«Es
claro que en el Partido Comunista de España (marxista-leninista) hubo un error
de análisis en los años finales del franquismo en
cuanto a la evolución política de entonces:
Esta primera idea del artículo de 1966 no era correcta como se vería años después: los aperturistas tenían un peso considerable, y aunque tardíamente, acabarían por imponerse y en 1976 acabarían saliendo al paso para destruir las bases fundamentales del «movimiento» desde dentro las propias cortes franquistas, para crear y adaptarse a un nuevo régimen. Lo cierto es que desde los años 50 los movimientos demócrata-cristianos o los disturbios liberales en las universidades españoles, evidenciaron el descontento de gente que anteriormente se consideraba afín al régimen franquista, aunque sin implicar a grandes iconos del régimen. En cambio desde los 60 ya se evidenciaron tendencias liberales dentro de las figuras clave del régimen en contra de otras más «conservadoras», «ultras», o «bunkerizadas» como se les denominó por entonces. De ahí una constante lucha de poder entre los «liberales» y los que se oponían a introducir reformas.
La segunda tesis del PCE (m-l) de 1966 sobre el no colaborar con los aperturistas era correcta por completo. Era claro que estas figuras «aperturistas» buscaban una libertad sumamente limitada, y por supuesto sin la legalización de los comunistas en la vida política, estas fuerzas al igual que los llamados «ultras» fueron los que más impedimentos pondrían para la legalización del PCE revisionista en 1977, como del PCE (m-l) en 1981. Este sector defendía que como transición del franquismo al postfranquismo la monarquía no era discutible. Por otro lado dichas figuras aperturistas buscaban la exoneración de cualquier culpabilidad durante el franquismo, por ello, pese a sus diferencias y temor, vieron en el carrillismo un vehículo perfecto con la teoría de la «reconciliación nacional», que precisamente cumplía con tal propósito, iniciando una amistad que ya no se cortaría jamás. Por lo que lejos de constituir un factor progresista como decía el carrillismo, constituía el sector de viejos franquistas que querían instalarse en el nuevo régimen democrático-burgués sin pagar coste alguno por su pasado, exigiendo apuntalar los mecanismos mínimos de las estructuras de poder político como la monarquía y la Constitución de 1978 para poder asegurar su poder económico. El PCE (m-l) hizo bien en no confiar en dichos aperturistas.
Otro argumento que presentaba el PCE (m-l) para negar la posibilidad del tránsito del fascismo a la democracia burguesa de la mano de la burguesía, era que dada las características históricas de la burguesía española, por su debilidad ante otras clases explotadoras, y su sumisión a fuerzas externas, se imposibilitaba la formación o consolidación de una democracia liberal parlamentaria pluripartidista:
«Ahora bien, los oportunistas y contrarrevolucionarios disfrazados de revolucionarios –ORT, PTE, algunos sectores socialistas, etc.–, pretenden colocarse en una posición centrista sobre esta cuestión, pregonando que vamos hacia una democracia burguesa controlada por la oligarquía. Ni más ni menos. O sea que la oligarquía fascista y proyanqui que sigue detentando exclusivamente el Poder, va a colocarse entre bastidores, pasar las riendas, o parte de ellas, a las clases medias, decretar la libertad de opinión, de asociación, sindical, de huelga, etc., etc... como existe por ejemplo en Italia, Francia, Suecia, Noruega, Austria». (Elena Ódena; ¿Puede la dictadura monarco-oligárquico, dependiente del imperialismo yanqui, transformarse en una democracia burguesa?, 2 de enero de 1977)
Aquí en el intento de explicar porqué presuntamente la democracia burguesa no tenía cabida en España, se estaba ignorando precisamente el fortalecimiento económico y político de la burguesía durante los años del franquismo, los intentos de adoptar desde 1944 un lenguaje decorativo más «democrático» sin olvidar el acercamiento hacia los organismos internacionales así como a las democracias burguesas europeas. Lo que daba a entender que en mayor o menor medida, se cultivaba un terreno favorable para que en un lapso de tiempo más lejano o temprano, se alzaran opiniones reformistas dentro del régimen, como así sucedió.
En dicho artículo si se señalaba una postura correcta: se dejaba un hueco libre a la posibilidad de que efectivamente la burguesía tuviera que dar un marco similar a una democracia burguesa con ciertos derechos y libertades, pero el PCE (m-l) advertía que eso no frenaría el propósito del partido: el socialismo y el comunismo.
«La oligarquía en el poder –sus distintos sectores en su conjunto– adoptarán las formas y las modalidades de Gobierno y recurrirán a los tiras y aflojas que más les interese para mantenerse más cómodamente en el poder en función esencialmente de sus intereses de clase. Las dádivas y las concesiones que en un momento u otro se vea obligado a hacer el poder reaccionario bajo la presión de las masas, no cambiará en nada su naturaleza antipopular. Nosotros, a la cabeza de las masas en lucha, tenemos que utilizar, por supuesto, todas las briznas de democracia, cualquier concesión o libertad para el pueblo, que la dictadura se vea obligada a ceder, teniendo siempre presente que los intereses de clase del proletariado y de las masas trabajadoras nada tienen que ver con unas raquíticas y estrechas pseudolibertades burguesas que cualquier gobierno reaccionario de turno pudiera verse obligado a conceder en el actual contexto de auge y de lucha revolucionaria». (Elena Ódena; ¿Puede la dictadura monarco-oligárquico, dependiente del imperialismo yanqui, transformarse en una democracia burguesa?, 2 de enero de 1977)
El ejemplo de esta visión negacionista sobre la evolución del régimen y la postura de la burguesía también quedó registrada en la introducción que hace la dirección del PCE (m-l) en 1966 al documento de José Díaz: «Stalin, guía luminoso para los comunistas españoles» de 1940. Son unas anotaciones que vistas a nuestros días, ha de comentarse los aciertos y errores de sus comentarios.
