«La filosofía alemana, en su aspecto más diluido pasó a ser patrimonio común de los «instruidos», y cuanto más se convertía en patrimonio común, tanto más desleídas, incoherentes e insípidas se hacían las opiniones de los filósofos y tanto mayor era el prestigio que esta confusión insipidez les creaban entre el público «instruido». (…) La confusión de las formas y del contenido, la vulgaridad altanera y el absurdo grandilocuente, la trivialidad indescriptible y la miseria dialéctica, peculiares de esta filosofía alemana en su última fase, superan todo lo aparecido en cualquier momento en este terreno. Sólo puede compararse con ello la credulidad de la gente que toma en serio todo eso y lo considera la última novedad, «algo nunca visto». (Friedrich Engels; La consigna de abolición del estado y los «amigos de la anarquía» alemanes, 1850)
En su momento, también Karl Marx denunció a cada pájaro que de tanto en tanto asomaba la cabeza dándose a conocer como reformador social y filósofo inigualable. Hoy esto aún nos suena, son aquellos tipejos caracterizados por anunciar fórmulas milagrosas en un lenguaje rimbombante con la intención de aparentar distinguida sapiencia. Lo que ocurre es que, a la hora de la verdad, a lo sumo solo logran meterse en el bolsillo al público más impresionable, valiéndose, para más motivo de vergüenza, de las mismas ideas peregrinas que han podido copiar de otros estafadores anteriores:
«Quiero denunciar al señor Grün, de París. Pretende haber aclarado los axiomas más importantes de la ciencia alemana. (…) Este hombre más que un caballero de la industria literaria, es una especie de charlatán que quiere hacer comercio con las ideas modernas. Pretende ocultar su ignorancia con frases pomposas y arrogantes, pero no ha conseguido más que ponerse en ridículo con su galimatías». (Karl Marx; Carta a Proudhon, 5 de mayo de 1846)
«Su literatura teórica sólo puede ser entendida por quienes se hallen iniciados en los misterios del «espíritu pensante». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)
Cualquiera que haya ojeado alguna vez ese lenguaje estrafalario y endogámico que se hallaba en «La Forja» y se halla hoy en «Línea Proletaria», no podrá sino estar de acuerdo con nosotros que, aunque la historia no se repite exactamente dos veces, estos paralelismos y paradojas de la historia resultan extremadamente cómicos e instructivos. El desarrollo de los «reconstitucionalistas» es análogo al de muchos personajes históricos, aquellos que mediante sus palabras tan vacías como grandilocuentes no solo no triunfaron, sino que acabaron pasando a mejor vida −políticamente hablando−:
«Weitling se trasladó a Bruselas a comienzos del año 1846. Cuando su campaña de agitación en Suiza se paralizó, por efecto de sus contradicciones internas y de la brutal represión de la que luego fue objeto, buscó refugio en Londres, donde no pudo llegar a entenderse con los integrantes de la Liga de los Justicieros. Fue presa de su cruel destino precisamente por querer huir de él acogiéndose a un antojo de profeta. En vez de lanzarse de lleno al movimiento obrero inglés, en una época en la que la agitación cartista alcanzaba una gran altura, se puso a trabajar en la construcción de una gramática y una lógica fantásticas, preocupado por crear una lengua universal, que en lo sucesivo habría de ser su quimera preferida. Se arrojó precipitadamente a empresas para las que no poseía capacidad ni conocimientos de ninguna especie, y así fue cayendo en un aislamiento espiritual que lo separaba cada vez más de la verdadera fuente y raíz de su fuerza: la vida de su clase. (…) El tribuno del pueblo, semanario publicado por Kriege en Nueva York, promovía, en términos infantiles y pomposos, un fanatismo fantástico y sentimental que nada tenía que ver con los principios comunistas y que solo podía contribuir a desmoralizar en el más alto grado a la clase obrera». (Franz Mehring; Karl Marx. La historia de su vida, 1918)
Y, aun así, ubicándolo en su contexto concreto, es una afrenta para la memoria de gente como Wilhelm Weitling el que lo compararemos con estos maoístas de poca monta; este personaje, al menos durante sus inicios, se prodigó en un abnegado trabajo de masas y propagó escritos de interés e importancia para la incipiente concienciación del proletariado de su tiempo. En todo caso, lo que queda claro es que estos maoístas modernos comparten los mismos pecados de Weitling, ¿cuáles son esos? La incapacidad de extraer las lecciones de la historia deriva en acabar rezagado de las necesidades reales; a partir de ahí, empecinarse en sus opiniones subjetivas, perdiendo todo rédito político que alguna vez se hubiera cosechado. Eso sí, hemos de ser justos una vez más: ser Weitling en el siglo XIX es algo hasta comprensible; ser maoísta en el siglo XXI es un atentado contra toda lógica.
