sábado, 9 de noviembre de 2024

Lenin sobre la municipalización de la tierra y el llamado «socialismo municipal» de los mencheviques


«La aproximación de lo uno v lo otro es obra de los propios mencheviques, que consiguieron hacer pasar su programa agrario en Estocolmo, Basta mencionar a dos mencheviques notorios, Kostrov y Larin. 

«Algunos camaradas decía Kostrov en Estocolmo parece como si oyesen hablar por primera vez de la propiedad municipal. Les recordaré que en Europa occidental hay toda una corriente [¡nada menos!], el «socialismo municipal» [Inglaterra], que consiste en ampliar la propiedad de los municipio! urbanos y rurales y a favor de la cual están igualmente nuestros camaradas. Muchos municipios poseen bienes inmuebles, y esto no contradice a nuestro programa. Ahora tenemos la posibilidad! de conseguir [!] para los municipios, a título gratuito [!!], riqueza inmobiliaria y debemos aprovecharnos de ella. Naturalmente, las tierras confiscadas deben ser municipalizadas». (Kostrov; Discurso en el Vº Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, 1906) 

El ingenuo punto de vista acerca de la «posibilidad de conseguir riquezas a título gratuito» está expresado aquí de un modo incomparable. En lo único en que no pensó el orador es en la razón de por qué esta «corriente» del socialismo municipal, precisamente como corriente especial y sobre todo en Inglaterra, el país tomado en calidad de ejemplo, es una corriente de oportunismo extremo. ¿Por qué Engels, al caracterizar en las cartas a Sorge este oportunismo intelectualista extremado de los fabianos ingleses, señaló el significado pequeñoburgués de sus tendencias «municipalizadoras» [*]?

Larin, al unísono con Kostrov, dice en su comentario al programa menchevique: 

«Es posible que en algunos lugares la administración autónoma local popular pueda con sus propias fuerzas explotar estas grandes: fincas por su cuenta de la misma manera que, por ejemplo, las dumas urbanas llevan la gestión de los tranvías de caballos y de los mataderos, y entonces toda (!) la población dispondría de todo el beneficio de las mismas». (Y. Larin; El problema campesino y la socialdemocracia, 1907)

¿Y no la burguesía local, estimado Larín? Se echan de ver al punto las Ilusiones pequeñoburguesas de los héroes pequeñoburgueses del socialismo municipal del Occidente europeo. ¡Se olvida la dominación de la burguesía, se olvida también que sólo en las ciudades que cuentan con un alto porcentaje de población proletaria, se consiguen para los trabajadores algunas migajas de la administración municipal! Pero esto lo decimos de pasada. La falsedad principal de la idea «socialista municipal» de la municipalización de la tierra radica en lo siguiente...

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Arnold Hauser analizando la transcendencia histórica de los valores de la cultura caballeresca

«El cambio de estructura social del siglo XII reposa, en último extremo, en el hecho de que las clases profesionales se sobreponen a las clases de nacimiento. También la caballería es una institución profesional, si bien después se convierte en una clase hereditaria. Primitivamente no es más que una clase de guerreros profesionales, y comprende en sí elementos del más vario origen. En los primeros tiempos también los príncipes y barones, los condes y los grandes terratenientes habían sido guerreros, y fueron premiados con sus propiedades ante todo por la prestación de servicios militares. Pero, entre tanto, aquellas donaciones habían perdido sus efectos obligatorios y el número de los señores miembros de la antigua nobleza adiestrados en la guerra se redujo tanto, o era ya tan pequeño desde el principio, que no bastaba para atender las exigencias de las interminables guerras y luchas. El que quería ahora hacer la guerra −¿y cuál de los señores no la quería?− debía asegurarse el apoyo de una fuerza más digna de confianza y más numerosa que la antigua leva. La caballería, en gran parte salida de las filas de los ministeriales, se convirtió en este nuevo elemento militar. La gente que encontramos al servicio de cada uno de los grandes señores comprendía los administradores de fincas y propiedades, los funcionarios de la corte, los directores de los talleres del feudo y los miembros de la comitiva y de la guardia, principalmente escuderos, palafreneros y suboficiales. De esta última categoría procedió la mayor parte de la caballería. Casi todos los caballeros eran, por tanto, de origen servil. El elemento libre de la caballería, bien distinto de los ministeriales, estaba integrado por descendientes de la antigua clase militar, los cuales, o no habían poseído jamás un feudo, o habían descendido nuevamente a la categoría de simples mercenarios. Pero los ministeriales formaban, por lo menos, las tres cuartas partes de la caballería y la minoría restante no se distinguía de ellos, pues la conciencia de clase caballeresca no se dio ni entre los guerreros libres ni entre los serviles hasta que se concedió la nobleza a los miembros de la comitiva. En aquel tiempo solo existía una frontera precisa entre los terratenientes y los campesinos, entre los ricos y la «gente pobre», y el criterio de nobleza no se apoyaba en determinaciones jurídicas codificadas, sino en un estilo de vida nobiliario. En este aspecto no existía diferencia alguna entre los acompañantes libres o serviles del noble señor; hasta la constitución de la caballería ambos grupos formaban meramente parte de la comitiva.

Tanto los príncipes como los grandes propietarios necesitaban guerreros a caballo y vasallos leales; pero estos, teniendo en cuenta la economía natural, entonces dominante, no podían ser recompensados más que con feudos. Lo mismo los príncipes que los grandes propietarios estaban dispuestos en todo caso a conceder todas aquellas partes de sus posesiones de que pudieran prescindir con tal de aumentar el número de sus vasallos. Las concesiones de tales feudos en pago de servicios comienzan en el siglo XI; en el siglo XIII el apetito de los miembros del séquito de poseer tales propiedades en feudo está ya suficientemente saciado. La capacidad de ser investido con un feudo es el primer paso de los ministeriales hacia el estado nobiliario. Por lo demás, se repite aquí el conocido proceso de la formación de la nobleza. Los guerreros, por servicios prestados o que han de prestar, reciben para su mantenimiento bienes territoriales; al principio no pueden disponer de estas propiedades de manera completamente libre, pero más tarde el feudo se hace hereditario y el poseedor del feudo se independiza del señor feudal. Al hacerse hereditarios los bienes feudales, la clase profesional de los hombres de la comitiva se transforma en la clase hereditaria de los caballeros. Sin embargo, siguen siendo, aun después de su acceso al estado nobiliario, una nobleza de segunda fila, una baja nobleza que conserva siempre un aire servil frente a la alta aristocracia. Estos nuevos nobles no se sienten en modo alguno rivales de sus señores, en contraste con los miembros de la antigua nobleza feudal, que son todos en potencia pretendientes a la Corona y representan un peligro constante para los príncipes. Los caballeros, a lo sumo, pasan a servir al partido enemigo si se les da una buena recompensa. Su inconstancia explica el lugar preeminente que se concedía a la fidelidad del vasallo en el sistema ético de la caballería.

viernes, 18 de octubre de 2024

Inglaterra en los siglos XII a XV; Evgeni Kosminsky, 1952

Acrecentamiento del poder real

«El rey y los señores feudales. En 1066, Inglaterra fue conquistada por Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, quien arrebató las tierras a los señores feudales anglosajones y las repartió entre los normandos y franceses, que juntamente con él conquistaron Inglaterra. La situación de los campesinos ingleses empeoró mucho. Los conquistadores convirtieron a muchos de ellos en siervos y los agravaron con pesadas jornadas de trabajo y agobiadores tributos. En Inglaterra se afianzó un poder real fuerte. Aquel conservó en sus manos muchos dominios, casi la séptima parte de toda Inglaterra.

Guillermo el Conquistador mantenía en la sumisión a los señores feudales, observaba celosamente el cumplimiento por su parte del servicio militar en provecho del rey y no les permitía luchar entre sí.

En la misma época en que Francia estaba desmembrada en una infinidad de dominios feudales independientes, Inglaterra era ya un Estado unificado, con un fuerte poder real.

Los grandes señores feudales soportaban a duras penas la autoritaria política del rey, y varias veces se sublevaron, tanto durante el reinado de Guillermo el Conquistador como en el de sus sucesores. Querían conseguir la misma independencia de que gozaban en aquel entonces los duques y condes en Francia. Pero el rey estaba apoyado por los caballeros, el clero y los ciudadanos. Temían el despotismo y la opresión de los grandes señores feudales y por eso preferían «tener un solo tirano a tener un centenar de ellos». Con la ayuda de esos elementos, los reyes lograban dominar a los insubordinados señores feudales.

En el año 1154, el trono de Inglaterra pasó a manos del conde de Anjou, Enrique II, de la dinastía de los Plantagenet. 

