«No es necesario entrar aquí en todos los detalles de los gastos de circulación, como son por ejemplo el embalaje, la clasificación de las mercancías, etc. La ley general es que todos los gastos de circulación que responden simplemente a un cambio de forma de la mercancía no añaden a ésta ningún valor. Son simples gastos destinados a la realización del valor o a traducirlo de una forma a otra. El capital desembolsado para hacer frente a estos gastos −incluyendo el trabajo movilizado por él− figura entre los faux frais de la producción capitalista. Este capital debe reembolsarse del producto sobrante y representa, si nos fijamos en la clase capitalista en su conjunto una deducción de la plusvalía o del producto sobrante del mismo modo que el tiempo que un obrero invierte para comprar sus medios de vida representa tiempo perdido. Hay, sin embargo, una clase de gastos que tienen demasiada importancia para que no tratemos de ellos aquí, siquiera sea brevemente.
lunes, 23 de agosto de 2021
Marx sobre los gastos del transporte
martes, 17 de agosto de 2021
¿Qué es necesario comprender para superar la «etapa de círculos y dispersión»?
«La unidad en cuestiones de programa y en cuestiones de táctica es una condición indispensable, pero aún insuficiente para la unificación del partido, para la centralización del trabajo del partido –¡Dios santo, qué cosas elementales hay que masticar en estos tiempos en que todas las nociones se han confundido!–. Mientras no hemos tenido unidad en las cuestiones fundamentales de programa y de táctica, decíamos sin rodeos que vivíamos en una época de dispersión y de círculos, declarábamos francamente que antes de unificarnos teníamos que deslindar los campos; ni hablábamos siquiera de formas de organización conjunta, sino que tratábamos exclusivamente de las nuevas cuestiones –entonces realmente nuevas– de la lucha contra el oportunismo en materia de programa y de táctica. Ahora, esta lucha, según todos reconocemos, ha asegurado ya suficiente unidad, formulada en el programa del partido y en las resoluciones del partido sobre la táctica; ahora tenemos que dar el paso siguiente y, de común acuerdo, lo hemos dado: hemos elaborado las formas de una organización única en la que se funden todos los círculos. ¡Se nos ha arrastrado ahora hacia atrás, destruyendo a medias estas formas, se nos ha arrastrado hacia una conducta anarquista, hacia una fraseología anarquista. (...) De lo que se trata es de saber si nuestra lucha ideológica revestirá formas más elevadas, las formas de una organización del partido obligatoria para todos, o las formas de la antigua dispersión y de la antigua desarticulación en círculos. Se nos ha arrastrado hacia atrás, apartándonos de formas más elevadas, hacia formas más primitivas, y se justifica esto afirmando que la lucha ideológica es un proceso y las formas son sólo formas. (...) El marxismo, como ideología del proletariado instruido por el capitalismo, ha enseñado y enseña a los intelectuales vacilantes la diferencia que existe entre el factor de explotación de la fábrica –disciplina fundada en el miedo a la muerte por hambre– y su factor organizador –disciplina fundada en el trabajo en común, unificado por las condiciones en que se realiza la producción, altamente desarrollada desde el punto de vista técnico–. La disciplina y la organización, que tan difícilmente adquiere el intelectual burgués, son asimiladas con singular facilidad por el proletariado, gracias precisamente a esta «escuela» de la fábrica. El miedo mortal a esta escuela, la completa incomprensión de su valor organizador, caracterizan precisamente los métodos del pensamiento que reflejan las condiciones de vida pequeñoburguesas, a las que debe su origen el tipo de anarquismo que los [marxistas] alemanes llaman «edelanarchismus», es decir, anarquismo del señor «distinguido», anarquismo señorial, diría yo. Este anarquismo señorial es algo muy peculiar del nihilista ruso. La organización del partido se le antoja una «fábrica» monstruosa; la sumisión de la parte al todo y de la minoría a la mayoría le parece un «avasallamiento» –véanse los folletos de Axelrod–; la división del trabajo bajo la dirección de un organismo central hace proferir alaridos tragicómicos contra la transformación de los hombres en «ruedas y tornillos» de un mecanismo –y entre estas transformaciones, la que juzga más espantosa es la de los redactores en simples periodistas–, la mención de los estatutos de organización del partido suscita en él un gesto de desprecio y la desdeñosa obstinación –dirigida a los «formalistas»– de que se podría vivir sin estatutos. (...) ¿Por qué no necesitábamos antes los estatutos? Porque el partido se componía de círculos aislados, no enlazados entre sí por ningún nexo orgánico El pasar de un círculo a otro era simplemente cuestión de la «buena voluntad» de este o el otro individuo, que no tenía ante sí ninguna expresión netamente definida de la voluntad del todo. Las cuestiones en litigio, en el seno de los círculos, no se resolvían