Como pronosticaron desde el PCE (m-l) en 1966, el carrillismo del Partido Comunista de España (PCE) se equivocaba cuando anunciaba que el nuevo gobierno franquista de entonces significaba el fin próximo de las formas de dominación fascistas y que en un breve lapso de tiempo el régimen iba desembocar en un tránsito pacífico hacia la democracia burguesa –incluso apartando a Franco–. Cierto es que el gobierno encabezado por uno de los líderes teóricamente más aperturistas –como era Manuel Fraga– con su nueva Ley de Prensa toleraba un menor nivel de censura y publicaciones ajenas al régimen, también la Ley de Secretos Oficiales –condescendiente con los aperturistas y sus tramas– o la Ley de Libertad Religiosa –menos rígida que las anteriores–, suponían un cambio notable a comparación los férreos años 40. Pero en realidad hubo una lucha cruenta dentro de las «familias del régimen» –véase el Caso Matesa que implicaba la corrupción de una fracción importante de los «tecnócratas» y el aireo en los medios de dichos affaires económicos por parte de los «aperturistas»–, pero pese a todo, estos desarrollos acabaron con la derrota de los aperturistas en 1969, con la consiguiente sustitución de los ministros sospechosos de mantener posiciones liberales y la supresión de facto de la Ley de Prensa y otras disposiciones generales. En los sucesivos gobiernos del tardofranquismo como el de 1973 –encabezado por Carrero Blanco hasta su muerte–, vemos un acoso mayor de la oposición que tiene como respuesta el endurecimiento de la represión mientras también encontramos conatos y concesiones, ahí está el gobierno de Arias y la Ley de asociaciones políticas de 1974, que nunca entró en vigor por temor por la oposición de figuras de la «línea dura» como Antonio Girón de Velasco. En todos estos gobiernos, tuviesen un equilibrio más o menos favorable para las familias, lo único cierto es que el régimen y su estructura aguantaría intacto más de lo que los carrillistas pensaban, que venían augurando el cambio a la democracia burguesa hacía ya más de veinte años. Esto solo ocurrió –y no de forma totalmente pacífica– con la muerte de Franco y los primeros gobiernos de Arias, cuando la resistencia del régimen al empuje de la oposición se fue agotando del todo para finales de 1975, que ya no pudieron gobernar como hasta entonces, dejando paso a Suárez, un reformador declarado, que hizo valer el «pacto entre señores» con la oposición moderada al franquismo, dando una muerte dulce al franquismo mediante un «abrazo de Vergara».
«Nosotros partimos del
principio de que una dictadura no puede transformarse desde dentro en una
democracia burguesa». (Elena Ódena; Entrevista realizada para «Interviú» por el
periodista José Dalmau, 17 de febrero de 1977)
Era un dogmatismo basado en análisis metafísicos que negaban la
posibilidad de que la burguesía se reciclase del fascismo a la democracia
burguesa. ¿Pero de qué contexto sacaron dichas conclusiones?
Pero en honor a la verdad no era una idea ajena a otras
organizaciones antifascistas de todo tipo. Sin ir más lejos, el gobierno de la
II República en el exilio, proclamó en 1974 un comunicado en que se decía:
«Sea cual sea el resultado de
la grave enfermedad que sufre el Caudillo, es obvio que la era del
post-franquismo ha comenzado en España. Nunca un dictador causó tanto daño a un
pueblo. (...) Los republicanos españoles dudan que el príncipe Juan Carlos
pueda personificar la reconciliación nacional o la apertura democrática. Se
tiende a olvidar que fue elegido, por voluntad del caudillo, para perpetuar el
régimen franquista. Además, esto es lo que juró solemnemente hacer el príncipe.
(...) No, ni Don Juan-Carlos ni Don Juan de Borbón restaurarán la libertad y la
democracia en España, ya que son los instrumentos que las oligarquías
absolutistas y reaccionarias quieren usar para salvaguardar sus privilegios,
mediante un simulacro de democracia. ¿Cómo podría uno restaurar y consolidar
una monarquía constitucional recurriendo a un pueblo cuya vocación republicana
es de notoriedad pública?. (...) La auténtica democratización, la que se hará
con el pueblo, conducirá inexorablemente a la República; cualquier simulación
sólo puede conducir, a largo plazo, a una explosión revolucionaria. Solo la
República puede traer reconciliación, paz y libertad a España abriendo el
camino democrático hacia el progreso y la justicia social». (Comunicado del Gobierno de la II República en el Exilio; Hacía
el final de la era franquista, 20 de julio de 1974)
Por tanto los republicanos creían que: 1) que el pueblo era republicano y no aceptaría la imposición de la monarquía sin combatir; 2) Juan Carlos I, nombrado expresamente por Franco como su sucesor, no podría llevar a cabo ningún tipo de «democratización» mínima del sistema; 3) si el régimen eludiera en referéndum la cuestión entre república o monarquía llevaría al pueblo a optar por una salida revolucionaria para cumplir sus aspiraciones. Obsérvese que estas teorizaciones aunque ciertamente lógicas algunas de ellas, no sucedieron como se creía.
En aquél entonces tanto el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) dirigido por Felipe González, como el Partido Comunista de España (PCE) liderado por Carrillo, proclamaban incesantemente que había que confiar en los movimientos aperturistas del régimen, es más, que se debía pactar con ellos para formar el nuevo sistema, y del mismo modo abrían la mano a cualquier renegado del franquismo se la daban a cualquier opositor reaccionario al franquismo. La prueba está en que el PCE de Carrillo crearía en 1974 junto a Rafael Calvo Serer, conocido dirigente del Opus Dei católico, el frente conocido como la Junta Democrática que también agruparía al Partido Socialista Popular (PSP) de Enrique Tierno Galván, el maoísta-trotskista Partido Trabajo de España (PTE), el regionalista Alianza Socialista de Andalucía (ASA) o el aberrante monarco-maoísta Partido Carlista de Carlos Hugo de Borbón.
El PSOE por su lado crearía su propio frente en 1975, conocido como la Plataforma de Convergencia Democrática, junto al revisionista Movimiento Comunista de España (MCE), Izquierda Democrática (ID), el tradicional Partido Carlista (PC), la maoísta-jesuita Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), Unión Democrática del País Valenciá (UDPV), Partido Galego Socialdemócrata (PGS) o Unión Socialdemócrata Española (USP), junto con ciertas figuras independientes y democratacristianos.
En 1976 ambos frentes se fusionaron en la Coordinación Democrática, más conocido como la Platajunta, la misma que entre sus proclamas del 26 de marzo de 1976 se encontraba el optar por:
En aquél entonces tanto el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) dirigido por Felipe González, como el Partido Comunista de España (PCE) liderado por Carrillo, proclamaban incesantemente que había que confiar en los movimientos aperturistas del régimen, es más, que se debía pactar con ellos para formar el nuevo sistema, y del mismo modo abrían la mano a cualquier renegado del franquismo se la daban a cualquier opositor reaccionario al franquismo. La prueba está en que el PCE de Carrillo crearía en 1974 junto a Rafael Calvo Serer, conocido dirigente del Opus Dei católico, el frente conocido como la Junta Democrática que también agruparía al Partido Socialista Popular (PSP) de Enrique Tierno Galván, el maoísta-trotskista Partido Trabajo de España (PTE), el regionalista Alianza Socialista de Andalucía (ASA) o el aberrante monarco-maoísta Partido Carlista de Carlos Hugo de Borbón.