La reforma judicial y militar. Ya sabemos en qué consistían los dominios de Enrique II. Le pertenecía casi toda la mitad occidental de Francia: Anjou, Normandía y Aquitania. A ellos se agregaba, a partir de entonces, el reino de Inglaterra. Enrique II, con el apoyo de los caballeros y de los ciudadanos, hizo una guerra decidida a los grandes señores feudales. Destruyó más de trescientos de sus castillos edificados y en los rescates colocó guarniciones reales. 

Durante su reinado se llevaron a cabo varias reformas que afianzaron el poder real. La más importante fue la reforma judicial. Enrique II trataba de robustecer la justicia real. Dio a todos los caballeros y campesinos libres el derecho de exigir que sus asuntos fueran vistos, no en el juzgado del señor, sino en el juzgado real.

En los tribunales reales fueron abolidos los antiguos métodos de investigar los asuntos por vía del «juicio de Dios», es decir, el combate singular, la prueba del hierro candente y del agua hirviendo. Cada asunto era investigado con la ayuda de los jurados. Estos eran elegidos entre los habitantes del lugar y prestaban juramento de decir la verdad. Los jurados debían decir todo lo que sabían en un asunto dado. Basándose en sus testimonios, los jueces debían pronunciar la sentencia. Era un importante paso hacia adelante en comparación con el antiguo procedimiento judicial. 

La reforma judicial de Enrique II fue de gran ayuda para los caballeros de menor cuantía y los campesinos libres. Los juzgados reales eran una defensa contra las usurpaciones de los poderosos señores feudales. Pero la mayoría de la población de Inglaterra −los siervos de la gleba o los villanos− era juzgada como antaño en los tribunales de sus señores, donde era juez el propio señor feudal o su administrador. No todos podían viajar hasta la corte real para ser juzgados y, por eso, Enrique enviaba a las distintas regiones a los «jueces viajeros», quienes actuaban en nombre del rey.

Con el aumento del número de causas en los tribunales reales, Enrique II logró no sólo el afianzamiento de su poder, sino, además, beneficios para el tesoro, pues en su provecho se pagaban las multas judiciales. 

Enrique II tuvo que combatir constantemente. La milicia feudal se reunía lentamente y era muy poco disciplinada, por cuyo motivo, aquel comenzó a exigir de los feudales, en vez del servicio militar, un tributo en dinero, calificado como el dinero del escudo, con el cual se pagaba a los soldados mercenarios extranjeros o a los campesinos ingleses libres. Los arqueros británicos se hicieron pronto célebres en toda Europa.

viernes, 4 de octubre de 2024

Plejánov respondiendo a Lunacharski sobre cuestiones artísticas

«Cuando expresé los conceptos aquí expuestos, el señor Lunacharski me hizo varias objeciones. Examinaré ahora las más importantes.

En primer lugar, se extrañó de que, al parecer, yo reconociera la existencia de un criterio absoluto de la belleza. Pero tal criterio no existe. Todo fluye, todo cambia. Y también cambian, por cierto, los conceptos que los hombres tienen de la belleza. Por eso, no podemos demostrar que el arte contemporáneo está atravesando efectivamente una crisis de fealdad. 

A esta objeción contesté y contesto diciendo que, en mi opinión, no existe ni puede existir un criterio absoluto de la belleza [64]. Los conceptos que el hombre tiene de la belleza cambian indudablemente con el curso del proceso histórico. Pero si no existe un criterio absoluto de la belleza; si todos los criterios con que se la enjuicia son relativos, ello no significa que carezcamos de toda posibilidad objetiva de juzgar si una obra artística está bien hecha. Supongamos que el artista quiere pintar una «mujer de azul». Si lo que ha representado en su cuadro se parece realmente a esa mujer, diremos que ha logrado pintar un buen cuadro. Pero si en lugar de una mujer vestida de azul vemos en su lienzo varias figuras estereométricas coloreadas en diversos lugares con manchas azules más o menos densas y más o menos burdas, diremos que ha pintado cualquier cosa menos un buen cuadro. Cuanto más corresponde la ejecución al intento, o, empleando una expresión más general, cuanto más corresponde la forma de una obra artística a su idea, más afortunada es esa obra. Ahí tiene usted una medida objetiva. Y sólo porque tal medida existe podemos afirmar que los dibujos de Leonardo da Vinci, pongamos por caso, son mejores que los del pequeño Temístocles, que emborrona papeles para distraerse. Cuando Leonardo da Vinci dibujaba a un viejo con barba, le salía un viejo con barba. ¡Y cómo le salía! Al contemplarlo no podemos por menos de exclamar: ¡parece vivo! Pero cuando a Temístocles se le ocurre pintar a un viejo barbudo, lo mejor que podemos hacer para evitar malentendidos es poner debajo: esto es un viejo barbudo y no otra cosa. Al afirmar que no puede haber una medida objetiva de la belleza, el señor Lunacharski pecaba de lo mismo que pecan tantos ideólogos burgueses, incluidos los cubistas: de extremo subjetivismo. No comprendo en absoluto cómo un hombre que se llama marxista, puede caer en semejante error. Debo añadir, sin embargo, que aquí empleo el término «belleza» en un sentido muy amplio, tal vez demasiado amplio. Pintar un hermoso cuadro que representa a un anciano no significa pintar un anciano hermoso, es decir, bello. La esfera del arte es mucho más vasta que la esfera de «lo bello». Pero en toda su amplitud puede aplicarse con igual comodidad el criterio por mí indicado: la correspondencia entre la forma y la idea. El señor Lunacharski afirma −si no le he entendido mal− que la forma también puede corresponder exactamente a una idea falsa, con lo que yo no puedo estar de acuerdo. Recordemos la obra de De Curel «La comida del león» (1898), basada, como sabemos, en la falsa idea de que las relaciones entre el patrono y sus obreros son las mismas que las existentes entre el león y los chacales que se alimentan de las migas que caen de su regia mesa. ¿Podría De Curel haber reflejado con fidelidad en su drama esta falsa idea? ¡De ningún modo! La idea es falsa, porque se halla en contradicción con las verdaderas relaciones entre el patrono y sus obreros. Presentarla en una obra artística es desfigurar la realidad. Y cuando una obra artística desfigura la realidad se trata de una obra desafortunada. Por eso, «La comida del león» está muy por debajo del talento de De Curel, y por la misma razón la pieza «A las puertas del reino» (1895) está muy debajo del talento de Hamsun. 

En segundo lugar, el señor Lunacharski me reprochó un exceso de objetivismo en la exposición. Al parecer, estaba de acuerdo en que el manzano debe dar manzanas y el peral, peras. Pero hizo la observación de que entre los artistas que adoptan el punto de vista de la burguesía los hay vacilantes y que a ésos hay que convencerlos y no dejarlos sometidos a la fuerza espontánea de las influencias burguesas. 

Para mí, ese reproche es menos comprensible que el primero. En mi conferencia dije y demostré −así quisiera creerlo− que el arte contemporáneo se halla en decadencia [65]. Como causa de este fenómeno, ante el cual no puede permanecer indiferente ninguna persona que ame de verdad el arte, señalé la circunstancia de que la mayoría de los artistas actuales mantienen el punto de vista de la burguesía y son completamente refractarios a las grandes ideas emancipadoras de nuestra época, ¿Qué influencia, pregunto yo, puede tener esta indicación sobre los vacilantes? Si la indicación es convincente, entonces debe impulsarles a adoptar el punto de vista del proletariado. Y eso es todo lo que se le puede exigir a una conferencia dedicada a examinar el problema del arte, y no a exponer y defender los principios del socialismo. 

jueves, 26 de septiembre de 2024

Jesuitismo, luteranismo y calvinismo; Franz Mehring, 1894

«Se ha convertido en una tradición llamar a la Guerra de los Treinta Años guerra religiosa. Sin embargo, un rápido vistazo sobre el curso de la guerra muestra la debilidad de este punto de vista. El resultado europeo de la guerra fue que la hegemonía francesa sucedió a la española, y Francia era una potencia católica tanto como España. Los príncipes protestantes de Alemania quedaron bajo el dominio del rey católico de Francia y hasta del Gran Turco de Constantinopla [5]. Cuando Gustavo Adolfo entró en Alemania, con el falso propósito de salvar al protestantismo, los Países Bajos, protestantes, le negaron su apoyo. Pero, por el contrario, al principio tuvo la bendición del Papa. Y así se podría seguir con docenas de ejemplos, en los que católicos luchaban contra católicos, protestantes contra protestantes, católicos a favor de protestantes, protestantes a favor de católicos.

