Acrecentamiento del poder real
«El rey y los señores feudales. En 1066, Inglaterra fue conquistada por Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, quien arrebató las tierras a los señores feudales anglosajones y las repartió entre los normandos y franceses, que juntamente con él conquistaron Inglaterra. La situación de los campesinos ingleses empeoró mucho. Los conquistadores convirtieron a muchos de ellos en siervos y los agravaron con pesadas jornadas de trabajo y agobiadores tributos. En Inglaterra se afianzó un poder real fuerte. Aquel conservó en sus manos muchos dominios, casi la séptima parte de toda Inglaterra.
Guillermo el Conquistador mantenía en la sumisión a los señores feudales, observaba celosamente el cumplimiento por su parte del servicio militar en provecho del rey y no les permitía luchar entre sí.
En la misma época en que Francia estaba desmembrada en una infinidad de dominios feudales independientes, Inglaterra era ya un Estado unificado, con un fuerte poder real.
Los grandes señores feudales soportaban a duras penas la autoritaria política del rey, y varias veces se sublevaron, tanto durante el reinado de Guillermo el Conquistador como en el de sus sucesores. Querían conseguir la misma independencia de que gozaban en aquel entonces los duques y condes en Francia. Pero el rey estaba apoyado por los caballeros, el clero y los ciudadanos. Temían el despotismo y la opresión de los grandes señores feudales y por eso preferían «tener un solo tirano a tener un centenar de ellos». Con la ayuda de esos elementos, los reyes lograban dominar a los insubordinados señores feudales.
En el año 1154, el trono de Inglaterra pasó a manos del conde de Anjou, Enrique II, de la dinastía de los Plantagenet.
La reforma judicial y militar. Ya sabemos en qué consistían los dominios de Enrique II. Le pertenecía casi toda la mitad occidental de Francia: Anjou, Normandía y Aquitania. A ellos se agregaba, a partir de entonces, el reino de Inglaterra. Enrique II, con el apoyo de los caballeros y de los ciudadanos, hizo una guerra decidida a los grandes señores feudales. Destruyó más de trescientos de sus castillos edificados y en los rescates colocó guarniciones reales.
Durante su reinado se llevaron a cabo varias reformas que afianzaron el poder real. La más importante fue la reforma judicial. Enrique II trataba de robustecer la justicia real. Dio a todos los caballeros y campesinos libres el derecho de exigir que sus asuntos fueran vistos, no en el juzgado del señor, sino en el juzgado real.
En los tribunales reales fueron abolidos los antiguos métodos de investigar los asuntos por vía del «juicio de Dios», es decir, el combate singular, la prueba del hierro candente y del agua hirviendo. Cada asunto era investigado con la ayuda de los jurados. Estos eran elegidos entre los habitantes del lugar y prestaban juramento de decir la verdad. Los jurados debían decir todo lo que sabían en un asunto dado. Basándose en sus testimonios, los jueces debían pronunciar la sentencia. Era un importante paso hacia adelante en comparación con el antiguo procedimiento judicial.
La reforma judicial de Enrique II fue de gran ayuda para los caballeros de menor cuantía y los campesinos libres. Los juzgados reales eran una defensa contra las usurpaciones de los poderosos señores feudales. Pero la mayoría de la población de Inglaterra −los siervos de la gleba o los villanos− era juzgada como antaño en los tribunales de sus señores, donde era juez el propio señor feudal o su administrador. No todos podían viajar hasta la corte real para ser juzgados y, por eso, Enrique enviaba a las distintas regiones a los «jueces viajeros», quienes actuaban en nombre del rey.
Con el aumento del número de causas en los tribunales reales, Enrique II logró no sólo el afianzamiento de su poder, sino, además, beneficios para el tesoro, pues en su provecho se pagaban las multas judiciales.
Enrique II tuvo que combatir constantemente. La milicia feudal se reunía lentamente y era muy poco disciplinada, por cuyo motivo, aquel comenzó a exigir de los feudales, en vez del servicio militar, un tributo en dinero, calificado como el dinero del escudo, con el cual se pagaba a los soldados mercenarios extranjeros o a los campesinos ingleses libres. Los arqueros británicos se hicieron pronto célebres en toda Europa.