Traemos esta entrevista a propósito de los documentos referentes a las desviaciones «izquierdistas» y «derechistas», iremos comentando cada respuesta del secretario del Partido Comunista de los Pueblos de España, Carmelo Suárez, para hacer más didáctico el ejercicio. Pronto veremos que incluso un partido tachado normalmente de desviación derechista, puede albergar en su seno desviaciones izquierdistas sin mucha dificultad. Es la consecuencia normal de un partido sin una base ideológica marxista-leninista, de no haber leído y extrapolado las lecciones básicas de los clásicos del comunismo, ese zigzag entre desviaciones izquierdistas y derechistas es la única consecuencia lógica ante la incapacidad de cubrir sus acciones prácticas partiendo de un conocimiento teórico sólido. La entrevista ha sido extraída de Entrevista de Diario Octubre / inSurGente.
El documento:
Pregunta: ¿Qué momento social y económico está atravesando el país, Carmelo?
Carmelo Suárez: El momento actual es el de una fase de recomposición de las distintas fuerzas, de sus estrategias y de sus programas. El brutal impacto de la crisis capitalista –que no cede, por mucho que digan desde ciertos lugares– está poniendo a prueba las capacidades de cada organización, y de cada clase social, para desarrollar las estrategias que corresponden a sus intereses y a sus mismos proyectos futuros para la sociedad de este país, para sus distintas clases.
Hay quienes viven la situación con un cierto desespero por obtener resultados en lo inmediato, y creen que a la vuelta de la esquina su posición en la sociedad va a cambiar, y por ello desarrollan una línea errática y coyunturalista, donde es el último dato publicado aquél que determina la acción política.
Las clases dominantes viven una profunda crisis multifacética de su superestructura: sistema de partidos, la monarquía, el modelo es Estado, así como una variedad de consensos sociales que hoy se encuentran muy debilitados.
Para la opción revolucionaria este es un momento de acumulación de fuerzas y de consolidar posiciones, sin perder de vista el objetivo estratégico, teniendo capacidad para desarrollar las acciones tácticas coherentes con la estrategia. La tarea central es organizar el contraataque.
La situación para la clase obrera y los sectores populares es brutal, el sufrimiento y la miseria se extienden por los barrios obreros, y afecta también a la pequeña burguesía proletarizada. El futuro será más duro, el estado burgués se vuelve cada día más dictatorial y la guerra generalizada de la burguesía contra la clase obrera está dejando muchos cadáveres en el camino.
La lucha es por el poder obrero y por el socialismo.
Comentario de Bitácora (M-L): La primera obligación de un partido de vanguardia del proletariado es la organización de su clase; así el objetivo estratégico fundamental en ese fin –y que pasa por la acumulación de fuerzas– no es aunar un buen número de votantes fieles para un mero «contraataque» electoral ni una política pasiva de «resistencia» armada como preconizan algunos románticos del guerrillerismo-terrorismo con sus atentados. Ni ese reformismo oportunista ni ese terrorismo desesperado llevan al movimiento hacia una acumulación real de fuerzas ni a la deseada transformación social de la que parlotean de tanto en tanto. Nosotros no estamos hablando ni de socialdemocratismo ni de anarquismo, nos referimos a una actividad seria y rigurosa que haga coincidir las «condiciones objetivas» del momento –que no dependen de nuestra voluntad– con las «condiciones subjetivas»; estas últimas son el fruto de la labor sociopolítica de un partido marxista-leninista.