El PSOE por su lado crearía su propio frente en 1975, conocido como la Plataforma de Convergencia Democrática, junto al revisionista Movimiento Comunista de España (MCE), Izquierda Democrática (ID), el tradicional Partido Carlista (PC), la maoísta-jesuita Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), Unión Democrática del País Valenciá (UDPV), Partido Galego Socialdemócrata (PGS) o Unión Socialdemócrata Española (USP), junto con ciertas figuras independientes y democratacristianos.
En 1976 ambos frentes se fusionaron en la Coordinación Democrática, más conocido como la Platajunta, la misma que entre sus proclamas del 26 de marzo de 1976 se encontraba el optar por:
«En consecuencia, COORDINACIÓN
DEMOCRÁTICA denuncia como perturbador para la convivencia pacífica el intento
de la llamada política reformista del Gobierno, de perpetuarse en el poder,
combinando las promesas democráticas con medidas represivas, e intentando
dividir a las fuerzas políticas y sindicales más responsables mediante medidas
arbitrarias discriminaciones y exclusiones. (…) La realización de la ruptura o
alternativa democrática, la apertura de un periodo constituyente, que conozca,
a través de una consulta popular basada en el sufragio universal, a una
decisión sobre la forma del Estado y del Gobierno. (…) A todas las fuerzas
democráticas, políticas, sindicales y sociales y a todos los ciudadanos de los
pueblos del Estado español, a participar en las acciones y movilizaciones
pacíficas necesaria para la efectiva conquista de los derechos y libertades
fundamentales y para el establecimiento, en el momento de la ruptura, de
órganos de poder ejecutivo de amplia coalición, sin exclusiones ni
obligatoriedades, que garanticen el l pleno uso de las libertades y derechos
democráticos y la apertura y desarrollo del proceso constituyente hasta la
transmisión de poderes a los órganos de poder ejecutivo o de gobierno que
resulten constitucionalmente elegidos». (A los pueblos de España; Manifiesto de
Coordinación Democrática, 26 de marzo de 1976)
Pero todo esto anunciado fue un bonito mensaje que jamás llegó a
consumarse. Ni hubo oposición a las maniobras de los viejos franquistas que
querían salir impunes, ni hubo un proceso libre y constituyente, ni hubo un
gran gobierno constituyente de coalición antifranquista. Todo esto no fue
posible porque dentro de la Platajunta las dos organizaciones más destacadas:
el PSOE y el PCE, mientras lanzaban mensajes de fuerte oposición al régimen, negociaban
entre bastidores con el Presidente Suarez el carácter de la famosa Ley para la
Reforma Política de 1976: la cual supondría una «detonación controlada» del sistema
político franquista abriendo paso a un sistema monárquico-liberal, a condición de
dar carpetazo a las demandas de la Platajunta. No habría pues un mínimo de «ruptura»
con el régimen anterior, como se decía en las declaraciones de la Platajunta, sino
que la transición del franquismo al postfranquismo se haría entre los viejos franquistas
«aperturistas» y la oposición antifranquista «colaboracionista», negando cualquier
proceso constituyente, y protegiendo el honor del viejo régimen y los puestos de
sus figuras. En el final de dicha reforma política de 1976 se proponía llevar a
consultar un referéndum que suponía aceptar tácitamente con la reforma política
la monarquía bajo la pregunta: «¿Aprueba el proyecto de Ley para la reforma política?»,
hecho a propósito eludiendo la cuestión entre monarquía o república –como
reconocería años después el propio Suarez en una entrevista inédita–. Sobra decir que con este pacto
se pretendía aislar a los partidos y demandas revolucionarias que se interpusiesen.
A cambio, en las conversaciones secretas se prometió que el PSOE y el PCE tendrían
garantizado su parte del pastel en el nuevo sistema monárquico-parlamentario. Consumándose
rápidamente la legalización de ambos, el primero en febrero y abril de 1977 respectivamente,
mientras otras muchas organizaciones seguían siendo ilegales para las primeras elecciones
libres de junio de 1977.
No olvidemos que de todo este entramado saldría liquidando el Gobierno
Republicano en el exilio en 1977, ya que con las dos máximas asociaciones
reformistas negando su carácter republicano –PCE/PSOE –tanto Carrillo como
González habían aceptado en público y privado la monarquía e incluso la bandera
rojigualda como ejemplo de su felonía–. Por tanto dicho gobierno republicano había perdido su principal
fuente de apoyo, y el Gobierno Republicano en el exilio no iba a apoyarse en un
partido revolucionario como el PCE (m-l) para ampliar su vida. El hecho de aceptar
el origen y procedimiento arbitrario de las nuevas elecciones de 1977 –que
negaba la propia participación del PCE (m-l) o de ciertas asociaciones republicanas–
también venía a
demostrar el carácter meramente burgués y vacilante del Gobierno Republicano en
el exilio, su incapacidad manifiesta para enfrentar al franquismo y el
postfranquismo:
«A
los republicanos solo nos queda pensar que fueron estas traiciones y
manipulaciones manifiestas [de la Platajunta] las que ocasionaron la disolución
del Gobierno Republicano en el exilio, alegando éste, que habían cumplido su
misión histórica aceptando –como demócratas– el resultado de las elecciones más
sin aceptar el procedimiento, ya que a los partidos republicanos como Acción
Republicana Democrática Española (ARDE) se le impidió participar en las
elecciones de Generales de 15 de junio de 1977». (Eco Republicano; Así se fraguó la traición al Gobierno de la II
República Española en el exilio, 2019)
Con esto se demostró que el PCE/PSOE habían utilizado durante
1974/1976 a todas estas organizaciones satélites de la Platajunta para posar frente
al franquismo y las masas de oposición firme e incluso revolucionaria con
fuertes y extensos aliados. Pero en la primera ocasión abandonarlos, traicionar
los puntos de sus respectivos frentes que habían acordado, y obtener un puesto
en el nuevo sistema. Estos partidos no estaban tratando con personajes y partidos
extraños, de todos era conocida la trayectoria del PCE, al menos desde la
asunción de las tesis de reconciliación nacional de 1956… qué hablar del PSOE y
su larga lista de traiciones históricas, empezando por la vergonzosa actitud
claudicadora y colaboracionista de sus figuras en la Guerra Civil. Actos no muy
lejanos en el tiempo que todavía resonaban. Las nuevas traiciones de 1976 lejos
de acabar con la política de buscar alianzas con los traidores del PCE/PSOE se siguieron
amplificando; estas mismas organizaciones ya mencionadas: PTE, ORT, MCE y muchas
otras, siguieron intentando ganarse su favor a lo largo de toda la transición
española, lo cual muestra hasta qué punto sufrían de oportunismo o una especie
de síndrome de Estocolmo en política. Por supuesto, esta postura les llevaría a
disolverse dentro de ellas. Y daría la razón a la dirección del PCE (m-l) cuando en sucesivas ocasiones: 1976 o 1981, varias fracciones internas proponían sumarse a estas organizaciones o directamente a la órbita del PCE/PCE.
