«Los cambios radicales en la situación internacional y en la situación individual de varios países, como consecuencia de la guerra, han transformado completamente el panorama político del mundo. Se ha producido un nuevo alineamiento de fuerzas políticas. Y cuanto más nos alejamos del fin de la guerra, más claras se hacen las dos tendencias principales de la política internacional, que corresponden a la división de las fuerzas políticas de la escena mundial en dos grandes campos: el campo imperialista y antidemocrático, de un lado, y el campo antiimperialista y democrático, del otro.
La fuerza principal y dirigente del campo imperialista es Estados Unidos; Gran Bretaña y Francia son sus aliados. La presencia del gobierno laborista de Attlee-Bevin en Gran Bretaña y del gobierno socialista de Ramadier en Francia, no impide que Gran Bretaña y Francia desempeñen el papel de satélites de Estados Unidos y sigan su política imperialista en todas las cuestiones básicas. El campo imperialista cuenta también con el apoyo de potencias colonialistas como Bélgica y Holanda, de países con regímenes antidemocráticos y reaccionarios como Turquía y Grecia, y de países dependientes política y económicamente de Estados Unidos como los del Cercano Oriente, Sudamérica y China.
El objetivo principal del campo imperialista es el fortalecimiento del imperialismo, la preparación de una nueva guerra imperialista, la lucha contra el socialismo y la democracia, y el apoyo a los regímenes y movimientos reaccionarios profascistas del mundo. Para la realización de sus objetivos, el campo imperialista está dispuesto a apoyarse en las fuerzas reaccionarias y antidemocráticas del mundo y a respaldar a sus antiguos enemigos de guerra contra sus propios aliados.
Las fuerzas antiimperialistas y antifascistas constituyen el otro campo. La Unión Soviética y los países de nueva democracia son los pilares de este campo. También están incluidos los países que han roto con el imperialismo y han adoptado la vía del desarrollo democrático, como Rumania, Hungría y Finlandia. Indonesia y Vietnam están asociados al campo antiimperialista; India, Egipto y Siria simpatizan con él. El campo antiimperialista es respaldado por el movimiento obrero y democrático y por los Partidos Comunistas hermanos de todos los países, por los luchadores de los movimientos de liberación nacional de los países coloniales y dependientes, y por todas las fuerzas democráticas y progresistas en cada país. El objetivo de este campo es luchar contra la expansión imperialista y la amenaza de nuevas guerras, por la consolidación de la democracia y la eliminación de los remanentes del fascismo.
El fin de la Segunda Guerra Mundial planteó, a todos los pueblos amantes de la libertad, la tarea fundamental de garantizar una paz democrática duradera que consolide la victoria sobre el fascismo. En la realización de esta tarea fundamental de posguerra, la Unión Soviética y su política exterior juegan un papel principal. Esto se deriva de la propia naturaleza del Estado socialista soviético, que es totalmente ajeno a todo propósito agresivo y explotador y está interesado en el establecimiento de las condiciones más favorables para la construcción de la sociedad comunista.
Una de esas condiciones es la paz mundial. Como representante de un nuevo y superior sistema social, la Unión Soviética refleja en su política exterior las aspiraciones de la humanidad progresista que desea una paz duradera y no tiene nada que ganar de una nueva guerra urdida por el capitalismo. La Unión Soviética es el campeón de la libertad y la independencia de todos los pueblos, el enemigo de la opresión nacional y racial y de la explotación colonial de cualquier tipo. El cambio en el alineamiento general de las fuerzas entre el mundo del capitalismo y el mundo del socialismo, como resultado de la Segunda Guerra Mundial, ha aumentado aún más la importancia de la política exterior soviética y ha ampliado el alcance de su actividad en la escena internacional.
Todas las fuerzas del campo antiimperialista y antifascista se han unido en torno a la tarea de garantizar una paz justa y democrática. En este esfuerzo común, ha crecido y se ha reforzado la colaboración amistosa entre la Unión Soviética y los países democráticos en todas las cuestiones de política exterior. Estos países –y en primer lugar, los países de nueva democracia, como Yugoslavia, Polonia, Checoslovaquia y Albania, que desempeñaron un papel importante en la guerra de liberación contra el fascismo; así como Bulgaria, Rumania, Hungría y parcialmente Finlandia, que se unieron al frente antifascista–, todos ellos, se han convertido, en el periodo de posguerra, en firmes luchadores por la paz, la democracia y su propia libertad e independencia, contra todos los intentos de Estados Unidos y Gran Bretaña de revertir su desarrollo y ponerlos nuevamente bajo el yugo imperialista.
Los éxitos y el crecimiento del prestigio internacional del campo democrático no son del gusto de los imperialistas.
Las fuerzas reaccionarias de Gran Bretaña y Estados Unidos estuvieron bastante activas, incluso durante la guerra, tratando de impedir la acción concertada de las potencias aliadas, esforzándose por prolongar la guerra, luchando por desangrar a la Unión Soviética y buscando salvar a los agresores fascistas de una completa derrota. El sabotaje al establecimiento del Segundo Frente por los imperialistas anglosajones, encabezados por Churchill, fue una clara expresión de esta tendencia, que en el fondo era la continuación de la política de Múnich bajo nuevas y diferentes condiciones. Sin embargo, mientras la guerra estaba en desarrollo, los círculos reaccionarios de Gran Bretaña y Estados Unidos no se atrevieron a actuar abiertamente contra la Unión Soviética y los países democráticos, porque sabían muy bien que las simpatías de las masas populares de todo del mundo estaban incondicionalmente del lado de éstos. Pero en los meses previos al término de la guerra, la situación empezó a cambiar.
