«Con la revolución burguesa en Inglaterra (1640-1660) comienza un período nuevo en la historia de la humanidad: los tiempos modernos. Este período se extiende hasta la revolución socialista de octubre de 1917. A diferencia de la Edad Media, durante los tiempos modernos no predomina ya el régimen feudal, sino el régimen capitalista, basado en la explotación de los obreros asalariados. Este sistema se establece en primer lugar en Holanda y en Inglaterra. Pero en los siglos XVII-XVIII, quedaban todavía muchos países de Europa donde se conservaba el régimen feudal −Francia, Austria, Prusia y otros−.
El régimen capitalista se afianza definitivamente en Europa occidental a partir de la revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII.
Inglaterra en vísperas de la revolución
El poder real y el Parlamento. Hacia fines del siglo XVI, la burguesía inglesa y la nueva nobleza se enriquecieron y robustecieron tanto que ya no necesitaban de la tutela de un fuerte poder real. Por su parte, los reyes ingleses creían que podían seguir gobernando como monarcas absolutos, a semejanza del rey de Francia o España. Pero a los reyes ingleses los estorbaba el Parlamento. Los representantes de la burguesía y de la nueva nobleza que ocupaban sus asientos, querían gobernar a su manera el país y regir la política exterior. Querían que el rey se sometiera al Parlamento. Por ello, entre el rey y el Parlamento comenzó una pugna por el poder.
Los choques entre el Parlamento y el poder real comenzaron ya durante el reinado de Isabel, pero se volvieron particularmente tirantes en la época de sus sucesores.
Los Estuardo. Con la muerte de Isabel terminó la dinastía de los Tudor. Subió al trono inglés el rey de Escocia Jacobo I Estuardo (1603-1625). Poco inteligente y muy charlatán, éste gustaba de conversar sobre el absolutismo del poder real y miraba con envidia a los monarcas fuertes de Europa. Aumentó las persecuciones contra los puritanos, que eran hostiles al poder absoluto del rey. Muchos miembros de la Cámara de los Comunes eran puritanos y se mostraban contrarios a la política eclesiástica del gobierno.
Año tras año empeoraban las relaciones entre el Parlamento y el rey. Particularmente, el descontento del Parlamento fue provocado por la política financiera del gobierno real, negándose a aprobar los nuevos impuestos.
Bajo el reinado de Carlos I (1625-1649), sucesor de Jacobo, la lucha entre el rey y el Parlamento llegó a su máxima tensión. Después de una serie de choques, en 1629 el rey disolvió el Parlamento y durante once años gobernó por sí solo.
El gobierno sin Parlamento. Se convirtió en el consejero más íntimo del rey, el conde de Strafford, quien propuso seguir adelante sin fijarse en nada y perseguir encarnizadamente a los enemigos políticos del rey. Era su partidario el arzobispo de Canterbury, Laud. Durante este período, las cárceles se llenaron de puritanos; los condenaban al látigo, los marcaban con hierro candente, les arrancaban las aletas de la nariz, les cortaban las orejas.
El gobierno introducía cada vez nuevos impuestos, sin convocar el Parlamento. La población comenzó a murmurar. En 1637 estalló una sublevación en Escocia. Era éste un país pobre y escasamente poblado. Los habitantes de las regiones montañosas del Norte vivían de la ganadería y la caza. En las montañas se habían conservado las costumbres de clan. Grandes familias, de muchos miembros, los llamados clanes, eran gobernadas por los jefes de clan y mantenían su independencia con relación al Estado. Al Sur, en las llanuras escocesas, había campos más extensos y mejor labrados, era más densa la población y eran más numerosas las ciudades. Ya en el siglo XVI tuvo lugar la Reforma, y en el país se adoptó como religión del Estado el protestantismo −calvinismo−.