Elena Ódena, una de las personas más importantes del PCE (m-l) sentenciaría sobre esta oposición liderada por el PSOE/PCE en aquellos años:
«¿Cómo puede estar negociando esa pretendida «oposición democrática» su participación en las elecciones, cuando aún no existe siquiera la libertad de asociación, ni de reunión ni de palabra? (...) Nosotros creemos que las libertades democráticas se conquistan luchando, conquistando posiciones de fuerza frente al enemigo de clase en los distintos sectores, y en especial por el proletariado frente a la patronal, elevando la combatividad de éste y del resto del pueblo trabajador para impedir que cada día caigan muertos y heridos en las calles y plazas de España, precisamente en la lucha para conquistar los derechos democráticos, que esa falsa y repugnante pseudo-oposición pretende estar conquistando con reverencias y genuflexiones en los salones de la Moncloa y de la Zarzuela. Las libertades democráticas sólo se conquistan si se lucha consecuentemente, elevando y no frenando la combatividad de las masas, y si se preconiza claramente la necesidad del derrocamiento de la Monarquía y el establecimiento de un Gobierno popular republicano. Cada día está más claro que para conquistar los derechos democráticos el pueblo en lucha ha de armarse, para hacer frente a la represión y a las bandas fascistas que cada día atacan con mayor ferocidad a las masas obreras y demás sectores del pueblo. (...) Hay que levantar bien alto la bandera de la lucha por las libertades democráticas y condenar y aislar, al mismo tiempo, a todos los que echan arena a los ojos del pueblo tratando que éste no vea los sucios enjuagues de esa falsa oposición». (Elena Ódena; Las libertades democráticas se conquistan luchando, no negociando de rodillas, 16 de enero de 1977)
Analizando ahora la postura del PCE (m-l) podemos decir unas
cosas. En reacción a las tesis optimistas y a la vez oportunistas del PCE sobre
que: los viejos franquistas, ahora reformistas del régimen, podrían ser participes
de un nuevo proyecto político que diese satisfacción a las demandas de las masas,
y que había que apoyarse en ellos para acelerar el fin del franquismo y formar la
nueva «democracia» a
la europea –es decir
una democracia burguesa al uso–. Desde el PCE (m-l) en cambio se aludía que más allá de
que hubiera líneas «evolucionistas» dentro del régimen, éstas no eran de peso,
y negaba que se debiera pactar con dichos aperturistas. Todo esto se puede ver
en el Nº1 de «Revolución Española» de 1966. En el artículo: «Sobre
las rivalidades internas del campo franquista». Dicho artículo fue escrito por Lorenzo Peña,
a posteriori conocido renegado que abandonó el partido en 1972 y se convirtió
en un charlatán revisionista de reconocidas tesis socialdemócratas, hasta
reconocer que había abandonado el marxismo como tal. Por supuesto el artículo
fue certificado previamente por la cúpula del PCE (m-l).
Esta primera idea del artículo de 1966 no era correcta como se vería años después: los aperturistas tenían un peso considerable, y aunque tardíamente, acabarían por imponerse y en 1976 acabarían saliendo al paso para destruir las bases fundamentales del «movimiento» desde dentro las propias cortes franquistas, para crear y adaptarse a un nuevo régimen. Lo cierto es que desde los años 50 los movimientos demócrata-cristianos o los disturbios liberales en las universidades españoles, evidenciaron el descontento de gente que anteriormente se consideraba afín al régimen franquista, aunque sin implicar a grandes iconos del régimen. En cambio desde los 60 ya se evidenciaron tendencias liberales dentro de las figuras clave del régimen en contra de otras más «conservadoras», «ultras», o «bunkerizadas» como se les denominó por entonces. De ahí una constante lucha de poder entre los «liberales» y los que se oponían a introducir reformas.
La segunda tesis del PCE (m-l) de 1966 sobre el no colaborar con los aperturistas era correcta por completo. Era claro que estas figuras «aperturistas» buscaban una libertad sumamente limitada, y por supuesto sin la legalización de los comunistas en la vida política, estas fuerzas al igual que los llamados «ultras» fueron los que más impedimentos pondrían para la legalización del PCE revisionista en 1977, como del PCE (m-l) en 1981. Este sector defendía que como transición del franquismo al postfranquismo la monarquía no era discutible. Por otro lado dichas figuras aperturistas buscaban la exoneración de cualquier culpabilidad durante el franquismo, por ello, pese a sus diferencias y temor, vieron en el carrillismo un vehículo perfecto con la teoría de la «reconciliación nacional», que precisamente cumplía con tal propósito, iniciando una amistad que ya no se cortaría jamás. Por lo que lejos de constituir un factor progresista como decía el carrillismo, constituía el sector de viejos franquistas que querían instalarse en el nuevo régimen democrático-burgués sin pagar coste alguno por su pasado, exigiendo apuntalar los mecanismos mínimos de las estructuras de poder político como la monarquía y la Constitución de 1978 para poder asegurar su poder económico. El PCE (m-l) hizo bien en no confiar en dichos aperturistas.
Otro argumento que presentaba el PCE (m-l) para negar la posibilidad del tránsito del fascismo a la democracia burguesa de la mano de la burguesía, era que dada las características históricas de la burguesía española, por su debilidad ante otras clases explotadoras, y su sumisión a fuerzas externas, se imposibilitaba la formación o consolidación de una democracia liberal parlamentaria pluripartidista:
«Ahora bien, los oportunistas y contrarrevolucionarios disfrazados de revolucionarios –ORT, PTE, algunos sectores socialistas, etc.–, pretenden colocarse en una posición centrista sobre esta cuestión, pregonando que vamos hacia una democracia burguesa controlada por la oligarquía. Ni más ni menos. O sea que la oligarquía fascista y proyanqui que sigue detentando exclusivamente el Poder, va a colocarse entre bastidores, pasar las riendas, o parte de ellas, a las clases medias, decretar la libertad de opinión, de asociación, sindical, de huelga, etc., etc... como existe por ejemplo en Italia, Francia, Suecia, Noruega, Austria». (Elena Ódena; ¿Puede la dictadura monarco-oligárquico, dependiente del imperialismo yanqui, transformarse en una democracia burguesa?, 2 de enero de 1977)
Aquí en el intento de explicar porqué presuntamente la democracia burguesa no tenía cabida en España, se estaba ignorando precisamente el fortalecimiento económico y político de la burguesía durante los años del franquismo, los intentos de adoptar desde 1944 un lenguaje decorativo más «democrático» sin olvidar el acercamiento hacia los organismos internacionales así como a las democracias burguesas europeas. Lo que daba a entender que en mayor o menor medida, se cultivaba un terreno favorable para que en un lapso de tiempo más lejano o temprano, se alzaran opiniones reformistas dentro del régimen, como así sucedió.
