales por ser tachado como un «oportunista de derecha», así mismo Stalin recalcó la poca atención que éste le prestaba a los detalles y la afinidad en cambio a las «grandes frases y aserciones generales», calificando que «esto sigue siendo la herencia de los tiempos de Zinoviev» en la IC. Sobre Piátnitski Stalin lo consideró como «obcecado». Dimitrov comentando sobre sus reflexiones previas en Alemania, comentó que: «En prisión, a veces pensaba que, finalmente, la administración de la IC se ha cristalizado históricamente bajo su liderazgo –Manuilski, Piátnitski, Kuusinen Knorin–». A lo que Stalin respondería con sarcasmo: «¿Quién dice que este «cuarteto» debe mantenerse? Tú hablas de historia. Pero uno a veces debe corregir la historia». Dimitrov le comentó a Stalin que como «principal líder» del movimiento comunista debía «soportar la responsabilidad del liderazgo de la Internacional Comunista (IC)», y que aunque estuviese terriblemente ocupado con las tareas del gobierno soviético, «debía participar en las importantes cuestiones» de la IC. Stalin respondería diciendo que era cierto, tenían muchas ocupaciones gubernamentales como podía constatar, pero que cuando participaba y daba sus consejos sobre la IC no cambiaba sustancialmente la situación: «Cuando ellos de van de aquí, todo permanece como antes», dando a entender que quizás en el momento se adherían a sus posiciones pero que luego no las aplicaban o las distorsionaban.
El 13 de abril de 1934 Dimitrov registraría que Stalin le propondría ante todos como el candidato a sustituir a Knorin en la Secretaria de Asuntos Europeos de la IC, sin duda un puesto de enorme importancia. El 24 de abril de 1934 Dimitrov reportaba que: «[El asilamiento de Stalin]. Sucedió primero antes del XIIIº Pleno [de la IC, 1933]». A lo que añade: «Debía confiar solo en sí mismo». Esto nos hace una idea de lo decepcionado que estaba Stalin con las teorías y prácticas de la IC y de sus directores. Citando a Stalin diría frustrado: «Estoy sufriendo horrorosamente con esta situación en la IC; debes tomar el informe principal» del próximo congreso que se iba a celebrar.
En otro informe del 2 de mayo Dimitrov reporta que Voroshilov comentó la ausencia de los chequistas en la recepción, a lo que Stalin especuló que la razón quizás era porque: «Ayer les pude haber ofendido un poco»… en relación a algunos comentarios que Stalin parece que les hizo porque: «Ellos arrestan a la gente por nada». Dimitrov también anotaría en referencia a una obra y su capítulo «Con Stalin» como algo donde se realizaba una excesiva exaltación de su figura, por lo que Stalin pronunciaría que: «No estoy de acuerdo con vuestro escrito sobre mí de ninguna manera. Eso también daña vuestra reputación. Este lenguaje entre iguales no es admisible».
También el 26 de abril de 1939, en palabras de Stalin, en cuanto a personalidad, Manuilski, era un hombre de «humor cambiante, que pasa de un extremo a otro» y que «ciertamente sabe intrigar». Esto se manifestaba también políticamente no siendo un elemento fiable, pues era un «viejo trotskista» que durante los mayores ataques de los trotskistas fue criticado por haber «permanecido reservado», y que ahora se había convertido en un «adulador» con frases que alimentaban un exagerado culto a la personalidad que Stalin tachaba de «perjudiciales y provocadoras», razón no le faltaba. De igual modo y de nuevo según el diario del búlgaro, Stalin comentaría el 15 de octubre de 1941 las recientes concepciones políticas de Thälmann escritas el último año en prisión, creyendo que «estaba jugando en todos los bandos», considerando que él «no es un marxista comprometido» y que en él se notaba la «influencia de la ideología fascista» y que los nazis necesitaban a estos «comunistas inteligentes». Dimitrov también anotaría el 2 de mayo de 1934 sobre los dos máximos líderes del PC Alemán, en su opinión por el trato personal con ambos, Heinz Neumann, quién a posteriori sería un conocido renegado y fue fusilado en 1937, para Dimitrov él no «entiende el marxismo» y calificó «El Capital» de Marx recomendado por Dimitrov como «aburrido». Por otro lado Thälmann a quien había conocido en 1930 comentaba que «no ha entendido la cuestión nacional. Internacionalismo proletario-nacionalismo. Hasta liberación social-independencia nacional».
El 15 de junio de 1934, Dimitrov se desesperaba ante el hecho de que: «Piátnitski-Smoliansky –acerca del punto tres de la agenda para el congreso con Piátnitski–. Dimitrov describe que este dúo actuaba: «¡Como si nada absolutamente nuevo hubiese pasado! ¡Y nada nuevo debe decirse! ». Por lo que dejaban caer que ante la insistencia de cambios, la única explicación era que: «Algunos quieren cambiar los revolucionarios». A lo que Dimitrov simplemente anotaba ante tal ceguera: «Terrible». Todo esto indica lo difícil que fue para Dimitrov y Stalin cambiar las cosas en la IC. Véase la obra de la Yale Univerity Press: «Diary of Dimitrov 1933-1949» de 2008.
Y esta no es la única ocasión donde Stalin mostraría su descontento, como también lo haría varias veces con los revisionistas ocultos como Tito:
«Nosotros realmente admitimos que cada partido comunista, entre ellos el Partido Comunista de Yugoslavia, tenga derecho a criticar al Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, así como el Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética tiene derecho a criticar a otros partidos comunistas. Pero el marxismo demanda que esa crítica sea puesta sobre la mesa, y no por debajo y calumniando, privándose así al criticado de la oportunidad de responder al crítico. Por lo tanto, las críticas de los oficiales yugoslavos nunca han sido abiertas ni honestas. (...) La democracia no es evidente dentro del propio Partido Comunista de Yugoslavia. El Partido Comunista de Yugoslavia, en su mayoría, no ha sido electo sino cooptado. La crítica y la autocrítica dentro no existe o apenas existe. (...) En el Partido Comunista de Yugoslavia el espíritu de la política de la lucha de clases está ausente. El Partido Comunista de Yugoslavia se adormece con la podrida teoría oportunista de la integración pacífica de los elementos capitalistas en el socialismo, tomada prestado de Bernstein, Vollmar, Bujarin. (...) Acorde con la teoría marxista-leninista el partido es considerado como la fuerza principal en el país, que tiene su programa específico y que no puede fundirse con las masas sin partido. En Yugoslavia por el contrario, el frente popular es considerado cabeza de fuerza principal y ahí una intención de disolver el partido dentro del frente». (Partido Comunista (bolchevique); Del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética al Comité Central del Partido Comunista de Yugoslavia, 27 de marzo de 1948)
Así como Mao:
«Usted habla de «chinificación del socialismo». No existe de esa naturaleza. No existe el socialismo inglés, francés, alemán, italiano, ruso, como no existe el socialismo chino. Otra cosa es, que en la construcción del socialismo, es necesario tener en cuenta las características específicas de un determinado país. El socialismo es una ciencia, y necesariamente tiene como toda ciencia, ciertas leyes generales, y uno solo necesita ignorar tales leyes para que la construcción del socialismo esté destinada al fracaso». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Obras Completas, Tomo 18, Anotaciones en la obra «De la conversación con la delegación del Comité Central del PCCh en Moscú el 11 de julio 1949», conversación entre Stalin y Mao Zedong, 1949)
Dimitrov también sería un pionero en descubrir las debilidades que luego serían el cuerpo fundamental del revisionismo titoista:
«Estamos muy preocupados por su decisión de que todo el que desee puede ser aceptado en el partido, sin ninguna consideración de su origen social, que el partido no tema que algunos arribistas busquen su camino en el partido, así como de su mensaje sobre las intenciones de aceptar incluso a Zhang Xueliang en el partido. En la actualidad, más que en cualquier otro momento, es necesario para mantener la pureza de las filas y el carácter monolítico del partido. Mientras conducimos el alistamiento sistemático de personas en el partido y así lo reforzamos, especialmente en el territorio del Kuomintang, es necesario que al mismo tiempo que evitamos la inscripción masiva en el partido, aceptemos sólo a las mejores y probadas personas de entre los obreros, campesinos y estudiantes». (Georgi Dimitrov; Telegrama de la Secretaria del Comité Ejecutivo de la Komintern al Secretariado del Partido Comunista de China, 15 de agosto de 1936)
Así como del titoista:
«II. Opiniones e indicaciones del Camarada Dimitrov.
«1. En el liderazgo del Partido Comunista de Yugoslavia existen fraccionalismos y tú es un fraccionalista.
2. Las cosas están en un estado muy pobre, en un estado podrido contigo. Tanto, como para que te des cuenta que no haces lo debido». (...)
«Le dije a Walter directa y francamente que él no goza de la completa confianza del Comité Ejecutivo de la Komintern y que para obtener tal completa confianza necesitara demostrar en la práctica que está llevando a cabo concienzudamente las instrucciones del Comité Ejecutivo de la Komintern. Le dije a Walter: tú no eres el líder central del PCY sino un oficial de enlace quién nos conecta con el proletariado yugoslavo y los activistas yugoslavos. Se necesita ayuda para establecer un liderazgo del partido en el país. Ahora tenemos que salvar el honor del partido y poner los asuntos del partido sobre una base más sana. Si tú ahora va Paris y clama y juegas el tipo rol de: «Yo soy el plenipotenciario del Comité Ejecutivo de la Komintern, puedo enviar a algunos a Estados Unidos y a otros Yugoslavia», habrás terminado. Es cierto que se requiere una purga. Pero no una llevada a cabo por uno solo hombre líder del PCY: hay un grupo de camaradas en el país que se juntaran contigo, y es su deber discutir los asuntos con ellos y tomar en conjunto tales decisiones. Tú no tiene derecho a decidir sobre su única voluntad. Tú no eres obligatorio; el liderazgo interno del país decidirá». (Georgi Dimitrov; Registro de una conversación entre Dimitrov y Tito, 30 de diciembre de 1938)
Esto es una prueba de que la aparición de oportunistas no ocurre de la noche a la mañana, que cuando son criticados, se ven en peligro, y maniobran hábilmente para aparentar comprender sus errores y realizan autocríticas mientras solapadamente intentan continuar con su actividad y línea desviacionista, o esperan una oportunidad mejor para tratar de imponerla en el partido. Muestra del gran número de arribistas y oportunistas que existieron en el seno del movimiento comunista, y de la dificultad que supone para un partido comunista pertrechar a su núcleo de dirigentes fiables.
Gracias, en parte, a las fuertes críticas desde la Internacional Comunista, ya desde 1932 hubo fuertes críticas internas en el PCE que apuntaban el peligro que significaba no comprender correctamente la situación de ciertas regiones y el adoptar posiciones negacionistas sobre la problemática nacional. José Silva Martínez, destacado dirigente gallego de gran popularidad entre las masas, que moriría en el exilio en 1949, diría en aquella época con notable dureza:
«Si el proletariado se pone contra las reivindicaciones nacionales de los catalanes, vascos y gallegos, además de reforzar el imperialismo español permite a los dirigentes del movimiento nacionalista movilizar a las masas que les siguen contra sus propios intereses de clase, arrastrándolos a movimientos contrarrevolucionarios, como en Vasconia, o a luchar en beneficio exclusivo de los jefes, como en Cataluña. Además, es una de las formas de dividir las fuerzas revolucionarias de los trabajadores, facilitando la tarea de los jefes nacionalistas, que presentarían ante sus partidarios al resto de los trabajadores españoles como enemigos de sus aspiraciones y aliados del imperialismo.
Tampoco la revolución española adelanta nada desconociendo el movimiento nacionalista y abandonándolo a sus propias fuerzas. Esto permite a los representantes del Poder central concertar compromisos con los jefes, nacionalistas –como hemos visto en Cataluña– y quebrantar así el movimiento revolucionario de las masas nacionalistas por la independencia, que es un factor importante para la revolución. Por el contrario, la misión del proletariado revolucionario es unir la aspiración nacionalista de las masas de estos pueblos oprimidos a las reivindicaciones generales de la clase obrera y fundir en uno solo el movimiento revolucionario para derrumbar el capitalismo opresor y acabar con la explotación de los trabajadores.
Dejando la dirección del movimiento nacionalista en manos de los jefes traidores sin intentar atraernos a las masas nacionalistas, supone un desconocimiento absoluto de las fuerzas revolucionarías y de su desarrollo. Por eso el Partido Comunista inscribe en su bandera de lucha la reivindicación de Cataluña, Vasconia y Galicia y proclama el derecho de estas nacionalidades a disponer libremente de sus destinos, comprendido el derecho a proclamar su independencia.
Sólo tomando posición al lado de las minorías nacionales que luchan por su independencia, apoyándolas contra el Estado imperialista, hacemos labor revolucionaria y trabajamos por la unificación de los trabajadores. Y no se oponga a esta concepción de los comunistas el argumento de que el proletariado es internacionalista. La solidaridad internacional del proletariado sería negada por nosotros si nos opusiéramos a la liberación de las minorías oprimidas, cayendo, en cambio, en un estrecho patrioterismo, contrario al internacionalismo revolucionario. La aspiración internacional del proletariado ha de realizarse en la unión libre de las naciones, en las relaciones fraternales de todos los pueblos. «Un pueblo que oprime a otros no puede ser libre», ha dicho Marx.
A pesar de ser tan claro, existe entre algunos militantes una incomprensión grande sobre el problema nacionalista. Últimamente se manifestó francamente en oposición a la política del Partido sobre las nacionalidades el camarada Milla, que afirmaba que el movimiento nacionalista de Cataluña era artificial. Y Milla es el representante de una tendencia que debemos combatir implacablemente, haciendo comprender a todos los camaradas la necesidad de luchar al lado de las masas nacionalistas de Vasconia, Galicia y Cataluña por su independencia. Ponerse frente a la política del Partido negando la existencia de un movimiento nacionalista en España es volver la espalda a la realidad. La débil argumentación de Milla afirmando que el problema es artificial ya indica toda su falsa posición.
¿Cómo explica el camarada Milla la enorme movilización de masas llevada a cabo en Cataluña en torno al Estatuto? ¿Sería posible si el movimiento nacionalista fuera artificial? ¿Cómo podrían cotizarse los jefes del «Estat Cátala» si no existiera un sentimiento nacionalista profundo en Cataluña?
Ignorar el movimiento nacionalista no excluye su existencia, y argumentar sobre los privilegios y la prosperidad de la región catalana para negarlo es tan absurdo como pretender demostrar que no hay parados en España porque el presidente de la República disfruta la asignación de dos millones de pesetas. El movimiento nacionalista es un movimiento real, que arrastra grandes masas de trabajadores, a las que no debemos dejar abandonadas bajo la dirección de los jefes que las engañan y traicionan. El Partido Comunista debe tener una política clara sobre las nacionalidades oprimidas y todos los militantes han de comprenderla y aplicarla con decisión y entusiasmo, combatiendo las desviaciones que se inician y que pueden ser un peligro para la marcha de la revolución». (José Silva Martínez; La revolución y el movimiento nacionalista, 1932)
Que actual suenan todas estas palabras cuando algunos nacionalistas vestidos de marxistas intentan presentar la cuestión nacional como algo artificial, o como los estertores de «antiguas naciones ya en descomposición», que no se dejan asimilar por la «gran nación española». Recordando a Kautsky instando a los checos a abandonar su fisonomía y aceptar de una vez por todas las «ventajas de la germanización» de su pueblo.
La IC seguiría insistiendo en este sentido. A. Brones en su artículo: «La acentuación de la crisis revolucionaria en España y las tareas del PCE» diría:
«Los puntos fundamentales de este programa, que indudablemente, animará la actividad del Partido y lo unirá más con las masas, son. (...) 8) Liberación nacional de todos los pueblos oprimidos –Cataluña, Vasconia, Galicia–, sobre la base del derecho de los pueblos a la autodeterminación hasta la separación de España. 9) Inmediata y completa liberación de las colonias». (Internacional Comunista; Nº12, 1933)
El programa electoral del PCE para 1933 recogía claramente esta visión:
«Liberación nacional de todos los pueblos oprimidos. El gobierno obrero y campesino reconocerá a Cataluña, Vasconia, Galicia, el pleno derecho a disponer de sí mismas hasta la separación de España y la formación de Estados independientes. Liberación inmediata y completa sin restricción, ni limitación de Marruecos y demás colonias». (Partido Comunista de España; Programa, 30 de enero de 1933)
Desde la IC en abril de 1936, con el artículo «La victoria del frente popular en España» se volvió a hacer eco de la importancia de la cuestión nacional:
«Los catalanes, vascos y gallegos esperan el cumplimiento inmediato de su libertad nacional y el derecho de autodeterminación». (Internacional Comunista; Nº4, 1936)
Estos sucesivos mensajes tuvieron un profundo calado en la nueva dirección del PCE. Y efectivamente hubo un cambió notablemente en el PCE sobre las posturas referentes a la cuestión nacional como se ha comprobado. Pese a no decir abiertamente que eran consideradas naciones, se pedía para Cataluña, Euskadi y Galicia «disponer libremente de sus destinos» al estar oprimidas dentro del imperialismo español:
«Queremos que las nacionalidades de nuestro país, Cataluña, Euskadi y Galicia, puedan disponer libremente de sus destinos, ¿por qué no?, y que tengan relaciones cordiales y amistosas con toda la España popular. Si ellas quieren librarse del yugo del imperialismo español, representado por el poder central, tendrán nuestra ayuda. Un pueblo que oprime a otros pueblos no se puede considerar libre. Y nosotros queremos una España libre». (José Díaz; La España revolucionaria: Discurso pronunciado en el «Salón Guerrero» de Madrid, 9 de febrero de 1936)
Esto ya era un paso mayúsculo ante el histórico desdén de las autodenominadas organizaciones marxistas sobre la cuestión nacional, un tema cada vez más candente, que no dejaría de tener resonancia en décadas posteriores hasta llegar a la actualidad.
Esta línea sobre la cuestión nacional también sería genialmente expuesta en años sucesivos desde Euskadi por Jesús Larrañaga Churruca –fusilado por el franquismo en 1942–:
«El Congreso Nacional del Partido Comunista de Euskadi reconoce plenamente la existencia de la nacionalidad vasca, expresada en la comunidad de idioma, territorio, homogeneidad étnica, cultura y, sobre todo en la voluntad decidida de la mayoría del país, que lucha por sus derechos nacionales frente al imperialismo español que lo sojuzga en combinación con la burguesía vasca y los grandes propietarios de Euskadi.(...) El Partido Nacionalista Vasco, cuya dirección reaccionaria representa los intereses de los banqueros, de la Iglesia, de los grandes propietarios de la tierra y de los grandes industriales, que siempre ha tenido una colaboración, más o menos disimulada, con los representantes del imperialismo español. (...) El Partido Socialista jamás ha sabido comprender el valor revolucionario de la lucha por el derecho de autodeterminación de Euskadi y establecer la debida diferencia entre movimiento nacionalista y la dirección reaccionaria del mismo. Siguiendo las líneas de la Segunda Internacional, su posición frente a este problema se ha reducido a meras declaraciones platónicas sobre la autonomía cultural de los pueblos oprimidos. A él incumbe una parte de la responsabilidad por la creación de la artificial barrera de prejuicios que la burguesía vasca ha conseguido levantar entre algunos núcleos de masas laboriosas del país y fuera de este, la social democracia, en su larga historia y durante su estancia en el Gobierno, no fue nunca capaz de interpretar, de manera revolucionaria, los anhelos y aspiraciones nacionales del pueblo vasco. Su posición adversa al derecho de autodeterminación favoreció, de hecho, las maniobras y chantajes de la burguesía y propietarios vascos y los esfuerzos de éstos por dividir al proletariado vasco. El Partido Comunista de Euskadi lucha, con todas sus fuerzas, por conquistar el derecho de autodeterminación para nuestro pueblo. Este derecho no podrá ser jamás alcanzado más que en el combate contra el imperialismo y los enemigos de del pueblo dentro del país. (...) Hasta el momento presente, ha sido el Partido Comunista de España el único que con su programa de liberación nacional y social, ha luchado por el derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas, incluso hasta su separación del Estado Español». (Partido Comunista de Euskadi; Acta fundacional, 1935)
Y en Cataluña por Joan Comorera –fallecido en las cárceles franquistas en 1958–:
«Los problemas nacionales de España no son una ficción, son una realidad viva. Las monarquías austríaca y borbónica, las dos de origen extranjero y anti-españolas, quisieron crear a sangre y fuego, una España falsa, «unificada». (...) Si algunos republicanos españoles, algunos pseudo-socialistas españoles, pretendiesen, después de la inevitable victoria sobre el nazi-fascismo y su apéndice falangista, con palabras nuevas y propósitos y métodos viejos, continuar una política de asimilación violenta que la experiencia de siglos ha demostrado cuan absurda y criminal es. (...) Ortega y Gasset, hizo un daño atroz a la República, a España, cuando afirmó que los pueblos hispanos estaban, condenados a «conllevarse». Efectivamente, los pueblos hispanos se han «conllevado» bajo las corrompidas monarquías austríaca y borbónica. Volverían a «conllevarse», quizás, si ciertos políticos, que nada han aprendido antes y en el curso de la guerra, que no se han corregido en la excesiva comodidad de su emigración, sí esos discípulos de Ortega y Gasset, filósofo traductor al servicio de Franco y de Falange, tuvieran campo libre para repetir errores conocidos y agravarlos con nuevos ensañamientos. A la «conllevancia» de parásitos y aventureros, de demócratas aparentes y reaccionarios verdaderos, nuestros pueblos oponen su vehemente voluntad de «convivencia». Los pueblos de España han «convivido» cuando la República promulgó la Constitución de 1931, cuando los admirables obreros madrileños dieron la gran paliza a los «isidristas» catalanes que fueron a Madrid a pedir el guillotinamiento de la Generalidad de Cataluña, cuando el 6 de octubre de 1934 los catalanes se levantaron contra los filo-fascistas, cuando las juventudes catalanas corrieron a defender Madrid en las jornadas de gloria imperecedera de noviembre de 1936, cuando las juventudes castellanas vinieron al Ebro a defender a Cataluña y con ella a la República y la independencia de España. (...) Nuestros separatistas –nos referimos a los auténticos, no a los provocadores–, están también en la pendiente reaccionaria. No planteamos con relación a ellos ninguna cuestión de principio. La idea separatistas es tan legítima como cualquier otra, en un régimen democrático y para los demócratas verdaderos. Los republicanos españoles están en su derecho al combatir la idea separatista, como lo estamos nosotros al proclamarnos no separatistas. Pero la idea separatista no se combate con anatemas ni excomuniones, con reacciones a lo Poyo Villanova o con la pistola del falangista. No se combate oponiendo la voluntad del más fuerte a la voluntad del más débil. Se combate con el ejercicio pleno y sin reservas de la democracia. Cataluña, Euzkadi y Galicia, tienen el derecho indiscutible a ejercer su derecho de autodeterminación. Los demócratas españoles deben admitir este ejercicio libre del derecho de autodeterminación, no desconociendo que ello implica el derecho a separarse, a constituirse en Estados independientes. Es así como, rompiendo con un pasado de oprobio, siendo demócratas consecuentes, forjaremos una España unida, liquidaremos el separatismo de ambos lados del Ebro. Es así como ha surgido, desde el punto de vista nacional, la invencible y gloriosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas». (Joan Comorera; Los separatistas de uno y el otro lado del Ebro; Conferencia pronunciada en México, 1943)
El PCE solo comenzó a despertar de sus defectos, como el aislacionismo de las masas o la mala comprensión de la cuestión nacional, con la línea trazada por el IVº Congreso de marzo de 1932, donde Bullejos, Vega, Trilla y Adame mantendrían brevemente sus cargos tras un fuerte descrédito ante la Internacional Comunista, teniendo que adaptarse a un cambio en la teoría y sobre todo en la práctica, condiciones exigidas tanto de parte de la Internacional Comunista como de la mayoría de la militancia, que no confiaba en sus líderes. En una reunión el 5 de agosto de 1932, el Politburó del PCE decidió expulsar a Bullejos, Vega, Trilla y Adame por negarse reiteradamente a aplicar las nuevas directivas del congreso. Poco a poco emergería un nuevo liderazgo, decimos nuevo, no porque apareciesen de la nada, sino porque eran partidarios de la nueva línea –en algunos casos haciendo autocrítica de sus antiguas posiciones como Manuel Hurtado o, momentáneamente, la propia Dolores Ibárruri–. Se formó pues un claro nuevo núcleo de dirigentes entre los que destacamos por su adhesión bolchevique hasta el final a: Pedro Checa –fallecido en el exilio mexicano en 1942–, Trifón Medrano Elurba –fallecido durante la guerra en 1937–, Cristóbal Valenzuela Ortega –fusilado por los franquistas en 1939–, Hilario Arlandis –fusilado por los franquistas en 1939–, Saturnino Barneto Atienza –fallecido en el exilio soviético en 1940–, Daniel Ortega Martínez –fusilado por los franquistas en 1941–, José Silva Martínez –fallecido en el exilio venezolano en 1949– y sobre todo José Díaz –fallecido en el exilio soviético en 1942–. A esto se le podría sumar la caída de otros valiosos cuadros de mayor o menor altura como Isidoro Diéguez Dueñas –fusilado por el franquismo en 1942 o Puig Pidemunt –fusilado por el franquismo en 1949–. Con esta verdadera sangría de militantes sufrida entre 1932-1942, se puede observar que el PCE sufrió un total descabezamiento de sus piezas claves, lo que brindó una buena oportunidad para que los oportunistas como Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo, Francisco Antón, Enrique Líster, Antonio Mije, y más tarde también los Fernando Claudín, Jorge Semprún o Ignacio Gallego se afianzasen cada vez más en las altas esferas del PCE.
Aunque para ser justos, ese ascenso meteórico de diversas figuras no hubiera sido posible sin la implementación de maquiavélicas técnicas desde la nueva dirección del PCE, las cuales desataron contra los que dudaban o se oponían a sus aberraciones, unos métodos brutales de supresión para afianzarse en el poder, promoviendo infames juegos como: calumniar de «provocadores» a grandes y probados dirigentes –Heriberto Quiñones en 1942 y Jesús Monzón en 1947–, delatar o ajusticiar a quienes eran sospechosos de «no ser leales» a la nueva dirección –como a José San José alias Aldeano en 1944, León Trilla en 1945, Alberto Pérez alias César en 1945, Cristino García Granda en 1945, Víctor García en 1948, Luis Montero Álvarez en 1950–.
Durante aquellos primeros años del siglo XX veremos consolidarse a una figura clave en la cultura española: Antonio Machado, la cual sería referente para muchos. De él hemos evaluado cuestiones positivas y negativas en nuestro anterior capítulo: «Conatos de indiferencia en la posición sobre la cultura y la necesidad de imprimirse un sello de clase».
En cuanto a la cuestión nacional, Machado confesaba su acuerdo con reaccionarios como Unamuno en el no apoyo a la promulgación del Estatuto Catalán de 1932:
«La cuestión de Cataluña sobre todo, es muy desagradable. En esto no me doy por sorprendido, porque el mismo día que supe el golpe de mano de los catalanes lo dije: «los catalanes no nos han ayudado a traer la República, pero ellos serán, los que se la lleven». Y en efecto, contra esta República, donde no faltan hombres de buena fe, milita Cataluña. Creo con Don Miguel de Unamuno que el Estatuto es, en lo referente a Hacienda, un verdadero atraco, y en lo tocante a enseñanza algo verdaderamente intolerable. Creo, sin embargo, que todavía cabe una reacción a favor de España, que no conceda a Cataluña sino lo justo: una moderada autonomía, y nada más». (Antonio Machado; Carta a Guiomar, 2 de junio de 1932)
Joan Comorera ya se encargó de refutar estos argumentos frívolos:
«Otros cuando mucho, admiten la existencia de minúsculas diferencias «regionales», folklóricas, coloreadas por «dialectos» en decadencia y que en virtud de este nuevo esfuerzo intelectual no se oponen a cierto grado de autonomías administrativas bien entendidas que ni de cerca ni de lejos amenacen la integridad de la Patria. Otros, menos sinceros, simulan la aceptación del hecho nacional, no se oponen a una solución práctica del mismo, siempre, es claro, que no se llegue al absurdo de fabricar españoles de 1ª y de 2ª clase, como ocurre ahora, por ejemplo, con los mal andados estatutos. La constitución otorga un derecho igual a las nacionalidades y regiones de España, para organizarse en régimen estatutario. Los hipócritas saben bien que el ejercicio de un derecho otorgado a todos, por una nacionalidad o por una región, no crea privilegio de ninguna clase. Pero, por ahí van removiendo a fondo el lodo de los prejuicios para conducir de nuevo el carro hacia el camino de la España única e indivisible». (Joan Comorera; José Díaz y el problema nacional, 1942)
Como sabemos, en la obra de Machado encontramos tramos profundamente progresistas, una muestra de internacionalismo reluciente. En su artículo «Sigue hablando Mairena a sus alumnos», comenta:
«La patria –decía Juan de Mairena– es, en España, un sentimiento esencialmente popular, del cual suelen jactarse los señoritos. En los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la mienta siquiera. Si algún día tuviereis que tomar parte en una lucha de clases, no vaciléis en poneros del lado del pueblo, que es el lado de España, aunque las banderas populares ostenten los lemas más abstractos. Si el pueblo canta la Marsellesa, la canta en español; si algún día grita: ¡Viva Rusia! Pensad que la Rusia de ese grito del pueblo, si es en guerra civil, puede ser mucho más española que la España de sus adversarios. (…) En España, el prejuicio aristocrático, el de escribir exclusivamente para los mejores, puede aceptarse y aun convertirse en norma literaria, sólo con esta advertencia: la aristocracia española está en el pueblo; escribiendo para el pueblo se escribe para los mejores». (Hora de España; Nº3, marzo, 1937)
En cambio, en la figura del andaluz las limitaciones son hasta cierto punto producto de su época, ya que nació y se desarrolló en el ambiente nacionalista de la generación del 98, y si bien en algunas cuestiones, como vemos, se separaba de su círculo de influencia, en otro, nunca saldría de él. Esto último se ve cuando ensalza la conquista de América celebrando el «día de la raza». En sus escritos, Antonio Machado también daba de comer al mito del Cid como «patriota» consecuente, cuando la historia muestra que, como todos los reyezuelos cristianos y musulmanes de la península, el Cid fue un guerrero mercenario vendido al mejor postor. El PCE reproduciría estos escritos suyos en su periódico «España popular» Nº73 de 1941, que lejos de alimentar un sano patriotismo, alimentaba el viejo chovinismo de gran nación totalmente despreciable. Esto indicaba, que el PCE había cambiado profundamente desde 1932 su forma de abordar la cuestión nacional, existía una condescendencia hacia los chovinistas castellanos.
Por todo ello no es de extrañar lo que Machado proclamaba sobre los movimientos nacionalistas en boga:
«De aquellos de quienes se dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc., antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse». (Hora de España; Nº6, junio de 1937)
Machado no entendía que el movimiento catalán no era una mezcla de arrogancia y provincianismo, sino más bien que la España de su imaginario: «íntegra, gloriosa e inseparable», esa «comunidad de destino» hispánica, en la que le habían educado, no existía. O mejor dicho, que dicha comunidad hispánica debía ser construida por los pueblos mediante la voluntad, y no por la fuerza, como él precisamente reconocía como positivo con lo sucedido en Rusia con los comunistas. Pero Machado no era capaz de desligarse de sus dogmas nacionalistas:
«Se nos ha calumniado, dentro y fuera de España, diciendo que nosotros también servimos una causa extranjera; que trabajamos por cuenta de Rusia. La calumnia es doblemente pérfida, pero tan grosera, que no ha podido engañar a nadie que no sea perfectamente imbécil. Porque todos saben –están hartos de saber– que Rusia, ese pueblo admirable, que renunció a su imperio para libertar a sus pueblos, no atentó nunca a la libertad de los ajenos y que no tuvo jamás la más leve ambición territorial en España. Esto lo saben todos, aunque muchos disimulen ignorarlo». (La voz de España, Discurso, 11 de noviembre de 1938)
En su artículo «Sobre la Rusia» actual repetía:
«La fuerza incontrastable de la Rusia actual radica en esto. Rusia no es ya una entidad polémica, como lo fue la Rusia de los zares, cuya misión era imponer un dominio, conquistar por la fuerza una hegemonía entre naciones. De esa vanidad, que todavía calienta los sesos de Mussolini, ese faquín endiosado, se curaron los rusos hace ya veinte años. La Rusia actual nace con la renuncia a todas las ambiciones del Imperio, rompiendo todas las cadenas, reconociendo la libre personalidad de todos los pueblos que la integran. (…) El marxismo contiene las visiones más profundas y certeras de los problemas que plantea la economía de todos los pueblos occidentales. A nadie debe extrañar que Rusia haya pretendido utilizar el marxismo en su mayor pureza, al ensayar la nueva forma de convivencia humana, de comunión cordial y fraterna, para enfrentarse con todos los problemas de índole económica que necesariamente habrían de salirle al paso. Tal vez sea éste uno de los grandes aciertos de sus gobernantes». (Hora de España; Nº9, septiembre, 1937)
¿Cómo era posible que para él, el modelo de autodeterminación que había «liberado a los pueblos» –llegando incluso a aplicarse la separación– era aplicable para Rusia pero no para España? Como observamos, Machado caía en grandísimas contradicciones.
Por supuesto, esto no quiere decir que los comunistas estén a favor de ejercer el derecho de autodeterminación en mitad de una guerra que implica a todos los pueblos contra un pueblo común, pero no da derecho a que los comunistas u otros del país opresor nieguen durante la contienda a los comunistas y patriotas de la nación oprimida, el derecho de libre unión, separación, o lo que guste al pueblo.
Este nacionalismo castellano intransigente, celoso de sus mitos, miedoso de su integridad territorial ante todo, era incapaz en principio de simpatizar con las aspiraciones nacionales de los pueblos de la península y sus justas luchas, pero bien era capaz de sentir y guardarle «lazos fraternales» a los fascistas patrios que habían conspirado con los fascistas extranjeros de los países imperialistas.
Antonio Machado diría:
«No creo que haya nadie en España que diste más que yo del ideario fascista. Siempre he creído, sin embargo, que, desde un punto de vista teórico, cabe ser fascista sin por ello dejar de ser español. Mas siempre he afirmado que no se puede ser español y entregar el territorio y los destinos de España a la codicia imperialista del fascio italiano o del racismo alemán. No creo que nadie, hoy, en España, pueda pretender honradamente que esto sea posible. (…) Con todo ello, y convencido de la ceguera, de los errores, de la injusticia de nuestros adversarios, de cuya índole facciosa no dudé un momento, confieso que nunca pude aborrecerlos; con todos sus yerros, con todos sus pecados, eran españoles; y el lazo fraterno, hondamente fraterno de la patria común, no podía romperse ni con la más enconada guerra civil». (La voz de España, Discurso, 11 de noviembre de 1938)
Antes de morir, en una carta en la que ensalza a varios escritores catalanes, se retracta de la idea de que los catalanes serían los causantes del fin de la república, y reconoce la valentía en su defensa:
«¡Sí la guerra nos dejara pensar! ¡Si la guerra nos dejara sentir! ¡Bah! Lamentaciones son éstas de pobre diablo. Porque la guerra es un tema de meditación como otro cualquiera, y un tema cordial esencialísimo. Y hay cosas que solo la guerra nos hace ver claras. Por ejemplo: Que bien nos entendemos en lenguas maternas diferentes, cuantos decimos, de este lado del Ebro, bajo un diluvio de iniquidades: ¡Nosotros no hemos vendido nuestra España!, y el que esto se diga en catalán o en castellano en nada mengua ni acrecienta su verdad». (Antonio Machado; Desde el mirador de la guerra, 6 de octubre de 1938)
Este tipo de cuestiones como los errores de las grandes figuras de la cultura en la cuestión nacional, son las que no comentan los actuales capitostes de la «izquierda» cuando reivindican a una figura de la talla de Machado, con grandísimas luces pero también con notables sombras. El deber de los comunistas es calibrar a cada figura en su lugar correspondiente, y anotar los aciertos y errores, y jamás tapar los defectos de dichas figuras, ni siquiera cuando realmente son portadoras de una verdadera esencia progresista, como el propio Machado, cuyo compromiso antifascista es indudable. Tapar la historia solo crea mitos, pero no hace avanzar a los pueblos.
No sin razón el historiador francés Pierre Vilar, testigo de la Guerra Civil Española, comentaría en sus años de juventud a un amigo castellano:
«Totalmente de acuerdo con esto que usted dice: españoles de izquierda y derecha concuerdan hoy en su anticatalanismo; yo había esperado otro resultado de la guerra; pero no niego los hechos; veo desde hace seis meses tanto españoles como si viviera en España y de todas las categorías. De hecho incluso los partidarios de la autonomía y del Estatuto hoy son unitarios. Es una consecuencia muy natural de una derrota, en la que cada uno intenta cargar sobre el vecino la responsabilidad sobre el vecino la responsabilidad de los errores –yo creo personalmente, que se hallan en otro lado, e incluso más alejados–». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
Algunos, como los monigotes del refundado PCE (m-l), toman como ejemplo de la línea a seguir la postura del Presidente del Consejo de Ministros de la II República, Juan Negrín López, jefe del ala centro del PSOE sobre la cuestión nacional. Los actuales dirigentes del PCE (m-l) –que en su ridiculez continua no le hacen honor a sus siglas– nos dicen:
«Incluso en los agónicos estertores de la defensa republicana el PCE logró incluir en la última oferta de pacificación del país hecha por el Presidente del Gobierno, Juan Negrín, en sus famosos «Trece Puntos» publicados el 30 de abril de 1938 las «Libertades regionales sin menoscabo de la unidad española» –punto 5– pero como sabemos, esas esperanzas eran vanas y el funesto golpe Casado vino a terminar con cualquier posibilidad de resistencia republicana frente al fascismo]». (J.P Galindo y Clemen A.; Analfabetismo teórico del socialchovinismo, 2019)
¿Sí? ¿Este es vuestro modelo idílico? Adelante, valientes, repasemos a vuestro héroe… En una ocasión Negrín diría:
«Zugaragoitia, de nuevo, pone en boca de Negrín unas frases pronunciadas a finales de julio de 1938, recién iniciada la Batalla del Ebro, que representan una auténtica declaración de principios sobre el hecho nacional catalán: «Negrín: No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan gravemente los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España!». (Pelai Pagés y Blanch; Cataluña en guerra y en revolución (1936-1939), 2007)
Togliatti, que como sabemos no era sospechoso de simpatizar con las organizaciones catalanas, ni siquiera con el PSUC, en un informe confidencial, reportaba a Moscú:
«Negrín estaba dominado por los prejuicios y los errores de la socialdemocracia. No comprendía el problema nacional, e incluso cuando tomaba medidas acertadas e indispensables –centralización de la industria de guerra y la hacienda nacional en manos del gobierno de la República, etc.– su falta de tactica y en ocasiones su brutalidad, unidas a la falta de tacto y a la brutalidad de sus funcionarios, herían el sentimiento nacional de los catalanes». (Palmiro Togliatti; Informe, 21 de mayo de 1939)
Manuel Azaña, Presidente de la II República, un republicano de izquierdas burgués, recogía en sus memorias sobre el pensamiento del Dr. Negrín en sus memorias:
«Negrín: Aguirre no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con él ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero, y más dinero». (Manuel Azaña; Memorias, 1939)
¡¿Esto es para el actual PCE (m-l) el ejemplo a seguir?! ¿El preferir el triunfo del fascismo a que la «patria se descuartice»? ¿Este es el patriotismo de esta gente? Más bien es el paradigma a imitar para los nacionalistas castellanos, para los republicanos unitarios que denunciaba Pi y Margall. No para los comunistas que son profundamente internacionalistas y jamás proclamarían tales infamias.
«La consigna de autodeterminación de las naciones debe ser planteada igualmente en relación con la época imperialista del capitalismo (…) El imperialismo consiste precisamente en el deseo de las naciones que oprimen a una serie de naciones ajenas de ampliar y afianzar esa opresión, de repartirse de nuevo las colonias. Por eso, la médula del problema de la autodeterminación de las naciones reside en nuestra época, precisamente, en la conducta de los socialistas de las naciones opresoras. El socialista de una nación opresora –Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, Rusia, Estados Unidos, etc. – que no reconoce ni defiende el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación –es decir, a la libre separación– no es, de hecho, un socialista, sino un chovinista. (…) Si los socialistas de Inglaterra no reconocen ni defienden el derecho de Irlanda a la separación; los franceses, el de la Niza italiana; los alemanes, el de Alsacia y Lorena, el Schleswig danés y Polonia; los rusos, el de Polonia, Finlandia, Ucrania, etc.; y los polacos, el de Ucrania. Si todos los socialistas de las «grandes» potencias, es decir, de las potencias que realicen grandes saqueos, no defienden este mismo derecho para las colonias, es única y exclusivamente porque en la práctica son imperialistas y no socialistas. Y es ridículo hacerse la ilusión de que son capaces de aplicar una política socialista gentes que no defienden el «derecho de autodeterminación» de las naciones oprimidas, perteneciendo ellos mismos a las naciones opresoras». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El problema de la paz, 1915)
Comorera comentaría del papel de la socialdemocracia en cuanto a no comprender la cuestión nacional y lo que supuso durante la guerra:
«El Partido Socialista Obrero Español, ha sido un instrumento del imperialismo español, debido a la acción del cual, tanto escrita como práctica, grandes núcleos de obreros, nunca comprendieron que la cuestión nacional y colonial, es parte integrante de la revolución proletaria internacional. En el curso de nuestra guerra, las incomprensiones y los exabruptos del Partido Socialista Obrero Español y de sus líderes en función de gobierno Largo Caballero, Prieto y Negrín, respecto a Cataluña y a nuestras instituciones autónomas, fueron uno de los principales factores que contribuyeron a la derrota de Cataluña y de la república». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional de Cataluña, 1940)
Está claro, que esta gente –republicanos de izquierda, socialdemócratas y liberales– no era marxista –ni los dirigentes del PCE, que en mayor o menor medida permitían esto, tampoco habían comprendido la posición del mismo sobre la cuestión nacional–. Hoy aquellos apoyan argumentos similares a los expuestos, tampoco lo son, por mucho que se vistan hoy de ropajes rojos, por mucho que en la sede de sus partidos desfilen los cuadros de Lenin y las hoces y martillo adornen las entradas:
«En nuestros días, sólo el proletariado defiende la verdadera libertad de las naciones y la unidad de los obreros de todas las nacionalidades. Para que las distintas naciones convivan en paz y libertad o se separen –si es más conveniente para ellas– y formen diferentes Estados, es indispensable la plena democracia, defendida por la clase obrera. ¡Nada de privilegios para ninguna nación, para ningún idioma! ¡Ni la menor opresión, ni la más mínima injusticia respecto de una minoría nacional!: tales son los principios de la democracia de la clase obrera (…) Los obreros con conciencia de clase son partidarios de la total unidad entre los obreros de todas las naciones en todas las organizaciones obreras de cualquier tipo: culturales, sindicales, políticas, etc. (…) Los obreros no permitirán que se los divida mediante discursos empalagosos sobre la cultura nacional o «autonomía cultural». Los obreros de todas las naciones defienden juntos, unánimes, la total libertad y la total igualdad de derechos, en organizaciones comunes a todos, y esa la garantía de una auténtica cultura (…) Al viejo mundo, al mundo de la opresión nacional, los obreros oponen un nuevo mundo, un mundo de unidad de los trabajadores de todas las naciones, un mundo en el que no hay lugar para privilegio alguno ni para la menor opresión del hombre por el hombre». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La clase obrera y el problema nacional, 1913)
Por tanto:
«Si el marxista ucraniano se deja arrastrar por su odio, absolutamente legítimo y natural, a los opresores gran rusos, hasta el extremo de hacer extensiva aunque sólo sea una partícula de ese odio, aunque sólo sea su apartamiento, a la cultura proletaria y a la causa proletaria de los obreros gran rusos, ese marxista se habrá deslizado a la charca del nacionalismo burgués. Del mismo modo el marxista gran ruso se deslizará a la charca del nacionalismo no sólo burgués, sino también ultrarreaccionario, si olvida, aunque sea por un instante, la reivindicación de la plena igualdad de derechos para los ucranianos o el derecho de éstos a constituir un Estado independiente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1914)
Si se sustituye aquí: gran ruso por castellano, y ucraniano por catalán, el lector no verá ninguna diferencia con lo que ocurre hoy.
En resumidas cuentas: los obreros quieren la unidad de toda su clase, y esto es únicamente concebible si se encuentran en pie de igualdad. Esto se aplica a todas las cuestiones que atañen al movimiento obrero, pero en tanto a la cuestión que nos trae a colación, quiere significar lo siguiente: ninguna nación puede denegarle derechos de ningún tipo a otra nación; ninguna nación puede inmiscuirse en los asuntos de otra y, si esto ocurre, la defensa de la nación agraviada se convertirá en parte fundamentalmente activa del derecho de autodeterminación intrínseco a todas las naciones.
Efectivamente durante el transcurso de la guerra, algunos comunistas parecían ignorar o desconocer, como hacen otros ahora, la existencia y pervivencia del viejo nacionalismo castellano, español, o dígase como quiera, el cual hizo aparición en el campo republicano, en el seno de la socialdemocracia, en el seno del anarquismo, y también del PCE.
Durante la Guerra Civil Española (1936-1939) ya se vislumbran artículos de sospechosas teorizaciones y conclusiones dispares; por ejemplo, la línea combativa de José Díaz versus la línea derrotista y conciliadora de Dolores Ibárruri como bien expuso el PCE (m-l) en su obra: «La Guerra Nacional Revolucionaria del Pueblo Español» de 1966.
En la cuestión nacional, la mayoría del PCE realizaba esfuerzos por limitar los agravios sobre el Gobierno Autonómico de Cataluña y el sentimiento anticatalanista, así como contener las posibles tendencias al separatismo y a la paz por separado con Franco:
«La tensión en las relaciones que existe entre el Gobierno de la República y la Generalidad de Cataluña es uno de los obstáculos que se oponen hoy a la centralización y explotación racional de todos los recursos del país y representa una amenaza muy seria para la unidad del Frente Popular y para la unidad nacional del pueblo entero contra los invasores fascistas. Esta tensión de relaciones es fomentada y explotada por los enemigos del pueblo español, por los trotskistas y otros agentes fascistas, por el grupo de amigos de Largo Caballero y por todos aquellos que son favorables a una capitulación, así como por los conservadores ingleses y por la burguesía reaccionaria francesa, con el fin de intrigar contra el Gobierno, debilitarlo y sembrando la discordia entre los diferentes Partidos, romper el Frente Popular, romper la resistencia de la República. (...) La necesidad de luchar sin vacilaciones de ningún género contra las tendencias de capitulación que se manifiestan entre ciertos elementos de los Partidos catalanes y la necesidad de luchar en particular contra el separatismo catalán no debe hacer olvidar a los Partidos y hombres políticos de España, ni al Gobierno de la República, que existe un problema nacional de Cataluña y un sentimiento nacional catalán y que no es a través de medidas administrativas ni hiriendo ese sentimiento como se logrará llevar a los Partidos, a la Generalidad y al pueblo de Cataluña por el camino de la colaboración para dar solución a todos los problemas de la guerra. (...) Combatir y evitar toda manifestación de espíritu anticatalán, así como el planteamiento de las cuestiones referentes a Cataluña de una manera formal, olvidando la existencia de un problema nacional. (...) Ser en el seno del Gobierno, en los contactos con los demás Partidos políticos y en su actividad cotidiana, el defensor obstinado de los derechos de Cataluña, el enemigo encarnizado de toda tendencia a desconocer o limitar estos derechos y a resolver los problemas catalanes con una presida administrativa. En todos los casos en que los miembros u órganos del aparato del Estado ofendan el sentimiento nacional catalán, el Partido debe denunciar estos casos como dirigidos contra la unidad del pueblo español y hacer lo necesario para que hechos de este género no se repitan». (Partido Comunista de España; Tareas actuales del PCE, del Frente Popular y del Pueblo de España; Resolución del Comité Central del PCE, 1937)
Quizás algunos crean que la concesión del PCE a apoyar los trece puntos de Negrín –como se reiteraba en este documento–, era un mal necesario para reforzar la unidad popular antifascista, y oponer una política de resistencia ante las voces que pedían un compromiso para el final de la guerra, y en líneas generales así puede ser. Pero en la cuestión nacional, los trece puntos de Negrín, lejos de contener, instaban al separatismo dentro de Cataluña por negarle en un futuro el derecho de autodeterminación con aquello de «libertades regionales sin menoscabo de la unidad española». Repetimos, no se trataba aquí de instar a la independencia en mitad a la guerra sino de buscar la unidad de todos los pueblos en un esfuerzo común, pero para ello no ayuda el negar las competencias del gobierno autonómico ni negarse a reconocer el derecho al pueblo catalán a organizarse como gustase después de la guerra.
Por otro lado, sorprende en demasía la exposición que Vincente Uribe, por entonces Ministro de Agricultura del PCE, hace sobre la cuestión nacional:
«Incluso en la República del 14 de abril, la desigualdad nacional seguía existiendo de hecho. (...) Es un fenómeno que se puede explicar con relativa facilidad. Quedaron algunos elementos de la opresión y desigualdad nacional, puesto que la República no mermó, más que muy débilmente, la potencia económica de los terratenientes, del Capital Financiero y de la Iglesia. La República no se atrevió a quebrantar en forma sensible la fuerza económica, la base material de la reacción y del fascismo del país. Tampoco fueron importantes las transformaciones realizadas por la República en el aparato estatal; el Ejército, la Policía, la Guardia civil, la Burocracia parasitaria, conservaron casi completamente, hasta julio del 36, su antigua composición, su vieja estructura, sus antiguas funciones; el espíritu de odio contra el pueblo y los métodos bárbaros de caciquismo. (…) Es preciso que todos los partidos democráticos, y en primer término los partidos y organizaciones obreras, efectúen un gran trabajo sistemático de educación política entre las masas populares para librarlas completamente de los restos de influencias de ideas reaccionaras, de falta de suficiente respeto y sensibilidad en relación con las nacionalidades no castellanas del pueblo español. Subrayemos que en la zona ocupada por los fascistas italoalemanes han sido abolidas todas las libertades y derechos democráticos, inclusive las libertades y derechos de las pequeñas nacionalidades. La primera medida de las fuerzas fascistas ocupantes, en cuanto pusieron su garra sangrienta en territorio vasco o terreno catalán, fue la abolición de los Estatutos de Euzkadi y Cataluña. (...) También es fácil encontrar gentes que, con el pretexto de una supuesta salvaguardia de la inviolabilidad de las normas jurídicas constitucionales de las regiones autónomas, con sus actos no defienden los intereses nacionales efectivos de estas regiones ni los derechos y libertades democráticas, sino los restos y residuos del aislamiento medieval del provincialismo. (...) Podemos estar completamente seguros que, después del triunfo definitivo de la República sobre los conquistadores fascistas italoalemanes y sus agentes, los últimos restos del feudalismo y de la reacción serán rápida y fácilmente superados. Se ampliará y fortalecerá el régimen democrático. Una gran España, republicana, democrática; todos los pueblos unidos; todas las nacionalidades movidas por el mismo impulso, se lanzarán en una cordial emulación, sobre la base de la confianza mutua, conjugando fraternalmente todos los esfuerzos en una dirección: ayudar al máximo desarrollo y florecimiento de cada nacionalidad; ayudar en grado superlativo al ascenso general y al progreso de todo el país; fortalecer, por encima de todo, la patria española. Pero todo esto dejémoslo a los pueblos mismos. Ellos lo harán mejor que las mejores de nuestras aspiraciones». (Vicente Uribe; El problema de las nacionalidades en España a la luz de la guerra popular por la independencia de la República Española, 1938)
En dicho artículo se denunciaba el hecho de que la II República de 1931-1936 no había golpeado las raíces que daban luz a la opresión nacional y daban alas al propio ascenso del fascismo, lo cual es correcto. Por otro lado, criticaba tanto el histórico chovinismo castellano que pisoteaban los sentimientos de las regiones, como las tendencias de los nacionalistas catalanes de buscar la famosa paz por separado en 1938, como un año atrás hicieran los nacionalistas vascos del Partido Nacionalista Vasco (PNV) con los fascistas italianos en el infame Pacto de Santoña, de consecuencias trágicas. En esto no hay un pero que poner, es una exposición correctísima. Pero hay ciertos detalles que chirrían. Para empezar Uribe utiliza el término partidos «democráticos», lo cual es una concesión a los partidos burgueses o pequeño burgueses inadmisible para los comunistas, incluso en un contexto de guerra y alianza con algunos de ellos, pues como sabemos estos partidos funcionan por el caciquismo y el nepotismo más descarado, siendo partidarios, en cuanto a régimen político se refiere, de la democracia para los explotadores y la dictadura para los explotados. En el mejor de los casos, algunas formaciones burguesas y pequeñoburguesas formulan una utópica «república democrática» donde explotados y explotadores compiten, en teórica igualdad de condiciones, sin alterar en lo fundamental la base económica –así estaba, de hecho, formulado en la Constitución de la II República de 1931–. De igual modo, calificar de partidos «obreros», a partidos con gran militancia obrera es una generosa calificación pero no es una exposición acertada, un partido obrero, es un partido que defiende los intereses de la clase obrera, jamás un partido que en la praxis ha demostrado implementar políticas antiobreras y antipopulares como el PSOE, este tipo de partido son el partido de la patronal con amplia militancia obrera engañada. Aún así, lo más importante aquí sobre la cuestión nacional, es que Uribe no considera en ningún momento la posibilidad de que estos pueblos tengan derecho a ejercer la autodeterminación y determinar si quieren formar parte de España o no, tampoco considera discutir dicha cuestión en la posguerra, se da por hecho que todos los pueblos querrán seguir el mismo camino, un error que se repetiría años después, tanto en las tesis del revisionista VIº Congreso del PCE de 1960, como en otras nuevas organizaciones revolucionarias.