Los Estuardo eran simultáneamente reyes de Inglaterra y Escocia. Carlos I comenzó a implantar en Escocia un absolutismo similar al inglés y a introducir las normas de la Iglesia anglicana. En el país estalló una sublevación. Los escoceses poseían un buen ejército, porque muchos de ellos habían prestado servicio en los ejércitos mercenarios de otros países y recibió una buena enseñanza militar. El ejército escocés ocupó el norte de Inglaterra. Carlos I carecía de dinero, y se vio obligado a convocar el Parlamento.
Comienzo de la revolución
El Parlamento largo. El 3 de noviembre de 1640 se reunió el Parlamento. Aprovechando las victorias de los escoceses y la situación crítica del rey, presentó enérgicamente sus exigencias, que fueron apoyadas también por la población de Londres. Sobre las paredes de las casas aparecieron proclamas revolucionarias. El gobierno estaba muy asustado. El rey no osó disolver el Parlamento y se vio obligado a hacer concesiones. Este Parlamento −llamado «el largo»− no fue disuelto durante doce años.
Consciente de su fuerza, el Parlamento largo consiguió el arresto de Strafford, después de acusarlo de alta traición. La Cámara de los Lores y el rey estaban del lado de Strafford. Pero en este asunto intervino el pueblo, que veía en el consejero real al causante principal de todas sus calamidades. El pueblo bullía frente al edificio del Parlamento y del palacio real. El Parlamento declaró a Strafford traidor y el rey fue obligado a confirmar la pena de muerte de su favorito. Fue asimismo ejecutado otro consejero cercano al rey; el arzobispo Laud.
El Parlamento estableció que sin su acuerdo no podía ser establecido ni recaudado ningún impuesto, disponiendo además que solo podía ser disuelto por propia decisión.
Entre tanto, en las aldeas comenzaron disturbios campe sinos. Los labradores destruían los cercos, se negaban a pagar la renta a los terratenientes. En las filas del Parlamento surgió el cisma. Intimidados por el movimiento popular, muchos de los diputados buscaban un acuerdo con el gobierno, pero la mayoría consideraba que había que conseguir antes del rey determinadas concesiones. El monarca quiso aprovechar este desacuerdo en el seno del Parlamento para preparar en la corte un golpe de mano contrarrevolucionario. Desde las provincias afluían los nobles partidarios del rey. Londres se agitaba; en sus calles y plazas, en la proximidad del Parlamento y del palacio real, tenían lugar escaramuzas entre los oficiales y el pueblo, entre los «caballeros», como comenzaron a llamar a los partidarios del rey, y los «de cabeza redonda», como eran llamados los puritanos, porque mantenían corto su cabello.
El rey comenzó a actuar con decisión. Exigió de la Cámara de los Comunes la entrega de los principales líderes de la oposición. La Cámara rehusó; el rey se presentó entonces en el Parlamento con un ejército armado, pero los líderes de la oposición tuvieron tiempo de esconderse en la City −el centro de Londres, donde están las oficinas comerciales y bancarias−. En la ciudad había una gran excitación. Una multitud irritada llenó las calles, muchos salieron con las armas en la mano. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el rey se fue al Norte, donde el régimen feudal era aún bastante fuerte y donde tenía muchos partidarios. También el Parlamento comenzó a prepararse para la lucha e inició la organización del ejército.
En agosto de 1642, el rey declaró la guerra al Parlamento.
La guerra civil
El país quedó dividido en dos campos hostiles: los partidarios del rey y los del Parlamento. El monarca era apoyado principalmente por la atrasada nobleza feudal, como también por el clero anglicano. A comienzos de la guerra, el rey logró apoderarse de más de la mitad del país. Todo el Norte, la mayor parte de los condados occidentales y algunos condados centrales, estaban en su poder. Pero eran éstas, en su mayor parte, regiones atrasadas y pobres. El Sudeste, rico y densamente poblado, como asimismo las regiones industriales del norte y una parte de la región central, eran partidarias del Parlamento, al que apoyaban también todas las ciudades marítimas y las comerciales e industriales. Particular importancia tenía el apoyo de Londres: los banqueros, los mercaderes ricos, la City, se inclinaban hacia el Parlamento y estaban prontos a ayudarle monetariamente.
