Consideramos que esta sección es una de las más importantes debido al alto grado de ignorancia que existe en torno a la cuestión de la intelectualidad y su ligazón con el partido revolucionario, por lo que pedimos al lector que preste especial atención y si fuera necesario notifique cualquier duda o crítica correspondiente.
Estos serán los siguientes temas a desarrollar: 1) ¿Cuál es la relación histórica entre el proletariado y la conciencia revolucionaria que puede adquirir?; 2) La singularidad de la intelectualidad en la sociedad moderna; 3) El intelectual comprometido y su relación con el movimiento revolucionario; 4) ¿Por qué deben trabajar codo con codo los trabajadores manuales e intelectuales?; 5) Los revisionistas y la intelectualidad. ¿Cómo concibe la «Línea de la Reconstitución» esta espinosa cuestión?; 6) ¿El papel de la intelectualidad ha caducado? ¿El obrero se «autoorganiza»?; 7) ¿Acaso el marxismo-leninismo no ha advertido contra los peligros típicos que arraigan en la intelectualidad?; 8) La eucaristía de la Iglesia Reconstitucionalista: «el intelectual se convierte en obrero»; 9) La cuestión del origen social, ¿quién se puede adherir al marxismo-leninismo?
¿Cuál es la interrelación histórica entre el proletariado y la conciencia revolucionaria?
¿Cómo ha de entenderse la relación que tiene el proletariado con todas las doctrinas que han nacido en su seno? Suele olvidarse que por «ideologías» el proletariado ha producido muchas al calor de su lento desarrollo histórico, y sí, muchas de ellas intentaban basarse en sus luchas y anhelos, pero todas ellas carecían de un eje consecuente: eran demasiado primitivas, gremialistas, espontaneístas o conciliadoras; en definitiva, insuficientes para liberarle de la esclavitud asalariada mediatizada por el yugo del capital, baste ver qué fue de los cartistas o fabianos. Por eso, para nosotros, ser revolucionario en el tiempo presente, no es otra cosa que asumir y practicar la doctrina más científica que sintetiza y busca transformar sin componendas las metas y objetivos progresistas de cada época. Cualquiera que haya estudiado concienzudamente la historia de la humanidad sabrá que, en cada época determinada, una doctrina puede ser progresista y revolucionaria, pero que en otra bien puede haberse quedado atrás, tornándose en conservadora y contrarrevolucionaria. Sabido esto, no es extraño concluir en el capitalismo moderno que:
«El proletariado es revolucionario sólo cuando tiene conciencia de esta idea de la hegemonía y la realiza. El proletario que adquirió conciencia de esta tarea es un esclavo alzado contra la esclavitud. El proletario, que no tiene conciencia de la idea de la hegemonía de su clase o que reniega de esta idea, es un esclavo que no comprende la condición de esclavo en que se encuentra; en el mejor de los casos, es un esclavo que lucha por mejorar su situación como tal, pero no por el derrocamiento de la esclavitud». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El reformismo en el seno de la socialdemocracia rusa, 1911)
Si aceptamos que el propio proletariado no es revolucionario hasta que no toma conciencia de su posición de clase… ¿cómo vamos a idealizar que «por sus condiciones materiales» todo miembro del proletariado es ya, o casi, «plenamente consciente en lo ideológico»? Aquí una vez más, se confunde probabilidad con realidad y se olvida todo lo demás, es un «materialismo» sin dudas muy vulgar. Si esto fuese así de sencillo, la revolución sería un hecho lineal, automático, un juego con las cartas marcadas: resultaría que ya desde la cuna −por familia− o desde la primera vez que se entra en una fábrica −por su posición en la producción− el sujeto adquiere esa «conciencia política» como derivado del ambiente familiar o laboral, de nuevo un reduccionismo que nada explica y que no resiste el menor análisis. Esto no solo implica levantar una teoría social muy pobre que no se sostiene cuando uno ojea la realidad cotidiana −donde la clase obrera sigue funcionando como furgón de cola del burgués−, sino que además implicaría borrar uno de los conceptos más importantes del estudio analítico, como es el de la llamada «alienación». Esta herramienta, ya desarrollada por Marx en sus «Manuscritos económicos y filosóficos» (1844), permite explicar el motivo de que un trabajador del metal crea en la monarquía, pida la expulsión de los inmigrantes o se atavíe de rosarios como si estas opciones fueran la mejor solución, la única salvación a sus problemas cotidianos. Y es que recordemos que esta alienación incluye y parte de todas las esferas sociales de la vida −alienación respecto al producto, religiosa, frente a la naturaleza, política−. Pero no es cuestión de detenernos ahora en esto. Véase la obra: «Fundamentos y propósitos» (2022).
Entonces, si aceptamos que un proletario tiene que llegar a ser revolucionario −y que este no es un proceso automático−, lo primero que habrá que preguntarse es cómo va a transitar ese camino: ¿prescindiendo de la única doctrina que ha demostrado estar en consonancia con los descubrimientos de la ciencia? ¿Dejándolo todo al libre albedrío, al «espíritu instintivo de su clase»? En caso de negarse a esta última majadería, aceptará que necesita formarse, empaparse de los hitos y derrotas de su movimiento. Bien, en tal caso, ¿cómo va a excluir de esta empresa pedagógica a los intelectuales de su clase o de otras capas sociales que se dignen a acompañarlos bajo tales preceptos? Sin duda, sería como pegarse un tiro en el pie.