En dicho artículo si se señalaba una postura correcta: se dejaba un hueco libre a la posibilidad de que efectivamente la burguesía tuviera que dar un marco similar a una democracia burguesa con ciertos derechos y libertades, pero el PCE (m-l) advertía que eso no frenaría el propósito del partido: el socialismo y el comunismo.
«La oligarquía en el poder –sus distintos sectores en su conjunto– adoptarán las formas y las modalidades de Gobierno y recurrirán a los tiras y aflojas que más les interese para mantenerse más cómodamente en el poder en función esencialmente de sus intereses de clase. Las dádivas y las concesiones que en un momento u otro se vea obligado a hacer el poder reaccionario bajo la presión de las masas, no cambiará en nada su naturaleza antipopular. Nosotros, a la cabeza de las masas en lucha, tenemos que utilizar, por supuesto, todas las briznas de democracia, cualquier concesión o libertad para el pueblo, que la dictadura se vea obligada a ceder, teniendo siempre presente que los intereses de clase del proletariado y de las masas trabajadoras nada tienen que ver con unas raquíticas y estrechas pseudolibertades burguesas que cualquier gobierno reaccionario de turno pudiera verse obligado a conceder en el actual contexto de auge y de lucha revolucionaria». (Elena Ódena; ¿Puede la dictadura monarco-oligárquico, dependiente del imperialismo yanqui, transformarse en una democracia burguesa?, 2 de enero de 1977)
Como pronosticaron desde el PCE (m-l) en 1966, el carrillismo del Partido Comunista de España (PCE) se equivocaba cuando anunciaba que el nuevo gobierno franquista de entonces significaba el fin próximo de las formas de dominación fascistas y que en un breve lapso de tiempo el régimen iba desembocar en un tránsito pacífico hacia la democracia burguesa –incluso apartando a Franco–. Cierto es que el gobierno encabezado por uno de los líderes teóricamente más aperturistas –como era Manuel Fraga– con su nueva Ley de Prensa toleraba un menor nivel de censura y publicaciones ajenas al régimen, también la Ley de Secretos Oficiales –condescendiente con los aperturistas y sus tramas– o la Ley de Libertad Religiosa –menos rígida que las anteriores–, suponían un cambio notable a comparación los férreos años 40. Pero en realidad hubo una lucha cruenta dentro de las «familias del régimen» –véase el Caso Matesa que implicaba la corrupción de una fracción importante de los «tecnócratas» y el aireo en los medios de dichos affaires económicos por parte de los «aperturistas»–, pero pese a todo, estos desarrollos acabaron con la derrota de los aperturistas en 1969, con la consiguiente sustitución de los ministros sospechosos de mantener posiciones liberales y la supresión de facto de la Ley de Prensa y otras disposiciones generales. En los sucesivos gobiernos del tardofranquismo como el de 1973 –encabezado por Carrero Blanco hasta su muerte–, vemos un acoso mayor de la oposición que tiene como respuesta el endurecimiento de la represión mientras también encontramos conatos y concesiones, ahí está el gobierno de Arias y la Ley de asociaciones políticas de 1974, que nunca entró en vigor por temor por la oposición de figuras de la «línea dura» como Antonio Girón de Velasco. En todos estos gobiernos, tuviesen un equilibrio más o menos favorable para las familias, lo único cierto es que el régimen y su estructura aguantaría intacto más de lo que los carrillistas pensaban, que venían augurando el cambio a la democracia burguesa hacía ya más de veinte años. Esto solo ocurrió –y no de forma totalmente pacífica– con la muerte de Franco y los primeros gobiernos de Arias, cuando la resistencia del régimen al empuje de la oposición se fue agotando del todo para finales de 1975, que ya no pudieron gobernar como hasta entonces, dejando paso a Suárez, un reformador declarado, que hizo valer el «pacto entre señores» con la oposición moderada al franquismo, dando una muerte dulce al franquismo mediante un «abrazo de Vergara».
En cambio, hay que señalar que la línea del PCE (m-l) que teorizaba que «del fascismo la burguesía no puede virar hacia una democracia burguesa» era un error metafísico muy grave, ya que se ha demostrado en varias experiencias históricas, y se demostró en la propia España con los sucesos posteriores a la muerte de Franco, que a la burguesía, cuando le conviene, para frenar los reclamos y el ímpetu de las masas realiza un viraje tanto de la democracia burguesa al fascismo como viceversa. Como decía Lenin el régimen donde a la burguesía le es más fácil legitimarse a ojos de las masas es la democracia burguesa, y eso también lo sabía la burguesía española en 1975, que hasta hacía poco vestía con la «camisa azul» y hacia el «saludo romano». Este error de cálculo fue seguramente fruto de tres factores: la falta de conocimientos históricos y presentes de la dirección; la presión del idealismo maoísta que todavía albergaron hasta los 70 la mayoría de partidos marxista-leninistas; y como reacción –eso sí, exagerada– a la imagen idealista pacifista y evolucionista que propagaban los revisionistas sobre el régimen–. Hasta los años 80, no se empieza a hablar desde el PCE (m-l) del nuevo régimen postfranquista como una democracia burguesa.
Como anunciaban desde el PCE (m-l), el constante ejercicio de la idealización de la democracia burguesa en detrimento de la democracia proletaria que hacia Carrillo era una traición manifiesta a los ideales marxistas. La historia jamás ha dejado de mostrar que afirmar esto era olvidar que la democracia burguesa se vale de los antiguos dirigentes –monarquías absolutas, fascismos, régimen ex colonialistas, etc.– como «gestores con experiencia» para el nuevo sistema, así como hace uso de leyes heredadas de regímenes anteriores para apuntalar su nuevo poder. Inclusive: cuando entienden necesario se persigue, censura, tortura e incluso asesina, no solo a los comunistas sino todo conato de protesta de las masas. Algunos todavía no han asimilado este axioma socio-político básico.
Como apuntaba el PCE (m-l), las tácticas meramente pacifistas y parlamentarias de Carrillo no habían funcionado en los 60 para derribar el franquismo, ni tampoco lo haría en los 70 u 80 como herramientas válidas y útiles que se enfrentasen al poder de la oligarquía, ni tan siquiera para forzarla a un referéndum entre república o monarquía. En varias ocasiones estos conceptos conllevaron a producir conocidos «baños de sangre» para la clase obrera como los sucesos de Vitoria de 1976 –bajo culpabilidad directa de Fraga, fundador de Alianza Popular al que Carrillo tanto alabó–. A la postre se demostraría que el «sindicato amarillo» del PCE conocido como Comisiones Obreras (CC.OO.) sería uno de los ejes de la aristocracia obrera, que junto con la fracción parlamentaria del PCE, llamarían continuamente a la desmovilización de las masas en las calles, o en el mejor de los casos, a firmar pactos insignificantes con la patronal, y no impidiendo ni la adhesión a la OTAN ni la reconversión industrial, ni casi ninguna de las agresiones del capital y planes reaccionarios del gobierno contra las masas trabajadoras, e incluso actuando de cómplices en tales hechos. El PCE ni siquiera llamó a la movilización en los momentos del golpe de Estado del 23F de 1981, demostrándose que habían inoculado a su militante la confianza en que todo se resolvería por arriba entre pactos de partidos o gracias a la actividad parlamentaria y sus resoluciones.