Pero entre los partidarios del Parlamento no había unidad. El papel principal lo desempeñaba el partido de los presbiterianos −calvinistas−, compuesto por mercaderes ricos, banqueros, grandes terratenientes de la nueva nobleza. Temían a las masas populares y querían consolidar tras el Parlamento solo aquellos derechos que ya habían sido conquistados por ellos en los primeros años de la revolución. Bajo estas condiciones, estaban dispuestos a reconciliarse con el rey. Del lado del Parlamento estaban también los independientes, cuyo contingente principal lo formaba la burguesía media, la nueva nobleza media y pequeña. Se adherían a los independientes asimismo los campesinos acaudalados, los pequeños mercaderes, los artesanos. El Parlamento contó también, al comienzo, con apoyo en las filas de los campesinos, los aprendices y el artesanado y los medio oficiales, los marineros, el proletariado rural y ciudadano. Eran los grupos más revolucionarios de la población; traían consigo al movimiento el aliento revolucionario y la decisión de luchar.
El Parlamento disponía de mayores fuerzas que el rey. Pero el partido presbiteriano, que dominaba en él −partido de la nueva gran nobleza y de la burguesía− luchaba indolentemente y trataba de ponerse secretamente de acuerdo con el rey para aplastar la ola revolucionaria que se había levantado. El comandante en jefe del Parlamento, Lord Essex, uno de los terratenientes más ricos de Inglaterra, conducía la guerra de tal modo que no daba una ventaja decisiva al ejército parlamentario.
En estas condiciones, era problemático esperar la victoria. El ejército parlamentario soportó una serie de desastres. Solamente en el mar obtuvo desde el comienzo ventaja sobre el rey. Los marineros se pasaron inmediatamente del lado del Parlamento y obligaron a los oficiales a seguirles.
La actitud del Parlamento. El Parlamento se apresuraba a aprobar medidas ventajosas para la gran burguesía y nueva nobleza. Confiscó las tierras reales y las episcopales, como asimismo las de los feudos partidarios del rey, y comenzó a venderlas. Las compraban principalmente los mercaderes ricos y los banqueros. La preferencia se daba a los grandes compradores y los campesinos no podían adquirir estas tierras. La política de clases se hizo notable asimismo en materia de impuestos: los objetos de amplio consumo general se vieron sujetos a gravámenes nuevos −los «fiscales»−, que recayeron en forma de pesada carga sobre los trabajadores.
Oliver Cromwell. La indecisa política del Parlamento con relación al rey y los desastres del ejército parlamentario, provocaron el descontento en vastos círculos de la sociedad inglesa, los que se unieron alrededor del partido de los independientes. A la cabeza de este partido se destacó uno de los hombres más grandes de la revolución inglesa: Oliver Cromwell.
Cromwell nació en 1599, en el seno de una familia noble, poseedora de una pequeña hacienda. En 1640 fue elegido para integrar el Parlamento. Se destacó como organizador del ejército; en el destacamento de caballería organizado por él, se estableció una fuerte disciplina revolucionaria. Cromwell formaba sus tropas con campesinos y artesanos. En julio de 1644, en la batalla de Marston Moor, «los de los flancos de hierro» −así llamaban a los soldados de Cromwell− obtuvieron la primera victoria sobre los «caballeros».
Después de este éxito, el nombre de Cromwell alcanzó gran fama. A fines de 1644, exigió pública e insistentemente una reforma completa del ejército.
La reforma del ejército en 1645. En enero de 1645, al frente del ejército fue colocado el joven general Lord Farfaix, y fue luego remplazado por Cromwell. El ejército reformado era llamado «ejército del nuevo modelo». Los campesinos y los artesanos constituían su fundamento, pero también había muchos de ellos en la plana menor de su oficialidad, algunos de los cuales alcanzaron grados más elevados. Pero la plana mayor de su oficialidad, en su gran mayoría, pertenecía a la nobleza media y pequeña y a la burguesía media.