De igual forma, démosles una oportunidad a nuestros «reconstitucionalistas» que llevan décadas autoproclamándose como los grandes redentores de los errores del movimiento marxista-leninista, a ver qué novísimos postulados nos pueden ofrecer. Comencemos con lo que comentaba uno de ellos en respuesta a nuestras publicaciones:
«Bhomaterialist1: Parecen desear que el obrero se mueva, pero sin ser conocedor de la profundidad que hay en ese movimiento y en sus razones, sin que sea verdaderamente consciente del por qué, para qué, y la dirección en que y hacia la que se mueve. Vaya, me suena un tanto a espontaneismo». (Twitter; Búhomaterialista, 8 de enero de 2021)
¿Pero cómo te va a seguir un obrero que no te entiende al hablar señor zoquete? Aunque no lo quieran reconocer, la exposición teórica de los «marxistas» e «intelectuales del pueblo» como ellos guarda muchas similitudes con aquella gama de autores como Juan Ramón Jiménez, Heidegger o Deleuze, famosos por su lenguaje «propio» inventado, solo asequible para la flor y nata de la «aristocracia intelectual». Este lenguaje acrobático, recargado e incomprensible es un clamor entre los maoístas de tipo «reconstitucionalista», los cuales son una especie de literatos «impresionistas», poniendo más atención a la forma barroca en la que hablan que al contenido en sí de lo que están diciendo. Cual catedrático de filosofía que no puede resistirse utilizar palabras en griego, latín o alemán para brillar ante sus alumnos, llenan sus panfletos de expresiones inaprensibles para los pobres mortales como nosotros, quienes no somos expertos políglotos y que a sus ojos apenas hablamos bien nuestro idioma nativo:
«En alemán, existe un verbo que expresa a la perfección el sentido que queremos otorgar a esta acción: aufheben, que significa, al mismo tiempo, elevar, suprimir y conservar. Entonces, las contradicciones entre el marxismo-leninismo y las demás corrientes teóricas irán resolviéndose sucesivamente como síntesis −Aufhebung, o, para decirlo en lenguaje marxista, negación de la negación−». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja; Nº31, 2005)
Para decir que hay que separar el grano de la paja, el pensamiento científico y progresista del que no lo es, deben atormentar al lector con párrafos como este. Advertimos que podríamos citar muchos extractos más de este texto, pero pasaremos a otro, ya que esto ni de lejos es lo más dantesco que tienen. Vean y disfruten de un espectáculo que difícilmente podrían experimentar en otro lado. En su artículo: «Ciencia, positivismo y marxismo: notas sobre la historia de la conciencia moderna», escribían:
«Ex nihilo nihil fit: lo nuevo nace de lo viejo y sólo en la creciente ruptura con sus puntos de partida puede desarrollarse. He aquí gran parte del meollo de la cuestión, pues el marxismo es la única concepción del mundo cuyos presupuestos ontológicos −es decir, su dimensión praxeológica− permiten su revolucionarización». (Comité por la Reconstitución; Línea Proletaria, Nº3, 2018)
Básicamente vienen a «iluminarnos» con que todas las bases teóricas del marxismo se configuran a través de la práctica, que nada viene dado sin más, si no que viene dado por la actividad social humana. Algo tan sencillo es elevado a esta frase solemnizada que no aporta más que una pérdida de tiempo para descifrarla. Sea como sea, estamos seguros de que tras mirar la cita de más arriba sobre «ontología», la «praxeología» y el «ex nihilo nihil fit», los trabajadores de Amazon, Zara, Repsol o Glovo, se mirarán entre sí y se encogerán de hombros al leer este tipo de textos. También estamos seguros de que una persona graduada en una o varias carreras −siempre que, claro, esta no sea filosofía y quizás ni siquiera así− encontrará dificultades para comprender qué se quiere decir. Exclamará indignada: «¿¡Pero qué demonios quieren que entendamos con esta forma de expresarse!? ¿qué pretenden estos payasos?». En efecto, utilizar palabras en desuso, tecnicismos o palabrejas inventadas no hace a uno más inteligente, sino más estúpido. En ese contexto, la capacidad que el receptor puede tener para comprender este mensaje es nula −o escasa−, y esto ocurre no porque el lector medio sea idiota, sino por el «palurdismo» del emisor, que se expresa de forma innecesariamente retorcida.
«No es dar pruebas de inteligencia emplear palabras altisonantes para cosas sencillas». (Friedrich Engels; Anti-Dühring, 1878)