Se dice que el proletario, por su condición dentro del entramado capitalista, es la clase social más interesada en la revolución −aquella que, si es consciente de sus intereses, socializará los medios de producción para disfrute de toda la comunidad trabajadora, avanzando hacia la abolición de las clases sociales−. Y sí, esto es correcto, pero a veces se olvida que lo que ha venido a configurar los cimientos del marxismo-leninismo −término a veces sintetizado como socialismo científico−, no ha sido un proceso espontáneo, una «autoconciencia» de estos trabajadores. Repasemos un escrito de Friedrich Engels sobre sus primeras andanzas y los inicios de la Liga Comunista:
«Entonces había que andar buscando uno a uno a los obreros conscientes de su situación como obreros y de su contraposición histórico-económica con el capital, pues esta misma contraposición estaba todavía en mantillas. (…) Entonces, los pocos hombres que habían sabido comprender el papel histórico del proletariado tenían que reunirse secretamente, que agruparse a escondidas en pequeñas comunas de 3 a 20 individuos». (Friedrich Engels; Contribución a la Historia de la Liga de los Comunistas, 1885)
Esto implica que algunos miembros de la capa de la intelectualidad −en ocasiones muy lejos de las condiciones de vida del proletariado− se rebelaron y supeditaron su ingenio y estudio a la causa de la humanidad, tratando de buscar cuál era el curso objetivo que resume la meta progresista de su época, dándose de bruces con la cuestión del proletariado. Por esta razón, un joven Engels, polemizando con otros utópicos como Heinzen, declaraba que el comunismo:
«No procede de principios, sino de hechos. Los comunistas no parten de tal o cual filosofía, sino de todo el curso de la historia anterior y particularmente de los resultados reales a los que se ha llegado actualmente. (...) El comunismo, como teoría, es la expresión teórica de la posición del proletariado en esta lucha y la síntesis teórica de las condiciones para la liberación del proletariado». (Friedrich Engels; Los comunistas y Karl Heinzen, 1847)
Argumentar que sobredimensionamos el papel histórico de la intelectualidad porque: «¡Tal labor se produjo estudiando y estando en contacto con el movimiento proletario y sus luchas!», no refuta lo dicho, como pensaba David Riazánov, sino que confirma nuestra afirmación. Vamos más allá: los intelectuales acabaron difundiendo los resultados de sus profundas investigaciones barajando qué métodos y camino había que tomar, instándoles a los propios proletarios a que tomasen en sus manos este trabajo de revisión y crítica, la cual actuaría como base para ese proyecto emancipatorio, pasando por encima de la «gente culta» si era necesario, como en muchas ocasiones así lo fue. ¿Exageramos? En absoluto:
«Nuestra intención no era, ni mucho menos, comunicar exclusivamente al mundo «erudito», en gordos volúmenes, los resultados científicos descubiertos por nosotros. Nada de eso. Los dos estábamos ya metidos de lleno en el movimiento político, teníamos algunos partidarios entre el mundo culto, sobre todo en el occidente de Alemania, y grandes contactos con el proletariado organizado. Estábamos obligados a razonar científicamente nuestros puntos de vista, pero considerábamos igualmente importante para nosotros el ganar al proletariado europeo, empezando por el alemán, para nuestra doctrina. Apenas llegamos a conclusiones claras para nosotros mismos, pusimos manos a la obra». (Friedrich Engels; Contribución a la Historia de la Liga de los Comunistas, 1885)
Tomemos el caso ruso, que es bien claro al respecto, ¿quiénes fueron los primeros autores responsables de popularizar las ideas de Marx y Engels en el Imperio ruso? Los Plejánov, Struve, Potrésov, Axelrod, Deutsch, Chjeidze, Zasúlich, Lenin, incluso si nos retrotraemos a sus antecedentes más inmediatos, los populistas, los Herzen, los Belinsky, los Chernyshevski. ¿Acaso no procedían todos ellos de familias medias acomodadas o nobles, no se dedicaban ellos mismos a labores de abogacía, escritura, intendencia, profesorado? ¿No es a su vez cierto que muchos de ellos «abandonaron el barco» y se deslizaron hacia el liberalismo burgués −o algo peor−? Incluso si nos vamos a noviembre de 1917, y revisamos el Primer Consejo de Comisarios del Pueblo, aproximadamente once de los quince miembros se dedicaban a labores intelectuales. Entonces, ¿qué sentido tiene negar los hechos históricos sobre el papel de la intelectualidad en la conformación de los movimientos revolucionarios? Solo la confusión o la demagogia se puede esconder tras este negacionismo de los hechos históricos:
«No puede ni hablarse de una ideología independiente, elaborada por las mismas masas obreras en el curso de su movimiento. (...) Esto no significa, naturalmente, que los obreros no participen en esta elaboración. Pero no participan en calidad de obreros, sino en calidad de teóricos del socialismo, como los Proudhon y los Weitling; en otros términos, sólo participan en el momento y en la medida en que logran, en mayor o menor grado, dominar la ciencia de su siglo y hacer avanzar esa ciencia. Y, a fin de que los obreros lo logren con mayor frecuencia, es necesario ocuparse lo más posible de elevar el nivel de la conciencia de los obreros en general; es necesario que los obreros no se encierren en el marco artificialmente restringido de la «literatura para obreros». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
Que a estas alturas muchos no hayan comprendido todo esto solo refleja el retroceso de décadas e incluso siglos en este tipo de cuestiones tan básicas.