El comando del nuevo ejército estaba centralizado. Se le pagaba regularmente en salario, fue mejorado su aprovisionamiento. En el ejército reinaba una disciplina de hierro. Se convirtió en la principal fuerza revolucionaria del país. Los soldados de Cromwell eran en su mayoría hombres estoicos y austeros, profundamente creyentes en la justicia de su causa y seguros de la victoria. «Confía en Dios y conserva tu pólvora seca», era su divisa.
Los cambios en el ejército dieron inmediatamente resultados brillantes. En julio de 1645, en Naseby, Cromwell derrotó por completo al ejército del rey. Fueron tomados 5.000 prisioneros, toda la artillería, muchos pertrechos militares. Después de la batalla de Naseby, los asuntos del rey fueron de mal en peor. Tras sufrir varias derrotas más, huyó a Escocia, y en enero de 1647 los escoceses lo entregaron a los ingleses por 400.000 libras esterlinas.
Los niveladores y los «grandes». Segunda guerra civil
Los niveladores. El partido presbiteriano y el Parlamento por él encabezado consideraban que la revolución estaba terminada: el absolutismo real había sido quebrantado, el poder estaba en las manos del Parlamento, solo había que ponerse de acuerdo con el rey.
Pero las masas populares entendían de un modo distinto la revolución. Esperaban una mejora de su situación económica, buscaban la ampliación de sus derechos políticos y una mayor libertad religiosa. En este sentido, el Parlamento no se apresuraba a hacer nada. Por eso, entre las masas populares comenzó a crecer el sentimiento revolucionario. Comenzaron a prestar oído a lo que decían los llamados niveladores, cuyo jefe más inteligente fue John Lilburn (1618- 1657), valiente agitador y luchador político que muchas veces estuvo en la cárcel por sus convicciones.
El nuevo partido, el partido de los niveladores, se componía principalmente de campesinos y artesanos. Los niveladores trataban de obtener el sufragio universal, la abolición del poder real, la devolución a los campesinos de los «cercados», o sea, las tierras que les habían sido arrebatadas.
El movimiento revolucionario en el ejército y su separación en capas. Los soldados del ejército de Cromwell también comenzaron a inclinarse hacia los niveladores y el ejército se convirtió en foco de la propaganda revolucionaria. El Parlamento presbiteriano decidió entonces licenciarlo con el pretexto de que la guerra había terminado. Este decreto provocó gran indignación en el ejército. Los regimientos elegían a sus representantes −los llamados «agitadores»−, que formaron los Consejos de diputados −representantes− de los soldados. El ejército no quiso desmovilizarse, y exigió de los «grandes» −así denominaban los soldados, irónicamente, a la plana mayor del ejército independiente− acciones decisivas.
Para no permitir a los soldados adueñarse del poder en el ejército, en vez de los Consejos de representantes instituyó Cromwell el Consejo general del ejército, del que participó la plana mayor y los representantes de los oficiales y los soldados −dos por cada uno de ellos en cada regimiento−. De este modo, la organización de los soldados fue colocada bajo el control de los «grandes». Después de esto, el ejército tomó Londres y ocupó de hecho el poder. Ante él se planteaba el problema de dar a Inglaterra una nueva organización estatal. En el ejército había dos grupos: los oficiales independientes y los soldados que participaban de las ideas de los niveladores. Ambos grupos entendían de distinta manera los fines de la revolución.