Como se denunciaba desde PCE (m-l), Carrillo no deseaba luchar por la soberanía nacional contra el imperialismo. Poco a poco fue anunciando su apoyo a la comunidad de monopolios y leyes de la Comunidad Económica Europea (CEE), a las bases estadounidenses en España y a la alianza militar imperialista de la OTAN bajo diversas excusas, algo en lo que Franco precisamente había trabajado durante los años previos a su muerte. Como se ha revelado recientemente por archivos desclasificados de la CIA, Carrillo en su viaje a Estados Unidos de 1977 garantizó todo esto al imperialismo estadounidense, demostrando que era el peor traidor al que podían apoyar las masas populares.
Como se señalaba desde el PCE (m-l), Carrillo alababa a los cuerpos represivos y creía «cándidamente» que iban a ser un factor fundamental para lograr una «democratización del sistema». Lo cierto es que estos sectores eran lo menos interesados en ello. Al no ser remplazados por un ejército popular y órganos populares, incluso al no ser siquiera purgados los elementos abiertamente fascistas y reaccionarios –gracias al blindaje de la amnistía de Adolfo Suárez de 1977–, diferentes núcleos dentro del ejército han sido proclives a golpes de Estado como el «frustrado» de 1981, el cual tenía la intención de abolir los derechos y libertades contemplados en la Constitución de 1978 –la cual fue una rememoración de la Constitución de la por entonces Alemania Occidental–. Los cuerpos de seguridad y represión si por algo se hicieron notar en el posfranquismo fue por utilizar un abierto terrorismo de Estado: como los GAL, con ayuda de los diferentes gobiernos europeos, y por condecorar a los viejos torturadores de la época franquista por su «trayectoria ejemplar» –como «Billy el Niño»–. Esto tampoco ha cambiado demasiado, véase las condenas de Amnistía Internacional y otros organismos sobre España en la actualidad por la censura, el uso de la tortura y la no investigación de las denuncias de las víctimas, así como la no reparación a las víctimas del franquismo.
Fuese como fuese, la tesis fundamental del PCE (m-l) sobre el fascismo y su carácter inmutable hasta que fuese derribado por las fuerzas populares, continuó en el seno del PCE (m-l) durante un largo tiempo:
«Queda, pues, claro que en ningún momento, nadie que conociera mínimamente la composición de los gobiernos de la monarquía podía pretender que estábamos asistiendo a un proceso de auténtica democratización, ni de apertura hacia una auténtica democracia parlamentaria y constituyente. (...) La dictadura oligarco-fascista no podía transformarse desde dentro y sin modificar sus propias bases económicas sociales y políticas en una democracia parlamentaria». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)
El resto de partidos emitieron mensajes similares sobre España en dicho congreso, sin discutir ni un solo matiz de dicho análisis:
Desde Alemania se decía:
«Después de la muerte de Franco, estamos viendo en España la farsa ridícula de vina pretendida, democratización del régimen monarco-fascista. Pero, ¿cómo podía ser posible que las masas populares españolas explotadas y oprimidas reciban la libertad de regalo de manos de sus feroces explotadores y verdugos? (…) La oligarquía en el Poder, el imperialismo y socialimperialismo, la reacción mundial, los revisionistas, socialdemócratas y los oportunistas, todos ellos apoyan con todas sus fuerzas a la monarquía y al truco de la «democratización». (Mensaje al IIº Congreso del PCE (m-l); Del Partido Comunista de Alemania (Marxista-Leninista), 1977)
Desde Argentina se decía:
«Este Congreso se realiza en medio de una situación donde el correcto P.C. de España (marxista-leninista) se halla comprometido en las primeras líneas del combate. La pretendida «liberalización» y «democratización» de España sólo es tal para los colaboradores del régimen monarco-fascista». (Mensaje al IIº Congreso del PCE (m-l); Del Partido Comunista de Argentina (Marxista-Leninista), 1977)
Desde Chile se decía:
«Vuestro Congreso se realiza en momentos en que en España tanto el imperialismo como la oligarquía, en estrecha alianza y colaboración con la socialdemocracia y el revisionismo internacionales, pretenden hacer creer que llevan a cabo la «democratización» y que las cosas en España están cambiando verdaderamente». (Mensaje al IIº Congreso del PCE (m-l); Del Partido Comunista Revolucionario, 1977)
Desde Grecia se decía:
«Estas luchas, llevadas a cabo bajo la dirección de vuestro Partido, son la mejor garantía de que los planes de la clase dominante en España y de sus patronos, los imperialistas norteamericanos, consistentes en «embellecer» el régimen fascista por medio de maniobras de «liberalización» y de la reciente farsa electoral, van a fracasar». (Mensaje al IIº Congreso del PCE (m-l); Del Partido Comunista de Grecia (marxista-leninista), 1977)
Desde Albania se decía:
«Hoy en España el régimen monarco-fascista de Juan Carlos, al que se han unido los revisionistas y demás oportunistas, está jugando, con la ayuda del imperialismo y de la reacción, la farsa de la pseudoliberalización del país. El único partido que enarbola la bandera de la República y de la revolución proletaria en España es el Partido Comunista de España (m-l)». (Mensaje al IIº Congreso del PCE (m-l); En nombre del Comité Central del Partido del Trabajo de Albania, el Primer Secretario Enver Hoxha, 18 de junio de 1977)
Para el conjunto de partidos del movimiento marxista-leninista, en España, desde 1975 a 1977, absolutamente nada había cambiado ni iba a cambiar. Seguía habiendo un régimen fascista. Esta postura intransigente y miope fue la dominante.