Entre los delegados de la Internacionales Comunista, como Codovilla [Luis], Minev [Moreno] o Togliatti [Ercoli], en sus respectivos informes y memorias hablan de diversos temas. En algunos casos pecan de exceso de fraseología o explicaciones muy simplistas e infantiles, pero en otros casos son muy certeros y útiles en cuestiones que tiempo después se han demostrado contrastables con diversa documentación oficial, siendo un verdadero cuadro para reconocer los evidentes aciertos y sobre todo los no tan evidentes errores de los comunistas –paternalismos de los propios delegados de la IC con los cuadros españoles, falta de autocrítica de los miembros del PCE, desorganización en el trabajo, falta de influencia y trabajo en los sindicatos, tendencia a los acuerdos con los socialistas desde arriba no tanto desde la base, credibilidad excesiva en la capacidad de Negrín, la inacción por el miedo a quebrar el frente popular etc–. Pero yendo al tema nacional adolecen de dudosa objetividad sobre el tema, cayendo en favor del relato del «nacionalismo castellano» de las difíciles relaciones entre el gobierno central y el gobierno catalán, así como entre el PCE y el PSUC. Aún así no podían dejar de reconocer ciertos aspectos. El delegado italiano, Plamiro Togliatti, padre del eurocomunismo en años posteriores, decía:
«En teoría, [el PSUC] en los informes, en las resoluciones y en los artículos, la cuestión nacional es planteada correctamente. En la práctica se tiene la tendencia a deslizarse hacia una posición separatista. (…) Mientras la dirección del PCE se esfuerza por cumplir su tarea, interviniendo para que no se hiera el sentimiento nacional de los talanes, el PSUC no cumple completamente la suya, no lucha contra el nacionalismo pequeño burgués. (…) Los camaradas del PSUC, que llevan adelante furibundas campañas contra algunos ministros de la república –Prieto, v. cuestión Negus–, no luchan con el mismo empeño contra los elementos separatistas del gobierno de la Generalitat, ni contra los actos del gobierno de la Generalitat dictados únicamente por la desconfianza respecto al Gobierno de la República. (…) Los camaradas del PSUC repiten, en proporciones menores, el error cometido por los camaradas del partido vasco, que fueron a remolque de los nacionalistas». (Palmiro Togliatti; Informe, 28 de enero de 1938)
Es loable que desde la dirección del PSUC se viesen desviaciones nacionalistas pequeño burguesas en algunos actos o en comentarios de conversaciones privadas o incluso públicas dado la precocidad del partido, en esto no dudamos que pueda ser verdad, pues entra dentro de lo posible, pero en el PSUC de aquellos días hay abundante documentación contra el propio nacionalismo catalán, empezando por los discursos del mismo como el propio Togliatti reconoce, la dura crítica hacia los ministros socialistas como Prieto no era un error, sino que se demostró más certera con el tiempo, y el PCE realizaba el mismo intento de cesar a un derrotista como Prieto del Ministro de Guerra, el PSUC fue siempre el primero en denunciar a los ministros traidores del nacionalismo y alentar la colaboración entre gobierno central y regional en sendas ocasiones –véase como ejemplo la Carta de Comorera a Companys, 1/05/39–. Alegar que la culpa de las tiranteces entre las relaciones PCE-PSUC era solamente de éste último, y que el PCE no sufría en su seno vacilaciones nacionalistas, es una acusación ridícula, porque es cierto que combatía el chovinismo español –sobre todo José Díaz y Pedro Checa–, pero por otro lado contradictoriamente se permitía en sus medios publicaciones que exaltaban el discurso del nacionalismo español –como hemos visto con la publicación de Antonio Machado, y con declaraciones como la de Uribe, que negaban el futuro derecho a la autodeterminación–. Esto sin duda era mucho más grave por ser el partido de la nación opresora, el de mayor experiencia, y por ser reincidente, ya que en el pasado fue criticado por la IC por la falta de tacto en estas cuestiones nacionales.
Togliatti insistía en sus informes para tratar de convencer a los dirigentes de la IC que:
«El error fundamental del PSUC respecto a la cuestión nacional fue el de no haber entendido que precisamente a él como partido catalán le correspondía la tarea de luchar contra el obtuso nacionalismo de los catalanistas pequeño burgueses, contra el derrotismo y la traición que se incubaban en el seno de esos partidos. (…) La dirección del PSCU no se decidió a hacerlo. La dirección del PSUC, y en particular Comorera, no quiso nunca luchar abiertamente contra el derrotismo y las intrigas de los partidos catalanistas. (…) A propósito de las numerosas cuestiones planteadas entre el gobierno de la República y la Generalitat, nuestro papel de intermediarios, de partidarios del respeto de los derechos de Cataluña y de la colaboración cordial entre ambos gobiernos, Comorera mantuvo una posición equívoca». (Palmito Togliatti; Informe, 12 de mayo de 1939)
Repasemos un discurso de Comorera que echa abajo todo esto, desmontando rápidamente este tipo de acusaciones:
«En el curso del primer año de guerra y de revolución, se ha reforzado la unidad de acción de los pueblos hispánicos: hemos superado el primer periodo cargado de peligros. Había al principio corrientes de hostilidades y maniobras de un separatismo equívoco, que fuimos los primeros en descubrir, a denunciar y a combatir de una manera implacable. Esto se ha superado. Es posible que aún queden algunos vestigios, y aunque, por algún rincón más o menos suntuoso de Barcelona posiblemente encontraríamos alguien que piensa que puede estar en condiciones de conspirar en este sentido. Pero debemos afirmar de una manera categórica que este no es un problema que pueda hacernos perder el tiempo para hacer la higienización de estos pequeños focos que aún quedan. Por encima de eso está la voluntad manifiesta de unidad de acción cordial, leal, y sistemática, de todos los pueblos hispánicos. Cataluña se encuentra en primera fila por haber comprendido que su suerte está ligada de una manera íntima, de una manera indisoluble a la suerte de los otros pueblos hispánicos». (Joan Comorera; Informe en la Primera Conferencia Nacional del PSUC, 25 de julio de 1937)
Sobre su política al respecto de los grupos catalanistas diría:
«La línea general del partido ha sido. (...) Neutralización reiterada de componendas políticas, que en el plano general de los claudicadores de la República realizaban los partidos nacionalistas pequeño burgueses: petición pública de una mayor participación de los partidos catalanes en el Gobierno de la República y de los catalanes de más solvencia antifascista y de mayor prestigio popular en los cargos políticos y militares; popularización hasta el último momento del presidente Companys, con la finalidad múltiple de ligarlo a Negrín, de apartarlo de las filas de los claudicadores, de inmunizarlo el contra las maniobras y las intrigas constantes de los elementos más turbios de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) que ocupaban altos cargos políticos y gubernamentales; esfuerzos continuados, con poca fortuna, pero, con el fin de vigorizar el Frente Popular de Cataluña, y anulación política de los grupos más incontrolados y más sectarios de la FAI que pretendieron muy reiteradamente en convertir el Gobierno de la Generalidad en instrumento de lucha contra el Gobierno de la República». (Joan Comorera. La línea nacional del PSUC; Ponencia presentada en el Comité Central del PSUC, que se aprobó en la reunión de finales de abril de 1939. En junio era también aprobada por el Secretariado de la Internacional Comunista, 1939)
En el propio pleno del PCE de agosto de 1937 tuvo que frenar la especulación de algunos socialistas sobre que Cataluña no estaba en pie de guerra, que había un movimiento mayoritario secesionista entre las organizaciones catalanistas que intentaba hacer la guerra por su lado, o que buscaba hacer la paz con Franco por separado:
«En estos últimos tiempos hemos leído artículos no muy justos de los socialistas de Madrid, de nuestro querido «Frente Rojo». No se plantea justamente el problema cuando se dice ¿qué hace Cataluña?, y cuando directa o indirectamente se quiere cargar sobre Cataluña, la responsabilidad que hubiere sobre el año transcurrido. (…) Cataluña al contrario, ha luchado ferozmente para superar un periodo negativo [en referencia a la insurrección fallida anarquista-trotskista de mayo de 1937], lo han conseguido, con nosotros, por esa es la Cataluña en la que vosotros debéis creer. No hay movimiento separatista ninguno. Puede haber, algún grupo de intrigantes de quinta columna, en relación más o menos directa con los agentes del fascismo internacional, pero no tienen en Cataluña en cuanto a organización ni influencia, ni prestigio, ni representan un peligro alguno, los verdaderos separatistas. (…) Los peligrosos separatistas son los anarquistas, porque durante diez meses de hegemonía sindical, política, militar y económica en Cataluña, han hecho más por el separatismo que los viejos nacionalistas. (...) Y aún ahora son los que más especulan con el tópico nacionalista aprovechándose de circunstancias temporales. (...) Podéis leer su prensa, y sobre todo su prensa clandestina que es muy frondosa, y veréis como allí excitan de forma sistemática los sentimientos nacionalistas de Cataluña, no para extraer de ellos un mayor vigor en la lucha común contra el fascismo, sino para provocar un acto de rebeldía contra el gobierno del Frente Popular de la República, y para desprestigio y destrucción de las fuerzas marxistas de Cataluña, que son garantía de la victoria. (...) Pese a todo, yo os digo camaradas: ellos son pocos, en este sentido de corriente de opinión, porque los catalanes han comprendido cuál es su deber. Nosotros les hemos dicho: Cataluña no puede ser libre si en España vence el fascismo, España no puede ser libre sin la ayuda abnegada y desinteresada de Cataluña». (Joan Comorera; Discurso en el Pleno del Partido Comunista de España, agosto de 1937)
Comorera replicó pues, que quienes realmente habían adoptado posturas secesionistas que desconectaban y descoordinaban la lucha antifascista del frente catalán con el resto de los pueblos de España habían sido los anarquistas o los agentes de quinta columna, pero jamás los comunistas del PSUC ni la mayoría de los verdaderos patriotas catalanes, ni siquiera el sector del PCE que podría simpatizar con éstos.
El delegado búlgaro de la IC, Minev, también insistía bajo la misma línea que Togliatti, de que el gobierno de los socialdemócratas no comprendían la cuestión nacional pero que el PSUC tampoco la entendía como era debido:
«Los tres gobiernos del frente popular –los de Caballero, Negrín y Prieto– defendieron la línea errónea del Partido Socialista sobre la cuestión nacional. No supieron manifiestar suficiente clarividencia política, valentía, sensibilidad y agilidad para concluir de modo verdadero a vascos y catalanes y sus grandes recursos económicos en un frente panespañol contra el enemigo común. Los problemas más difíciles y delicados de las nacionalidades se intentaron resolver mediante órdenes y medidas administrativas. (…) Los nacionalistas vascos y catalanes intentaron frecuentemente durante la guerra resolver la cuestión de la salida de la guerra mediante conversaciones y compromisos separados con Franco. (…) Tuvo no poca culpabilidad el Partido Socialista Unificado de Cataluña, su dirección, y personalmente el camarada Comorera. La crítica de las deficiencias y errores de la política de Negrín sobre la cuestión nacional fue realizada por la dirección del PSUC desde posiciones del nacional-separatismo catalán pequeño burgués». (Stoyán Minev; Las causas de la derrota política de la República Española, 1939)
No comentaremos esta cita, ya que ha quedado demostrado de sobra que algunos de sus acusaciones hacia el PSUC eran falaces, ciertas en algunos aspectos, como en la debilidad inicial de su origen social e ideológico de sus componentes y dirección, pero no en la conclusión de que no comprendían la cuestión nacional ni de que hicieron un correcto trabajo. Seguramente la inquina de ciertos delegados de la IC contra el PSUC, no solamente respondiese a desconocimiento sobre España y la cuestión nacional, sino al hecho de que ellos tenían asignada la tarea de fortalecer el PCE en la zona centro, mientras otros delgados como Gerö tenían ese mismo propósito sobre el PSUC. El arribismo como motivación no debe descartarse viendo la evolución de dichas figuras. Por tanto, las acusaciones mutuas eran una forma de justificar sus resultados echando las culpas sobre el trabajo deficiente del otro. Años después el PCE de Carrillo-Ibárruri, utilizaría sobre todo los informes de Togliatti, para justificar su política de acoso y derribo hacia Comorera, bajo el mito de que era un nacionalista, un titoista, pese a que durante la guerra fuese un ferviente internacionalista, y posteriormente uno de los que primero se opuso a la deriva del titoismo.
El historiador Vilar atestigua que en durante la guerra la desconfianza entre España y Cataluña se acentuó. Pero opina que no se perdió la guerra por Cataluña como pretendieron imputar algunos, sino que la guerra precisamente fue entorpecida por los sentimientos nacionalistas del gobierno republicano español hacia los catalanes:
«En el caso de los catalanes ella se corresponde con un posición que ya no es autonomista, sino separatista: ahora se hallan convencidos, duros como el hierro, de que sus desgracias vienen de los errores castellanos, que, sin los militares castellanos, ellos aún estarían en sus casas, en una buena república democrática de izquierdas –de hecho, son los que la estuvieron manteniendo mejor desde 1931–; y sobre todo que Negrín ha perdido la guerra porque se enfrentó violentamente al alma catalana; y es necesario confesar que él ha cometido numerosos errores, mostrándose intransigente en las cuestiones de amor propio y ceremoniales, y en cambio dejando cosas esenciales en manos de los políticos que lo traicionarían». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
Por supuesto, ahora hay evidencias aún mayores de la posición imperialista de Negrín sobre la cuestión nacional, sus amagos de capitulación, así como una tendencia nacionalista en el propio PCE, que se desbordaría años después. Pero en aquel entonces el único delegado de la IC que defendió un relato contrario, entonando la denuncia de los desmanes de Negrín en la cuestión nacional, su derrotismo, y de las dudas sobre algunas de las figuras del PCE en las relaciones con el PSUC, sería Gerö [alias Pedro]. Él creía que los comunistas catalanes lejos de haber una concesión al nacionalismo catalán, su separatismo y claudicación, había una abierta luchar contra él, y que eran los republicanos los principales capituladores ante el fascismo:
«Así los partidos republicanos en todo el país y sobre todo en Cataluña, que eran antes de la guerra los más fuertes, desarrollan una actividad considerable y muchas veces plantean la cuestión de la necesidad de la hegemonía de los republicanos en la dirección de la guerra y del país [ilegible] mucho más peligrosa puesto que entre los elementos republicanos [ilegible] una corriente bastante considerable que es favorable a un compromiso con los enemigos, o lo que prácticamente significa lo mismo, favorable a una política más o menos abiertamente separatista de Cataluña respecto a la República Española. El PSUC conduce una lucha enconada contra estas tendencias». (Carta de «Pedro» [Erno Gerö] a «Queridos amigos», Barcelona, enero 1938)
De paso, el comunista húngaro echaba sobre las espaldas del PCE, y no sobre el PSUC, la falta de comunicación entre ambos para coordinarse durante la guerra: en concreto advierte sobre la actitud poco amistosa de Dolores Ibárruri con los comunistas catalanes:
«Ahora, un miembro del Buró Político del PCE participa, en cada reunión del CE del PSUC y viceversa. Además de esto, a veces, hay una participación recíproca en las reuniones de los secretariados. Sin embargo esta colaboración es todavía algo formal. Desearía someteros algunos hechos para apoyar mi afirmación: los dos miembros elegidos en el CC del PSUC –Dolores [Ibárruri] y Pepe [Díaz]– no han participado hasta ahora en ninguna reunión del CC (y han habido cinco desde el mes de junio de 1937. Dolores, que ha tomado la palabra en los rincones más alejados del país, no ha hablado en Barcelona en los últimos dieciocho meses de guerra, salvo una vez –la última fue hace un año–, a pesar de la insistencia por parte de los camaradas del PSUC. Todos estos hechos, como muchos otros, no son fruto del azar, sino que lo queramos o no tienen una significación política. Naturalmente todo esto hace muy difícil conseguir que la línea política del PSUC esté en perfecta coordinación con la línea política del PCE. Está muy claro que los camaradas del PSUC, su dirección, deben hacer por su parte un gran esfuerzo para reforzar esta adecuación cotidiana, y hay que decir que la mayoría de ellos están bien dispuestos a ello, pero sería necesario que algunas de las dificultades que todavía existen, fueran superadas. No quisiera que pensarais que hay conflictos o tensiones en las relaciones entre los dos partidos. No, eso no existe. Las relaciones se han reforzado y mejorado, pero me parece que como el Buró Político del PCE se encuentra en Barcelona la ayuda dada al PSUC debería ser mucho más eficaz». (Carta de «Pedro» [Erno Gerö] a «Queridos amigos», Barcelona, enero 1938)
Era por tanto claro que a diferencia de delegados de la IC como Togliatti o Minev, el representante húngaro Erno Gerö valoraba altamente el trabajo de Comorera:
«En cambio, Gerö atribuyó el mérito del inicio de la conversión del PSUC en un partido comunista al sector comandado por Comorera, ya que éste había aplicado la autocrítica, potenciado la militancia de extracción obrera y mejorado el funcionamiento del Secretariado Común PSUC-PCE». (Jose Puigsech Farrás; El peso de la hoz y el martillo: La Komintern y el PCE frente al PSUC, 1936-1943, 2009)
Como hemos dicho en esto influiría que Gerö fue uno de los propios consejeros del PSUC y es normal que pretendiera defender sus resultados, pero los hechos del partido le otorgan la razón.
El conflicto entre ambas visiones [Togliatti-Minev y cia.] vs [Gerö] sería permanente, exacerbando la cuestión no el PCE o el PSUC, sino al parecer los propios delegados de la IC, recrudeciendo las luchas fraccionales entre los partidos:
«La retirada del PCE y del PSUC de Barcelona ciudad estuvo acompañada de acusaciones mutuas de cobardía y falta de resistencia. Minev, con el apoyo de la cúpula directiva del PCE y de destacados cuadros dirigentes del PSUC identificados con sus tesis como Vidiella o Pere Ardiaca, intentaron organizar un congreso del PSUC para colocar a Pere Aznar en la secretaría general del partido. Comorera consiguió abortarlo. Pero, como era de esperar, acrecentó su enfrentamiento político y personal con Togliatti y Minev». (Jose Puigsech Farrás; El peso de la hoz y el martillo: La Komintern y el PCE frente al PSUC, 1936-1943, 2009)
El propio Togliatti, pese a su inquina hacia Comorera, reconocía que era:
«Imposible trabajar para echar a Comorera, a causa entre otras cosas de su popularidad». (Palmito Togliatti; Informe, 12 de mayo de 1939)
El propio Secretario General de la IC: Georgi Dimitrov, suponemos que asombrado por los informes de sus delegados de la IC sobre la desorganización en el trabajo en el PCE, recomendó que ante la incapacidad de los mandos del partido y ante el estado crítico de la guerra, sería recomendable que varios camaradas probados, entre ellos el líder del PSUC Joan Comorera, entrasen en la máxima dirección del PCE, a fin de ayudar a estabilizar el trabajo:
«Por lo tanto, solo tres de los siete miembros del Buró Político del PCE son capaces de llevar a cabo sus deberes de liderazgo. (…) Esto requiere el fortalecimiento del Buró Político. Los camaradas español [el camarada José Díaz] prevea la cooptación dentro del Buró Político de los siguientes camaradas: Girola [miembro del CC], Manco (miembro del CC), Dieguez [secretario del comité del partido en Madrid, miembro del CC], Palau [secretario del comité del partido en Valencia, no miembro del CC], y Comorera [miembro del CC y Secretario General del PSUC]». (Carta de Georgi Dimitrov a Stalin; Sobre la situación actual y las tareas en España, 4 de diciembre de 1938)
Comorera demostraría que a diferencia de muchos oportunistas como el propio Togliatti o Manuilski que trataban de ascender en el escalafón de los partidos comunistas y la IC a base de adulaciones, era un hombre que tenía valentía para decir lo que pensaba en cada momento, aunque fuese contradiciendo los consejos de las grandes figuras soviéticas [Stalin] y la propia IC [Dimitrov], lo que le granjeó la confianza de éstos durante aquellos momentos:
«El dirigente catalán también manifestó su identificación con el comunismo soviético y aseguró que su partido era una organización comunista. Comorera hizo uso de unas buenas dotes como orador y político, que le otorgaron la confianza personal y política de Dimitrov y Manuilski. La participación del catalán en el debate sobre la retirada comunista del Gobierno de la República fue la constatación más evidente. Comorera expuso unas tesis contrarias a las de Stalin y Dimitrov, pero coincidentes con las del PCE. El secretario general del PSUC argumentó que la retirada sólo serviría para debilitar la presencia comunista –en la que incluía el PSUC– en el aparato político y militar de la República Española, daría alas a las críticas anarquistas y poumistas sobre el derrotismo del PCE y el PSUC, no evitaría las acusaciones de Francisco Franco sobre el control comunista de la República Española y, además, no serviría para facilitar una entente entre el Gobierno soviético y británico, ni tampoco ayudaría a un mejor entendimiento entre el Gobierno de la República y la Generalidad. (...) La IC se sintió relativamente satisfecha con la evolución ideológica que realizó el PSUC. (...) Así, la estructura interna del partido catalán inició los primeros pasos de la unificación ideológica, ejemplificada con un proceso de expulsiones por actos de indisciplina, inmoralidad y cobardía entre abril y junio de 1938. Además, la vertiente organizativa del centralismo democrático fue potenciada, sobre todo entre las organizaciones de base. El componente nacionalista fue atenuado y el número de militantes de procedencia obrera aumentó». (Jose Puigsech Farrás; El peso de la hoz y el martillo: La Komintern y el PCE frente al PSUC, 1936-1943, 2009)
Esto desmonta el mito de que los comunistas eran marionetas de Moscú. Comorera incluso denunciaría el burocratismo que existía entre algunas de las cabezas visibles del comunismo internacional:
«La aparición de una serie de críticas por parte de Comorera y sus seguidores. Estos últimos replicaron, criticaron y exigieron a la dirección del organismo internacional una serie de preceptos que cuestionaban el buen funcionamiento interno del organismo internacional. (...) 1) Descalificaron la sección nacional de la IC en Francia. El PCF fue acusado de no dedicar suficiente atención a los exiliados catalanes en el exilio y, sobretodo, de no reconocer el PSUC como un partido comunista. El propio Manuilski fue recriminado por no haber fomentado la difusión de los acuerdos adoptados entre Comorera y la dirección de la IC entre las secciones nacionales del organismo internacional; 2) exigieron el reconocimiento del PSUC como sección oficial de la IC y el establecimiento de un delegado permanente de Moscú en las filas del partido catalán; 3) presentaron la llegada de los militantes del PSUC a la URSS como un ejemplo de su voluntad para llevar a cabo la reeducación ideológica según los parámetros establecidos por la IC; 4) difundieron las manifestaciones de un pequeño sector de la dirección del PCE, concretamente Pedro Checa y Vicente Uribe, favorables a mantener coyunturalmente la independencia del PSUC respecto al PCE, para así garantizar la plena conversión del primero en una organización comunista». (Jose Puigsech Farrás; El peso de la hoz y el martillo: La Komintern y el PCE frente al PSUC, 1936-1943, 2009)
Aquí solo comentar que es dudoso que Uribe compartiera esa sensibilidad viendo sus actuaciones posteriores, y que el autor seguramente se equivoque.
Esto que denunciaba Comorera sobre algunos líderes de la IC no era ninguna novedad, ya años antes Dimitrov habría denunciado al propio Stalin el estado de descomposición, rutina y burocratismo que observaba entre las instituciones de la IC y algunos de sus más famosos líderes:
«Habiéndome familiarizado mejor con la situación en la Internacional Comunista (IC), llegué a la conclusión de que algunos cambios deben tomar lugar en el movimiento obrero internacional. (…) Requiere urgente revisión y cambios en los métodos de trabajo en los órganos de liderazgo de la IC. (…) Después de un intercambio de opiniones con los camaradas y líderes de la IC me convencí de que un cambio es imposible sin la intervención directa y asistencia del Buró Político del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS. Todo esto es lo más esencial como solución a estos problemas es complicado por cierto conservadurismo y rutina burocrática incrustada en el liderazgo de la IC, así como por las relaciones poco saludables entre los camaradas que directamente participan en el liderazgo de la IC. (…) La necesidad del fortalecimiento político-ideológico en general del liderazgo del movimiento comunista». (Carta de Georgi Dimitrov a Stalin, 6 de octubre de 1934)
A lo que Stalin respondió:
«Estoy completamente de acuerdo contigo con respecto a la revisión de los métodos de trabajo en los órganos de la IC, su reorganización y el cambio en su composición. (…) Ahora la cuestión es concretizar las ideas [resumidas] en tu carta». (Carta de Stalin a Georgi Dimitrov, 25 de octubre de 1934)
Esto no quiere decir que las tesis del VIº Congreso de 1928 fuesen erradas, todo lo contrario. Pero de 1929-1934 es evidente que en la IC y sus partidos hubo un desempeño deficiente de las directrices dadas, cuando no interpretaciones abiertamente distorsionadas, sumadas a nuevas teorías sectarias y triunfalistas. Algo similar a lo que ocurriría en el próximo congreso. En la IC hubo cambios, pero no todo salió como Stalin y Dimitrov esperaban en sus cartas en torno a la regeneración de los métodos y dirección. Para el VIIº Congreso de la IC de 1935 se premió a Georgi Dimitrov como Secretario General, el cual había sido desde 1934 el principal opositor a algunos de los defectos de los últimos años. Se le ascendió como miembro en el órgano de mayor influencia, la Secretaria del Comité Ejecutivo la IC –de 7 miembros–. En él se mantuvo a figuras que se habían mostrado como firmes sostenedores de algunos puntos de la antigua política como Klement Gottwald o Wilhelm Pieck, pero que ahora discrepaban de ella, y sin duda fueron muy eficaces a la hora de rectificar los defectos de la IC y en sus respectivos partidos. Pero a su vez, inexplicablemente, se permitió continuar a cuadros que habían tenido directa responsabilidad en los errores de los últimos años como Dmitri Manuilski –instigador de que el primer golpe debía darse contra la socialdemocracia, por considerarse el baluarte de la burguesía, incluso en los países donde existía un proceso de fascitización–, o Otto Kuusinen –autor de la teoría de que los socialdemócratas eran socialfascistas, y que socialfascismo y fascismo era lo mismo–. Por tanto, no era menester mantener en un puesto de tanta enjundia a algunos de los principales promotores de los errores de los últimos años, y a otros que directa o indirectamente habían sostenido dichas tesis, aunque en el caso de estos últimos, al menos hay constancia de autocríticas. También se mantuvieron a valiosos miembros que se constaba, que habían luchado a contracorriente de algunas de las posturas dominantes en los últimos años –como Vasil Kolarov– en el Comité Ejecutivo de la IC de 45 miembros– y se promocionaron a otros como Andréi Zhdánov, José Díaz y Mathyas Rákosi. Pero no sabemos porqué razón permanecieron otros que habían encabezado las peores desviaciones de la IC en años recientes como Ernst Thälmann y Earl Browder, y se incorporaron otros revisionistas embocados que empezaban a asomar la cabeza como: Jacques Duclos, Harry Pollit o Mao Zedong, aunque estos por supuesto, muchos de sus defectos todavía no podían saberse. Esto es lo que algunos olvidan cuando hacen análisis a toro pasado: no hay que mirar solamente la trayectoria final de todas estas figuras –pues es claro que la mayoría degenerarían–, sino si sus incorporaciones a la IC en ese momento estaban plenamente justificadas, si habían hecho méritos, si reportarían beneficios aunque fuese momentáneas, o si por el contrario eran portadores de defectos insalvables recientes, que repetirían como una constante. En conclusión, el congreso tuvo una composición muy variada, que pudo haberse mejorado todavía más. Pero esto fue una constante por desgracia en la vida de la IC. Si miramos el Vº Congreso de 1924, la Secretaria constaba de: Stalin, Trotsky, Bujarin, Rykov y Zinoviev –por entonces Secretario General–, siendo salvo el primero, claros o sospechosos como enemigos del socialismo antes, durante y después de su elección al cargo. En la Secretaria del VIº Congreso de 1928 ocurriría de forma similar con las sucesivas deserciones o expulsiones de: Henri Barbé, Hermann Remmele, Bohumír Smeral o Humbert-Droz… por lo que uno de los defectos era la permisividad para que elementos de dudoso pasado ascendieran a la cúpula, así como la permisión con otros que demostraban no ser aptos para tal desempeño o abusaban de su poder, a los cuales se les mantenía el puesto.
Es sabido que antes, durante y después de la guerra civil en España, el Secretario General del PSUC Joan Comorera valoraría abiertamente lo que en sus palabras significó –una «estimable ayuda» proporcionada por el Secretario General del PCE, José Díaz, y la IC, en especial su sensibilidad sobre la cuestión nacional. Véase la obra de Joan Comorera: «José Díaz y la cuestión nacional» de 1942. En cambio, como vemos en su alegato de defensa contra la deriva de la dirección del PCE en su obra: «Declaración» de 1949, criticaba duramente a Dolores Ibárruri y otros miembros por su deshonestidad y su chovinismo respecto al mismo tema.
Ya en la posguerra, en 1946, un «nuevo» PCE ya decía que el modelo a seguir para el futuro régimen postfranquista en cuanto a la cuestión nacional era la:
«Satisfacción a las legítimas aspiraciones nacionales de Cataluña, Euskadi, Galicia, en el marco de una Federación Democrática de Pueblos Hispánicos». (Nuestra Bandera; Nº6, 1946)
Esto era volver a las desviaciones del PCE previas a 1932, al camino del nacionalismo y centralismo del PSOE, donde se negaba el derecho de autodeterminación real y completo, que incluye el derecho a secesión, o el derecho a una federación con otros pueblos, pero que debe de ser elegida y no impuesta. Y como dijo Lenin polemizando con Rosa Luxemburgo:
«Si no lanzamos ni propugnamos en la agitación la consigna del derecho a la separación, favorecemos no sólo a la burguesía, sino a los feudales y el absolutismo de la nación opresora. Hace tiempo que Kautsky empleó este argumento contra Rosa Luxemburgo, y el argumento es irrefutable. En su temor de «ayudar» a la burguesía nacionalista de Polonia, Rosa Luxemburgo niega el derecho a la separación en el programa de los marxistas de Rusia, y a quien ayuda, en realidad, es a los rusos ultrarreaccionarios. (…) Formar un Estado nacional autónomo e independiente sigue siendo por ahora, en Rusia, tan sólo privilegio de la nación rusa. Nosotros, los proletarios rusos, no defendemos privilegios de ningún género y tampoco defendemos este privilegio. (...) No se puede ir hacia este objetivo sin luchar contra todos los nacionalismos y sin propugnar la igualdad de todas las naciones. Así, por ejemplo, depende de mil factores, desconocidos de antemano, si a Ucrania le cabrá en suerte formar un Estado independiente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)
Sin embargo, este PCE, ya liderado firmemente por Ibárruri [Pasionaria] y Carrillo, no tardó mucho en comenzar a dejar de lado la postura de «independencia forzada» y navegaba ya en las aguas del nacionalismo español más rancio y descarado. Habían seguido el propio sendero de degeneración que acabó por hacer del PSOE un partido chovinista español. El Caso de Comorera en 1949 es una prueba fehaciente de esto. Las acciones del PCE incluyeron artículos públicos para delatar su estancia y varios intentos de asesinato tanto contra Joan Comorera así como contra sus seguidores dentro del PSUC en Cataluña y en el exilio, según confesaron ex militantes del partido años después.
En un artículo-suplemento titulado: «El Internacionalismo del Buró Político del Partido Comunista de España», el PSUC de Comorera denunciaba el nuevo carácter chovinista que estaba tomando el PCE, ya que para criticar los recientes pactos hispano-estadounidenses de 1953, recordaba, distorsionaba y glorificaba la lucha de España contra EE.UU. como cualquier chovinista simplón y rabioso por la pérdida de las colonias de Cuba, Guam, Puerto Rico y Filipinas en 1898, demostrando que el PCE pretendía mostrar una suerte de antiimperialismo en 1953, promocionando y defendiendo la estela del viejo imperialismo colonial español, que por entonces albergaba varias colonias en África. Además, en el mismo periódico se aprovechaba para denunciar la corruptela financiera de la camarilla carrillista:
«La dirección del Partido Comunista de España (PCE), de manera patológica, ha reiterado la glorificación de «los héroes de Santiago y de Cavite», ha vuelto a hablar del «despojo inicuo del poderío colonial español», ha denunciado «el inicuo tratado de París de 1899», y todo eso lo ha dicho el pasado 22 de septiembre, a la luz del pacto Franco-Eisenhower, que ha venido a consumar una venta que los pueblos hispánicos consideran una ignominia y a la cual combatirán.
Compromisos, ciertamente, para denunciar, para los cuales nuestros pueblos no tendrán necesidad de valerse de claudicaciones teóricas ni del filisteísmo de una dirección política que hace escarnio de Marx cuando aboga por la independencia de Irlanda o Polonia, de Lenin cuando afirma que «el centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros de los países opresores hace falta fijarlo necesariamente en la propaganda y en la defensa de la libertad de separación de los países oprimidos», de Lenin que proclama «el derecho y el deber de menospreciar y de calificar de imperialista y canalla a todo socialdemócrata de una nación opresora que no desarrollase una propaganda de este tipo».
Para el Buró Político del Partido Comunista de España no cuenta el ejemplo de otros Burós Políticos de otros partidos comunistas que no sólo no se lamentan por la pérdida de las colonias de sus respectivos países –o de la proximidad de perderlas–, que, por el contrario, trabajan y luchan en el sentido de que los cuerpos expedicionarios armados que practican una guerra colonial sean devueltos a la metrópolis, pese al peligro de que sus colonias pasen a otras manos imperialistas. De acuerdo con el principio de Marx y Lenin, de acuerdo con el internacionalismo proletario, según indiquen las circunstancias, el deber de todo comunista es defender los derechos de los pueblos a su libertad e independencia, luchar consecuentemente contra todo poderío colonial, contra todo tipo de imperialismo, comenzando por el de su propio país.
El Buró Político del Partido Comunista de España entiende las cosas de otra manera: confunde internacionalismo proletario con el cosmopolitismo imperialista que hace que todo sea supeditado –los derechos y la vida de las naciones– a las ambiciones e intereses del país hegemónico, dominante, opresor de los hombres y los pueblos que lo forman.
Es por eso que el Buró Político del PCE, para oponerse al pacto de ignominia de Franco con Eisenhower, no puede estar insultando la memoria de los patriotas cubanos y filipinos que fueron los únicos héroes de una guerra tan justa para ellos como injusta por parte de los colonialistas españoles, resultado plagado de todo un complejo nacionalista que se halla en las antípodas de la educación marxista y que, cuanto más tiempo pasa, constituye la única razón que explica por qué el Buró Político ha intentado destruir al Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), por qué hizo quemar la edición catalana del «Manifiesto Comunista», por qué ha insultado y calumniado al compañero Joan Comorera, por qué ha hecho y dicho muchas otras cosas que harían inacabable este Suplemento.
El Buró Político del Partido Comunista de España pretende borrar un crimen con otro crimen y no puede comprender a Pi y Margall cuando éste considera un gran bien para España el perder todas sus colonias. No encuentra otra manera de combatir a los imperialistas de los Estados Unidos de Norteamérica más que con los alaridos de los derrotados imperialistas españoles del año 1898.
¿Es que no es bien explícito el hecho de que el Buró Político del PCE aunque en documentos oficiales haga constar su respeto y su defensa a los derechos y a la libertad de las nacionalidades hispánicas, en cambio, en conversaciones privadas sus miembros puedan decir que «en esto de la nacionalidad catalana hay mucha novela»?
¿Es que esta convicción, expresada por los ***** [borrado o ilegible] miembros del Buró Político, no explica sobradamente todos los ataques, todas las provocaciones, todas las agresiones contra el PSUC y sus militantes y dirigentes, todos los insultos a la memoria de los verdaderos héroes de Cuba y Filipinas, todas sus coincidencias con los colonialistas españoles?
¡Nosotros afirmamos que sí!
Y, por consiguiente, afirmamos que la actual dirección del Partido Comunista de España es una dirección incapacitada para dirigir a la clase obrera española. Porque una de las principales condiciones que se necesitan para una tan alta misión es la de ser fiel al internacionalismo proletario, comenzando por practicarlo en el propio país.
Y está probado que el Buró Político del PCE ha traicionado a este principio.
Unas preguntas inocentes al Buró Político del PCE. ¿Podría explicar a sus militantes por qué aún no se ha expulsado al máximo dirigente de una vuestras delegaciones más importantes del exterior al cual se le ha descubierto una malversación de capitales equivalente a UN MILLÓN DE PESETAS, cantidad que hay quien dice que si se averigua a fondo llegaría a DOS MILLONES DE PESETAS? ¿Podría explicar a sus militantes por qué el susodicho dirigente puede afirmar, como lo hace, que «si yo he robado al Partido, otros máximos responsables han robado y roban más que»?». (Treball (Comorerista); Nº126, 1953)
Comorera recordaba la postura de Pi y Margall frente al llamado desastre del 98:
«Es injusta, Carlos, toda conquista; imprudente y peligrosa la de apartadas tierras. Debes conservarlas por la fuerza, regirlas por gobernadores más absolutos que los mismos reyes y por mucho que te esfuerces en que moderadamente se las trate no logras nunca sustraerlas a la expoliación ni a la tiranía. (...) No nos debe pesar la pérdida de las colonias de América: casi, casi debe alegrarnos. L o que hemos de sentir es que no se las haya sabido abandonar á tiempo y evitar guerras que nos han costado el sacrificio de más de cien mil hombres, la ruina de una costosa armada y gastos que no lograremos cubrir en muchos años. Nos ha sido fatal la impericia y la flojedad de nuestros gobernantes, que sólo después de las derrotas de Cavite y de Santiago han sabido desoír la voz de un falso patriotismo». (Francisco Pi i Margall; Eusebio á Carlos, XCII, 14 de Septiembre de 1898)
La postura podrida del PCE sobre el antiimperialismo, se reflejaría sin duda en el nuevo trato hacia la cuestión nacional dentro de la península, negando finalmente el derecho de autodeterminación no sólo en la práctica sino también en la teoría
A estas alturas todo marxista-leninista sabe lo que supuso para el PSUC que Joan Comorera polemizara en 1949 contra los carrillistas su propio partido en torno a diversas cuestiones centrales de la lucha de clases a nivel nacional e internacional. Los resultados pueden ser condensados en dos.
Primero. La injusta expulsión de Comorera del PSUC y el posterior vergonzoso y criminal vilipendio público acusándolo de agente del franquismo-titoismo-imperialismo, mientras Comorera consumía sus últimos días en las cárceles franquistas.
«Todas las detenciones de comunistas realizadas en los últimos tiempos en Cataluña son obra de Juan Comorera, al que denunciamos ante la clase obrera catalana como agente policíaco. Obreros de Cataluña: Juan Comorera es un provocador que durante nuestra guerra conspiró contra el Gobierno de Negrín: Juan Comorera es un provocador cuyas actuales actividades es entregar comunistas a la policía. Juan Comorera es un enemigo de la clase obrera y como tal hay que tratarlo allá donde se encuentre» (Santiago Carrillo en Mundo Obrero, 15 de septiembre de 1951)
«Los Juan Comorera son tipos de conciencia podrida, cuyos dientes ratoneros se han mellado en el acerado tejido muscular del PCE. Engargantados como capones en cebadero cantando las glorias del imperialismo, de cuyos desperdicios se alimenta». (Dolores Ibárruri; Discurso en el V Congreso del PCE, 1954)
«Carrillo y Antón propusieron al Secretariado la liquidación física de Comorera. La propuesta fue aceptada y Carrillo encargado de la liquidación. Carrillo envió a sus hombres para liquidarle al ir a cruzar la frontera. Pero este, a última hora, cambió el lugar de paso». (Enrique Líster; Así destruyó Carrillo el PCE, 1983)
Segundo. Con ello decapitaron al PSUC despojándolo de un excelente organizador y el mayor experto teórico –de lo que el partido no se recuperaría nunca–, con el objeto de promocionar a los carrillistas dentro del PSUC y rehabilitar a los expulsados años antes, consolidando con ello un poder suficiente que permitiría formalizar la absorción mecánica del PSUC oficializada en 1954 –pese a que el PSUC había sido reconocido como partido independiente por la Internacional Comunista–. Asegurándose con ello que el PSUC fuera en adelante una sucursal catalana de la política del PCE, un seguidor-validador de la teoría política revisionista de la «reconciliación nacional» defendida por el binomio Carrillo-Ibárruri, una teoría que es un crimen histórico contra la lucha de clases y especialmente un insulto para todos los combatientes tanto españoles como no españoles que lucharon en la Guerra Civil Española contra el fascismo nacional y extranjero.
Los revisionistas españoles y catalanes utilizaron años después la baza de que el leninismo recomendaba no dividir a los obreros en varios partidos autónomos si los obreros de momento convivían en el mismo Estado. Esto es cierto. Pero el PSUC no era un partido «normal al uso», había sido aceptado por la Internacional Comunista (IC), pese a que la IC no aceptaba dos partidos de un mismo Estado. La razón fue su carácter específico: la unificación en un único partido del proletariado, barriendo en la práctica al anarquismo y al nacionalismo que dominaba Cataluña, y suprimiendo a las filiales socialdemócratas que bajo los estatutos del PSUC basados en el centralismo democrático impedían la formación de fracciones y divulgar sus teorías reformistas –condición sine qua non que Dimitrov exigió para que los principios comunistas prevalecieran en cualquier fusión u absorción–. Pero para empezar no es cierto como también se ha vendido que Comorera «no promulgaba la colaboración del PSUC con el PCE» o que negaba «una próxima unificación de los partidos proletarios hispanos» en el futuro. Estas son unas acusaciones falsas. Comorera veía que ya en un futuro, cuando los comunistas españoles fueran capaces de crear el partido único del proletariado en España, como los comunistas catalanes habían hecho en Cataluña con el PSUC, y cuando las condiciones lo requirieran, y siempre bajo la permisión y voluntad no forzada de cada partido, se podría hablar de iniciar la unificación de todos los partidos de España en un único partido marxista-leninista de todos los pueblos hispanos:
«Hoy somos dos partidos, orgánicamente independientes, que dirigimos la lucha cada uno en su territorio y con nuestra plena responsabilidad. Aunque somos dos partidos tenemos la misma teoría, la misma línea política que refuerza en común, el mismo Estado que hemos de conquistar y estructurar juntos, el mismo enemigo que hemos de aniquilar juntos y una clase obrera unidad por los mismos intereses y la misma línea histórica. Esta unidad inquebrantable entre los dos partidos hermanos ha sido seguramente el mejor instrumento que hemos tenido a lo largo de toda la historia de nuestra durísima historia del partido en el proceso de bolchevización. Hemos de velar por ella, por impedir que nada nos estorbe, que nada nos afecte, que nada retarde indebidamente la futura unidad orgánica. Y hemos de comprender que el día en el cual, de acuerdo con las exigencias de la lucha, el Congreso de nuestro partido acuerde la fusión orgánica, la formación del Partido Único Marxista-Leninista-Stalinista de toda España, será el día más glorioso de nuestra vida y de nuestra historia: habremos creado las condiciones que nos permitirán marchar hacia la solución de nuestros problemas básicos, de clase y nacionales». (Joan Comorera; El camino de la victoria: Discurso pronunciado en Perpiñán en ocasión del aniversario de la fundación del PSUC, 1947)
Pero claro, para empezar el PCE todavía no había logrado agrupar al proletariado en torno a sí para crear un partido único del proletariado como hizo el PSUC en Cataluña –de hecho el líder del PSOE Largo Caballero confesaría en sus memorias que estuvo tentado de aceptar la idea de una unificación incluso pese a los estatutos que el PCE proponía, porque creía tener fuerza de revertir la situación–, estando por tanto, el proletariado español disperso entre diversas agrupaciones anarquistas, republicanas y socialdemócratas con influencia; a eso se le suma el hecho no menos grave de que el PCE había sido capturado paulatinamente desde 1942 por elementos antimarxistas, el nuevo PCE trataba de absorber al PSUC sin ni siquiera permitir que el PSUC tomara tal decisión en un congreso suyo, de hecho los carrillistas al tomar el PSUC en 1949, ¡tardaron hasta 1956 en celebrar un congreso formal de adhesión hacia el PCE! El objetivo del revisionismo carrillista y ibarrurista era suprimir el carácter autónomo y revolucionario del PSUC de Comorera y sus fieles, un acción que iba en contra de la misión histórica de los comunistas hispanos y sus intereses, algo que los verdaderos revolucionarios irían descubriendo y ante lo que no se doblegarían pese a las amenazas y agresiones. Por tanto, la cuestión no versaba ya ni siquiera sobre si el PSUC debía en un futuro unificarse con el futuro partido único del proletariado de España, sino en defenderse de la absorción planeada por unos revisionistas que habían caído en el chovinismo, el reformismo y el gansterismo.
Leyendo a los revisionistas, hay una devoción hacia las siglas del PCE absoluta, no distinguen entre el periodo de José Díaz y el siguiente:
«El PCE tardó 15 años en reorganizarse tras la derrota republicana alrededor de un Congreso reunido en el exilio. No obstante el PCE seguía entonces enarbolando la bandera de la autodeterminación nacional para los pueblos de España [se cita el informe de Vicente Uribe al Vº Congreso de 1954]». (J.P Galindo y Clemen A.; Analfabetismo teórico del socialchovinismo, 2019)
Esto certifica que estos dos señores, seguramente añejos revisionistas que se esconden bajo estos pseudónimos, son verdaderos zotes en cuanto a comprender la política real del PCE, o que como gente que ha caído en el republicanismo pequeño burgués y el socialchovinismo, no ve problema en dicho informe, incluso en tomar como ejemplo a Negrín, quién abanderaba pese a todos sus innegables méritos una posición socialchovinista durante toda su vida. Pero repasemos en extensión dicho informe de Uribe:
Recordemos que Uribe pensaba que junto a la clase obrera y la pequeña burguesía, «los grupos de la burguesía liberal y patriótica, los empleados y funcionarios del Estado, los intelectuales y estudiantes, los militares que sienten la vergüenza de verse obligados a servir a un régimen» podían ser las fuerzas que derrocasen al fascismo y formasen parte del nuevo régimen. Los dirigentes del PCE se consideraban ya entonces como los «defensores de la democracia, el régimen republicano-democrático asegura el poder soberano al pueblo y al servicio del pueblo. Por eso propugnamos y defenderemos el establecimiento en España de la República democrática parlamentaria», es decir, aspiraban a una república burguesa al uso, mientras prometían optar por una nueva Constitución, que sería «lo más democrática posible». En el ámbito de alianzas, declaraban que se fijaban en Italia donde veían un «ejemplo brillante» de «unidad de acción» entre el «Partido Comunista y él Partido Socialista», es decir, tenían como modelo a seguir las tácticas de frente basadas en un entendimiento entre dirigencias y sin exigencias ideológicas de peso. Por último en la cuestión nacional, declaraba que «El Partido Comunista de España es un defensor consecuente de los derechos nacionales de los pueblos», y que defendían los «derechos nacionales de Cataluña, Euzkadi y Galicia, pero que éstos deberíann «ser establecidos en la Constitución Republicana», por lo que no se hablaba del derecho a la autodeterminación, que incluye la separación de las naciones oprimidas, sino de nuevo volver a la autonomía limitada de la antigua república burguesa.
La línea reaccionaria sobre la cuestión nacional solo era por tanto, uno de los varios campos donde el revisionismo había hecho mella, pero no el único.
Por tanto, el artículo sobre la cuestión nacional de Uribe en 1938 no parece casual, ya que serviría para presentar la visión de la cuestión nacional que abanderaba Ibárruri-Carrillo. Uribe debido a su debilidad en el carácter sería usado en 1956 de cabeza de turco como «stalinista», como presunto responsable de los excesos derivados del «culto a la personalidad».
Pero a todo, esto, ¿Cuándo nacen las naciones? Lenin exponiendo las teorías idealistas de los populistas rusos, los refutó:
«Poniendo al desnudo la concepción idealista burguesa del populista Mijailovski, según el cual los vínculos nacionales no eran sino la continuación y generalización de los vínculos gentilicios, Lenin demostró que la creación de los lazos nacionales significaba históricamente la creación de los nexos burgueses, por ser la burguesía la que encabezaba el proceso de desarrollo de la nación y del mercado nacional. (Véase su obra: «¿Quiénes son los amigos del pueblo»? de 1894) Stalin, por su parte, ha evidenciado este proceso histórico poniendo como ejemplo la formación de la nación georgiana, que no se constituyó como tal hasta la segunda mitad del siglo XIX. A este tipo de naciones quería referirse Lenin cuando en 1914 escribía lo siguiente: «Las naciones representan el producto y la forma inevitable de la época burguesa de desarrollo social». (Véase su obra «Karl Marx» de 1913) Y Stalin tenía en cuenta las mismas naciones al decir que éstas surgen en la época del capitalismo ascensional. El proceso de formación de las naciones burguesas se presenta en distintos países, en momentos diversos y en diferentes condiciones históricas. Los estados nacionales son el fruto inevitable y, además, una forma inevitable de la época burguesa de desarrollo de la sociedad. Y la clase obrera no podía fortalecerse, alcanzar su madurez y formarse, sin «organizarse en el marco de la nación», sin ser «nacional» –«aunque de ningún modo en el sentido burgués»–. Pero el desarrollo del capitalismo va destruyendo cada vez más las barreras nacionales, pone fin al aislamiento nacional y sustituye los antagonismos nacionales por los antagonismos de clase. Por eso es una verdad innegable que en los países capitalistas adelantados «los obreros no tienen patria» y que la «conjunción de los esfuerzos» de los obreros, al menos de los países civilizados, «es una de las primeras condiciones de la emancipación del proletariado». (Academia de las Ciencias de la URSS; El materialismo histórico, 1950)
Joan Comorera haciendo un análisis de las tesis marxista-leninistas de la cuestión nacional sobre España, sostuvo abiertamente que:
«España es un Estado multinacional». (Joan Comorera; España no es una nación, 1952)
Esto es una realidad palpable debido a las características específicas de la monarquía española que ya Marx describía:
«Pero, ¿cómo podemos explicar el fenómeno singular de que, después de casi tres siglos de dinastía de los Habsburgo, seguida por una dinastía borbónica –cualquiera de ellas harto suficiente para aplastar a un pueblo–, las libertades municipales de España sobrevivan en mayor o menor grado? ¿Cómo podemos explicar que precisamente en el país donde la monarquía absoluta se desarrolló en su forma más acusada, en comparación con todos los otros Estados feudales, la centralización jamás haya conseguido arraigar? (…) A medida que la vida comercial e industrial de las ciudades declinó, los intercambios internos se hicieron más raros, la interrelación entre los habitantes de diferentes provincias menos frecuente, los medios de comunicación fueron descuidados y las grandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, la vida local de España, la independencia de sus provincias y de sus municipios, la diversidad de su configuración social, basada originalmente en la configuración física del país y desarrollada históricamente en función de las formas diferentes en que las diversas provincias se emanciparon de la dominación mora y crearon pequeñas comunidades independientes, se afianzaron y acentuaron finalmente a causa de la revolución económica que secó las fuentes de la actividad nacional. Y como la monarquía absoluta encontró en España elementos que por su misma naturaleza repugnaban a la centralización, hizo todo lo que estaba en su poder para impedir el crecimiento de intereses comunes derivados de la división nacional del trabajo y de la multiplicidad de los intercambios internos, única base sobre la que se puede crear un sistema uniforme de administración y de aplicación de leyes generales. La monarquía absoluta en España, que solo se parece superficialmente a las monarquías absolutas europeas en general, debe ser clasificada más bien al lado de las formas asiáticas de gobierno. España, como Turquía, siguió siendo una aglomeración de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a su cabeza. El despotismo cambiaba de carácter en las diferentes provincias según la interpretación arbitraria que a las leyes generales daban virreyes y gobernadores; si bien el gobierno era despótico, no impidió que subsistiesen las provincias con sus diferentes leyes y costumbres, con diferentes monedas, con banderas militares de colores diferentes y con sus respectivos sistemas de contribución. El despotismo oriental sólo ataca la autonomía municipal cuando ésta se opone a sus intereses directos, pero permite con satisfacción la supervivencia de dichas instituciones en tanto que éstas lo descargan del deber de cumplir determinadas tareas y le evitan la molestia de una administración regular». (Karl Marx; La España revolucionaria, 1854)
Efectivamente lo que Marx aquí expone sobre el carácter de la España de mitad del siglo XIX es indiscutible, y una prueba del caldo de cultivo que haría progresar dichas particularidades históricas que derivarían en los famosos problemas del regionalismo, que años después madurarían convirtiéndose en movimientos nacionales. Pese a algunos intentos centralizadores con los Habsburgo 1561-1700 y luego con los Borbones en el siglo XVIII en adelante, la existencia antiguamente de los fueros como sinónimos de instituciones con autogobierno, libertad electiva, independencia judicial, presupuestaria, fiscal, de reclutamiento, etc., y de los estatutos de autonomía en la etapa moderna y contemporánea, afianzó y afianzan ahora la supervivencia y desarrollo de estas particularidades hasta tornarse nacionales. Incluso si nos fijamos, cuando se suprimieron temporalmente algunas de estas instituciones, y dichas comunidades fueron objeto de una gran represión con sucesivos intentos de moldear esos territorios a imagen y semejanza de Castilla, esto hizo obviamente que se detuviera o retrasase el desarrollo de estos pueblos, pero no impidió que para finales del siglo XIX y sobre todo principios del siglo XX se constituyera una identidad nacional palpable.