En noviembre de 1647, en uno de los suburbios de Londres, Putney, se reunió el Consejo general del ejército, encontrándose los «grandes» con los niveladores. El Consejo no llegó a tomar resoluciones definitivas. Los niveladores exigían el sufragio universal, pero aun ellos, siendo pequeños propietarios, conceptuaban posible privar del derecho del voto a los obreros y los siervos. Los «grandes» exigían la introducción del censo de propiedades para participar en las elecciones parlamentarias. Temían al sufragio universal. «Los que no tienen nada −decía un coronel− elegirán a los que no tienen nada. Obtendrán la mayoría. Podrán, legalmente, destruir la propiedad privada, publicando un decreto sobre la igualdad de los bienes». Entre los «grandes» y los niveladores no hubo acuerdo. Entonces, en los regimientos comenzaron los motines de los soldados-niveladores. Cromwell los aplastó. El Consejo general del ejército fue disuelto y ocupó su lugar el Consejo de los oficiales.
La segunda guerra civil y el establecimiento de la república. Estos choques dentro del ejército fueron poco después aprovechados por la contrarrevolución. Los presbiterianos se aliaron con los realistas −los partidarios del monarca−. En la primavera de 1648, los contrarrevolucionarios comenzaron a actuar abiertamente. En la organización del motín participó el rey, que había escapado de sus carceleros. Logró ponerse de acuerdo con Escocia. En una serie de regiones estallaron insurrecciones realistas. El ejército escocés volvió a cruzar las fronteras de Inglaterra, pero esta vez no contra el rey, sino en su apoyo. La acción contrarrevolucionaria obligó al ejército a estrechar nuevamente sus filas; Cromwell derrotó a los escoceses, aplastó los motines realistas e hizo arrestar al monarca. El ejército ocupó Londres por segunda vez. El edificio del Parlamento fue rodeado por las tropas. El destacamento era mandado por el coronel Pride, en cuyas manos había una lista de los diputados presbiterianos; más de cien de ellos fueron expulsados del Parlamento.
Después de la «purificación de Pride», en el Parlamento solo quedaron los diputados independientes, obedientes en todo a los comandantes del ejército.
Las masas populares de Inglaterra estaban indignadas por la revuelta contrarrevolucionaria y por el papel que en ella representó el rey. Al Parlamento llegaban numerosas peticiones conteniendo la exigencia de un enjuiciamiento inmediato del «principal criminal»: el monarca. La Cámara de los Comunes instituyó un tribunal supremo, de acuerdo con cuya resolución, el 30 de enero de 1649, el rey Carlos I, acusado de alta traición, fue decapitado.
Inglaterra fue declarada república, gobernada por el Parlamento y los ministros por él nombrados, «sin el rey y sin la Cámara de los Lores».
La república y el protectorado
La República inglesa. La guerra civil arruinó la economía de Inglaterra. Algunos años de mala cosecha provocaron el hambre. Comenzaron las epidemias. La vida se encareció mucho, pero el salario no aumentaba. Mientras tanto, el gobierno elevaba sistemáticamente los impuestos. La industria, hasta entonces floreciente, se derrumbaba a causa de la reducción de los mercados. El mercado interno estaba paralizado por la guerra civil y el exterior cerrado casi por completo: la mayor parte de los países de Europa rehusaba reconocer el régimen republicano de Inglaterra.
Más peligrosa aún era la situación en Escocia e Irlanda. Escocia fue, durante todo el tiempo, baluarte del presbiterianismo. Después de haberse pasado los presbiterianos abiertamente al lado del rey, allí fue organizado el estado mayor de la contrarrevolución realista. Tras la ejecución de Carlos I, fue reconocido como rey de Escocia su hijo, Carlos II. En Escocia se equipaba un ejército para irrumpir en Inglaterra. Irlanda, en la que ya en 1641 había estallado una sublevación, se mantenía separada por completo de Inglaterra.
Los excavadores. El decaimiento económico, la miseria, el hambre, las epidemias, hicieron más agudo el descontento de las masas. Los pobres de la aldea y de la ciudad no se contentaban ya con el programa de los niveladores, quienes en el Consejo reunido en Putney se mostraron partidarios de privar a los obreros del derecho al voto.