Curiosamente muy poco después el propio Enver Hoxha, sin duda la figura más prestigiosa del Partido del Trabajo de Albania (PTA), en sus opiniones sobre la situación en España recomendaba al PCE (m-l) reflexionar sobre esta postura:
«Importante, me parece destacar que, el Partido Comunista de España (marxista-leninista) tiene la cuestión de que comprenda claramente las situaciones de su entorno. Para ello es necesario un análisis exhaustivo de las condiciones, las fuerzas en movimiento, los flujos políticos y sacar conclusiones para el trabajo. Es importante entender que España atraviesa en la actualidad una etapa de transición, ya que se está moviendo del régimen fascista de Franco hacia un régimen democrático-burgués más liberal, sin embargo en este periodo de transición las fuerzas fascistas en España sigue estando intactas. Sin embargo la transición del franquismo a la situación actual ha creado algunas nuevas oportunidades, que creo que deberían ser estudiadas y explotadas por el PCE (m-l). El hecho de que el partido revisionista de Carrillo e Ibárruri haya sido legalizado, el hecho de que todos los emigrados de la Guerra de España hayan vuelto, que se hayan creado oportunidades para que el PCE (m-l) desarrolle su propaganda a través de una prensa legal, etc., muestra que existe algo de liberalismo democrático. Este liberalismo por parte del régimen hace que el capitalismo español tome tiempo para consolidar sus posiciones, para fortalecer las posiciones de la democracia burguesa capitalista española». (Enver Hoxha; Sobre la situación en España, 2 de diciembre de 1977)
No obstante, en 1981 todavía se decía sobre el carácter del Estado que:
«El problema para el pueblo es el de cómo acabar con el fascismo, que continua en el poder bajo la cubierta de una monarquía pseudoparlamentaria y pseudemocratica, y conquistar un mínimo de libertades democráticas». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Informe del Comité Ejecutivo al Pleno Ampliado del Comité Central, 1981)
Se diría desde el PCE (m-l), que el no haber evaluado correctamente alguna de las evoluciones del régimen dio pie a consecuencias negativas para el partido:
«Tal vez, nosotros mismos no hemos tenido en cuenta suficientemente en nuestros planteamientos y en nuestra práctica todas las consecuencias que iban a desprenderse en el plano de las condiciones y los factores subjetivos, es decir el estado de ánimo de las masas y nuestras posibilidades de desarrollo, como consecuencia de la maniobra oligárquica y de los colaboracionistas por la que se rompía el movimiento de masas antifranquista y se desviaba la lucha revolucionaria. (…) La política de nuestro partido cuando se preparaba la transición del franquismo a la monarquía continuista fue la de oponerse a ese tipo de transición continuista y llamar a las masas populares, al movimiento antifranquista, a levantarse mediante la lucha revolucionaria para imponer sus propias soluciones contra la monarquía y por la conquista de derechos democráticos por la vía revolucionaria. Desgraciadamente, y por toda una serie de factores objetivos y subjetivos, es decir, la debilidad organizativa de las fuerzas revolucionarias, la influencia en ellas de la dirección revisionista, así como las secuelas de la derrota frente al fascismo; la brutal represión y el terror durante los largos años de la dictadura fascista y finalmente la traición de que había sido el PCE, junto con la intervención de la reacción internacional apoyando nuestra maniobra monárquica, la debilidad organizativa de nuestro joven partido y la brutal represión contra nuestros militantes, fueron factores que no permitieron evitar que la reacción impusiese su maniobra desde arriba. Los pocos cambios efectuados tras la muerte de Franco han sido aquellos impuestos desde arriba para frenar y desviar el movimiento de masas». (Elena Ódena; Aspectos nacionales e internacionales de la actual coyuntura política; Del informe del Comité Ejecutivo al Pleno del Comité Central del PCE (m-l), 1981)
Esto fue abiertamente comentado de nuevo en los 80 bajo una autocrítica, reconociendo que no habían medido ni el alcance de la maniobra entre los aperturistas del franquismo y la oposición reformista, ni el estado de ánimo de las masas para aceptar este pacto:
«El partido no pudo prever en todos sus aspectos la evolución del estado de ánimos de las masas tras cuarenta años de dictadura, ni la profundidad de la maniobra continuista monárquica, promovida y plenamente respaldada por la oligarquía y por los partidos revisionistas y socialistas, así como también por los Estados reaccionarios del mundo. (…) En este sentido cabe destacar la transcendencia que el imperialismo yanqui y la socialdemocracia de la República Federal Alemana (RFA) dieron a la maniobra internacionalmente y que le siguen dando como modelo de «salida sin traumas de una dictadura», evitando el peligro de una revolución popular y reforzando así, con formas pseudodemocratizantes el Estado capitalista. Para ilustrar esta trascendencia, ahí tenemos, salvando las distancias, las «salidas» que el imperialismo y la socialdemocracia han dado al caso de Argentina o Brasil». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del ºIV Congreso, 1984)
M. Serrada en su artículo: «Septiembre de 1975: diez años después la lucha continúa» comenta ya de forma diferente:
«Aquel septiembre combativo y heroico de 1975, pudieron fraguarse las bases para toda una serie de conquistas que posteriormente se lograron arrancar a la oligarquía de financieros y militares: la amnistía total, la legalización o permisividad de todos los partidos de izquierda, etc. (…) Si hoy tenemos, si hay, comparando la actual situación con la que se vivía bajo Franco, un gramo de libertad en España, es a ellos». (Vanguardia Obrera; Nº 513, 1985)
En otra publicación, se diría por ejemplo:
«Nos negamos a hacer el juego a la democracia burguesa. Pero sí utilizamos y utilizaremos las posibilidades, por pequeñas que sean, que logremos arrancar a esa democracia para nuestros propios fines y propaganda, es decir, para la revolución». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Pleno del Comité Central, 25 de mayo de 1986)
Años después en 1992 el grupo ultraoportunista de Chivite haciendo evaluación de los errores de la antigua dirección del PCE (m-l) criticaría dicho estrepitoso error. Pero no hay ni una sola publicación durante aquellos años que demuestre que Chivite y sus correligionarios pensaran de forma distinta, al revés, como en otros temas de los cuales renegaron con razón o sin ella, apoyaron la línea oficial.
«Otro error fue no ver que para un marxista debía estar claro: que el paso de la dictadura fascista a la democracia burguesa no constituía un paso cualitativo, sino de fisonomía, de forma de gobierno. La clase en el poder podía ser la misma; los cambios afectarían a las formas e instrumentos de gobierno en función de que no sólo económicamente sino también en lo político se ampliaría la base social del régimen». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Cuadernos de debate para el VIº Congreso, 1991-1992)
Como dice el refranero español: «A buenas horas mangas verdes». Pero aquí, cuando Chivite se sale de los marcos básicos e intenta dárselas de versado y gran teórico falla estrepitosamente. Pues lejos de lo que dice, aunque teóricamente el fascismo puede parecer como un poder con menor apoyo social a priori por sus características, históricamente ha habido ocasiones en donde los regímenes fascistas tenían mayor base social que los gobiernos de democracia burguesa. Hay varias comparativas que podrían hacerse tanto de gobiernos de un país a otro de la misma época, como de gobiernos de un mismo país en un periodo determinado que sobra entrar en esto.