Pero sería arrojar el chico con el agua del baño si se dijera que la religión no tuvo nada que ver con la Guerra de los Treinta Años. Por el contrario, hay muchas pruebas de ello en los propios combatientes. Innumerables fueron los que con entusiasmo fueron a la muerte por la santa madre de Dios, por la «doctrina pura» o por algún otro símbolo religioso que hoy en día ya no podemos entender. Se pueden citar decenas de casos en los que los seguidores de la misma religión se enfrentaron entre sí, de la misma manera que también se pueden señalar decenas donde la convicción religiosa separaba o unía. Inglaterra y Holanda lucharon bajo la bandera del protestantismo contra la católica España, a la vez que los jesuitas unieron a España con Austria. La afirmación de que se debe abandonar completamente la religión para poder juzgar de manera correcta la Guerra de los Treinta Años es tan errónea como la afirmación de que esta guerra fue una guerra religiosa. El materialismo histórico no niega de ninguna manera, como ignorantes o mal intencionados individuos le suelen acusar, que las convicciones religiosas han jugado un gran papel en la historia. Por el contrario reconoce plenamente esta pluma caudal del desarrollo histórico. Sólo afirma que la religión, tanto como cualquier otra ideología, es la base más exterior de este desarrollo, cuyo fundamento sólo puede buscarse en la región de la economía.

Con este hilo conductor se halla también un camino de salida al desesperante matorral de contradicciones que cada uno encontrará si al juzgar a la Guerra de los Treinta Años o bien se le da exclusivamente importancia al punto de vista religioso o bien se lo ignora por completo. Se trata, según Marx, de separar entre la revolución material en las condiciones económicas de producción y las formas ideológicas, en la cual los individuos se hacen conscientes de este conflicto y le dan batalla [6]. Esas formas eran en el 1600 abrumadoramente religiosas, ya no tan fuertemente religiosas como en el 1500, pero mucho más fuertes que en el 1700, a cuyo fin la Revolución Francesa recién develó completamente el velo religioso y se llevó a cabo bajo formas de pensamiento puramente secular. Pero si se pregunta por qué las clases y el pueblo europeos desde el 1500 al 1700 fueron conscientes de sus contradicciones materiales precisamente bajo formas religiosas, entonces la respuesta es: porque la iglesia cristiana que resultó de la caída del imperio universal romano salvó los restos de la antigua cultura para esas clases y pueblos, porque ella dirigió durante siglos la vida material completa del occidente europeo, y porque, por ello, impregnó completamente esta vida con el espíritu religioso. 

La iglesia medieval era un poder económico bajo formas religiosas. Este poder se rompería en pedazos tan pronto sus especiales condiciones de producción, a saber, las feudales, cayeran hechas añicos. Pero esto ocurrió tanto más irreversiblemente cuanto más rápido creció el modo de producción capitalista. Después del Manifiesto Comunista este proceso histórico mundial ha sido descrito tan a menudo y con profundidad en la literatura socialista, que nos atrevemos a suponer que es conocido por nuestros lectores. Una verdadera revolución del modo de producción cambió profundamente la actitud de los pueblos europeos hacia la iglesia medieval. De haber sido la palanca de la producción feudal, la iglesia se convirtió en un escollo para la producción capitalista. Ya no cumplía sus antiguos servicios, pero exigía, como antes, sueldo por ellos. Mantuvo más firmemente su poder, a medida que el derecho que alguna vez había sostenido este poder se disolvía en el aire. La Curia Romana chupaba de las venas de los pueblos la última gota de sangre, el último tuétano de sus huesos. Un acuerdo con el Papado se convirtió para todos en una incómoda necesidad. 

jueves, 19 de septiembre de 2024

La Revolución Inglesa (1640-1660); Evgeni Kosminsky, 1952

«Con la revolución burguesa en Inglaterra (1640-1660) comienza un período nuevo en la historia de la humanidad: los tiempos modernos. Este período se extiende hasta la revolución socialista de octubre de 1917. A diferencia de la Edad Media, durante los tiempos modernos no predomina ya el régimen feudal, sino el régimen capitalista, basado en la explotación de los obreros asalariados. Este sistema se establece en primer lugar en Holanda y en Inglaterra. Pero en los siglos XVII-XVIII, quedaban todavía muchos países de Europa donde se conservaba el régimen feudal −Francia, Austria, Prusia y otros−. 

El régimen capitalista se afianza definitivamente en Europa occidental a partir de la revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII.

Inglaterra en vísperas de la revolución

El poder real y el Parlamento. Hacia fines del siglo XVI, la burguesía inglesa y la nueva nobleza se enriquecieron y robustecieron tanto que ya no necesitaban de la tutela de un fuerte poder real. Por su parte, los reyes ingleses creían que podían seguir gobernando como monarcas absolutos, a semejanza del rey de Francia o España. Pero a los reyes ingleses los estorbaba el Parlamento. Los representantes de la burguesía y de la nueva nobleza que ocupaban sus asientos, querían gobernar a su manera el país y regir la política exterior. Querían que el rey se sometiera al Parlamento. Por ello, entre el rey y el Parlamento comenzó una pugna por el poder.

Los choques entre el Parlamento y el poder real comenzaron ya durante el reinado de Isabel, pero se volvieron particularmente tirantes en la época de sus sucesores.

Los Estuardo. Con la muerte de Isabel terminó la dinastía de los Tudor. Subió al trono inglés el rey de Escocia Jacobo I Estuardo (1603-1625). Poco inteligente y muy charlatán, éste gustaba de conversar sobre el absolutismo del poder real y miraba con envidia a los monarcas fuertes de Europa. Aumentó las persecuciones contra los puritanos, que eran hostiles al poder absoluto del rey. Muchos miembros de la Cámara de los Comunes eran puritanos y se mostraban contrarios a la política eclesiástica del gobierno.

Año tras año empeoraban las relaciones entre el Parlamento y el rey. Particularmente, el descontento del Parlamento fue provocado por la política financiera del gobierno real, negándose a aprobar los nuevos impuestos.

Bajo el reinado de Carlos I (1625-1649), sucesor de Jacobo, la lucha entre el rey y el Parlamento llegó a su máxima tensión. Después de una serie de choques, en 1629 el rey disolvió el Parlamento y durante once años gobernó por sí solo.

lunes, 2 de septiembre de 2024

Notas y consejos de Marx y Engels a Lassalle sobre su novela histórica

 Nota de la edición: En 1859, Ferdinand Lassalle hace aparecer su tragedia histórica, «Franz von Sickingen» (1859), que envía a Marx el 6 de marzo de 1859, acompañada de una nota «sobre la idea trágica» y a Engels el 21 de marzo. 

Lassalle toma por asunto el levantamiento de la caballería contra los príncipes en el otoño de 1522 −dos años antes de la guerra de los campesinos (1524-1525). Este movimiento de la pequeña nobleza empobrecida −reaccionaria por sus fines de clase, puesto que los caballeros querían resucitar el pasado− no habría podido vencer a los príncipes de no apoyarse en la burguesía ascendente y sobre los campesinos. Pero esto era imposible, los caballeros habían emprendido su lucha, precisamente, para conservar sus privilegios. La coalición de los príncipes los aplastó, Sickingen fue mortalmente herido y su otro jefe, Ulrich von Hutten, huyó a Suiza, donde murió. 

«Tras esta derrota y la muerte de sus dos jefes, la fuerza de la nobleza, como clase independiente de los príncipes, fue quebrada. A partir de esta época, la nobleza no actúa más que al servicio y bajo la dirección de los príncipes. La guerra de los campesinos que estalló inmediatamente después, los obligó, más aún, a situarse bajo la protección de los príncipes y mostró, al mismo tiempo, que la nobleza alemana gustaba más de continuar explotando a los campesinos, bajo el dominio de los príncipes, que derribar a los príncipes y los sacerdotes por medio de una alianza abierta con los campesinos emancipados». (Friedrich Engels; Las guerras campesinas en Alemania, 1850) 

Parece singular que Lassalle haya escogido dos jefes de la caballería hacia su ocaso, y no los héroes plebeyos de la guerra de los campesinos, para escribir «la tragedia de la Revolución». Además, Lassalle, contrariamente a la realidad histórica, hace de Sickingen y de Hutten, los portavoces de la burguesía ascendente, los campeones de la unidad política de Alemania y de la lucha contra el Papado. 

Marx y Engels, que no se habían puesto de acuerdo, expresan, en sus cartas respectivas del 19 de abril y del 18 de mayo de 1859, una opinión idéntica sobre la pieza de Lassalle.