En el partido de los niveladores estalló un cisma, del cual surgió una corriente más decidida: la de los «verdaderos niveladores», o diggers −excavadores−. Los excavadores consideraban justo que el pueblo trabajador labrara las tierras comunales y no pagara ninguna clase de arrendamiento. En varias aldeas, los excavadores, por su propia determinación, ocuparon las tierras abandonadas y las araron para sembrar. Los echaron. Es de señalar que no trataron de ofrecer ninguna clase de resistencia. Admitían solo los medios pacíficos de lucha y contaban más con la fuerza de la persuasión. En sus llamamientos, los excavadores subrayaban constantemente que su fin era pacífico y que no tenían la intención de ofrecer resistencia al gobierno. Los excavadores no eran contrarios a toda clase de propiedad de la tierra; declaraban que querían labrar «para el bien común» solo las tierras comunales y que no atentaban contra las parcelas de los pequeños propietarios.
Los puntos de vista de los excavadores eran expuestos por Whenstanley. En su obra La ley de la libertad (1652), trazó un vasto plan de reorganización de la sociedad. Whenstanley sostenía que el mal principal residía en la propiedad privada y la consiguiente desigualdad que de ella derivaba, señalando que todos debían gozar por igual de la tierra y de sus frutos. Aseguraba que la revolución no había terminado aún, que no había dado absolutamente nada a la gente sencilla, no obstante haberse realizado precisamente gracias a ella. Comprendía el papel reaccionario de la religión que, según sus palabras, era pura mentira, robo, saqueo; galas que visten la avidez y la violencia humana, el engaño de los pobres por los astutos ricachones. Pero el comunismo de Whenstanley era tan utópico como el de Tomás Moro y el de Campanella. Su idea de un reparto regulador de la tierra y de sus frutos era, en las condiciones sociales de entonces, ilusoria, y tiene poco de común con los fundamentos concretos del socialismo científico.
La conquista de Irlanda y de Escocia. En 1649, Cromwell inició la pacificación de Irlanda. En la expedición de represalia, a cuyo frente se colocó personalmente, mostró una crueldad excepcional. En las ciudades conquistadas era aniquilada toda la población. Se incendiaban las aldeas, regiones enteras eran convertidas en desiertos despoblados. Los irlandeses combatían con gran heroísmo y la conquista definitiva de la Verde Erín −o sea, «isla verde», como es llamada a menudo Irlanda−, fue terminada en 1653.
Los vencedores quitaban a los irlandeses la tierra, y en parte los trasladaban a lotes más pequeños y de menor valor. La intención era repartir las tierras quitadas entre los soldados, pero la mayoría de éstos vendían su parte. Los oficiales y los burgueses que las compraron se convirtieron en grandes terratenientes, y ya no pensaban en la revolución, sino en concluirla cuanto antes. Los terratenientes enriquecidos con la compra de tierras en Irlanda, se constituye ron en baluarte de la política más reaccionaria de Inglaterra. La población irlandesa, saqueada y oprimida, comenzó a odiar en los ingleses a quienes le impusieron la esclavitud. El saqueo de Irlanda marcó el comienzo de la hostilidad nacional entre los irlandeses y los ingleses.
Después de Irlanda, le llegó el turno a Escocia. En varios combates, Cromwell derrotó a las tropas de Carlos II. El rey se salvó huyendo; aquél ordenó colgar la corona real escocesa en la horca. En 1654, fue publicada la ley de unificación de Inglaterra, Escocia e Irlanda en un Estado único.
