viernes, 18 de abril de 2014

El fascismo español, ¿una «tercera vía» entre capitalismo y comunismo?; Equipo de Bitácora (M-L), 2014


Preámbulo

«El actual documento tiene como fin una exposición directa de las ideas básicas de los fascistas españoles y la evolución del mismo durante el franquismo.

Una de las armas favoritas históricas del fascismo español –como de todo fascismo– ha sido la de establecerse y proclamarse como una «tercera vía» entre el marxismo y el liberalismo, entre comunismo y capitalismo, entre el proletariado y la burguesía, pretendiendo ser mediador entre el primero y la segunda, o como reconciliador de ambas clases sociales. Esto se veía reflejado al hablar del régimen a establecer, donde se negaba que el Estado fuese el instrumento de represión de una clase dominante sobre el resto, sino que pretendía valerse de su «neutralidad» para conciliar a todas las clases sociales, evitando las fricciones y consiguiendo la tan ansiada «armonía social». En este discurso hay un implícito pretendido fin de las ideologías, exactamente el mismo discurso recuperado por el neoliberalismo o el posmodernismo a efectos de perpetuar artificialmente la explotación capitalista y los modos de producción, primando la producción a la ideología, o reduciéndola esta a conceptos abstractos bañadas en un humanismo hipócrita e irreal. Un discurso que ha hecho suyo desde siempre la socialdemocracia –como revisores del marxismo–, poniendo por delante el misticismo idealista de una conjunción de intereses artificiales como la llamada «comunidad de destinos de la nación» y su naturaleza «benévola de progreso para todos»; anteponiendo un pragmatismo con el fin de mitigar las contradicciones de clase, que una exposición científica del origen de esas contradicciones para resolverlas consecuentemente. ¿Pero era esto cierto? Todo hombre de ciencia que se precie sabe que en cuestiones cardinales no es posible partir de una supuesta ideología «neutral» o «tercera vía», de un «tecnocratismo» que se comporte de forma «aséptica» con las cuestiones de clase:

«No hay término medio –pues la humanidad no ha elaborado ninguna «tercera» ideología, además, en general, en la sociedad desgarrada por las contradicciones de clase nunca puede existir una ideología al margen de las clases ni por encima de las clases–. Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea separarse de ella significa fortalecer la ideología burguesa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902) 

De ahí lo patético que sea, por ejemplo, la «tercera vía» proclamada por ciertas filosofías filofascistas que hablan de superar la «derecha» y la «izquierda», el «fascismo» y el «marxismo», mientras tratan de sintetizar ambas corrientes con fines nacionalistas, religiosos y otros, que claramente se inclinan para el primer bloque. Véase el capítulo: «El viejo socialchovinismo: la Escuela de Gustavo Bueno» de 2020.


I
¿Qué características tenía y tiene el fascismo fundamentalmente?

Apoyándonos en los profundos análisis de Georgi Dimitrov sobre el fenómeno fascista expuestos en sus discursos al VIIº Congreso de la Internacional Comunista (1935), diremos que podemos definir al fascismo como sigue:

1. La dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero.

2. Su advenimiento no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de clase de la burguesía –la democracia burguesa– por otra, por la dictadura terrorista abierta.

3. El fascismo logra atraer a las masas porque especula de forma demagógica con sus necesidades y exigencias más candentes. 

4. El fascismo no sólo azuza los prejuicios hondamente arraigados en las masas. 

5. El fascismo especula también con los mejores sentimientos de éstas, con su sentimiento de justicia y, a veces, incluso con sus tradiciones revolucionarias. 

6. El fascismo actúa al servicio de los intereses de los imperialistas más agresivos, pero ante las masas se presenta bajo la máscara de defensor de la nación ultrajada y apela al sentimiento nacional herido.

7. El fascismo aspira a la más desenfrenada explotación de las masas, pero se acerca a ellas con una demagogia anticapitalista, muy hábil.

8. El fascismo entrega al pueblo a la voracidad de los elementos más corrompidos y venales, pero se presenta ante él con la reivindicación de un «gobierno honrado e insobornable».

9. El fascismo capta, en interés de los sectores más reaccionarios de la burguesía, a las masas decepcionadas que abandonan los viejos partidos burgueses.

10. Impresiona a estas masas por la violencia de sus ataques contra los gobiernos burgueses, por su actitud irreconciliable frente a los viejos partidos de la burguesía.

Algunos han proclamado que esto es inexacto o esquemático, pero su queja no va mucho más allá de este pequeño alarido. El mérito de una definición no está en si es precisa del todo o no, sino en si es más precisa que el resto, si es la más correcta históricamente. Y ante esto, por mucho que le duela a los charlatanes, no se ha dado mejor definición jamás sobre el fascismo. Pese a todo, desarrollaremos un repaso y análisis sobre el fenómeno fascista en España. Ya que contentarnos con repetir dicha definición sin ir más allá, sería una broma que otros tantos también acostumbran. 

Pasada la época de los grandes fascismos en el poder el saldo que ha dejado, las formas que ha adoptado y sus rasgos, han sido estudiados durante décadas por los historiadores. Rescatemos una descripción muy acertada sobre este movimiento político:

«Como antibolchevismo, el fascismo no parece revolucionario, parece más bien un fenómeno típicamente contrarrevolucionario, que toma impulso en la oleada antibolchevique que irrumpe en Europa después de 1917. (...) En el fondo, es esta dimensión contrarrevolucionaria la que constituye el tronco común de los fascismos en Europa, más allá de sus ideologías y de sus trayectos a menudo diferentes. Arno J. Mayer acierta al afirmar que «la contrarrevolución se desarrolló y alcanzó la madurez en toda Europa bajo los rasgos del fascismo» (69). Es en nombre del anticomunismo por lo que el fascismo italiano, el nazismo y el franquismo convergen en un frente común en la guerra civil española. Desde numerosos puntos de vista, el anticomunismo es mucho más fuerte que el antiliberalismo en el fascismo. (...) En Italia en 1922, como en Alemania diez años más tarde, es la convergencia entre el fascismo y las élites tradicionales, de orientación liberal y conservadora, lo que está en el origen de la revolución legal que permite la llegada al poder de Mussolini y Hitler. (...) Los fascismos instauraron, por tanto, regímenes nuevos, destruyendo el Estado de Derecho, el parlamentarismo y la democracia liberal, pero, a excepción de la España franquista, tomaron el poder por vías legales y nunca alteraron la estructura económica de la sociedad. (...) A diferencia de las revoluciones comunistas que modificaron radicalmente las formas de propiedad, los fascismos siempre integraron en su sistema de poder a las antiguas élites económicas, administrativas y militares. Dicho de otra manera, el nacimiento de los regímenes fascistas implica siempre un cierto grado de «ósmosis» entre fascismo, autoritarismo y conservadurismo. Ningún movimiento fascista llegó al poder sin el apoyo, aunque sólo fuese tardío y resignado, por falta de soluciones alternativas, de las elites tradicionales. (…) Mussolini acepta primero erigir su régimen a la sombra de la monarquía de Víctor Manuel III y decide seguidamente lograr un compromiso con la Iglesia católica. (...) Todo el nacionalismo y la extrema derecha franceses, desde el conservadurismo maurrasiano hasta el fascismo, convergen, gracias a un rechazo compartido del parlamentarismo, en el régimen de Vichy, caracterizándolo como una mezcla de conservadurismo y de fascismo. Representativo desde este punto de vista es el caso español, ignorado por nuestros tres historiadores. En España, dos ejes coexisten en el seno del franquismo: por un lado, el nacionalcatolicismo, la ideología conservadora de las elites tradicionales, desde la gran propiedad territorial hasta la Iglesia; por otro, un nacionalismo de orientación explícitamente fascista –secular, modernista, imperialista, «revolucionario» y totalitario– encarnado por Falange. (…) Si se piensa en la coexistencia de Mussolini y del liberal conservador Giovanni Gentile en el fascismo italiano, de Joseph Goebbels y Carl Schmitt en el nazismo o de los carlistas y falangistas en el primer franquismo. Cuando se habla de revolución fascista, se deberían siempre poner grandes comillas, si no corremos el riesgo de ser deslumbrados por el lenguaje y la estética del propio fascismo, incapacitándonos para guardar la necesaria distancia crítica. (…) Conflictos entre autoritarismo conservador y fascismo se produjeron evidentemente en el curso de los años treinta y cuarenta, como lo prueban la caída de Dollfus en Austria, en 1934, la eliminación de la Guardia de Hierro rumana por el general Antonescu, en 1941, o la crisis entre el régimen nazi y una gran parte de la elite militar prusiana revelada por el atentado contra Hitler, en 1944. (…) Una «catolización» de Falange y de una «desfascistización» del franquismo. (…) Estos conflictos no eclipsan los momentos de coincidencia recordados más arriba». (Enzo Traverso; Interpretar el fascismo. Notas sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile, 2005)

Así mismo como podremos ver en este mismo estudio, ha habido y seguirá habiendo distorsiones sobre el estudio del fenómeno del fascismo:

«[Sternhell y] su tendencia a reducir el fascismo a su ideología y a capturar su «esencia», en sentido «platónico», en un proceso intelectual aislado de su contexto social, véase hipostasiado en una especie de «arquetipo ideológico» (49), presenta límites considerables. (...) La aproximación de Sternhell se caracteriza no sólo por su indiferencia hacia la mitología y el simbolismo fascistas, sino, más en general, por su rechazo sistemático de toda contribución de la historia social. El fascismo, explica a sus críticos, tiene «razones intelectuales profundas», añadiendo que, para comprenderlo, «la historia social no será de gran ayuda» (50)». (Enzo Traverso; Interpretar el fascismo. Notas sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile, 2005)

No por casualidad este tipo de corrientes, son las que se han esforzado en buscar la analogía entre comunismo y fascismo:

«Esto [según Sternhell] sería el resultado de la confluencia y de la fusión de dos tradiciones políticas hasta entonces antinómicas, una de izquierdas y otra de derechas». (Enzo Traverso; Interpretar el fascismo. Notas sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile, 2005)

Aunque bien es cierto, que los historiadores más honestos nunca han aceptado esto, por cuestiones básicas:

«La asimilación de fascismo y comunismo en una misma naturaleza es rechazada también por Gentile, que subraya la antítesis radical entre el nacionalismo del primero y el internacionalismo del segundo». (Enzo Traverso; Interpretar el fascismo. Notas sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile, 2005)

Hemos desarrollado un extenso estudio sobre el fascismo en otras obras que el lector puede consultar, por cuestiones de extensión del documento, invitamos a leerlo de forma externa. Véase el capítulo: «Aclaraciones sobre el fascismo desde un auténtico punto de vista marxista-leninista» de 2017.


II
Análisis y desglose sobre los principios básicos del fascismo

En esta sección, más allá de enunciaciones teóricas, comprobaremos en la práctica qué ha sido y es el fascismo sin trampa ni cartón. Para ello nos serviremos de todo tipo de fuentes: diarios, testimonios, declaraciones, artículos, tanto de representantes como de allegados. El objetivo será desechar de una vez la falsa noción de que el fascismo no es de derechas, que el fascismo es anticapitalista o que el fascismo no es tradicionalista; recordando, a su vez, que el fascismo es caudillismo, es misticismo, es hipocresía religiosa, es idealismo filosófico.

¿Por qué surge el fascismo en cualquiera de sus épocas?