Este fenómeno surgió en parte como consecuencia de los problemas anteriores y de los problemas actuales que no pudieron ser atendidos debidamente durante los primeros intentos fallidos de establecer un Estado Liberal al uso, bajo los diferentes gobiernos de los moderados y progresistas. Recordemos que España en lo socio-económico solamente tenía una tasa de alfabetización del 25% en 1850 y de 44 en 1900, con un ligero aumento del PIB de solo el 1,7%, con un lento crecimiento demográfico –datos inferiores a las medias europeas– no creaba un excedente suficiente para llevar mano de obra a la industria, para que el mercado interno pudiera absorber el esfuerzo de una teórica industrialización y urbanización. En el campo pese a las desamortizaciones dominaba una propiedad de tipo rentista y absentista con la iglesia y nobleza dominaba al Sur del río Tajo, donde debido al exceso de mano de obra sin tierra, los grandes propietarios no veían necesario invertir en obras como pozos, minas, canales, presas, de gran inversión pero mayor productividad a largo plazo, sino que se aprovechaban de una gran masa de fuerza de brazos a precios para cubrir sus necesidades, tenían un pensamiento pragmático y cortoplacista, a eso súmese el no aprovechamiento intensivo de las aguas superficiales y subterráneas, limitación al cultivo monocerealista, hacían de España un campo muy poco dinámico, con técnicas arcaicas como el barbecho que ocupaban casi el 45% de las tierras, siendo de las tasas de producción agrarias más bajas de Europa. Todo ello evitaba una tasa de acumulación y por tanto de recursos suficientes para la industrialización. Con el fracaso de la introducción del sistema de impuestos directos en 1845, y con un incremento del gasto público del 2% anual, por encima del PIB. Un factor clave para la modernización fue que la falta de inversión de capitales por medio del Estado, la cual es una condición sine qua non para la industrialización. Pero debido a que las reformas en materia fiscal fracasaron, el Estado no pudo hacerse cargo de tal fin. Lejos de eso, el Estado fue un constante emisor de deuda, una carga más para el proyecto de modernización general. Por tanto solo quedaba como posibilidad o que los propietarios individuales españoles, o las grandes empresas del extranjero se hicieran cargo de dicha titánica empresa; siendo esta última vía la más posible, ya que como el nivel de acumulación de capital era bajo, entre otras cosas por la baja urbanización y falta de comercio interno. El gran nivel de deuda externa contraída por España con las grandes superpotencias europeas hizo que en una jugada arriesgada se llevase a cabo la reconversión forzosa del interés de las deudas, con la consiguiente sanción de varios países –como Gran Bretaña– a no invertir en el país durante décadas. Tan solo cuando la deuda se mantuvo estancada, los emprendedores pudieron empezar a fraguar una inversión hacia la industria, pero esto no sería hasta finales del siglo XIX y antes de la crisis del 90, y ya con una mentalidad diferente sobre la inversión, ya que hasta la vieja nobleza había aceptado que la vieja mentalidad de ahorro y rentismo era inservible en los tiempos modernos. A todo ello añádase el problema de Hacienda, con un déficit presupuestario crónico que impedía desarrollar servicios de educación, sanidad y cualquier tipo de infraestructura de un país moderno. Véase los datos que aporta Francisco Comín y Enrique Llopís en su obra: «Historia económica de España, siglos X-XX» de 2007.
Cuando finalmente la burguesía centralista española logra por fin ir estableciendo un estado liberal basado en consolidar un sistema financiero, un cierto tejido industrial, desarrollar las vías de ferrocarril, una fuerte expansión del correo y todo tipo de vías de comunicaciones… cuando consigue de esas condiciones económicas que los otros países habían ido necesitando en Europa para solidificar su estado y su nación, para unificar eficazmente muchas cuestiones, dicho momento ocurre en España cuando el nacionalismo catalán, vasco, y en mucha menor medida el gallego, ya han irrumpido o están irrumpiendo con fuerza en lo político-cultural, siendo su avance ya imparable. En lo económico los dos primeros son una pieza clave de la economía global del Estado Español, lo que le dará un empujón extra para constituirse en lo político con más fuerza, pero todos ellos irán logrando a lo largo del siglo XX sus mayores cuotas de autogobierno, sin ignorar el notable auge cultural propio. Es imposible hablar de una plena nación española y sin fisuras, porque el desarrollo histórico así lo niega. Idea, que solo puede estar en la mente de un nacionalista español, de un falangista, bien de camisa azul, que sostiene una rosa, que se engalana con una hoz y martillo. Pierre Vilar, en su nueva edición de 1978 de un clásico suyo como «La historia de España», nos dice:
«Unamuno pide para su patria el primer puesto en esa reacción contra el cientificismo y contra la fe en el progreso, que se dibuja un poco en todas partes por la misma época. Se complace en pulverizar las fórmulas rutinarias, en proponer la hispanización de Europa y en presentar al Quijote como modelo. (…) El «nacionalismo» del campo adverso fue muy diferente: unitario ante todo, también se proclamaba expansivo. Falange y las JONS confiesan tomar del fascismo la mística de la Unidad. Pero la Unidad se entiende sobre todo, en España, contra los nacionalismos locales. «Todo separatismo es un crimen que no perdonaremos», dijo la Falange, esperando cristalizar así el único temor verdadero del cuerpo español: la disociación. Sin embargo, para condenar a catalanes y vascos, hace falta eliminar de la palabra «nación» el sentido romántico, el sentido mistraliano de comunidad espontáneamente sentida. Como la grandeza de España reside en la historia, la nación será, pues, una «unidad histórica». A condición –puesto que «histórica» podría significar «cambiante»– de atribuirle una «finalidad», una «unidad de destino», «permanente, transcendente, suprema». Su garantía será el orgullo de casta, equivalente español al orgullo de raza nazi. El español hidalgo y caballero cristiano vale por su «estilo de vida», que dicta el «imperativo poético». He aquí otra de las conclusiones de las corrientes literarias de rehabilitación del Quijote, y del «casticismo» místico y guerrero». (Pierre Vilar; La historia de España, 1947)
Varios historiadores apuntan correctamente, que la conformación del discurso nacionalista español en el siglo XIX, se basó en cuestiones muy concretas que le diferenciaban de otros nacionalismos europeos:
«Si la idea de España como unidad administrativa es una creación del siglo XVIII y de la política uniformadora de los Borbones, la legitimización de la idea de España y de la nación española, es un producto intelectual del siglo XIX, que corre paralelo a la construcción del Estado liberal, pero que alcanza sus frutos más logrados, sobre todo en el plano historiográfico, a mediados de siglo, es decir, pasado el esfuerzo uniformizador, centralista y reformista que a lo largo de los años 30 y 40 las élites políticas llevan adelante con respecto al Estado. El grueso del discurso nacionalista es, pues, posterior, a los momentos cenitales de la construcción del Estado liberal. La construcción del discurso nacional español estaría ubicada en el grupo de países ya unificados territorialmente a principios del siglo XIX y por tanto sin una difusión explícita y emocional encaminada a la agitación popular para la constitución de su Estado-nación. Mientras intelectuales alemanes e italianos en sus más diversas formas de difusión –filósofos, historiadores, literatos o músicos– se lanzar a articular un discurso nacionalista apoyándose en ingredientes étnicos o lingüísticos que desemboquen en la creación de sus Estados, en España la articulación coherente de un discurso nacionalista se enfoca a la legitimación de la organización del Estado. Sus soportes eran la unidad territorial, la uniformación legislativa y política y la unidad religiosa». (Ángel Bahamonde Magro y Jesús A. Martínez; Historia de España siglo XIX, 2005)
Y nos explica cuales fueron los puntos de referencia para articular su discurso nacionalista, pero también sus obvias limitaciones dadas las condiciones del país:
«El campo de interés en la búsqueda del pasado nacional se centró en la Edad Media, y temáticamente en la historia jurídico-institucional, ya que el derecho era la expresión de la constitución de la nación española. (…) El discurso nacionalista destaca, pues, el papel de Castilla como aglutinante del conjunto y se expresa en lengua castellana. (…) El Estado liberal intentó culminar el proceso utilizando entre otros elementos, la escuela como punto nodal para la difusión del castellano y de las primeras nociones de España. (…) El problema reside en que la difusión de la conciencia nacional a partir de la escuela no tuvo la misma intensidad que en otros países europeos sencillamente por el fracaso de la política educativa a lo largo del siglo XIX. La escuela no pudo cumplir enteramente este papel porque los niveles de escolarización siempre fueron muy débiles. (…) Los doce millones de analfabetos que poblaban la España de la segunda mitad del siglo XIX no tuvieron ocasión de aprender a leer y escribir en castellano ni en ninguna otra lengua, ni tampoco conocer los rudimentos de la historia nacional que los planes de enseñanza habían asignado a la educación primaria». (Ángel Bahamonde Magro y Jesús A. Martínez; Historia de España siglo XIX, 2005)
Con este panorama y circunstancias, se entiende el surgimiento de choques regionales respecto al centro, y la resistencia al unitarismo a ultranza que Castilla bajo la marca España llevó a cabo en el resto de territorios.
Pierre Vilar consideraba que los políticos castellanos habían errado estrepitosamente a la hora de analizar Cataluña y entender la cuestión nacional:
«En realidad, los políticos castellanos juzgan mucho a Catalunya a través de los políticos catalanes; y imaginan que el catalanismo es un producto de los políticos catalanes. Pero cuando uno ha vivido años entre los intelectuales catalanes, entre los estudiantes, entre los jóvenes; cuando uno ha recorrido el campo catalán, ha leído los diarios, escuchado los coros, etc, etc, uno se siente obligado a admitir que hay no obstante alguna cosa más profunda, y que probablemente los políticos catalanes son un producto del catalanismo, y no al revés». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
De forma magnífica, Vilar comenta, como atizar la catalanofobia ha sido una válvula de escape de la burguesía castellana ante el desafió del problema nacional:
«Le confesaré que una de las razones que me hacen considerar a Catalunya como una nación es el hecho de que sea detestada como nación por sus vecinos; basta con tomar el tren entre Barcelona y Madrid para oír a los castellanos hablar de los catalanes como los franceses hablan de los alemanes durante la guerra». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
De hecho hace no muchos años con la cuestión nacional vasca y el recrudecimiento del conflicto con el terrorismo de ETA, la vascofobia estaba a la orden del día entre los gobiernos y aparatos de comunicación españoles, incluso en una reiteración mayor que la cuestión catalana. Por supuesto, eso no quita que el nacionalismo catalán o vasco no haya promovido la castellanofobia, la cual la tienen de serie en sus creadores –Sabino Arana o Valentín Almirall–, como también vemos hoy con un discurso exaltado chovinista, incluso racista, pero esto entre burguesías constituye un clásico. Pero Vilar nos habla de la visión general entre nación oprimida y opresora y como afecta a dichas poblaciones, en este caso el español para crear un falso sentimiento de grandeza en retener y forzar a otros territorios a ser y sentirse de forma distinta a la real, pero este falso sentimiento de grandeza es algo en lo que las clases trabajadoras no deben de estar interesadas, y no elimina la cuestión nacional de fondo: que un pueblo no puede ser libre si oprime a otro.
Vilar acabaría dando golpe demoledor a todos aquellos nacionalistas españoles, de izquierda o derecha, que de una manera u otra, seguían teniendo la fe y la ilusión en la ilusa unidad innegociable e indestructible de España:
«Queda por explicar el catalanismo. (…) Desde que llegué a Cataluña me he planteado tratar de explicar –y no de justificar o de criticar– el movimiento catalán. Porque si no existe separatismo bretón o marsellés, tampoco existe catalanismo francés, pese a que se hable catalán en todos los Pirineos Orientales; por tanto, cabe que haya, entre ambos lados de los Pirineos, diferencias en la evolución histórica que expliquen el surgimiento de un particularismo en España, y su no-existencia en Francia. Ahora bien, Ud. mismo aporta la solución del problema: la estupidez de los gobernantes españoles desde el siglo XVI a nuestros días, y la debilidad de España. Sin embargo, permítame que sea menos severo que usted, en primer lugar la «estupidez» no ha sido continua, y en segundo lugar no puedo admitir que una estupidez de tres siglos sea un fenómeno fortuito. Solo podría explicarse por una incapacidad fundamental de los castellanos para gobernar; esta es la explicación de los patriotas catalanes, y hay que reconocer que la fórmula que Ud. utiliza les proporcionaría una fantástica ocasión para alegrarse. A mi juicio, cabe buscar la explicación al margen del valor mayor o menor de los hombres; en este sentido, el materialismo histórico es útil y muy consolador: permite mirar a los hechos –incluidos los desagradables– de frente, sin sentirse vejado en los sentimientos personales o en las susceptibilidades nacionales. Creo, sinceramente, que solo el retraso económico del conjunto español –debido sin duda a la decadencia que siguió a las conquistas coloniales– ha impedido que España evolucione como la mayoría de las otras naciones europeas, es decir, hacia una unidad nacional en el sentido del siglo XIX. Y los intereses castellanos-catalanes se han visto confrontados. Al cabo de cincuenta años de discusiones muy ásperas –en las que los castellanos han solido ser más violentos en sus expresiones despreciativas que los catalanes– no puede hablarse ya de unidad española, y en consecuencia –para aquellos que no tengan miedo de las palabras– los problemas ya no son «regionales», sino «nacionales». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
Pierre Vilar, fue reconocido por alabar las medidas en la URSS y la concepción nacional de Lenin y Stalin. De éste último diría que:
«En 1962, yo dediqué tres volúmenes, gordos, demasiado gordos, a ciertos aspectos de la historia de Cataluña. En el prefacio, resumiendo las teorías, los análisis que se habían hecho, a través de la historia, sobre naciones y nacionalidades, yo señalaba que las obras de Stalin, en este dominio, eran, al mismo tiempo, las más claras y las más profundas para elucidar el valor de estas palabras y los hechos que podían designar. Mucha gente, desde entonces, ha interpretado mi posición, sea como si yo, partiendo de las frases de Stalin, las hubiera aplicado al caso catalán, como si fuesen un dogma; sea como si yo las hubiera citado porque, en los años en que preparaba mi libro, la referencia a Stalin «era de moda». Interpretación disparatada. ¿Podía yo, tratándose de un problema de «nacionalidad», ignorar las obras del que Lenin, en 1917, había designado como «Comisario para las Nacionalidades», y que, desde ese puesto, había construido una federación de nacionalidades de tipo absolutamente nuevo? ¿Cómo no me hubiera interesado el pensamiento que le había permitido llegar a semejante construcción? Y como encontré en la expresión de este pensamiento, líneas teóricas fundamentales, las cité. Fue una sencilla manifestación de honradez intelectual. Muy recientemente, acabo de leer un librito, de lo más superficial sobre el tema catalán, que se atreve a escribir: «El bolchevique georgiano no había hecho en 1913 sino una poco brillante abstracción de los elementos comunes de las grandes naciones-Estados europeos, formadas en los siglos XVIII y XIX bajo hegemonía burguesa». Es exactamente como si el autor de un manual de tercera fila para principiantes en Física, se permitiera escribir que Newton, o Einstein, no habían hecho sino una «poco brillante abstracción» de los conocimientos en Física de su tiempo. (...) Es precisamente porque el georgiano Stalin fue el especialista reconocido de la cuestión nacional en el pensamiento leninista y bolchevique, que la historiografía especializada, allí, en el antibolchevismo, le quiere quitar importancia y no duda, para hacerlo, en deformar la realidad». (Pierre Vilar; Palabras de presentación a la edición en España de las obras de Stalin; Club Internacional de Prensa, Madrid, 17 de diciembre de 1984)
Al igual que Marx en su momento, Vilar pese a no haber nacido en España, llegó a ser un gran estudioso y conocedor de la historia de España y del panorama político:
«Cada país acabó por adquirir y conservar el orgullo de sus títulos y de sus combates, la desconfianza para con sus vecinos. Señores aventureros y municipalidades libres contribuyeron a aumentar este espíritu particularista. (...) Por un lado la tendencia al particularismo, a, los vínculos que podríamos llamar infranacionales; por otro lado la tendencia al universalismo, a las pasiones ideales supranacionales. Entre las dos, no se definirá sin dificultad la conciencia del grupo español: y es un fenómeno que dura todavía. (...) A la muerte de la reina, los nobles castellanos expulsaron a Fernando, que sólo pudo ejercer de nuevo la regencia a causa de la locura de su hija. Aragón había conservado su vieja administración; Aragón, es decir, en realidad una federación de estados, donde Cataluña, Baleares y Valencia conservaban preciosamente sus fueros, cortes, aduanas, monedas, tributos y medidas. Incluso, cuando reinando Carlos I de España –el emperador Carlos V– ya no había más que un solo soberano, fue preciso mantener virreyes en las antiguas capitales. Jamás los antiguos reinos aceptarán con buenos ojos a los funcionarios y soldados «extranjeros», es decir, venidos de Castilla. Para que semejante espíritu fuese a la larga compatible con la unidad, hubiese sido necesario que el poder central se mostrase a la vez poco exigente y de un prestigio por encima de toda crítica. Esto se logró bajo Carlos V y, parcialmente, bajo Felipe II, que no supieron, sin embargo, aprovecharlo para minar las viejas instituciones, ni para asegurarse el mando efectivo. España no tuvo a tiempo su Richelieu ni su Luis XIV. A las primeras intromisiones de Felipe II, Aragón le recordó con dureza sus viejas prerrogativas. La primera tentativa enérgica de centralización fue la de Olivares, en el siglo XVII, cuando ya se agotaba la fuerza económica y militar del centro español. Era ya demasiado tarde para ser brutal. Portugal se sublevó. Y Cataluña se ofreció a Francia. Con este doble incidente, el año 1640 evidencia uno de los defectos de construcción del edificio español. La unidad orgánica entre las provincias no podrá obtenerse, cuando ya la decadencia siembra los gérmenes de descontento. (...) En efecto, es curioso observar que el movimiento de «las nacionalidades» ha tenido consecuencias perniciosas en un edificio tan viejo y glorioso como el de la unidad española. Pero sabemos que la monarquía de los Habsburgo no desempeñó la función unificadora de la monarquía francesa, ni las Cortes de Cádiz la de la Revolución de 1789. El carlismo a la derecha y el federalismo a la izquierda atestiguan el fenómeno centrífugo en el siglo XIX. Pero hubo más: a finales de siglo, las regiones adquieren espíritu de grupo hasta afirmarse como «naciones». (...) La Constitución de 1931 fue creada sobre el modelo de la de Weimar, la más democrática en Europa. España fue proclamada «República de trabajadores», no sin producir sonrisas. (…) Las regiones podían pedir un Estatuto de autonomía, pero la palabra «federalismo» no apareció por ninguna parte. (…) De todas formas, los problemas fundamentales de España no han sido resueltos: ni la crisis social, ni la crisis nacional, ni la crisis espiritual. Saber que un conflicto permanente se oculta bajo la unidad de España oficialmente proclamada, sirve en cierto sentido al orden establecido. Éste, tanto dentro como fuera del país, se basa, no en vano, en el bloque instintivo de los conservadores. (...) En cuanto a las estructuras nacionales, España debe hallar otras fórmulas de relación entre sus regiones, distintas de la autoridad mal soportada. Espiritualmente, debe reconocer que su genio, sin perder su originalidad, es más complejo e innovador que como pretende definirlo un nacionalismo y una religión puramente superficial». (Pierre Vilar; La historia de España, 1978)
Ahora se entiende porque dicha obra llegaría a ser prohibida por el franquismo, y porque a algunos revisionistas de la actualidad no reconocen su valor que no implicaría discrepar con otras posiciones políticas suyas.
Comorera concebía ya a Cataluña como una nación de pleno derecho. En su obra: «El problema de las nacionalidades en España» de 1942, explica hondamente los cuatro rasgos por los que hay que considerar a:
«Cataluña, Euzkadi y Galicia son naciones, porque tienen un idioma propio, un territorio común, una economía suya, una psicología característica manifestada en una comunidad de cultura, porque son comunidades estables, históricamente formadas». (Joan Comorera; El problema de las nacionalidades en España, 1942)
A esto debemos hacer unos apuntes. El paso de las décadas ha demostrado que pese a sus particularidades, el llamado movimiento nacional gallego no logró desarrollar un potente movimiento político ni tampoco esa identidad nacional entre su pueblo como sí ha hecho efectivo en el movimiento nacional vasco o catalán. Lo que constituye el aquí llamado «una psicología característica manifestada en una comunidad de cultura», se puede decir que en ese sentido el nacionalismo gallego es bastante inmaduro aún, lo que no puede descartarse que en un futuro recobre peso y posibilite la forja de un poderoso movimiento nacional que arrastre a las masas. Esto mismo podría decirse del movimiento canario, en su mayoría actualmente de tendencias regionalista y no independentista, de relativa repercusión todavía. Existen otros movimientos que se postulaban como nacionalistas pero jamás llegaron a madurar como tal, o han tenido más éxito político en su versión regionalista, hablamos del caso andaluz o cántabro. Como se puede ver históricamente los problemas relacionados con el regionalismo y el nacionalismo son consecuencia de la división del trabajo manifestaba también entre regiones, creándose diferentes desigualdades y problemas derivados. Los movimientos nacionales, en sus inicios, cuando son embrionarios y faltos de apoyos, objetivamente hablando débiles en influencia, tienden a reivindicaciones clásicas del regionalismo, es decir en buscar de reivindicar cierta identidad, mayor atención, ayudas, autonomía o competencias, pero sin entrar en confrontaciones que impliquen pedir una separación –aunque eso no excluye excepciones de intelectuales románticos que reivindiquen su zona como una nación de facto y su inmediata separación–. Solamente cuando el movimiento evoluciona –lo cual responde a factores políticos, económicos y culturales siempre en desarrollo–, el movimiento nacional –incluido la clase obrera y los trabajadores– toma conciencia de sí mismos, de su fuerza y de los cambios producidos en la fisonomía de su región, y es en ese punto cuando normalmente el movimiento –si es dirigido por los explotadores– torna de regionalista a nacionalista e independentista. Pero no hay que engañarse: mientras estos movimientos nacionales sean liderados por la burguesía o pequeña burguesía, la cuestión nacional será una mercancía con la que traficar, sus movimientos llevarán a la palestra indiscriminadamente reivindicaciones y propuestas de carácter regionalista o independentistas según sus intereses de clase, traicionarán a su nación si su bolsillo así lo demanda. De igual forma, que sobra decir que la clase obrera de estas regiones, cuando es pertrechada por el marxismo, sabe que nunca se debe ser independentista per se, en la problemática nacional, la reivindicación a abanderar puede pasar por una federación igualitaria con otros pueblos o la completa separación para solucionar sus demandas nacionales, cosa que depende del contexto, situación en la cual siempre debe primar la cuestión social a la nacional. He ahí la gran diferencia.
Lenin nos legó unas palabras que son la base para encarar correctamente la cuestión nacional:
«La teoría marxista exige de un modo absoluto que, para analizar cualquier problema social, se le encuadre en un marco histórico determinado, y después, si se trata de un solo país –por ejemplo, de un programa nacional para un país determinado–, que se tenga en cuenta las particularidades concretas que distinguen a este país de los otros en una misma época histórica». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)
Con la existencia temporal de un movimiento político catalán menos activo durante los años del franquismo, duramente golpeado por el franquismo se podían sacar conclusiones aventuradas, pero tenían los precedentes de todo el siglo XX, donde el catalanismo se alzó victorioso desplazando a los partidos tradicionales, donde pese a la dictadura de Primo de Rivera, en la II República el catalanismo recobró sus posiciones, pero para finales de los 70, con el catalanismo de nuevo al galope, era difícil no entender la conclusión de Comorera de que Cataluña era de facto una nación con conciencia nacional entre sus ciudadanos. Hoy, con el «despertar» del movimiento nacional catalán en el postfranquismo y a inicios del siglo XXI, CON su poderío y ligazón con las masas innegable, el catalanismo como cultura y movimiento político no es una ficción como decían algunos, en la actualidad el catalanismo no solo se ha ganado la hegemonía frente a los partidos tradicionales del resto de España, sino que además se ha vuelto independentista en todas sus variantes de importancia. Pero esto es solo un factor, de hecho, el error en 1969 fue no fijarse más que en ese factor político-cultural y no prestar la necesaria atención al desarrollo histórico-económico.
El comunista catalán Joan Comorera proponía que se ejerciera la libertad de decidir su futuro a estas naciones, incluyendo el derecho a separarse como Estado independiente si así lo decidían, lo cual no significa que fuera la postura por la que abogaba Comorera, veamos:
«Cataluña tiene derecho a la separación. El reconocimiento del derecho, sin embargo, no supone la aplicación automática, obligatoria. En nuestra situación, el ejercicio mecánico del derecho de separación no resolvería el problema nacional, pues no lo podemos ni debemos desatarlo del problema general de la revolución democrática española. Además, la separación por la separación es una idea reaccionaria ya que, en nuestro caso concreto, Cataluña, constituyéndose en Estado independiente, saldría de una órbita de explotación nacional para caer dentro de otra igual o peor. Una tal «genial solución» ya ha asomado la oreja varias veces». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)
Comorera defendería que Cataluña era una nación, que debía respetarse su idiosincrasia, su soberanía nacional, pero en cada ocasión declaraba que la mejor solución para Cataluña era pasar a formar parte libre y voluntariamente de una República Federal de Pueblos Hispánicos:
«Cataluña es una nación. Pero Cataluña no puede aislarse. La tesis de que Cataluña puede resolver su problema nacional como un caso particular, desentendiéndose y hasta en oposición al problema general del imperialismo y de la lucha del proletariado, es reaccionaria. Por este camino se va a la exageración negativa de las peculiaridades nacionales, a un nacionalismo local obtuso. ¡Por este camino no se va hacia la liberación social y nacional, sino a una mayor opresión y vejación! (...) Por tanto, camaradas, el camino a seguir para Cataluña no ofrece dudas. Únicamente la República Popular de España dirigida por la clase obrera permitirá a Cataluña el pleno y libre ejercicio de su derecho de autodeterminación. Únicamente la República Popular de España dirigida por la clase obrera, garantizará el respeto estricto y absoluto a la expresión de su voluntad soberana. (…) Y esta República Popular dirigida por la clase obrera, sólo la podrá conseguir Cataluña luchando en fraternal unión con los otros pueblos hispánicos». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional de Cataluña, 1940)
Este artículo aparecó en «Nuestra Bandera» Nº4 de 1940, que era el periódico del PCE liderado por José Díaz, por lo tanto se da a entender, que al menos buena parte del PCE coincidía con las tesis de Comorera sobre Cataluña.
Lejos de ser como presentarían a Comorera luego en 1949 el binomio revisionista Ibárruri y Carrillo, de «nacionalista pequeño burgués» incluso de «titoista», el comunista catalán fue un abierto crítico del titoismo y del nacionalismo catalán burgués y pequeño burgués, al cual dedicó ríos de tinta por jugar con la cuestión nacional:
«El interés de clase prima por encima de cualquier otro interés. Y todos los elementos que intervienen en la vida colectiva son utilizados con el objetivo único de asegurar el dominio de clase, el monopolio del Estado, instrumento de la clase dominante. Para la burguesía el problema nacional, allí donde éste existe, es materia especulativa; se sirve de ella si así conviene momentáneamente a su interés de clase o se reniega de ella cuando lo pone en peligro. Y como el interés de clase capitalista es incompatible con el interés nacional la burguesía termina siempre por traicionar a la nación. (…) Como clase y castas gobernantes que continúan la tradición de la guerra: para mantener sus privilegios han convertido en moneda de cambio la independencia y la soberanía nacional. Y como políticos e «ideólogos» inventan filosofías y teorías, cuyo único objetivo es sembrar la confusión en las masas populares, dividir la clase obrera y movilizar a la opinión contra los partidos comunistas. (...) Con las patrañas hipócritas de las terceras fuerzas y principios puros y conductas impuras no se va más que al deshonor y a nuevas derrotas». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)
Advirtió siempre al proletariado catalán sobre aquellas posturas «marxistas» que anteponen la cuestión nacional a la cuestión de clase:
«No siempre la defensa de la nación imperialista o no soberana coincide con los intereses fundamentales de la clase obrera. En este caso, compañeros, y esto debe quedar bien claro, prima siempre el derecho de la clase obrera. Para Marx no ofrecía ninguna duda esta subordinación del problema nacional al problema obrero. Olvidar esto nos llevaría fácilmente al campo del nacionalismo pequeño burgués, a la aceptación de la tesis de la «comunidad de destino», tesis apreciada por los nacionalistas y por muchos sectores socialdemócratas. No existe una «comunidad de destino» en la nación, ya sea esta soberana o dependiente. Puede existir una coincidencia momentánea para la consecución de un objetivo común. Pero, nada más, pues «en cada nación moderna hay dos naciones», nos ha dicho Lenin. La nación burguesa que históricamente desaparecerá y la nación proletaria que históricamente debe ascender al poder político y económico, el ejercicio de su propia dictadura para forjar el mundo nuevo en el que sí que habrá una «comunidad de destino». La burguesía de cada país se basó en el problema nacional con el fin de engañar a los obreros, para embrutecer a los campesinos, para envenenar a la pequeña burguesía. La clase obrera de cada país se basa en el problema nacional para llevar adelante la revolución, para resolver conjuntamente con el problema nacional el de su dictadura. (…) Es natural y necesario, pues, que el derecho de la clase obrera tenga preferencia sobre el derecho nacional, cuando la opción nos sea planteada de manera objetiva y concreta». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)
Reconocer esto no excluye que olvidemos los límites de la II República de 1931-1936 ni los diversos gobiernos de coalición antifascista que hubo durante la guerra 1936-1939, donde pese a que hubo un avance, como advertía Comorera, no se solucionaron los problemas de la cuestión nacional:
«¿Hay que esperar un retorno puro y simple del Estatuto? La experiencia histórica nos demuestra que no. (…) El Estatuto suprimido por los fascistas, está superado, como lo está la Mancomunidad, disuelta por Primo de Rivera. La experiencia del Estatuto ha sido, además, negativa. Un año de enorme apasionamiento político acabó con un estatuto inferior al convenido en el Pacto de San Sebastián. Aprobado en el año 1932, el estatuto no podía todavía aplicarse íntegramente hasta el año 1939. La burocracia centralista con la benevolencia más o menos disimulada de todos los gobiernos centrales, saboteó con éxito el traspaso de los servicios y la financiación. Servicios fundamentales ya traspasados que fueron retomados por el Estado Central con pretexto o sin él. Y en contraste manifiesto, durante la guerra, las clausulas lingüísticas, culturales y económicas del Estatuto iban a ser ampliadas por iniciativa de la clase obrera y por imposición del conjunto de las masas catalana. El Estatuto va a ser la expresión de un periodo de hegemonía republicano-socialista en España, y republicano-anarquista en Cataluña». (Joan Comorera. La línea nacional del PSUC; Ponencia presentada en el Comité Central del PSUC, que se aprobó en la reunión de finales de abril de 1939. En junio era también aprobada por el Secretariado de la Internacional Comunista, 1939)
¿Cuál debe de ser la postura de los comunistas catalanes y de los comunistas castellanos? La misma que ya expuso Comorera y aprobó la Internacional Comunista:
«Es justo que el PCE defienda de manera resuelta y pública el derecho de Cataluña a separarse totalmente de España. Es justo que el PSUC diga que en la reivindicación y ejecución de sus derechos nacionales, Cataluña ha de reafirmar su unión con los otros pueblos de España. (… ) La madurez se dará ahora, pues las etapas del movimiento nacional catalán son bien claras. Solidaritat Catalana, Mancomunidad, Estatuto, República catalana. El PSUC por consiguiente, opina que su línea nacional será formulada de este modo: Cataluña lucha por una República Catalana, por una República Española creada por la unión libre de las Repúblicas, iguales en derechos». (Joan Comorera. La línea nacional del PSUC; Ponencia presentada en el Comité Central del PSUC, que se aprobó en la reunión de finales de abril de 1939. En junio era también aprobada por el Secretariado de la Internacional Comunista, 1939)
Esta postura es singularmente cómico para aquellos «comunistas» que siempre necesitan el «sello de aprobación» con el argumento de autoridad de alguna figura o institución para posicionarse, defecto, que demuestra que no saben pensar solos, y que deben recurrir a otros que ya trataron de resolver el problema antes que ellos.
Y puesto que ambos subyacen bajo un régimen capitalista, no debemos olvidar tanto entre los obreros de la nación oprimida como entre los obreros de la nación opresora que:
«Como decía Comorera hay que barrer esta psicología de la aristocracia obrera de venderse a la oligarquía nacionalista por unas migajas y conformarse con un par de cambios superficiales que pretendan decir que luchan por la soberanía nacional, hay que apartar a los monaguillos revisionistas que van haciendo publicidad de las asociaciones oportunistas, pseudopatrióticas y proimperialistas». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)
En los años 60 nacería el PCE (m-l), precisamente como reacción a la traición de la dirección del PCE Carrillo-Ibárruri a las ideas más básicas del comunismo. Para este nuevo partido la postura inicial sobre la cuestión nacional sería la siguiente:
«España constituye actualmente UNA nación, y no una pluralidad de naciones unidas tan solo por la existencia de un aparato estatal único y centralizado, como equivocadamente creen algunos. Eso no excluye en modo alguno la existencia de una serie de regiones con ciertas particularidades nacionales más o menos acusadas, a las que se denomina nacionalidades». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)
En este documento no se expresa en ningún momento en el tono y estilo del PCE de José Díaz, ni mucho menos de las tesis de Comorera. En ese documento, asimismo, ni mucho menos se habla del derecho de estos pueblos a optar por la independencia estatal. Por esto, el análisis de la cuestión nacional realizado por el PCE (m-l) durante sus tiempos de infancia suponía un atraso evidente para el movimiento obrero. Este punto es vital para este tema concreto, sobre todo si tenemos en cuenta que en poco tiempo, el PCE (m-l) rectificaría esta postura.
Este trabajo del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional corrió a cargo de Lorenzo Peña como él mismo reconoce:
«El folleto Acerca del problema de las nacionalidades en España, escrito por mí en 1968 –en su primera versión–, fue publicado después –en 1968 o 1969– por las Ediciones Vanguardia Obrera –como un Cuaderno Marxista-Leninista: Suplemento a Revolución Española, Nº 1–. El comité ejecutivo aceptó publicarlo habiéndolo podado y expurgado. Varios fragmentos se eliminaron». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
Debe decirse que las concepciones políticas de Lorenzo Peña eran desviaciones que en la mayoría de casos estaban bastante más a la derecha que la línea oficial del partido. Dado que no podía imponer su visión en diversos campos, las desavenencias y la frustración hicieron que abandonase el partido en 1972. De hecho, pronto él mismo navegaría en aguas abiertamente socialdemócratas, como veremos en otro capítulo.
Merece la pena repasar este texto porque hoy existen líneas políticas de partidos revisionistas que han adoptado líneas similares.
Todo el texto está destinado a argumentar directa o indirectamente que España era una nación compacta, y que no existían otras naciones contenidas en ella, y que por tanto, indirectamente se daba a entender que no se debía hablar del derecho a separación de estos pueblos, derecho que como ya se ha dicho, no se contempla en ningún momento.
Para argumentar tal idea se dejaban caer diversos argumentos altamente confusos. Por ejemplo, se dice:
«Los habitantes de la mayor parte de las regiones españolas son de habla exclusivamente castellana. E incluso en las regiones con particularidades nacionales sólo un número ínfimo de personas del medio rural y, en general, de aldeas apartadas no hablan el castellano. En cambio en algunas regiones, particularmente en Euzkadi, las lenguas vernáculas no son utilizadas, ni siquiera conocidas, más que por una minoría de la población regional, minoría, además, en descenso». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)
¿Lorenzo Peña consideraba acaso que estas zonas no eran naciones ya que en las regiones con particularidades nacionales el idioma castellano no era desconocido? Sí, eso es cierto. ¡Vaya sorpresa! ¿Quizás por qué Castilla, como reino predominante intentó asimilar al resto de zonas reconquistadas a los otros reinos cristianos o musulmanes que fueron unificando pacíficamente o por la fuerza desde el siglo XII? ¿Quizás por la represión reciente en aquellos tiempos después de pasar la terrible dictadura de Primo de Rivera? Después Peña cita que el gallego, catalán y sobre todo el euskera eran idiomas en descenso. Insistimos. ¿Acaso es lícito considerar que tras treinta años de fascismo donde el euskera se redujo eso supone el fin de una nación? Tampoco valdría como argumento. Es más, como se vería después con el fin del franquismo y gracias a las libertades del régimen posterior de índole democrático-burgués y en concreto al Estatuto Vasco de Autonomía de 1979, en cuanto el euskera tuvo una cooficialidad se fue extendiendo notablemente, así como el gallego, ni que decir del catalán, que como reconoce en el texto el propio Peña, ya era hablado perfectamente por la mayoría de catalanes.
Los ecuatorianos y españoles hablan el castellano, pero no son una misma nación, en cambio los catalanes pueden conocer el castellano pero suelen hablar en catalán y no son parte de la nación castellana o española. Extrapolado a otro ejemplo: un ucraniano en la época de Lenin o un polaco, podía saber ruso, hoy pasa igual por la influencia de la URSS y las relaciones comerciales de Rusia con sus vecinos, pero la mayoría sabe mejor o directamente solo conoce su idioma original: el ucraniano o polaco, ninguno forman parte de la nación rusa por conocer el ruso. De hecho el sistema actual de autonomías, demuestra, que en cuanto hay una leve prebenda en la cuestión lingüística, los ciudadanos de las minorías nacionales del Estado –catalanes–, eligen a sus representantes, que toman una política proactiva de defensa y promoción de su lengua –el catalán–, que pone al idioma oficial del estado –el castellano– como cooficial, pero su estatus social acaba por detrás de la lengua materna en instituciones y calle. Lo que indica la plena identificación con su lengua de estos pueblos.
«Dentro de España, las tres regiones con particularidades nacionales más destacadas –Cataluña, Euzkadi y Galicia– suman –censo de 1960– unos ocho millones de habitantes. Valencia y Baleares suman cerca de tres millones de habitantes. En total, unos once millones, el 35'7 por ciento de la población española según el censo –30 millones y medio de habitantes–». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)
Bajo esta teoría Lorenzo Peña nos quiere vender sin decirlo abiertamente, que a base de recuentos demográficos, podríamos tipificar que Cataluña, Euskadi y Galicia no serían constituyentes como naciones, porque tendrían poca población respecto al resto de España. Como si el número fuese decisivo ¿Acaso no existen naciones de pleno derecho con poblaciones de poco más de un millón de personas? Preguntamos.
«En la actualidad se puede calcular que la población española se aproxima a los treinta y tres millones y que la población de Cataluña, Euzkadi y Galicia tomadas en su conjunto es de unos nueve millones, un 28 por ciento de la nacional. Sin embargo, hay que tener en cuenta que ya antes de nuestra guerra nacional revolucionaria contra el fascismo, el proletariado de Cataluña no estaba formado exclusivamente por catalanes sino también, aunque entonces muy minoritariamente, por inmigrados de otras regiones. (…) Por su lado, el proletariado de Euzkadi estaba formado en buena parte, ya antes de la guerra, por castellanos, gallegos, etc. Y desde 1941 se ha visto engrosado con unos 200.000 inmigrados de otras regiones». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)
De igual modo afirma, con un argumento extraño y no se sabe muy bien con qué fin. ¿Los emigrantes del resto de España hacia estas regiones seguirían siendo «extranjeros»? Como si los proletarios andaluces, murcianos, mozambiqueños, sirios o franceses, siguieran siendo de estas regiones o naciones pasadas décadas y generaciones completas, como si mágicamente, en Cataluña a diferencia del resto de territorios, este proletariado emigrante y sus generaciones venideras no sufrieran una transformación y asimilación de la zona donde residen. No puede existir una argumentación más metafísica.
Para entender los argumentos tan disparatados que aquí se anuncian, podríamos hablar de los desconocimientos históricos y económicos del autor, del chovinismo castellano que rezuman ciertos comentarios, de la influencia directa del maoísmo en sus textos y el déficit que eso significaba a la hora de aplicar el materialismo dialéctico a la cuestión nacional. Pero además de todo ello, se evidencia cómo el partido, secuestrado por la nefasta teoría metafísica de que la burguesía no podría mutar del fascismo hacia el democratismo-burgués, repercutía en adelantar erróneamente lo que podría ocurrir a estos pueblos bajo un régimen postfranquista. Si la asimilación cultural hubiese durado más siglos, de forma continuada, los rasgos nacionales de estos pueblos quedarían ocultos de la superficie, de forma que la conciencia nacional de estos pueblos podría ser dañada. Pero ni si quiera esto elimina la existencia de los factores que hacen nación a una nación. El ejemplo más claro es Galicia, donde existen rasgos nacionales pero no una conciencia nacional, no por casualidad es una de las regiones donde las fuerzas más tenebrosas del país tienen un gran apoyo político, donde los partidos «constitucionalistas» y «españolistas» de derecha tienen un fuerte apoyo político, y donde el nacionalismo gallego es residual todavía.
Al no considerar posible la idea de que la burguesía pudiera evolucionar hacia una monarquía parlamentaria, y otorgar ciertos derechos de importancia a estos pueblos oprimidos nacionalmente, se quedaron desfasados ante los acontecimientos que se sucedieron a no mucho tardar:
«En primer lugar, podría pensarse en una continuación de la dictadura de la oligarquía, pero con modificación de sus formas de poder. (...) Es evidente que un régimen neofranquista, regido por el borbónico parásito Juan Carlos. (...) Un régimen de ese tipo no concedería más que, en el mejor de los casos, un restablecimiento de la mancomunidad de diputaciones provinciales, o algo muy parecido y totalmente insulso». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)
Efectivamente: estos pueblos con la monarquía parlamentaria juancarlista no han obtenido completamente sus derechos nacionales, pero tampoco se puede negar que ha habido una ampliación de sus derechos y libertades. Comparar el actual Estatuto de Cataluña de 1979 con la Mancomunidad de Cataluña de 1914-1925 como anunciaba Lorenzo Peña es por completo absurdo. Nadie en su sano juicio podría comparar tampoco la situación actual de Cataluña y los catalanes con la de la época fascista que España padeció bajo la bota del franquismo. En la actualidad sólo los palmeros de la propaganda del nacionalismo catalán podrían proponer contra toda evidencia que existe algo así. Claro es que pese a las limitaciones democrático-burguesas que en la actualidad existen para que Cataluña ejerza su libertad, su situación es exponencialmente distinta a la de otras épocas. Vale decir que la limitación de las libertades es algo común dentro de cualquier régimen democrático-burgués y más aún en aquellos estados que contienen más de una identidad nacional. Como muestra un detalle. Solo hay que recordar que la afamada II República Española (1931-1936). En el artículo 4 de su Constitución de 1931, si bien no prohibía la enseñanza de las «lenguas regionales», no reconocía al gallego, catalán o vasco como cooficiales junto al castellano, a diferencia de lo que ocurre en la Constitución de 1978 en el artículo 3 que incluso las considera «patrimonio cultural» que será objeto de especial «respeto y protección».
La exposición de Lorenzo Peña en este panfleto sobre la cuestión nacional expresa una visión con ciertos tonos chovinistas españoles o si se prefiere, castellanos. Unas ideas sobre la cuestión nacional ligados a resabios de un viejo pensamiento socialdemócrata español sobre la cuestión nacional, con las limitaciones que eso implica:
«Los problemas nacionales de Europa han sido y son un factor revolucionario de lucha contra el imperialismo. En la medida en que los partidos de la II Internacional degeneraron en partidos de «reformas sociales», se apartaban de la lucha de clases, renegaban de la dictadura del proletariado, pasaban a las filas de la contrarrevolución, la cuestión nacional que en un principio anunciaban vagamente, se transformó en instrumento «ideológico» de subordinación nacional al Imperialismo. (…) Nuestra experiencia es suficiente para conocer a fondo la posición práctica de los socialdemócratas en la cuestión nacional. El Partido Socialista Obrero Español, ha combatido a sangre y fuego a Cataluña y Euzkadi, las dos nacionalidades históricas oprimidas y que han llegado a la madurez nacional». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional de Cataluña, 1940)
Tras la salida de Peña en 1972, la postura del PCE (m-l) en la cuestión nacional fue evolucionando y distanciándose en parte de sus errores tempraneros:
«Años después el PCEml publicará otro folleto titulado «El problema de las nacionalidades en el marco de la revolución en España» Ediciones «Vanguardia Obrera» de 1977, donde se han refundido párrafos y hasta páginas enteras de mi texto de 1968; pero esas partes, escritas por mí, han sido troceadas para ser insertadas en un contexto que les es ajeno y que resulta incompatible». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
Ya incluso en 1971 se rectificaron las posturas del folleto de Lorenzo Peña de 1969. En una publicación del FRAP, el frente promovido por el PCE (m-l) podemos leer:
«El FRAP considera que son los propios pueblos de las nacionalidades quienes deben elegir libremente y sin intervención exterior alguna su propio destino; que el pueblo de cada nacionalidad debe tener la libertad de unirse o separarse del resto de los pueblos de España». (¡Acción!; Comité Pro-Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, Nº5, mayo, 1972)
También en las publicaciones de los Comités Antiimperialistas Revolucionarios (CAR) comentaba sobre la cuestión nacional:
«Es cierto que a los obreros nos interesa estar unidos, unirnos todos en la lucha. Y es precisamente para que esta unidad sea real, por lo que no podemos imponerla por la fuerza. Precisamente porque las minorías nacionales han sido oprimidas en lo que constituye su manera de ser, porque se les han impuesto lengua, cultura, costumbres y leyes que no son las suyas, no podemos nosotros emplear la violencia en este terreno. Nosotros queremos la unidad, sí; pero que no la imponga por la fuerza una nación sobre otra; queremos una unidad en que sean respetadas las diferencias que hay entre pueblos. El primer derecho de un pueblo es el de disponer libremente de sí mismo». (Comités Antiimperialistas Revolucionarios, Nº35, mayo-junio, 1971)
Sobre estos CAR debido a la falta de información hay dudas sobre si era una organización independiente o una organización satélite del PCE (m-l) –como las ramificaciones juvenil, femenina y sindical, o los frentes creados del FRAP y la Convención Republicana–, aunque los testigos directo reclaman que sí. De hecho los CAR tiempo después se integraron en el FRAP. Leyendo sus publicaciones se puede detectar un lenguaje calcado al utilizado por el partido, por lo que hay pocas dudas de que se trata de lo segundo, siendo así esta posición de los CAR sobre la cuestión nacional extensible al propio PCE (m-l), o al menos a un sector importante que llegaba a extender sus ideas en los frentes que manejaba el partido.
La propuesta del PCE (m-l) destacaba en aquellos años por apelar a la directa independencia de territorios colonizados, mientras que para el resto de los territorios con «particularidades» proponía el derecho a secesión, aunque deseaba –retomando como los republicanos y progresistas del siglo XIX– la idea de la integración voluntaria en un modelo federalista para las regiones peninsulares:
«Derecho para los pueblos de las distintas nacionalidades de España, de decidir sus propios destinos. El partido teniendo en cuenta los intereses de todos los pueblos de España, propugna para las distintas nacionalidades un régimen de auténtica y real igualdad de derechos y deberes, en el marco de la República Democrática Popular y Federativa. (…) Evacuación de las tropas españolas y del aparato administrativo colonial que la dictadura tiene establecido en los territorios de África que hoy ocupa. Devolución a sus respectivos pueblos, de estos territorios». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Línea política y programa, 1973)
En la declaración fundacional de la Convención Republicana de los Pueblos de España (CRPE), otro frente creado por el PCE (M-L) a calificar a España como un Estado multinacional:
«La convención reafirma el hecho histórico del carácter multinacional del Estado Español». (¡Acción!; Frente Revolucionarios Antifascista y Patriota, Nº34, 1976)
El PCE (m-l) oficialmente nunca dejó de considerar en sus siguientes publicaciones que España era una sola nación:
«Resulta innegable para cualquier persona mínimamente conocedora de la historia de España y de su realidad actual, que las distintas regiones y pueblos de España constituyen indiscutiblemente un Estado y una nación llamada España». (Elena Ódena; ¿Autonomías o reinos de taifas?, 1979)
Esto mostraba una indudable confusión sobre la cuestión nacional, diciendo una cosa bajo tu frente y otra bajo tu denominación oficial.
Pero en esta época, siempre en otros comentarios del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional, pese a no considerar a España un Estado multinacional, se tenía en cuenta ya el derecho a la independencia de las regiones con innegables movimientos nacionalistas:
«El pueblo vasco, al igual que los demás pueblos de España carecen todavía de los derechos y las libertades necesarias para poder pronunciarse libremente en relación con el derecho a la autodeterminación, e incluido el derecho a la independencia, preconizada por algunos sectores vasquistas». (Elena Ódena; El estatuto de Guernica o el consenso con salsa vasca, 1979)
En líneas generales se mantiene estático el concepto de que estas regiones no son naciones como tales, pero extrañamente se evoluciona hasta contemplarse que estos pueblos tenían en el ejercicio del derecho de autodeterminación, y como tal, el derecho a la independencia. Algo contradictorio, pero que suponía un avance frente a las viejas concepciones.
«Estamos por el derecho democrático a la autodeterminación hasta sus últimas consecuencias, la independencia, siempre que el pueblo, libremente así lo exprese. Pero como toda fuerza política, defendemos y luchamos por una opción propia. Nuestra opción, la opción de los comunistas marxista-leninistas, la opción que más interesa a la clase obrera y al pueblo es la República Popular y Federativa. (…) Denunciamos y combatimos el actual centralismo, heredado directamente del franquismo, que se ha disfrazado de tómbola autonómica, en que, sólo se han visto beneficiados los intereses oligárquicos y burgueses del PNV. (…) Denunciamos y combatimos también el separatismo a ultranza, base política y objetivo confeso de ETA, así como sus métodos y actividades terroristas». (Vanguardia Obrera; Nº436, 1983)
Por supuesto eso no significaba que el PCE (m-l) pasase a apoyar la idea de que lo mejor para estos pueblos era la secesión como hacían algunas agrupaciones nacionalistas, sino que ella era una opción que respetarían si los pueblos libremente tomaban dicho camino, pero que su objetivo era en cambio, trabajar, comprender y respetar la idiosincrasia de dichos pueblos para poder lograr una unidad efectiva y armoniosa entre ellos. Por ejemplo, en el artículo: «El separatismo de ETA hace el juego a la reacción». O en el artículo: «La muerte de Txomin. El nacionalismo, única ideología de ETA», donde se reiteraba:
«Más recientemente, el discurso de ETA se ha inclinado por hablar de autodeterminación, tomando el concepto del marxismo. Bien, en eso podemos estar de acuerdo. Los marxista-leninistas estamos por la autodeterminación de Euskadi desde mucho antes de la existencia de ETA. Pero mientras para el nacionalismo no hay otra salida a la autodeterminación que la separación y la independencia, los marxista-leninistas propugnamos la solución federativa y republicana como más conveniente a los intereses del proletariado de todo el Estado. Sin embargo, si el pueblo vasco opta por la independencia, respetaríamos tal decisión». (Vanguardia Obrera, Nº 581, 1987)
En el artículo: «Combatir el nacionalismo, fortalecer las posiciones de clase del partido» de 1984 se escribía claramente para no dejar atisbo de duda de la diferencia entre el PCE (m-l) y el resto de organizaciones sobre la cuestión nacional:
«Nuestro partido tiene su ideología propia y diferenciada, la del proletariado, y sus posiciones políticas y tácticas de lucha adecuadas. Insistir en la lucha, pelear con uñas y dientes por arrebatar al nacionalismo y a la socialdemocracia su influencia en la clase obrera y el pueblo». (Vanguardia Obrera; Nº452, 1984)
Así se explicaba la interrelación entre la cuestión nacional y la lucha por los derechos democráticos dentro del régimen democrático-burgués:
«Uno de los objetivos que podemos plantear también, junto a la cuestión de las nacionalidades, es el derecho a la autodeterminación, que es también otro aspecto en el que podemos confluir parcialmente y quizá, transitoriamente, con algunas fuerzas de tipo nacionalista, y que supone un aspecto importantísimo, concretamente en Galicia, Cataluña y Euskadi. Creemos que nosotros debemos de ser los que encabecemos a nivel de todo el Estado, en toda España, el principio de que este derecho de autodeterminación no solamente incumbe a esos pueblos y constituye un hecho democratizante para esos pueblos, sino que es un hecho democratizante y progresista para el conjunto de los pueblos de España. El defender estos derechos, el defender, por ejemplo, la cultura de esos pueblos, la lengua y todos sus derechos, también constituye un elemento progresista y democratizante para todos los pueblos de España, y también constituye un elemento para ir forjando en el pueblo la idea de la unidad del pueblo y no de la división de los pueblos de España». (Elena Ódena; Sobre la táctica unitaria del partido; Intervención en el IIº Pleno del Comité Central del IVº Congreso del PCE (m-l), 1985)
Por tanto:
«Dados los estrechos lazos históricos, geográficos, económicos, culturales y sociales existentes desde hace ya siglos entre los pueblos de Cataluña, Euskadi, Galicia y los del resto de España, y los intereses comunes así creados, resulta evidente que en el momento en que, después de derrocada la dictadura y expulsado el ocupante yanqui, esos pueblos puedan libremente decidir de sus propios destinos, lo harán permaneciendo unidos de manera autónoma en el Estado español, popular y federativo». (Elena Ódena; ¿Qué fuerzas deben formar el frente?; Serie de artículos publicados desde el número 43 al 54 de Vanguardia Obrera, mayo de 1969 a febrero de 1971)
Paradójicamente, tiempo después, a finales de los 80 y con la muerte de Elena Ódena, el PCE (m-l) pasó a hacerle el juego a formaciones nacionalistas pequeñoburguesas como Herri Batasuna, incluso pedir el voto por ella, sin realizar ninguna crítica ideológica como veremos más adelante.
El PCE (m-l) seguía negándose a reconocer que España no estaba compuesta únicamente por una nación y varias nacionalidades, sino por más de una nación. Como se anota en sus memorias, Lorenzo Peña conocía la figura de Joan Comorera, y no sabemos si él y el resto de dirigentes del PCE (m-l) desconocían o boicotearon su pensamiento adrede, porque desde luego no comulgaban al 100% con su pensamiento en su trato hacia la cuestión nacional. La pregunta es, si las tesis de Vilar eran mucho más conocidas y mantenía una estrecha relación con el partido como se mostraba en «Vanguardia Obrera», y llegando a escribir a su muerte una introducción a sus obras, ¿por qué tampoco se aceptaron las tesis de Villar sobre la cuestión nacional en el PCE (m-l)? Sin duda su concepción nacional era mucho más acertada que la de Ódena/Marco e infinitamente más que las de Lorenzo Peña.