Este tiene que ser sólido en pensamiento y acción, el cual debe contar con una línea política reconocible hasta para quien no tiene nociones políticas. Este eje es el único punto de apoyo posible que sirve para aunar a las capas más conscientes del pueblo, y si este juega sus cartas correctamente posibilitará en un futuro el aumento progresivo de sus afiliados, recursos y actividad como para poner en jaque de verdad al sistema. Antes de ello, debe llegar al punto de lograr el autoconvencimiento de una parte fundamental de las masas laboriosas –por su propia experiencia– de la correcta línea del partido y sus acciones, de sus propuestas, en definitiva, de la necesidad de hacer la revolución para cambiar sus vidas de arriba a abajo. Esto solo puede ocurrir si dicha organización logra fabricar naturalmente cuadros cada vez más probados, con más experiencia y más eficaces, esto es, los dirigentes que puedan acumular y encabezar luchas a nivel local, regional y nacional contra las instituciones burguesas y sus fuerzas auxiliares. Esto incluye necesitar a gente para todos los campos: para la tribuna parlamentaria, el trabajo sindical, los artículos periodísticos o en las barricadas, choques que tomarán un carácter violento y no violento dependiendo del contexto político del momento.
En resumidas cuentas, estamos hablando de toda una serie de condiciones que puedan hacer a una fuerza de oposición desencadenar finalmente la toma de poder, hacer rendir el pabellón burgués. Vale decir que el trabajo por desarrollar las condiciones subjetivas ha de darse también cuando las condiciones objetivas no son propicias, y así estar preparados organizativa e ideológicamente hablando para cuando las condiciones objetivas acaben dándose. De hecho, este retraso en la acumulación de fuerzas, esa desorganización del proletariado, es lo que hace que no se avance ni siquiera en luchas menores, lo que ha permitido al capital en crisis, desarrollar todo un enjambre de políticas encaminadas a vaciar de contenido el derecho laboral o el acceso a la sanidad y educación. Es por ello, que aislando al partido de estos sucesos no puede cumplir la misión de vanguardia, que como organizador de los elementos obreros más conscientes debe ocupar, y se acaba zozobrando en una autosatisfacción basada en meras consignas.
Por supuesto, un movimiento político que nada en el fraccionalismo y que muda de posición como las serpientes cambian de piel no es garantía de nada ni puede convencer a nadie serio para sumarse a su proyecto, del mismo modo que un partido que no ostente la hegemonía en las organizaciones fabriles, agrarias, estudiantiles, vecinales y sociales carece de toda influencia para realizar cualquier acción seria, sea pequeña o de gran envergadura, armada o pacífica, sea una manifestación, una huelga o una insurrección, porque si no ha sido capaz de organizar su «corral», no puede pretender desarrollar un trabajo de masas fuera de él compitiendo con otros «gallos».
Sin esta consciencia y disciplina, primero en lo interno, nadie nuevo les seguirá salvo algún pequeño puñado de despistados inocentes que no durarán mucho o que no servirán más que de comparsa en una marcha fúnebre hacia la nada. ¿Y por qué optan quienes no han logrado aun solucionar ni lo primero ni lo segundo? Para empezar, lo raro es que reconozcan tales carencias. La mayoría de los que sí reconocen tales problemas optan por resolver su debilidad no tomando cartas en el asunto sobre su evidente fragilidad ideológica, ni tratando de aclarar y deslindar lo que les separa de otras formaciones, ni siquiera reforzando su trabajo de agitación y propaganda en diversos sitios. Ellos, simple y llanamente, piensan que la opción más rápida y factible para solventar su falta de transcendencia es realizar concesiones inaceptables y pactos oportunistas en los que, además, no llevan la voz cantante. De esta manera, nunca lograrán salir del pozo, o peor, si lo hacen será a efecto de ser un actor secundario de una tragicomedia burguesa.
Los marxistas han de saber que, sin lo segundo –un trabajo de organización de masas efectivo–, jamás se logrará organizar la revolución, pero sin lo primero, –un esclarecimiento ideológico absoluto sobre a dónde se quiere ir y de qué forma–, directamente no se logrará ni ese trabajo de masas efectivo, ni mucho menos, claro está, la ansiada revolución. Esto no lo decimos nosotros, lo dice la historia. Los revolucionarios no han llegado a nada transcendente intentando ocultar sus posturas o regalándole a la pequeña burguesía los debates y terminología que se deben dar.