«El fascismo quiere un Estado fuerte y es el Estado el único que puede resolver las dramáticas contradicciones del capitalismo». (Benito Mussolini; Discurso en el parlamento, 1921)

D'Annunzio, nacionalista italiano, fan de Nietzsche y uno de los primeros teóricos del fascismo, escribía así veinte años del ascenso de Mussolini cuales eran sus propósitos ulteriores:

«¿Cuál es ahora nuestra vocación? ¿Debemos alabar el sufragio universal, debemos acelerar con nuestros polvorientos hexámetros la caída de la realeza, el advenimiento de la república, la toma del poder por la chusma? Por una suma razonable podríamos convencer a los incrédulos de que en la multitud hay fuerza, justicia, sabiduría y luz. (...) Fíjense en las frentes tontas de los que querían uniformar todas las cabezas humanas, como los clavos bajo el martillo del obrero. Que tu incontenible risa suba al cielo cuando escuches en las reuniones el estruendo de los palafreneros del gran animal que es la chusma. (...) Esperen y prepárense para el evento. No será difícil para ti traer al rebaño de vuelta a la obediencia. El pueblo siempre será esclavo, porque hay una necesidad innata en él de tender la mano a las cadenas. Recuerda que el alma de la multitud sólo conoce el pánico. (...) El nuevo César romano, predestinado por naturaleza a la dominación, destruirá o alterará todos los valores aceptados durante demasiado tiempo por todo tipo de doctrinas. Podrá construir y lanzar hacia el futuro este puente ideal gracias al cual las especies privilegiadas podrán finalmente cruzar el precipicio que aún las separa, en apariencia, de la ardiente dominación deseada». (Gabriele D'Annunzio; Oukrainka, publicado en «Jizn», número 7, 1900)

El principal líder del fascismo español, José Antonio Primo de Rivera, a principio de los años 30 escribía que lo ocurrido en Italia era imposible de ignorar, y que por el contrario, había que tomar buena nota de ello:

«El fascismo no es sólo un movimiento italiano: es un total, universal, sentido de la vida. Italia fue la primera en aplicarlo. Pero ¿no vale fuera de Italia la concepción del Estado como instrumento al servicio de una misión histórica permanente? ¿Ni la visión del trabajo y el capital como piezas integrantes del empeño nacional de la producción? ¿Ni la voluntad de disciplina y de imperio? ¿Ni la superación de las discordias de partido en una apretada, fervorosa, unanimidad nacional? ¿Quién puede decir que esas aspiraciones sólo tienen interés para los italianos?». (José Antonio Primo de Rivera; Al Volver. ¿Moda extranjera el fascismo?; La Nación, 23 de octubre de 1933)

Mientras tanto, un «visionario» líder socialdemócrata, Luis Araquistáin, aseguraba muy confiado que el fascismo no era algo implementable en España:

«En España no puede producirse un fascismo del tipo italiano o alemán. No existe un ejército desmovilizado como en Italia; no existen cientos de miles de jóvenes universitarios sin futuro, ni millones de desempleados como en Alemania. No existe un Mussolini, ni tan siquiera un Hitler; no existen ambiciones imperialistas, ni sentimientos de revancha, ni problemas de expansión, ni tan siquiera la cuestión judía. ¿A partir de qué ingredientes podría obtenerse el fascismo español? No puedo imaginar la receta». (Luis Araquistáin; La lucha en España, 1934)

Sobra comentar que en España sí había desempleo, un hambre de tierras, una problemática nacional y colonial pujante, un liberalismo y conservadurismo cada vez más desacreditados tras décadas de mandatos infructuosos, sin olvidar un movimiento obrero cada vez más radicalizado, que cada vez se cansaba más del anarquismo y sus dogmas infantiles como el apoliticismo y el antiautoritarismo que le hacían el juego a la reacción. El ascenso del fascismo, por tanto, sí tenía unas condiciones objetivas para desenvolverse. Pero a esto deberíamos preguntarnos, ¿qué es lo que impulsa a nivel general la activación y ascenso del fascismo? La situación social y las necesidades de la burguesía tanto a nivel interno como a nivel externo:

«El fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los campesinos y de los intelectuales. El fascismo, en política exterior, es el chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra los demás pueblos». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo: Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)

Pues bien, si el fascismo nació con un carácter de clase muy obvio, también tuvo un propósito muy concreto:

«La burguesía dominante busca cada vez más su salvación en el fascismo para llevar a cabo medidas expcionales de expoliación contra los trabajadores. (...) No hay que representarse la subida del fascismo al poder de una forma tan simplista y llana, como si un comité cualquiera del capital financiero tomase el acuerdo de implantar en tal o cual día la dictadura fascista. En realidad, el fascismo llega generalmente al poder en lucha, a veces enconada, con los viejos partidos burgueses o con determinada parte de éstos, en lucha incluso en el seno del propio campo fascista, que muchas veces conduce a choques armados, como hemos visto en Alemania, Austria y otros países». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo: Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)

En España, A. Azpeitua reportaba en su artículo: «Cartas de Italia. «Fascisti», e «comunisti» el nacimiento del fascismo en Italia como sigue:

«El proyecto consistía en atacar con violencia a la violencia. Así nació el fascismo, organización debida a la iniciativa privada de cuantos tenían algo que defender, para atacar a los comunistas allí donde se reúnen, destruir sus organizaciones, sus centros de asociación, sus periódicos; hacerles una guerra a muerte y sin cuartel, buscándoles en sus propias casas y matándolos a tiro, no permitir que celebrasen ningún acto público, por inofensivo que pareciese. Para la empresa había dinero que facilitaron los interesados en acabar con el peligro, y hombres reclutados en las más altas clases sociales, más otros que siempre se encuentran dispuestos a vender su acción». (ABC; 9 de febrero de 1922)

¿Y cuál era el ideario que resumía las proclamas de estos alegres «patriotas regeneracionistas»? En su artículo «Los Sindicatos fascistas frente a los Sindicatos rojos», los fascistas españoles se expresaban así:

«Este Sindicato fascista se fundamenta sobre estos principios: 1) Las clases sociales estarán subordinadas a la Nación. 2) No habrá lucha de clases sino una cooperación entre las distintas clases sociales. 3) Se reconoce la importancia del capitalismo y sus funciones no podrán ser suprimidas». (Producción, Tráfico y Consumo, órgano de la Federación Patronal, de Barcelona/Cataluña, septiembre, 1922)

Hoy los fascistas contemporáneos hablan con nostalgia de sus primogénitos, pero estos primeros grupos fascistas en España eran tan «revolucionarios» que no solo eran saludados en periódicos monárquicos como ABC, sino que estuvieron financiados por los militares o los grupos de la patronal:

«Los paralelismos entre los casos italiano y catalán son incontrovertibles: allí la Confindustria, aquí la Federación Patronal. Se dice que la Confindustria fue acusada de haber apoyado económicamente al fascismo. Mussolini se aseguró los favores del grupo de presión de Confindustria nombrando Ministro del tesoro a Alberto De Stefani, economista liberal ortodoxo. La Federación Patronal de Barcelona, fundada por las clases medias, recibió financiación del gran capital por medio de las corporaciones económicas, sociales, recreativas, culturales…. Es evidente que la gran burguesía apoyaba a la pequeña y mediana burguesía. En Italia se instauraron los fascios, en Barcelona los Sindicatos Libres. Nacieron casi simultáneamente con la finalidad de «poner orden en las filas obreras anarquistas». En ambos casos se daba la coincidencia también de que entre los militares había un gran sentimiento antiparlamentario, que había ido surgiendo en aquellos años. (...) Es de esta clara división que existía entre en el seno del ejercito que se organizó el grupo «La Traza», o los tracistas. Fundada en Barcelona en la primavera de 1923, la Traza fue una organización de inspiración fascista. Estaba sustentada en la ideología de la Milizia Fascista italiana y supervisada, de hecho, por oficiales de las guarniciones militares de Barcelona y la Capitanía General de Cataluña. Se dice que nació cuando los Libres empezaron a decaer. Las primeras referencias que se tuvieron de ella vinieron acompañadas de rumores afirmando que preparaba un golpe de Estado. «La Traza» repartía hojas volantes en las que se explicaba su ideario. Decían, por ejemplo, lemas como «España no morirừUn solo hombre, asesorado por los tracistas que crea necesario, determinará toda acción». (...) El el contenido de estas octavillas presentaba un tono que recuerda el sostenido por los autores de la revista Producción, Tráfico y Consumo, órgano de la Federación Patronal y antes mencionada. El desprecio hacia el funcionariado, la acción por encima de la teoría, la disciplina, el triunfo de las minorías sobre las mayorías y la fe en un solo hombre, al que se contemplaba como el salvador de la patria eran elementos comunes con el leguaje de los publicistas de la patronal. Era una verborrea típica de aquellos años y surgió en varios países europeos en que la debilidad del sistema parlamentario, la corrupción de la política y la irrupción de las masas en la escena cotidiana hicieron que las clases económicamente dominantes vieran con buenos ojos y apoyaran algunos grupúsculos violentos que, liderados más o menos por elementos militares, parecieron idóneos para acabar con el estado actual que podía poner en peligro el estado burgués. Bajo la radicalidad de estos grupúsculos, estas clases adivinaron que había una voluntad de cambio total de la situación, para que en el fondo todo continuara siendo como siempre había sido». (Soledad Bengoechea; El impacto del fascismo italiano en Barcelona: el centenario, 2020)

En España, tras el golpe de Estado de 1923, el nuevo dictador, Miguel de Rivera, proclamaba y confesaba en el «Manifiesto para la nación» los miedos, así como la propia necesidad de la burguesía española. Todo en un discurso que recordaba demasiado a Mussolini:

«Españoles: Ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado (porque hubiéramos querido vivir siempre en la legalidad y que ella rigiera sin interrupción la vida española) de recoger las ansias, de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando la Patria no ven para ella otra salvación que libertarla de los profesionales de la política, de los que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso. (...) Este movimiento es de hombres: el que no sienta la masculinidad completamente caracterizada, que espere en un rincón, sin perturbar los días buenos que para la patria preparamos. (...) No tenemos que justificar nuestro acto, que el pueblo sano demanda e impone. (...) Rastreras intrigas políticas tomando por pretexto la tragedia de Marruecos; incertidumbre ante este gravísimo problema nacional; indisciplina social, que hace al trabajo ineficaz y nulo, precaria y ruinosa la producción agraria e industrial; impune propaganda comunista; impiedad e incultura; justicia influida por la política; descarada propaganda separatista». (ABC; 14 de septiembre de 1923)

Por esto mismo un comunista británico, Palme Dutt, acerca de este fenómeno:

«La realidad del fascismo es [que es] el intento violento del capitalismo en decadencia para derrotar a la revolución proletaria y detener por la fuerza las crecientes contradicciones de todo su desarrollo. Todo lo demás es decoración y escenografía, consciente o inconsciente, para tapar y hacer presentable o atractivo este objetivo básico reaccionario, que no se puede enunciar abiertamente sin frustrar su propósito». (Palme Dutt; Fascismo y revolución social, 1934)

¿Qué problemas preocupan al fascismo y cómo los aborda?