Karl Marx; Carta a Lassalle, 19 de abril de 1859

«Paso ahora a tu «Franz von Sickingen». En primer lugar, debo elogiar la composición y la acción, y esto es más de lo que puede decirse de cualquier drama alemán contemporáneo. En segundo lugar, aparte de toda actitud de crítica, la obra me ha emocionado vivamente en la primera lectura y la impresión que producirá sobre los lectores, en quienes dominan más los sentimientos, será más fuerte aún. Y este es un segundo punto muy importante. Y ahora, el reverso de la medalla: primeramente −esto es puramente formal−, desde el momento en que todo está en verso, habrías podido dar a tus yambos una forma un poco más artística. Pero, al fin y al cabo, por mucho que les choque a los poetas profesionales tu negligencia, la considero, a final de cuentas, como una ventaja, porque nuestros epígonos poéticos no han guardado más que una forma cuidada. Secundariamente: el conflicto, tal como lo has concebido, no es sólo trágico; es este mismo conflicto trágico el que acarreó su pérdida al partido revolucionario de 1848-49. Sólo puedo, pues, aprobarte enteramente cuando tú quieres hacer de él el punto central de una tragedia moderna. Pero me pregunto si tu asunto estaba bien escogido para traducir ese conflicto. Balthasar puede, sin duda, creer que, si Sickingen, en lugar de disimular su revuelta bajo la máscara de una querella entre caballeros, hubiera izado la bandera de la guerra abierta contra el emperador y los príncipes, habría vencido. ¿Podemos compartir esta ilusión? Sickingen −y más o menos con él Hutten− no ha sucumbido a causa de su astucia. Ha sucumbido porque se había rebelado como caballero y representante de una clase moribunda contra lo existente; o, sobre todo, contra la nueva forma de lo existente. Si se le quita a Sickingen lo que pertenece al individuo, con su educación particular, sus disposiciones naturales, etc., tendríamos a Goetz von Berlichingen. En éste, individuo lamentable, la oposición trágica entre la caballería, de una parte, y el emperador y los príncipes, de otra, se expresa en una forma adecuada, y es por ello que Goethe tenía razón al escogerlo como héroe. En la medida en que Sickingen −y en parte Hutten mismo, aunque para él, como para todos los ideólogos de su clase, parecidos juicios deberían ser sensiblemente modificados− combate a los príncipes −porque si se dirige contra el emperador, es sólo porque el emperador de los caballeros se convierte en emperador de príncipes−, no es de hecho sino un Quijote; aunque un Quijote históricamente justificado. De su revuelta bajo la forma de una querella de caballeros, esto significa sólo que la comienza en tanto que caballero. Para comenzarla de otro modo, debería haber hecho, directamente y desde el principio, un llamado a las ciudades y a los campesinos; es decir, precisamente a las clases cuyo desarrollo significa la negación de la caballería. 

Si tu querías, pues, no reducir tu conflicto al de Goetz von Berlichingen −y esto no entraba en tu plan−, Sickingen y Hutten debían morir porque en su imaginación ellos eran revolucionarios −lo cual no puede decirse de Goetz− y, como la nobleza instruida de la Polonia de 1830, se habían hecho, por una parte, los instrumentos de las ideas modernas, y, por otra, representaban el interés de una clase reaccionaria. En estas condiciones, los representantes nobles de la revolución −cuyas frases de orden, de unidad y de libertad ocultaban aún el sueño del antiguo Imperio y del derecho del más fuerte− no deberían haber absorbido la atención hasta el punto en que lo hacen en tu obra: los representantes del campesinado −éstos sobre todo− y elementos revolucionarios de las ciudades, deberían haber constituido un fondo escénico activo muy importante. Habrías podido entonces expresar, y en un grado más elevado, precisamente las ideas más modernas en su forma más pura, mientras que ahora, al margen de la libertad religiosa, es la unidad política la que de hecho resulta la idea principal de tu drama. Debías haber shakespearizado más, mientras que ahora considero como tu mayor error la schillerización, la transformación de los individuos en simples portavoces del espíritu del siglo. ¿Tú mismo, en cierta medida, no has caído, como tu Franz von Sickingen, en el error diplomático de dar más importancia a la oposición de Lutero y de los caballeros, que a la oposición de los plebeyos y de Münzer? 

Lamento, además, la ausencia de rasgos característicos en los caracteres. Hago una excepción para Carlos V, Balthasar y Ricardo de Tréves. Y sin embargo, ¿hubo nunca una época tan rica en caracteres fuertemente señalados como el siglo XVI? Hutten representa, a mis ojos, demasiado exclusivamente el «entusiasmo», lo cual es fastidioso. ¿No fue al mismo tiempo un hombre con mucha sal, un verdadero demonio de ingenio, y no has sido, en consecuencia, demasiado injusto hacia él? 

Hasta qué punto tu Sickingen, representado por lo demás de manera demasiado abstracta, es víctima de un conflicto independiente de sus cálculos personales, se deduce de la manera en que se ve obligado a predicar a sus caballeros la amistad con las ciudades, etc., y, por otra parte, del placer que siente en ejercer él mismo el derecho del más fuerte sobre las ciudades. 

viernes, 23 de agosto de 2024

Retos, disputas y carencias en la filosofía soviética; Equipo de Bitácora (M-L), 2024

 [Enlaces de DESCARGA del texto en PDF al final del documento]

«En realidad, y volviendo a las tesis de Iliénkov, cualquier investigador que se precie debe recurrir a la «enumeración de ejemplos» para demostrar la validez de la teoría mencionada. Al mismo tiempo, entre sus tareas está el saber buscar otros ejemplos en la vida cotidiana, hallar la «excepcionalidad a la regla» o reportar nuevas evidencias que aporten más «ejemplos» −o que directamente echen abajo toda la teoría tal y como se había concebido−. Si bien es ridículo tachar −en cualquier momento y lugar− a toda producción filosófica externa a la URSS de «ideología burguesa», «decadente» e «inservible», no menos patético es reducir toda la filosofía soviética −incluso en época de dominio abiertamente revisionista− como igual a cero. No hay que olvidar, además, que gran parte de los autores de una época son los mismos que estuvieron en otra época −como más adelante cotejaremos−, y que, por tanto, para disimular su extremo oportunismo simplemente tuvieron que recuperar, matizar o reciclar sus obras para aparentar que seguían siendo «fieles seguidores del marxismo-leninismo». (...) El pensamiento de Iliénkov, lejos de lo que presentan algunos de sus admiradores, no fue totalmente incompatible con la línea oficialista de la URSS de Jruschov-Brézhnev. Los matices y sutilezas que pudiera mantener con otros filósofos de la época, como Kopnin, no demuestran un antagonismo frente a la línea oficialista −de la cual, por otro lado, también formó parte−, sino que resulta una particularidad totalmente normal entre individuos que forman un colectivo. Pensar lo contrario, en cualquier época, implicaría aceptar indirectamente teorías rocambolescas como que, por ejemplo, debido a las disputas, censuras o represiones no puede hablarse de filosofía stalinista como tal, ya que los principales representantes de la época, como Aleksándrov, Yudin, Rosental, Konstantinov y Cía. fueron −en algún momento− criticados, saboteados o degradados. Sin embargo, un ejemplo que desmonta esto y, por el contrario, demuestra la capacidad de adaptación −oportunismo− por parte de estos personajes, lo tenemos en el hecho paradójico de que la mayor parte de filósofos que habían ocupado puestos clave durante el «periodo stalinista» fueron los mismos que llevaron a cabo dicha «desestalinización». (Equipo de Bitácora (M-L); Retos, disputas y carencias en la filosofía soviética, 2024)


Preámbulo

El siguiente documento es una recopilación de tres capítulos dedicados a la filosofía soviética de las primeras décadas, para ser más exactos desde 1917 hasta 1955. En dicha compilación se abordarán temáticas muy variadas; desde episodios comúnmente estudiados dentro de la sovietología −como el debate sobre ciencia y filosofía entre «dialécticos» y «mecanicistas» de los años 20−; cuestiones menos investigadas en castellano −como las dificultades en la creación y mantenimiento de la revista «Cuestiones de filosofía» en 1947−, más otras que siguen siendo polémicas aún hoy, como el debate sobre la originalidad de la filosofía rusa. Y todo ello, sin olvidar pronunciarnos sobre las tendencias de moda −como el embelesamiento por la figura de Iliénkov y su noción de los «ideales» o la vieja cuestión de si es correcto separar lo «material» de lo «espiritual»−.

Entiéndase, pues, que el objetivo no es otro que corroborar, matizar o desmitificar ciertas problemáticas y paradigmas que, como es costumbre, se han venido realizando desde puntos de vista simplificados, mediocres, cuando no directamente manipulados. Debido a que las materias a tratar son tan amplias y variopintas, aconsejamos al lector que, al igual que en otros documentos del estilo, revise primero el índice para decidir qué cuestiones pueden resultar más llamativas y necesarias a la hora de aclarar sus dudas y atender a sus intereses.