según unos estatutos, «sino luchando y amenazando con marcharse»: esto es lo que decía yo en la «Carta a un camarada» (1902) fundándome en la experiencia de una serie de círculos en general, y en particular en la de nuestro grupo de seis que constituíamos la redacción. En la época de los círculos, tal fenómeno era natural e inevitable, pero a nadie se le ocurría elogiarlo ni hacer de ello un ideal: todos se quejaban de semejante dispersión, todo el mundo sufría a causa de ella y ansiaba la fusión de los círculos dispersos en una organización de partido con una forma definida. Y ahora, cuando esta fusión ha tenido lugar, se nos arrastra hacia atrás. (...) No se precisaba ni era posible revestir de una forma definida el nexo existente en el interior de un círculo, o entre los círculos, porque dicho nexo estaba basado en un compadrazgo o en una «confianza» incontrolada y no motivada. El nexo del Partido no puede ni debe descansar ni en el uno ni en la otra; es indispensable basarlo precisamente en unos estatutos formales, redactados». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Un paso hacia adelante dos hacia atrás, 1904)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
«Y no es que los estatutos sean inútiles por el mero hecho de que el trabajo revolucionario no siempre admita ser reglamentado. No, la reglamentación es necesaria y debemos esforzarnos por dar forma, en la medida de lo posible, a toda la labor. La reglamentación es admisible en proporciones mucho mayores de lo que generalmente se piensa, pero no se alcanzará mediante estatutos, sino única y exclusivamente –no nos cansamos de repetirlo– mediante el envío de informes precisos al centro del partido: sólo entonces serán reglamentaciones efectivas, enlazadas con una responsabilidad y una publicidad –dentro del partido– reales. Porque ¿quién de nosotros ignora que en nuestras organizaciones los conflictos y discrepancias serios, de hecho, no se resuelven nunca por votación «de acuerdo con los estatutos», sino por la lucha y mediante amenazas de «retirarse»? De estas pugnas internas está llena la historia de la mayoría de nuestros comités en los últimos tres o cuatro años de vida del partido. Es muy deplorable que no se haya registrado esa lucha: hubiera sido mucho más aleccionadora para el partido y aportado mucho más a la experiencia de nuestros sucesores. Pero tal reglamentación, beneficiosa y necesaria, no se logra con estatutos, sino exclusivamente por medio de la publicidad dentro del partido. (...) Sólo cuando hayamos aprendido a aprovechar ampliamente esta publicidad, podremos sacar en efecto experiencia del funcionamiento de unas u otras organizaciones, sólo sobre la base de esa amplia experiencia, atesorada a lo largo de muchos años, se podrá elaborar estatutos que no sean papel mojado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización, 1902)
viernes, 13 de agosto de 2021
La época de las «desapariciones» no empezó con Videla, sino con Perón; Equipo de Bitácora (M-L), 2021
«Durante los últimos tres años, más de 2.000 argentinos han muerto como resultado de la violencia política. El mayor número de estas muertes fueron causadas por terroristas de izquierda y derecha. Los terroristas de izquierda en particular hicieron de la policía, los oficiales del ejército y otros funcionarios del gobierno uno de sus principales objetivos. Los terroristas de derecha, en cambio, han dirigido su fuego contra estudiantes de izquierda, dirigentes sindicales, congresistas y personas simpatizantes de las causas de izquierda en general. Del lado del gobierno, hay evidencia que indica que, frente a la violencia subversiva a gran escala, la policía y los oficiales del ejército han recurrido en ocasiones a ejecuciones extralegales, detenciones y encarcelamientos durante largos períodos y torturas a presuntos terroristas. (...) En cuanto a la libertad de expresión, el gobierno federal ha cerrado en los últimos tres años casi una veintena de publicaciones de extrema izquierda y derecha del espectro político». (CIA; Aerograma A-32 de la Embajada en Argentina al Departamento de Estado, Buenos Aires, 9 de marzo de 1976)
El gobierno peronista, en sus distintos mandatos, ya practicaba las desapariciones con todo aquel que se dijera comunista o mínimamente contrario a sus postulados. Véase el «caso Bravo», referido a Ernesto Mario Bravo, quién fue secuestrado y torturado en 1951; el caso de Juan Ingalinella, secuestrado y asesinado en 1955, o el abogado comunista Guillermo Kehoe, tiroteado por las bandas peronistas en 1964. En el primer gobierno peronista ya existía la llamada «Sección Especial», un cuerpo encargado de la represión concreta del comunismo, como orgullosamente proclamaban en sus discursos. Las campañas de propaganda anticomunista no tenían nada que envidiar a las del maccarthysmo en EEUU o a las del franquismo en España. Recomendamos el visionado de los vídeos anticomunistas de la época peronista recogidos en el documental de Eduardo Meilij: «Permiso para pensar» de 1989.
