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Tito y sus sucesores, entre ellos Sergej Kraigher, líder de la Yugoslavia de 1981 |
«La primera corriente del revisionismo en el Poder que se propuso minar el socialismo, fue el revisionismo yugoslavo, que nació en un momento clave de la lucha entre el socialismo y el imperialismo.
El revisionismo yugoslavo tiene profundas raíces. No surgió en 1948 y no apareció como reacción al «stalinismo» ni como consecuencia de la actuación de la Kominform. Es el resultado de las concepciones burguesas que existían también anteriormente en el Partido Comunista de Yugoslavia y que no desaparecieron durante la lucha de liberación nacional.
La nueva Yugoslavia no podía ser construida sin una orientación clara y sin una madurez política basadas en la teoría científica del socialismo. Esta gran obra únicamente podía llevarla a cabo un partido comunista fuerte y con sólidos principios marxista-leninistas. Es verdad que existía un partido comunista en Yugoslavia, pero no tenía plenamente estos rasgos, ni los adquirió durante el período de la guerra. Por el contrario, incluso los que tenía los perdió después de ella, cuando estaba llamado por las circunstancias a construir una Yugoslavia nueva en el camino socialista.
Si se da fe a las autoalabanzas de los titoistas y de la burguesía yugoslava podría creerse que ha existido y existe un partido así. Al igual que los demás, los comunistas albaneses caímos en este juicio eufórico, particularmente durante la guerra y en los primeros años tras la liberación. Este juicio tenía su lógica, estaba relacionado con la heroica lucha de los pueblos de Yugoslavia, dirigida por el Partido Comunista de Yugoslavia.
Después de la liberación de Yugoslavia, tanto en la teoría como en las posiciones políticas, como en la edificación del socialismo, se observaron graves desviaciones de los principios básicos del marxismo-leninismo. También en sus relaciones con los países socialistas, particularmente con Albania, se registraron por parte del Partido Comunista de Yugoslavia graves desviaciones y una arrogancia y altanería ajenas a un partido comunista.
Era claro que este camino conduciría a la ruptura, como de hecho ocurrió no por culpa de la Kominform, ni de Iósif Stalin, ni del «stalinismo», según quieren denominar al marxismo-leninismo los revisionistas yugoslavos y sus amigos. El conflicto con la Kominform fue resultado de las contradicciones entre los puntos de vista liberal-oportunistas de la dirección yugoslava y los puntos de vista marxista-leninistas sobre la construcción del Estado y de la sociedad socialista. Tito y compañía le dieron a su oposición a la teoría marxista-leninista, el tinte de oposición a Stalin en un comienzo y al sistema socialista soviético posteriormente.
El viraje de los titoistas debía producirse y se produjo. Emprendieron el camino hacia el capitalismo adoptando y emprendiendo una «nueva» edificación económico-social y una nueva forma de gobierno estatal, adecuadas al curso antisocialista, tal como era el sistema de la «autogestión obrera». De hecho no era un sistema nuevo. No era ni socialista ni creación yugoslava. Tenía su origen en el proudhonismo, en el anarquismo de Bakunin y de Kropotkin, que fueron desenmascarados en su tiempo por Marx, más tarde por Lenin y posteriormente también por Stalin.
El viraje yugoslavo hacia el capitalismo fue objeto de una desenfrenada propaganda, se le cantaron hosannas indescriptibles y se glorificó al «Barrabás». La desviación yugoslava fue anunciada como un «período nuevo», un «nuevo surco», abierto por Tito para la construcción de un «socialismo específico», «humano». Este viraje fue sostenido y financiado por el imperialismo y el capitalismo mundial. Fue inflada la megalomanía panyugoslava, Yugoslavia fue presentada como «campeona y ejemplo para los pueblos del mundo en su lucha libertadora». Todo el «sistema autogestionario», tanto en la forma como en las denominaciones de la estructura y superestructura, debía ser presentado como «marxista». Pero en la realidad estaba en completa oposición a Karl Marx y a la teoría y práctica del leninismo.
El primer golpe se dirigió contra el poder de democracia popular, que era una forma de dictadura del proletariado y que en Yugoslavia jamás fue calificado como tal. Esto fue justificado por los revisionistas yugoslavos pretendiendo que el poder de los «consejos populares», que fue establecido durante la guerra y que sobrevivieron hasta el año 1948, ya no podían ser mantenidos como tales con todas sus prerrogativas.
Este poder debía ser reemplazado por los «consejos obreros», ya que, según ellos, el primero era estatista-burocrático, que engendra a la «burocracia y a la capa de la nueva burguesía», mientras que los «consejos obreros» constituían un poder más próximo a la teoría de Karl Marx. A través de ellos son pretendidamente «los mismos obreros quienes dirigen y gobiernan directamente» sin la mediación del Estado que, según la lógica de la dirección yugoslava, debe resultar que no es algo suyo. Por tanto, el Estado yugoslavo actual no es más que un «garante» para que este «sistema nuevo» no sea da-ñado, no se disgregue, para lo que la federación tiene en sus manos el ejército, la UDB, la política exterior y nada más.