El lector se preguntará por qué hemos detenido nuestro análisis en dicha fecha previa al XXº Congreso del PCUS (1956). Esto es fácil de responder. En primer lugar, porque pensamos que era necesario poner en su sitio ciertos debates, teorías y conclusiones sobre la filosofía soviética de los primeros años. En segundo lugar, si bien esperamos que en un futuro cercano podamos examinar detenidamente los desarrollos de la filosofía bajo dirección de jruschovistas y brezhnevistas, en honor a la verdad, sobre esto no hay tanto que desbrozar dado que no existen tantas incógnitas. Nos explicamos. Si bien los marxista-leninistas albaneses no se detuvieron en analizar en profundidad la época leninista y stalinista en la filosofía soviética −y mucho menos para encontrar defectos en este periodo y oponerse públicamente a dichos fenómenos−, en cambio estos si realizaron una larga y fecunda labor a la hora de exponer el contenido antimarxista de la filosofía revisionista soviética de los años 60, 70 y 80. 

En cualquier caso, este documento de índole filosófica sobre la experiencia soviética ha de leerse en conexión con el resto de valoraciones críticas que ya hemos expresado o están en camino sobre aspectos como cuestión nacional, militar, lingüística, económica, política exterior, etcétera. De otro modo, el lector corre el riesgo de perder de vista el resto de fenómenos que acompañan e incluso condicionan a las disputas ideológicas como las que precisamente ocurren en el campo filosófico bajo diversos disfraces y pretextos.

Notas 

[1] Lectura y descarga del PDF [AQUÍ] en Scrib o [AQUÍ] en Mega.

[2] Para consultar todos los documentos en PDF editados por el Equipo de Bitácora (M-L) pinche [AQUÍ].

lunes, 12 de agosto de 2024

Paul Lafargue; «El dinero» de Zola, 1891

La siguiente es una recopilación de escritos sobre la tendencia literaria del naturalismo analizados desde una óptica marxista: 

1) Paul Lafargue; «El dinero» de Zola, 1891; 

2) Plejánov; «Arte y vida social», 1913;

3) Lina Blumfeld; El naturalismo, 1934; 

4) Alfred Uçi; Laberintos del modernismo: crítica de la estética modernista, 1978.

Esta resulta especialmente interesante en tanto que el naturalismo se fraguó a nivel artístico presentándose con gran afán de originalidad, en teoría, basándose en nuevos descubrimientos científicos. Sin embargo, acabó incurriendo en los mismos vicios y limitaciones que sus predecesores: a) el lenguaje lejos de ser una herramienta para reflejar la realidad y vislumbrar una nueva, se usó para crear nuevos estilos y juegos lingüísticos; b) a falta de un conocimiento sólido del material de estudio, se contentó por plasmar lo aparente e intentó impresionar al lector con un descriptivismo de los paisajes y personajes que resulta tan increíble como insulso; b) popularizó el embelesamiento de lo horripilante, patológico y anecdótico que tanto gustó a los románticos, decadentes, morbosos y espíritus lastimeros en general; c) para intentar explicar las pasiones nobles o cuestionables de sus personajes cayó preso de un fatalismo del ambiente o hereditario; d) en suma, equiparó lo social y lo biológico a través de un fisiologismo y un materialismo mecanicista tan propio del positivismo y el darwinismo social.

Lo que debe la novela a Émile Zola

«Una manía encantadora e inocente corre rampante en el clan de los escritores parisinos: cada uno de ellos se considera creador de un nuevo género literario, uno en el terreno del lirismo, el otro en el de la novela; todo el mundo tiene derecho a ser director de escuela; cada uno es considerado a sus propios ojos tan original que él mismo se sitúa en las antípodas de todos sus honorables colegas. Sin embargo, a estos señores les une estrechamente el desprecio con el que honran recíprocamente las obras de genio de los demás y el miedo a que se ponga en duda su pretensión de originalidad. Cuando se dirigen entre sí, no dejan de referirse unos a otros como «maestros», con la mayor cortesía y la mayor seriedad. Los hermanos Goncourt, tan hábiles en el arte de la escritura aburrida, creen que la Academia oficial es demasiado pequeña para contener a todos los genios en busca del espíritu que vagan por las calles, y fundaron junto al «Teatro libre» de Monsieur Antoine, y a su imagen, una fábrica libre de «inmortales». ¡Le dotaron de una suma que, por cierto, sólo debe pagarse después de su muerte!

Para ganarse los laureles con los que ellos mismos coronan sus cabezas −los mejores elogios son los que se dirigen a uno mismo−, letristas y novelistas no se han cargado con un incómodo bagaje de pensamientos y reflexiones originales, ni siquiera se han molestado en crear una nueva forma literaria. El público en general, cuyos aplausos y dinero en efectivo codiciaban estos caballeros, no debería desconcertarse ni sorprenderse por la originalidad: se contentaba con cultivar las formas utilizadas y vestidas por sus predecesores. La historia verá en la absoluta falta de imaginación la característica más destacable de los «líderes» de las diferentes «escuelas» contemporáneas. Todos sus esfuerzos y sus aspiraciones se limitaban a quitar del verso y de la novela −en cuanto al drama habían sido expulsados de los teatros a silbatos por el público− el entusiasmo juvenil y la fantasía desbordante que hacían el encanto del romanticismo de 1830: en su lugar, ofrecieron muestras de sus pacientes y esfuerzos dolorosos. Nos dieron una literatura de magistrados aburridos y sucios.

sábado, 20 de julio de 2024

Xhafer Dobrushi; Los puntos de vista antimarxistas de los revisionistas titoístas sobre la nación: Una expresión de su perspectiva idealista y reaccionaria del mundo, 1987

«Como siempre, los revisionistas titoístas continúan afirmando que, supuestamente, han abordado y resuelto la cuestión nacional en su país de una manera marxista-leninista. Por supuesto, no podría ser más falso. Los análisis científicos y materialistas del PTA y del camarada Enver Hoxha de esta peligrosa tendencia revisionista han demostrado que las teorías titoístas y sus prácticas en la nación y la cuestión nacional, como todos sus puntos de vista y posiciones sobre la teoría y la práctica del socialismo científico no contienen nada de proletario ni socialista, se desvían flagrantemente del marxismo-leninismo. Las teorías de los revisionistas titoístas sobre la noción de la nación, que expresa su perspectiva del mundo reaccionaria e idealista, sirven directamente a los intereses de la burguesía chovinista yugoslava. Son intentos de proporcionar una «base teórica» para su política burguesa, nacionalista y chovinista que se implementa en Yugoslavia y que caracteriza todo su sistema de «autodeterminación» capitalista.

La teoría marxista-leninista ha proporcionado y formulado hace mucho un concepto científico y materialista completo sobre la nación. Partiendo de los principios fundamentales establecidos por Marx, Engels y Lenin sobre esta cuestión, de la base de un análisis dialéctico completo del proceso histórico y las condiciones materiales que han llevado a la creación y fortalecimiento de las comunidades sociales y el reemplazo de las comunidades inferiores, como los parentescos y tribus, con otras comunidades superiores, nacionalidades y naciones, J.V. Stalin realizó una definición científica de la nación:

«La nación es una comunidad permanente de personas formada históricamente que ha surgido sobre la base de la comunidad del idioma, territorio, vida económica y formación psicológica, que se manifiesta en la comunidad cultural». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

Esta definición expresa las características más generales y los componentes principales de la nación. La negación de cada una de ellas y los intentos de añadir otros elementos no son más que una desviación abierta de la teoría marxista-leninista de la nación, esfuerzos en vano por encubrir y justificar la persecución de una política no proletaria en la cuestión nacional. Con sus puntos de vista y posiciones prácticas, los revisionistas yugoslavos se han opuesto abiertamente a la concepción y definición científica y materialista de la nación en todos sus aspectos. Tras levantarse contra el concepto marxista-leninista de Stalin sobre la nación y su definición científica, uno de los líderes titoístas y principales teóricos, Edvard Kardelj, se comprometió a hacer una «nueva» definición:

«La nación, como la concebimos actualmente, es un fenómeno histórico, socioeconómico y político-cultural que ha surgido a partir de condiciones definidas de la división social del trabajo». (Edvard Kardelj; El desarrollo de la cuestión nacional eslovena, 1977)