Lo cierto es que el PCE (m-l) con dicha intransigencia jamás tuvo una postura científica sobre el problema nacional en España, a falta de mejores teóricos dejó todo su entramado en un pseudomarxista con ínfulas de experto como Lorenzo Peña. Sus principales dirigentes posteriores no comprendieron tampoco que los cambios que se habían dado como consecuencia de la cristalización de particularidades mucho mayores de las que se creían a priori; la evidente consolidación de la identidad nacional como podía ser en el caso de Euskadi o Cataluña, no eran exageraciones, sino una evidencia viva visto en: el desarrollo e influencia política del nacionalismo de esas zonas, el auge cultural del catalanismo/vasquismo, la expansión del idioma, incluso a consecuencia de la consolidación del nacionalismo en los núcleos originarios, se volvería más agresivo reivindicando antiguas zonas territoriales de influencia –véase el nacionalismo catalán con la idea de los «Països Catalans» y el nacionalismo vasco con «Euskal Herria»–. Los panfletos del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional al no tener en cuenta todos estos cambios, implicaba no poder granjearse nunca en estas zonas al proletariado, que siempre cayó preso de las asociaciones nacionalistas, ya que no entendían el discurso del PCE (m-l), y entre algunos trabajadores de hondos sentimientos nacionales, veían negados las opciones de sus derechos nacionales, como era por ejemplo el derecho a constituirse libremente como Estado. Esto lejos de unirlos con el PCE (m-l), los hacía continuar siendo presos de la demagogia nacionalista.
Actualmente es imposible negar que:
«Queda claro que lo que Cataluña ha sufrido desde hace siglos por ende su propia consolidación identitaria como nación pese a la dominación castellana y los intentos de asimilación, es una opresión nacional pero no colonial, que se ha visto más agudizada en periodos históricos con la irrupción de los borbones, con Primo de Rivera o durante el franquismo, pero jamás ha sido nada parecido a una colonia, es más la burguesía catalana ha colaborado en estrecha coordinación con la castellana/española para sacar tajada incluso en estos periodos de mayor represión, y las pugnas con ella ha sido sobre cuestiones más económicas y fiscales que de otra índole». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)
Por si el lector está interesado en el tema en el documento antes citado expusimos extensamente los errores tantos de los independistas catalanes como de los chovinistas españoles en cuanto a la evolución histórica de Cataluña. En este documento no explicaremos de nuevo tal cuestión.
Este triste personaje que es Lorenzo Peña, en la actualidad niega el principio federal como solución para los pueblos hispánicos argumentando que:
«El modelo federal sería una agravación de esa desigualdad que ya está establecida y además introduciría de soslayo esas entidades puramente artificiales salidas de la nada. (…) Yo prefiero el modelo jacobino francés, que es centralista». (Crónica Popular; Entrevista de Sergio Camarasa a Lorenzo Peña, 8 diciembre de 2014)
Lorenzo Peña, apuntándose al revisionismo histórico de otros intelectuales de izquierda, se ha apuntado a la moda de deformar el marxismo y su evolución afirmando que está restaurando la verdad histórica del marxismo sobre la cuestión nacional. Pero solo cuenta una parte de la película.
Se presupone que el modelo autonómico español actual de organización del territorio es algo intermedio entre el federalismo y el unitarismo.
«Hay dos puntos que distinguen a un Estado federal de un Estado unitario, a saber: que cada Estado integrante de la federación tiene su propia legislación civil y criminal y su propia organización judicial, y que, además de la Cámara popular, existe una Cámara federal en la que vota como tal cada cantón, sea grande o pequeño». (Friedrich Engels; Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata, 1891)
Algunos podrían no ver muchas diferencias entre el autonómico y el federalismo. Pero hay una diferencia fundamental entre el modelo territorial organizativo federalista y el de las autonomías. El modelo autonómico español otorga autonomía para las regiones, pero niega la soberanía y libertad de como se quieren articular desde el principio. Es decir es una autonomía otorgada desde el Estado central, no debatida: impuesta. Exactamente como el modelo unitario que se suele caracterizar por imponer una uniformidad no por consenso sino por coacción. El modelo federal que han defendido las organizaciones revolucionarias históricamente es todo lo contrario, presupone simplemente: un libre ejercicio de los destinos de los pueblos.
Sobre los errores producidos con el modelo autonómico como la desigualdad territorial debemos decir que ello no es producto en sí del modelo sino del sistema de relaciones de producción capitalista, ya que esto ocurre sin distinción en todos los países más allá del modelo que adopten, es una ley inherente al sistema económico, si la división internacional del trabajo conlleva una desigualdad entre países, a menor escala sucede lo mismo en las regiones internas de un Estado capitalista. El hecho de que Lorenzo Peña achaque este fenómeno al modelo territorial de las autonomías solo puede ser una confirmación más de que ya hace mucho tiempo desertó de las filas marxistas.
También es correcto que el actual modelo tiene errores de base como la división territorial artificiosa, pero precisamente los principales valedores del federalismo español como Pi y Margall ya denunciaban esto. Véase la denuncia sobre la división territorial administrativa de 1833, de la cual han partido una mayor fragmentación de territorios en provincias por motivos meramente administrativos, por contentar o equilibrar desfases en otras regiones, etc.
Por otro lado aquello que comenta aquí Lorenzo Peña de que desea mejor implantar una república centralista unitaria para España, de aplicarse actualmente solo sería estimular más las voces independentistas en las distintas zonas de la península y fuera de ella. Una idea suicida. Los bolcheviques eran los más acérrimos enemigos del federalismo ya que consideraban que lastraban la unificación del proletariado, podía proliferar la mentalidad localista y desconectar económicamente a las regiones. Este fue el pensamiento general del marxismo viendo los resultados históricos del federalismo burgués y de los movimientos federalistas pequeño burgueses como el anarquismo. Pero fue así hasta que los bolcheviques, antiguos antifederalistas, reconsideraron dicha postura en 1917 como nos explica Stalin, entendiendo que no se podía ignorar la cuestión nacional, ya que era una cuestión social real que no se podía saltar sin más, y que para lograr una unificación futura de todo el proletariado, el federalismo era un principio válido para el marxismo, un puente para amortiguar las diferencias nacionales, tejer lazos de amistad y unión:
«En el libro de Lenin «El Estado y la revolución» de agosto de 1917, el partido, en la persona de Lenin, da el primer paso serio hacia el reconocimiento de la admisibilidad de la federación como forma transitoria «hacia una república centralizada». (…) Esta evolución del punto de vista de nuestro partido en cuanto a la federación estatal obedece a tres causas. Primera causa: al estallar la Revolución de Octubre, muchas nacionalidades de Rusia se encontraban, de hecho, completamente separadas y aisladas unas de otras, y por ello la federación resultó ser un paso adelante para acercar, para unir a las aisladas masas trabajadoras de esas nacionalidades. Segunda causa: las formas mismas de federación que se perfilaron en el proceso de la construcción del régimen soviético no resultaron ser, ni mucho menos, tan contradictorias a los objetivos del acercamiento económico de las masas trabajadoras de las nacionalidades de Rusia como lo pareciera en un principio; más aún, resultó que no contradecían en absoluto a estos objetivos, como lo ha demostrado posteriormente la práctica. Tercera causa: el peso específico del movimiento nacional resultó ser mucho mayor y el camino hacia la unión de las naciones mucho más complejo de lo que pareciera antes, en el período anterior a la guerra o en el período precedente a la Revolución de Octubre». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Notas a la obra: Contra el federalismo de 1917, 1924)
El citado artículo de Lenin de 1918 es el siguiente:
«La República Soviética de Rusia se instituye sobre la base de la unión libre de naciones libres, como Federación de Repúblicas Soviéticas nacionales. (...) Al mismo tiempo, en su propósito de crear una alianza efectivamente libre y voluntaria y, por consiguiente, más estrecha y duradera entre las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, la Asamblea Constituyente limita su misión a estipular las bases fundamentales de la Federación de Repúblicas Soviéticas de Rusia, concediendo a los obreros y campesinos de cada nación la libertad de decidir con toda independencia, en su propio Congreso de los Soviets investido de plenos poderes, si desean, y en qué condiciones, participar en el gobierno federal y en las demás instituciones soviéticas federales». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado, 1918)
Algo por tanto lógico:
«Nuestros adversarios, aun los que menos parecen distar de nosotros, han llegado a creernos enemigos de la unidad; y conviene que entiendan que, si no admitimos la que nace de la fuerza, estamos decididamente por la que es hija del libre consentimiento, a nuestro entender el sólo vínculo racional entre los hombres». (Francisco Pi y Margall; Las regiones de España, 12 de diciembre de 1891)
En fin… para los anales de la historia quedarían las palabras de Pi y Margall contra los enemigos del federalismo:
«Es la federación el mejor de los sistemas, ya que une y es capaz de unir todos los pueblos de la tierra, sin que ninguno sufra quebranto de su libertad. Es la federación corona y remate de la obra liberal, ya que emancipa a la par de la nación las regiones y los municipios, hoy aún sujetos a la bárbara servidumbre. Es la federación la que mejor resuelve el problema colonial, ya que convierte las colonias en Estados autónomos sin disgregarlas de la metrópoli. La aconsejan en todas las partes la política, la razón, humanidad, el hombre; la aconsejan aquí, además, la índole y la constitución del reino. ¿Habrá pueblo más indicado para la federación que nuestra España, mezcla de razas, de idiomas, de leyes, de aptitudes y de tendencias? El establecimiento de la federación, se dice, podrá traer complicaciones. ¿Qué cambio político no las trajo? Unitaria, ¿dejaría la república de traerlas? La federación no es nueva en el mundo. Para establecerla no se ha de recorrer nuevas sendas. ¿Qué revolucionarios son además esos que se espantan ante las contingencias de la revolución?». (Francisco Pi y Margall; Lecciones de controversia federalista, [publicado post morten por su hijo Joaquín Pi i Arsuaga en 1931])
Estas palabras todavía resuenan.
¿Por qué el federalismo podría ser una opción viable para España? En esa línea Lenin comenta sobre el federalismo, que existiendo un claro caso de cuestión nacional, el federalismo no solo se puede contemplar, sino que es necesario:
«Engels, como Marx, defiende, desde el punto de vista del proletariado y de la revolución proletaria, el centralismo democrático, la república única e indivisa. Considera la república federativa, bien como excepción y como obstáculo para el desarrollo, o bien como transición de la monarquía a la república centralizada, como «un paso adelante» en determinadas circunstancias especiales. Y entre esas circunstancias especiales se destaca la cuestión nacional. (…) Hasta en Inglaterra, donde las condiciones geográficas, la comunidad de idioma y la historia de muchos siglos parece que debían haber «liquidado» la cuestión nacional en las distintas pequeñas divisiones territoriales del país, incluso aquí tiene en cuenta Engels el hecho evidente de que la cuestión nacional no ha sido superada aún, razón por la cual reconoce que la república federativa representa «un paso adelante». Se sobreentiende que en esto no hay ni sombra de renuncia a la crítica de los defectos de la república federativa, ni a la propaganda, ni a la lucha más decididas en pro de una república unitaria, de una república democrática centralizada». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la revolución, 1917)
¡¿Y acaso no se ve que en España tampoco se ha liquidado la cuestión nacional, que no ha sido superada aún?! Solo el mayor de los miopes políticos podría declarar eso cuando la cuestión nacional sigue ocupando una gran parte, sino la mayor parte de las noticias políticas relacionadas con España junto al tema de la corrupción.
Pero como se suele decir… «en el país de los ciegos, el tuerto es el rey»:
«La nación española es ya una realidad y se muestra así en todo el Estado, aunque bien es cierto que está compuesto por naciones como la catalana o la vasca, que por condiciones materiales han mantenido su identidad, idioma y coherencia en mayor o menor grado, aunque la descomposición es evidente». (De Acero, Revista teórica del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), Nº14, 2019)
RC se enreda. Primero afirma que España es una única nación, y luego en otros párrafos afirma que es una nación compuesta de otras naciones, cayendo en una contradicción de la cual no puede salir. Esta es la teoría oficial del Estado Español como se puede ver en las discusiones de la Constitución de 1978. El PCE de Carrillo, de la mano de Jordi Solé Tura, opinaba que:
«Se define, en consecuencia, que España es una nación de naciones, y éste es un término que no es extraño en nuestra reflexión política y teórica como han demostrado algunos historiadores». (Diario de sesiones del Congreso de diputados, Nº66, 1978)
Por supuesto, desde 1978 hasta ahora, ha habido historiadores oficialistas que han intentado hacer calar esta idea de nación de naciones entre la mente de los trabajadores, pero poco ha conseguido.
Desde el PSOE, salió Gregorio Peces-Barba Martínez al paso apoyando esta nueva tesis:
«La existencia de diversas naciones o nacionalidades no excluye, sino todo lo contrario, hace mucho más real y posible, la existencia de esa nación que para nosotros es fundamental, que es el cómputo y la absorción de todas las demás y que se llama España». (Diario de sesiones del Congreso de diputados, Nº66, 1978)
Esto significaba traicionar de paso lo que habían promulgado en el Congreso de 1974, cuando se abogaba por el «reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas que comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español».
Miquel Roca, dando voz a la Unión de Centro Democrático (UCD), reconocía que este era un término nuevo, inventado:
«Nación de naciones es un concepto nuevo, es un concepto –se dice– que no figura en otros Estados o que no figura en otras realidades, quizá sí; pero es que, señores, ayer ya se decía que nosotros tendremos que innovar». (Diario de sesiones del Congreso de diputados, Nº66, 1978)
Ciertamente era un término sacado de la manga por la burguesía española para negar el reconocimiento de estatus de nación hacia otros territorios, y por tanto, el libre derecho de ejercer la autodeterminación. Es decir se creó esta teoría para evitar tentativas secesionistas, ni más ni menos.
Sin duda aplaudimos la valentía que hay que un grupo autodenominado comunista afirme tesis similares a los padres de la constitución burguesa.
Así de golpe y porrazo RC se ha vuelto constitucionalista en cuanto a la cuestión nacional.
En segundo lugar, RC incluso teoriza que dentro de España, esas otras naciones menores están en «descomposición evidente»… RC califica de «naciones en decadencia», en un momento en que el nacionalismo vasco y catalán lleva teniendo la hegemonía política durante décadas, en el momento en que asistimos a los momentos más crudos del «procés catalán» con protestas y disturbios masivos que están siendo noticia en todo el mundo, ¡pero RC contra viento y marea se atreve a decir que la nación catalana lejos de ser una realidad, está en descomposición!
«Para justificar tan descomunal incongruencia, unos se ponen frenéticos para decirnos que de los Reyes Católicos a hoy, España es una e indivisible, que el problema catalán y el vasco y ahora el gallego, ha sido promovido, artificiosamente por los viajantes de tejidos o los accionistas de los altos hornos bilbaínos o determinados poetas esnobistas de Galicia. Otros cuando mucho, admiten la existencia de minúsculas diferencias «regionales», folklóricas, coloreadas por «dialectos» en decadencia y que en virtud de este nuevo esfuerzo intelectual no se oponen a cierto grado de autonomías administrativas bien entendidas que ni de cerca ni de lejos amenacen la integridad de la Patria. (…) Y no son pocos los que, sintiéndose, ultrarevolucionarios, superinternacionalistas, proclaman a voz en grito que los problemas nacionales de Cataluña, Euskadi y Galicia, de existir son reaccionarios, armas fabricadas por la iglesia y la burguesía para asegurar aquella la integridad de su dominio espiritual, para arrancar estos a los asustados gobiernos centrales más y más altos aranceles. Y aun afirman que esos «localismos» y «particularismos» estorban o imposibilitan la necesaria solidaridad de la clase obrera, ponen a ésta bajo la inspiración y las maniobras de la burguesía. Y que en nombre de un internacionalismo bien entendido, los pueblos débiles deben renunciar a su propia razón de ser y dejarse absorber por los pueblos más fuertes. Así los socialdemócratas alemanes decían a los checos: «renunciad a vuestra pobre personalidad que poco puede daros y aceptad la superior cultura alemana que os puede dar mucho». Hitler ha completado el argumento». (Joan Comorera; José Díaz y el problema nacional, 1942)
Cada día se confirma que Roberto Vaquero va camino de superar a fascistas vestidos de rojos como Santiago Armesilla. El despropósito de esta gente sobre la cuestión nacional y su chovinismo mal disimulado solo es inferior respecto al maestro de todos ellos: el gran filósofo y mejor charlatán Gustavo Bueno. No por casualidad todo aquel que rinde pleitesía a este mito, debe ser considerado un enajenado, al mismo nivel que aquellos que dicen ser marxistas pero recomiendan enfervorecidos a Schopenhauer, Sartre, Nieztsche o Bukowski.
Que los capitostes del nacionalismo hayan traficado con la soberanía nacional catalana, ahora pidiendo más autonomía, ahora pidiendo la independencia, luego teatralizando una «desconexión de España» y la fundación de una «república catalana» ficticia. Esto no significa que la nación catalana esté abocada a la «desaparición» y a ser «definitivamente absorbida» por España, más bien lo que nos demuestra la actualidad, es que pese a la incompetencia de los dirigentes nacionalistas para que Cataluña pueda ejercer su derecho a autodeterminación, la identidad nacional catalana ha prendido desde hace tiempo, y la tendencia va no hacia la unión sino hacia la disgregación de lo que hoy conocemos como España, y aunque a los comunistas nos gustaría la unión voluntaria de todos los pueblos hispánicos, la realidad es la que es, no la que nos gustaría, precisamente los gobiernos españoles históricamente no han hecho sino azuzar esta tendencia, y porque el catalanismo hace largo tiempo que también ha quedado maniatado por la burguesía, inoculando sus mitos propios. Pero hay más cosas que comentar. Los recientes abucheos y recriminaciones públicas del pueblo catalán hacia sus jefes: los Torra o los Rufián, los actos de repulsa hacia quienes condenaban las protestas tras animar desde la oficialidad del gobierno catalán a salir a protestar tras la sentencia del «procés», demuestran que hay una evidente brecha entre dirigentes y masa catalana, que ha habido un pequeño salto cualitativo entre los catalanes, incluido entre los independentistas, que se dan cuenta de la traición y el engaño sufridos. De igual modo, la brutalidad policial ejercida en Cataluña nuevamente contra un derecho democrático básico como es el derecho de autodeterminación de los pueblos, ha espoleado a muchos trabajadores de fuera de Cataluña ha empatizar y entender su lucha, como demostraron las concentraciones y protestas esporádicas en todos los puntos de España. Situaciones que como advertimos, no podrán ser bien encauzadas sino existe un partido proletario a uno y el otro lado del Ebro. Y es que como sabemos en el capitalismo, la cuestión nacional, tiene un problema estructural, donde las burguesía opresoras tratarán de usar la fuerza y la cultura de la traición para retener a la nación oprimida hasta que no vea rentable la inversión de tanto esfuerzo; mientras las burguesías oprimidas, tratarán de buscar concesiones momentáneas que le beneficien en un juego donde nunca se jugará el todo por el todo, donde solo se enfrenta a ella tímidamente cuando ve una oportunidad propicia, pero siempre dispuesta a la negociación y claudicación si el bolsillo y lo requiere, donde otras veces tratará de buscar soluciones utópicas que no llevan a ninguna parte. Por eso la única clase social consecuente con la nación es el proletariado, capaz defender consecuentemente a la nación, y la única capaz de comprender que ningún pueblo que oprime a otro puede ser libre.
Aquí hace nueva aparición nuestro personaje Roberto Vaquero, el cual, dentro del giro derechista que viene sufriendo su organización Reconstrucción Comunista (RC) con sus eslóganes nacionalistas abstractos, se queja de que:
«Cierta gente, porque muchos no son, se resiste a reconocer que España es una nación y atacan a todos los que reconocen a España como tal». (De Acero, Revista teórica del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), Nº14, 2019)
Exacto, de hecho, si revisamos sus propios documentos, hasta hace no mucho decían:
«La mayoría de las organizaciones «comunistas» del estado afirman que España es una nación, y hablan del pueblo español, nosotros queremos refutar con todo lo expuesto anteriormente esta tesis y exponer la nuestra, que España es un Estado conformado por varias naciones y nacionalidades –o pueblos–. (…) En España no llegó a crearse ninguna nación española». (De Acero, Revista teórica del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), Nº3, 2014)
¿RC dando bandazos ideológicos en su línea sin realizar autocrítica alguna? ¡¿Qué extraño verdad?!
Eludiremos los fragrantes errores históricos a los que nos acostumbra su líder en estas dos exposiciones por razones de extensión del presente documento. Pero sin duda en 2013, aunque dedicaban su artículo a banalidades infantiles como relatarnos que banderas reconocen de cada región y cuáles no, mientras entre tanto incurrían en confusiones como considerar a Valencia y Baleares dentro de los «Països Catalans», cuando en la actualidad eso solo es un sueño humedo del nacionalismo catalán –en particular del fascismo de Estat Catalá– por el cual el pueblo valenciano y balear no está, ni se le espera. Así RC decía sin sonrojo alguno:
«Nosotros reconocemos los siguientes pueblos dentro de España: Castilla, Països Catalans, Aragón, Euskal Herria, Galiza, Asturies, Andalucía y Canarias. Reconocemos las siguientes naciones: Catalunya, Euskal Herria y Galiza». (De Acero, Revista teórica del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), Nº3, 2014)
Entre tanta maraña de ideas confusas decían algo cierto: España es plurinacional. Pero como hemos dicho, esto también es soltado al aire continuamente por el PSOE de tanto en tanto, como se observó en 2017 con lo de España es «plurinacional», para que al día siguiente Pedro Sánchez hable de España como «única nación», a la semana siguiente nos intente enfundar el término rocambolesco de «nación de naciones» para caer en gracia a toda las partes, y continúe el show de la ambigüedad y la demagogia, sin posicionarse a favor o no, sobre el derecho a decidir –incluyendo la secesión– de esos movimientos nacionales, que son una realidad evidente aunque le pese a estos personajes públicos.
El proletariado no aguanta a personajes que no hablan claro, que no explican las formas de forma sencilla, y que encima no hacen autocrítica cuando cambian de posición.
Tampoco hace falta detallar mucho cual ha sido el papel jugado por las otras organizaciones reformistas en los últimos años:
«El PCE vuelve a plantear que un problema político qué lleva años enquistado no puede tener otra salida que el acuerdo negociado, consensuado y refrendado por el pueblo catalán. Por ello, la actual situación de confrontación sin perspectiva de solución tiene que terminar de manera que se respete el derecho de manifestación pacífica y de expresión de una parte considerable del pueblo de Cataluña y desaparezcan las actuaciones desestabilizadoras, a la vez que debe imponerse una respuesta política democrática que abra la puerta al diálogo y a la negociación. Nada de ello será posible si no vuelve la normalidad a las calles y plazas de las ciudades catalanas, evitando que la actual anormalidad pueda beneficiar claramente a las opciones políticas de la derecha en toda España en las próximas elecciones generales». (Partido Comunista de España; Comunicado, 20 de octubre de 2019)
Ángeles Maestre, pese a ser militante de una pequeña organización ecléctica, resume perfectamente el papel jugado por IU/PCE en su artículo publicado en: «El Público»:
«Están contando con el impagable, o no, apoyo de Alberto Garzón, coordinador de IU y Paco Frutos, ex secretario general del PCE, reeditando el papel de apagafuegos desempeñado por ambas organizaciones desde la Transición ante situaciones que dificultaran el control por parte de las clases dominantes. Esa función fue perfectamente identificada, ni más ni menos que por un editorial de ABC que reflexionaba sobre los peligros de desaparición de IU tras su fracaso electoral en 2004. Reconocía perfectamente este diario sus intereses de clase y decía así: «El paisaje democrático español ofrece históricamente un espacio claro a la izquierda del PSOE, donde debe asentarse una formación que refuerce la centralidad política de la socialdemocracia y al tiempo sirva como dique de contención para las tentaciones antisistema. IU ha ejercido, desde su refundación a partir del viejo PCE, como factor de estabilidad que ha cargado a sus espaldas con los distintos impulsos de izquierda alternativa que se han ido configurando tras la crisis del marxismo tradicional, evitando que se produzcan tentaciones escapistas y rupturistas al margen de los cauces de la democracia. (ABC; IU bajo mínimos, 17 de marzo de 2004). La obsesión de las clases dominantes, desde Franco hasta ahora, es tratar de evitar que la clase obrera vuelva a descubrir la íntima vinculación en el Estado de español entre la lucha contra la explotación y la de los pueblos por sus derechos nacionales. (...) Las declaraciones de Cayo Lara, ex coordinador general de IU negando el derecho del pueblo catalán a decidir su futuro «unilateramente porque forma parte del Estado y el resto de españoles también tienen que opinar» son de una indigencia política que provoca vergüenza ajena. (...) El alineamiento de Alberto Garzón con el nunca nombrado nacionalismo español ha llegado a cotas muy altas, como cuando calificaba de «provocación» –¿a quién?– la declaración de independencia o como cuando, desde posiciones comunistas (?), descalificaba el referéndum por «ilegal» o la DUI por «carecer de valor jurídico». Es tan evidente que esas declaraciones podrían haber salido del PP o del PSOE y al tiempo el llamamiento al respeto al orden establecido es tan incompatible con posiciones mínimamente revolucionarias que ni siquiera me detengo a comentarlas. (...) Ante una reivindicación estrictamente democrática como ésta, que la hegemonice o no la burguesía no es argumento para que las organizaciones de la clase obrera no la respalden». (Ángeles Maestro; Los comunistas ante el agujero negro del nacionalismo español, 15 de noviembre de 2017)
Este tipo de cosas no nos sorprenden, ya que Paco Frutos por ejemplo se digna a escribir prólogos a adalides del chovinismo español como Santiago Armesilla, aunque algunos ahora sigan soñando con su reconstrucción desde dentro.
Dentro de un tema sensible como es la cuestión nacional. También la postura de Podemos ha sido ambigua, acostumbrado a sus militantes a una confusión permanente, donde igual se habla de España como nación que se hablaba de una «España plurinacional» y del «derecho a decidir de los pueblos». Como vemos en su programa inicial:
«Ampliación y extensión de la figura del referéndum vinculante, también para todas las decisiones sobre la forma de Estado y las relaciones a mantener entre los distintos pueblos si solicitaran el derecho de autodeterminación». (Podemos; Programa para las elecciones europeas, 2014)
Pero poco a poco como en otros temas, han ido abandonando teóricamente esas reivindicaciones y se ha colocado en la práctica al lado de los principales partidos «constitucionalistas», en este caso del lado que aquellos que niegan el derecho de autodeterminación. Esto le ha causado problemas en los territorios donde existen fuertes reivindicaciones nacionales, exactamente como le ha pasado al PSOE o IU con sus juegos y regateos sobre la cuestión nacional.
Tiempo después Pablo Iglesias utilizaba dos de los argumentos de defensa de los «constitucionalistas» para negar el derecho de autodeterminación:
«Yo creo que sería bueno un referéndum en toda España, ojo, creo que eso sería algo muy saludable. (...) Vivimos una realidad de soberanías compartidas. Los españoles no podemos tomar una decisión soberana que afecte a la moneda, los españoles que nos están viendo, no puede decidir votar sobre la política monetaria, porque eso depende del Banco Central Europeo, porque nuestro país ha decidido ceder soberanías. (...) En todo momento, ha remarcado que su posición es que «Cataluña quepa dentro de una España unida» y afirma que si los independentistas fueran «el 80% de la población», «no habría ley que pudiera frenar ese hecho». (Entrevista a Pablo Iglesias en Antena 3, 11 de abril de 2017)
Confiesa que estaba dispuesto a organizar un referéndum sobre la autodeterminación catalana, ¡pero que ha de votarse en toda España! Una posición absurda sin duda:
«¡Por donde puede verse que el señor Siemkovski no comprende siquiera de qué se trata! No se le ocurrió que el derecho a la separación presupone que el problema se resuelve, no por el parlamento central, sino sólo por el parlamento –Dieta, referéndum, etc.– de la región que se separa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)
Repasemos algunos casos donde ganó el «no» en el referéndum. ¿Se imaginan que en cualquiera de los referéndums de Quebec de 1980 y 1995, o el reciente en Escocia de 2014, hubiese votado toda Canadá y toda Gran Bretaña? ¿Qué sentido tendría? Exactamente el mismo que si para la instalación de una nueva red eléctrica de un municipio se debiese consultar al municipio vecino, o si para la instauración de una ley aduanera en Italia, se preguntase a los franceses. Veamos ahora algunos casos donde triunfó el «sí». ¿No decidió solamente el pueblo de Noruega su independencia en el referéndum de 1905 frente a Suecia? ¿No decidió solamente el pueblo de Macedonia el permanecer o no dentro de Yugoslavia en 1991?
Y dos, cuando en el hipotético caso de celebrarse dicho referéndum, para Pablo Iglesias, que el sí contase con 51% no sería válido como en cualquier otro referéndum, ¡deberá contar con más del 80% para que los chovinistas de Podemos aceptasen la secesión! ¿Se le puede ver más el plumero? En los casos vistos anteriormente, ¿se les amenazó a los países no soberanos a tener que conseguir un alto porcentaje del «sí» para hacer efectiva la secesión? Para nada.
En otros casos donde no hubo referéndum. ¿No decidió exclusivamente el Parlamento Eslovaco la disolución de Checoslovaquia en 1993? Así podríamos citar varios ejemplos. Precisamente en casos donde la nación opresora no permite la celebración de dicho referéndum, carece de sentido hablar de buscar un referéndum pactado con la nación oprimida. Y en caso de que se permitiese, es injusto para la opción secesionista, pedir un número de porcentaje más alto que el estipulado para cualquier referéndum básico de «Sí» o «No», que es ser mayoría ante su adversario. Todo lo demás, como dar varias opciones, o pedir un porcentaje altísimo de unanimidad, son trucos para evitar lo inevitable: el justo derecho a autodeterminación.
Como vemos estas teorías que maneja Podemos han sido desde siempre promovidas por personas que se les da de «demócratas» de cara a la galería, o de puertas para afuera, pero jamás para la cuestión nacional concreta de su zona.
En 2017 mientras Podemos e IU pasaban en silencio sobre el derecho de los catalanes a decidir. Ahora en otoño de 2019, ante los disturbios catalanes por la sentencia del «procés», Podemos y IU vuelven a adoptar la misma postura, incluso una mucho peor. Mientras en las ciudades de toda España salían a defender el derecho de autodeterminación, y a denunciar la brutal actuación de los cuerpos represivos, las formaciones reformistas lejos de llamar a la protesta, acudieron a sus propios actos de propaganda electoral como si nada pasase, y demostrando que es lo que realmente les importa: los votos. Es más, no solo no se han solidarizado con el pueblo catalán en el hecho de ejercer un derecho democrático, sino que una vez más, se ha respaldado la actuación de las fuerzas de represión españolas para dar la imagen de partido constitucionalista:
«El presidente me ha confirmado la absoluta colaboración entre Mossos y Policía, lo cual revela una situación de normalidad institucional», ha expresado Iglesias». (El Mundo; Torra atribuye la violencia a «provocadores e infiltrados», 17 de octubre de 2019)
Aparentar normalidad con unos 600 heridos, más de cien detenidos, 28 encarcelados, es poco menos que una broma de mal gusto.
Estos mismos son los que luego dicen estar con el pueblo, con la justicia, con la libertad.
Tiempo después, con su acercamiento al PSOE, negociando Iglesias con Sánchez el gobierno de después de las elecciones de abril de 2019, se dejó claro en varias ocasiones, que Podemos renunciaba a su programa sobre la cuestión nacional en pro de obtener cuotas de poder en el gobierno del PSOE:
«Respecto al conflicto en Catalunya, queremos dejar claro que nuestra voluntad es encontrarnos con el PSOE en una apuesta por el diálogo para afrontar las dificultades inherentes al carácter plurinacional del Estado, asumiendo que el liderazgo le corresponderá al partido que ganó claramente las elecciones». (El Diario.es; Iglesias ofrece a Sánchez votar ahora un gobierno de coalición y, si no sale, revisar el acuerdo en septiembre, 3 de julio de 2918)
En otra ocasión se dijo de forma más explícita:
«La dirección de Podemos se compromete a no defender la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. El socio prioritario de Sánchez no tendría problema en cerrar esta y otras exigencias por escrito. Pero no renuncia a estar en el Consejo de Ministros. (...) «Asumimos que nos exijan que tiene que haber garantías y que no puede haber oposición al Gobierno con Cataluña o la política exterior», insisten al más alto nivel en Podemos en su compromiso de no cuestionar desde dentro del Ejecutivo a Sánchez. Para reforzar la credibilidad de su planteamiento aceptarían acordar los requisitos con el PSOE y ponerlos por escritos». (El País; Podemos acepta apoyar por escrito la postura del Gobierno para Cataluña, 8 de julio de 2019)
Siguiendo la lógica de los reformistas, Podemos sería capaz de controlar la tendencia hacia la derecha del PSOE, ¡¿pero se imaginan que tipo de beneficios va a conseguir los trabajadores que prestan su voto a una organización como Podemos, que declara que acepta no contradecir los designios imperialistas de la política exterior del PSOE?!
Para las elecciones del 10 de noviembre, volvió a escena el tema de referendum, ¡pero se advertía que no era ninguna línea roja!:
«Impuesto a las grandes fortunas, línea roja. Referéndum en Cataluña, no. En su programa para el 10-N, seguirá habiendo una apuesta «por un referéndum pactado en el que Podemos defenderá un nuevo encaje para Cataluña en España». Esta solución aparecía en el documento de abril; desapareció en el texto de 370 medidas que en agosto enviaron al PSOE para tratar de retomar la negociación; y ahora vuelve a escena. «Creemos en una solución dialogada de los conflictos territoriales. El referéndum en Cataluña no es propuesta como el impuesto a las grandes fortunas, que lo vamos a hacer sí o sí si llegamos a gobernar. La consulta en Cataluña la vamos a dialogar con el resto de partidos, la vamos a poner encima de la mesa y vamos a ver qué sale de este diálogo», señalan fuentes de la dirección de Podemos». (El Mundo; Podemos sitúa como línea roja un impuesto a los ricos, pero no el referéndum en Cataluña, 13 de octubre de 2019)
Es decir, que pasada las elecciones, dicha medida, quedaría en agua de borrajas para contentar una vez más al PSOE.
Por supuesto, también existen los grupos que caen en el extremo opuesto: seguidismo hacia los movimientos nacionalistas sin criticismo alguno hacia sus burguesías, como hace el PCOE sin un más lejos. Recuérdese nuestro capítulo: «El apoyo del PCE (r) a los nacionalismos pequeño burgueses» de 2017. Allí de paso, se analizan algunas de las andaduras del nacionalismo catalán y sus expresiones políticas, incluyendo profundamente las posiciones de la CUP, partido pequeño burgués que es la estrella que guía a todos los revisionistas.
Con esto queda demostrado la falta de conocimientos o la miopía de la mayoría de organizaciones históricas que ha habido en España y de sus figuras más ilustradas.
No nos pararemos a despiezar esta vez el extremo estado de confusión y desorientación ideológica que campa entre otras organizaciones revisionistas menores, donde cambian de postura constantemente sobre la cuestión nacional sin autocrítica, donde a falta de investigación y conclusiones sólidas delegan la cuestión nacional en los eslóganes de otras organizaciones análogas o de las propias organizaciones nacionalistas de «izquierda», o donde les parece un tema tan complejo que se acaba repitiendo el discurso del chovinismo español tan característico para dar carpetazo final y declarar que no hay problema alguno real». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2019)
«Esto es, constituyen, por una parte, procesos históricos y cambian con el tiempo y, por otra, son colectividades heterogéneas en su interior. En un pasaje decisivo de su artículo «Las naciones», recogido en Lecciones de federalismo, se afirma: «Todas las naciones son unidades orgánicas. Si no lo fueran dejarían de ser naciones. Más esto no significa que tengan ni obligados órganos, ni obligados organismos… [En cuanto] Seres colectivos y libres, tienen todas distinta organización, y la cambian según las evoluciones de las ideas y las necesidades de los tiempos. Se quiere hacer hoy a las naciones poco menos que ídolos. Se las supone eternas, santas, inviolables; se las presenta como algo superior a la voluntad, como esas formaciones que vemos en la naturaleza, obra de los siglos» (119). En pocos lugares se muestra tan a las claras el dual concepto de nación de Pi, en cuanto realidad simultáneamente socio-histórica y político-voluntarista». (Ramón Máiz; Federalismo, republicanismo y socialismo en Pi i Margall, 2009)
El barcelonés diría sobre las naciones más detalladamente:
«Esto es, constituyen, por una parte, procesos históricos y cambian con el tiempo y, por otra, son No vaya V. a creer que yo sea enemigo de la nacionalidad... pero cuan insensato es decir que no cabe tocarla ni siquiera para reconstituirla sobre estas o las otras bases. Está, como todo, sujeta a mudanzas y al progreso de los siglos; y hoy, época de libertad, por la libertad es indispensable que se organice y viva. Es ahora hija de la fuerza, y queremos que lo sea mañana de la libre voluntad de los pueblos que la componen. Oprime ahora y violenta a los pueblos y las regiones, y queremos que respete la autonomía de los unos y las otras sin perder un ápice de la suya dentro del círculo de los intereses nacionales». (Francisco Pi y Margall; Las Luchas de nuestros días, 1890)
Durante el transcurso de este texto lo citaremos en más de una ocasión. ¿Significa eso que para los marxista-leninistas Pi y Margall debe de ser el hilo conductor en la cuestión nacional? Ni mucho menos pretendemos eso. En su pensamiento vemos condensadas las grandes ambigüedades y contradicciones del «federalismo» de la época. En su famosa obra magna «Las nacionalidades» de 1877, encontramos tramos brillantes y otros muy oscuros, ambiguos, otros directamente poco acertados.
Por un lado, consideraba que existía la «nación española» desde 1580, pero al mismo tiempo en los inicios del siglo XIX cita hasta «trece naciones» contra las que se tuvo que enfrentar Napoleón. Una afirmación extraña, que no sería la única, ya que igual que federación o confederación, utilizaba indistintamente nación y nacionalidad.
Reconocía que «al Norte de España hay un pueblo que difiere totalmente de nosotros por su raza, por su lengua, y por la índole y el desarrollo de sus instituciones, el vasco», que veía factible que «un día se propusiese construir una nación» pero ponía el condicionante de que «Francia y España estuvieran conformes en disgregarlo de su respectivo territorio, obvio que, por el disentimiento de las dos naciones, sería posible establecer una nueva nación». Esto es contradictorio para alguien como Pi y Margall, favorable a las «libres asociaciones entre pueblos», partiendo de que «entre soberanos solo caben pactos», que denunciaba el fracaso de la «unidad en el despotismo» en España, con la invasión, conquista y los intentos de asimilación forzosa de Castilla sobre los territorios vascos y navarros, dijera tal cosa. De igual modo, dejar la autodeterminación de los pueblos al «consenso» entre la nación oprimida y opresora, dirigidas ambas por clases explotadoras, es evadirse de la realidad histórico y presente, pues: 1) la mayoría de casos, dicha unión ha sido por la fuerza, y en caso de no ser así, cada pueblo tiene libertad de cambiar de opinión; 2) la mayoría de países opresores no están dispuestos a permitir esa emancipación del país oprimido.
Del mismo modo, Pi hace gala del enredo teórico que sufría el federalismo, ya que se queja de la división administrativa de 1833 por dividir las antiguas 14 regiones históricas en 49 provincias: «quiero la reconstitución de las antiguas provincias» porque «casi todas fueron naciones durante siglos». Aquí de nuevo Pi demuestra lo alejado que está del marxismo, pues las naciones no se forman sino en los albores del capitalismo, por tanto, es imposible que alguna de esas 14 regiones históricas fueran «naciones» según el concepto marxista, que luego veremos. De igual modo entre esas «regiones históricas» figuran Sevilla y Granada, las cuales según Pi serían «naciones», pero en otras obras nos habla indistintamente de ambos como «andaluces». Por lo que el barcelonés pese a sus grandes aciertos en varios temas, no tenía una visión clara del problema.
Con la fundación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1789 bajo la dirección del por entonces marxista Pablo Iglesias Posse (1850-1925), se creía que la problemática de las diferentes regiones y sus reivindicaciones iba a tenerse en cuenta, que el pretendido partido proletario y marxista resolvería de forma científica esta cuestión, para que al menos sobre el papel, se trabajase sobre un futuro mejor sobre dicha cuestión. Pero esto distaba de la realidad. Bajo un pretendido halo internacionalista, se proponía un vago modelo federalista, donde las regiones integradas lo serían integradas no por el ejercicio de su soberanía, sino una federación impuesta, lo que Pi y Margall llamaba desde hace años, un «federalismo unitario»:
«El socialismo español evolucionó hacia el autonomismo sin una reflexión ideológica elaborada sobre la cuestión nacional, como consecuencia de una serie de pronunciamientos puntuales a los que estuvo obligado por la acción de los nacionalismos. Inicialmente, y bajo una retórica internacionalista, se les contrapone un federalismo retórico y escasamente desarrollado, generalista e igualitario. El federalismo citado en algunos artículos, discursos y documentos no supone la reconstitución original de España a través de pactos territoriales soberanos, sino su reorganización interna desde el reconocimiento a la autonomía tanto del individuo como de las regiones y demás organismos, pero respetando la soberanía nacional como único poder originario y la igualdad de derechos de los ciudadanos». (Daniel Guerra Sesmas; Socialismo y cuestión nacional en la España de la restauración (1875-1931), 2007)
Pese al acercamiento inicial entre federalistas y marxistas. Las ideas de los primeros eran ampliamente criticadas desde los segundos, pues se centran más en un cambio de modelo de estructura del Estado que en la cuestión social, en esto llevaban razón los marxistas del incipiente PSOE:
«Yerro es también afirmar, como afirma el Sr. Pi y Arsuaga, que «sólo dentro de un régimen republicano y federalista caben los mismos sistemas socialistas que con tanto encono se pretende presentar como adversarios nuestros». Si las Repúblicas federales tienen por base, lo mismo que las Monarquías, la propiedad individual de los medios de producción y de cambio, ¿cómo es posible que sin destruir esa base pueda establecerse un sistema social que tiene por fundamento la propiedad colectiva o común?». (El Socialista, 13 de julio de 1894)
Téngase en cuenta que, para los marxistas, también estaba reciente la experiencia de la insurrección cantonalista de 1873-74, que era producto del federalismo más extremo, llevado hasta las últimas consecuencias, y con una visión anarquista. Véase los comentarios de Engels en su obra: «Los bakuninistas en acción» de 1874.
El marxismo llegó a España cuando el anarquismo estaba ya francamente arraigado entre las masas como confesaba Marx y Engels en sus cartas. Justo en un momento en que el reformismo estaba empezando a ganar a todos los partidos obreros europeos y dividiéndolos en su seno entre el ala revolucionaria y el reformista. Y como sabemos, en estas trifulcas, el sector revolucionario no sale indemne, y en este caso, no variaría la historia: no consiguió depurarse de las influencias de los reformistas o de otro tipo de desviaciones comunes a su época.
Es innegable la labor de propaganda y agitación de Pablo Iglesias Posse en favor del marxismo y durante el siglo XIX e inicios del siglo XX, dirigiendo gran parte de sus dardos contra las deformaciones reformistas y sufriendo por ello una feroz represión, pero no podemos olvidar su posterior recorrido político que también forma parte de su biografía.
Ya durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) el PSOE adoptó en principio y teóricamente una posición neutral ante la guerra imperialista internacional, pero la postura aliadófila se acabó imponiendo, razón por la que el PSOE no participaría en la famosa Conferencia de Zimmerwald de 1915 donde los partidos revolucionarios condenarían dicha guerra como un enfrentamiento imperialista.
Pablo Iglesias Posse saludó favorablemente la Revolución Bolchevique de 1917, pero criticó desde una óptica liberal ciertas de las medidas del gobierno bolchevique, críticas muy similares a las de Rosa Luxemburgo en su momento. Poco después, en el Congreso Extraordinario de 1920, la militancia del PSOE demandaba abandonar la desacreditada II Internacional e ingresar en la nueva Internacional Comunista; y de hecho así se decidió en un principio, con más de 8.000 votos a favor y tan sólo 5.000 en contra. Pero los líderes del PSOE, como el propio Pablo Iglesias, Indalecio Prieto, Julián Besteiro o Largo Caballero, se negaron a aceptar las 21 condiciones que la Internacional Comunista exigía a cualquier partido para ingresar en ella. Esto era normal, ya que suponía tener que purgar las desviaciones y personalidades reformistas que el PSOE (especialmente su cúpula) llevaba arrastrando desde tiempo atrás. Poco después, estos líderes, aprovechando la ausencia de un número importante de delegados en el Congreso Extraordinario de 1921 –sin los cuales no se llegaba a representar ni a un 30% de los afiliados del partido–forzaron la situación para que se repitiese la votación anterior, saldándose esta vez con unos resultados en favor del reformismo con 8.269 frente a 5.016. A la postre, el PSOE acabaría reintegrándose en la II Internacional, lo que indicaba el posicionamiento político reaccionario del partido y sus líderes. Esto causaría las sucesivas escisiones en el PSOE de que darían pie a la fundación del Partido Comunista de España (PCE) ese mismo año.
Ante el golpe de Estado de Primo de Rivera de 1923, el PSOE volvió a mantener una postura de ambigüedad: por un lado se condenaba el golpe pero se instaba a la pasividad pidiendo calma. No se tardó en plantear una política de colaboración –encabezada por Largo Caballero– que le permitiría mantenerse en la legalidad mientras los revolucionarios como anarquistas y comunistas eran duramente reprimidos.
Esto demuestra una vez que los otrora jefes revolucionarios no deben ser venerados como seres infalibles, ya que pueden degenerar y convertirse en aquello contra lo que luchaban antaño.
Este contexto nos demuestra que el PSOE estaba terminando de mutar en un partido reaccionario durante la infancia del siglo XX. Esto no podía sino tener repercusiones en el planteamiento de la cuestión nacional. Con los años, lejos de desarrollarse o incluso tenerse en cuenta aquél «federalismo desde arriba», el PSOE se convertiría poco a poco en un partido interesado por mantener el poder central, con posturas, por así decirlo, procastellanas. No superaron su anterior postura de «federalismo desde arriba», forzado, sino que la sustituyeron por otra igualmente reaccionaria: ahora el PSOE directamente negaba prestar cualquier atención requerida a la cuestión nacional, la cual estaba en auge en zonas como Euskadi o Cataluña. Adoptó con ello, posiciones francamente nacionalistas:
«Nosotros lo decimos como lo sentimos, dadas las circunstancias actuales, quisiéramos un Gobierno que prohibiese los Juegos Florales, donde se ensalzan las costumbres de una región en detrimento de otras, que no permitiera la literatura regionalista y que acabara con todos los dialectos y todas las lenguas diferentes de la nacional, que son causa de que hombres de un país se miren como enemigos y no como hermanos». (La lucha de Clases; Periódico del PSOE, Bilbao, 1899)
Negando de lleno el derecho a usar su idioma y adoptando con ello, posiciones francamente chovinistas:
«Para el reforzamiento de los lazos entre el País Vasco y España, el Euskera debe obligatoriamente desaparecer; para los socialistas españoles la lengua vasca no tiene lugar en la sociedad moderna». (La lucha de Clases; Periódico del PSOE, Bilbao, 1911)
Estaba claro que el PSOE no comprendía la cuestión nacional. Entre las razones de esto se resumen en que:
«El socialismo llegó a España tarde desde el primer instante transido de burocratismo y herido ya de reformismo sin entusiasmo, sin vigor revolucionario, mostrando el germen de lo que ahora ha llegado a ser: como el criado servil de la burguesía para el momento de peligro». (Fernández Armesto; La misión de la literatura proletaria revolucionara en España; Publicado en «Bolchevismo», revista teórica del Partido Comunista de España, sección de la Internacional Comunista, 1932)
Le debemos, dicho esto, una mención especial a figuras con cierta aura de mito y carisma entre las masas progresistas y revolucionarios, como el caso del ya mencionado Largo Caballero. Éste, pese a su idea de socialismo más cercana al anarco-sindicalismo reformista, y pese a la retórica revolucionaria que empleaba, sobre todo a partir de 1934 por el inminente ascenso del fascismo en España y en todo el mundo, en muchos temas fue un reaccionario sin comillas. Solo habría que recordar su actuación durante el período del primer gobierno republicano-socialista de 1931-1933, con aquellos discursos en favor de la represión a las huelgas y manifestaciones revolucionarias. Vemos aquí reflejada la misma actitud de colaboracionismo con la burguesía que años antes el PSOE y el propio Pablo Iglesias Posse había denunciado señalando a los socialistas que habían llegado al poder en Europa en su artículo: «Socialistas ministeriales» de 1906.
«Pablo Iglesias era contrario a la presencia de socialistas en los Gobiernos, algo muy distinto era la entrada en municipios y parlamentos. La llegada de un ministro socialista a un Gobierno no garantizaba la aprobación de leyes favorables para los obreros. (...) Pablo Iglesias se demoró en ahondar sobre esta cuestión con el ejemplo del Gobierno francés con Millerand, que envió soldados para reprimir huelgas, se persiguió a los socialistas rusos para complacer al Gobierno zarista, y se pusieron muchas dificultades al Congreso de la Internacional de 1900. También aludió al Gobierno de Clemenceau, con Aristide Briand como ministro del mismo, cuando la capital francesa se llenó de soldados en la celebración del Primero de Mayo». (Eduardo Montagut; Pablo Iglesias y los «socialistas ministeriales» en 1906, 2017)
Los bolcheviques ya habían esgrimido toda una línea científica, clara y comprensible para los revolucionarios. En especial refutando las ideas equivocadas de los propios líderes comunistas en Europa:
Primero. Se criticaba las ilusiones liberales de que las naciones oprimidas podían encontrar perfectamente solución dentro de los regímenes democrático-burgueses, cuando la historia mostraba, y aún muestra, que esto no es sino la excepción que confirma la regla:
«Semic quería decir con ello que Lenin consideraba la cuestión nacional un problema constitucional, es decir, no un problema de la revolución, sino un problema que debía ser resuelto con una reforma. Esto es completamente falso. Lenin no padeció nunca, ni podía padecer, ilusiones constitucionales. Basta examinar sus obras para convencerse de ello. (...) En la URSS también tenemos una Constitución, que refleja una determinada solución del problema nacional. Sin embargo, esta Constitución no ha nacido como fruto de un acuerdo con la burguesía, sino como fruto de la revolución triunfante. (...) Acerca del programa nacional. El punto de partida del programa nacional debe ser la tesis relativa a la revolución soviética en Yugoslavia, la tesis de que, sin el derrocamiento de la burguesía y la victoria de la revolución, el problema nacional no puede ser resuelto de un modo más o menos satisfactorio. Naturalmente, puede haber excepciones. Una excepción de éstas se dio, por ejemplo, antes de la guerra, cuando Noruega se separó de Suecia, cosa de la que Lenin habla detalladamente en uno de sus artículos. Pero esto sucedió antes de la guerra y con una coincidencia excepcional de circunstancias favorables. Después de la guerra, y sobre todo después del triunfo de la revolución soviética en Rusia, difícilmente pueden darse casos como ése. De todas formas, las probabilidades para ello son ahora tan pocas, que pueden considerarse nulas. Pero, si es así, está claro que no podemos trazar el programa basándolo en magnitudes de valor nulo. Por eso, la tesis de la revolución debe ser el punto de partida del programa nacional». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; En torno a la cuestión nacional en Yugoslavia, 25 de abril de 1925)
En segundo lugar, se criticaba a aquellos que consideraba la cuestión nacional o el modelo territorial a adoptar después de la revolución como mera charlatanería de intelectuales de salón, incluso se explicaba porque el partido revolucionario debía tener una línea clara en esta cuestión, aunque las naciones oprimidas no tuviesen un movimiento nacional activo por el momento:
«Partiendo del hecho de que en el momento presente no existe un serio movimiento popular por la independencia entre los croatas y los eslovenos, Semic llega a la conclusión de que el problema del derecho de las naciones a la separación es una cuestión académica y, en todo caso, no de actualidad. Naturalmente, eso es erróneo. Aun admitiendo que este problema no sea de actualidad en el momento presente, sin embargo, puede convertirse en un problema de mucha actualidad si comienza la guerra o cuando ésta comience, si la revolución se desencadena en Europa o cuando se desencadene. (...) En 1912, cuando nosotros, los marxistas rusos, estábamos trazando el primer proyecto de programa nacional; todavía no teníamos en ninguna de las regiones periféricas del Imperio Ruso un movimiento importante en favor de la independencia. Sin embargo, consideramos preciso incluir en nuestro programa el punto referente al derecho de las naciones a la autodeterminación, es decir, al derecho de cada nacionalidad a separarse y a llevar una vida estatal independiente. ¿Por qué? Porque no sólo partíamos de lo que existía ya plasmado a la sazón, sino de lo que se estaba desarrollando dentro del sistema general de las relaciones internacionales y se avecinaba; es decir, nosotros no teníamos sólo en cuenta en aquel entonces lo presente, sino también lo futuro. Y sabíamos que si cualquier nacionalidad exigía la separación, los marxistas rusos lucharían por conseguir que se le asegurase el derecho a la separación». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; En torno a la cuestión nacional en Yugoslavia, 25 de abril de 1925)
En último lugar, se criticaba la noción reaccionaria de que las naciones oprimidas tenían siempre que optar por una separación incluso después de una revolución, mientras los bolcheviques respetaban la opción de los pueblos, bien fuese quedarse con otros pueblos u organizarse por separado:
«El programa nacional debe incluir sin falta un punto especial acerca del derecho de las naciones a la autodeterminación, llegando incluso a la separación para formar su propio Estado. Ya he indicado más arriba por qué en las actuales circunstancias interiores e internacionales no podemos prescindir de este punto. Por último, en el programa debe figurar asimismo un punto especial sobre la autonomía nacional territorial para las nacionalidades de Yugoslavia que no estimen necesario separarse. No tienen razón quienes piensan que tal combinación debe considerarse excluida. Esto es erróneo. En determinadas condiciones, como resultado del triunfo de la revolución soviética en Yugoslavia, es bien posible que ciertas nacionalidades, como ha ocurrido aquí, en Rusia, no deseen separarse. Se comprende que, en previsión de tales casos, es preciso tener en el programa un punto referente a la autonomía, con vistas a la transformación del Estado yugoslavo en una federación de Estados nacionales autónomos, sobre la base del régimen soviético. Así, pues, derecho a la separación para las nacionalidades que quieran separarse y derecho a la autonomía para las nacionalidades que prefieran permanecer dentro del Estado yugoslavo. Para evitar equívocos, he de decir que el derecho a la separación no debe interpretarse como el deber, como la obligación de separarse. Una nación puede ejercer el derecho a la separación, pero puede también no ejercerlo, si lo desea así; eso es cosa suya y debe ser tomado en consideración. Algunos camaradas convierten el derecho a la separación en, una obligación, exigiendo, por ejemplo, que los croatas se separen a toda costa. Esa posición es errónea y debe ser desechada. No se debe confundir un derecho con una obligación». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; En torno a la cuestión nacional en Yugoslavia, 25 de abril de 1925)
Por el contrario, el tratamiento que hacía el PSOE de la cuestión nacional como uno de los partidos de poder de aquel entonces, se caracterizó por una desconfianza hacia los Estatutos de Autonomía como el catalán de 1932, hablando de los mismos con la misma desconfianza que los partidos de centro o derechistas, como ya denunció Joan Comorera:
«Dijo Largo Caballero: «No queremos que se otorgue nada que pueda ser una merma para la unidad nacional. (...) Habrá, en definitiva Estatuto, sin desmembración».