¿Y qué hay de la cuestión estratégica y táctica? Como en todo, se trata de mantener un equilibrio sobrio. Si en las líneas anteriores estamos criticando el «practicismo ciego» y la «debilidad ideológica», esto no quiere decir, claro está, que para diferenciarnos del resto debamos ponernos a jugar a la «futurología» anticipando las tareas que enfrentaremos de aquí a dos años, dado que el trazar planes y perspectivas debe hacerse no «sobre el papel» y las fantasías de cada uno, sino solamente sobre la base de la situación concreta, la cual debe de haber sido bien reflexionada. Por mucho que sepamos o intuyamos «cuál será el siguiente paso», la dialéctica del tiempo puede modificarlas dándonos muchas sorpresas. Ergo, la planificación revolucionaria debe partir de atender las demandas, fortalezas y deficiencias del grupo y el entorno en que se mueve, sin resolver esto en un «hoy» no se podrá ir concatenando un escalafón con el siguiente, es decir, no habrá «mañana». Como igual de claro que está que si en cada momento, sean tareas humildes o transcendentes, se prescinde de una brújula, de un plan de ruta a seguir, de una crítica y autocrítica sobre cada paso dado, el viaje a emprender acabará siendo una Odisea donde las circunstancias moverán nuestra nave a su antojo, solo que a diferencia de Ulises no será por culpa de los «caprichos de los Dioses» sino de nuestra propia falta de previsión. A diferencia del él nosotros no retornaremos a Ítaca, sino a la casilla de salida. Y estos «imprevistos» continuos terminarán, como les ocurrió a los marineros del héroe griego, con la desmoralización o locura de nuestras tropas.
Entonces, por favor, señores revisionistas, ahorraos el ridículo hablando de «resistencia armada» cuando no tenéis capacidad ni para salir indemnes de una manifestación. No deis lecciones de «clandestinidad» cuando retrasmitís en redes sociales toda la actuación de vuestra célula a cara descubierta –cenas y fiestas incluidas–. No habléis de «trabajo de masas» cuando vuestra organización no mueve a nadie salvo su parroquia y sois unos completos desconocidos para millones de personas. Se presume de algo cuando se tiene, no cuando se está igual o peor que el resto.
En el mismo tono, instamos a los pusilánimes reformistas a que dejen de vendernos caminos mágicos para superar el capitalismo que no se han dado jamás y no se darán mientras el capital nacional y sus aliados internacionales tengan suficiente aliento y fuerzas –pues no existe experiencia histórica donde la burguesía se haya rendido ni en la que no haya intentado retomar el poder por formas coercitivas–, así que parad de darnos la monserga sobre la necesidad de luchar para que el sistema respete los «derechos eternos del hombre», como la «libertad», la «democracia» y todo tipo de pamplinas. El pueblo tendrá todo eso –y más– de forma materializada cuando sea consciente de sus condiciones y de su fuerza, cuando conozca su propia historia y la mire sin temor a distinguir la gloria de los errores. Solo entonces sabrá poner los puntos sobre las íes, pues nada de provecho sacará escuchando a una panda de posibilistas que siempre le conduce a la indefensión, la derrota y la humillación.