Por consiguiente, el «sistema de autogestión» descentralizó, liberalizó y minó el poder de dictadura del proletariado. El Estado era de los «proletarios» y pasó a ser de los «obreros», había «surgido de la lucha, de la base», mientras que el «nuevo sistema», que supuestamente era exigido por el desarrollo «dialéctico», fue establecido desde arriba por Tito y Kardelj.
El papel dirigente del partido en este sistema debía ser liquidado y en efecto se desvaneció. Al partido se le dejó sólo un cierto papel educativo desleído, sin ninguna autoridad. En apariencia el partido no desapareció, pero en realidad se volatilizó. Lo llamaron «Liga de los Comunistas», de forma que con su nombre se aproximara lo más posible al apelativo de Marx, para apartarlo de hecho lo más posible del papel que Marx y Lenin determinan al partido comunista.
Los titoistas presentan la cuestión como si, con la «autogestión», Yugoslavia hubiera ingresado en una nueva etapa de desarrollo que la aproxima a la sociedad comunista. Partiendo de ello, pretenden que el Estado marcha hacia su extinción y el partido ya no puede ejercer el papel y las funciones que tenía en el periodo de transición del capitalismo al socialismo.
Y esto no es todo, ya que según ellos la «autogestión» ha suprimido también la lucha de clases en el interior del partido, en Yugoslavia y fuera de ella. En realidad. Tito, Kardelj y los que les seguían los pasos cambiaron la dirección de la lucha de clases. La desarrollaron y la desarrollan para defender su sistema «autogestionario» contra los «kominformistas», los «stalinistas», los «dogmáticos», etc. Aquí, realmente, se trata de la lucha de los elementos capitalistas contra los revolucionarios, del sistema capitalista contra el sistema socialista, de la ideología burguesa contra el marxismo-leninismo.
Los teóricos yugoslavos hacen grandes especulaciones acerca de la propiedad sobre los medios de producción. Según ellos, la propiedad socializada sobre los medios de producción existente en el sistema «autogestionario», constituye la forma más elevada de propiedad socialista, mientras que la estatal su forma más baja. Esta última, pretenden ellos, puede ser definida como una especie de capitalismo estatal del cual nace una nueva casta burocrática, que en realidad dispone colectivamente del derecho a la propiedad. Por consiguiente, concluyen, la propiedad estatal tampoco en el socialismo suprime la enajenación del obrero producida por el capital. La relación capitalista beneficio-salario del obrero es substituida por la relación acumulación estatal-salario del obrero. En otras palabras, según ellos, en los dos sistemas sociales el obrero continúa siendo siempre un asalariado.
Se trata de una conocida tesis trotskista, desenmascarada y refutada hace tiempo. En la auténtica sociedad socialista, en la que la propiedad común es administrada por el Estado de dictadura del proletariado con la amplia participación organizada y efectiva de la clase obrera y del resto de las masas trabajadoras, según el principio del centralismo democrático, y en la que no se permiten grandes diferencias en la distribución del producto social que conduzcan a la creación de capas privilegiadas, el obrero no es un asalariado, no está explotado. Prueba de ello es la realidad de Albania socialista, donde la clase obrera es una clase en el poder, que, bajo la dirección de su partido marxista-leninista, dirige la economía y toda la vida del país en su propio interés y en el de todo el pueblo.
La «autogestión» yugoslava, que supuestamente coloca al obrero en el centro, tiene de obrera solo el nombre, en la práctica es antiobrera, antisocialista. Este sistema, independientemente del alboroto que hacen los titoistas, no le permite a la clase obrera dirigir ni administrar.
En Yugoslavia cualquier empresa «autogestionaria» es una organización encerrada en su propia actividad económica, mientras que la política de administración se encuentra en manos de su grupo dirigente que, igual que en cualquier otro país capitalista, manipula los fondos de acumulación, decide respecto a las inversiones, los salarios, los precios y la distribución de la producción. Se pretende que toda esta actividad económico-política es aprobada por los obreros a través de sus delegados. Pero esto no pasa de ser un fraude y un gran bluff. Estos supuestos delegados de los obreros hacen causa común con la casta de burócratas y tecnócratas en el poder en detrimento de la clase obrera y del resto de las masas trabajadoras. Son los administradores profesionales los que hacen la ley y definen la política en la organización «autogestionaria» desde la base hasta la cúspide de la república. El papel dirigente, gestor, económico-social y político de los obreros, de su clase, se ha reducido al mínimo, por no decir que ha desaparecido por completo.