Como se ve, en esta definición Kardelj excluye, no involuntariamente, del contenido de la nación todo lo que caracteriza la esencia de la comunidad nacional. Distorsiona abiertamente el proceso histórico del surgimiento y la consolidación de las naciones, niega su rasgo más general que las caracteriza como comunidades permanentes de personas e ignora elementos tan determinantes como la comunidad del idioma, el territorio y vínculos económicos. Por supuesto, la definición de la nación de Kardelj no carece de propósitos. Es la conclusión de un voluminoso libro que, como dice el propio autor, fue escrito para aclarar y elaborar las bases teóricas del programa nacional de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia (LCY). Encontramos el espíritu antimarxista y anticientífico que impregna esta concepción de la nación de naciones que se encuentra en la base de las teorías de los revisionistas titoístas sobre la cuestión nacional y de la nación.

miércoles, 10 de julio de 2024

Karl Marx sobre las consecuencias inmediatas de la industria mecanizada para el obrero

«La gran industria tiene su punto de arranque, como hemos visto, en la revolución operada en los instrumentos de trabajo, y, a su vez, los instrumentos de trabajo transformados cobran su configuración más acabada en el sistema articulado de máquinas de la fábrica. Antes de ver cómo se le incorpora material humano a este organismo objetivo, hemos de examinar algunas de las repercusiones generales de esa revolución sobre el propio obrero.

a) Apropiación por el capital de las fuerzas de trabajo excedentes. El trabajo de la mujer y del niño

La maquinaria, al hacer inútil la fuerza del músculo, permite emplear obreros sin fuerza muscular o sin un desarrollo físico completo, que posean, en cambio, una gran flexibilidad en sus miembros. El trabajo de la mujer y del niño fue, por tanto, el primer grito de la aplicación capitalista de la maquinaria. Este poderoso sustituto de trabajo y de obreros se transformó inmediatamente en un medio para aumentar el número de asalariados, colocando a todos los individuos de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edad, bajo el dominio inmediato del capital. Los trabajos forzados al servicio del capitalista vinieron a invadir y usurpar, no sólo el lugar reservado a los juegos infantiles, sino también el puesto del trabajo libre dentro de la esfera doméstica y, a romper con las barreras morales, invadiendo la órbita reservada incluso al mismo hogar. [1]

El valor de la fuerza de trabajo no se determinaba ya por el tiempo de trabajo necesario para el sustento del obrero adulto individual, sino por el tiempo de trabajo indispensable para el sostenimiento de la familia obrera. La maquinaria, al lanzar al mercado de trabajo a todos los individuos de la familia obrera, distribuye entre toda su familia el valor de la fuerza de trabajo de su jefe. Lo que hace, por tanto, es depreciar la fuerza de trabajo del individuo. La compra de la familia fraccionada, por ejemplo, en 4 fuerzas de trabajo, tal vez cueste más de lo que costaba antes comprar la fuerza de trabajo del cabeza de familia, pero en cambio se obtienen 4 jornadas de trabajo en vez de una, y su precio disminuye en proporción al excedente de plustrabajo de los cuatro sobre el plustrabajo de uno. Los cuatro tienen que suministrar no solo trabajo, sino también plustrabajo para el capital, a fin de que la familia viva. Como se ve, la maquinaria amplía desde el primer momento, no sólo el material humano de explotación, la verdadera cantera del capital, sino también su grado de explotación.

«El número de obreros ha crecido considerablemente, con la sustitución cada vez más intensa del trabajo masculino por el trabajo de la mujer, y, sobre todo, con la sustitución del trabajo de los adultos por el trabajo infantil. Tres muchachas de 13 años, con salarios de 6 a 8 chelines a la semana, desplazan a un hombre de edad madura, con un jornal de 18 a 45 chelines». (Th. de Quincey; La lógica de la política económica, 1844)

Como en la familia hay ciertas funciones, por ejemplo, la de atender y amamantar los niños, que no pueden suprimirse radicalmente, las madres, confiscadas por el capital, se ven obligadas en mayor o menor medida a alquilar obreras que las sustituyan. Los trabajos impuestos por el consumo familiar, tales como coser, remendar, etc., se suplen forzosamente comprando mercancías confeccionadas. Al disminuir la inversión de trabajo doméstico, aumenta, como es lógico, la inversión de dinero. Por tanto, los gastos de producción de la familia obrera crecen y contrapesan los ingresos obtenidos del trabajo. A esto se añade el hecho de que a la familia obrera le es imposible atenerse a normas de economía y conveniencia en el consumo y preparación de sus víveres.

Las máquinas revolucionan también radicalmente la base formal sobre la que descansa el régimen capitalista: el contrato entre el patrono y el obrero. Sobre el plano del cambio de mercancías era condición primordial que el capitalista y el obrero se enfrentasen como personas libres, como poseedores independientes de mercancías: el uno como poseedor de dinero y de medios de producción, el otro como poseedor de fuerza de trabajo. Ahora, el capital compra seres carentes en todo o en parte de personalidad. Antes, el obrero vendía su propia fuerza de trabajo, disponiendo de ella como individuo formalmente libre. Ahora, vende a su mujer y a su hijo. Se convierte en esclavista.

jueves, 4 de julio de 2024

¿Concibe el marxismo el aprendizaje como un proceso pasivo del individuo?


«De ningún modo debe concebirse el proceso educativo como una actividad unilateral y adjudicar todo, sin excepción, a la actividad del ambiente, anulando la del propio alumno, la del maestro y todo lo que entra en contacto con la educación. Al contrario, en la educación no hay nada de pasivo o inactivo. Hasta las cosas inanimadas, cuando se las incorpora al ámbito de la educación, cuando se les confiere un papel educativo, adquieren dinamismo y se convierten en participantes eficaces de este proceso. 

Con una visión superficial resulta fácil extraer de la teoría de los reflejos condicionados la conclusión de que la conducta humana y la educación se entienden en forma exclusivamente mecánica y que el organismo se parece a un robot –autómata– que responde con regularidad maquinal a las excitaciones del medio. Ya hemos señalado la inexactitud de este criterio. El propio proceso de formación del reflejo condicionado –como lo hemos demostrado– surge de la lucha y el encuentro de dos elementos totalmente independientes uno del otro en su naturaleza, que se cruzan e interceptan en el organismo según las leyes de ese mismo organismo. 

«El hombre enfrenta a la naturaleza como una fuerza de la naturaleza». El organismo enfrenta al mundo como una magnitud que lucha activamente y hace frente a las influencias del ambiente con la experiencia que ha heredado. El ambiente, como si fuera a martillazos, aplasta y forja esa experiencia, la deforma. El organismo lucha por la autoafirmación. La conducta es un proceso dialéctico y complejo de lucha entre el mundo y el hombre, y dentro del mismo hombre. Y en el desenlace de esta lucha las fuerzas del propio organismo, las condiciones de su construcción heredada, desempeñan un papel no menor que las influencias incisivas del ambiente. Por consiguiente, reconocer la «impregnación social» absoluta de nuestra experiencia no implica en modo alguno concebir al hombre como un robot, ni negarle toda significación. Por eso, la fórmula anteriormente citada, que se propone predecir con exactitud matemática la conducta del hombre y calcularla a partir de las reacciones heredadas y de todas las influencias del medio, se equivoca en un aspecto esencial: no toma en cuenta la infinita complejidad de la lucha intraorgánica, que jamás permite calcular y predecir la conducta del hombre, que no es sino el resultado de esa lucha. El medio no es algo absolutamente impuesto al hombre desde afuera. Ni siquiera se puede discernir dónde terminan las influencias del medio y dónde comienzan las influencias del propio cuerpo. 

Por lo tanto, el propio cuerpo −como sucede en los campos interno y propioceptivos− es una parte del medio social. El proceso de formación de las reacciones adquiridas y de los reflejos condicionados es un proceso activo bilateral, donde el organismo no sólo está sometido a la influencia del ambiente, sino que con cada una de sus reacciones influye en cierto modo sobre el ambiente y, a través de ése, sobre sí mismo. En este proceso bilateral, al organismo le pertenece el reflejo, entendido como reacción preparada, y al medio le pertenecen las condiciones para el surgimiento de una nueva −reacción−. Pero el proceso de formación de las reacciones depende, en cada caso, del desenlace del combate entre el organismo y el medio. 

lunes, 24 de junio de 2024

Consejos y advertencias de un investigador para los historiadores y sus vicios más comunes


«Hace tiempo que me intereso en la crítica del cristianismo y de los asuntos bíblicos. Han pasado ya 25 años cabales desde que colaboro con un artículo para «Kosmos» sobre el origen de la prehistoria de la Biblia, y dos años después escribí otro para el «Neue Zeit» sobre el origen del cristianismo. Es éste, por consiguiente, un viejo caballo de batalla del que vuelvo a ocuparme. La ocasión para volver a este asunto fue la necesidad de preparar la segunda edición de mi libro «Precursores del Socialismo».