La política interna y exterior de la República. Las victorias de Cromwell afianzaron la autoridad de la República. Los Estados extranjeros reanudaron las relaciones diplomáticas y comerciales con Inglaterra. Inglaterra luchó enérgicamente con sus rivales. En 1651, fue publicada el Acta de Navegación −ley sobre la navegación marítima−. Permitía la importación a Inglaterra solamente de las mercancías extranjeras traídas en barcos ingleses o barcos de aquellos países que producían las mercancías importadas. El Acta de Navegación estaba dirigida en primer lugar contra el principal rival de Inglaterra: Holanda, puesto que ella comerciaba en primer lugar con mercancías extranjeras. Se le prohibió asimismo el comercio con las colonias inglesas de América. Holanda rehusó reconocer el Acta de Navegación. Entre ambos países comenzó una guerra que duró dos años y terminó en 1654, con la victoria completa de Inglaterra. Holanda reconoció el Acta de Navegación y debió pagar una contribución. Inglaterra reanudó el comercio con sus colonias y otros países. Su industria comenzó a resurgir y pronto sobrepasó el nivel anterior a la revolución.
Los éxitos alcanzados en la política exterior, el movimiento revolucionario aplastado, la crisis económica liquidada, todo ello era atribuido por la nobleza y la burguesía a Cromwell. Cada paso dado para robustecer su poder era bien recibido tanto por la burguesía como por la inmensa mayoría de los señores-propietarios, muchos de los cuales se convirtieron en terratenientes solamente gracias a la revolución. Veían en Cromwell una protección tanto contra los movimientos populares como contra las tentativas de los realistas de volver al régimen anterior.
La dictadura de Cromwell. El 16 de diciembre de 1653, Cromwell fue declarado lord-protector vitalicio de la República inglesa. Cromwell aplastaba despiadadamente el movimiento de los niveladores. Fue implantada una censura severísima. Las cárceles se llenaron de prisioneros políticos. Cromwell abatió también a los realistas. Los motines apenas estallados, fueron aplastados y sus jefes enviados al patíbulo. El país fue dividido en diez distritos militares, a la cabeza de los cuales fueron colocados sendos generales-mayores con plenos y amplísimos poderes de policía.
Cromwell conducía una política exterior eficaz. Después de derrotar a Holanda, se volvió contra España. En las Indias Occidentales, los ingleses lograron apoderarse de la isla española de Jamaica, mientras que en Tenerife aniquilaron a la armada española y se apoderaron del cargamento de oro y plata que llevaba desde América. Tras la victoria marítima, siguieron las terrestres. Un destacamento de soldados ingleses ocupó Dunquerque −Dünkidchen−, en los Países Bajos españoles. Los «casacas rojas» de Cromwell conquistaron rápidamente fama de ser los mejores soldados de Europa.
Cromwell murió en 1658, cuando estaba en el cenit de su fama. Fue un comandante genial y un genial político. Salía vencedor de las situaciones más difíciles. Con su ejército, curtido en los combates revolucionarios, obtuvo una serie de brillantes victorias y no sufrió ni una sola derrota. A su firme voluntad y su talento de organizador debe la burguesía inglesa sus triunfos: aplastó la reacción feudal, afianzó el poder de la burguesía y supo llevar la influencia internacional de Inglaterra a una altura jamás vista.
Después de la muerte de Cromwell, el poder pasó a manos de la alta oficialidad. La burguesía y la nueva nobleza necesitaban de un poder firme, que asegurara cuanto ellas habían conquistado durante la revolución, y que simultáneamente aplastara cualquier intento de movimiento popular. A tal fin, la burguesía y la nobleza no vieron otra solución que la restauración de la monarquía.
Entonces se acordaron del hijo del rey ajusticiado, Carlos II Estuardo, que había escapado de Escocia. En 1660, el Parlamento declaró que «el gobierno debe pertenecer al rey, a los lores, a las comunas». La antigua constitución fue restablecida. Carlos II fue proclamado rey de Inglaterra. Este restablecimiento del poder real lleva el nombre de Restauración.
La revolución burguesa de Inglaterra había tocado a su fin. Allí, al igual que en los Países Bajos, la revolución había sido llevada sobre los hombros de las masas trabajadoras −los campesinos, los artesanos, los obreros−, pero solo aprovecharon sus frutos la burguesía y la nueva nobleza». (Evgeni Kosminsky; Historia de la Edad Media, 1952)
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