En cuanto a la cuestión de las clases sociales, en Francia, por ejemplo, Pierre Drieu La Rochelle, ideólogo posterior del Partido Popular Francés (PPF) de Jacques Doriot, ya teorizaba en 1922 que en realidad no existían clases sociales, que solo había ciertos oficios, pero que, en definitiva, todos sentimos, pensamos y sufrimos igual:

«No hay clases. Solo hay categorías económicas, sin distinciones espirituales, sin diferencias en las costumbres. Las clases bajas se componen de los mismos elementos físicos, morales e intelectuales que las clases altas. Ambos son cada vez más intercambiables. Solo hay gente moderna, gente de negocios, gente con ganancias o salarios; que piensan solo en eso y que solo discuten eso (…) El trabajador está podrido por la moneda de su salario como el burgués por su ganancia. (…) Deben removerse las cenizas de las categorías sociales. Reuniendo a los remanentes independientes de la burguesía, incluso de la clase obrera y los campesinos, sería la institución de un Tercer Partido, de un Entre-Deux, que elevaría los intereses espirituales entre la masa dominada por el dinero». (Pierre Drieu La Rochelle; Medida de Francia, 1922)

¿Pero por qué admiraba tanto la reacción española al fascismo y era fuente de inspiración e imitación las experiencias de otros países? Porque coincidía plenamente con sus aspiraciones. Por ejemplo, Ramiro de Maeztu, el creador del concepto de «hispanidad» que hoy tanto inspira a chovinistas y socialchovinistas, ya en su artículo de 1933 comentaba sin complejos lo siguiente sobre Hitler y sus «brillantes ideas» sobre las «muchedumbres»: 

«Las muchedumbres están en la política. Podemos lamentarlo. Sería mucho más provechoso para ellas consagrarse al trabajo y que la Providencia las librara de los agitadores que las sacan de sus casillas. El hecho es que están en la política y que hay que dirigirlas. Y esto es lo que hace Hitler como nadie. Ello es dificilísimo. Probablemente se trata de que Dios le ha dotado del don de profecía, de una parte, y el don de mando, de la otra». (ABC; 3 de marzo de 1933)

Las clases adineradas, la aristocracia, ya venía advirtiendo de los quebraderos de cabeza que podía causar el problema obrero, de lo peligroso que era otorgarle según qué derechos:

«El problema obrero. La estupidez, que, en la última instancia, no es más que la degeneración de los instintos, y que hoy es la causa de todas las demás estupideces, consiste en el hecho de que haya un problema obrero. (...) ¿Qué es lo que se ha hecho? Todo lo necesario para eliminar de raíz hasta la condición previa para ello. Con la falta de reflexión más irresponsable, se han aniquilado los instintos en virtud de los cuales los obreros pueden convertirse en un estamento, pueden llegar a ser ellos mismos. Se ha declarado al obrero apto para el servicio militar, se le ha otorgado el derecho de asociación, se le ha dado el derecho al voto en el terreno político. ¿Cómo nos puede extrañar entonces, que el obrero esté empezando ya a considerar su existencia como una situación miserable, como una injusticia, por decirlo con un término moral. Pero, ¿qué es lo que se quiere?, volveremos a preguntar. Si se quiere un fin, hay que querer también los medios. Si se quieren esclavos, es de idiotas educarlos para amos. (...) Hoy en día, para hacer posible al individuo, es decir, para conseguir que fuera completo habría que empezar por castrarle. Sin embrago, se hace lo contrario. Quienes con mayor ardor exigen independencia y desarrollo libre son precisamente aquellos para los que ningún freno sería demasiado severo. Esto vale en el terreno político y en el arte. Y esto es un síntoma de decadencia: nuestro concepto de «libertad» constituye una prueba más de la degeneración de los instintos». (Friedrich Nietzsche; El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos, 1889)

Es más, se podría decir que, para algunos, el fascismo era aquello que había anunciado «genialmente» Nietzsche con mucha antelación. Él era la voz de las clases explotadoras con una visión desacomplejada sobre el mundo. Para este filósofo sajón, las clases altas germanas habían ido perdiendo cada vez más terreno frente a los trabajadores por su falta de contundencia, olvidando cuál era el lugar de unos y otros. Por ello, la única redención para ellos y la nación era desatar un «ajuste de cuentas» inmediato, es decir, que la pusilánime nobleza y burguesía espabilasen y enderezaran al proletariado y campesinado rebelde:

«La corrupción, según en la forma de vida que se muestra, es algo muy distinto. Si, por ejemplo, una aristocracia como la de Francia al inicio de la revolución se deshace de sus privilegios con un asco sublime, y se sacrifica a sí misma en un libertinaje del sentimiento moral, eso es corrupción. Lo esencial de una aristocracia buena y sana es que puede aceptar, con la conciencia tranquila, el sacrificio de un sinfín de personas que se tienen que rebajar y reducir a humanos incompletos, a esclavos, a herramientas». (Friedrich Nietzsche; Más allá del bien y del mal, 1886)

Lo cierto es que este filósofo alemán, tan alabado hoy en las universidades, ayudó a mantener la falsa idea de que la explotación del hombre por el hombre habría sido normal desde los albores de los tiempos, que era algo natural que nunca acabaría, por lo que no había nada que lamentar: 

«La «explotación» no forma parte de una sociedad corrompida o imperfecta y primitiva: forma parte de la esencia de lo vivo, como función orgánica fundamental, es una consecuencia de la auténtica voluntad de poder, la cual es cabalmente la voluntad propia de la vida. Suponiendo que como teoría esto sea una innovación, como realidad es el hecho primordial de toda historia: ¡seamos, pues, honestos con nosotros mismos hasta este punto!». (Friedrich Nietzsche; Más allá del bien y del mal, 1886)

El capitalista, pues, no debe avergonzarse por su egoísmo mezquino, esta mezquindad le permitiría aplastar y ser mejor que el resto:

«A riesgo de descontentar a oídos inocentes yo afirmo esto: de la esencia del alma aristocrática forma parte el egoísmo, quiero decir, aquella creencia inamovible de que a un ser como «nosotros lo somos» tienen que estarle sometidos por naturaleza otros seres y tienen que sacrificarse a él. El alma aristocrática acepta este hecho de su egoísmo sin ningún signo de interrogación y sin sentimiento alguno de dureza, coacción, arbitrariedad, antes bien como algo que seguramente está fundado en la ley primordial de las cosas». (Friedrich Nietzsche; Más allá del bien y del mal, 1886)