Concluyendo debemos decir precisamente, que tanto el caso español como el de algunos países latinoamericanos refutaban la absurda y nefasta idea de que la burguesía no podía pasar de regímenes políticos autoritarios, e incluso fascistas, a otros de carácter más liberal y democrático-burgués; en el mismo sentido: no hubo explicación al respecto de cómo se había inoculado la idea durante años de que España todavía seguía siendo fascista y como se cambió de opinión. Para ampliar: este error fue abordado en el documento: «La creencia de que si un Estado conserva figuras, instituciones o leyes de una etapa fascista es demostrativo de que el fascismo aún persiste» de 2017.
Este error como se verá más adelante, se verá reflejado en todos los aspectos de la línea del PCE (m-l) en los años venideros:
-Replanteamientos, remodelaciones y choques internos de 1978-79; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
-La importante fracción de 1981 en el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2019.
Como ya vimos anteriormente». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2019)
Posts relacionados:
El origen del PCE (m-l):
Los duros comienzos del PCE (m-l) bajo la España franquista y ante la hegemonía del revisionismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Las tempranas e inesperadas escisiones del PCE (m-l) en 1965; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
El gran cisma en el PCE (m-l) de 1976; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Replanteamientos, remodelaciones y choques internos de 1978-79; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
El seguidismo, formalismo y doctrinarismo hacia mitos aún no refutados en el PCE (m-l) [Vietnam]; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
La falta de investigaciones históricas sobre el movimiento obrero nacional e internacional en el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2019
Conatos en el PCE (m-l) de indiferencia en la posición sobre la cultura y la necesidad de imprimirle un sello de clase; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
La progresiva degeneración del PCE (m-l):
De la oposición al apoyo del PCE (m-l) a la Comunidad Económica Europea –actual Unión Europea–; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
Los 90 y el enamoramiento con el «socialismo de mercado»; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
El actual PCE (m-l) revisionista:
De nuevo la importancia del concepto de «partido» en el siglo XXI; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
La tendencia a centrar los esfuerzos en la canonizada Asamblea Constituyente como reflejo del legalismo burgués; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
El rescate de las figuras progresistas vs la mitificación y promoción de figuras revisionistas en el ámbito nacional; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
¿No se ha aprendido nada del desastre de las alianzas oportunistas y de los intentos de fusionarse con otros revisionistas?; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
La antigua lucha sin cuartel contra el revisionismo internacional no tiene nada que ver con el actual PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2020
«Comunistas» subiéndose al carro de moda: el feminismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
El republicanismo abstracto como bandera reconocible del oportunismo de nuestra época; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Elena Ódena sobre el falso internacionalismo de los oportunistas alemanes Koch y Eggers; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Carta de Cese de militancia del Partido Comunista de España (marxista-leninista) en Elche; 2020
Réplicas sobre algunas distorsiones de la historia del PCE (m-l):
Respondiendo a algunos comentarios del renegado Lorenzo Peña sobre Elena Ódena y el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Lecciones de cara al futuro:
Conclusiones sobre la degeneración del PCE (m-l) y las lecciones a extraer por los revolucionarios; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Este error como se verá más adelante, se verá reflejado en todos los aspectos de la línea del PCE (m-l) en los años venideros:
-Replanteamientos, remodelaciones y choques internos de 1978-79; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
-La importante fracción de 1981 en el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2019.
Como ya vimos anteriormente». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2019)
Posts relacionados:
El origen del PCE (m-l):
Los duros comienzos del PCE (m-l) bajo la España franquista y ante la hegemonía del revisionismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Las secciones anteriores referidas a los problemas fraccionales serían:
Las tempranas e inesperadas escisiones del PCE (m-l) en 1965; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
El gran cisma en el PCE (m-l) de 1976; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Replanteamientos, remodelaciones y choques internos de 1978-79; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
El estudio sobre los problemas y desviaciones en la concepción militar serían:
Los evidentes errores en la línea y programa serían:
La línea sindical y la tardanza en corregir los reflejos sectarios en el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2019
Los bandazos del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
El miedo del PCE (m-l) a exponer al público las divergencias con otros partidos; Equipo de Bitácora (M-L), 2019Los bandazos del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
El seguidismo, formalismo y doctrinarismo hacia mitos aún no refutados en el PCE (m-l) [Vietnam]; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
La falta de investigaciones históricas sobre el movimiento obrero nacional e internacional en el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2019
La progresiva degeneración del PCE (m-l):
Los 90 y el enamoramiento con el «socialismo de mercado»; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
El actual PCE (m-l) revisionista:
De nuevo la importancia del concepto de «partido» en el siglo XXI; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
La tendencia a centrar los esfuerzos en la canonizada Asamblea Constituyente como reflejo del legalismo burgués; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
El rescate de las figuras progresistas vs la mitificación y promoción de figuras revisionistas en el ámbito nacional; Equipo de Bitácora (M-L), 2019
¿No se ha aprendido nada del desastre de las alianzas oportunistas y de los intentos de fusionarse con otros revisionistas?; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
La antigua lucha sin cuartel contra el revisionismo internacional no tiene nada que ver con el actual PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2020
«Comunistas» subiéndose al carro de moda: el feminismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
El republicanismo abstracto como bandera reconocible del oportunismo de nuestra época; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Elena Ódena sobre el falso internacionalismo de los oportunistas alemanes Koch y Eggers; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Carta de Cese de militancia del Partido Comunista de España (marxista-leninista) en Elche; 2020
Réplicas sobre algunas distorsiones de la historia del PCE (m-l):
Respondiendo a algunos comentarios del renegado Lorenzo Peña sobre Elena Ódena y el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2020
Lecciones de cara al futuro:
Conclusiones sobre la degeneración del PCE (m-l) y las lecciones a extraer por los revolucionarios; Equipo de Bitácora (M-L), 2020
La critica a los plateamientos del pce-ml son acertados, pero lo que se dudaba es que el reformismo monarquico parlamentario fuera de la plenitud debida. En los años del transito del gobierno de dictadura militar al gobierno de democracia parlamentaria, la represion y las bajas en el campo popular fue de varios cientos de heridos y muertos. En mi parecer el Regimen monarquico con las libertades formales se consolida con la asuncion de los socialiberales del Psoe en 1982. Tambien por parte de los monarquistas no se hizo un simulacro indoloro de expurgar el aparato del Estado heredado.
ResponderEliminarBuenas, ¿existe alguna forma de ponerse en contacto con vosotros? Gracias.
ResponderEliminarAbajo del todo tienes un facebook de contacto.
ResponderEliminar"EspaTv - ¿Cómo se coló la Monarquía española? Lo explica Adolfo Suárez"
ResponderEliminarhttps://youtu.be/V5huzjdBJU4
En la ciudadania española habia una actitud favorable a la Republica, asi lo indica el expresidente extinto Suarez.