«Queremos que nuestros partidos de los países capitalistas actúen y procedan como verdaderos partidos políticos de la clase obrera, que desempeñen en la realidad el papel de un factor político en la vida de su país, que lleven a cabo en todo momento una activa política bolchevique de masas y no se limiten sólo a la propaganda y a la crítica, a lanzar meros llamamientos a la lucha por la dictadura proletaria. (...) Queremos que aprendan lo antes posible a nadar en las aguas tempestuosas de la lucha de clases y que no se queden en la orilla como observadores y registradores de las olas que se acercan, esperando el buen tiempo». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo; Informe ante el VIIº Congreso de la Komintern, 2 de agosto, 1935)
En ese sentido es preciso aclarar que si bien la lucha es por la revolución proletaria y el socialismo, dadas las condiciones actuales, la lucha debe de encaminarse en lo inmediato a mantener, o a evitar, la reducción de los derechos de los trabajadores y de los ciudadanos en general bajo la democracia burguesa y de este modo evitar la pauperización de las masa, es en esa lucha y en esa defensa de los derecho económico-políticos en que el pretendido partido comunista ha de ganarse la confianza de las masas. Saltarse esa realidad es confundir la propia conciencia con la de las masas, es pecar de «izquierdismo». Klement Gottwald dice acertadamente:
«Los comunistas, somos partidarios de la democracia soviética, de la democracia proletaria; de esta democracia que es mientras existan clases, la más amplia, es la que mejor responde a los intereses del pueblo trabajador. Por esta democracia luchamos nosotros. Pero si la democracia burguesa, si los derechos democráticos que esta democracia concede al pueblo trabajador y que el pueblo trabajador hubo de arrancar luchando duramente, se ven atacados por el fascismo, somos, naturalmente, partidarios de la defensa de estos derechos democráticos. Y si queréis que llamemos a esto defensa de la democracia, llamémoslo. Acerca del nombre que hayamos de darle, no vamos a discutir». (Klement Gottwald; Por el frente popular del trabajo, la libertad y la paz; Informe en el VIIº Congreso de la Komintern, 7 de agosto, 1935)
En estas situaciones, se debe formar un frente –donde el partido comunista debe luchar por dominarlo– con toda organización que acepte las mismas reivindicaciones, sean partidos, sindicatos o elementos sin partido o apolíticos, llámese este frente del trabajo, frente popular, o frente único de los trabajadores, etc. La Komintern en 1922, en particular hablando del deber de agrupar a los obreros ante una crisis económica –de similar calado a la actual–, donde se estaban llevando graves ataques a los derechos de los trabajadores decía:
«El frente único significa la asociación de todos los obreros, ya sean comunistas, anarquistas, socialdemócratas, independiente, sin partido, o incluso obreros cristianos, contra la burguesía. Con los líderes, si lo quieren así, sin los líderes si permanecen indiferentes y a un lado, y en desafío de los líderes y en contra de los líderes si sabotean frente unido del proletario. Y este verdadero frente común en la lucha común está obligado a formarse. Debe formarse si la clase obrera quiere defender sus intereses más fundamentales y elementales contra la ofensiva capitalista. (...) A pesar de todas las diferencias en nuestros puntos de vista políticos, debemos dejarlas a un lado y trabajar juntos para organizar el frente único contra los capitalistas. Ya sea un frente unido de todos los obreros del mundo, o el hambre y la degradación de la clase obrera. Así es como está la cuestión». (Informe al Comité Ejecutivo de la Komintern sobre los resultados de la Conferencia de Berlín, 1922)
Pero quizás para el PCPE, conocer todos estos pasajes sobre los frentes y demás tácticas trazadas por los marxista-leninistas a lo largo de las diferentes situaciones históricas es pedir demasiado. También quizás debido al desconocimiento histórico del comunismo y sus hazañas, no sepan en dicho partido que los soviets rusos en sus inicios no fueron bonitas asambleas dominadas por bolcheviques a los que las masas acudían por la preciosa voz de sus voceros, sino, que fue en base a trabajar –de entre otros lugares– en esos soviets dominados por mencheviques y eseristas, que la revolución rusa de 1917 pudo ser coronada con éxito, en resumen: gracias a que los bolcheviques no se quedaron: «en la orilla como observadores y registradores de las olas que se acercan, esperando el buen tiempo», sino a que pugnaron en sindicatos, en el frente de la guerra, en los soviets, en las asociaciones juveniles, y demás, por arrebatar los puestos y la influencia a los reformistas, se pudo granjear la confianza de las masas y lanzar la insurrección con ellas, hacer la revolución proletaria.
Quizás lo que es demasiado pedir al PCPE, es que como supuesto partido que aspira a ser la vanguardia, trabaje con las masas más allá de su zona de confort.