¡Y todavía hay quien dice que este autor no es el precursor del nazismo! El fascismo español, muy nietzscheano, especialmente entre lo que sería luego las JONS, confesaba todo esto bien alto. Incluso los falangistas también se reconocían bajo tal ideal:

«Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal de su cultura y de su Historia. Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho –al hablar de «todo menos la violencia»– que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso pronunciado en el Teatro de la Comedia de Madrid, 29 de octubre de 1933)

Al otro lado del Atlántico, en la Argentina de los años 30, tenemos el famoso régimen de Uriburu, de clara inspiración fascista, aunque afrontó los mismos problemas que Miguel Primo de Rivera:

«Estimamos indispensable para la defensa efectiva de los intereses reales del pueblo, la organización de las profesiones y de los gremios y la modificación de la estructura actual de los partidos políticos. (...) La agremiación corporativa no es un descubrimiento del fascismo, sino la adaptación modernizada de un sistema cuyos resultados durante una larga época de la historia justifican su resurgimiento». (José Félix Uriburu; Discurso, 1932)

Carlos Ibarguren, el primo de Uriburu, era un antiguo radicalista que ahora se había convertido en uno de los políticos bajo el nuevo gobierno militar, y sería uno de los ideólogos principales de este régimen de inspiración mussoliniana. Este escribía por 1934:

«La experiencia italiana del Estado corporativo que cuenta con diez años de aplicación y que ha asegurado la paz social, el orden y la prosperidad de aquel gran pueblo, es objeto hoy en todas partes de la mayor atención y estudio. Este considerable interés suscitado por el fascismo convierte el fenómeno italiano en un hecho de posible aplicación mundial. (...) Se acentúa una corriente de índole nacionalista en el sentido de implantar la democracia funcional y el Estado corporativo, la que ha tomado mayor impulso después del triunfo en Alemania de los nacionalsocialistas». (Carlos Ibarguren; La inquietud de esta hora, 1934)

Otro interesante apunte: Uriburu marcaría el camino a seguir para Perón en el futuro: convertido al peronismo reclamaba que lo del General Perón era una ideología original –¡pese a que sus ideas eran, en realidad, muy viejas!–, clamaba contra el liberalismo, el comunismo y se presentaba como un antiimperialista… ¡toda una supuesta «tercera vía» que el pueblo argentino debía experimentar una vez tras otra con los mismos trágicos resultados! Véase la obra: «Perón, ¿el fascismo a la argentina?» de 2021.

¿De dónde procede el fascismo español, cuál es su carácter social? 

Si como hemos intuido ya, a este periodo de 1923-30, aunque es cierto que existieron obvias diferencias que lo alejan de ser una experiencia reconocible por su integridad fascista, se le puede considerar como el «régimen pionero fascista» o el «protofascismo español»:

«La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) fue una tentativa de autoritarismo moderno. No logró en absoluto generar una teoría ni una ideología, sobre todo porque el propio dictador no estaba seguro de cuales eran sus objetivos finales. Miguel Primo de Rivera creía estar –y hasta cierto punto con razón– en la tradición de las figuras pretorianas de la España del siglo XIX, que intervenían temporalmente manu militari en el proceso político liberal, no para derrocar al liberalismo, sino únicamente para establecer límites e introducir reformas. Sin embargo, el primorriverismo tenía otra faz. Si bien negaba todo deseo de imitar al fascismo italiano, el dictador español destacaba su admiración hacia el régimen italiano y su interés por él. Alfonso XIII y su Primer Ministro, a quien aquel presentaba como «mi Mussolini», fueron los primeros visitantes oficiales del gobierno de Mussolini. Además de establecer un gobierno autoritario, Primo reimpuso el centralismo en España, estableció una asociación política de gobierno –por baga y amorfa que fuera– e inició una nueva campaña de propaganda para ensalzar al jefe. Su ministro de Trabajo, Eduardo Aunós. (...) Visitó Roma en 1926 para observar las fases iniciales del corporativismo nacional sindicalista italiano con miras a la futura política española. Pero todo esto tuvo muy pocos resultados. No hubo ninguna tentativa de establecer un corporativsmo español, sino únicamente un modesto programa de arbitraje sindical estatal en los últimos años de la década. La única alternativa política que podía concebir la dictadura española consistía en proponer un aumento de los poderes del Consejo de Estado y la selección de la mitad de los miembros del Parlamento mediante elecciones corporativas directas. Primo de Rivera tenía sus propias dudas incluso acerca de estas propuestas, y por último las anuló él mismo antes de dimitir en un estado de confusión y frustración. Sin embargo, Mussolini consideraba al régimen de Primo de Rivera como parte del nuevo orden nacionalista, autoritario, y por lo menos semicorporativista –si no fascista– de la Europa meridional, y su derrumbamiento repentino y total en el invierno de 1930 le inquietó. Según De Felice, la conclusión que extrajo de esto fueron que las principales instituciones de la derecha –la monarquía y la Iglesia– merecían poca». (Stanley G. Payne; El fascismo, 1980)

En todo caso, lo que era claro, es que varios de los movimientos derechistas mundiales de todo tipo empezaron a simpatizar y a imitar al fascismo europeo, algo que no resiste ya la menor discusión:

«Las primeras iniciativas prefascistas, correspondientes a lo que se conoce genéricamente como derecha radical, respondieron a una reacción defensiva de la masa social conservadora –las «gentes de orden» ante los ecos de la Revolución Rusa y el caos causado en Europa por el final de la Gran Guerra. Y, sobre todo, ante la presión ejercida por la izquierda obrera española a través de las movilizaciones de lo que se conoció como el Trienio Bolchevique, que tuvo su primera y más seria manifestación en la «huelga general revolucionaria» de 1917. Fue en este contexto en el que las ligas ciudadanas, o uniones cívicas, arraigadas especialmente entre los sectores más conservadores y nacionalistas de la clase media urbana, vislumbraron en el fascismo una metodología de acción y una racionalización doctrinal contrarrevolucionarias que iban más allá de las meras actitudes defensivas2. Tal fue el caso de la Liga Patriótica Española, creada en Barcelona al calor del crecimiento de la presión catalanista en 1918-1919, y dirigida por el carlista Ramón Sales, líder de los Sindicatos Libres. (...) También contribuyeron a crear suelo para un futuro fascismo algunas iniciativas similares en Madrid y otras ciudades, donde las Juventudes Mauristas llevaban años preparando la movilización callejera de la derecha radical. Surgieron ligas como Defensa Ciudadana y Unión Ciudadana, dispuestas a respaldar con la violencia el mantenimiento del orden público y a profundizar en la radicalización política de la derecha conservadora. No eran iniciativas relacionadas directamente con el fascismo, por el que mostraban simpatías pero también un conocimiento muy superficial, sino más bien con el nacionalismo radical y el antiliberalismo de la konservative revolution. Contribuyeron a dotar al régimen dictatorial surgido del golpe de Estado militar de 1923, de justificaciones autoritarias y le aportaron cierta base social de activismo militante. (...) Hubo, sin embargo, dos conatos de partido que buscaban abiertamente identificarse con el fascismo. El impulsor del primero representó luego un papel de cierta importancia en la concreción de la opción fascista durante la República. El periodista canario Manuel Delgado Barrero, diputado y director del diario maurista madrileño La Acción, intuyó enseguida que la vía mussoliniana de conquista del Poder era factible en España si se forzaban algo las condiciones políticas para atraer a un amplio sector de las gentes de orden a «la senda de un fascismo español». A finales de 1922, mientras desde su periódico se realizaban abiertas llamadas al golpe de Estado, animando a ello incluso al rey, Delgado sacó a la calle una revista, La Camisa Negra, que sufragaban algunos empresarios vinculados al maurismo y que nacía con el propósito de facilitar la aparición de «un Mussolini español». La meta debía ser la creación de una organización política militarizada, la Legión Nacional, directamente inspirada en los fasci di combattimento, a la que se convocaría a los excombatientes de la guerra de Marruecos, descontentos con el sesgo político del conflicto y con su situación personal. El intento no llegó a ninguna parte». (Julio Gil Pecharromán; Un partido para acabar con los partidos: el fascismo español, 1931-1936, 2017)

Citemos otro ejemplo significativo anterior a la propia la fundación de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) en 1931 o Falange Española (FE) en 1933, otros precedentes:

«Otro precedente, también fascistoide y próximo a la derecha radical francesa Acción Francesa y sus paramilitares: Camelots du Roi, fue el movimiento liderado por José María Albiñana (1883-1936), a medio camino entre la admiración a la dictadura italiana por su carácter contrarrevolucionario y los recelos ante el carácter popular y revolucionarios con que se presentó en su origen el movimiento escuadrista. El Partido Nacionalista Español y su milicia Legionarios de España, con camisa azul celeste y una cruz de Santiago bordada en el pecho, se formaron durante el fin de la Restauración y subsistieron durante los años republicanos, siempre con escasa financiación. Ésta procedió, sobre todo, de los reaccionarios de la Unión Monárquica Nacional, heredero del partido único de la Dictadura de Primo de Rivera, y del «fondo de reptiles» dinero recaudado fuera de lo estrictamente establecido y que se utiliza en operaciones no presupuestadas ni registradas, como la compra de voluntades de la Dirección General de Seguridad encabezada por Emilio Mola». (Sergio Gímenez; El fascismo español, tan pijo y clasista como siempre (I), 7 de noviembre de 2019

Esto significa que políticos y militares pragmáticos como Miguel Primo de Rivera –exactamente como luego haría Franco– fueron influenciándose y adoptando las ideologías del momento, el fascismo, para resolver problemas cotidianos, todo, con mayor o menor fortuna y pureza doctrinal. ¿Cómo no iba a suceder lo mismo e incluso algo mayor en intelectuales –ideólogos, filósofos, escritores, ensayistas– quienes buscaban un desarrollo y justificación teórica de sus actos?

A su vez, las intenciones de los primeros movimientos del fascismo español quedaron resumidas en las famosas palabras de José Antonio Primo de Rivera, fundador de FE, e hijo del antiguo dictador:

«Tenemos una fe resuelta en que están vivas todas las fuentes genuinas de España. España ha venido a menos por una triple división: por la división engendrada por los separatismos locales, por la división engendrada entre los partidos y por la división engendrada por la lucha de clases. Cuando España encuentre una empresa colectiva que supere todas esas diferencias, España volverá a ser grande, como en sus mejores tiempos». (José Antonio Primo de Rivera; Entrevista al noticiario Paramount, 1935)

Es decir, por si al lector no le ha quedado claro, la preocupación del fascismo es que su país se mantenga unido –aunque oprima a otros–, que la lucha de clases se modere –aunque haya injusticia social– y que la división de partidos obstaculiza un regio poder para poner orden a lo primero y segundo –de ahí la necesidad de un caudillo, un dictador– .  