¿Ha hablado el español o el socialista? El español. Sólo un español del siglo XIX, antisocialista, puede hablar de unidad nacional, puede ver en el Estatuto una «desmembración». Un socialista, no.
Un socialista sabe que el concepto de soberanía ha sido superado por el de coordinación internacional de principios y de intereses.
Un socialista sabe que el concepto de patria no es ya lo que podía tener un príncipe de sangre, ni un príncipe de alcoba, o los desgraciados «héroes» de Cavite.
Un socialista sabe que el concepto de unidad no significa ya absorción, centralización, ni sometimiento a un centro más o menos artificial, de parasitismo más o menos acentuado.
Un socialista sabe que todos estos conceptos, como tantos otros que regulan y dirigen la vida de los hombres y de los pueblos, han sufrido una revisión profunda justamente bajo la luz poderosa de los principios y de los métodos socialistas.
Y, también, un socialista sabe que únicamente una mentalidad imperialista debe oponer la unidad patria al principio de autodeterminación, de ver un peligro de desmembración en una redistribución de servicios y de facultades dentro de un cercado estatal.
¿Qué es, pues, Largo Caballero?». (Joan Comorera; Patriota cien por ciento; Artículo publicado en «Justicia Social», Nº45, 14 de junio de 1932)
El sector de los caballeristas tomaría partido junto a los anarquistas de Mera, el ala más derechista del PSOE de Besteiro, los restos del trotskismo, más los militares favorables a una rendición pactada con Franco como Casado, Menéndez o Menant, un bloque anticomunista que desataría el conocido como Golpe de Casado en 1939 en Madrid contra el Gobierno de Negrín y los comunistas del PCE, el cual desató una verdadera represión contra los comunistas principalmente, más el obvio derrumbe del frente republicano.
Si alguien quiere ver las posiciones de Caballero de franca oposición a los comunistas durante 1921-1934, y más disimuladamente, aunque muchas veces igual de contundente durante 1939-1946. Véase la biografía de Julio Arostegui: «Largo Caballero: el tesón y la quimera» de 2013. O las propias memorias de Largo Caballero: «Recuerdos» de 1954.
El PSOE incluso empezó a dejar de reivindicar en sus documentos la liberación de las colonias. Sobra decir que la incapacidad de comprender a estas regiones de la península causaría que el PSOE perdiera la hegemonía en estas zonas en favor de los nacionalistas durante la II República 1931-1936, y ante los comunistas, durante la Guerra Civil 1936-1939.
Con el nacimiento del Partido Comunista de España (PCE) en 1921 como una escisión del ala izquierda del PSOE, es cuando los marxistas pensarían que se iba a restablecer una mayor atención al tema. Pero de nuevo una mezcla de inexperiencia, falta de conocimientos y la herencia socialdemócrata hicieron repetir los mismos errores. Esto daría pie a posturas confusas. Sus declaraciones permutaron desde posiciones que defendían una reivindicación absurda y antimarxista como la inmediata independencia de las regiones con movimientos nacionalistas en 1931, durante el momento de la proclamación de la II República, hasta poco después deslizarse hacia una subestimación de las reivindicaciones y al propio trabajo en estas zonas, dejando a las masas en mano de las direcciones nacionalistas. Esta última postura, por ejemplo, sería criticada en lo sucesivo por la Internacional Comunista con términos muy duros:
«Como conviene a verdaderos revolucionarios proletarios, aclarar y seguir revelando ulteriormente las causas del retraso del Partido y los errores cometidos, así como tomar medidas enérgicas para poner remedio todo lo más rápida y completamente posible. Hay que asimilar y utilizar cuidadosamente la rica experiencia de la lucha revolucionaria de clases y de la lucha, indisolublemente ligada con ella, del Partido Comunista y sus organizaciones. La causa principal de las faltas del Partido, de la incomprensión del carácter de la revolución, de la incomprensión del papel y de las tareas del proletariado en tanto que dirigente supremo durante la revolución democrático-burguesa, de la incomprensión del papel del Partido Comunista, de la incapacidad de lanzar oportunamente consignas políticas justas para la acción de masas y de llevar hasta las masas las consignas políticas justas, así como de los errores manifestados por la pasividad relativamente grande del Partido, es que el Partido Comunista se hallaba, y desgraciadamente se halla aun, presa del sectarismo y de las tradiciones anarquistas. (...) Estas tendencias y métodos han entorpecido y entorpecen todavía el trabajo de masas del Partido Comunista, su contacto con las masas. (...) El Partido, en su totalidad, y su dirección en particular, no tenían, ni desgraciadamente, aun una línea política justa, pues habían apreciado de un modo inexacto la situación objetiva, el carácter y las particularidades de las contradicciones de clase, el carácter de la revolución en España. Las situaciones políticas concretas eran y son aun apreciadas de un modo inexacto. (...) El Partido Comunista ha manifestado, y sigue en cierta medida manifestando una actitud análoga de desdén, de pasividad sectaria con respecto a los movimientos de emancipación nacional de los catalanes, vascos y gallegos, y un olvido casi total de los marroquíes, cuando ese movimiento, a causa de la traición de los jefes y de su paso al campo del bloque de la burguesía y de los grandes terratenientes, se diferencia, y cuando los elementos obreros y campesinos se convierten en su seno en un factor de considerable importancia. De tal suerte que este movimiento constituye una fuerza que el Partido Comunista debe incorporar al frente general de la lucha por el triunfo de la revolución española». (Internacional Comunista; Una carta desde el Buró del Oeste Europeo de la Internacional Comunista al Partido Comunista de España, 15 de enero de 1932)
En el artículo: «Las tareas que debe resolver la revolución española; Hacia el IVº Congreso del PCE» se decía de nuevo desde la Internacional Comunista (IC):
«La conquista por el partido de la mayoría de la clase obrera exige, en primer lugar, concentrar la atención en el trabajo en Cataluña. El partido no puede conquistar la mayoría de la clase obrera española, sin conquistar esa región, donde existen las ramas más importantes y más concentradas de la industria. Sin embargo, la falsa posición del partido en lo que concierne a la cuestión nacional le impide conquistar la mayoría de la clase obrera en Cataluña, impide el paso de los campesinos al lado del proletariado, impide aislar a los partidos nacionalistas e impide, por consiguiente, encauzar el movimiento revolucionario de las nacionalidades por la senda general de la lucha contra el gobierno burgués-latifundista español. El partido subestima indiscutiblemente la importancia del problema nacional para el desarrollo de la revolución burguesa-democrática. Hasta los anarquistas han rectificado su posición. «Solidaridad Obrera», por primera vez desde su fundación –antes era adversaria de la independencia de Cataluña y hasta habló de la necesidad de declarar una huelga para impedirla–, preconiza la independencia nacional, afirmando que «los más destacados representantes del anarquismo y de la CNT han predicado siempre la plena autonomía». («Solidaridad Obrera», de 19-12-31) Nuestro Partido mantiene aún su viejo punto de vista sectario en la cuestión nacional, y, en vez de efectuar un enérgico trabajo entre las masas obreras y campesinas de Cataluña, en vez de defender abnegadamente el derecho de las nacionalidades a disponer de, sí mismas basta la separación del Estado central y la formación de Estados independientes, nuestro partido opone a la autonomía burguesa la Constitución soviética, declarando que la independencia de Cataluña sólo será posible en un régimen soviético. Adopta en la cuestión nacional la antigua posición sectaria de los «ultraizquierdistas». Pero ¿puede conquistarse el puesto de director en el movimiento revolucionario de Cataluña y demás nacionalidades si se continúa permaneciendo en posiciones antileninistas en la cuestión nacional, contribuyendo así a robustecer la influencia de la burguesía catalana sobre el proletariado y las masas trabajadoras campesinas? Naturalmente, es imposible». (La Internacional Comunista; Nº1, 1932)
Como se puede ver en dicha revista, la IC criticaba correctamente a la dirección española sus puntos de vista errados en varias cuestiones, siendo así injustificable que hiciesen repetidamente la vista gorda ante errores semejantes o incluso más graves cometidos por el PC alemán del líder revisionista Ernst Thälmann. Simplemente se prefirió elevar su figura por los cielos al ser encarcelado por Hitler en 1933, evitándose atacarle directamente como autor de dichas tesis de consecuencias nefastas, incluso cuando dichas tesis fueron rectificadas a partir del VIIº Congreso de la IC de 1935. De hecho, en los manuales de historia revisionista como «La Internacional Comunista» escrito en los 70 por varios renegados como Walter Ulbtirch, Dolores Ibárruri, Jacques Duclos o Palme Dutt, la rescritura de la historia y de este periodo es increíble. Al igual que se evita señalar a Thorez de los errores derechistas del Partido Comunista Francés –incluso en este caso dichos errores no son nombrados–, en el caso alemán, se reconocen los errores sectarios-izquierdistas del partido, ¡pero se evita cargar sobre Thälmann la autoría de dicha política pese a ser el líder absoluto del parido! Si el lector no está familiarizado con estos defectos thämannianos, para resumirse, serían los siguientes:
«Ernst Thälmann, líder del Partido Comunista Alemán de los años treinta quién heredaría la vena espontaneísta, idealista y anarquista de Rosa Luxemburgo a la hora de analizar los fenómenos sociológicos. Ernst Thälmann sería de aquellos líderes que en los años treinta serían conocidos por sus variadas tesis absurdas sobre el carácter del fascismo y como combatirlo, sus tácticas antifascistas fueron desastrosas para el proletariado alemán, entre ellas encontramos que según sus miras: a) no había diferencia cualitativa entre la democracia burguesa y la abierta dictadura terrorista fascista; b) que el advenimiento del fascismo solo significaba que la revolución proletaria estaba a las puertas; c) que el gobierno de democracia burguesa como el de Brüning, Papen o Schleicher era ya gobiernos fascistas creando confusión en el proletariado sobre lo que es y no es fascismo; d) que en pleno proceso de fascistización del Estado la socialdemocracia suponía el mayor peligro para el proletariado alemán; e) que era un error crear un contraste entre los fascistas y los socialfascistas –como denominaban a la mayoría de socialdemócratas– y que los socialfascistas eran los principales causantes del fascismo y a quienes había que dirigir el principal golpe; f) que con la decadencia de los masivos sindicatos amarillos, era una necedad apoyar y luchar por campañas como las de mantener la libertad de asociación sindical en la democracia burguesa, dando libertad al fascismo a atacar los derechos y libertades de asociación sindical, etc». (Equipo de Bitácora (M-L); Las invenciones del thälmanniano Wolfgang Eggers sobre el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2015)
En España las consecuencias que para el PCE tuvo la línea miope y sectaria liderada principalmente por José Bullejos, Gabriel León Trilla, Manuel Adame y Etelvino Vega, son ya conocidas. Semejante línea sectaria ralentizó el ritmo al que pudo crecer el PCE durante la dirección marxista-leninista de José Díaz, siendo de este modo un factor determinante en la derrota ante el fascismo en 1939. Del mismo modo ya vimos lo que supuso para los comunistas de otros países como Bulgaria, la propia Alemania, Albania, etc. la hegemonía de estas tesis durante un tiempo. Véase la obra: «Las invenciones del thälmanniano Wolfgang Eggers sobre el VIIº Congreso de la Internacional Comunista» de 2015. Por tanto los defectos de Thälmann no eran específicos de él y los líderes del PC Alemán, sino que empezaron a hacerse generalizados en varias direcciones de las secciones de la Internacional Comunista, y entre los propios jefes de la misma.
Con la expulsión de Bullejos del PCE en octubre de 1932 y el reciente ascenso de los nazis y la nula resistencia de los comunistas alemanes en enero de 1933, entre parte de la militancia del PCE hubo un impulso autocrítico, con voces que llegaron a criticar al PCA, a la Internacional Comunista y a pedir responsabilidades por estos hechos y por este tipo de defectos:
«Hernández informó que un grupo en el PC español tomó la línea trotskista sobre Alemania, argumentando que la Internacional Comunista y el PC Alemán compartían la responsabilidad de la severa derrota, pero no tuvo apoyo». (Internacional Comunista; Extractos de las tesis del XIIIº Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista sobre el fascismo, el peligro de la guerra y las tareas de los partidos comunistas, diciembre de 1933)
El hecho de tacharlos sin más de «trotskistas», indicaba que el partido pese a todo, no estaba exento todavía de jefes miopes, seguidistas, autoritarios y sectarios. Y que para muchos pesaba más la popularidad de figuras carismáticas y de prestigio internacional como Thälmann o el miedo a contradecir la posición todavía oficial dentro de la Internacional Comunista, que decir lo obvio: que el PCA y la Internacional Comunista habían tenido parte de culpa en el ascenso de los nazis por su miopía de los acontecimientos; por su sectarismo engreído y triunfalista.
Por otro lado, como hemos señalado en más de una ocasión, cabe destacar que por entonces ya se utilizada indiscriminadamente el término «trotskista» como un insulto sin argumentación política, como legitimador contra cualquier oposición a la línea oficial, distorsionando así la esencia del trotskismo y convirtiéndose en algo peligroso precisamente para combatirlo a la hora de la verdad. Los antitrotskistas de ayer resultaron los más trotskistas en un futuro no muy lejano. Hoy ocurre algo similar, y es que las organizaciones que más utilizan banalmente esa palabra como insulto suelen ser los más trotskistas en sus métodos, análisis o en el apoyo a corrientes trotskistas o filotrotskistas.
Curiosamente el principal crítico de la línea del PCE durante 1931-1932 en la Internacional Comunista (IC) fue el ucraniano Dmitri Manuilski, quién por entonces abanderaba junto con el finlandés Otto Kuusinen y el ya citado alemán Ernst Thälmann la línea de la Internacional Comunista y sus visiones más sectarias, las cuales se rechazarían oficialmente a partir de 1934 gracias al giro en la línea política impulsado por Dimitrov tras consultar y consensuar con Stalin varias cuestiones, como muestran los documentos históricos ahora salidos a la luz. Véase el documento de la Yale University Press: «Dimitrov and Stalin, 1934-1943; Letters from Soviet Archives» de 2000.
Viendo el poco apego a los principios ideológicos de estas tres figuras mencionadas –Manuilski, Kuusinen y Thälmann– pocos años después, no podemos dejar de descartar que este cisma público contra el PCE de 1932 correspondiese también a divergencias personales sobre un trasfondo político entre Manuilski-Bullejos, aunque eso no invalida que las críticas de Manuilski, que fueron del todo correctas y necesarias, y sirvieron de gran ayuda para los comunistas españoles.
Tanto Manuilski como Kuusinen y Thälmann –ya desde la cárcel– se adaptarían a la nueva línea de la Internacional Comunista del VIIº Congreso de 1935 que desecharía precisamente los defectos que sin duda habían manejado tanto el PCE de Bullejos como del PCA de Thälmann, pero en 1956, como muchos antiguos «stalinistas», Manuilski y Kuusinen volverían a cambiar de chaqueta declarándose los más jruschovistas apoyando la nueva línea antistalinista. Para ellos la línea a adoptar y el discurso les era indiferente, solamente buscaban hacer carrera y asegurar un modo de vida prestigioso y acomodado.
De hecho el búlgaro Georgi Dimitrov anotó en su diario personal el 7 de abril de 1934, que en una entrevista con Stalin, éste reprochaba a Manuilski diciendo que «Cada año él profetiza una revolución proletaria que nunca llega». Dimitrov confesó que: «Antes, percibía a Manuilski como un líder político. Ahora sé que solo cuando Piátnitski no está, el caos surge. Él es el pilar, por así decirlo». A lo que Mólotov contestaría. Sí, «Sí, por lo tanto, estamos solo involucrados todo el tiempo con Piátnitski». Quejándose de los defectos de los directores de la Internacional Comunista (IC) Stalin calificó a Kuusinen como «Bueno, pero un académico», mientras que calificó a Eugen Varga como cobarde por su surrealista respuesta, ya que tras pedirle el informe sobre una crisis, éste parecía tener miedo a publicar las cifras oficiales por ser tachado como un «oportunista de derecha», así mismo Stalin recalcó la poca atención que éste le prestaba a los detalles y la afinidad en cambio a las «grandes frases y aserciones generales», calificando que «esto sigue siendo la herencia de los tiempos de Zinoviev» en la IC. Sobre Piátnitski Stalin lo consideró como «obcecado». Dimitrov comentando sobre sus reflexiones previas en Alemania, comentó que: «En prisión, a veces pensaba que, finalmente, la administración de la IC se ha cristalizado históricamente bajo su liderazgo –Manuilski, Piátnitski, Kuusinen Knorin–». A lo que Stalin respondería con sarcasmo: «¿Quién dice que este «cuarteto» debe mantenerse? Tú hablas de historia. Pero uno a veces debe corregir la historia». Dimitrov le comentó a Stalin que como «principal líder» del movimiento comunista debía «soportar la responsabilidad del liderazgo de la Internacional Comunista (IC)», y que aunque estuviese terriblemente ocupado con las tareas del gobierno soviético, «debía participar en las importantes cuestiones» de la IC. Stalin respondería diciendo que era cierto, tenían muchas ocupaciones gubernamentales como podía constatar, pero que cuando participaba y daba sus consejos sobre la IC no cambiaba sustancialmente la situación: «Cuando ellos de van de aquí, todo permanece como antes», dando a entender que quizás en el momento se adherían a sus posiciones pero que luego no las aplicaban o las distorsionaban.
El 13 de abril de 1934 Dimitrov registraría que Stalin le propondría ante todos como el candidato a sustituir a Knorin en la Secretaria de Asuntos Europeos de la IC, sin duda un puesto de enorme importancia. El 24 de abril de 1934 Dimitrov reportaba que: «[El asilamiento de Stalin]. Sucedió primero antes del XIIIº Pleno [de la IC, 1933]». A lo que añade: «Debía confiar solo en sí mismo». Esto nos hace una idea de lo decepcionado que estaba Stalin con las teorías y prácticas de la IC y de sus directores. Citando a Stalin diría frustrado: «Estoy sufriendo horrorosamente con esta situación en la IC; debes tomar el informe principal» del próximo congreso que se iba a celebrar.
En otro informe del 2 de mayo Dimitrov reporta que Voroshilov comentó la ausencia de los chequistas en la recepción, a lo que Stalin especuló que la razón quizás era porque: «Ayer les pude haber ofendido un poco»… en relación a algunos comentarios que Stalin parece que les hizo porque: «Ellos arrestan a la gente por nada». Dimitrov también anotaría en referencia a una obra y su capítulo «Con Stalin» como algo donde se realizaba una excesiva exaltación de su figura, por lo que Stalin pronunciaría que: «No estoy de acuerdo con vuestro escrito sobre mí de ninguna manera. Eso también daña vuestra reputación. Este lenguaje entre iguales no es admisible».
También el 26 de abril de 1939, en palabras de Stalin, en cuanto a personalidad, Manuilski, era un hombre de «humor cambiante, que pasa de un extremo a otro» y que «ciertamente sabe intrigar». Esto se manifestaba también políticamente no siendo un elemento fiable, pues era un «viejo trotskista» que durante los mayores ataques de los trotskistas fue criticado por haber «permanecido reservado», y que ahora se había convertido en un «adulador» con frases que alimentaban un exagerado culto a la personalidad que Stalin tachaba de «perjudiciales y provocadoras», razón no le faltaba. De igual modo y de nuevo según el diario del búlgaro, Stalin comentaría el 15 de octubre de 1941 las recientes concepciones políticas de Thälmann escritas el último año en prisión, creyendo que «estaba jugando en todos los bandos», considerando que él «no es un marxista comprometido» y que en él se notaba la «influencia de la ideología fascista» y que los nazis necesitaban a estos «comunistas inteligentes». Dimitrov también anotaría el 2 de mayo de 1934 sobre los dos máximos líderes del PC Alemán, en su opinión por el trato personal con ambos, Heinz Neumann, quién a posteriori sería un conocido renegado y fue fusilado en 1937, para Dimitrov él no «entiende el marxismo» y calificó «El Capital» de Marx recomendado por Dimitrov como «aburrido». Por otro lado Thälmann a quien había conocido en 1930 comentaba que «no ha entendido la cuestión nacional. Internacionalismo proletario-nacionalismo. Hasta liberación social-independencia nacional».
El 15 de junio de 1934, Dimitrov se desesperaba ante el hecho de que: «Piátnitski-Smoliansky –acerca del punto tres de la agenda para el congreso con Piátnitski–. Dimitrov describe que este dúo actuaba: «¡Como si nada absolutamente nuevo hubiese pasado! ¡Y nada nuevo debe decirse! ». Por lo que dejaban caer que ante la insistencia de cambios, la única explicación era que: «Algunos quieren cambiar los revolucionarios». A lo que Dimitrov simplemente anotaba ante tal ceguera: «Terrible». Todo esto indica lo difícil que fue para Dimitrov y Stalin cambiar las cosas en la IC. Véase la obra de la Yale Univerity Press: «Diary of Dimitrov 1933-1949» de 2008.
Y esta no es la única ocasión donde Stalin mostraría su descontento, como también lo haría varias veces con los revisionistas ocultos como Tito:
«Nosotros realmente admitimos que cada partido comunista, entre ellos el Partido Comunista de Yugoslavia, tenga derecho a criticar al Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, así como el Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética tiene derecho a criticar a otros partidos comunistas. Pero el marxismo demanda que esa crítica sea puesta sobre la mesa, y no por debajo y calumniando, privándose así al criticado de la oportunidad de responder al crítico. Por lo tanto, las críticas de los oficiales yugoslavos nunca han sido abiertas ni honestas. (...) La democracia no es evidente dentro del propio Partido Comunista de Yugoslavia. El Partido Comunista de Yugoslavia, en su mayoría, no ha sido electo sino cooptado. La crítica y la autocrítica dentro no existe o apenas existe. (...) En el Partido Comunista de Yugoslavia el espíritu de la política de la lucha de clases está ausente. El Partido Comunista de Yugoslavia se adormece con la podrida teoría oportunista de la integración pacífica de los elementos capitalistas en el socialismo, tomada prestado de Bernstein, Vollmar, Bujarin. (...) Acorde con la teoría marxista-leninista el partido es considerado como la fuerza principal en el país, que tiene su programa específico y que no puede fundirse con las masas sin partido. En Yugoslavia por el contrario, el frente popular es considerado cabeza de fuerza principal y ahí una intención de disolver el partido dentro del frente». (Partido Comunista (bolchevique); Del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética al Comité Central del Partido Comunista de Yugoslavia, 27 de marzo de 1948)
Así como Mao:
«Usted habla de «chinificación del socialismo». No existe de esa naturaleza. No existe el socialismo inglés, francés, alemán, italiano, ruso, como no existe el socialismo chino. Otra cosa es, que en la construcción del socialismo, es necesario tener en cuenta las características específicas de un determinado país. El socialismo es una ciencia, y necesariamente tiene como toda ciencia, ciertas leyes generales, y uno solo necesita ignorar tales leyes para que la construcción del socialismo esté destinada al fracaso». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Obras Completas, Tomo 18, Anotaciones en la obra «De la conversación con la delegación del Comité Central del PCCh en Moscú el 11 de julio 1949», conversación entre Stalin y Mao Zedong, 1949)
Dimitrov también sería un pionero en descubrir las debilidades que luego serían el cuerpo fundamental del revisionismo titoista:
«Estamos muy preocupados por su decisión de que todo el que desee puede ser aceptado en el partido, sin ninguna consideración de su origen social, que el partido no tema que algunos arribistas busquen su camino en el partido, así como de su mensaje sobre las intenciones de aceptar incluso a Zhang Xueliang en el partido. En la actualidad, más que en cualquier otro momento, es necesario para mantener la pureza de las filas y el carácter monolítico del partido. Mientras conducimos el alistamiento sistemático de personas en el partido y así lo reforzamos, especialmente en el territorio del Kuomintang, es necesario que al mismo tiempo que evitamos la inscripción masiva en el partido, aceptemos sólo a las mejores y probadas personas de entre los obreros, campesinos y estudiantes». (Georgi Dimitrov; Telegrama de la Secretaria del Comité Ejecutivo de la Komintern al Secretariado del Partido Comunista de China, 15 de agosto de 1936)
Así como del titoista:
«II. Opiniones e indicaciones del Camarada Dimitrov.
«1. En el liderazgo del Partido Comunista de Yugoslavia existen fraccionalismos y tú es un fraccionalista.
2. Las cosas están en un estado muy pobre, en un estado podrido contigo. Tanto, como para que te des cuenta que no haces lo debido». (...)
«Le dije a Walter directa y francamente que él no goza de la completa confianza del Comité Ejecutivo de la Komintern y que para obtener tal completa confianza necesitara demostrar en la práctica que está llevando a cabo concienzudamente las instrucciones del Comité Ejecutivo de la Komintern. Le dije a Walter: tú no eres el líder central del PCY sino un oficial de enlace quién nos conecta con el proletariado yugoslavo y los activistas yugoslavos. Se necesita ayuda para establecer un liderazgo del partido en el país. Ahora tenemos que salvar el honor del partido y poner los asuntos del partido sobre una base más sana. Si tú ahora va Paris y clama y juegas el tipo rol de: «Yo soy el plenipotenciario del Comité Ejecutivo de la Komintern, puedo enviar a algunos a Estados Unidos y a otros Yugoslavia», habrás terminado. Es cierto que se requiere una purga. Pero no una llevada a cabo por uno solo hombre líder del PCY: hay un grupo de camaradas en el país que se juntaran contigo, y es su deber discutir los asuntos con ellos y tomar en conjunto tales decisiones. Tú no tiene derecho a decidir sobre su única voluntad. Tú no eres obligatorio; el liderazgo interno del país decidirá». (Georgi Dimitrov; Registro de una conversación entre Dimitrov y Tito, 30 de diciembre de 1938)
Esto es una prueba de que la aparición de oportunistas no ocurre de la noche a la mañana, que cuando son criticados, se ven en peligro, y maniobran hábilmente para aparentar comprender sus errores y realizan autocríticas mientras solapadamente intentan continuar con su actividad y línea desviacionista, o esperan una oportunidad mejor para tratar de imponerla en el partido. Muestra del gran número de arribistas y oportunistas que existieron en el seno del movimiento comunista, y de la dificultad que supone para un partido comunista pertrechar a su núcleo de dirigentes fiables.
Gracias, en parte, a las fuertes críticas desde la Internacional Comunista, ya desde 1932 hubo fuertes críticas internas en el PCE que apuntaban el peligro que significaba no comprender correctamente la situación de ciertas regiones y el adoptar posiciones negacionistas sobre la problemática nacional. José Silva Martínez, destacado dirigente gallego de gran popularidad entre las masas, que moriría en el exilio en 1949, diría en aquella época con notable dureza:
«Si el proletariado se pone contra las reivindicaciones nacionales de los catalanes, vascos y gallegos, además de reforzar el imperialismo español permite a los dirigentes del movimiento nacionalista movilizar a las masas que les siguen contra sus propios intereses de clase, arrastrándolos a movimientos contrarrevolucionarios, como en Vasconia, o a luchar en beneficio exclusivo de los jefes, como en Cataluña. Además, es una de las formas de dividir las fuerzas revolucionarias de los trabajadores, facilitando la tarea de los jefes nacionalistas, que presentarían ante sus partidarios al resto de los trabajadores españoles como enemigos de sus aspiraciones y aliados del imperialismo.
Tampoco la revolución española adelanta nada desconociendo el movimiento nacionalista y abandonándolo a sus propias fuerzas. Esto permite a los representantes del Poder central concertar compromisos con los jefes, nacionalistas –como hemos visto en Cataluña– y quebrantar así el movimiento revolucionario de las masas nacionalistas por la independencia, que es un factor importante para la revolución. Por el contrario, la misión del proletariado revolucionario es unir la aspiración nacionalista de las masas de estos pueblos oprimidos a las reivindicaciones generales de la clase obrera y fundir en uno solo el movimiento revolucionario para derrumbar el capitalismo opresor y acabar con la explotación de los trabajadores.
Dejando la dirección del movimiento nacionalista en manos de los jefes traidores sin intentar atraernos a las masas nacionalistas, supone un desconocimiento absoluto de las fuerzas revolucionarías y de su desarrollo. Por eso el Partido Comunista inscribe en su bandera de lucha la reivindicación de Cataluña, Vasconia y Galicia y proclama el derecho de estas nacionalidades a disponer libremente de sus destinos, comprendido el derecho a proclamar su independencia.
Sólo tomando posición al lado de las minorías nacionales que luchan por su independencia, apoyándolas contra el Estado imperialista, hacemos labor revolucionaria y trabajamos por la unificación de los trabajadores. Y no se oponga a esta concepción de los comunistas el argumento de que el proletariado es internacionalista. La solidaridad internacional del proletariado sería negada por nosotros si nos opusiéramos a la liberación de las minorías oprimidas, cayendo, en cambio, en un estrecho patrioterismo, contrario al internacionalismo revolucionario. La aspiración internacional del proletariado ha de realizarse en la unión libre de las naciones, en las relaciones fraternales de todos los pueblos. «Un pueblo que oprime a otros no puede ser libre», ha dicho Marx.
A pesar de ser tan claro, existe entre algunos militantes una incomprensión grande sobre el problema nacionalista. Últimamente se manifestó francamente en oposición a la política del Partido sobre las nacionalidades el camarada Milla, que afirmaba que el movimiento nacionalista de Cataluña era artificial. Y Milla es el representante de una tendencia que debemos combatir implacablemente, haciendo comprender a todos los camaradas la necesidad de luchar al lado de las masas nacionalistas de Vasconia, Galicia y Cataluña por su independencia. Ponerse frente a la política del Partido negando la existencia de un movimiento nacionalista en España es volver la espalda a la realidad. La débil argumentación de Milla afirmando que el problema es artificial ya indica toda su falsa posición.
¿Cómo explica el camarada Milla la enorme movilización de masas llevada a cabo en Cataluña en torno al Estatuto? ¿Sería posible si el movimiento nacionalista fuera artificial? ¿Cómo podrían cotizarse los jefes del «Estat Cátala» si no existiera un sentimiento nacionalista profundo en Cataluña?
Ignorar el movimiento nacionalista no excluye su existencia, y argumentar sobre los privilegios y la prosperidad de la región catalana para negarlo es tan absurdo como pretender demostrar que no hay parados en España porque el presidente de la República disfruta la asignación de dos millones de pesetas. El movimiento nacionalista es un movimiento real, que arrastra grandes masas de trabajadores, a las que no debemos dejar abandonadas bajo la dirección de los jefes que las engañan y traicionan. El Partido Comunista debe tener una política clara sobre las nacionalidades oprimidas y todos los militantes han de comprenderla y aplicarla con decisión y entusiasmo, combatiendo las desviaciones que se inician y que pueden ser un peligro para la marcha de la revolución». (José Silva Martínez; La revolución y el movimiento nacionalista, 1932)
Que actual suenan todas estas palabras cuando algunos nacionalistas vestidos de marxistas intentan presentar la cuestión nacional como algo artificial, o como los estertores de «antiguas naciones ya en descomposición», que no se dejan asimilar por la «gran nación española». Recordando a Kautsky instando a los checos a abandonar su fisonomía y aceptar de una vez por todas las «ventajas de la germanización» de su pueblo.
La IC seguiría insistiendo en este sentido. A. Brones en su artículo: «La acentuación de la crisis revolucionaria en España y las tareas del PCE» diría:
«Los puntos fundamentales de este programa, que indudablemente, animará la actividad del Partido y lo unirá más con las masas, son. (...) 8) Liberación nacional de todos los pueblos oprimidos –Cataluña, Vasconia, Galicia–, sobre la base del derecho de los pueblos a la autodeterminación hasta la separación de España. 9) Inmediata y completa liberación de las colonias». (Internacional Comunista; Nº12, 1933)
El programa electoral del PCE para 1933 recogía claramente esta visión:
«Liberación nacional de todos los pueblos oprimidos. El gobierno obrero y campesino reconocerá a Cataluña, Vasconia, Galicia, el pleno derecho a disponer de sí mismas hasta la separación de España y la formación de Estados independientes. Liberación inmediata y completa sin restricción, ni limitación de Marruecos y demás colonias». (Partido Comunista de España; Programa, 30 de enero de 1933)
Desde la IC en abril de 1936, con el artículo «La victoria del frente popular en España» se volvió a hacer eco de la importancia de la cuestión nacional:
«Los catalanes, vascos y gallegos esperan el cumplimiento inmediato de su libertad nacional y el derecho de autodeterminación». (Internacional Comunista; Nº4, 1936)
Estos sucesivos mensajes tuvieron un profundo calado en la nueva dirección del PCE. Y efectivamente hubo un cambió notablemente en el PCE sobre las posturas referentes a la cuestión nacional como se ha comprobado. Pese a no decir abiertamente que eran consideradas naciones, se pedía para Cataluña, Euskadi y Galicia «disponer libremente de sus destinos» al estar oprimidas dentro del imperialismo español:
«Queremos que las nacionalidades de nuestro país, Cataluña, Euskadi y Galicia, puedan disponer libremente de sus destinos, ¿por qué no?, y que tengan relaciones cordiales y amistosas con toda la España popular. Si ellas quieren librarse del yugo del imperialismo español, representado por el poder central, tendrán nuestra ayuda. Un pueblo que oprime a otros pueblos no se puede considerar libre. Y nosotros queremos una España libre». (José Díaz; La España revolucionaria: Discurso pronunciado en el «Salón Guerrero» de Madrid, 9 de febrero de 1936)
Esto ya era un paso mayúsculo ante el histórico desdén de las autodenominadas organizaciones marxistas sobre la cuestión nacional, un tema cada vez más candente, que no dejaría de tener resonancia en décadas posteriores hasta llegar a la actualidad.
Esta línea sobre la cuestión nacional también sería genialmente expuesta en años sucesivos desde Euskadi por Jesús Larrañaga Churruca –fusilado por el franquismo en 1942–:
«El Congreso Nacional del Partido Comunista de Euskadi reconoce plenamente la existencia de la nacionalidad vasca, expresada en la comunidad de idioma, territorio, homogeneidad étnica, cultura y, sobre todo en la voluntad decidida de la mayoría del país, que lucha por sus derechos nacionales frente al imperialismo español que lo sojuzga en combinación con la burguesía vasca y los grandes propietarios de Euskadi.(...) El Partido Nacionalista Vasco, cuya dirección reaccionaria representa los intereses de los banqueros, de la Iglesia, de los grandes propietarios de la tierra y de los grandes industriales, que siempre ha tenido una colaboración, más o menos disimulada, con los representantes del imperialismo español. (...) El Partido Socialista jamás ha sabido comprender el valor revolucionario de la lucha por el derecho de autodeterminación de Euskadi y establecer la debida diferencia entre movimiento nacionalista y la dirección reaccionaria del mismo. Siguiendo las líneas de la Segunda Internacional, su posición frente a este problema se ha reducido a meras declaraciones platónicas sobre la autonomía cultural de los pueblos oprimidos. A él incumbe una parte de la responsabilidad por la creación de la artificial barrera de prejuicios que la burguesía vasca ha conseguido levantar entre algunos núcleos de masas laboriosas del país y fuera de este, la social democracia, en su larga historia y durante su estancia en el Gobierno, no fue nunca capaz de interpretar, de manera revolucionaria, los anhelos y aspiraciones nacionales del pueblo vasco. Su posición adversa al derecho de autodeterminación favoreció, de hecho, las maniobras y chantajes de la burguesía y propietarios vascos y los esfuerzos de éstos por dividir al proletariado vasco. El Partido Comunista de Euskadi lucha, con todas sus fuerzas, por conquistar el derecho de autodeterminación para nuestro pueblo. Este derecho no podrá ser jamás alcanzado más que en el combate contra el imperialismo y los enemigos de del pueblo dentro del país. (...) Hasta el momento presente, ha sido el Partido Comunista de España el único que con su programa de liberación nacional y social, ha luchado por el derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas, incluso hasta su separación del Estado Español». (Partido Comunista de Euskadi; Acta fundacional, 1935)
Y en Cataluña por Joan Comorera –fallecido en las cárceles franquistas en 1958–:
«Los problemas nacionales de España no son una ficción, son una realidad viva. Las monarquías austríaca y borbónica, las dos de origen extranjero y anti-españolas, quisieron crear a sangre y fuego, una España falsa, «unificada». (...) Si algunos republicanos españoles, algunos pseudo-socialistas españoles, pretendiesen, después de la inevitable victoria sobre el nazi-fascismo y su apéndice falangista, con palabras nuevas y propósitos y métodos viejos, continuar una política de asimilación violenta que la experiencia de siglos ha demostrado cuan absurda y criminal es. (...) Ortega y Gasset, hizo un daño atroz a la República, a España, cuando afirmó que los pueblos hispanos estaban, condenados a «conllevarse». Efectivamente, los pueblos hispanos se han «conllevado» bajo las corrompidas monarquías austríaca y borbónica. Volverían a «conllevarse», quizás, si ciertos políticos, que nada han aprendido antes y en el curso de la guerra, que no se han corregido en la excesiva comodidad de su emigración, sí esos discípulos de Ortega y Gasset, filósofo traductor al servicio de Franco y de Falange, tuvieran campo libre para repetir errores conocidos y agravarlos con nuevos ensañamientos. A la «conllevancia» de parásitos y aventureros, de demócratas aparentes y reaccionarios verdaderos, nuestros pueblos oponen su vehemente voluntad de «convivencia». Los pueblos de España han «convivido» cuando la República promulgó la Constitución de 1931, cuando los admirables obreros madrileños dieron la gran paliza a los «isidristas» catalanes que fueron a Madrid a pedir el guillotinamiento de la Generalidad de Cataluña, cuando el 6 de octubre de 1934 los catalanes se levantaron contra los filo-fascistas, cuando las juventudes catalanas corrieron a defender Madrid en las jornadas de gloria imperecedera de noviembre de 1936, cuando las juventudes castellanas vinieron al Ebro a defender a Cataluña y con ella a la República y la independencia de España. (...) Nuestros separatistas –nos referimos a los auténticos, no a los provocadores–, están también en la pendiente reaccionaria. No planteamos con relación a ellos ninguna cuestión de principio. La idea separatistas es tan legítima como cualquier otra, en un régimen democrático y para los demócratas verdaderos. Los republicanos españoles están en su derecho al combatir la idea separatista, como lo estamos nosotros al proclamarnos no separatistas. Pero la idea separatista no se combate con anatemas ni excomuniones, con reacciones a lo Poyo Villanova o con la pistola del falangista. No se combate oponiendo la voluntad del más fuerte a la voluntad del más débil. Se combate con el ejercicio pleno y sin reservas de la democracia. Cataluña, Euzkadi y Galicia, tienen el derecho indiscutible a ejercer su derecho de autodeterminación. Los demócratas españoles deben admitir este ejercicio libre del derecho de autodeterminación, no desconociendo que ello implica el derecho a separarse, a constituirse en Estados independientes. Es así como, rompiendo con un pasado de oprobio, siendo demócratas consecuentes, forjaremos una España unida, liquidaremos el separatismo de ambos lados del Ebro. Es así como ha surgido, desde el punto de vista nacional, la invencible y gloriosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas». (Joan Comorera; Los separatistas de uno y el otro lado del Ebro; Conferencia pronunciada en México, 1943)
El PCE solo comenzó a despertar de sus defectos, como el aislacionismo de las masas o la mala comprensión de la cuestión nacional, con la línea trazada por el IVº Congreso de marzo de 1932, donde Bullejos, Vega, Trilla y Adame mantendrían brevemente sus cargos tras un fuerte descrédito ante la Internacional Comunista, teniendo que adaptarse a un cambio en la teoría y sobre todo en la práctica, condiciones exigidas tanto de parte de la Internacional Comunista como de la mayoría de la militancia, que no confiaba en sus líderes. En una reunión el 5 de agosto de 1932, el Politburó del PCE decidió expulsar a Bullejos, Vega, Trilla y Adame por negarse reiteradamente a aplicar las nuevas directivas del congreso. Poco a poco emergería un nuevo liderazgo, decimos nuevo, no porque apareciesen de la nada, sino porque eran partidarios de la nueva línea –en algunos casos haciendo autocrítica de sus antiguas posiciones como Manuel Hurtado o, momentáneamente, la propia Dolores Ibárruri–. Se formó pues un claro nuevo núcleo de dirigentes entre los que destacamos por su adhesión bolchevique hasta el final a: Pedro Checa –fallecido en el exilio mexicano en 1942–, Trifón Medrano Elurba –fallecido durante la guerra en 1937–, Cristóbal Valenzuela Ortega –fusilado por los franquistas en 1939–, Hilario Arlandis –fusilado por los franquistas en 1939–, Saturnino Barneto Atienza –fallecido en el exilio soviético en 1940–, Daniel Ortega Martínez –fusilado por los franquistas en 1941–, José Silva Martínez –fallecido en el exilio venezolano en 1949– y sobre todo José Díaz –fallecido en el exilio soviético en 1942–. A esto se le podría sumar la caída de otros valiosos cuadros de mayor o menor altura como Isidoro Diéguez Dueñas –fusilado por el franquismo en 1942 o Puig Pidemunt –fusilado por el franquismo en 1949–. Con esta verdadera sangría de militantes sufrida entre 1932-1942, se puede observar que el PCE sufrió un total descabezamiento de sus piezas claves, lo que brindó una buena oportunidad para que los oportunistas como Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo, Francisco Antón, Enrique Líster, Antonio Mije, y más tarde también los Fernando Claudín, Jorge Semprún o Ignacio Gallego se afianzasen cada vez más en las altas esferas del PCE.
Aunque para ser justos, ese ascenso meteórico de diversas figuras no hubiera sido posible sin la implementación de maquiavélicas técnicas desde la nueva dirección del PCE, las cuales desataron contra los que dudaban o se oponían a sus aberraciones, unos métodos brutales de supresión para afianzarse en el poder, promoviendo infames juegos como: calumniar de «provocadores» a grandes y probados dirigentes –Heriberto Quiñones en 1942 y Jesús Monzón en 1947–, delatar o ajusticiar a quienes eran sospechosos de «no ser leales» a la nueva dirección –como a José San José alias Aldeano en 1944, León Trilla en 1945, Alberto Pérez alias César en 1945, Cristino García Granda en 1945, Víctor García en 1948, Luis Montero Álvarez en 1950–.
Durante aquellos primeros años del siglo XX veremos consolidarse a una figura clave en la cultura española: Antonio Machado, la cual sería referente para muchos. De él hemos evaluado cuestiones positivas y negativas en nuestro anterior capítulo: «Conatos de indiferencia en la posición sobre la cultura y la necesidad de imprimirse un sello de clase».
En cuanto a la cuestión nacional, Machado confesaba su acuerdo con reaccionarios como Unamuno en el no apoyo a la promulgación del Estatuto Catalán de 1932:
«La cuestión de Cataluña sobre todo, es muy desagradable. En esto no me doy por sorprendido, porque el mismo día que supe el golpe de mano de los catalanes lo dije: «los catalanes no nos han ayudado a traer la República, pero ellos serán, los que se la lleven». Y en efecto, contra esta República, donde no faltan hombres de buena fe, milita Cataluña. Creo con Don Miguel de Unamuno que el Estatuto es, en lo referente a Hacienda, un verdadero atraco, y en lo tocante a enseñanza algo verdaderamente intolerable. Creo, sin embargo, que todavía cabe una reacción a favor de España, que no conceda a Cataluña sino lo justo: una moderada autonomía, y nada más». (Antonio Machado; Carta a Guiomar, 2 de junio de 1932)
Joan Comorera ya se encargó de refutar estos argumentos frívolos:
«Otros cuando mucho, admiten la existencia de minúsculas diferencias «regionales», folklóricas, coloreadas por «dialectos» en decadencia y que en virtud de este nuevo esfuerzo intelectual no se oponen a cierto grado de autonomías administrativas bien entendidas que ni de cerca ni de lejos amenacen la integridad de la Patria. Otros, menos sinceros, simulan la aceptación del hecho nacional, no se oponen a una solución práctica del mismo, siempre, es claro, que no se llegue al absurdo de fabricar españoles de 1ª y de 2ª clase, como ocurre ahora, por ejemplo, con los mal andados estatutos. La constitución otorga un derecho igual a las nacionalidades y regiones de España, para organizarse en régimen estatutario. Los hipócritas saben bien que el ejercicio de un derecho otorgado a todos, por una nacionalidad o por una región, no crea privilegio de ninguna clase. Pero, por ahí van removiendo a fondo el lodo de los prejuicios para conducir de nuevo el carro hacia el camino de la España única e indivisible». (Joan Comorera; José Díaz y el problema nacional, 1942)
Como sabemos, en la obra de Machado encontramos tramos profundamente progresistas, una muestra de internacionalismo reluciente. En su artículo «Sigue hablando Mairena a sus alumnos», comenta:
«La patria –decía Juan de Mairena– es, en España, un sentimiento esencialmente popular, del cual suelen jactarse los señoritos. En los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la mienta siquiera. Si algún día tuviereis que tomar parte en una lucha de clases, no vaciléis en poneros del lado del pueblo, que es el lado de España, aunque las banderas populares ostenten los lemas más abstractos. Si el pueblo canta la Marsellesa, la canta en español; si algún día grita: ¡Viva Rusia! Pensad que la Rusia de ese grito del pueblo, si es en guerra civil, puede ser mucho más española que la España de sus adversarios. (…) En España, el prejuicio aristocrático, el de escribir exclusivamente para los mejores, puede aceptarse y aun convertirse en norma literaria, sólo con esta advertencia: la aristocracia española está en el pueblo; escribiendo para el pueblo se escribe para los mejores». (Hora de España; Nº3, marzo, 1937)
En cambio, en la figura del andaluz las limitaciones son hasta cierto punto producto de su época, ya que nació y se desarrolló en el ambiente nacionalista de la generación del 98, y si bien en algunas cuestiones, como vemos, se separaba de su círculo de influencia, en otro, nunca saldría de él. Esto último se ve cuando ensalza la conquista de América celebrando el «día de la raza». En sus escritos, Antonio Machado también daba de comer al mito del Cid como «patriota» consecuente, cuando la historia muestra que, como todos los reyezuelos cristianos y musulmanes de la península, el Cid fue un guerrero mercenario vendido al mejor postor. El PCE reproduciría estos escritos suyos en su periódico «España popular» Nº73 de 1941, que lejos de alimentar un sano patriotismo, alimentaba el viejo chovinismo de gran nación totalmente despreciable. Esto indicaba, que el PCE había cambiado profundamente desde 1932 su forma de abordar la cuestión nacional, existía una condescendencia hacia los chovinistas castellanos.
Por todo ello no es de extrañar lo que Machado proclamaba sobre los movimientos nacionalistas en boga:
«De aquellos de quienes se dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc., antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse». (Hora de España; Nº6, junio de 1937)
Machado no entendía que el movimiento catalán no era una mezcla de arrogancia y provincianismo, sino más bien que la España de su imaginario: «íntegra, gloriosa e inseparable», esa «comunidad de destino» hispánica, en la que le habían educado, no existía. O mejor dicho, que dicha comunidad hispánica debía ser construida por los pueblos mediante la voluntad, y no por la fuerza, como él precisamente reconocía como positivo con lo sucedido en Rusia con los comunistas. Pero Machado no era capaz de desligarse de sus dogmas nacionalistas:
«Se nos ha calumniado, dentro y fuera de España, diciendo que nosotros también servimos una causa extranjera; que trabajamos por cuenta de Rusia. La calumnia es doblemente pérfida, pero tan grosera, que no ha podido engañar a nadie que no sea perfectamente imbécil. Porque todos saben –están hartos de saber– que Rusia, ese pueblo admirable, que renunció a su imperio para libertar a sus pueblos, no atentó nunca a la libertad de los ajenos y que no tuvo jamás la más leve ambición territorial en España. Esto lo saben todos, aunque muchos disimulen ignorarlo». (La voz de España, Discurso, 11 de noviembre de 1938)
En su artículo «Sobre la Rusia» actual repetía:
«La fuerza incontrastable de la Rusia actual radica en esto. Rusia no es ya una entidad polémica, como lo fue la Rusia de los zares, cuya misión era imponer un dominio, conquistar por la fuerza una hegemonía entre naciones. De esa vanidad, que todavía calienta los sesos de Mussolini, ese faquín endiosado, se curaron los rusos hace ya veinte años. La Rusia actual nace con la renuncia a todas las ambiciones del Imperio, rompiendo todas las cadenas, reconociendo la libre personalidad de todos los pueblos que la integran. (…) El marxismo contiene las visiones más profundas y certeras de los problemas que plantea la economía de todos los pueblos occidentales. A nadie debe extrañar que Rusia haya pretendido utilizar el marxismo en su mayor pureza, al ensayar la nueva forma de convivencia humana, de comunión cordial y fraterna, para enfrentarse con todos los problemas de índole económica que necesariamente habrían de salirle al paso. Tal vez sea éste uno de los grandes aciertos de sus gobernantes». (Hora de España; Nº9, septiembre, 1937)
¿Cómo era posible que para él, el modelo de autodeterminación que había «liberado a los pueblos» –llegando incluso a aplicarse la separación– era aplicable para Rusia pero no para España? Como observamos, Machado caía en grandísimas contradicciones.
Por supuesto, esto no quiere decir que los comunistas estén a favor de ejercer el derecho de autodeterminación en mitad de una guerra que implica a todos los pueblos contra un pueblo común, pero no da derecho a que los comunistas u otros del país opresor nieguen durante la contienda a los comunistas y patriotas de la nación oprimida, el derecho de libre unión, separación, o lo que guste al pueblo.
Este nacionalismo castellano intransigente, celoso de sus mitos, miedoso de su integridad territorial ante todo, era incapaz en principio de simpatizar con las aspiraciones nacionales de los pueblos de la península y sus justas luchas, pero bien era capaz de sentir y guardarle «lazos fraternales» a los fascistas patrios que habían conspirado con los fascistas extranjeros de los países imperialistas.
Antonio Machado diría:
«No creo que haya nadie en España que diste más que yo del ideario fascista. Siempre he creído, sin embargo, que, desde un punto de vista teórico, cabe ser fascista sin por ello dejar de ser español. Mas siempre he afirmado que no se puede ser español y entregar el territorio y los destinos de España a la codicia imperialista del fascio italiano o del racismo alemán. No creo que nadie, hoy, en España, pueda pretender honradamente que esto sea posible. (…) Con todo ello, y convencido de la ceguera, de los errores, de la injusticia de nuestros adversarios, de cuya índole facciosa no dudé un momento, confieso que nunca pude aborrecerlos; con todos sus yerros, con todos sus pecados, eran españoles; y el lazo fraterno, hondamente fraterno de la patria común, no podía romperse ni con la más enconada guerra civil». (La voz de España, Discurso, 11 de noviembre de 1938)
Antes de morir, en una carta en la que ensalza a varios escritores catalanes, se retracta de la idea de que los catalanes serían los causantes del fin de la república, y reconoce la valentía en su defensa:
«¡Sí la guerra nos dejara pensar! ¡Si la guerra nos dejara sentir! ¡Bah! Lamentaciones son éstas de pobre diablo. Porque la guerra es un tema de meditación como otro cualquiera, y un tema cordial esencialísimo. Y hay cosas que solo la guerra nos hace ver claras. Por ejemplo: Que bien nos entendemos en lenguas maternas diferentes, cuantos decimos, de este lado del Ebro, bajo un diluvio de iniquidades: ¡Nosotros no hemos vendido nuestra España!, y el que esto se diga en catalán o en castellano en nada mengua ni acrecienta su verdad». (Antonio Machado; Desde el mirador de la guerra, 6 de octubre de 1938)
Este tipo de cuestiones como los errores de las grandes figuras de la cultura en la cuestión nacional, son las que no comentan los actuales capitostes de la «izquierda» cuando reivindican a una figura de la talla de Machado, con grandísimas luces pero también con notables sombras. El deber de los comunistas es calibrar a cada figura en su lugar correspondiente, y anotar los aciertos y errores, y jamás tapar los defectos de dichas figuras, ni siquiera cuando realmente son portadoras de una verdadera esencia progresista, como el propio Machado, cuyo compromiso antifascista es indudable. Tapar la historia solo crea mitos, pero no hace avanzar a los pueblos.