martes, 10 de agosto de 2021
Heinrich Heine sobre la esencia del arte del cristiano
«Las artes recitativas, espiritualistas por naturaleza, pudieran florecer bastante bien bajo la sombra del cristianismo. Menos ventajosa fue esta religión para las artes plásticas. Porque allí también se vieron obligadas a representar la victoria del espíritu sobre la materia y, sin embargo, debieron utilizar precisamente esta materia como medio de su representación; tuvieron que resolver, por así decirlo, una tarea antinatural. Por eso aquellos temas repulsivos en la escultura y en la pintura: imágenes de mártires, crucifixiones, santos agonizantes, mutilación de la carne. Esas mismas tareas fueron un martirio de la escultura, y cuando veo aquellas obras deformadas en las que cabezas devotamente inclinadas, brazos largos y delgados, piernas magras y escrupulosos y rústicos ropajes eran utilizados para representar la abstinencia cristiana y el ascetismo sensorial, me embarga una compasión indecible por los artistas de aquel tiempo. (...) A decir verdad, cuando contemplamos alguna colección de pinturas y no vemos representadas más que escenas sangrientas, flagelaciones y ejecuciones, tenemos la impresión de que los antiguos maestros pintaron estas imágenes para la galería de un verdugo. Pero el genio sabe transfigurar incluso lo antinatural; muchos pintores lograron resolver con belleza y elevación la tarea antinatural; y particularmente los italianos supieron honrar la belleza un poco a costa del espiritualismo, y elevarse hasta aquella idealidad que alcanzó su florecimiento en tantas representaciones de la Virgen. La clerecía católica siempre ha hecho algunas concesiones cuando se trataba de la Virgen. Esta imagen de una belleza inmaculada, transfigurada por el dolor y el amor maternal, tuvo el privilegio de ser celebrada por poetas y pintores y adornada, además, con todo el atractivo sensual. Porque esta imagen era un imán que podía atraer a la gran muchedumbre hacia el regazo del cristianismo. La Virgen María fue, por así decirlo, la «bella dame du comptoir» de la Iglesia Católica, que con su sonrisa celestial atrajo y retuvo a sus clientes, especialmente a los bárbaros del Norte. La arquitectura tiene en la Edad Media el mismo carácter que las obras de artes, porque en ese entonces todas las manifestaciones de la vida armonizaban entre sí del modo más extraordinario. Aquí, en la arquitectura, se revela la misma tendencia a la parábola que en la poesía. Cuando ahora entramos en una catedral antigua, apenas percibimos ya el sentido esotérico de su pétrea simbología. Sólo la impresión de conjunto penetra de inmediato en nuestro estado de ánimo. Sentimos la elevación del espíritu y el aplastamiento de la carne. El propio interior de la catedral forma una cruz hueca, y deambulamos allí en el interior del instrumento del martirio; las coloridas ventanas arrojan sobre nosotros sus luces rojas y verdes, como gotas de sangre y pus; cantos fúnebres gimotean a nuestro alrededor; bajo nuestros pies, sepulcros y descomposición». (Heinrich Heine; La escuela romántica, 1833)
jueves, 5 de agosto de 2021
Cuando la «izquierda» condena la tecnología y el progreso es igual o más reaccionaria que la «derecha»; Equipo de Bitácora (M-L), 2021
«En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser fuente de males, que no son ya tales fuerzas de producción, sino más bien fuerzas de destrucción –maquinaria y dinero–». (Karl Marx; El capital, Tomo III, 1894)
¿Podemos concluir que la tecnología y el progreso son sinónimos de «deshumanización»? La respuesta corta es un rotundo no. Las condiciones sociales cambian, por tanto, actualmente no puede ser más «humano» comer solo vegetales o leer libros sólo en formato papel, que manejar un iPhone o pilotar una nave espacial, esto no debería ser difícil de comprender en principio, aunque para cierta gente sea una polémica a discutir. El problema no puede ser nunca el desarrollo de las fuerzas productivas, que precisamente el capitalismo hereda y desarrolla a partir de los mejores conocimientos y esfuerzos de la humanidad, sino las relaciones de producción que rigen el entramado económico y social, la distribución de los productos ligados a ella; todo lo demás es palabrería en manos de un ignorante o de un cínico.
