«A los marxistas no les importa en absoluto las zarandajas del actual sistema legislativo burgués. Desconfían de sus bonitas declaraciones sobre la «defensa de los derechos humanos», la importancia de «educar en valores», etc. Todo radica en analizar los hechos claros, palpables.
Es cómico el papel que algunos autodenominados «marxistas» están jugando, practicando el seguidismo clásico a la producción teórica de la pequeña burguesía radicalizada, más concretamente a la corriente del feminismo.
El embelesamiento sobre el feminismo lleva hoy a la «izquierda» y los «revolucionarios» a que digan cosas tan sorprendentes como la que sigue a continuación:
«El 14 de enero se me impidió participar en un debate del PCPV sobre «Patriarcado», alegando que era exclusivamente para mujeres, cosa que se anunció a última hora. Por ello, expongo aquí las reflexiones que no pude exponer allí. (...) Propugnar un Feminismo «de clase» puede significar querer trazar una línea divisoria dentro del movimiento feminista que no ayudaría a su expansión. Pero lo más grave es que puede significar también pretender trazar una línea divisoria dentro de la clase trabajadora. Y es importante combatir cualquier intento de dividir a la clase trabajadora, sea por criterios nacionales, generacionales, de lugar de nacimiento o de género». (Rafael Pla López; ¿Feminismo de «clase» o «de la clase»? 2018)
Este «aliado» del feminismo que confiesa ser ninguneado por sus «compañeras» en los «espacios no mixtos», agradece tal trato mezclando feminismo con marxismo –eso sí, bajo el disfraz de que es un «feminismo de clase»–, pero además disuelve al proletariado entre las clases sociales en general llamándola a todas ellas como «clases trabajadoras». Para finalizar este despropósito, propone que el marxismo adopte este «feminismo de clase» pero que a su vez no se sea sectario y no exija que plante su propia visión y reivindicaciones sobre los problemas que aquejan a la «mujer trabajadora», porque eso puede «reducir su base social». En resumen: ¡«Que se abran cien flores y compitan cien escuelas de pensamiento»! ¿Se imaginan lo que podría salir de juntar esta novedosa «visión plural» e «interclasista» sobre la problemática ecológica o de género? Bueno, qué decir, ahí tenemos en Europa años de actividad de Los Verdes, Syriza o Unidas Podemos y las decepciones que causan su politiqueo.
Trasladado esto al reciente debate sobre el pin parental en la educación –en torno a si la educación era cuestión del gobierno o de los padres–, este tipo de agrupaciones no dudaban, por supuesto, en defender a capa y espada al gobierno feminista. ¡Faltaría más!
«¿Cuál es el contenido real que se pretende censurar a través del modelo de control parental? Y este no es otro que una educación que nos ayuda a ser más libres y que nos impulsa a la igualdad en lo referente al feminismo y los derechos LGTBI. (...) Limitar el desarrollo del discurso igualitario que hay dentro del movimiento feminista». (República en Marcha; ¿Por qué la censura parental es contraria a los intereses de la clase obrera?, 2020)
Dejando de lado las cuestiones legales vigentes, los marxistas se oponen tajantemente a que el feminismo –o cualquier otra ideología anticientífica– tenga mano para introducir su ideología tanto en las actividades oficiales del centro como en las complementarias, tanto en educación sexual-afectiva como en lo tocante a la historia de la mujer. No hay más vuelta de hoja.
Hay que dejar claro que el feminismo no puede conjugarse con el marxismo, porque el segundo busca la abolición de clases mientras que el primero siempre ha sido un movimiento burgués –como denunciaban las propias marxistas–, uno que hoy cuenta con miles de ramificaciones y tendencias ideológicas, a cada cual más excéntrica y rimbombante. Véase el capítulo: «Comunistas» subiéndose al carro de moda: el feminismo» de 2020.
Incluso el vago concepto de «socialismo» que puedan tener las agrupaciones feministas o, en su defecto, las organizaciones influenciadas por el mismo, no dejará de ser un socialismo antagónico al marxista, exactamente como ocurre con los grupos revisionistas.
«Las feministas declaran estar del lado de la reforma social, y algunas de ellas incluso dicen estar a favor del socialismo –en un futuro lejano, por supuesto– pero no tienen la intención de luchar entre las filas de la clase obrera para conseguir estos objetivos. Las mejores de ellas creen, con ingenua sinceridad, que una vez que los asientos de los diputados estén a su alcance serán capaces de curar las llagas sociales que se han formado, en su opinión, debido a que los hombres, con su egoísmo inherente, han sido los dueños de la situación. A pesar de las buenas intenciones de grupos individuales de feministas hacia el proletariado, siempre que se ha planteado la cuestión de la lucha de clases han dejado el campo de batalla con temor. Reconocen que no quieren interferir en causas ajenas, y prefieren retirarse a su liberalismo burgués que les es tan cómodamente familiar». (Aleksandra Kolontái; Los fundamentos sociales de la cuestión femenina, 1907)
Entender esto no significa que se deba refutar al feminismo en base al mero insulto ni tampoco con un lenguaje rebuscado que nada puede aclarar. Hay que aceptar el nivel ideológico generalizado y en consecuencia hablar de forma que la gente pueda entender el abismo que separa al feminismo del marxismo.