Durante las negociaciones en la Conferencia de los Tres Potencias en Postdam, en julio de 1945, los imperialistas anglo-estadounidenses demostraron su resistencia a tomar en cuenta los legítimos intereses de la Unión Soviética y los países democráticos.
En estos dos últimos años, la política exterior de la Unión Soviética y los países democráticos ha sido una política de lucha firme por la implementación de los principios democráticos establecidos en los acuerdos tomados para la posguerra. Los países del campo antiimperialista son los campeones leales y consecuentes de la aplicación de esos principios, sin desviarse ni un milímetro de su posición. Es por eso que la tarea principal de la política exterior de los países democráticos desde el fin de la guerra ha sido la lucha por la paz democrática, por la liquidación de los remanentes del fascismo y la prevención del resurgimiento de la agresión imperialista fascista, por el reconocimiento del principio de la igualdad de las naciones y el respeto de su soberanía, por la reducción general de armamentos y la prohibición de las armas más destructivas diseñadas para el exterminio masivo de la población civil. En el cumplimiento de estas tareas, la diplomacia soviética y la diplomacia de los países democráticos se enfrentan con la resistencia de la diplomacia anglo-americana que, desde la guerra, ha seguido persistente y constantemente la política de rechazar los principios generales de los acuerdos para la posguerra proclamados por los aliados durante la guerra, y busca reemplazar esta política de paz y consolidación de la democracia por una nueva política tendiente a quebrantar la paz universal, a proteger a los elementos fascistas y a perseguir a la democracia en todos los países.
La acción conjunta de la diplomacia de la Unión Soviética y la de los países democráticos es de gran importancia para garantizar la reducción de armamentos y la prohibición del más destructivo de todos: la bomba atómica.
Por iniciativa de la Unión Soviética, se ha presentado una propuesta en la Organización de las Naciones Unidas –ONU– para la reducción general de armamentos y el reconocimiento –como tarea prioritaria– de la necesidad de prohibir la producción y el uso de la energía atómica con propósitos militares. Esta propuesta del gobierno soviético se encontró con la tenaz resistencia de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Todos los esfuerzos de los círculos imperialistas fueron dirigidos a sabotear esta sugerencia, poniendo todo tipo de interminables y estériles obstáculos y barreras, con el fin de impedir que se adopte cualquier medida práctica efectiva. La actividad de los delegados de la Unión Soviética y los países democráticos en los diferentes organismos de la ONU se ha caracterizado por la lucha sistemática y persistente por los principios democráticos de cooperación internacional, y por el desenmascaramiento de las intrigas de los conspiradores imperialistas contra la paz y la seguridad de los pueblos.
Esto ha quedado especialmente claro, por ejemplo, durante la discusión sobre la situación de la frontera norte de Grecia. La Unión Soviética y Polonia se pronunciaron resueltamente en contra de la utilización del Consejo de Seguridad para desacreditar a Yugoslavia, Bulgaria y Albania, acusados falsamente por los imperialistas de actos agresivos contra Grecia.
La política exterior soviética parte del hecho de la coexistencia, durante un periodo largo, entre los dos sistemas: el capitalismo y el socialismo. De esto se desprende que la cooperación entre la Unión Soviética y los países de otros sistemas es posible, a condición del respeto del principio de reciprocidad y el cumplimiento de las obligaciones una vez asumidas. Todos saben que la Unión Soviética siempre ha sido y es leal a los compromisos que ha contraído. La Unión Soviética ha demostrado su voluntad y su deseo de cooperación.
Estados Unidos y Gran Bretaña siguen una política absolutamente opuesta en la ONU. Hacen todo lo posible por liberarse de los compromisos que contrajeron previamente, quieren tener las manos libres para seguir una nueva política que no se basa en la cooperación de las naciones sino en el enfrentamiento de unos contra otros, una política que prevé la violación de los derechos e intereses de los países democráticos y el aislamiento de la Unión Soviética.
La política soviética sigue la línea de mantener relaciones leales y de buena vecindad con todos los Estados que muestren voluntad de cooperación. Con los países que son amigos genuinos y aliados, la Unión Soviética siempre se ha comportado –y lo seguirá haciendo– como verdadero amigo y aliado. Y la política exterior soviética prevé la ampliación de la asistencia amistosa a esos países.
Defendiendo la causa de la paz, la política exterior soviética rechaza la política de venganza contra los países vencidos.
Como es conocido, la Unión Soviética está a favor de la creación de una Alemania democrática, desmilitarizada, unida y amante de la paz. Al formular la política soviética en relación con Alemania, el camarada Stalin ha dicho:
«En pocas palabras, la política de la Unión Soviética sobre la cuestión alemana se reduce a la desmilitarización y democratización de Alemania. La desmilitarización y la democratización de Alemania es una de las condiciones más importantes para el establecimiento de una paz estable y duradera». (Stalin; Contestando a las cuestiones planteadas por Mr. Alexander Werth, publicado «Sunday Times», 24 de septiembre de 1946)
Sin embargo, esta política del Estado soviético en relación con Alemania choca con la oposición febril de los círculos imperialistas de Estados Unidos y Gran Bretaña. La sesión del Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores realizada en Moscú, en marzo-abril de 1947, demostró que Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia están preparados no sólo para impedir la reconstrucción democrática y la desmilitarización de Alemania, sino incluso para liquidarla como Estado unificado, desmembrarla y resolver de forma separada la cuestión de la paz.