O si se quiere, explicado desde otro punto de vista, la deshumanización del sujeto en el capitalismo no es a causa de los avances tecnológicos –como muchos hippies y ácratas mantienen–, sino de un uso privativo y especulativo de dichos avances –solo hay que verlo en campos como la industria farmacéutica o alimentaria–. Recapitulando, el nudo gordiano está entonces, damas y caballeros, en la propiedad privada de los medios de producción que existe en este sistema, el mismo que mercantiliza sin escrúpulos la salud o los alimentos, algo que, bajo las leyes del capitalismo, como la ley del valor, es del todo normal y solo puede conducir al atolladero que conocemos: ricos y pobres, privilegiados de esas innovaciones y parias que jamás llegarán a disfrutar de esos avances.
En «Late Motiv», el programa nocturno del Andreu Buenafuente, tenemos un buen ejemplo de estas peligrosas nociones. Para quien no lo conozca, este es el programa idóneo para todo ser de «izquierdas» que, aunque sumamente aburguesado, quiere hacer parecer que no es parte del problema y sentirse moralmente superior a la «patética derecha». Pero resulta que a veces, y sin ser nada consciente, este «hombre de izquierdas» actúa como el más rancio conservador. En este programa se tuvo como invitado al excéntrico «humorista», escritor y crítico televisivo Bob Pop, quien realizaba una «demoledora crítica» al consumismo capitalista, echándole la culpa, cómo no, al trabajador medio, a lo que en España se le denomina popularmente como el «currito»:
«Bob Pop: Tengo la teoría de que hay ricos porque los pobres somos unos vagos. (…) Hay ricos porque nos da pereza hacer la revolución comunista, porque nos da pereza. Porque hemos hecho una cosa terrible, hemos pasado de comprar en el mercado a ir al supermercado. Nosotros tenemos la culpa de la concentración actual de la riqueza. Si lo piensas antes íbamos al mercado y comprábamos cada cosa en un puesto diferente con lo cual ayudábamos a que señores distintos de ese mercado con sus puestos tuviera una vivienda digna, pero no se forraban, no tenían un monopolio. ¿Ahora qué pasa? Ahora vamos al supermercado y compramos todo en un solo sitio… y claro se forran, por nuestra culpa. (…) Lo que pasa es que estamos muy cansadas, porque el capitalismo actual es la tormenta perfecta, nos han empujado a la precariedad, a las horas extras sin cobrarlas, horarios imposibles y nos han quitado la posibilidad de tener una vida donde poder ir al mercado tranquilamente y elegir en cada puesto cosas diferentes. (…) Les hemos hecho millonarios con nuestras miserias y encima se lo tenemos que agradecer porque es más cómodo. (…) Todo esto es culpa de los pobres que hemos sido muy vagos, pero, ¿qué hacemos? ¿Boicoteamos a los ricos? ¿Dejamos de comprar low cost en días festivos, dejamos de consumir? No podemos, Andreu, porque parte de ese dinero de nuestro consumo sirve para que los ricos se forren y parte de su fortuna vaya a fundaciones benéficas, nosotros también tenemos el bien consumiendo, dotan de bienes a la sanidad pública, dan donaciones al tercer mundo. Porque los ricos pagar impuestos lo menos que puedan, pero caridad hacen un rato (…) ¿Tú sabes qué tienen los ricos que no tenemos nosotros? Conciencia de clase». (Spanish Revolution; ¿Tú sabes lo que tienen los ricos que no tenemos nosotros?, 4 de julio de 2021)
miércoles, 4 de agosto de 2021
La teoría de que el movimiento obrero necesita los atentados del terrorismo como estímulo; Equipo de Bitácora (M-L), 2017