No sin razón el historiador francés Pierre Vilar, testigo de la Guerra Civil Española, comentaría en sus años de juventud a un amigo castellano:
«Totalmente de acuerdo con esto que usted dice: españoles de izquierda y derecha concuerdan hoy en su anticatalanismo; yo había esperado otro resultado de la guerra; pero no niego los hechos; veo desde hace seis meses tanto españoles como si viviera en España y de todas las categorías. De hecho incluso los partidarios de la autonomía y del Estatuto hoy son unitarios. Es una consecuencia muy natural de una derrota, en la que cada uno intenta cargar sobre el vecino la responsabilidad sobre el vecino la responsabilidad de los errores –yo creo personalmente, que se hallan en otro lado, e incluso más alejados–». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
Algunos, como los monigotes del refundado PCE (m-l), toman como ejemplo de la línea a seguir la postura del Presidente del Consejo de Ministros de la II República, Juan Negrín López, jefe del ala centro del PSOE sobre la cuestión nacional. Los actuales dirigentes del PCE (m-l) –que en su ridiculez continua no le hacen honor a sus siglas– nos dicen:
«Incluso en los agónicos estertores de la defensa republicana el PCE logró incluir en la última oferta de pacificación del país hecha por el Presidente del Gobierno, Juan Negrín, en sus famosos «Trece Puntos» publicados el 30 de abril de 1938 las «Libertades regionales sin menoscabo de la unidad española» –punto 5– pero como sabemos, esas esperanzas eran vanas y el funesto golpe Casado vino a terminar con cualquier posibilidad de resistencia republicana frente al fascismo]». (J.P Galindo y Clemen A.; Analfabetismo teórico del socialchovinismo, 2019)
¿Sí? ¿Este es vuestro modelo idílico? Adelante, valientes, repasemos a vuestro héroe… En una ocasión Negrín diría:
«Zugaragoitia, de nuevo, pone en boca de Negrín unas frases pronunciadas a finales de julio de 1938, recién iniciada la Batalla del Ebro, que representan una auténtica declaración de principios sobre el hecho nacional catalán: «Negrín: No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan gravemente los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España!». (Pelai Pagés y Blanch; Cataluña en guerra y en revolución (1936-1939), 2007)
Togliatti, que como sabemos no era sospechoso de simpatizar con las organizaciones catalanas, ni siquiera con el PSUC, en un informe confidencial, reportaba a Moscú:
«Negrín estaba dominado por los prejuicios y los errores de la socialdemocracia. No comprendía el problema nacional, e incluso cuando tomaba medidas acertadas e indispensables –centralización de la industria de guerra y la hacienda nacional en manos del gobierno de la República, etc.– su falta de tactica y en ocasiones su brutalidad, unidas a la falta de tacto y a la brutalidad de sus funcionarios, herían el sentimiento nacional de los catalanes». (Palmiro Togliatti; Informe, 21 de mayo de 1939)
Manuel Azaña, Presidente de la II República, un republicano de izquierdas burgués, recogía en sus memorias sobre el pensamiento del Dr. Negrín en sus memorias:
«Negrín: Aguirre no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con él ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero, y más dinero». (Manuel Azaña; Memorias, 1939)
¡¿Esto es para el actual PCE (m-l) el ejemplo a seguir?! ¿El preferir el triunfo del fascismo a que la «patria se descuartice»? ¿Este es el patriotismo de esta gente? Más bien es el paradigma a imitar para los nacionalistas castellanos, para los republicanos unitarios que denunciaba Pi y Margall. No para los comunistas que son profundamente internacionalistas y jamás proclamarían tales infamias.
«La consigna de autodeterminación de las naciones debe ser planteada igualmente en relación con la época imperialista del capitalismo (…) El imperialismo consiste precisamente en el deseo de las naciones que oprimen a una serie de naciones ajenas de ampliar y afianzar esa opresión, de repartirse de nuevo las colonias. Por eso, la médula del problema de la autodeterminación de las naciones reside en nuestra época, precisamente, en la conducta de los socialistas de las naciones opresoras. El socialista de una nación opresora –Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, Rusia, Estados Unidos, etc. – que no reconoce ni defiende el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación –es decir, a la libre separación– no es, de hecho, un socialista, sino un chovinista. (…) Si los socialistas de Inglaterra no reconocen ni defienden el derecho de Irlanda a la separación; los franceses, el de la Niza italiana; los alemanes, el de Alsacia y Lorena, el Schleswig danés y Polonia; los rusos, el de Polonia, Finlandia, Ucrania, etc.; y los polacos, el de Ucrania. Si todos los socialistas de las «grandes» potencias, es decir, de las potencias que realicen grandes saqueos, no defienden este mismo derecho para las colonias, es única y exclusivamente porque en la práctica son imperialistas y no socialistas. Y es ridículo hacerse la ilusión de que son capaces de aplicar una política socialista gentes que no defienden el «derecho de autodeterminación» de las naciones oprimidas, perteneciendo ellos mismos a las naciones opresoras». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El problema de la paz, 1915)
Comorera comentaría del papel de la socialdemocracia en cuanto a no comprender la cuestión nacional y lo que supuso durante la guerra:
«El Partido Socialista Obrero Español, ha sido un instrumento del imperialismo español, debido a la acción del cual, tanto escrita como práctica, grandes núcleos de obreros, nunca comprendieron que la cuestión nacional y colonial, es parte integrante de la revolución proletaria internacional. En el curso de nuestra guerra, las incomprensiones y los exabruptos del Partido Socialista Obrero Español y de sus líderes en función de gobierno Largo Caballero, Prieto y Negrín, respecto a Cataluña y a nuestras instituciones autónomas, fueron uno de los principales factores que contribuyeron a la derrota de Cataluña y de la república». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional de Cataluña, 1940)
Está claro, que esta gente –republicanos de izquierda, socialdemócratas y liberales– no era marxista –ni los dirigentes del PCE, que en mayor o menor medida permitían esto, tampoco habían comprendido la posición del mismo sobre la cuestión nacional–. Hoy aquellos apoyan argumentos similares a los expuestos, tampoco lo son, por mucho que se vistan hoy de ropajes rojos, por mucho que en la sede de sus partidos desfilen los cuadros de Lenin y las hoces y martillo adornen las entradas:
«En nuestros días, sólo el proletariado defiende la verdadera libertad de las naciones y la unidad de los obreros de todas las nacionalidades. Para que las distintas naciones convivan en paz y libertad o se separen –si es más conveniente para ellas– y formen diferentes Estados, es indispensable la plena democracia, defendida por la clase obrera. ¡Nada de privilegios para ninguna nación, para ningún idioma! ¡Ni la menor opresión, ni la más mínima injusticia respecto de una minoría nacional!: tales son los principios de la democracia de la clase obrera (…) Los obreros con conciencia de clase son partidarios de la total unidad entre los obreros de todas las naciones en todas las organizaciones obreras de cualquier tipo: culturales, sindicales, políticas, etc. (…) Los obreros no permitirán que se los divida mediante discursos empalagosos sobre la cultura nacional o «autonomía cultural». Los obreros de todas las naciones defienden juntos, unánimes, la total libertad y la total igualdad de derechos, en organizaciones comunes a todos, y esa la garantía de una auténtica cultura (…) Al viejo mundo, al mundo de la opresión nacional, los obreros oponen un nuevo mundo, un mundo de unidad de los trabajadores de todas las naciones, un mundo en el que no hay lugar para privilegio alguno ni para la menor opresión del hombre por el hombre». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La clase obrera y el problema nacional, 1913)
Por tanto:
«Si el marxista ucraniano se deja arrastrar por su odio, absolutamente legítimo y natural, a los opresores gran rusos, hasta el extremo de hacer extensiva aunque sólo sea una partícula de ese odio, aunque sólo sea su apartamiento, a la cultura proletaria y a la causa proletaria de los obreros gran rusos, ese marxista se habrá deslizado a la charca del nacionalismo burgués. Del mismo modo el marxista gran ruso se deslizará a la charca del nacionalismo no sólo burgués, sino también ultrarreaccionario, si olvida, aunque sea por un instante, la reivindicación de la plena igualdad de derechos para los ucranianos o el derecho de éstos a constituir un Estado independiente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1914)
Si se sustituye aquí: gran ruso por castellano, y ucraniano por catalán, el lector no verá ninguna diferencia con lo que ocurre hoy.
En resumidas cuentas: los obreros quieren la unidad de toda su clase, y esto es únicamente concebible si se encuentran en pie de igualdad. Esto se aplica a todas las cuestiones que atañen al movimiento obrero, pero en tanto a la cuestión que nos trae a colación, quiere significar lo siguiente: ninguna nación puede denegarle derechos de ningún tipo a otra nación; ninguna nación puede inmiscuirse en los asuntos de otra y, si esto ocurre, la defensa de la nación agraviada se convertirá en parte fundamentalmente activa del derecho de autodeterminación intrínseco a todas las naciones.
Efectivamente durante el transcurso de la guerra, algunos comunistas parecían ignorar o desconocer, como hacen otros ahora, la existencia y pervivencia del viejo nacionalismo castellano, español, o dígase como quiera, el cual hizo aparición en el campo republicano, en el seno de la socialdemocracia, en el seno del anarquismo, y también del PCE.
Durante la Guerra Civil Española (1936-1939) ya se vislumbran artículos de sospechosas teorizaciones y conclusiones dispares; por ejemplo, la línea combativa de José Díaz versus la línea derrotista y conciliadora de Dolores Ibárruri como bien expuso el PCE (m-l) en su obra: «La Guerra Nacional Revolucionaria del Pueblo Español» de 1966.
En la cuestión nacional, la mayoría del PCE realizaba esfuerzos por limitar los agravios sobre el Gobierno Autonómico de Cataluña y el sentimiento anticatalanista, así como contener las posibles tendencias al separatismo y a la paz por separado con Franco:
«La tensión en las relaciones que existe entre el Gobierno de la República y la Generalidad de Cataluña es uno de los obstáculos que se oponen hoy a la centralización y explotación racional de todos los recursos del país y representa una amenaza muy seria para la unidad del Frente Popular y para la unidad nacional del pueblo entero contra los invasores fascistas. Esta tensión de relaciones es fomentada y explotada por los enemigos del pueblo español, por los trotskistas y otros agentes fascistas, por el grupo de amigos de Largo Caballero y por todos aquellos que son favorables a una capitulación, así como por los conservadores ingleses y por la burguesía reaccionaria francesa, con el fin de intrigar contra el Gobierno, debilitarlo y sembrando la discordia entre los diferentes Partidos, romper el Frente Popular, romper la resistencia de la República. (...) La necesidad de luchar sin vacilaciones de ningún género contra las tendencias de capitulación que se manifiestan entre ciertos elementos de los Partidos catalanes y la necesidad de luchar en particular contra el separatismo catalán no debe hacer olvidar a los Partidos y hombres políticos de España, ni al Gobierno de la República, que existe un problema nacional de Cataluña y un sentimiento nacional catalán y que no es a través de medidas administrativas ni hiriendo ese sentimiento como se logrará llevar a los Partidos, a la Generalidad y al pueblo de Cataluña por el camino de la colaboración para dar solución a todos los problemas de la guerra. (...) Combatir y evitar toda manifestación de espíritu anticatalán, así como el planteamiento de las cuestiones referentes a Cataluña de una manera formal, olvidando la existencia de un problema nacional. (...) Ser en el seno del Gobierno, en los contactos con los demás Partidos políticos y en su actividad cotidiana, el defensor obstinado de los derechos de Cataluña, el enemigo encarnizado de toda tendencia a desconocer o limitar estos derechos y a resolver los problemas catalanes con una presida administrativa. En todos los casos en que los miembros u órganos del aparato del Estado ofendan el sentimiento nacional catalán, el Partido debe denunciar estos casos como dirigidos contra la unidad del pueblo español y hacer lo necesario para que hechos de este género no se repitan». (Partido Comunista de España; Tareas actuales del PCE, del Frente Popular y del Pueblo de España; Resolución del Comité Central del PCE, 1937)
Quizás algunos crean que la concesión del PCE a apoyar los trece puntos de Negrín –como se reiteraba en este documento–, era un mal necesario para reforzar la unidad popular antifascista, y oponer una política de resistencia ante las voces que pedían un compromiso para el final de la guerra, y en líneas generales así puede ser. Pero en la cuestión nacional, los trece puntos de Negrín, lejos de contener, instaban al separatismo dentro de Cataluña por negarle en un futuro el derecho de autodeterminación con aquello de «libertades regionales sin menoscabo de la unidad española». Repetimos, no se trataba aquí de instar a la independencia en mitad a la guerra sino de buscar la unidad de todos los pueblos en un esfuerzo común, pero para ello no ayuda el negar las competencias del gobierno autonómico ni negarse a reconocer el derecho al pueblo catalán a organizarse como gustase después de la guerra.
Por otro lado, sorprende en demasía la exposición que Vincente Uribe, por entonces Ministro de Agricultura del PCE, hace sobre la cuestión nacional:
«Incluso en la República del 14 de abril, la desigualdad nacional seguía existiendo de hecho. (...) Es un fenómeno que se puede explicar con relativa facilidad. Quedaron algunos elementos de la opresión y desigualdad nacional, puesto que la República no mermó, más que muy débilmente, la potencia económica de los terratenientes, del Capital Financiero y de la Iglesia. La República no se atrevió a quebrantar en forma sensible la fuerza económica, la base material de la reacción y del fascismo del país. Tampoco fueron importantes las transformaciones realizadas por la República en el aparato estatal; el Ejército, la Policía, la Guardia civil, la Burocracia parasitaria, conservaron casi completamente, hasta julio del 36, su antigua composición, su vieja estructura, sus antiguas funciones; el espíritu de odio contra el pueblo y los métodos bárbaros de caciquismo. (…) Es preciso que todos los partidos democráticos, y en primer término los partidos y organizaciones obreras, efectúen un gran trabajo sistemático de educación política entre las masas populares para librarlas completamente de los restos de influencias de ideas reaccionaras, de falta de suficiente respeto y sensibilidad en relación con las nacionalidades no castellanas del pueblo español. Subrayemos que en la zona ocupada por los fascistas italoalemanes han sido abolidas todas las libertades y derechos democráticos, inclusive las libertades y derechos de las pequeñas nacionalidades. La primera medida de las fuerzas fascistas ocupantes, en cuanto pusieron su garra sangrienta en territorio vasco o terreno catalán, fue la abolición de los Estatutos de Euzkadi y Cataluña. (...) También es fácil encontrar gentes que, con el pretexto de una supuesta salvaguardia de la inviolabilidad de las normas jurídicas constitucionales de las regiones autónomas, con sus actos no defienden los intereses nacionales efectivos de estas regiones ni los derechos y libertades democráticas, sino los restos y residuos del aislamiento medieval del provincialismo. (...) Podemos estar completamente seguros que, después del triunfo definitivo de la República sobre los conquistadores fascistas italoalemanes y sus agentes, los últimos restos del feudalismo y de la reacción serán rápida y fácilmente superados. Se ampliará y fortalecerá el régimen democrático. Una gran España, republicana, democrática; todos los pueblos unidos; todas las nacionalidades movidas por el mismo impulso, se lanzarán en una cordial emulación, sobre la base de la confianza mutua, conjugando fraternalmente todos los esfuerzos en una dirección: ayudar al máximo desarrollo y florecimiento de cada nacionalidad; ayudar en grado superlativo al ascenso general y al progreso de todo el país; fortalecer, por encima de todo, la patria española. Pero todo esto dejémoslo a los pueblos mismos. Ellos lo harán mejor que las mejores de nuestras aspiraciones». (Vicente Uribe; El problema de las nacionalidades en España a la luz de la guerra popular por la independencia de la República Española, 1938)
En dicho artículo se denunciaba el hecho de que la II República de 1931-1936 no había golpeado las raíces que daban luz a la opresión nacional y daban alas al propio ascenso del fascismo, lo cual es correcto. Por otro lado, criticaba tanto el histórico chovinismo castellano que pisoteaban los sentimientos de las regiones, como las tendencias de los nacionalistas catalanes de buscar la famosa paz por separado en 1938, como un año atrás hicieran los nacionalistas vascos del Partido Nacionalista Vasco (PNV) con los fascistas italianos en el infame Pacto de Santoña, de consecuencias trágicas. En esto no hay un pero que poner, es una exposición correctísima. Pero hay ciertos detalles que chirrían. Para empezar Uribe utiliza el término partidos «democráticos», lo cual es una concesión a los partidos burgueses o pequeño burgueses inadmisible para los comunistas, incluso en un contexto de guerra y alianza con algunos de ellos, pues como sabemos estos partidos funcionan por el caciquismo y el nepotismo más descarado, siendo partidarios, en cuanto a régimen político se refiere, de la democracia para los explotadores y la dictadura para los explotados. En el mejor de los casos, algunas formaciones burguesas y pequeñoburguesas formulan una utópica «república democrática» donde explotados y explotadores compiten, en teórica igualdad de condiciones, sin alterar en lo fundamental la base económica –así estaba, de hecho, formulado en la Constitución de la II República de 1931–. De igual modo, calificar de partidos «obreros», a partidos con gran militancia obrera es una generosa calificación pero no es una exposición acertada, un partido obrero, es un partido que defiende los intereses de la clase obrera, jamás un partido que en la praxis ha demostrado implementar políticas antiobreras y antipopulares como el PSOE, este tipo de partido son el partido de la patronal con amplia militancia obrera engañada. Aún así, lo más importante aquí sobre la cuestión nacional, es que Uribe no considera en ningún momento la posibilidad de que estos pueblos tengan derecho a ejercer la autodeterminación y determinar si quieren formar parte de España o no, tampoco considera discutir dicha cuestión en la posguerra, se da por hecho que todos los pueblos querrán seguir el mismo camino, un error que se repetiría años después, tanto en las tesis del revisionista VIº Congreso del PCE de 1960, como en otras nuevas organizaciones revolucionarias.
Entre los delegados de la Internacionales Comunista, como Codovilla [Luis], Minev [Moreno] o Togliatti [Ercoli], en sus respectivos informes y memorias hablan de diversos temas. En algunos casos pecan de exceso de fraseología o explicaciones muy simplistas e infantiles, pero en otros casos son muy certeros y útiles en cuestiones que tiempo después se han demostrado contrastables con diversa documentación oficial, siendo un verdadero cuadro para reconocer los evidentes aciertos y sobre todo los no tan evidentes errores de los comunistas –paternalismos de los propios delegados de la IC con los cuadros españoles, falta de autocrítica de los miembros del PCE, desorganización en el trabajo, falta de influencia y trabajo en los sindicatos, tendencia a los acuerdos con los socialistas desde arriba no tanto desde la base, credibilidad excesiva en la capacidad de Negrín, la inacción por el miedo a quebrar el frente popular etc–. Pero yendo al tema nacional adolecen de dudosa objetividad sobre el tema, cayendo en favor del relato del «nacionalismo castellano» de las difíciles relaciones entre el gobierno central y el gobierno catalán, así como entre el PCE y el PSUC. Aún así no podían dejar de reconocer ciertos aspectos. El delegado italiano, Plamiro Togliatti, padre del eurocomunismo en años posteriores, decía:
«En teoría, [el PSUC] en los informes, en las resoluciones y en los artículos, la cuestión nacional es planteada correctamente. En la práctica se tiene la tendencia a deslizarse hacia una posición separatista. (…) Mientras la dirección del PCE se esfuerza por cumplir su tarea, interviniendo para que no se hiera el sentimiento nacional de los talanes, el PSUC no cumple completamente la suya, no lucha contra el nacionalismo pequeño burgués. (…) Los camaradas del PSUC, que llevan adelante furibundas campañas contra algunos ministros de la república –Prieto, v. cuestión Negus–, no luchan con el mismo empeño contra los elementos separatistas del gobierno de la Generalitat, ni contra los actos del gobierno de la Generalitat dictados únicamente por la desconfianza respecto al Gobierno de la República. (…) Los camaradas del PSUC repiten, en proporciones menores, el error cometido por los camaradas del partido vasco, que fueron a remolque de los nacionalistas». (Palmiro Togliatti; Informe, 28 de enero de 1938)
Es loable que desde la dirección del PSUC se viesen desviaciones nacionalistas pequeño burguesas en algunos actos o en comentarios de conversaciones privadas o incluso públicas dado la precocidad del partido, en esto no dudamos que pueda ser verdad, pues entra dentro de lo posible, pero en el PSUC de aquellos días hay abundante documentación contra el propio nacionalismo catalán, empezando por los discursos del mismo como el propio Togliatti reconoce, la dura crítica hacia los ministros socialistas como Prieto no era un error, sino que se demostró más certera con el tiempo, y el PCE realizaba el mismo intento de cesar a un derrotista como Prieto del Ministro de Guerra, el PSUC fue siempre el primero en denunciar a los ministros traidores del nacionalismo y alentar la colaboración entre gobierno central y regional en sendas ocasiones –véase como ejemplo la Carta de Comorera a Companys, 1/05/39–. Alegar que la culpa de las tiranteces entre las relaciones PCE-PSUC era solamente de éste último, y que el PCE no sufría en su seno vacilaciones nacionalistas, es una acusación ridícula, porque es cierto que combatía el chovinismo español –sobre todo José Díaz y Pedro Checa–, pero por otro lado contradictoriamente se permitía en sus medios publicaciones que exaltaban el discurso del nacionalismo español –como hemos visto con la publicación de Antonio Machado, y con declaraciones como la de Uribe, que negaban el futuro derecho a la autodeterminación–. Esto sin duda era mucho más grave por ser el partido de la nación opresora, el de mayor experiencia, y por ser reincidente, ya que en el pasado fue criticado por la IC por la falta de tacto en estas cuestiones nacionales.
Togliatti insistía en sus informes para tratar de convencer a los dirigentes de la IC que:
«El error fundamental del PSUC respecto a la cuestión nacional fue el de no haber entendido que precisamente a él como partido catalán le correspondía la tarea de luchar contra el obtuso nacionalismo de los catalanistas pequeño burgueses, contra el derrotismo y la traición que se incubaban en el seno de esos partidos. (…) La dirección del PSCU no se decidió a hacerlo. La dirección del PSUC, y en particular Comorera, no quiso nunca luchar abiertamente contra el derrotismo y las intrigas de los partidos catalanistas. (…) A propósito de las numerosas cuestiones planteadas entre el gobierno de la República y la Generalitat, nuestro papel de intermediarios, de partidarios del respeto de los derechos de Cataluña y de la colaboración cordial entre ambos gobiernos, Comorera mantuvo una posición equívoca». (Palmito Togliatti; Informe, 12 de mayo de 1939)
Repasemos un discurso de Comorera que echa abajo todo esto, desmontando rápidamente este tipo de acusaciones:
«En el curso del primer año de guerra y de revolución, se ha reforzado la unidad de acción de los pueblos hispánicos: hemos superado el primer periodo cargado de peligros. Había al principio corrientes de hostilidades y maniobras de un separatismo equívoco, que fuimos los primeros en descubrir, a denunciar y a combatir de una manera implacable. Esto se ha superado. Es posible que aún queden algunos vestigios, y aunque, por algún rincón más o menos suntuoso de Barcelona posiblemente encontraríamos alguien que piensa que puede estar en condiciones de conspirar en este sentido. Pero debemos afirmar de una manera categórica que este no es un problema que pueda hacernos perder el tiempo para hacer la higienización de estos pequeños focos que aún quedan. Por encima de eso está la voluntad manifiesta de unidad de acción cordial, leal, y sistemática, de todos los pueblos hispánicos. Cataluña se encuentra en primera fila por haber comprendido que su suerte está ligada de una manera íntima, de una manera indisoluble a la suerte de los otros pueblos hispánicos». (Joan Comorera; Informe en la Primera Conferencia Nacional del PSUC, 25 de julio de 1937)
Sobre su política al respecto de los grupos catalanistas diría:
«La línea general del partido ha sido. (...) Neutralización reiterada de componendas políticas, que en el plano general de los claudicadores de la República realizaban los partidos nacionalistas pequeño burgueses: petición pública de una mayor participación de los partidos catalanes en el Gobierno de la República y de los catalanes de más solvencia antifascista y de mayor prestigio popular en los cargos políticos y militares; popularización hasta el último momento del presidente Companys, con la finalidad múltiple de ligarlo a Negrín, de apartarlo de las filas de los claudicadores, de inmunizarlo el contra las maniobras y las intrigas constantes de los elementos más turbios de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) que ocupaban altos cargos políticos y gubernamentales; esfuerzos continuados, con poca fortuna, pero, con el fin de vigorizar el Frente Popular de Cataluña, y anulación política de los grupos más incontrolados y más sectarios de la FAI que pretendieron muy reiteradamente en convertir el Gobierno de la Generalidad en instrumento de lucha contra el Gobierno de la República». (Joan Comorera. La línea nacional del PSUC; Ponencia presentada en el Comité Central del PSUC, que se aprobó en la reunión de finales de abril de 1939. En junio era también aprobada por el Secretariado de la Internacional Comunista, 1939)
En el propio pleno del PCE de agosto de 1937 tuvo que frenar la especulación de algunos socialistas sobre que Cataluña no estaba en pie de guerra, que había un movimiento mayoritario secesionista entre las organizaciones catalanistas que intentaba hacer la guerra por su lado, o que buscaba hacer la paz con Franco por separado:
«En estos últimos tiempos hemos leído artículos no muy justos de los socialistas de Madrid, de nuestro querido «Frente Rojo». No se plantea justamente el problema cuando se dice ¿qué hace Cataluña?, y cuando directa o indirectamente se quiere cargar sobre Cataluña, la responsabilidad que hubiere sobre el año transcurrido. (…) Cataluña al contrario, ha luchado ferozmente para superar un periodo negativo [en referencia a la insurrección fallida anarquista-trotskista de mayo de 1937], lo han conseguido, con nosotros, por esa es la Cataluña en la que vosotros debéis creer. No hay movimiento separatista ninguno. Puede haber, algún grupo de intrigantes de quinta columna, en relación más o menos directa con los agentes del fascismo internacional, pero no tienen en Cataluña en cuanto a organización ni influencia, ni prestigio, ni representan un peligro alguno, los verdaderos separatistas. (…) Los peligrosos separatistas son los anarquistas, porque durante diez meses de hegemonía sindical, política, militar y económica en Cataluña, han hecho más por el separatismo que los viejos nacionalistas. (...) Y aún ahora son los que más especulan con el tópico nacionalista aprovechándose de circunstancias temporales. (...) Podéis leer su prensa, y sobre todo su prensa clandestina que es muy frondosa, y veréis como allí excitan de forma sistemática los sentimientos nacionalistas de Cataluña, no para extraer de ellos un mayor vigor en la lucha común contra el fascismo, sino para provocar un acto de rebeldía contra el gobierno del Frente Popular de la República, y para desprestigio y destrucción de las fuerzas marxistas de Cataluña, que son garantía de la victoria. (...) Pese a todo, yo os digo camaradas: ellos son pocos, en este sentido de corriente de opinión, porque los catalanes han comprendido cuál es su deber. Nosotros les hemos dicho: Cataluña no puede ser libre si en España vence el fascismo, España no puede ser libre sin la ayuda abnegada y desinteresada de Cataluña». (Joan Comorera; Discurso en el Pleno del Partido Comunista de España, agosto de 1937)
Comorera replicó pues, que quienes realmente habían adoptado posturas secesionistas que desconectaban y descoordinaban la lucha antifascista del frente catalán con el resto de los pueblos de España habían sido los anarquistas o los agentes de quinta columna, pero jamás los comunistas del PSUC ni la mayoría de los verdaderos patriotas catalanes, ni siquiera el sector del PCE que podría simpatizar con éstos.
El delegado búlgaro de la IC, Minev, también insistía bajo la misma línea que Togliatti, de que el gobierno de los socialdemócratas no comprendían la cuestión nacional pero que el PSUC tampoco la entendía como era debido:
«Los tres gobiernos del frente popular –los de Caballero, Negrín y Prieto– defendieron la línea errónea del Partido Socialista sobre la cuestión nacional. No supieron manifiestar suficiente clarividencia política, valentía, sensibilidad y agilidad para concluir de modo verdadero a vascos y catalanes y sus grandes recursos económicos en un frente panespañol contra el enemigo común. Los problemas más difíciles y delicados de las nacionalidades se intentaron resolver mediante órdenes y medidas administrativas. (…) Los nacionalistas vascos y catalanes intentaron frecuentemente durante la guerra resolver la cuestión de la salida de la guerra mediante conversaciones y compromisos separados con Franco. (…) Tuvo no poca culpabilidad el Partido Socialista Unificado de Cataluña, su dirección, y personalmente el camarada Comorera. La crítica de las deficiencias y errores de la política de Negrín sobre la cuestión nacional fue realizada por la dirección del PSUC desde posiciones del nacional-separatismo catalán pequeño burgués». (Stoyán Minev; Las causas de la derrota política de la República Española, 1939)
No comentaremos esta cita, ya que ha quedado demostrado de sobra que algunos de sus acusaciones hacia el PSUC eran falaces, ciertas en algunos aspectos, como en la debilidad inicial de su origen social e ideológico de sus componentes y dirección, pero no en la conclusión de que no comprendían la cuestión nacional ni de que hicieron un correcto trabajo. Seguramente la inquina de ciertos delegados de la IC contra el PSUC, no solamente respondiese a desconocimiento sobre España y la cuestión nacional, sino al hecho de que ellos tenían asignada la tarea de fortalecer el PCE en la zona centro, mientras otros delgados como Gerö tenían ese mismo propósito sobre el PSUC. El arribismo como motivación no debe descartarse viendo la evolución de dichas figuras. Por tanto, las acusaciones mutuas eran una forma de justificar sus resultados echando las culpas sobre el trabajo deficiente del otro. Años después el PCE de Carrillo-Ibárruri, utilizaría sobre todo los informes de Togliatti, para justificar su política de acoso y derribo hacia Comorera, bajo el mito de que era un nacionalista, un titoista, pese a que durante la guerra fuese un ferviente internacionalista, y posteriormente uno de los que primero se opuso a la deriva del titoismo.
El historiador Vilar atestigua que en durante la guerra la desconfianza entre España y Cataluña se acentuó. Pero opina que no se perdió la guerra por Cataluña como pretendieron imputar algunos, sino que la guerra precisamente fue entorpecida por los sentimientos nacionalistas del gobierno republicano español hacia los catalanes:
«En el caso de los catalanes ella se corresponde con un posición que ya no es autonomista, sino separatista: ahora se hallan convencidos, duros como el hierro, de que sus desgracias vienen de los errores castellanos, que, sin los militares castellanos, ellos aún estarían en sus casas, en una buena república democrática de izquierdas –de hecho, son los que la estuvieron manteniendo mejor desde 1931–; y sobre todo que Negrín ha perdido la guerra porque se enfrentó violentamente al alma catalana; y es necesario confesar que él ha cometido numerosos errores, mostrándose intransigente en las cuestiones de amor propio y ceremoniales, y en cambio dejando cosas esenciales en manos de los políticos que lo traicionarían». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
Por supuesto, ahora hay evidencias aún mayores de la posición imperialista de Negrín sobre la cuestión nacional, sus amagos de capitulación, así como una tendencia nacionalista en el propio PCE, que se desbordaría años después. Pero en aquel entonces el único delegado de la IC que defendió un relato contrario, entonando la denuncia de los desmanes de Negrín en la cuestión nacional, su derrotismo, y de las dudas sobre algunas de las figuras del PCE en las relaciones con el PSUC, sería Gerö [alias Pedro]. Él creía que los comunistas catalanes lejos de haber una concesión al nacionalismo catalán, su separatismo y claudicación, había una abierta luchar contra él, y que eran los republicanos los principales capituladores ante el fascismo:
«Así los partidos republicanos en todo el país y sobre todo en Cataluña, que eran antes de la guerra los más fuertes, desarrollan una actividad considerable y muchas veces plantean la cuestión de la necesidad de la hegemonía de los republicanos en la dirección de la guerra y del país [ilegible] mucho más peligrosa puesto que entre los elementos republicanos [ilegible] una corriente bastante considerable que es favorable a un compromiso con los enemigos, o lo que prácticamente significa lo mismo, favorable a una política más o menos abiertamente separatista de Cataluña respecto a la República Española. El PSUC conduce una lucha enconada contra estas tendencias». (Carta de «Pedro» [Erno Gerö] a «Queridos amigos», Barcelona, enero 1938)
De paso, el comunista húngaro echaba sobre las espaldas del PCE, y no sobre el PSUC, la falta de comunicación entre ambos para coordinarse durante la guerra: en concreto advierte sobre la actitud poco amistosa de Dolores Ibárruri con los comunistas catalanes:
«Ahora, un miembro del Buró Político del PCE participa, en cada reunión del CE del PSUC y viceversa. Además de esto, a veces, hay una participación recíproca en las reuniones de los secretariados. Sin embargo esta colaboración es todavía algo formal. Desearía someteros algunos hechos para apoyar mi afirmación: los dos miembros elegidos en el CC del PSUC –Dolores [Ibárruri] y Pepe [Díaz]– no han participado hasta ahora en ninguna reunión del CC (y han habido cinco desde el mes de junio de 1937. Dolores, que ha tomado la palabra en los rincones más alejados del país, no ha hablado en Barcelona en los últimos dieciocho meses de guerra, salvo una vez –la última fue hace un año–, a pesar de la insistencia por parte de los camaradas del PSUC. Todos estos hechos, como muchos otros, no son fruto del azar, sino que lo queramos o no tienen una significación política. Naturalmente todo esto hace muy difícil conseguir que la línea política del PSUC esté en perfecta coordinación con la línea política del PCE. Está muy claro que los camaradas del PSUC, su dirección, deben hacer por su parte un gran esfuerzo para reforzar esta adecuación cotidiana, y hay que decir que la mayoría de ellos están bien dispuestos a ello, pero sería necesario que algunas de las dificultades que todavía existen, fueran superadas. No quisiera que pensarais que hay conflictos o tensiones en las relaciones entre los dos partidos. No, eso no existe. Las relaciones se han reforzado y mejorado, pero me parece que como el Buró Político del PCE se encuentra en Barcelona la ayuda dada al PSUC debería ser mucho más eficaz». (Carta de «Pedro» [Erno Gerö] a «Queridos amigos», Barcelona, enero 1938)
Era por tanto claro que a diferencia de delegados de la IC como Togliatti o Minev, el representante húngaro Erno Gerö valoraba altamente el trabajo de Comorera:
«En cambio, Gerö atribuyó el mérito del inicio de la conversión del PSUC en un partido comunista al sector comandado por Comorera, ya que éste había aplicado la autocrítica, potenciado la militancia de extracción obrera y mejorado el funcionamiento del Secretariado Común PSUC-PCE». (Jose Puigsech Farrás; El peso de la hoz y el martillo: La Komintern y el PCE frente al PSUC, 1936-1943, 2009)
Como hemos dicho en esto influiría que Gerö fue uno de los propios consejeros del PSUC y es normal que pretendiera defender sus resultados, pero los hechos del partido le otorgan la razón.
El conflicto entre ambas visiones [Togliatti-Minev y cia.] vs [Gerö] sería permanente, exacerbando la cuestión no el PCE o el PSUC, sino al parecer los propios delegados de la IC, recrudeciendo las luchas fraccionales entre los partidos:
«La retirada del PCE y del PSUC de Barcelona ciudad estuvo acompañada de acusaciones mutuas de cobardía y falta de resistencia. Minev, con el apoyo de la cúpula directiva del PCE y de destacados cuadros dirigentes del PSUC identificados con sus tesis como Vidiella o Pere Ardiaca, intentaron organizar un congreso del PSUC para colocar a Pere Aznar en la secretaría general del partido. Comorera consiguió abortarlo. Pero, como era de esperar, acrecentó su enfrentamiento político y personal con Togliatti y Minev». (Jose Puigsech Farrás; El peso de la hoz y el martillo: La Komintern y el PCE frente al PSUC, 1936-1943, 2009)
El propio Togliatti, pese a su inquina hacia Comorera, reconocía que era:
«Imposible trabajar para echar a Comorera, a causa entre otras cosas de su popularidad». (Palmito Togliatti; Informe, 12 de mayo de 1939)
El propio Secretario General de la IC: Georgi Dimitrov, suponemos que asombrado por los informes de sus delegados de la IC sobre la desorganización en el trabajo en el PCE, recomendó que ante la incapacidad de los mandos del partido y ante el estado crítico de la guerra, sería recomendable que varios camaradas probados, entre ellos el líder del PSUC Joan Comorera, entrasen en la máxima dirección del PCE, a fin de ayudar a estabilizar el trabajo:
«Por lo tanto, solo tres de los siete miembros del Buró Político del PCE son capaces de llevar a cabo sus deberes de liderazgo. (…) Esto requiere el fortalecimiento del Buró Político. Los camaradas español [el camarada José Díaz] prevea la cooptación dentro del Buró Político de los siguientes camaradas: Girola [miembro del CC], Manco (miembro del CC), Dieguez [secretario del comité del partido en Madrid, miembro del CC], Palau [secretario del comité del partido en Valencia, no miembro del CC], y Comorera [miembro del CC y Secretario General del PSUC]». (Carta de Georgi Dimitrov a Stalin; Sobre la situación actual y las tareas en España, 4 de diciembre de 1938)
Comorera demostraría que a diferencia de muchos oportunistas como el propio Togliatti o Manuilski que trataban de ascender en el escalafón de los partidos comunistas y la IC a base de adulaciones, era un hombre que tenía valentía para decir lo que pensaba en cada momento, aunque fuese contradiciendo los consejos de las grandes figuras soviéticas [Stalin] y la propia IC [Dimitrov], lo que le granjeó la confianza de éstos durante aquellos momentos:
«El dirigente catalán también manifestó su identificación con el comunismo soviético y aseguró que su partido era una organización comunista. Comorera hizo uso de unas buenas dotes como orador y político, que le otorgaron la confianza personal y política de Dimitrov y Manuilski. La participación del catalán en el debate sobre la retirada comunista del Gobierno de la República fue la constatación más evidente. Comorera expuso unas tesis contrarias a las de Stalin y Dimitrov, pero coincidentes con las del PCE. El secretario general del PSUC argumentó que la retirada sólo serviría para debilitar la presencia comunista –en la que incluía el PSUC– en el aparato político y militar de la República Española, daría alas a las críticas anarquistas y poumistas sobre el derrotismo del PCE y el PSUC, no evitaría las acusaciones de Francisco Franco sobre el control comunista de la República Española y, además, no serviría para facilitar una entente entre el Gobierno soviético y británico, ni tampoco ayudaría a un mejor entendimiento entre el Gobierno de la República y la Generalidad. (...) La IC se sintió relativamente satisfecha con la evolución ideológica que realizó el PSUC. (...) Así, la estructura interna del partido catalán inició los primeros pasos de la unificación ideológica, ejemplificada con un proceso de expulsiones por actos de indisciplina, inmoralidad y cobardía entre abril y junio de 1938. Además, la vertiente organizativa del centralismo democrático fue potenciada, sobre todo entre las organizaciones de base. El componente nacionalista fue atenuado y el número de militantes de procedencia obrera aumentó». (Jose Puigsech Farrás; El peso de la hoz y el martillo: La Komintern y el PCE frente al PSUC, 1936-1943, 2009)
Esto desmonta el mito de que los comunistas eran marionetas de Moscú. Comorera incluso denunciaría el burocratismo que existía entre algunas de las cabezas visibles del comunismo internacional:
«La aparición de una serie de críticas por parte de Comorera y sus seguidores. Estos últimos replicaron, criticaron y exigieron a la dirección del organismo internacional una serie de preceptos que cuestionaban el buen funcionamiento interno del organismo internacional. (...) 1) Descalificaron la sección nacional de la IC en Francia. El PCF fue acusado de no dedicar suficiente atención a los exiliados catalanes en el exilio y, sobretodo, de no reconocer el PSUC como un partido comunista. El propio Manuilski fue recriminado por no haber fomentado la difusión de los acuerdos adoptados entre Comorera y la dirección de la IC entre las secciones nacionales del organismo internacional; 2) exigieron el reconocimiento del PSUC como sección oficial de la IC y el establecimiento de un delegado permanente de Moscú en las filas del partido catalán; 3) presentaron la llegada de los militantes del PSUC a la URSS como un ejemplo de su voluntad para llevar a cabo la reeducación ideológica según los parámetros establecidos por la IC; 4) difundieron las manifestaciones de un pequeño sector de la dirección del PCE, concretamente Pedro Checa y Vicente Uribe, favorables a mantener coyunturalmente la independencia del PSUC respecto al PCE, para así garantizar la plena conversión del primero en una organización comunista». (Jose Puigsech Farrás; El peso de la hoz y el martillo: La Komintern y el PCE frente al PSUC, 1936-1943, 2009)
Aquí solo comentar que es dudoso que Uribe compartiera esa sensibilidad viendo sus actuaciones posteriores, y que el autor seguramente se equivoque.
Esto que denunciaba Comorera sobre algunos líderes de la IC no era ninguna novedad, ya años antes Dimitrov habría denunciado al propio Stalin el estado de descomposición, rutina y burocratismo que observaba entre las instituciones de la IC y algunos de sus más famosos líderes:
«Habiéndome familiarizado mejor con la situación en la Internacional Comunista (IC), llegué a la conclusión de que algunos cambios deben tomar lugar en el movimiento obrero internacional. (…) Requiere urgente revisión y cambios en los métodos de trabajo en los órganos de liderazgo de la IC. (…) Después de un intercambio de opiniones con los camaradas y líderes de la IC me convencí de que un cambio es imposible sin la intervención directa y asistencia del Buró Político del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS. Todo esto es lo más esencial como solución a estos problemas es complicado por cierto conservadurismo y rutina burocrática incrustada en el liderazgo de la IC, así como por las relaciones poco saludables entre los camaradas que directamente participan en el liderazgo de la IC. (…) La necesidad del fortalecimiento político-ideológico en general del liderazgo del movimiento comunista». (Carta de Georgi Dimitrov a Stalin, 6 de octubre de 1934)
A lo que Stalin respondió:
«Estoy completamente de acuerdo contigo con respecto a la revisión de los métodos de trabajo en los órganos de la IC, su reorganización y el cambio en su composición. (…) Ahora la cuestión es concretizar las ideas [resumidas] en tu carta». (Carta de Stalin a Georgi Dimitrov, 25 de octubre de 1934)
Esto no quiere decir que las tesis del VIº Congreso de 1928 fuesen erradas, todo lo contrario. Pero de 1929-1934 es evidente que en la IC y sus partidos hubo un desempeño deficiente de las directrices dadas, cuando no interpretaciones abiertamente distorsionadas, sumadas a nuevas teorías sectarias y triunfalistas. Algo similar a lo que ocurriría en el próximo congreso. En la IC hubo cambios, pero no todo salió como Stalin y Dimitrov esperaban en sus cartas en torno a la regeneración de los métodos y dirección. Para el VIIº Congreso de la IC de 1935 se premió a Georgi Dimitrov como Secretario General, el cual había sido desde 1934 el principal opositor a algunos de los defectos de los últimos años. Se le ascendió como miembro en el órgano de mayor influencia, la Secretaria del Comité Ejecutivo la IC –de 7 miembros–. En él se mantuvo a figuras que se habían mostrado como firmes sostenedores de algunos puntos de la antigua política como Klement Gottwald o Wilhelm Pieck, pero que ahora discrepaban de ella, y sin duda fueron muy eficaces a la hora de rectificar los defectos de la IC y en sus respectivos partidos. Pero a su vez, inexplicablemente, se permitió continuar a cuadros que habían tenido directa responsabilidad en los errores de los últimos años como Dmitri Manuilski –instigador de que el primer golpe debía darse contra la socialdemocracia, por considerarse el baluarte de la burguesía, incluso en los países donde existía un proceso de fascitización–, o Otto Kuusinen –autor de la teoría de que los socialdemócratas eran socialfascistas, y que socialfascismo y fascismo era lo mismo–. Por tanto, no era menester mantener en un puesto de tanta enjundia a algunos de los principales promotores de los errores de los últimos años, y a otros que directa o indirectamente habían sostenido dichas tesis, aunque en el caso de estos últimos, al menos hay constancia de autocríticas. También se mantuvieron a valiosos miembros que se constaba, que habían luchado a contracorriente de algunas de las posturas dominantes en los últimos años –como Vasil Kolarov– en el Comité Ejecutivo de la IC de 45 miembros– y se promocionaron a otros como Andréi Zhdánov, José Díaz y Mathyas Rákosi. Pero no sabemos porqué razón permanecieron otros que habían encabezado las peores desviaciones de la IC en años recientes como Ernst Thälmann y Earl Browder, y se incorporaron otros revisionistas embocados que empezaban a asomar la cabeza como: Jacques Duclos, Harry Pollit o Mao Zedong, aunque estos por supuesto, muchos de sus defectos todavía no podían saberse. Esto es lo que algunos olvidan cuando hacen análisis a toro pasado: no hay que mirar solamente la trayectoria final de todas estas figuras –pues es claro que la mayoría degenerarían–, sino si sus incorporaciones a la IC en ese momento estaban plenamente justificadas, si habían hecho méritos, si reportarían beneficios aunque fuese momentáneas, o si por el contrario eran portadores de defectos insalvables recientes, que repetirían como una constante. En conclusión, el congreso tuvo una composición muy variada, que pudo haberse mejorado todavía más. Pero esto fue una constante por desgracia en la vida de la IC. Si miramos el Vº Congreso de 1924, la Secretaria constaba de: Stalin, Trotsky, Bujarin, Rykov y Zinoviev –por entonces Secretario General–, siendo salvo el primero, claros o sospechosos como enemigos del socialismo antes, durante y después de su elección al cargo. En la Secretaria del VIº Congreso de 1928 ocurriría de forma similar con las sucesivas deserciones o expulsiones de: Henri Barbé, Hermann Remmele, Bohumír Smeral o Humbert-Droz… por lo que uno de los defectos era la permisividad para que elementos de dudoso pasado ascendieran a la cúpula, así como la permisión con otros que demostraban no ser aptos para tal desempeño o abusaban de su poder, a los cuales se les mantenía el puesto.
Es sabido que antes, durante y después de la guerra civil en España, el Secretario General del PSUC Joan Comorera valoraría abiertamente lo que en sus palabras significó –una «estimable ayuda» proporcionada por el Secretario General del PCE, José Díaz, y la IC, en especial su sensibilidad sobre la cuestión nacional. Véase la obra de Joan Comorera: «José Díaz y la cuestión nacional» de 1942. En cambio, como vemos en su alegato de defensa contra la deriva de la dirección del PCE en su obra: «Declaración» de 1949, criticaba duramente a Dolores Ibárruri y otros miembros por su deshonestidad y su chovinismo respecto al mismo tema.
Ya en la posguerra, en 1946, un «nuevo» PCE ya decía que el modelo a seguir para el futuro régimen postfranquista en cuanto a la cuestión nacional era la:
«Satisfacción a las legítimas aspiraciones nacionales de Cataluña, Euskadi, Galicia, en el marco de una Federación Democrática de Pueblos Hispánicos». (Nuestra Bandera; Nº6, 1946)
Esto era volver a las desviaciones del PCE previas a 1932, al camino del nacionalismo y centralismo del PSOE, donde se negaba el derecho de autodeterminación real y completo, que incluye el derecho a secesión, o el derecho a una federación con otros pueblos, pero que debe de ser elegida y no impuesta. Y como dijo Lenin polemizando con Rosa Luxemburgo:
«Si no lanzamos ni propugnamos en la agitación la consigna del derecho a la separación, favorecemos no sólo a la burguesía, sino a los feudales y el absolutismo de la nación opresora. Hace tiempo que Kautsky empleó este argumento contra Rosa Luxemburgo, y el argumento es irrefutable. En su temor de «ayudar» a la burguesía nacionalista de Polonia, Rosa Luxemburgo niega el derecho a la separación en el programa de los marxistas de Rusia, y a quien ayuda, en realidad, es a los rusos ultrarreaccionarios. (…) Formar un Estado nacional autónomo e independiente sigue siendo por ahora, en Rusia, tan sólo privilegio de la nación rusa. Nosotros, los proletarios rusos, no defendemos privilegios de ningún género y tampoco defendemos este privilegio. (...) No se puede ir hacia este objetivo sin luchar contra todos los nacionalismos y sin propugnar la igualdad de todas las naciones. Así, por ejemplo, depende de mil factores, desconocidos de antemano, si a Ucrania le cabrá en suerte formar un Estado independiente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)
Sin embargo, este PCE, ya liderado firmemente por Ibárruri [Pasionaria] y Carrillo, no tardó mucho en comenzar a dejar de lado la postura de «independencia forzada» y navegaba ya en las aguas del nacionalismo español más rancio y descarado. Habían seguido el propio sendero de degeneración que acabó por hacer del PSOE un partido chovinista español. El Caso de Comorera en 1949 es una prueba fehaciente de esto. Las acciones del PCE incluyeron artículos públicos para delatar su estancia y varios intentos de asesinato tanto contra Joan Comorera así como contra sus seguidores dentro del PSUC en Cataluña y en el exilio, según confesaron ex militantes del partido años después.
En un artículo-suplemento titulado: «El Internacionalismo del Buró Político del Partido Comunista de España», el PSUC de Comorera denunciaba el nuevo carácter chovinista que estaba tomando el PCE, ya que para criticar los recientes pactos hispano-estadounidenses de 1953, recordaba, distorsionaba y glorificaba la lucha de España contra EE.UU. como cualquier chovinista simplón y rabioso por la pérdida de las colonias de Cuba, Guam, Puerto Rico y Filipinas en 1898, demostrando que el PCE pretendía mostrar una suerte de antiimperialismo en 1953, promocionando y defendiendo la estela del viejo imperialismo colonial español, que por entonces albergaba varias colonias en África. Además, en el mismo periódico se aprovechaba para denunciar la corruptela financiera de la camarilla carrillista:
«La dirección del Partido Comunista de España (PCE), de manera patológica, ha reiterado la glorificación de «los héroes de Santiago y de Cavite», ha vuelto a hablar del «despojo inicuo del poderío colonial español», ha denunciado «el inicuo tratado de París de 1899», y todo eso lo ha dicho el pasado 22 de septiembre, a la luz del pacto Franco-Eisenhower, que ha venido a consumar una venta que los pueblos hispánicos consideran una ignominia y a la cual combatirán.
Compromisos, ciertamente, para denunciar, para los cuales nuestros pueblos no tendrán necesidad de valerse de claudicaciones teóricas ni del filisteísmo de una dirección política que hace escarnio de Marx cuando aboga por la independencia de Irlanda o Polonia, de Lenin cuando afirma que «el centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros de los países opresores hace falta fijarlo necesariamente en la propaganda y en la defensa de la libertad de separación de los países oprimidos», de Lenin que proclama «el derecho y el deber de menospreciar y de calificar de imperialista y canalla a todo socialdemócrata de una nación opresora que no desarrollase una propaganda de este tipo».
Para el Buró Político del Partido Comunista de España no cuenta el ejemplo de otros Burós Políticos de otros partidos comunistas que no sólo no se lamentan por la pérdida de las colonias de sus respectivos países –o de la proximidad de perderlas–, que, por el contrario, trabajan y luchan en el sentido de que los cuerpos expedicionarios armados que practican una guerra colonial sean devueltos a la metrópolis, pese al peligro de que sus colonias pasen a otras manos imperialistas. De acuerdo con el principio de Marx y Lenin, de acuerdo con el internacionalismo proletario, según indiquen las circunstancias, el deber de todo comunista es defender los derechos de los pueblos a su libertad e independencia, luchar consecuentemente contra todo poderío colonial, contra todo tipo de imperialismo, comenzando por el de su propio país.
El Buró Político del Partido Comunista de España entiende las cosas de otra manera: confunde internacionalismo proletario con el cosmopolitismo imperialista que hace que todo sea supeditado –los derechos y la vida de las naciones– a las ambiciones e intereses del país hegemónico, dominante, opresor de los hombres y los pueblos que lo forman.
Es por eso que el Buró Político del PCE, para oponerse al pacto de ignominia de Franco con Eisenhower, no puede estar insultando la memoria de los patriotas cubanos y filipinos que fueron los únicos héroes de una guerra tan justa para ellos como injusta por parte de los colonialistas españoles, resultado plagado de todo un complejo nacionalista que se halla en las antípodas de la educación marxista y que, cuanto más tiempo pasa, constituye la única razón que explica por qué el Buró Político ha intentado destruir al Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), por qué hizo quemar la edición catalana del «Manifiesto Comunista», por qué ha insultado y calumniado al compañero Joan Comorera, por qué ha hecho y dicho muchas otras cosas que harían inacabable este Suplemento.
El Buró Político del Partido Comunista de España pretende borrar un crimen con otro crimen y no puede comprender a Pi y Margall cuando éste considera un gran bien para España el perder todas sus colonias. No encuentra otra manera de combatir a los imperialistas de los Estados Unidos de Norteamérica más que con los alaridos de los derrotados imperialistas españoles del año 1898.
¿Es que no es bien explícito el hecho de que el Buró Político del PCE aunque en documentos oficiales haga constar su respeto y su defensa a los derechos y a la libertad de las nacionalidades hispánicas, en cambio, en conversaciones privadas sus miembros puedan decir que «en esto de la nacionalidad catalana hay mucha novela»?
¿Es que esta convicción, expresada por los ***** [borrado o ilegible] miembros del Buró Político, no explica sobradamente todos los ataques, todas las provocaciones, todas las agresiones contra el PSUC y sus militantes y dirigentes, todos los insultos a la memoria de los verdaderos héroes de Cuba y Filipinas, todas sus coincidencias con los colonialistas españoles?
¡Nosotros afirmamos que sí!
Y, por consiguiente, afirmamos que la actual dirección del Partido Comunista de España es una dirección incapacitada para dirigir a la clase obrera española. Porque una de las principales condiciones que se necesitan para una tan alta misión es la de ser fiel al internacionalismo proletario, comenzando por practicarlo en el propio país.
Y está probado que el Buró Político del PCE ha traicionado a este principio.