Las críticas al anterior libro −las que yo tuve oportunidad de leer− han encontrado errores, principalmente en la Introducción, en donde yo había ofrecido un breve bosquejo del comunismo del cristianismo primitivo. Se declaró que mi opinión no resistiría la luz de los conocimientos resultantes de las últimas investigaciones. Poco después de aparecer esas críticas, Gohre y otros proclamaron que esta opinión, la de que nada en concreto podría decirse acerca de la personalidad de Jesús, y la de que el cristianismo podría explicarse sin referencia a esta personalidad −primero defendida por Bruno Bauer y después aceptada en sus puntos esenciales por Franz Mehring, y formulada por mí desde 1885−, resultaba ya anticuada.

Por consiguiente, no quise publicar una nueva edición de mi libro, que había aparecido hacía treinta años, sin revisar antes cuidadosamente, basándome en lo escrito últimamente sobre la materia, las nociones del cristianismo que yo había obtenido en estudios anteriores. Como resultado de ello llegué a la agradable conclusión de que nada tenía que cambiarse, pero que las últimas investigaciones me ponían frente a una multitud de nuevos puntos de vista y nuevas sugestiones, que ampliaron la revisión de mi introducción a los Precursores, convirtiéndola en un libro completo.

Por supuesto, no pretendo decir que he agotado la materia, demasiado gigantesca para agotarse. Me sentiría satisfecho de haber tenido éxito en contribuir al mejor entendimiento de aquellas fases del cristianismo que me impresionan como las más esenciales desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia. Tampoco puedo aventurarme a comparar mis conocimientos, en lo referente a las materias de la historia religiosa, con los teólogos que han dedicado toda su vida a ese estudio, mientras que yo he tenido que escribir el presente volumen en las pocas horas de ocio que mis actividades editoriales y políticas me permiten, en una época en que todos los momentos absorbían la atención de cualquier persona que participara en las luchas de clase de nuestros días, de tal modo que poco tiempo podía quedar para lo demás; me refiero al período comprendido entre el inicio de la Revolución Rusa de 1905 y el estallido de la Revolución Turca de 1908.

Pero quizás mi participación intensa en las luchas de clase del proletariado me ofreció precisamente aquellos panoramas de la esencia del cristianismo primitivo que pueden permanecer inaccesibles a los profesores de Teología y de Historia Religiosa.

Jean-Jacques Rousseau ofrece el siguiente pasaje en su «Julia», o «La Nueva Eloísa»:

«Me parece ridículo intentar el estudio de la sociedad −le monde− como un simple observador. Quien desea sólo observar no observará nada, puesto que, siendo inútil en el verdadero trabajo y un estorbo en las recreaciones, no se le admite en ninguna de las dos. Observamos las acciones de los demás en la medida en que nosotros mismos actuamos. En la escuela del Mundo, como en la del Amor, tenemos que empezar con el ejercicio práctico de aquello que deseamos aprender». (Parte II, Carta 17)

Este principio, limitado aquí al estudio del hombre, puede hacerse extensivo y aplicarse a las investigaciones de todas las cosas. En ningún lugar se ganará mucho por simple observación sin participación práctica. Esto es verdad aun refiriéndose a las investigaciones de objetos tan remotos como las estrellas. ¡Dónde estaría hoy la astronomía si se hubiese limitado a meras observaciones, si no se hubiese combinado con la práctica, con el uso del telescopio, análisis espectrales, fotografías! Pero este principio es aún más verdadero cuando se aplica a cosas de esta tierra, con las cuales la práctica nos ha habituado y forzado a un contacto más íntimo que la mera observación. Lo que aprendemos por la simple observación de las cosas es insignificante cuando se compara con lo que con nuestro trabajo práctico sobre las mismas y con las mismas cosas obtenemos. Dejemos que el lector simplemente recuerde la inmensa importancia que el método experimental ha alcanzado en las ciencias naturales.

No pueden hacerse experimentos como medio de investigación de la sociedad humana, pero, no obstante, en cualquier sentido, la actividad práctica del investigador no es de importancia secundaria; las condiciones de su éxito son similares a las condiciones de un experimento fructuoso. Estas condiciones resultan de un conocimiento de los resultados más importantes obtenidos por otros investigadores, y de una familiaridad con un método científico que agudiza la apreciación de los puntos esenciales de cada fenómeno, capacitando al investigador para distinguir lo esencial de lo no esencial, y revelando el elemento común de las varias experiencias.

viernes, 21 de junio de 2024

Unas reflexiones sobre la huelga de los trabajadores de LM Windpower en El Bierzo; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

[Editado originalmente en 2021. Reeditado en 2024]

«La competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más señalado, de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones. Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera». (Karl Marx y Friedrich Engels; Manifiesto Comunista, 1848)

En el capitalismo impera la llamada «ley del valor»; es decir, la economía se orienta principalmente hacia los sectores y actividades más rentables, pero no por ello necesariamente más útiles para la sociedad. Los recursos materiales y humanos acaban por concentrarse allí donde tenga lugar la explotación de las actividades económicas más rentables. Esto acaba suponiendo toda una serie de desequilibrios regionales que deriva en problemas que hoy a todos nos son de sobra familiares: 

a) Como paradigma del primer caso, tenemos a las zonas de la llamada «España vaciada». Comarcas que se encuentran cada vez más alejadas del foco productivo, en donde se producen paulatinamente fenómenos muy desagradables para sus habitantes: aumento de la falta de oportunidades laborales, escasez o pauperización de las vías de comunicación, carencia de centros de salud disponibles, trabas administrativas que impiden que los ciudadanos puedan ser atendidos con rapidez ante una urgencia de salud o en caso de un desastre natural, y como esto, un infinito etcétera. 

b) Como ejemplo contrario, podríamos tomar el área metropolitana de Barcelona, donde la concentración espontánea e irracional de las unidades productivas en una determinada zona crea otros problemas igualmente nocivos: aglomeración en las ciudades, elevación desorbitada del precio de la vivienda y el costo de vida general, gentrificación, deforestación, contaminación del aire y las aguas, etc.

Sabemos, así pues, que, según lo expuesto, la producción capitalista distribuye los recursos y a la población de forma desigual, lo que es el punto de origen de los problemas sociales tanto en la ciudad como en el campo. Pero esto también puede aplicarse a las relaciones entre países distintos e incluso entre el trabajador y la máquina; cuestiones estas últimas íntimamente ligadas con los recientes sucesos de Ponferrada, que más adelante abordaremos. Pero primero que todo es menester detenernos sobre otros puntos: «mecanización» y «deslocalización», dos caras de la misma moneda, pero… ¿qué las ocasiona? 

La mecanización de la producción

Comencemos por la automatización de la producción –la llamada «mecanización»–. Como ya demostró Karl Marx en su ópera magna, «El Capital» (1867), así como en otras investigaciones, todo trabajo produce un excedente que, en el caso del modo de producción capitalista, por basarse en la propiedad privada sobre los medios de producción, es apropiado exclusivamente por el dueño de estos. Del mismo modo, la plusvalía misma es un fenómeno complejo que podemos dividir en dos tipos: «plusvalía relativa» y «plusvalía absoluta». 

En la producción capitalista, tenemos por un lado la llamada «plusvalía relativa», que «presupone un cambio en la productividad o intensidad del trabajo» es decir, producir más en el mismo tiempo, bien aumentando el ritmo del trabajo o bien dotando a la industria de medios de producción más avanzados−; esta predomina sobre la «plusvalía absoluta», que presupone el «alargamiento absoluto de la jornada laboral». ¿Por qué ocurre de este modo? Debido a que las innovaciones técnicas no tienen un límite claro, como sí lo tiene el tiempo que un individuo puede dedicar a un trabajo durante un día para estar en condiciones de volverlo a realizar al día siguiente. Como el día tiene las horas contadas y se busca poder extraer un mayor volumen de productos por hora, es aquí donde entran en juego las innovaciones técnicas, que cada vez permiten con un menor número de trabajadores producir más en menos tiempo del que antes requería el trabajo de una plantilla más numerosa. La necesidad de renovar la maquinaria para producir más y más plusvalía en un contexto de lucha entre capitalistas por acaparar las «oportunidades de negocio» –el control de los recursos y las cuotas de mercado– implica que la balanza entre «capital constante» –medios de producción– y «capital variable» –fuerza de trabajo– se incline cada vez más a favor del primero, que sustituye al segundo. Aquí es donde encontramos la razón de que el capitalista siempre busque reducir la plantilla de trabajadores de una forma u otra, sustituyéndolos por unas máquinas sobre las que estos trabajadores carecen de control.

miércoles, 12 de junio de 2024

Los inicios del modernismo en la pintura; Alfred Uçi, 1978

«La crítica de la estética modernista no sería completa y profunda si no se consideraran las principales prácticas artísticas del modernismo. Durante un siglo, el modernismo ha dado lugar a un gran número de escuelas, direcciones y corrientes cercanas, pero también diferentes entre sí. Algunos de ellos han tenido una vida más larga, mientras que otros muchos han tenido una vida corta y otros han desaparecido antes de nacer. Algunas de estas escuelas se han extendido a muchos países del mundo revisionista burgués, mientras que otras no cruzaron las fronteras de su patria.