«En los estudios del siglo XIX de Marx y Engels sobre Rusia y las fuerzas políticas en pugna, se dejó bastante claro lo que estaban realizando los populistas –antecesores de los eseristas–. No estaban precisamente estimulando al pueblo para vencer al zarismo, sino que más bien, con sus acciones terroristas, precisamente habían agrupado en torno a la autocracia zarista a las clases sociales que no necesariamente estaban interesadas en su continuación:
«Así escribía Marx en 1877. A la sazón había en Rusia dos gobiernos: el del zar y el del comité ejecutivo [ispolnítelnyi komitet] secreto de los conspiradores terroristas. (…) La revolución rusa no se produjo. El zarismo ha triunfado sobre el terrorismo, el cual, en el momento presente ha empujado a todas las clases pudientes y «amigas del orden» a que se abracen con el zarismo». (Friedrich Engels; Acerca de la cuestión social en Rusia, 1894)
Lenin aconsejó a los revolucionarios suizos que, según la experiencia de los bolcheviques, la lucha por el socialismo debía emitirse en una propaganda que combatiera sistemáticamente tanto el pacifismo de los oportunistas como el terrorismo de los aventureros anarquistas. Lo que era imperativo era educar a las masas en el uso de la violencia revolucionaria, pero siempre involucrando al pueblo en ese desempeño para que, llegado el momento, visto que los explotadores seguramente no iban a entregar el poder, las masas, ya concienciadas y experimentadas, realizasen una revolución popular para imponer justicia y cumplir sus anhelos. Se trata de algo a todas luces muy distinto de los pequeños comandos terroristas que actúan a su libre albedrío fuera de la lucha de las masas y que ignoran el grado de concienciación de estas:
«Permítanme decir algunas palabras sobre otro punto que se discute mucho en estos días y respecto del cual, nosotros, los socialdemócratas rusos, poseemos una experiencia especialmente rica: el problema del terror. (...) Estamos convencidos de que la experiencia de la revolución y contrarrevolución en Rusia confirmó lo acertado de la lucha de más de veinte años de nuestro partido contra el terrorismo como táctica. No debemos olvidar, sin embargo, que esta lucha estuvo estrechamente vinculada con una lucha despiadada contra el oportunismo, que se inclinaba a repudiar el empleo de toda violencia por parte de las clases oprimidas contra sus opresores. Nosotros siempre estuvimos por el empleo de la violencia en la lucha de masas y con respecto a ella. En segundo lugar, hemos vinculado la lucha contra el terrorismo con muchos años de propaganda, iniciada mucho antes de diciembre de 1905, en favor de una insurrección armada. Considerábamos la insurrección armada no sólo la mejor respuesta del proletariado a la política del gobierno, sino también el resultado inevitable del desarrollo de la lucha de clases por el socialismo y la democracia. En tercer lugar, no nos hemos limitado a aceptar la violencia como principio ni a hacer propaganda en favor de la insurrección armada. Así, por ejemplo, cuatro años antes de la revolución, apoyamos el empleo de la violencia por las masas contra sus opresores, especialmente en las manifestaciones callejeras. Hemos tratado de que la lección dada por cada manifestación de este tipo fuera asimilada por todo el país. Comenzamos a prestar cada vez mayor atención a la organización de una resistencia sistemáticamente y sostenida de las masas contra la policía y el ejército, a traer, mediante esa resistencia, la mayor parte posible del ejército al lado del proletariado en su lucha contra el gobierno, a inducir al campesinado y al ejército a que participasen con conciencia de esa lucha. Esta es la táctica que hemos aplicado en la lucha contra el terrorismo y estamos profundamente convencidos de que fue coronada con éxito». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Discurso en el Congreso del Partido Socialdemócrata Suizo, 1916)