Estimulando el particularismo y el localismo, desde el republicano al regional y hasta el nivel de la comuna, el sistema autogestionario ha liquidado la unidad de la clase obrera, ha colocado a los obreros en lucha los unos contra los otros, alimentando, como individuos, el egoísmo y estimulando, como colectivo, la competencia entre las empresas. Sobre esta base ha sido minada la alianza de la clase obrera con el campesinado, quien asimismo está disgregado en pequeñas haciendas privadas y es explotado por la nueva burguesía en el poder. Todo esto ha dado lugar a la autarquía en la economía, la anarquía en la producción, en la distribución de los beneficios y de las inversiones, en el mercado y en los precios, y ha conducido a la inflación y a un gran desempleo.
El que la clase obrera se encuentra en la dirección del sistema «autogestionario obrero» en Yugoslavia, no es más que una falsa ilusión, una utopía. En dicho sistema la clase obrera no está en la dirección, no es hegemónica. La dictadura del proletariado ha sido liquidada, el dirigente de la clase obrera, el partido comunista o, como se le llama en este país, la Liga de los Comunistas, no dirige ni el poder, ni la economía, ni la cultura, ni la vida social.
En este sistema de confusión general, es otro quien detenta las posiciones políticas dominantes y dirigentes. Ese otro es la nueva casta de burócratas políticos y de tecnócratas, surgida de la capa de intelectuales aburguesados y de la aristocracia obrera. Esta casta está lejos de toda moral proletaria y no se ejerce sobre ella ningún control político.
Esta nueva capa burocrática se autoproclama enemiga de la burocracia estatista, cuando es una burocracia aún más peligrosa, que florece y se refuerza en un sistema económico descentralizado, el cual mantiene y desarrolla la propiedad privada.
La «autogestión obrera», cuyos fundamentos están en la ideología anarco-sindicalista, ha engendrado el nacionalismo republicano, que ha elaborado hasta leyes y reglamentos concretos para defender sus mezquinos intereses. El monopolio económico de las repúblicas, constituido sobre la base del monopolio de sus empresas y de sus trusts, se ha transformado de hecho en una potencia política y en un nacionalismo republicano, que se manifiesta no sólo en cada república, sino también en cada región, en cada comuna y en cada empresa. Cada uno como individuo, como grupo o como república, se esfuerza por enriquecerse más y más rápidamente a costa de los demás.
El nacionalismo burgués está instalado a sus anchas en Yugoslavia y el lema «unidad-fraternidad», que era justo durante la lucha de liberación nacional cuando se combatía contra los ocupantes y la reacción interna por una sociedad nueva basada en el marxismo-leninismo, ha pasado a ser en el actual sistema yugoslavo, que lo escinde y lo disuelve todo, un lema huero y sin ningún efecto. La «unidad-fraternidad» de los pueblos, de las naciones y las nacionalidades, de las repúblicas y las regiones, sólo puede realizarse en un verdadero sistema socialista guiado por la ideología marxista-leninista.
La unión federativa yugoslava no fue creada sobre bases marxista-leninistas, por ello, inevitablemente, debían surgir, como de hecho surgieron, los antagonismos nacionales. El propio sistema lleva consigo estas contradicciones, alimenta el separatismo de las naciones y las nacionalidades, de las repúblicas y las regiones.
Los numerosos créditos concedidos por el capitalismo mundial actuaron también en este sentido. Su empleo para la satisfacción de los gustos y los caprichos burgueses y megalómanos de la casta en el poder, su distribución desigual y sin sanos criterios entre las diversas repúblicas, creó desniveles económicos y sociales en las repúblicas y regiones, lo que profundiza aún más los antagonismos nacionales.
El sistema de «autogestión» no habría podido sobrevivir por mucho tiempo si no le hubiesen ayudado dos factores: el antisovietismo de la dirección yugoslava, que no era otra cosa sino su antimarxismo y su antileninismo, con el que se granjeó el respaldo político de toda la reacción mundial, y el apoyo económico prestado por los países capitalistas a través de grandes y múltiples créditos. No obstante, estos dos factores no lograron salvar este sistema antisocialista. Por el contrario, lo debilitaron en mayor grado y lo empujaron hacia la bancarrota económica y política.
Kardelj y Tito le echaron la culpa del fracaso del sistema y de todos los males que se derivaron de el al insuficiente «perfeccionamiento» del propio sistema, a la conciencia de los trabajadores «que no había alcanzado todavía el nivel necesario», a la existencia de la burocracia, etc. Vieron la bancarrota de su sistema antisocialista, más no podían volverse atrás. Por eso las medidas adoptadas por Tito, cuando aún estaba en vida, relativas a la dirección de la Federación y de las repúblicas después de su muerte, no pasan de ser paliativos. Junto con Tito y Kardelj desapareció la euforia en torno al sistema «autogestionario». Los sucesores de Tito se encuentran en una gran confusión y desorientación y no saben a que aferrarse para dar salida a las difíciles situaciones en que se encuentra el país. Ahora la Yugoslavia titoista ha entrado en una crisis profunda y general de sus estructuras y superestructuras, en una crisis económica y político-moral». (Enver Hoxha; La lucha contra el revisionismo, y el movimiento revolucionario y de liberación en la etapa actual; VIº capítulo del Informe en el VIIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1 de noviembre de 1981)