Unas preguntas inocentes al Buró Político del PCE. ¿Podría explicar a sus militantes por qué aún no se ha expulsado al máximo dirigente de una vuestras delegaciones más importantes del exterior al cual se le ha descubierto una malversación de capitales equivalente a UN MILLÓN DE PESETAS, cantidad que hay quien dice que si se averigua a fondo llegaría a DOS MILLONES DE PESETAS? ¿Podría explicar a sus militantes por qué el susodicho dirigente puede afirmar, como lo hace, que «si yo he robado al Partido, otros máximos responsables han robado y roban más que»?». (Treball (Comorerista); Nº126, 1953)
Comorera recordaba la postura de Pi y Margall frente al llamado desastre del 98:
«Es injusta, Carlos, toda conquista; imprudente y peligrosa la de apartadas tierras. Debes conservarlas por la fuerza, regirlas por gobernadores más absolutos que los mismos reyes y por mucho que te esfuerces en que moderadamente se las trate no logras nunca sustraerlas a la expoliación ni a la tiranía. (...) No nos debe pesar la pérdida de las colonias de América: casi, casi debe alegrarnos. L o que hemos de sentir es que no se las haya sabido abandonar á tiempo y evitar guerras que nos han costado el sacrificio de más de cien mil hombres, la ruina de una costosa armada y gastos que no lograremos cubrir en muchos años. Nos ha sido fatal la impericia y la flojedad de nuestros gobernantes, que sólo después de las derrotas de Cavite y de Santiago han sabido desoír la voz de un falso patriotismo». (Francisco Pi i Margall; Eusebio á Carlos, XCII, 14 de Septiembre de 1898)
La postura podrida del PCE sobre el antiimperialismo, se reflejaría sin duda en el nuevo trato hacia la cuestión nacional dentro de la península, negando finalmente el derecho de autodeterminación no sólo en la práctica sino también en la teoría
A estas alturas todo marxista-leninista sabe lo que supuso para el PSUC que Joan Comorera polemizara en 1949 contra los carrillistas su propio partido en torno a diversas cuestiones centrales de la lucha de clases a nivel nacional e internacional. Los resultados pueden ser condensados en dos.
Primero. La injusta expulsión de Comorera del PSUC y el posterior vergonzoso y criminal vilipendio público acusándolo de agente del franquismo-titoismo-imperialismo, mientras Comorera consumía sus últimos días en las cárceles franquistas.
«Todas las detenciones de comunistas realizadas en los últimos tiempos en Cataluña son obra de Juan Comorera, al que denunciamos ante la clase obrera catalana como agente policíaco. Obreros de Cataluña: Juan Comorera es un provocador que durante nuestra guerra conspiró contra el Gobierno de Negrín: Juan Comorera es un provocador cuyas actuales actividades es entregar comunistas a la policía. Juan Comorera es un enemigo de la clase obrera y como tal hay que tratarlo allá donde se encuentre» (Santiago Carrillo en Mundo Obrero, 15 de septiembre de 1951)
«Los Juan Comorera son tipos de conciencia podrida, cuyos dientes ratoneros se han mellado en el acerado tejido muscular del PCE. Engargantados como capones en cebadero cantando las glorias del imperialismo, de cuyos desperdicios se alimenta». (Dolores Ibárruri; Discurso en el V Congreso del PCE, 1954)
«Carrillo y Antón propusieron al Secretariado la liquidación física de Comorera. La propuesta fue aceptada y Carrillo encargado de la liquidación. Carrillo envió a sus hombres para liquidarle al ir a cruzar la frontera. Pero este, a última hora, cambió el lugar de paso». (Enrique Líster; Así destruyó Carrillo el PCE, 1983)
Segundo. Con ello decapitaron al PSUC despojándolo de un excelente organizador y el mayor experto teórico –de lo que el partido no se recuperaría nunca–, con el objeto de promocionar a los carrillistas dentro del PSUC y rehabilitar a los expulsados años antes, consolidando con ello un poder suficiente que permitiría formalizar la absorción mecánica del PSUC oficializada en 1954 –pese a que el PSUC había sido reconocido como partido independiente por la Internacional Comunista–. Asegurándose con ello que el PSUC fuera en adelante una sucursal catalana de la política del PCE, un seguidor-validador de la teoría política revisionista de la «reconciliación nacional» defendida por el binomio Carrillo-Ibárruri, una teoría que es un crimen histórico contra la lucha de clases y especialmente un insulto para todos los combatientes tanto españoles como no españoles que lucharon en la Guerra Civil Española contra el fascismo nacional y extranjero.
Los revisionistas españoles y catalanes utilizaron años después la baza de que el leninismo recomendaba no dividir a los obreros en varios partidos autónomos si los obreros de momento convivían en el mismo Estado. Esto es cierto. Pero el PSUC no era un partido «normal al uso», había sido aceptado por la Internacional Comunista (IC), pese a que la IC no aceptaba dos partidos de un mismo Estado. La razón fue su carácter específico: la unificación en un único partido del proletariado, barriendo en la práctica al anarquismo y al nacionalismo que dominaba Cataluña, y suprimiendo a las filiales socialdemócratas que bajo los estatutos del PSUC basados en el centralismo democrático impedían la formación de fracciones y divulgar sus teorías reformistas –condición sine qua non que Dimitrov exigió para que los principios comunistas prevalecieran en cualquier fusión u absorción–. Pero para empezar no es cierto como también se ha vendido que Comorera «no promulgaba la colaboración del PSUC con el PCE» o que negaba «una próxima unificación de los partidos proletarios hispanos» en el futuro. Estas son unas acusaciones falsas. Comorera veía que ya en un futuro, cuando los comunistas españoles fueran capaces de crear el partido único del proletariado en España, como los comunistas catalanes habían hecho en Cataluña con el PSUC, y cuando las condiciones lo requirieran, y siempre bajo la permisión y voluntad no forzada de cada partido, se podría hablar de iniciar la unificación de todos los partidos de España en un único partido marxista-leninista de todos los pueblos hispanos:
«Hoy somos dos partidos, orgánicamente independientes, que dirigimos la lucha cada uno en su territorio y con nuestra plena responsabilidad. Aunque somos dos partidos tenemos la misma teoría, la misma línea política que refuerza en común, el mismo Estado que hemos de conquistar y estructurar juntos, el mismo enemigo que hemos de aniquilar juntos y una clase obrera unidad por los mismos intereses y la misma línea histórica. Esta unidad inquebrantable entre los dos partidos hermanos ha sido seguramente el mejor instrumento que hemos tenido a lo largo de toda la historia de nuestra durísima historia del partido en el proceso de bolchevización. Hemos de velar por ella, por impedir que nada nos estorbe, que nada nos afecte, que nada retarde indebidamente la futura unidad orgánica. Y hemos de comprender que el día en el cual, de acuerdo con las exigencias de la lucha, el Congreso de nuestro partido acuerde la fusión orgánica, la formación del Partido Único Marxista-Leninista-Stalinista de toda España, será el día más glorioso de nuestra vida y de nuestra historia: habremos creado las condiciones que nos permitirán marchar hacia la solución de nuestros problemas básicos, de clase y nacionales». (Joan Comorera; El camino de la victoria: Discurso pronunciado en Perpiñán en ocasión del aniversario de la fundación del PSUC, 1947)
Pero claro, para empezar el PCE todavía no había logrado agrupar al proletariado en torno a sí para crear un partido único del proletariado como hizo el PSUC en Cataluña –de hecho el líder del PSOE Largo Caballero confesaría en sus memorias que estuvo tentado de aceptar la idea de una unificación incluso pese a los estatutos que el PCE proponía, porque creía tener fuerza de revertir la situación–, estando por tanto, el proletariado español disperso entre diversas agrupaciones anarquistas, republicanas y socialdemócratas con influencia; a eso se le suma el hecho no menos grave de que el PCE había sido capturado paulatinamente desde 1942 por elementos antimarxistas, el nuevo PCE trataba de absorber al PSUC sin ni siquiera permitir que el PSUC tomara tal decisión en un congreso suyo, de hecho los carrillistas al tomar el PSUC en 1949, ¡tardaron hasta 1956 en celebrar un congreso formal de adhesión hacia el PCE! El objetivo del revisionismo carrillista y ibarrurista era suprimir el carácter autónomo y revolucionario del PSUC de Comorera y sus fieles, un acción que iba en contra de la misión histórica de los comunistas hispanos y sus intereses, algo que los verdaderos revolucionarios irían descubriendo y ante lo que no se doblegarían pese a las amenazas y agresiones. Por tanto, la cuestión no versaba ya ni siquiera sobre si el PSUC debía en un futuro unificarse con el futuro partido único del proletariado de España, sino en defenderse de la absorción planeada por unos revisionistas que habían caído en el chovinismo, el reformismo y el gansterismo.
Leyendo a los revisionistas, hay una devoción hacia las siglas del PCE absoluta, no distinguen entre el periodo de José Díaz y el siguiente:
«El PCE tardó 15 años en reorganizarse tras la derrota republicana alrededor de un Congreso reunido en el exilio. No obstante el PCE seguía entonces enarbolando la bandera de la autodeterminación nacional para los pueblos de España [se cita el informe de Vicente Uribe al Vº Congreso de 1954]». (J.P Galindo y Clemen A.; Analfabetismo teórico del socialchovinismo, 2019)
Esto certifica que estos dos señores, seguramente añejos revisionistas que se esconden bajo estos pseudónimos, son verdaderos zotes en cuanto a comprender la política real del PCE, o que como gente que ha caído en el republicanismo pequeño burgués y el socialchovinismo, no ve problema en dicho informe, incluso en tomar como ejemplo a Negrín, quién abanderaba pese a todos sus innegables méritos una posición socialchovinista durante toda su vida. Pero repasemos en extensión dicho informe de Uribe:
Recordemos que Uribe pensaba que junto a la clase obrera y la pequeña burguesía, «los grupos de la burguesía liberal y patriótica, los empleados y funcionarios del Estado, los intelectuales y estudiantes, los militares que sienten la vergüenza de verse obligados a servir a un régimen» podían ser las fuerzas que derrocasen al fascismo y formasen parte del nuevo régimen. Los dirigentes del PCE se consideraban ya entonces como los «defensores de la democracia, el régimen republicano-democrático asegura el poder soberano al pueblo y al servicio del pueblo. Por eso propugnamos y defenderemos el establecimiento en España de la República democrática parlamentaria», es decir, aspiraban a una república burguesa al uso, mientras prometían optar por una nueva Constitución, que sería «lo más democrática posible». En el ámbito de alianzas, declaraban que se fijaban en Italia donde veían un «ejemplo brillante» de «unidad de acción» entre el «Partido Comunista y él Partido Socialista», es decir, tenían como modelo a seguir las tácticas de frente basadas en un entendimiento entre dirigencias y sin exigencias ideológicas de peso. Por último en la cuestión nacional, declaraba que «El Partido Comunista de España es un defensor consecuente de los derechos nacionales de los pueblos», y que defendían los «derechos nacionales de Cataluña, Euzkadi y Galicia, pero que éstos deberíann «ser establecidos en la Constitución Republicana», por lo que no se hablaba del derecho a la autodeterminación, que incluye la separación de las naciones oprimidas, sino de nuevo volver a la autonomía limitada de la antigua república burguesa.
La línea reaccionaria sobre la cuestión nacional solo era por tanto, uno de los varios campos donde el revisionismo había hecho mella, pero no el único.
Por tanto, el artículo sobre la cuestión nacional de Uribe en 1938 no parece casual, ya que serviría para presentar la visión de la cuestión nacional que abanderaba Ibárruri-Carrillo. Uribe debido a su debilidad en el carácter sería usado en 1956 de cabeza de turco como «stalinista», como presunto responsable de los excesos derivados del «culto a la personalidad».
Pero a todo, esto, ¿Cuándo nacen las naciones? Lenin exponiendo las teorías idealistas de los populistas rusos, los refutó:
«Poniendo al desnudo la concepción idealista burguesa del populista Mijailovski, según el cual los vínculos nacionales no eran sino la continuación y generalización de los vínculos gentilicios, Lenin demostró que la creación de los lazos nacionales significaba históricamente la creación de los nexos burgueses, por ser la burguesía la que encabezaba el proceso de desarrollo de la nación y del mercado nacional. (Véase su obra: «¿Quiénes son los amigos del pueblo»? de 1894) Stalin, por su parte, ha evidenciado este proceso histórico poniendo como ejemplo la formación de la nación georgiana, que no se constituyó como tal hasta la segunda mitad del siglo XIX. A este tipo de naciones quería referirse Lenin cuando en 1914 escribía lo siguiente: «Las naciones representan el producto y la forma inevitable de la época burguesa de desarrollo social». (Véase su obra «Karl Marx» de 1913) Y Stalin tenía en cuenta las mismas naciones al decir que éstas surgen en la época del capitalismo ascensional. El proceso de formación de las naciones burguesas se presenta en distintos países, en momentos diversos y en diferentes condiciones históricas. Los estados nacionales son el fruto inevitable y, además, una forma inevitable de la época burguesa de desarrollo de la sociedad. Y la clase obrera no podía fortalecerse, alcanzar su madurez y formarse, sin «organizarse en el marco de la nación», sin ser «nacional» –«aunque de ningún modo en el sentido burgués»–. Pero el desarrollo del capitalismo va destruyendo cada vez más las barreras nacionales, pone fin al aislamiento nacional y sustituye los antagonismos nacionales por los antagonismos de clase. Por eso es una verdad innegable que en los países capitalistas adelantados «los obreros no tienen patria» y que la «conjunción de los esfuerzos» de los obreros, al menos de los países civilizados, «es una de las primeras condiciones de la emancipación del proletariado». (Academia de las Ciencias de la URSS; El materialismo histórico, 1950)
Joan Comorera haciendo un análisis de las tesis marxista-leninistas de la cuestión nacional sobre España, sostuvo abiertamente que:
«España es un Estado multinacional». (Joan Comorera; España no es una nación, 1952)
Esto es una realidad palpable debido a las características específicas de la monarquía española que ya Marx describía:
«Pero, ¿cómo podemos explicar el fenómeno singular de que, después de casi tres siglos de dinastía de los Habsburgo, seguida por una dinastía borbónica –cualquiera de ellas harto suficiente para aplastar a un pueblo–, las libertades municipales de España sobrevivan en mayor o menor grado? ¿Cómo podemos explicar que precisamente en el país donde la monarquía absoluta se desarrolló en su forma más acusada, en comparación con todos los otros Estados feudales, la centralización jamás haya conseguido arraigar? (…) A medida que la vida comercial e industrial de las ciudades declinó, los intercambios internos se hicieron más raros, la interrelación entre los habitantes de diferentes provincias menos frecuente, los medios de comunicación fueron descuidados y las grandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, la vida local de España, la independencia de sus provincias y de sus municipios, la diversidad de su configuración social, basada originalmente en la configuración física del país y desarrollada históricamente en función de las formas diferentes en que las diversas provincias se emanciparon de la dominación mora y crearon pequeñas comunidades independientes, se afianzaron y acentuaron finalmente a causa de la revolución económica que secó las fuentes de la actividad nacional. Y como la monarquía absoluta encontró en España elementos que por su misma naturaleza repugnaban a la centralización, hizo todo lo que estaba en su poder para impedir el crecimiento de intereses comunes derivados de la división nacional del trabajo y de la multiplicidad de los intercambios internos, única base sobre la que se puede crear un sistema uniforme de administración y de aplicación de leyes generales. La monarquía absoluta en España, que solo se parece superficialmente a las monarquías absolutas europeas en general, debe ser clasificada más bien al lado de las formas asiáticas de gobierno. España, como Turquía, siguió siendo una aglomeración de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a su cabeza. El despotismo cambiaba de carácter en las diferentes provincias según la interpretación arbitraria que a las leyes generales daban virreyes y gobernadores; si bien el gobierno era despótico, no impidió que subsistiesen las provincias con sus diferentes leyes y costumbres, con diferentes monedas, con banderas militares de colores diferentes y con sus respectivos sistemas de contribución. El despotismo oriental sólo ataca la autonomía municipal cuando ésta se opone a sus intereses directos, pero permite con satisfacción la supervivencia de dichas instituciones en tanto que éstas lo descargan del deber de cumplir determinadas tareas y le evitan la molestia de una administración regular». (Karl Marx; La España revolucionaria, 1854)
Efectivamente lo que Marx aquí expone sobre el carácter de la España de mitad del siglo XIX es indiscutible, y una prueba del caldo de cultivo que haría progresar dichas particularidades históricas que derivarían en los famosos problemas del regionalismo, que años después madurarían convirtiéndose en movimientos nacionales. Pese a algunos intentos centralizadores con los Habsburgo 1561-1700 y luego con los Borbones en el siglo XVIII en adelante, la existencia antiguamente de los fueros como sinónimos de instituciones con autogobierno, libertad electiva, independencia judicial, presupuestaria, fiscal, de reclutamiento, etc., y de los estatutos de autonomía en la etapa moderna y contemporánea, afianzó y afianzan ahora la supervivencia y desarrollo de estas particularidades hasta tornarse nacionales. Incluso si nos fijamos, cuando se suprimieron temporalmente algunas de estas instituciones, y dichas comunidades fueron objeto de una gran represión con sucesivos intentos de moldear esos territorios a imagen y semejanza de Castilla, esto hizo obviamente que se detuviera o retrasase el desarrollo de estos pueblos, pero no impidió que para finales del siglo XIX y sobre todo principios del siglo XX se constituyera una identidad nacional palpable.
Este fenómeno surgió en parte como consecuencia de los problemas anteriores y de los problemas actuales que no pudieron ser atendidos debidamente durante los primeros intentos fallidos de establecer un Estado Liberal al uso, bajo los diferentes gobiernos de los moderados y progresistas. Recordemos que España en lo socio-económico solamente tenía una tasa de alfabetización del 25% en 1850 y de 44 en 1900, con un ligero aumento del PIB de solo el 1,7%, con un lento crecimiento demográfico –datos inferiores a las medias europeas– no creaba un excedente suficiente para llevar mano de obra a la industria, para que el mercado interno pudiera absorber el esfuerzo de una teórica industrialización y urbanización. En el campo pese a las desamortizaciones dominaba una propiedad de tipo rentista y absentista con la iglesia y nobleza dominaba al Sur del río Tajo, donde debido al exceso de mano de obra sin tierra, los grandes propietarios no veían necesario invertir en obras como pozos, minas, canales, presas, de gran inversión pero mayor productividad a largo plazo, sino que se aprovechaban de una gran masa de fuerza de brazos a precios para cubrir sus necesidades, tenían un pensamiento pragmático y cortoplacista, a eso súmese el no aprovechamiento intensivo de las aguas superficiales y subterráneas, limitación al cultivo monocerealista, hacían de España un campo muy poco dinámico, con técnicas arcaicas como el barbecho que ocupaban casi el 45% de las tierras, siendo de las tasas de producción agrarias más bajas de Europa. Todo ello evitaba una tasa de acumulación y por tanto de recursos suficientes para la industrialización. Con el fracaso de la introducción del sistema de impuestos directos en 1845, y con un incremento del gasto público del 2% anual, por encima del PIB. Un factor clave para la modernización fue que la falta de inversión de capitales por medio del Estado, la cual es una condición sine qua non para la industrialización. Pero debido a que las reformas en materia fiscal fracasaron, el Estado no pudo hacerse cargo de tal fin. Lejos de eso, el Estado fue un constante emisor de deuda, una carga más para el proyecto de modernización general. Por tanto solo quedaba como posibilidad o que los propietarios individuales españoles, o las grandes empresas del extranjero se hicieran cargo de dicha titánica empresa; siendo esta última vía la más posible, ya que como el nivel de acumulación de capital era bajo, entre otras cosas por la baja urbanización y falta de comercio interno. El gran nivel de deuda externa contraída por España con las grandes superpotencias europeas hizo que en una jugada arriesgada se llevase a cabo la reconversión forzosa del interés de las deudas, con la consiguiente sanción de varios países –como Gran Bretaña– a no invertir en el país durante décadas. Tan solo cuando la deuda se mantuvo estancada, los emprendedores pudieron empezar a fraguar una inversión hacia la industria, pero esto no sería hasta finales del siglo XIX y antes de la crisis del 90, y ya con una mentalidad diferente sobre la inversión, ya que hasta la vieja nobleza había aceptado que la vieja mentalidad de ahorro y rentismo era inservible en los tiempos modernos. A todo ello añádase el problema de Hacienda, con un déficit presupuestario crónico que impedía desarrollar servicios de educación, sanidad y cualquier tipo de infraestructura de un país moderno. Véase los datos que aporta Francisco Comín y Enrique Llopís en su obra: «Historia económica de España, siglos X-XX» de 2007.
Cuando finalmente la burguesía centralista española logra por fin ir estableciendo un estado liberal basado en consolidar un sistema financiero, un cierto tejido industrial, desarrollar las vías de ferrocarril, una fuerte expansión del correo y todo tipo de vías de comunicaciones… cuando consigue de esas condiciones económicas que los otros países habían ido necesitando en Europa para solidificar su estado y su nación, para unificar eficazmente muchas cuestiones, dicho momento ocurre en España cuando el nacionalismo catalán, vasco, y en mucha menor medida el gallego, ya han irrumpido o están irrumpiendo con fuerza en lo político-cultural, siendo su avance ya imparable. En lo económico los dos primeros son una pieza clave de la economía global del Estado Español, lo que le dará un empujón extra para constituirse en lo político con más fuerza, pero todos ellos irán logrando a lo largo del siglo XX sus mayores cuotas de autogobierno, sin ignorar el notable auge cultural propio. Es imposible hablar de una plena nación española y sin fisuras, porque el desarrollo histórico así lo niega. Idea, que solo puede estar en la mente de un nacionalista español, de un falangista, bien de camisa azul, que sostiene una rosa, que se engalana con una hoz y martillo. Pierre Vilar, en su nueva edición de 1978 de un clásico suyo como «La historia de España», nos dice:
«Unamuno pide para su patria el primer puesto en esa reacción contra el cientificismo y contra la fe en el progreso, que se dibuja un poco en todas partes por la misma época. Se complace en pulverizar las fórmulas rutinarias, en proponer la hispanización de Europa y en presentar al Quijote como modelo. (…) El «nacionalismo» del campo adverso fue muy diferente: unitario ante todo, también se proclamaba expansivo. Falange y las JONS confiesan tomar del fascismo la mística de la Unidad. Pero la Unidad se entiende sobre todo, en España, contra los nacionalismos locales. «Todo separatismo es un crimen que no perdonaremos», dijo la Falange, esperando cristalizar así el único temor verdadero del cuerpo español: la disociación. Sin embargo, para condenar a catalanes y vascos, hace falta eliminar de la palabra «nación» el sentido romántico, el sentido mistraliano de comunidad espontáneamente sentida. Como la grandeza de España reside en la historia, la nación será, pues, una «unidad histórica». A condición –puesto que «histórica» podría significar «cambiante»– de atribuirle una «finalidad», una «unidad de destino», «permanente, transcendente, suprema». Su garantía será el orgullo de casta, equivalente español al orgullo de raza nazi. El español hidalgo y caballero cristiano vale por su «estilo de vida», que dicta el «imperativo poético». He aquí otra de las conclusiones de las corrientes literarias de rehabilitación del Quijote, y del «casticismo» místico y guerrero». (Pierre Vilar; La historia de España, 1947)
Varios historiadores apuntan correctamente, que la conformación del discurso nacionalista español en el siglo XIX, se basó en cuestiones muy concretas que le diferenciaban de otros nacionalismos europeos:
«Si la idea de España como unidad administrativa es una creación del siglo XVIII y de la política uniformadora de los Borbones, la legitimización de la idea de España y de la nación española, es un producto intelectual del siglo XIX, que corre paralelo a la construcción del Estado liberal, pero que alcanza sus frutos más logrados, sobre todo en el plano historiográfico, a mediados de siglo, es decir, pasado el esfuerzo uniformizador, centralista y reformista que a lo largo de los años 30 y 40 las élites políticas llevan adelante con respecto al Estado. El grueso del discurso nacionalista es, pues, posterior, a los momentos cenitales de la construcción del Estado liberal. La construcción del discurso nacional español estaría ubicada en el grupo de países ya unificados territorialmente a principios del siglo XIX y por tanto sin una difusión explícita y emocional encaminada a la agitación popular para la constitución de su Estado-nación. Mientras intelectuales alemanes e italianos en sus más diversas formas de difusión –filósofos, historiadores, literatos o músicos– se lanzar a articular un discurso nacionalista apoyándose en ingredientes étnicos o lingüísticos que desemboquen en la creación de sus Estados, en España la articulación coherente de un discurso nacionalista se enfoca a la legitimación de la organización del Estado. Sus soportes eran la unidad territorial, la uniformación legislativa y política y la unidad religiosa». (Ángel Bahamonde Magro y Jesús A. Martínez; Historia de España siglo XIX, 2005)
Y nos explica cuales fueron los puntos de referencia para articular su discurso nacionalista, pero también sus obvias limitaciones dadas las condiciones del país:
«El campo de interés en la búsqueda del pasado nacional se centró en la Edad Media, y temáticamente en la historia jurídico-institucional, ya que el derecho era la expresión de la constitución de la nación española. (…) El discurso nacionalista destaca, pues, el papel de Castilla como aglutinante del conjunto y se expresa en lengua castellana. (…) El Estado liberal intentó culminar el proceso utilizando entre otros elementos, la escuela como punto nodal para la difusión del castellano y de las primeras nociones de España. (…) El problema reside en que la difusión de la conciencia nacional a partir de la escuela no tuvo la misma intensidad que en otros países europeos sencillamente por el fracaso de la política educativa a lo largo del siglo XIX. La escuela no pudo cumplir enteramente este papel porque los niveles de escolarización siempre fueron muy débiles. (…) Los doce millones de analfabetos que poblaban la España de la segunda mitad del siglo XIX no tuvieron ocasión de aprender a leer y escribir en castellano ni en ninguna otra lengua, ni tampoco conocer los rudimentos de la historia nacional que los planes de enseñanza habían asignado a la educación primaria». (Ángel Bahamonde Magro y Jesús A. Martínez; Historia de España siglo XIX, 2005)
Con este panorama y circunstancias, se entiende el surgimiento de choques regionales respecto al centro, y la resistencia al unitarismo a ultranza que Castilla bajo la marca España llevó a cabo en el resto de territorios.
Pierre Vilar consideraba que los políticos castellanos habían errado estrepitosamente a la hora de analizar Cataluña y entender la cuestión nacional:
«En realidad, los políticos castellanos juzgan mucho a Catalunya a través de los políticos catalanes; y imaginan que el catalanismo es un producto de los políticos catalanes. Pero cuando uno ha vivido años entre los intelectuales catalanes, entre los estudiantes, entre los jóvenes; cuando uno ha recorrido el campo catalán, ha leído los diarios, escuchado los coros, etc, etc, uno se siente obligado a admitir que hay no obstante alguna cosa más profunda, y que probablemente los políticos catalanes son un producto del catalanismo, y no al revés». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
De forma magnífica, Vilar comenta, como atizar la catalanofobia ha sido una válvula de escape de la burguesía castellana ante el desafió del problema nacional:
«Le confesaré que una de las razones que me hacen considerar a Catalunya como una nación es el hecho de que sea detestada como nación por sus vecinos; basta con tomar el tren entre Barcelona y Madrid para oír a los castellanos hablar de los catalanes como los franceses hablan de los alemanes durante la guerra». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
De hecho hace no muchos años con la cuestión nacional vasca y el recrudecimiento del conflicto con el terrorismo de ETA, la vascofobia estaba a la orden del día entre los gobiernos y aparatos de comunicación españoles, incluso en una reiteración mayor que la cuestión catalana. Por supuesto, eso no quita que el nacionalismo catalán o vasco no haya promovido la castellanofobia, la cual la tienen de serie en sus creadores –Sabino Arana o Valentín Almirall–, como también vemos hoy con un discurso exaltado chovinista, incluso racista, pero esto entre burguesías constituye un clásico. Pero Vilar nos habla de la visión general entre nación oprimida y opresora y como afecta a dichas poblaciones, en este caso el español para crear un falso sentimiento de grandeza en retener y forzar a otros territorios a ser y sentirse de forma distinta a la real, pero este falso sentimiento de grandeza es algo en lo que las clases trabajadoras no deben de estar interesadas, y no elimina la cuestión nacional de fondo: que un pueblo no puede ser libre si oprime a otro.
Vilar acabaría dando golpe demoledor a todos aquellos nacionalistas españoles, de izquierda o derecha, que de una manera u otra, seguían teniendo la fe y la ilusión en la ilusa unidad innegociable e indestructible de España:
«Queda por explicar el catalanismo. (…) Desde que llegué a Cataluña me he planteado tratar de explicar –y no de justificar o de criticar– el movimiento catalán. Porque si no existe separatismo bretón o marsellés, tampoco existe catalanismo francés, pese a que se hable catalán en todos los Pirineos Orientales; por tanto, cabe que haya, entre ambos lados de los Pirineos, diferencias en la evolución histórica que expliquen el surgimiento de un particularismo en España, y su no-existencia en Francia. Ahora bien, Ud. mismo aporta la solución del problema: la estupidez de los gobernantes españoles desde el siglo XVI a nuestros días, y la debilidad de España. Sin embargo, permítame que sea menos severo que usted, en primer lugar la «estupidez» no ha sido continua, y en segundo lugar no puedo admitir que una estupidez de tres siglos sea un fenómeno fortuito. Solo podría explicarse por una incapacidad fundamental de los castellanos para gobernar; esta es la explicación de los patriotas catalanes, y hay que reconocer que la fórmula que Ud. utiliza les proporcionaría una fantástica ocasión para alegrarse. A mi juicio, cabe buscar la explicación al margen del valor mayor o menor de los hombres; en este sentido, el materialismo histórico es útil y muy consolador: permite mirar a los hechos –incluidos los desagradables– de frente, sin sentirse vejado en los sentimientos personales o en las susceptibilidades nacionales. Creo, sinceramente, que solo el retraso económico del conjunto español –debido sin duda a la decadencia que siguió a las conquistas coloniales– ha impedido que España evolucione como la mayoría de las otras naciones europeas, es decir, hacia una unidad nacional en el sentido del siglo XIX. Y los intereses castellanos-catalanes se han visto confrontados. Al cabo de cincuenta años de discusiones muy ásperas –en las que los castellanos han solido ser más violentos en sus expresiones despreciativas que los catalanes– no puede hablarse ya de unidad española, y en consecuencia –para aquellos que no tengan miedo de las palabras– los problemas ya no son «regionales», sino «nacionales». (Rosa Congost; El joven Pierre Vilar, 1924-1939: Las lecciones de historia, 2018)
Pierre Vilar, fue reconocido por alabar las medidas en la URSS y la concepción nacional de Lenin y Stalin. De éste último diría que:
«En 1962, yo dediqué tres volúmenes, gordos, demasiado gordos, a ciertos aspectos de la historia de Cataluña. En el prefacio, resumiendo las teorías, los análisis que se habían hecho, a través de la historia, sobre naciones y nacionalidades, yo señalaba que las obras de Stalin, en este dominio, eran, al mismo tiempo, las más claras y las más profundas para elucidar el valor de estas palabras y los hechos que podían designar. Mucha gente, desde entonces, ha interpretado mi posición, sea como si yo, partiendo de las frases de Stalin, las hubiera aplicado al caso catalán, como si fuesen un dogma; sea como si yo las hubiera citado porque, en los años en que preparaba mi libro, la referencia a Stalin «era de moda». Interpretación disparatada. ¿Podía yo, tratándose de un problema de «nacionalidad», ignorar las obras del que Lenin, en 1917, había designado como «Comisario para las Nacionalidades», y que, desde ese puesto, había construido una federación de nacionalidades de tipo absolutamente nuevo? ¿Cómo no me hubiera interesado el pensamiento que le había permitido llegar a semejante construcción? Y como encontré en la expresión de este pensamiento, líneas teóricas fundamentales, las cité. Fue una sencilla manifestación de honradez intelectual. Muy recientemente, acabo de leer un librito, de lo más superficial sobre el tema catalán, que se atreve a escribir: «El bolchevique georgiano no había hecho en 1913 sino una poco brillante abstracción de los elementos comunes de las grandes naciones-Estados europeos, formadas en los siglos XVIII y XIX bajo hegemonía burguesa». Es exactamente como si el autor de un manual de tercera fila para principiantes en Física, se permitiera escribir que Newton, o Einstein, no habían hecho sino una «poco brillante abstracción» de los conocimientos en Física de su tiempo. (...) Es precisamente porque el georgiano Stalin fue el especialista reconocido de la cuestión nacional en el pensamiento leninista y bolchevique, que la historiografía especializada, allí, en el antibolchevismo, le quiere quitar importancia y no duda, para hacerlo, en deformar la realidad». (Pierre Vilar; Palabras de presentación a la edición en España de las obras de Stalin; Club Internacional de Prensa, Madrid, 17 de diciembre de 1984)
Al igual que Marx en su momento, Vilar pese a no haber nacido en España, llegó a ser un gran estudioso y conocedor de la historia de España y del panorama político:
«Cada país acabó por adquirir y conservar el orgullo de sus títulos y de sus combates, la desconfianza para con sus vecinos. Señores aventureros y municipalidades libres contribuyeron a aumentar este espíritu particularista. (...) Por un lado la tendencia al particularismo, a, los vínculos que podríamos llamar infranacionales; por otro lado la tendencia al universalismo, a las pasiones ideales supranacionales. Entre las dos, no se definirá sin dificultad la conciencia del grupo español: y es un fenómeno que dura todavía. (...) A la muerte de la reina, los nobles castellanos expulsaron a Fernando, que sólo pudo ejercer de nuevo la regencia a causa de la locura de su hija. Aragón había conservado su vieja administración; Aragón, es decir, en realidad una federación de estados, donde Cataluña, Baleares y Valencia conservaban preciosamente sus fueros, cortes, aduanas, monedas, tributos y medidas. Incluso, cuando reinando Carlos I de España –el emperador Carlos V– ya no había más que un solo soberano, fue preciso mantener virreyes en las antiguas capitales. Jamás los antiguos reinos aceptarán con buenos ojos a los funcionarios y soldados «extranjeros», es decir, venidos de Castilla. Para que semejante espíritu fuese a la larga compatible con la unidad, hubiese sido necesario que el poder central se mostrase a la vez poco exigente y de un prestigio por encima de toda crítica. Esto se logró bajo Carlos V y, parcialmente, bajo Felipe II, que no supieron, sin embargo, aprovecharlo para minar las viejas instituciones, ni para asegurarse el mando efectivo. España no tuvo a tiempo su Richelieu ni su Luis XIV. A las primeras intromisiones de Felipe II, Aragón le recordó con dureza sus viejas prerrogativas. La primera tentativa enérgica de centralización fue la de Olivares, en el siglo XVII, cuando ya se agotaba la fuerza económica y militar del centro español. Era ya demasiado tarde para ser brutal. Portugal se sublevó. Y Cataluña se ofreció a Francia. Con este doble incidente, el año 1640 evidencia uno de los defectos de construcción del edificio español. La unidad orgánica entre las provincias no podrá obtenerse, cuando ya la decadencia siembra los gérmenes de descontento. (...) En efecto, es curioso observar que el movimiento de «las nacionalidades» ha tenido consecuencias perniciosas en un edificio tan viejo y glorioso como el de la unidad española. Pero sabemos que la monarquía de los Habsburgo no desempeñó la función unificadora de la monarquía francesa, ni las Cortes de Cádiz la de la Revolución de 1789. El carlismo a la derecha y el federalismo a la izquierda atestiguan el fenómeno centrífugo en el siglo XIX. Pero hubo más: a finales de siglo, las regiones adquieren espíritu de grupo hasta afirmarse como «naciones». (...) La Constitución de 1931 fue creada sobre el modelo de la de Weimar, la más democrática en Europa. España fue proclamada «República de trabajadores», no sin producir sonrisas. (…) Las regiones podían pedir un Estatuto de autonomía, pero la palabra «federalismo» no apareció por ninguna parte. (…) De todas formas, los problemas fundamentales de España no han sido resueltos: ni la crisis social, ni la crisis nacional, ni la crisis espiritual. Saber que un conflicto permanente se oculta bajo la unidad de España oficialmente proclamada, sirve en cierto sentido al orden establecido. Éste, tanto dentro como fuera del país, se basa, no en vano, en el bloque instintivo de los conservadores. (...) En cuanto a las estructuras nacionales, España debe hallar otras fórmulas de relación entre sus regiones, distintas de la autoridad mal soportada. Espiritualmente, debe reconocer que su genio, sin perder su originalidad, es más complejo e innovador que como pretende definirlo un nacionalismo y una religión puramente superficial». (Pierre Vilar; La historia de España, 1978)
Ahora se entiende porque dicha obra llegaría a ser prohibida por el franquismo, y porque a algunos revisionistas de la actualidad no reconocen su valor que no implicaría discrepar con otras posiciones políticas suyas.
Comorera concebía ya a Cataluña como una nación de pleno derecho. En su obra: «El problema de las nacionalidades en España» de 1942, explica hondamente los cuatro rasgos por los que hay que considerar a:
«Cataluña, Euzkadi y Galicia son naciones, porque tienen un idioma propio, un territorio común, una economía suya, una psicología característica manifestada en una comunidad de cultura, porque son comunidades estables, históricamente formadas». (Joan Comorera; El problema de las nacionalidades en España, 1942)
A esto debemos hacer unos apuntes. El paso de las décadas ha demostrado que pese a sus particularidades, el llamado movimiento nacional gallego no logró desarrollar un potente movimiento político ni tampoco esa identidad nacional entre su pueblo como sí ha hecho efectivo en el movimiento nacional vasco o catalán. Lo que constituye el aquí llamado «una psicología característica manifestada en una comunidad de cultura», se puede decir que en ese sentido el nacionalismo gallego es bastante inmaduro aún, lo que no puede descartarse que en un futuro recobre peso y posibilite la forja de un poderoso movimiento nacional que arrastre a las masas. Esto mismo podría decirse del movimiento canario, en su mayoría actualmente de tendencias regionalista y no independentista, de relativa repercusión todavía. Existen otros movimientos que se postulaban como nacionalistas pero jamás llegaron a madurar como tal, o han tenido más éxito político en su versión regionalista, hablamos del caso andaluz o cántabro. Como se puede ver históricamente los problemas relacionados con el regionalismo y el nacionalismo son consecuencia de la división del trabajo manifestaba también entre regiones, creándose diferentes desigualdades y problemas derivados. Los movimientos nacionales, en sus inicios, cuando son embrionarios y faltos de apoyos, objetivamente hablando débiles en influencia, tienden a reivindicaciones clásicas del regionalismo, es decir en buscar de reivindicar cierta identidad, mayor atención, ayudas, autonomía o competencias, pero sin entrar en confrontaciones que impliquen pedir una separación –aunque eso no excluye excepciones de intelectuales románticos que reivindiquen su zona como una nación de facto y su inmediata separación–. Solamente cuando el movimiento evoluciona –lo cual responde a factores políticos, económicos y culturales siempre en desarrollo–, el movimiento nacional –incluido la clase obrera y los trabajadores– toma conciencia de sí mismos, de su fuerza y de los cambios producidos en la fisonomía de su región, y es en ese punto cuando normalmente el movimiento –si es dirigido por los explotadores– torna de regionalista a nacionalista e independentista. Pero no hay que engañarse: mientras estos movimientos nacionales sean liderados por la burguesía o pequeña burguesía, la cuestión nacional será una mercancía con la que traficar, sus movimientos llevarán a la palestra indiscriminadamente reivindicaciones y propuestas de carácter regionalista o independentistas según sus intereses de clase, traicionarán a su nación si su bolsillo así lo demanda. De igual forma, que sobra decir que la clase obrera de estas regiones, cuando es pertrechada por el marxismo, sabe que nunca se debe ser independentista per se, en la problemática nacional, la reivindicación a abanderar puede pasar por una federación igualitaria con otros pueblos o la completa separación para solucionar sus demandas nacionales, cosa que depende del contexto, situación en la cual siempre debe primar la cuestión social a la nacional. He ahí la gran diferencia.
Lenin nos legó unas palabras que son la base para encarar correctamente la cuestión nacional:
«La teoría marxista exige de un modo absoluto que, para analizar cualquier problema social, se le encuadre en un marco histórico determinado, y después, si se trata de un solo país –por ejemplo, de un programa nacional para un país determinado–, que se tenga en cuenta las particularidades concretas que distinguen a este país de los otros en una misma época histórica». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)
Con la existencia temporal de un movimiento político catalán menos activo durante los años del franquismo, duramente golpeado por el franquismo se podían sacar conclusiones aventuradas, pero tenían los precedentes de todo el siglo XX, donde el catalanismo se alzó victorioso desplazando a los partidos tradicionales, donde pese a la dictadura de Primo de Rivera, en la II República el catalanismo recobró sus posiciones, pero para finales de los 70, con el catalanismo de nuevo al galope, era difícil no entender la conclusión de Comorera de que Cataluña era de facto una nación con conciencia nacional entre sus ciudadanos. Hoy, con el «despertar» del movimiento nacional catalán en el postfranquismo y a inicios del siglo XXI, CON su poderío y ligazón con las masas innegable, el catalanismo como cultura y movimiento político no es una ficción como decían algunos, en la actualidad el catalanismo no solo se ha ganado la hegemonía frente a los partidos tradicionales del resto de España, sino que además se ha vuelto independentista en todas sus variantes de importancia. Pero esto es solo un factor, de hecho, el error en 1969 fue no fijarse más que en ese factor político-cultural y no prestar la necesaria atención al desarrollo histórico-económico.
El comunista catalán Joan Comorera proponía que se ejerciera la libertad de decidir su futuro a estas naciones, incluyendo el derecho a separarse como Estado independiente si así lo decidían, lo cual no significa que fuera la postura por la que abogaba Comorera, veamos:
«Cataluña tiene derecho a la separación. El reconocimiento del derecho, sin embargo, no supone la aplicación automática, obligatoria. En nuestra situación, el ejercicio mecánico del derecho de separación no resolvería el problema nacional, pues no lo podemos ni debemos desatarlo del problema general de la revolución democrática española. Además, la separación por la separación es una idea reaccionaria ya que, en nuestro caso concreto, Cataluña, constituyéndose en Estado independiente, saldría de una órbita de explotación nacional para caer dentro de otra igual o peor. Una tal «genial solución» ya ha asomado la oreja varias veces». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)
Comorera defendería que Cataluña era una nación, que debía respetarse su idiosincrasia, su soberanía nacional, pero en cada ocasión declaraba que la mejor solución para Cataluña era pasar a formar parte libre y voluntariamente de una República Federal de Pueblos Hispánicos:
«Cataluña es una nación. Pero Cataluña no puede aislarse. La tesis de que Cataluña puede resolver su problema nacional como un caso particular, desentendiéndose y hasta en oposición al problema general del imperialismo y de la lucha del proletariado, es reaccionaria. Por este camino se va a la exageración negativa de las peculiaridades nacionales, a un nacionalismo local obtuso. ¡Por este camino no se va hacia la liberación social y nacional, sino a una mayor opresión y vejación! (...) Por tanto, camaradas, el camino a seguir para Cataluña no ofrece dudas. Únicamente la República Popular de España dirigida por la clase obrera permitirá a Cataluña el pleno y libre ejercicio de su derecho de autodeterminación. Únicamente la República Popular de España dirigida por la clase obrera, garantizará el respeto estricto y absoluto a la expresión de su voluntad soberana. (…) Y esta República Popular dirigida por la clase obrera, sólo la podrá conseguir Cataluña luchando en fraternal unión con los otros pueblos hispánicos». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional de Cataluña, 1940)
Este artículo aparecó en «Nuestra Bandera» Nº4 de 1940, que era el periódico del PCE liderado por José Díaz, por lo tanto se da a entender, que al menos buena parte del PCE coincidía con las tesis de Comorera sobre Cataluña.
Lejos de ser como presentarían a Comorera luego en 1949 el binomio revisionista Ibárruri y Carrillo, de «nacionalista pequeño burgués» incluso de «titoista», el comunista catalán fue un abierto crítico del titoismo y del nacionalismo catalán burgués y pequeño burgués, al cual dedicó ríos de tinta por jugar con la cuestión nacional:
«El interés de clase prima por encima de cualquier otro interés. Y todos los elementos que intervienen en la vida colectiva son utilizados con el objetivo único de asegurar el dominio de clase, el monopolio del Estado, instrumento de la clase dominante. Para la burguesía el problema nacional, allí donde éste existe, es materia especulativa; se sirve de ella si así conviene momentáneamente a su interés de clase o se reniega de ella cuando lo pone en peligro. Y como el interés de clase capitalista es incompatible con el interés nacional la burguesía termina siempre por traicionar a la nación. (…) Como clase y castas gobernantes que continúan la tradición de la guerra: para mantener sus privilegios han convertido en moneda de cambio la independencia y la soberanía nacional. Y como políticos e «ideólogos» inventan filosofías y teorías, cuyo único objetivo es sembrar la confusión en las masas populares, dividir la clase obrera y movilizar a la opinión contra los partidos comunistas. (...) Con las patrañas hipócritas de las terceras fuerzas y principios puros y conductas impuras no se va más que al deshonor y a nuevas derrotas». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)
Advirtió siempre al proletariado catalán sobre aquellas posturas «marxistas» que anteponen la cuestión nacional a la cuestión de clase:
«No siempre la defensa de la nación imperialista o no soberana coincide con los intereses fundamentales de la clase obrera. En este caso, compañeros, y esto debe quedar bien claro, prima siempre el derecho de la clase obrera. Para Marx no ofrecía ninguna duda esta subordinación del problema nacional al problema obrero. Olvidar esto nos llevaría fácilmente al campo del nacionalismo pequeño burgués, a la aceptación de la tesis de la «comunidad de destino», tesis apreciada por los nacionalistas y por muchos sectores socialdemócratas. No existe una «comunidad de destino» en la nación, ya sea esta soberana o dependiente. Puede existir una coincidencia momentánea para la consecución de un objetivo común. Pero, nada más, pues «en cada nación moderna hay dos naciones», nos ha dicho Lenin. La nación burguesa que históricamente desaparecerá y la nación proletaria que históricamente debe ascender al poder político y económico, el ejercicio de su propia dictadura para forjar el mundo nuevo en el que sí que habrá una «comunidad de destino». La burguesía de cada país se basó en el problema nacional con el fin de engañar a los obreros, para embrutecer a los campesinos, para envenenar a la pequeña burguesía. La clase obrera de cada país se basa en el problema nacional para llevar adelante la revolución, para resolver conjuntamente con el problema nacional el de su dictadura. (…) Es natural y necesario, pues, que el derecho de la clase obrera tenga preferencia sobre el derecho nacional, cuando la opción nos sea planteada de manera objetiva y concreta». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)
Reconocer esto no excluye que olvidemos los límites de la II República de 1931-1936 ni los diversos gobiernos de coalición antifascista que hubo durante la guerra 1936-1939, donde pese a que hubo un avance, como advertía Comorera, no se solucionaron los problemas de la cuestión nacional:
«¿Hay que esperar un retorno puro y simple del Estatuto? La experiencia histórica nos demuestra que no. (…) El Estatuto suprimido por los fascistas, está superado, como lo está la Mancomunidad, disuelta por Primo de Rivera. La experiencia del Estatuto ha sido, además, negativa. Un año de enorme apasionamiento político acabó con un estatuto inferior al convenido en el Pacto de San Sebastián. Aprobado en el año 1932, el estatuto no podía todavía aplicarse íntegramente hasta el año 1939. La burocracia centralista con la benevolencia más o menos disimulada de todos los gobiernos centrales, saboteó con éxito el traspaso de los servicios y la financiación. Servicios fundamentales ya traspasados que fueron retomados por el Estado Central con pretexto o sin él. Y en contraste manifiesto, durante la guerra, las clausulas lingüísticas, culturales y económicas del Estatuto iban a ser ampliadas por iniciativa de la clase obrera y por imposición del conjunto de las masas catalana. El Estatuto va a ser la expresión de un periodo de hegemonía republicano-socialista en España, y republicano-anarquista en Cataluña». (Joan Comorera. La línea nacional del PSUC; Ponencia presentada en el Comité Central del PSUC, que se aprobó en la reunión de finales de abril de 1939. En junio era también aprobada por el Secretariado de la Internacional Comunista, 1939)
¿Cuál debe de ser la postura de los comunistas catalanes y de los comunistas castellanos? La misma que ya expuso Comorera y aprobó la Internacional Comunista:
«Es justo que el PCE defienda de manera resuelta y pública el derecho de Cataluña a separarse totalmente de España. Es justo que el PSUC diga que en la reivindicación y ejecución de sus derechos nacionales, Cataluña ha de reafirmar su unión con los otros pueblos de España. (… ) La madurez se dará ahora, pues las etapas del movimiento nacional catalán son bien claras. Solidaritat Catalana, Mancomunidad, Estatuto, República catalana. El PSUC por consiguiente, opina que su línea nacional será formulada de este modo: Cataluña lucha por una República Catalana, por una República Española creada por la unión libre de las Repúblicas, iguales en derechos». (Joan Comorera. La línea nacional del PSUC; Ponencia presentada en el Comité Central del PSUC, que se aprobó en la reunión de finales de abril de 1939. En junio era también aprobada por el Secretariado de la Internacional Comunista, 1939)
Esta postura es singularmente cómico para aquellos «comunistas» que siempre necesitan el «sello de aprobación» con el argumento de autoridad de alguna figura o institución para posicionarse, defecto, que demuestra que no saben pensar solos, y que deben recurrir a otros que ya trataron de resolver el problema antes que ellos.
Y puesto que ambos subyacen bajo un régimen capitalista, no debemos olvidar tanto entre los obreros de la nación oprimida como entre los obreros de la nación opresora que:
«Como decía Comorera hay que barrer esta psicología de la aristocracia obrera de venderse a la oligarquía nacionalista por unas migajas y conformarse con un par de cambios superficiales que pretendan decir que luchan por la soberanía nacional, hay que apartar a los monaguillos revisionistas que van haciendo publicidad de las asociaciones oportunistas, pseudopatrióticas y proimperialistas». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)
En los años 60 nacería el PCE (m-l), precisamente como reacción a la traición de la dirección del PCE Carrillo-Ibárruri a las ideas más básicas del comunismo. Para este nuevo partido la postura inicial sobre la cuestión nacional sería la siguiente:
«España constituye actualmente UNA nación, y no una pluralidad de naciones unidas tan solo por la existencia de un aparato estatal único y centralizado, como equivocadamente creen algunos. Eso no excluye en modo alguno la existencia de una serie de regiones con ciertas particularidades nacionales más o menos acusadas, a las que se denomina nacionalidades». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)
En este documento no se expresa en ningún momento en el tono y estilo del PCE de José Díaz, ni mucho menos de las tesis de Comorera. En ese documento, asimismo, ni mucho menos se habla del derecho de estos pueblos a optar por la independencia estatal. Por esto, el análisis de la cuestión nacional realizado por el PCE (m-l) durante sus tiempos de infancia suponía un atraso evidente para el movimiento obrero. Este punto es vital para este tema concreto, sobre todo si tenemos en cuenta que en poco tiempo, el PCE (m-l) rectificaría esta postura.
Este trabajo del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional corrió a cargo de Lorenzo Peña como él mismo reconoce:
«El folleto Acerca del problema de las nacionalidades en España, escrito por mí en 1968 –en su primera versión–, fue publicado después –en 1968 o 1969– por las Ediciones Vanguardia Obrera –como un Cuaderno Marxista-Leninista: Suplemento a Revolución Española, Nº 1–. El comité ejecutivo aceptó publicarlo habiéndolo podado y expurgado. Varios fragmentos se eliminaron». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
Debe decirse que las concepciones políticas de Lorenzo Peña eran desviaciones que en la mayoría de casos estaban bastante más a la derecha que la línea oficial del partido. Dado que no podía imponer su visión en diversos campos, las desavenencias y la frustración hicieron que abandonase el partido en 1972. De hecho, pronto él mismo navegaría en aguas abiertamente socialdemócratas, como veremos en otro capítulo.
Merece la pena repasar este texto porque hoy existen líneas políticas de partidos revisionistas que han adoptado líneas similares.
Todo el texto está destinado a argumentar directa o indirectamente que España era una nación compacta, y que no existían otras naciones contenidas en ella, y que por tanto, indirectamente se daba a entender que no se debía hablar del derecho a separación de estos pueblos, derecho que como ya se ha dicho, no se contempla en ningún momento.
Para argumentar tal idea se dejaban caer diversos argumentos altamente confusos. Por ejemplo, se dice:
¿Lorenzo Peña consideraba acaso que estas zonas no eran naciones ya que en las regiones con particularidades nacionales el idioma castellano no era desconocido? Sí, eso es cierto. ¡Vaya sorpresa! ¿Quizás por qué Castilla, como reino predominante intentó asimilar al resto de zonas reconquistadas a los otros reinos cristianos o musulmanes que fueron unificando pacíficamente o por la fuerza desde el siglo XII? ¿Quizás por la represión reciente en aquellos tiempos después de pasar la terrible dictadura de Primo de Rivera? Después Peña cita que el gallego, catalán y sobre todo el euskera eran idiomas en descenso. Insistimos. ¿Acaso es lícito considerar que tras treinta años de fascismo donde el euskera se redujo eso supone el fin de una nación? Tampoco valdría como argumento. Es más, como se vería después con el fin del franquismo y gracias a las libertades del régimen posterior de índole democrático-burgués y en concreto al Estatuto Vasco de Autonomía de 1979, en cuanto el euskera tuvo una cooficialidad se fue extendiendo notablemente, así como el gallego, ni que decir del catalán, que como reconoce en el texto el propio Peña, ya era hablado perfectamente por la mayoría de catalanes.
Los ecuatorianos y españoles hablan el castellano, pero no son una misma nación, en cambio los catalanes pueden conocer el castellano pero suelen hablar en catalán y no son parte de la nación castellana o española. Extrapolado a otro ejemplo: un ucraniano en la época de Lenin o un polaco, podía saber ruso, hoy pasa igual por la influencia de la URSS y las relaciones comerciales de Rusia con sus vecinos, pero la mayoría sabe mejor o directamente solo conoce su idioma original: el ucraniano o polaco, ninguno forman parte de la nación rusa por conocer el ruso. De hecho el sistema actual de autonomías, demuestra, que en cuanto hay una leve prebenda en la cuestión lingüística, los ciudadanos de las minorías nacionales del Estado –catalanes–, eligen a sus representantes, que toman una política proactiva de defensa y promoción de su lengua –el catalán–, que pone al idioma oficial del estado –el castellano– como cooficial, pero su estatus social acaba por detrás de la lengua materna en instituciones y calle. Lo que indica la plena identificación con su lengua de estos pueblos.