En nuestro libro no pretendemos hacer una historia detallada de todas las prácticas artísticas modernistas de cada época y lugar, pero sí intentaremos dar una crítica de los conceptos estéticos que han permanecido o permanecen en la base de algunas de las prácticas artísticas del modernismo. Desenmascarar los conceptos estéticos teóricos, por ejemplo, del cubismo o el expresionismo, es de particular importancia porque están fusionados y entrelazados con las prácticas de estas tendencias. Nos centraremos únicamente en aquellas escuelas y direcciones que han jugado un papel más importante en la formación de la plataforma ideoestética general del modernismo, que han ejercido una influencia más significativa y que concretan más claramente las tendencias básicas de la metamorfosis del modernismo durante el siglo XX. Su análisis crítico demuestra que el modernismo no sólo como teoría, sino también como práctica artística, se construye en oposición a las leyes objetivas de la creatividad artística y representa una fuerza regresiva en la cultura estética de nuestro tiempo.

En la historia del modernismo, las prácticas decadentes en las artes visuales han desempeñado un papel especial, especialmente en la pintura. En ellas todas aquellas tendencias que caracterizan al modernismo se manifestaron más rápidamente y se hicieron más profundas. La estética y la práctica del modernismo en las artes visuales dan testimonio mejor que en cualquier otro campo de las graves consecuencias destructivas que trajeron al arte. Por ello, iniciamos el análisis crítico de la estética de las principales prácticas modernistas con el campo de las artes visuales.

Del impresionismo al cubismo

Una de las opiniones predominantes sobre los orígenes del modernismo en la pintura acepta como primera fuente el impresionismo, aquella corriente ideoestética de la pintura que se desarrolló en el último cuarto del siglo XIX en Francia y que se relaciona con la creatividad de los pintores franceses Monet, Renoir, Degas, Pissarro, Sisley, etc.

La plataforma ideoestética del impresionismo ha sido contradictoria. Las primeras obras de los pintores impresionistas fueron creadas como una negación de la plataforma ideoartística de la pintura académica, de la pintura de salón, llena de temas religiosos, históricos y simplemente divertidos, producto de un gusto vulgar y banal. Los impresionistas mostraron un especial interés por la naturaleza y la vida cotidiana y por ello pintaron espacios abiertos, campos, playas, riberas, plazas y calles. Sus pinturas fueron fruto de una aguda observación de la naturaleza y revelaron nuevos fenómenos de la vida y las características cromáticas de los objetos. Los paisajes impresionistas estaban llenos de frescura, luz, color y aire, todo iluminación y transparencia. Carecían de colores y tonos oscuros. En busca de la belleza de la luz y el aire, los impresionistas siguieron los reflejos de los rayos del sol en las superficies del agua y el «humo» del aire que envuelve árboles, casas y objetos. Llevaban ropas de colores vivos y variados. Los impresionistas representaron la naturaleza con tonos espectrales puros. Hicieron de la iluminación una poderosa herramienta para representar el movimiento de la vida. El acercamiento a la naturaleza y la fidelidad de su reflejo vincularon el impresionismo con la tradición del paisaje realista, que se oponía a la frialdad del academicismo. Aún hoy, las mejores obras de los pintores impresionistas son valoradas por estas cualidades.

lunes, 20 de mayo de 2024

¿Por qué la inexplicable moda por el filósofo Évald Iliénkov?; Equipo de Bitácora (M-L), 2024

«No cabe duda de que la figura de Évald Iliénkov (1924-1979) se ha convertido en el fetiche recurrente de varios individuos y grupos presuntamente «marxistas». Esto se puede ver, por ejemplo, en colectivos ideológicamente eclécticos como Ediciones Edithor o la Editorial Dos Cuadrados −que lo mismo rescata a Robinson Rojas, Bettelheim, Kámenev, Preobrazhenski, Trotski, Bujarin o Karel Kosík, ¿alguien da más?−. Pero, ¿quién era el señor Iliénkov? ¿Qué supuestos aportes realizó en el campo filosófico como para que las presuntas «editoriales revolucionarias» promocionen sus obras por delante de las de otros «marxistas ortodoxos»? ¿Tiene sentido considerar a Iliénkov como filósofo «outsider» de la línea del revisionismo soviético, e incluso como un disidente del régimen de Jruschov y Brézhnev, como insinuaron discípulos suyos como Mareev?

Para desvelar el misterio, nos valdremos de varias fuentes: en primer lugar, por supuesto, los escritos del propio Évald Iliénkov; en segundo lugar, las actas, textos de archivo y comentarios sobre su polémica en la compilación de Elena Illesh «Pasión por las tesis sobre filosofía 1954-1955» (2016); en tercer lugar, el libro del simpatizante de Iliénkov, David Bakhurst, titulado «Conciencia y revolución en la filosofía soviética. De los bolcheviques a Évald Iliénkov» (1991); en cuarto lugar, al artículo de A. Casta «Contra el materialismo vulgar» (2023), divulgador de las tesis de Iliénkov; y, en último lugar, en el intercambio epistolar que mantuvo con nosotros en mayo de 2022 un asiduo lector de Bitácora (M-L), también admirador del filósofo soviético.

La obra de este pensador, como la de tantos otros, no suele conocerse bien −o peor, se condiciona su estudio− por la publicidad de terceros. Ello suele tener como consecuencia que: a) o bien se termine reproduciendo las críticas −imperfectas o inexactas− de sus detractores y se evalúe injustamente el desempeño del autor en cuestión; b) o bien se acabe incurriendo en una sobrevaloración −e incluso endiosamiento− de la figura, todo, en base a unos méritos que no solo no han sido comprobados, sino que son creídos por una fe ciega en lo que afirman sus admiradores. Nosotros, como en otras ocasiones, al ser falibles también podremos incurrir en tales defectos, pero cualquier crítica, la cual es bienvenida, deberá diferir de una crítica erística y basada en argumentos sentimentales, algo que jamás hemos aceptado y aquí no será la excepción.

Nuestro objetivo no es, ni mucho menos, analizar en profundidad todos los entresijos de la obra de Iliénkov, ni siquiera todos los pormenores de la polémica de 1954-55, lo cual sería un ejercicio tan soporífero como estéril, sino que la tarea es otra mucho más pragmática y fructífera: recoger el origen de los defectos típicos de su obra inicial y demostrar su conexión con sus producciones posteriores. En suma, criticar los defectos típicos de este tipo de filósofos soviéticos de los años 60 y desmontar el aura que se ha creado en torno a Iliénkov como pensador «innovador» y «combativo», demostrando que las supuestas aportaciones de este filósofo, no esclarecen, sino que contribuyen a perpetuar la confusión sobre los principios de nuestra filosofía. 

Evidentemente, que varias de las teorías de Iliénkov y sus discípulos se realicen en aparente o paralela crítica al «materialismo vulgar» y el «biologicismo», contra el «neokantismo» y el «neopositivismo»; o contra el «tecnocratismo» y el «cientificismo», nos es indiferente, ya que su resultado sigue siendo errado, por mucho que aseguren que sus armas apuntan contra «X» o «Y». Este tipo de discursos son peligrosos especialmente cuando se lanzan comenzando con una aceptación de las tesis marxista-leninistas que, a continuación, casualmente son «corregidas» y «mejoradas» trayendo trastos viejos ya refutados por la ciencia.

Esta vez, los subcapítulos constarán del siguiente listado: 

a) ¿Cuál es el objeto de estudio de la filosofía marxista-leninista?; 

b) Las categorías lógicas a debate; 

c); Los defectos del «Círculo de Iliénkov-Koróvikov»: «metodologicismo», «anticientificismo» y otras cuestiones; 

d) ¿Por qué los implicados se esforzaron tanto en reescribir la historia?;

e) La cuestión de los «ideales» y los «aportes» de Iliénkov; 

f) ¿Existen diferencias entre los «fenómenos materiales» y los «fenómenos ideales»?; 

g) ¿Es correcto hablar de «identidad» entre «ser» y «pensamiento»?

h) ¿Se puede afirmar en serio que Iliénkov era la esperanza para el verdadero «marxismo-leninismo»?