«Kant investigó lo bello y lo diferenció precisamente de lo agradable, lo bueno y lo verdadero. El sentimiento de placer estético no es ni sensorial, ni moral, ni lógico; es el placer en la contemplación libre y serena de la cosa, cuyo objeto sólo puede ser la forma. La afirmación de Kant de que el objeto de la contemplación estética no es el contenido sino la forma, aparece en Schiller en la siguiente sugerente manera: «El verdadero secreto del arte de los maestros consiste en el borramiento de la materia a través de la forma». Sobre todo, aunque los ensayos estéticos de Schiller no siempre alcanzan las profundidades filosóficas de los de Kant, sus juicios puramente estéticos, precisamente por ser poeta, suelen ser más ricos y agudos.
Como dijo una vez Marx sobre la filosofía de Hegel, uno no puede deshacerse de la estética de Kant y Schiller dándose la vuelta y con la cabeza ladeada murmurando algunos comentarios molestos y trillados. En la medida en que Steiger intenta demostrar que la estética es una ciencia que no sólo se ocupa de los conceptos racionales sino también de las intuiciones, los sentimientos y los estados de ánimo, sólo repite lo que Kant dijo de manera mucho más clara e impresionante hace cien años. La dificultad comienza en primer lugar con la pregunta: ¿cómo son posibles, sin embargo, los juicios estéticos? ¿Cómo puede determinarse objetivamente el gusto estético, si este gusto es meramente subjetivo y personal, si cada hombre tiene su propio gusto? Esta pregunta es el problema fundamental de toda estética, y hasta que no se responda es imposible un tratado científico sobre estética. Si la respuesta de Kant es falsa, dar la respuesta correcta sería ir más allá de él; pero suponer que esta pregunta decisiva nunca se había planteado antes sería retroceder de él.
Steiger admite que el sentimiento estético se desarrolla históricamente y sufre cambios constantes. Aún así, plantea la objeción de que las mil y una preguntas históricas necesarias para explicar una obra de arte serían consideradas por cualquier esteticista como meros estudios preliminares en la historia de la cultura que no podrían comenzar a explicar la reacción puramente estética a una obra de arte. Pues esta reacción es en cada caso particular enteramente un acontecimiento de la experiencia subjetiva.
En sí mismo esto es bastante correcto, y desde Kant ha sido aceptado, incluso como algo natural. Sin embargo, cuando Steiger arranca la reacción estética como un hecho de la experiencia subjetiva de su contexto histórico, cae en el mismo error que critica tan severamente en Buchner y Moleschott, a saber, el de confundir las ciencias naturales y las sociales. La cuestión de cómo el hombre es capaz de percibir cae dentro del ámbito de las ciencias naturales, específicamente de la fisiología de los órganos de los sentidos; la cuestión de lo que los hombres perciben y han percibido cae dentro del ámbito de las ciencias sociales, específicamente, de la estética. Si un bosquimano australiano y un europeo civilizado escucharan al mismo tiempo una sinfonía de Beethoven o vieran una madona de Rafael, el proceso psicofísico de percepción sería el mismo en ambos casos, sin embargo, esto podría establecerse en las ciencias naturales, ya que como seres naturales son iguales. Sin embargo, lo que percibirían sería bastante diferente, ya que como miembros de la sociedad, como criaturas de circunstancias históricas, son bastante diferentes. Pero de ningún modo es necesario elegir contrastes tan crudos, pues ni siquiera en el mismo nivel de cultura hay tantos como dos individuos cuyos sentimientos estéticos coincidan con la regularidad de dos relojes. Como ser social, cada individuo es producto de factores del entorno que se entrecruzan y mezclan interminablemente, y que determinan sus percepciones de formas incalculablemente diversas. Precisamente por eso, cada individuo tiene su propio gusto personal.
Por supuesto, incluso este gusto subjetivo puede tener un significado, pero nunca más que un significado histórico, ni relacionado con otro que no sea el sujeto que lo percibe. De las diferencias en los gustos estéticos de Marx y de Lassalle podemos sacar ciertas conclusiones respecto a las diferencias en sus procesos históricos e intelectuales –como no hace mucho en otro lugar intenté hacer–, pero de ahí no podemos sacar ninguna conclusión sobre el valor estético relativo de los poetas que apelaron a estos hombres. El barón von Stein, sin duda uno de los contemporáneos más importantes de Goethe, al leer «Fausto» (1808) experimentó solo un sentimiento de intenso desagrado por las «impropiedades» de la escena de Walpurgisnacht, revelando así mucho sobre su propia educación estética, pero nada sobre la literatura e importancia de Fausto. Schopenhauer en una ocasión declaró que no es particularmente aficionado a la «Divina comedia» (1321), pero sabiamente introdujo este juicio subjetivo sobre una base subjetiva: «Admito francamente que la gran reputación de la «Divina comedia» me parece una exageración»; y si seguimos leyendo para ver cuál es la crítica de Schopenhauer, sus reflexiones revelan mucho sobre Schopenhauer, pero nada sobre Dante. Por supuesto, la importancia histórica de los gustos subjetivos depende enteramente de la importancia histórica de quienes los poseen; el grado de nuestro interés por los personajes históricos Marx, Lassalle, Stein y Schopenhauer determina el grado de nuestro interés por su gusto estético. Por otro lado, la importancia histórica del gusto subjetivo es nula en el caso de personajes de importancia histórica correspondientemente insignificante.