«Dentro de España, las tres regiones con particularidades nacionales más destacadas –Cataluña, Euzkadi y Galicia– suman –censo de 1960– unos ocho millones de habitantes. Valencia y Baleares suman cerca de tres millones de habitantes. En total, unos once millones, el 35'7 por ciento de la población española según el censo –30 millones y medio de habitantes–». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)
Bajo esta teoría Lorenzo Peña nos quiere vender sin decirlo abiertamente, que a base de recuentos demográficos, podríamos tipificar que Cataluña, Euskadi y Galicia no serían constituyentes como naciones, porque tendrían poca población respecto al resto de España. Como si el número fuese decisivo ¿Acaso no existen naciones de pleno derecho con poblaciones de poco más de un millón de personas? Preguntamos.
«En la actualidad se puede calcular que la población española se aproxima a los treinta y tres millones y que la población de Cataluña, Euzkadi y Galicia tomadas en su conjunto es de unos nueve millones, un 28 por ciento de la nacional. Sin embargo, hay que tener en cuenta que ya antes de nuestra guerra nacional revolucionaria contra el fascismo, el proletariado de Cataluña no estaba formado exclusivamente por catalanes sino también, aunque entonces muy minoritariamente, por inmigrados de otras regiones. (…) Por su lado, el proletariado de Euzkadi estaba formado en buena parte, ya antes de la guerra, por castellanos, gallegos, etc. Y desde 1941 se ha visto engrosado con unos 200.000 inmigrados de otras regiones». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)
De igual modo afirma, con un argumento extraño y no se sabe muy bien con qué fin. ¿Los emigrantes del resto de España hacia estas regiones seguirían siendo «extranjeros»? Como si los proletarios andaluces, murcianos, mozambiqueños, sirios o franceses, siguieran siendo de estas regiones o naciones pasadas décadas y generaciones completas, como si mágicamente, en Cataluña a diferencia del resto de territorios, este proletariado emigrante y sus generaciones venideras no sufrieran una transformación y asimilación de la zona donde residen. No puede existir una argumentación más metafísica.
Para entender los argumentos tan disparatados que aquí se anuncian, podríamos hablar de los desconocimientos históricos y económicos del autor, del chovinismo castellano que rezuman ciertos comentarios, de la influencia directa del maoísmo en sus textos y el déficit que eso significaba a la hora de aplicar el materialismo dialéctico a la cuestión nacional. Pero además de todo ello, se evidencia cómo el partido, secuestrado por la nefasta teoría metafísica de que la burguesía no podría mutar del fascismo hacia el democratismo-burgués, repercutía en adelantar erróneamente lo que podría ocurrir a estos pueblos bajo un régimen postfranquista. Si la asimilación cultural hubiese durado más siglos, de forma continuada, los rasgos nacionales de estos pueblos quedarían ocultos de la superficie, de forma que la conciencia nacional de estos pueblos podría ser dañada. Pero ni si quiera esto elimina la existencia de los factores que hacen nación a una nación. El ejemplo más claro es Galicia, donde existen rasgos nacionales pero no una conciencia nacional, no por casualidad es una de las regiones donde las fuerzas más tenebrosas del país tienen un gran apoyo político, donde los partidos «constitucionalistas» y «españolistas» de derecha tienen un fuerte apoyo político, y donde el nacionalismo gallego es residual todavía.
Al no considerar posible la idea de que la burguesía pudiera evolucionar hacia una monarquía parlamentaria, y otorgar ciertos derechos de importancia a estos pueblos oprimidos nacionalmente, se quedaron desfasados ante los acontecimientos que se sucedieron a no mucho tardar:
«En primer lugar, podría pensarse en una continuación de la dictadura de la oligarquía, pero con modificación de sus formas de poder. (...) Es evidente que un régimen neofranquista, regido por el borbónico parásito Juan Carlos. (...) Un régimen de ese tipo no concedería más que, en el mejor de los casos, un restablecimiento de la mancomunidad de diputaciones provinciales, o algo muy parecido y totalmente insulso». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1969)
Efectivamente: estos pueblos con la monarquía parlamentaria juancarlista no han obtenido completamente sus derechos nacionales, pero tampoco se puede negar que ha habido una ampliación de sus derechos y libertades. Comparar el actual Estatuto de Cataluña de 1979 con la Mancomunidad de Cataluña de 1914-1925 como anunciaba Lorenzo Peña es por completo absurdo. Nadie en su sano juicio podría comparar tampoco la situación actual de Cataluña y los catalanes con la de la época fascista que España padeció bajo la bota del franquismo. En la actualidad sólo los palmeros de la propaganda del nacionalismo catalán podrían proponer contra toda evidencia que existe algo así. Claro es que pese a las limitaciones democrático-burguesas que en la actualidad existen para que Cataluña ejerza su libertad, su situación es exponencialmente distinta a la de otras épocas. Vale decir que la limitación de las libertades es algo común dentro de cualquier régimen democrático-burgués y más aún en aquellos estados que contienen más de una identidad nacional. Como muestra un detalle. Solo hay que recordar que la afamada II República Española (1931-1936). En el artículo 4 de su Constitución de 1931, si bien no prohibía la enseñanza de las «lenguas regionales», no reconocía al gallego, catalán o vasco como cooficiales junto al castellano, a diferencia de lo que ocurre en la Constitución de 1978 en el artículo 3 que incluso las considera «patrimonio cultural» que será objeto de especial «respeto y protección».
La exposición de Lorenzo Peña en este panfleto sobre la cuestión nacional expresa una visión con ciertos tonos chovinistas españoles o si se prefiere, castellanos. Unas ideas sobre la cuestión nacional ligados a resabios de un viejo pensamiento socialdemócrata español sobre la cuestión nacional, con las limitaciones que eso implica:
«Los problemas nacionales de Europa han sido y son un factor revolucionario de lucha contra el imperialismo. En la medida en que los partidos de la II Internacional degeneraron en partidos de «reformas sociales», se apartaban de la lucha de clases, renegaban de la dictadura del proletariado, pasaban a las filas de la contrarrevolución, la cuestión nacional que en un principio anunciaban vagamente, se transformó en instrumento «ideológico» de subordinación nacional al Imperialismo. (…) Nuestra experiencia es suficiente para conocer a fondo la posición práctica de los socialdemócratas en la cuestión nacional. El Partido Socialista Obrero Español, ha combatido a sangre y fuego a Cataluña y Euzkadi, las dos nacionalidades históricas oprimidas y que han llegado a la madurez nacional». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional de Cataluña, 1940)
Tras la salida de Peña en 1972, la postura del PCE (m-l) en la cuestión nacional fue evolucionando y distanciándose en parte de sus errores tempraneros:
«Años después el PCEml publicará otro folleto titulado «El problema de las nacionalidades en el marco de la revolución en España» Ediciones «Vanguardia Obrera» de 1977, donde se han refundido párrafos y hasta páginas enteras de mi texto de 1968; pero esas partes, escritas por mí, han sido troceadas para ser insertadas en un contexto que les es ajeno y que resulta incompatible». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
Ya incluso en 1971 se rectificaron las posturas del folleto de Lorenzo Peña de 1969. En una publicación del FRAP, el frente promovido por el PCE (m-l) podemos leer:
«El FRAP considera que son los propios pueblos de las nacionalidades quienes deben elegir libremente y sin intervención exterior alguna su propio destino; que el pueblo de cada nacionalidad debe tener la libertad de unirse o separarse del resto de los pueblos de España». (¡Acción!; Comité Pro-Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, Nº5, mayo, 1972)
También en las publicaciones de los Comités Antiimperialistas Revolucionarios (CAR) comentaba sobre la cuestión nacional:
«Es cierto que a los obreros nos interesa estar unidos, unirnos todos en la lucha. Y es precisamente para que esta unidad sea real, por lo que no podemos imponerla por la fuerza. Precisamente porque las minorías nacionales han sido oprimidas en lo que constituye su manera de ser, porque se les han impuesto lengua, cultura, costumbres y leyes que no son las suyas, no podemos nosotros emplear la violencia en este terreno. Nosotros queremos la unidad, sí; pero que no la imponga por la fuerza una nación sobre otra; queremos una unidad en que sean respetadas las diferencias que hay entre pueblos. El primer derecho de un pueblo es el de disponer libremente de sí mismo». (Comités Antiimperialistas Revolucionarios, Nº35, mayo-junio, 1971)
Sobre estos CAR debido a la falta de información hay dudas sobre si era una organización independiente o una organización satélite del PCE (m-l) –como las ramificaciones juvenil, femenina y sindical, o los frentes creados del FRAP y la Convención Republicana–, aunque los testigos directo reclaman que sí. De hecho los CAR tiempo después se integraron en el FRAP. Leyendo sus publicaciones se puede detectar un lenguaje calcado al utilizado por el partido, por lo que hay pocas dudas de que se trata de lo segundo, siendo así esta posición de los CAR sobre la cuestión nacional extensible al propio PCE (m-l), o al menos a un sector importante que llegaba a extender sus ideas en los frentes que manejaba el partido.
La propuesta del PCE (m-l) destacaba en aquellos años por apelar a la directa independencia de territorios colonizados, mientras que para el resto de los territorios con «particularidades» proponía el derecho a secesión, aunque deseaba –retomando como los republicanos y progresistas del siglo XIX– la idea de la integración voluntaria en un modelo federalista para las regiones peninsulares:
«Derecho para los pueblos de las distintas nacionalidades de España, de decidir sus propios destinos. El partido teniendo en cuenta los intereses de todos los pueblos de España, propugna para las distintas nacionalidades un régimen de auténtica y real igualdad de derechos y deberes, en el marco de la República Democrática Popular y Federativa. (…) Evacuación de las tropas españolas y del aparato administrativo colonial que la dictadura tiene establecido en los territorios de África que hoy ocupa. Devolución a sus respectivos pueblos, de estos territorios». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Línea política y programa, 1973)
En la declaración fundacional de la Convención Republicana de los Pueblos de España (CRPE), otro frente creado por el PCE (M-L) a calificar a España como un Estado multinacional:
«La convención reafirma el hecho histórico del carácter multinacional del Estado Español». (¡Acción!; Frente Revolucionarios Antifascista y Patriota, Nº34, 1976)
El PCE (m-l) oficialmente nunca dejó de considerar en sus siguientes publicaciones que España era una sola nación:
«Resulta innegable para cualquier persona mínimamente conocedora de la historia de España y de su realidad actual, que las distintas regiones y pueblos de España constituyen indiscutiblemente un Estado y una nación llamada España». (Elena Ódena; ¿Autonomías o reinos de taifas?, 1979)
Esto mostraba una indudable confusión sobre la cuestión nacional, diciendo una cosa bajo tu frente y otra bajo tu denominación oficial.
Pero en esta época, siempre en otros comentarios del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional, pese a no considerar a España un Estado multinacional, se tenía en cuenta ya el derecho a la independencia de las regiones con innegables movimientos nacionalistas:
«El pueblo vasco, al igual que los demás pueblos de España carecen todavía de los derechos y las libertades necesarias para poder pronunciarse libremente en relación con el derecho a la autodeterminación, e incluido el derecho a la independencia, preconizada por algunos sectores vasquistas». (Elena Ódena; El estatuto de Guernica o el consenso con salsa vasca, 1979)
En líneas generales se mantiene estático el concepto de que estas regiones no son naciones como tales, pero extrañamente se evoluciona hasta contemplarse que estos pueblos tenían en el ejercicio del derecho de autodeterminación, y como tal, el derecho a la independencia. Algo contradictorio, pero que suponía un avance frente a las viejas concepciones.
«Estamos por el derecho democrático a la autodeterminación hasta sus últimas consecuencias, la independencia, siempre que el pueblo, libremente así lo exprese. Pero como toda fuerza política, defendemos y luchamos por una opción propia. Nuestra opción, la opción de los comunistas marxista-leninistas, la opción que más interesa a la clase obrera y al pueblo es la República Popular y Federativa. (…) Denunciamos y combatimos el actual centralismo, heredado directamente del franquismo, que se ha disfrazado de tómbola autonómica, en que, sólo se han visto beneficiados los intereses oligárquicos y burgueses del PNV. (…) Denunciamos y combatimos también el separatismo a ultranza, base política y objetivo confeso de ETA, así como sus métodos y actividades terroristas». (Vanguardia Obrera; Nº436, 1983)
Por supuesto eso no significaba que el PCE (m-l) pasase a apoyar la idea de que lo mejor para estos pueblos era la secesión como hacían algunas agrupaciones nacionalistas, sino que ella era una opción que respetarían si los pueblos libremente tomaban dicho camino, pero que su objetivo era en cambio, trabajar, comprender y respetar la idiosincrasia de dichos pueblos para poder lograr una unidad efectiva y armoniosa entre ellos. Por ejemplo, en el artículo: «El separatismo de ETA hace el juego a la reacción». O en el artículo: «La muerte de Txomin. El nacionalismo, única ideología de ETA», donde se reiteraba:
«Más recientemente, el discurso de ETA se ha inclinado por hablar de autodeterminación, tomando el concepto del marxismo. Bien, en eso podemos estar de acuerdo. Los marxista-leninistas estamos por la autodeterminación de Euskadi desde mucho antes de la existencia de ETA. Pero mientras para el nacionalismo no hay otra salida a la autodeterminación que la separación y la independencia, los marxista-leninistas propugnamos la solución federativa y republicana como más conveniente a los intereses del proletariado de todo el Estado. Sin embargo, si el pueblo vasco opta por la independencia, respetaríamos tal decisión». (Vanguardia Obrera, Nº 581, 1987)
En el artículo: «Combatir el nacionalismo, fortalecer las posiciones de clase del partido» de 1984 se escribía claramente para no dejar atisbo de duda de la diferencia entre el PCE (m-l) y el resto de organizaciones sobre la cuestión nacional:
«Nuestro partido tiene su ideología propia y diferenciada, la del proletariado, y sus posiciones políticas y tácticas de lucha adecuadas. Insistir en la lucha, pelear con uñas y dientes por arrebatar al nacionalismo y a la socialdemocracia su influencia en la clase obrera y el pueblo». (Vanguardia Obrera; Nº452, 1984)
Así se explicaba la interrelación entre la cuestión nacional y la lucha por los derechos democráticos dentro del régimen democrático-burgués:
«Uno de los objetivos que podemos plantear también, junto a la cuestión de las nacionalidades, es el derecho a la autodeterminación, que es también otro aspecto en el que podemos confluir parcialmente y quizá, transitoriamente, con algunas fuerzas de tipo nacionalista, y que supone un aspecto importantísimo, concretamente en Galicia, Cataluña y Euskadi. Creemos que nosotros debemos de ser los que encabecemos a nivel de todo el Estado, en toda España, el principio de que este derecho de autodeterminación no solamente incumbe a esos pueblos y constituye un hecho democratizante para esos pueblos, sino que es un hecho democratizante y progresista para el conjunto de los pueblos de España. El defender estos derechos, el defender, por ejemplo, la cultura de esos pueblos, la lengua y todos sus derechos, también constituye un elemento progresista y democratizante para todos los pueblos de España, y también constituye un elemento para ir forjando en el pueblo la idea de la unidad del pueblo y no de la división de los pueblos de España». (Elena Ódena; Sobre la táctica unitaria del partido; Intervención en el IIº Pleno del Comité Central del IVº Congreso del PCE (m-l), 1985)
Por tanto:
«Dados los estrechos lazos históricos, geográficos, económicos, culturales y sociales existentes desde hace ya siglos entre los pueblos de Cataluña, Euskadi, Galicia y los del resto de España, y los intereses comunes así creados, resulta evidente que en el momento en que, después de derrocada la dictadura y expulsado el ocupante yanqui, esos pueblos puedan libremente decidir de sus propios destinos, lo harán permaneciendo unidos de manera autónoma en el Estado español, popular y federativo». (Elena Ódena; ¿Qué fuerzas deben formar el frente?; Serie de artículos publicados desde el número 43 al 54 de Vanguardia Obrera, mayo de 1969 a febrero de 1971)
Paradójicamente, tiempo después, a finales de los 80 y con la muerte de Elena Ódena, el PCE (m-l) pasó a hacerle el juego a formaciones nacionalistas pequeñoburguesas como Herri Batasuna, incluso pedir el voto por ella, sin realizar ninguna crítica ideológica como veremos más adelante.
El PCE (m-l) seguía negándose a reconocer que España no estaba compuesta únicamente por una nación y varias nacionalidades, sino por más de una nación. Como se anota en sus memorias, Lorenzo Peña conocía la figura de Joan Comorera, y no sabemos si él y el resto de dirigentes del PCE (m-l) desconocían o boicotearon su pensamiento adrede, porque desde luego no comulgaban al 100% con su pensamiento en su trato hacia la cuestión nacional. La pregunta es, si las tesis de Vilar eran mucho más conocidas y mantenía una estrecha relación con el partido como se mostraba en «Vanguardia Obrera», y llegando a escribir a su muerte una introducción a sus obras, ¿por qué tampoco se aceptaron las tesis de Villar sobre la cuestión nacional en el PCE (m-l)? Sin duda su concepción nacional era mucho más acertada que la de Ódena/Marco e infinitamente más que las de Lorenzo Peña.
Lo cierto es que el PCE (m-l) con dicha intransigencia jamás tuvo una postura científica sobre el problema nacional en España, a falta de mejores teóricos dejó todo su entramado en un pseudomarxista con ínfulas de experto como Lorenzo Peña. Sus principales dirigentes posteriores no comprendieron tampoco que los cambios que se habían dado como consecuencia de la cristalización de particularidades mucho mayores de las que se creían a priori; la evidente consolidación de la identidad nacional como podía ser en el caso de Euskadi o Cataluña, no eran exageraciones, sino una evidencia viva visto en: el desarrollo e influencia política del nacionalismo de esas zonas, el auge cultural del catalanismo/vasquismo, la expansión del idioma, incluso a consecuencia de la consolidación del nacionalismo en los núcleos originarios, se volvería más agresivo reivindicando antiguas zonas territoriales de influencia –véase el nacionalismo catalán con la idea de los «Països Catalans» y el nacionalismo vasco con «Euskal Herria»–. Los panfletos del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional al no tener en cuenta todos estos cambios, implicaba no poder granjearse nunca en estas zonas al proletariado, que siempre cayó preso de las asociaciones nacionalistas, ya que no entendían el discurso del PCE (m-l), y entre algunos trabajadores de hondos sentimientos nacionales, veían negados las opciones de sus derechos nacionales, como era por ejemplo el derecho a constituirse libremente como Estado. Esto lejos de unirlos con el PCE (m-l), los hacía continuar siendo presos de la demagogia nacionalista.
Actualmente es imposible negar que:
«Queda claro que lo que Cataluña ha sufrido desde hace siglos por ende su propia consolidación identitaria como nación pese a la dominación castellana y los intentos de asimilación, es una opresión nacional pero no colonial, que se ha visto más agudizada en periodos históricos con la irrupción de los borbones, con Primo de Rivera o durante el franquismo, pero jamás ha sido nada parecido a una colonia, es más la burguesía catalana ha colaborado en estrecha coordinación con la castellana/española para sacar tajada incluso en estos periodos de mayor represión, y las pugnas con ella ha sido sobre cuestiones más económicas y fiscales que de otra índole». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)
Por si el lector está interesado en el tema en el documento antes citado expusimos extensamente los errores tantos de los independistas catalanes como de los chovinistas españoles en cuanto a la evolución histórica de Cataluña. En este documento no explicaremos de nuevo tal cuestión.
Este triste personaje que es Lorenzo Peña, en la actualidad niega el principio federal como solución para los pueblos hispánicos argumentando que:
«El modelo federal sería una agravación de esa desigualdad que ya está establecida y además introduciría de soslayo esas entidades puramente artificiales salidas de la nada. (…) Yo prefiero el modelo jacobino francés, que es centralista». (Crónica Popular; Entrevista de Sergio Camarasa a Lorenzo Peña, 8 diciembre de 2014)
Lorenzo Peña, apuntándose al revisionismo histórico de otros intelectuales de izquierda, se ha apuntado a la moda de deformar el marxismo y su evolución afirmando que está restaurando la verdad histórica del marxismo sobre la cuestión nacional. Pero solo cuenta una parte de la película.
Se presupone que el modelo autonómico español actual de organización del territorio es algo intermedio entre el federalismo y el unitarismo.
«Hay dos puntos que distinguen a un Estado federal de un Estado unitario, a saber: que cada Estado integrante de la federación tiene su propia legislación civil y criminal y su propia organización judicial, y que, además de la Cámara popular, existe una Cámara federal en la que vota como tal cada cantón, sea grande o pequeño». (Friedrich Engels; Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata, 1891)
Algunos podrían no ver muchas diferencias entre el autonómico y el federalismo. Pero hay una diferencia fundamental entre el modelo territorial organizativo federalista y el de las autonomías. El modelo autonómico español otorga autonomía para las regiones, pero niega la soberanía y libertad de como se quieren articular desde el principio. Es decir es una autonomía otorgada desde el Estado central, no debatida: impuesta. Exactamente como el modelo unitario que se suele caracterizar por imponer una uniformidad no por consenso sino por coacción. El modelo federal que han defendido las organizaciones revolucionarias históricamente es todo lo contrario, presupone simplemente: un libre ejercicio de los destinos de los pueblos.
Sobre los errores producidos con el modelo autonómico como la desigualdad territorial debemos decir que ello no es producto en sí del modelo sino del sistema de relaciones de producción capitalista, ya que esto ocurre sin distinción en todos los países más allá del modelo que adopten, es una ley inherente al sistema económico, si la división internacional del trabajo conlleva una desigualdad entre países, a menor escala sucede lo mismo en las regiones internas de un Estado capitalista. El hecho de que Lorenzo Peña achaque este fenómeno al modelo territorial de las autonomías solo puede ser una confirmación más de que ya hace mucho tiempo desertó de las filas marxistas.
También es correcto que el actual modelo tiene errores de base como la división territorial artificiosa, pero precisamente los principales valedores del federalismo español como Pi y Margall ya denunciaban esto. Véase la denuncia sobre la división territorial administrativa de 1833, de la cual han partido una mayor fragmentación de territorios en provincias por motivos meramente administrativos, por contentar o equilibrar desfases en otras regiones, etc.
Por otro lado aquello que comenta aquí Lorenzo Peña de que desea mejor implantar una república centralista unitaria para España, de aplicarse actualmente solo sería estimular más las voces independentistas en las distintas zonas de la península y fuera de ella. Una idea suicida. Los bolcheviques eran los más acérrimos enemigos del federalismo ya que consideraban que lastraban la unificación del proletariado, podía proliferar la mentalidad localista y desconectar económicamente a las regiones. Este fue el pensamiento general del marxismo viendo los resultados históricos del federalismo burgués y de los movimientos federalistas pequeño burgueses como el anarquismo. Pero fue así hasta que los bolcheviques, antiguos antifederalistas, reconsideraron dicha postura en 1917 como nos explica Stalin, entendiendo que no se podía ignorar la cuestión nacional, ya que era una cuestión social real que no se podía saltar sin más, y que para lograr una unificación futura de todo el proletariado, el federalismo era un principio válido para el marxismo, un puente para amortiguar las diferencias nacionales, tejer lazos de amistad y unión:
«En el libro de Lenin «El Estado y la revolución» de agosto de 1917, el partido, en la persona de Lenin, da el primer paso serio hacia el reconocimiento de la admisibilidad de la federación como forma transitoria «hacia una república centralizada». (…) Esta evolución del punto de vista de nuestro partido en cuanto a la federación estatal obedece a tres causas. Primera causa: al estallar la Revolución de Octubre, muchas nacionalidades de Rusia se encontraban, de hecho, completamente separadas y aisladas unas de otras, y por ello la federación resultó ser un paso adelante para acercar, para unir a las aisladas masas trabajadoras de esas nacionalidades. Segunda causa: las formas mismas de federación que se perfilaron en el proceso de la construcción del régimen soviético no resultaron ser, ni mucho menos, tan contradictorias a los objetivos del acercamiento económico de las masas trabajadoras de las nacionalidades de Rusia como lo pareciera en un principio; más aún, resultó que no contradecían en absoluto a estos objetivos, como lo ha demostrado posteriormente la práctica. Tercera causa: el peso específico del movimiento nacional resultó ser mucho mayor y el camino hacia la unión de las naciones mucho más complejo de lo que pareciera antes, en el período anterior a la guerra o en el período precedente a la Revolución de Octubre». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Notas a la obra: Contra el federalismo de 1917, 1924)
El citado artículo de Lenin de 1918 es el siguiente:
«La República Soviética de Rusia se instituye sobre la base de la unión libre de naciones libres, como Federación de Repúblicas Soviéticas nacionales. (...) Al mismo tiempo, en su propósito de crear una alianza efectivamente libre y voluntaria y, por consiguiente, más estrecha y duradera entre las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, la Asamblea Constituyente limita su misión a estipular las bases fundamentales de la Federación de Repúblicas Soviéticas de Rusia, concediendo a los obreros y campesinos de cada nación la libertad de decidir con toda independencia, en su propio Congreso de los Soviets investido de plenos poderes, si desean, y en qué condiciones, participar en el gobierno federal y en las demás instituciones soviéticas federales». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado, 1918)
Algo por tanto lógico:
«Nuestros adversarios, aun los que menos parecen distar de nosotros, han llegado a creernos enemigos de la unidad; y conviene que entiendan que, si no admitimos la que nace de la fuerza, estamos decididamente por la que es hija del libre consentimiento, a nuestro entender el sólo vínculo racional entre los hombres». (Francisco Pi y Margall; Las regiones de España, 12 de diciembre de 1891)
En fin… para los anales de la historia quedarían las palabras de Pi y Margall contra los enemigos del federalismo:
«Es la federación el mejor de los sistemas, ya que une y es capaz de unir todos los pueblos de la tierra, sin que ninguno sufra quebranto de su libertad. Es la federación corona y remate de la obra liberal, ya que emancipa a la par de la nación las regiones y los municipios, hoy aún sujetos a la bárbara servidumbre. Es la federación la que mejor resuelve el problema colonial, ya que convierte las colonias en Estados autónomos sin disgregarlas de la metrópoli. La aconsejan en todas las partes la política, la razón, humanidad, el hombre; la aconsejan aquí, además, la índole y la constitución del reino. ¿Habrá pueblo más indicado para la federación que nuestra España, mezcla de razas, de idiomas, de leyes, de aptitudes y de tendencias? El establecimiento de la federación, se dice, podrá traer complicaciones. ¿Qué cambio político no las trajo? Unitaria, ¿dejaría la república de traerlas? La federación no es nueva en el mundo. Para establecerla no se ha de recorrer nuevas sendas. ¿Qué revolucionarios son además esos que se espantan ante las contingencias de la revolución?». (Francisco Pi y Margall; Lecciones de controversia federalista, [publicado post morten por su hijo Joaquín Pi i Arsuaga en 1931])
Estas palabras todavía resuenan.
¿Por qué el federalismo podría ser una opción viable para España? En esa línea Lenin comenta sobre el federalismo, que existiendo un claro caso de cuestión nacional, el federalismo no solo se puede contemplar, sino que es necesario:
«Engels, como Marx, defiende, desde el punto de vista del proletariado y de la revolución proletaria, el centralismo democrático, la república única e indivisa. Considera la república federativa, bien como excepción y como obstáculo para el desarrollo, o bien como transición de la monarquía a la república centralizada, como «un paso adelante» en determinadas circunstancias especiales. Y entre esas circunstancias especiales se destaca la cuestión nacional. (…) Hasta en Inglaterra, donde las condiciones geográficas, la comunidad de idioma y la historia de muchos siglos parece que debían haber «liquidado» la cuestión nacional en las distintas pequeñas divisiones territoriales del país, incluso aquí tiene en cuenta Engels el hecho evidente de que la cuestión nacional no ha sido superada aún, razón por la cual reconoce que la república federativa representa «un paso adelante». Se sobreentiende que en esto no hay ni sombra de renuncia a la crítica de los defectos de la república federativa, ni a la propaganda, ni a la lucha más decididas en pro de una república unitaria, de una república democrática centralizada». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la revolución, 1917)
¡¿Y acaso no se ve que en España tampoco se ha liquidado la cuestión nacional, que no ha sido superada aún?! Solo el mayor de los miopes políticos podría declarar eso cuando la cuestión nacional sigue ocupando una gran parte, sino la mayor parte de las noticias políticas relacionadas con España junto al tema de la corrupción.
Pero como se suele decir… «en el país de los ciegos, el tuerto es el rey»:
«La nación española es ya una realidad y se muestra así en todo el Estado, aunque bien es cierto que está compuesto por naciones como la catalana o la vasca, que por condiciones materiales han mantenido su identidad, idioma y coherencia en mayor o menor grado, aunque la descomposición es evidente». (De Acero, Revista teórica del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), Nº14, 2019)
RC se enreda. Primero afirma que España es una única nación, y luego en otros párrafos afirma que es una nación compuesta de otras naciones, cayendo en una contradicción de la cual no puede salir. Esta es la teoría oficial del Estado Español como se puede ver en las discusiones de la Constitución de 1978. El PCE de Carrillo, de la mano de Jordi Solé Tura, opinaba que:
«Se define, en consecuencia, que España es una nación de naciones, y éste es un término que no es extraño en nuestra reflexión política y teórica como han demostrado algunos historiadores». (Diario de sesiones del Congreso de diputados, Nº66, 1978)
Por supuesto, desde 1978 hasta ahora, ha habido historiadores oficialistas que han intentado hacer calar esta idea de nación de naciones entre la mente de los trabajadores, pero poco ha conseguido.
Desde el PSOE, salió Gregorio Peces-Barba Martínez al paso apoyando esta nueva tesis:
«La existencia de diversas naciones o nacionalidades no excluye, sino todo lo contrario, hace mucho más real y posible, la existencia de esa nación que para nosotros es fundamental, que es el cómputo y la absorción de todas las demás y que se llama España». (Diario de sesiones del Congreso de diputados, Nº66, 1978)
Esto significaba traicionar de paso lo que habían promulgado en el Congreso de 1974, cuando se abogaba por el «reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas que comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español».
Miquel Roca, dando voz a la Unión de Centro Democrático (UCD), reconocía que este era un término nuevo, inventado:
«Nación de naciones es un concepto nuevo, es un concepto –se dice– que no figura en otros Estados o que no figura en otras realidades, quizá sí; pero es que, señores, ayer ya se decía que nosotros tendremos que innovar». (Diario de sesiones del Congreso de diputados, Nº66, 1978)
Ciertamente era un término sacado de la manga por la burguesía española para negar el reconocimiento de estatus de nación hacia otros territorios, y por tanto, el libre derecho de ejercer la autodeterminación. Es decir se creó esta teoría para evitar tentativas secesionistas, ni más ni menos.
Sin duda aplaudimos la valentía que hay que un grupo autodenominado comunista afirme tesis similares a los padres de la constitución burguesa.
Así de golpe y porrazo RC se ha vuelto constitucionalista en cuanto a la cuestión nacional.
En segundo lugar, RC incluso teoriza que dentro de España, esas otras naciones menores están en «descomposición evidente»… RC califica de «naciones en decadencia», en un momento en que el nacionalismo vasco y catalán lleva teniendo la hegemonía política durante décadas, en el momento en que asistimos a los momentos más crudos del «procés catalán» con protestas y disturbios masivos que están siendo noticia en todo el mundo, ¡pero RC contra viento y marea se atreve a decir que la nación catalana lejos de ser una realidad, está en descomposición!
«Para justificar tan descomunal incongruencia, unos se ponen frenéticos para decirnos que de los Reyes Católicos a hoy, España es una e indivisible, que el problema catalán y el vasco y ahora el gallego, ha sido promovido, artificiosamente por los viajantes de tejidos o los accionistas de los altos hornos bilbaínos o determinados poetas esnobistas de Galicia. Otros cuando mucho, admiten la existencia de minúsculas diferencias «regionales», folklóricas, coloreadas por «dialectos» en decadencia y que en virtud de este nuevo esfuerzo intelectual no se oponen a cierto grado de autonomías administrativas bien entendidas que ni de cerca ni de lejos amenacen la integridad de la Patria. (…) Y no son pocos los que, sintiéndose, ultrarevolucionarios, superinternacionalistas, proclaman a voz en grito que los problemas nacionales de Cataluña, Euskadi y Galicia, de existir son reaccionarios, armas fabricadas por la iglesia y la burguesía para asegurar aquella la integridad de su dominio espiritual, para arrancar estos a los asustados gobiernos centrales más y más altos aranceles. Y aun afirman que esos «localismos» y «particularismos» estorban o imposibilitan la necesaria solidaridad de la clase obrera, ponen a ésta bajo la inspiración y las maniobras de la burguesía. Y que en nombre de un internacionalismo bien entendido, los pueblos débiles deben renunciar a su propia razón de ser y dejarse absorber por los pueblos más fuertes. Así los socialdemócratas alemanes decían a los checos: «renunciad a vuestra pobre personalidad que poco puede daros y aceptad la superior cultura alemana que os puede dar mucho». Hitler ha completado el argumento». (Joan Comorera; José Díaz y el problema nacional, 1942)
Cada día se confirma que Roberto Vaquero va camino de superar a fascistas vestidos de rojos como Santiago Armesilla. El despropósito de esta gente sobre la cuestión nacional y su chovinismo mal disimulado solo es inferior respecto al maestro de todos ellos: el gran filósofo y mejor charlatán Gustavo Bueno. No por casualidad todo aquel que rinde pleitesía a este mito, debe ser considerado un enajenado, al mismo nivel que aquellos que dicen ser marxistas pero recomiendan enfervorecidos a Schopenhauer, Sartre, Nieztsche o Bukowski.
Que los capitostes del nacionalismo hayan traficado con la soberanía nacional catalana, ahora pidiendo más autonomía, ahora pidiendo la independencia, luego teatralizando una «desconexión de España» y la fundación de una «república catalana» ficticia. Esto no significa que la nación catalana esté abocada a la «desaparición» y a ser «definitivamente absorbida» por España, más bien lo que nos demuestra la actualidad, es que pese a la incompetencia de los dirigentes nacionalistas para que Cataluña pueda ejercer su derecho a autodeterminación, la identidad nacional catalana ha prendido desde hace tiempo, y la tendencia va no hacia la unión sino hacia la disgregación de lo que hoy conocemos como España, y aunque a los comunistas nos gustaría la unión voluntaria de todos los pueblos hispánicos, la realidad es la que es, no la que nos gustaría, precisamente los gobiernos españoles históricamente no han hecho sino azuzar esta tendencia, y porque el catalanismo hace largo tiempo que también ha quedado maniatado por la burguesía, inoculando sus mitos propios. Pero hay más cosas que comentar. Los recientes abucheos y recriminaciones públicas del pueblo catalán hacia sus jefes: los Torra o los Rufián, los actos de repulsa hacia quienes condenaban las protestas tras animar desde la oficialidad del gobierno catalán a salir a protestar tras la sentencia del «procés», demuestran que hay una evidente brecha entre dirigentes y masa catalana, que ha habido un pequeño salto cualitativo entre los catalanes, incluido entre los independentistas, que se dan cuenta de la traición y el engaño sufridos. De igual modo, la brutalidad policial ejercida en Cataluña nuevamente contra un derecho democrático básico como es el derecho de autodeterminación de los pueblos, ha espoleado a muchos trabajadores de fuera de Cataluña ha empatizar y entender su lucha, como demostraron las concentraciones y protestas esporádicas en todos los puntos de España. Situaciones que como advertimos, no podrán ser bien encauzadas sino existe un partido proletario a uno y el otro lado del Ebro. Y es que como sabemos en el capitalismo, la cuestión nacional, tiene un problema estructural, donde las burguesía opresoras tratarán de usar la fuerza y la cultura de la traición para retener a la nación oprimida hasta que no vea rentable la inversión de tanto esfuerzo; mientras las burguesías oprimidas, tratarán de buscar concesiones momentáneas que le beneficien en un juego donde nunca se jugará el todo por el todo, donde solo se enfrenta a ella tímidamente cuando ve una oportunidad propicia, pero siempre dispuesta a la negociación y claudicación si el bolsillo y lo requiere, donde otras veces tratará de buscar soluciones utópicas que no llevan a ninguna parte. Por eso la única clase social consecuente con la nación es el proletariado, capaz defender consecuentemente a la nación, y la única capaz de comprender que ningún pueblo que oprime a otro puede ser libre.
Aquí hace nueva aparición nuestro personaje Roberto Vaquero, el cual, dentro del giro derechista que viene sufriendo su organización Reconstrucción Comunista (RC) con sus eslóganes nacionalistas abstractos, se queja de que:
«Cierta gente, porque muchos no son, se resiste a reconocer que España es una nación y atacan a todos los que reconocen a España como tal». (De Acero, Revista teórica del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), Nº14, 2019)
Exacto, de hecho, si revisamos sus propios documentos, hasta hace no mucho decían:
«La mayoría de las organizaciones «comunistas» del estado afirman que España es una nación, y hablan del pueblo español, nosotros queremos refutar con todo lo expuesto anteriormente esta tesis y exponer la nuestra, que España es un Estado conformado por varias naciones y nacionalidades –o pueblos–. (…) En España no llegó a crearse ninguna nación española». (De Acero, Revista teórica del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), Nº3, 2014)
¿RC dando bandazos ideológicos en su línea sin realizar autocrítica alguna? ¡¿Qué extraño verdad?!
Eludiremos los fragrantes errores históricos a los que nos acostumbra su líder en estas dos exposiciones por razones de extensión del presente documento. Pero sin duda en 2013, aunque dedicaban su artículo a banalidades infantiles como relatarnos que banderas reconocen de cada región y cuáles no, mientras entre tanto incurrían en confusiones como considerar a Valencia y Baleares dentro de los «Països Catalans», cuando en la actualidad eso solo es un sueño humedo del nacionalismo catalán –en particular del fascismo de Estat Catalá– por el cual el pueblo valenciano y balear no está, ni se le espera. Así RC decía sin sonrojo alguno:
«Nosotros reconocemos los siguientes pueblos dentro de España: Castilla, Països Catalans, Aragón, Euskal Herria, Galiza, Asturies, Andalucía y Canarias. Reconocemos las siguientes naciones: Catalunya, Euskal Herria y Galiza». (De Acero, Revista teórica del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), Nº3, 2014)
Entre tanta maraña de ideas confusas decían algo cierto: España es plurinacional. Pero como hemos dicho, esto también es soltado al aire continuamente por el PSOE de tanto en tanto, como se observó en 2017 con lo de España es «plurinacional», para que al día siguiente Pedro Sánchez hable de España como «única nación», a la semana siguiente nos intente enfundar el término rocambolesco de «nación de naciones» para caer en gracia a toda las partes, y continúe el show de la ambigüedad y la demagogia, sin posicionarse a favor o no, sobre el derecho a decidir –incluyendo la secesión– de esos movimientos nacionales, que son una realidad evidente aunque le pese a estos personajes públicos.
El proletariado no aguanta a personajes que no hablan claro, que no explican las formas de forma sencilla, y que encima no hacen autocrítica cuando cambian de posición.
Tampoco hace falta detallar mucho cual ha sido el papel jugado por las otras organizaciones reformistas en los últimos años:
«El PCE vuelve a plantear que un problema político qué lleva años enquistado no puede tener otra salida que el acuerdo negociado, consensuado y refrendado por el pueblo catalán. Por ello, la actual situación de confrontación sin perspectiva de solución tiene que terminar de manera que se respete el derecho de manifestación pacífica y de expresión de una parte considerable del pueblo de Cataluña y desaparezcan las actuaciones desestabilizadoras, a la vez que debe imponerse una respuesta política democrática que abra la puerta al diálogo y a la negociación. Nada de ello será posible si no vuelve la normalidad a las calles y plazas de las ciudades catalanas, evitando que la actual anormalidad pueda beneficiar claramente a las opciones políticas de la derecha en toda España en las próximas elecciones generales». (Partido Comunista de España; Comunicado, 20 de octubre de 2019)
Ángeles Maestre, pese a ser militante de una pequeña organización ecléctica, resume perfectamente el papel jugado por IU/PCE en su artículo publicado en: «El Público»:
«Están contando con el impagable, o no, apoyo de Alberto Garzón, coordinador de IU y Paco Frutos, ex secretario general del PCE, reeditando el papel de apagafuegos desempeñado por ambas organizaciones desde la Transición ante situaciones que dificultaran el control por parte de las clases dominantes. Esa función fue perfectamente identificada, ni más ni menos que por un editorial de ABC que reflexionaba sobre los peligros de desaparición de IU tras su fracaso electoral en 2004. Reconocía perfectamente este diario sus intereses de clase y decía así: «El paisaje democrático español ofrece históricamente un espacio claro a la izquierda del PSOE, donde debe asentarse una formación que refuerce la centralidad política de la socialdemocracia y al tiempo sirva como dique de contención para las tentaciones antisistema. IU ha ejercido, desde su refundación a partir del viejo PCE, como factor de estabilidad que ha cargado a sus espaldas con los distintos impulsos de izquierda alternativa que se han ido configurando tras la crisis del marxismo tradicional, evitando que se produzcan tentaciones escapistas y rupturistas al margen de los cauces de la democracia. (ABC; IU bajo mínimos, 17 de marzo de 2004). La obsesión de las clases dominantes, desde Franco hasta ahora, es tratar de evitar que la clase obrera vuelva a descubrir la íntima vinculación en el Estado de español entre la lucha contra la explotación y la de los pueblos por sus derechos nacionales. (...) Las declaraciones de Cayo Lara, ex coordinador general de IU negando el derecho del pueblo catalán a decidir su futuro «unilateramente porque forma parte del Estado y el resto de españoles también tienen que opinar» son de una indigencia política que provoca vergüenza ajena. (...) El alineamiento de Alberto Garzón con el nunca nombrado nacionalismo español ha llegado a cotas muy altas, como cuando calificaba de «provocación» –¿a quién?– la declaración de independencia o como cuando, desde posiciones comunistas (?), descalificaba el referéndum por «ilegal» o la DUI por «carecer de valor jurídico». Es tan evidente que esas declaraciones podrían haber salido del PP o del PSOE y al tiempo el llamamiento al respeto al orden establecido es tan incompatible con posiciones mínimamente revolucionarias que ni siquiera me detengo a comentarlas. (...) Ante una reivindicación estrictamente democrática como ésta, que la hegemonice o no la burguesía no es argumento para que las organizaciones de la clase obrera no la respalden». (Ángeles Maestro; Los comunistas ante el agujero negro del nacionalismo español, 15 de noviembre de 2017)
Este tipo de cosas no nos sorprenden, ya que Paco Frutos por ejemplo se digna a escribir prólogos a adalides del chovinismo español como Santiago Armesilla, aunque algunos ahora sigan soñando con su reconstrucción desde dentro.
Dentro de un tema sensible como es la cuestión nacional. También la postura de Podemos ha sido ambigua, acostumbrado a sus militantes a una confusión permanente, donde igual se habla de España como nación que se hablaba de una «España plurinacional» y del «derecho a decidir de los pueblos». Como vemos en su programa inicial:
«Ampliación y extensión de la figura del referéndum vinculante, también para todas las decisiones sobre la forma de Estado y las relaciones a mantener entre los distintos pueblos si solicitaran el derecho de autodeterminación». (Podemos; Programa para las elecciones europeas, 2014)
Pero poco a poco como en otros temas, han ido abandonando teóricamente esas reivindicaciones y se ha colocado en la práctica al lado de los principales partidos «constitucionalistas», en este caso del lado que aquellos que niegan el derecho de autodeterminación. Esto le ha causado problemas en los territorios donde existen fuertes reivindicaciones nacionales, exactamente como le ha pasado al PSOE o IU con sus juegos y regateos sobre la cuestión nacional.
Tiempo después Pablo Iglesias utilizaba dos de los argumentos de defensa de los «constitucionalistas» para negar el derecho de autodeterminación:
«Yo creo que sería bueno un referéndum en toda España, ojo, creo que eso sería algo muy saludable. (...) Vivimos una realidad de soberanías compartidas. Los españoles no podemos tomar una decisión soberana que afecte a la moneda, los españoles que nos están viendo, no puede decidir votar sobre la política monetaria, porque eso depende del Banco Central Europeo, porque nuestro país ha decidido ceder soberanías. (...) En todo momento, ha remarcado que su posición es que «Cataluña quepa dentro de una España unida» y afirma que si los independentistas fueran «el 80% de la población», «no habría ley que pudiera frenar ese hecho». (Entrevista a Pablo Iglesias en Antena 3, 11 de abril de 2017)
Confiesa que estaba dispuesto a organizar un referéndum sobre la autodeterminación catalana, ¡pero que ha de votarse en toda España! Una posición absurda sin duda:
«¡Por donde puede verse que el señor Siemkovski no comprende siquiera de qué se trata! No se le ocurrió que el derecho a la separación presupone que el problema se resuelve, no por el parlamento central, sino sólo por el parlamento –Dieta, referéndum, etc.– de la región que se separa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)
Repasemos algunos casos donde ganó el «no» en el referéndum. ¿Se imaginan que en cualquiera de los referéndums de Quebec de 1980 y 1995, o el reciente en Escocia de 2014, hubiese votado toda Canadá y toda Gran Bretaña? ¿Qué sentido tendría? Exactamente el mismo que si para la instalación de una nueva red eléctrica de un municipio se debiese consultar al municipio vecino, o si para la instauración de una ley aduanera en Italia, se preguntase a los franceses. Veamos ahora algunos casos donde triunfó el «sí». ¿No decidió solamente el pueblo de Noruega su independencia en el referéndum de 1905 frente a Suecia? ¿No decidió solamente el pueblo de Macedonia el permanecer o no dentro de Yugoslavia en 1991?
Y dos, cuando en el hipotético caso de celebrarse dicho referéndum, para Pablo Iglesias, que el sí contase con 51% no sería válido como en cualquier otro referéndum, ¡deberá contar con más del 80% para que los chovinistas de Podemos aceptasen la secesión! ¿Se le puede ver más el plumero? En los casos vistos anteriormente, ¿se les amenazó a los países no soberanos a tener que conseguir un alto porcentaje del «sí» para hacer efectiva la secesión? Para nada.
En otros casos donde no hubo referéndum. ¿No decidió exclusivamente el Parlamento Eslovaco la disolución de Checoslovaquia en 1993? Así podríamos citar varios ejemplos. Precisamente en casos donde la nación opresora no permite la celebración de dicho referéndum, carece de sentido hablar de buscar un referéndum pactado con la nación oprimida. Y en caso de que se permitiese, es injusto para la opción secesionista, pedir un número de porcentaje más alto que el estipulado para cualquier referéndum básico de «Sí» o «No», que es ser mayoría ante su adversario. Todo lo demás, como dar varias opciones, o pedir un porcentaje altísimo de unanimidad, son trucos para evitar lo inevitable: el justo derecho a autodeterminación.
Como vemos estas teorías que maneja Podemos han sido desde siempre promovidas por personas que se les da de «demócratas» de cara a la galería, o de puertas para afuera, pero jamás para la cuestión nacional concreta de su zona.
En 2017 mientras Podemos e IU pasaban en silencio sobre el derecho de los catalanes a decidir. Ahora en otoño de 2019, ante los disturbios catalanes por la sentencia del «procés», Podemos y IU vuelven a adoptar la misma postura, incluso una mucho peor. Mientras en las ciudades de toda España salían a defender el derecho de autodeterminación, y a denunciar la brutal actuación de los cuerpos represivos, las formaciones reformistas lejos de llamar a la protesta, acudieron a sus propios actos de propaganda electoral como si nada pasase, y demostrando que es lo que realmente les importa: los votos. Es más, no solo no se han solidarizado con el pueblo catalán en el hecho de ejercer un derecho democrático, sino que una vez más, se ha respaldado la actuación de las fuerzas de represión españolas para dar la imagen de partido constitucionalista:
«El presidente me ha confirmado la absoluta colaboración entre Mossos y Policía, lo cual revela una situación de normalidad institucional», ha expresado Iglesias». (El Mundo; Torra atribuye la violencia a «provocadores e infiltrados», 17 de octubre de 2019)
Aparentar normalidad con unos 600 heridos, más de cien detenidos, 28 encarcelados, es poco menos que una broma de mal gusto.
Estos mismos son los que luego dicen estar con el pueblo, con la justicia, con la libertad.
Tiempo después, con su acercamiento al PSOE, negociando Iglesias con Sánchez el gobierno de después de las elecciones de abril de 2019, se dejó claro en varias ocasiones, que Podemos renunciaba a su programa sobre la cuestión nacional en pro de obtener cuotas de poder en el gobierno del PSOE:
«Respecto al conflicto en Catalunya, queremos dejar claro que nuestra voluntad es encontrarnos con el PSOE en una apuesta por el diálogo para afrontar las dificultades inherentes al carácter plurinacional del Estado, asumiendo que el liderazgo le corresponderá al partido que ganó claramente las elecciones». (El Diario.es; Iglesias ofrece a Sánchez votar ahora un gobierno de coalición y, si no sale, revisar el acuerdo en septiembre, 3 de julio de 2918)
En otra ocasión se dijo de forma más explícita:
«La dirección de Podemos se compromete a no defender la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. El socio prioritario de Sánchez no tendría problema en cerrar esta y otras exigencias por escrito. Pero no renuncia a estar en el Consejo de Ministros. (...) «Asumimos que nos exijan que tiene que haber garantías y que no puede haber oposición al Gobierno con Cataluña o la política exterior», insisten al más alto nivel en Podemos en su compromiso de no cuestionar desde dentro del Ejecutivo a Sánchez. Para reforzar la credibilidad de su planteamiento aceptarían acordar los requisitos con el PSOE y ponerlos por escritos». (El País; Podemos acepta apoyar por escrito la postura del Gobierno para Cataluña, 8 de julio de 2019)
Siguiendo la lógica de los reformistas, Podemos sería capaz de controlar la tendencia hacia la derecha del PSOE, ¡¿pero se imaginan que tipo de beneficios va a conseguir los trabajadores que prestan su voto a una organización como Podemos, que declara que acepta no contradecir los designios imperialistas de la política exterior del PSOE?!
Para las elecciones del 10 de noviembre, volvió a escena el tema de referendum, ¡pero se advertía que no era ninguna línea roja!:
«Impuesto a las grandes fortunas, línea roja. Referéndum en Cataluña, no. En su programa para el 10-N, seguirá habiendo una apuesta «por un referéndum pactado en el que Podemos defenderá un nuevo encaje para Cataluña en España». Esta solución aparecía en el documento de abril; desapareció en el texto de 370 medidas que en agosto enviaron al PSOE para tratar de retomar la negociación; y ahora vuelve a escena. «Creemos en una solución dialogada de los conflictos territoriales. El referéndum en Cataluña no es propuesta como el impuesto a las grandes fortunas, que lo vamos a hacer sí o sí si llegamos a gobernar. La consulta en Cataluña la vamos a dialogar con el resto de partidos, la vamos a poner encima de la mesa y vamos a ver qué sale de este diálogo», señalan fuentes de la dirección de Podemos». (El Mundo; Podemos sitúa como línea roja un impuesto a los ricos, pero no el referéndum en Cataluña, 13 de octubre de 2019)
Es decir, que pasada las elecciones, dicha medida, quedaría en agua de borrajas para contentar una vez más al PSOE.
Por supuesto, también existen los grupos que caen en el extremo opuesto: seguidismo hacia los movimientos nacionalistas sin criticismo alguno hacia sus burguesías, como hace el PCOE sin un más lejos. Recuérdese nuestro capítulo: «El apoyo del PCE (r) a los nacionalismos pequeño burgueses» de 2017. Allí de paso, se analizan algunas de las andaduras del nacionalismo catalán y sus expresiones políticas, incluyendo profundamente las posiciones de la CUP, partido pequeño burgués que es la estrella que guía a todos los revisionistas.
Con esto queda demostrado la falta de conocimientos o la miopía de la mayoría de organizaciones históricas que ha habido en España y de sus figuras más ilustradas.
No nos pararemos a despiezar esta vez el extremo estado de confusión y desorientación ideológica que campa entre otras organizaciones revisionistas menores, donde cambian de postura constantemente sobre la cuestión nacional sin autocrítica, donde a falta de investigación y conclusiones sólidas delegan la cuestión nacional en los eslóganes de otras organizaciones análogas o de las propias organizaciones nacionalistas de «izquierda», o donde les parece un tema tan complejo que se acaba repitiendo el discurso del chovinismo español tan característico para dar carpetazo final y declarar que no hay problema alguno real». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2019)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
Las secciones anteriores referidas a los problemas fraccionales serían:
La importante fracción de 1981 en el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2019
El estudio sobre los problemas y desviaciones en la concepción militar serían:
El estudio sobre los problemas y desviaciones en la concepción militar serían:
La mecánica adopción inicial de la «Guerra Popular Prolongada» (GPP) en el PCE (m-l) como método militar de toma de poder; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
Los evidentes errores en la línea y programa serían:
Los evidentes errores en la línea y programa serían:
Dogmatismo metafísico en el PCE (m-l) al no apreciar la posibilidad de que la burguesía transite del fascismo a la democracia burguesa; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
El triunfalismo en los análisis y pronósticos del PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2019
El seguidismo del PCE (m-l) a las políticas de la «Revolución Cultural» de los revisionistas chinos; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
Conatos en el PCE (m-l) de indiferencia en la posición sobre la cultura y la necesidad de imprimirle un sello de clase; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
La falta de investigaciones históricas sobre el movimiento obrero nacional e internacional en el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2019
Conatos en el PCE (m-l) de indiferencia en la posición sobre la cultura y la necesidad de imprimirle un sello de clase; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
La falta de investigaciones históricas sobre el movimiento obrero nacional e internacional en el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2019
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