El fascismo a veces fue visto como una respuesta de la pequeña burguesía porque veía en el pequeño propietario campesino el representante genuino de la nación, atacando al proletario de las ciudades. Ramiro Lesdema en su artículo: «El bloque social campesino», dijo:

«Nuestro gran deseo es lanzar la ola campesina contra las ciudades decrépitas que traicionan el palpitar vitalísimo del pueblo con discursos y boberías. Nunca con más urgencia y necesidad que ahora debe buscarse el contacto de los campesinos para que vigoricen la Revolución y ayuden con su rotunda expresión hispánica a darle y garantizarle profundidad nacional. El campesino, hombre adscrito a la tierra, conserva como nadie la realidad hispana, y tiene en esta hora a su cargo la defensa de nuestra fisonomía popular». (La conquista del Estado, Nº 14, 13 de junio de 1931)

Pero los orígenes sociales del fascismo y sus actores no son discutibles. Santiago Montero Díaz, antes de entrar en estos grupos fascistas era por entonces un reconocido comunista. En 1932 describía así a los dos grupos fascistas más importantes que darían pie en febrero de 1934 a la mítica Falange Española de las JONS (FE de las JONS) de Primo de Rivera y Ramiro Ledesma:

«La conquista del Estado. Con este nombre se constituyó en Madrid, en los últimos tiempos de la monarquía, una entidad política que pretendía como su título y el de su semanario dejaba traslucir, la toma del Poder. Era, realmente, un producto elaborado por una peña de intelectuales, inclinados hacia las soluciones políticosociales del fascismo. Todos los postulados de éste en Italia: nacionalismo, supremacía del Estado, corporativismo, culto a la patria, eran proclamados en el periódico. La diferencia era táctica, pues el fascismo desarrollaba la táctica de la violencia y de la lucha contra el comunismo, como medio de conquistar el Poder burgués, mientras que La conquista del Estado, órgano de los fascistas platónicos, no hacía sino prometer actuar con iguales procedimientos, sin realizar la menor acción. De todas maneras, es digno de citarse aquel ensayo fascista, realizado por unos jóvenes de talento, para que se vea el formidable poder mimético de este régimen, que tales entusiasmos despierta entre los medios financieros e intelectuales neta y específicamente burgueses». (Cuaderno de cultura, 1932)

¿Acaso podía el falangismo ser tomado en serio como un movimiento no aristocrático? Veamos de donde procedía su principal líder José Antonio Primo de Rivera:

«Estudió Derecho en Madrid, el primer año lo realizó igual que el bachillerato, desde su propia casa, ya en los cursos posteriores fue a la universidad, donde haría amistad con Ramón Serrano Suñer el que después sería el cuñado de Franco y defensor de su régimen–. En 1922 terminó la licenciatura y posteriormente realizaría el servicio militar, terminando como alférez de complemento. En abril de 1925, se dio de alta en el Colegio de Abogados de Madrid y abrió su propio bufete. En 1930 hará su primera aparición política, junto con Ramiro Maeztu, Esteban Bilbao el Conde de Guadalhorce, constituyendo la Unión Monárquica Española, un intento de resucitar el partido único, autoritario y tradicional de su padre Miguel Primo de Rivera. Proclamada la II República, José Antonio hace su segunda aparición pública, se presenta a las elecciones de junio en Madrid con el apoyo de los sectores monárquicos y derechistas, con la intención de «defender la memoria de su padre», pero no consigue salir elegido». (Arnau Berenguer Garrigós; José Antonio Primo de Rivera y el nacimiento del fascismo español, 19 de noviembre de 2019)

Lo mismo ocurría con uno de sus jefes, Francisco Moreno y Herrera, marqués de la Eliseda y conde de los Andes, amigo personal de José Antonio desde la infancia. Este noble abandonó en 1934 la formación porque pese al hondo sentido cristiano de la formación no compartía el punto 25 del programa que «La Iglesia y el Estado concordarán, con facultades respectivas, sin que se admita intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la integridad nacional». Él fue quien proveyó a Falange de su programa económico:

«Desde muy niño escuché de labios paternos el Ineludible deber político que incumbe a las clases directoras. Viví un ambiente muy político desde mi Infancia. Pertenecí a la Juventud monárquica a los 20 años y fui directivo de su Junta. Mi amistad con su fundador, Eugenio Vegas, me llevó a ayudarle, proclamada la República, en los primeros pasos de Acción Española». (Conde de los Andes; Un episodio en la historia de la Falange Española Historia y Vida)

Incluso este comentaba que Falange al principio no se oponía al sistema monárquico si esta servía para la causa, sembrando un precedente para los posteriores años del franquismo y la sucesión monárquica –lo que viene a demostrar que no hubo ninguna traición, ya que el falangismo en sí era muy flexible y dependiente de los vaivenes de sus líderes–:

«Se adujo que me había apartado de la Falange por mi arraigado monarquismo. Mis convicciones monárquicas, cuya defensa alternaba en Acción Española con mis deberes falangistas, eran conocidas por Josa Antonio y públicamente proclamadas por mi. El 9 de junio de 1934 di una conferecía en Acción Española sobre «La Economía y el Nuevo Estado», en la que decía que en la cúspide de la estructura estatal debía estar el Rey. Julio Ruiz de Alda, que asistió a la conferencia, me lo reprochó, pero José Antonio le quitó la razón. Recuerdo sus palabras: «Nosotros no hemos tomado postura ni meditado suficientemente sobre el problema de la forma de gobierno monárquica, pero eso no quiere decir que nos sea Indiferente.» Mucho después ds mi separación declaró su escepticismo sobre la eficacia de la Institución Monárquica, en los tiempos actuales y en su atractivo para la juventud, pero tampoco resolvió el problema de la sucesión en la jefatura del Estad». (Conde de los Andes; Un episodio en la historia de la Falange Española Historia y Vida, 1970)

De hecho, ¡los representantes como él en el parlamento por Falange eran marqueses!

«Los dos primeros diputados que envía Falange al parlamento son dos marqueses, Eliseda –financiador del partido– y Estella. Sáncho Dávila, pariente de los Primo de Rivera y conde de Villafuente Bermeja, se afilió a Falange. El banquero y contrabandista Juan March también financió a Falange en 1936, y pese a las críticas de José Antonio a la «banca usurera», aceptó el dinero de buen grato. ¿Como puede considerarse «revolucionario» un personaje de família militar y aristocrática, un movimiento donde se encuentran marqueses y que acepta dinero de banqueros contrabandistas?». (Arnau Berenguer Garrigós; José Antonio Primo de Rivera y el nacimiento del fascismo español, 19 de noviembre de 2019)

Las riñas entre Ramiro Ledesma y José Antonio Primo de Rivera que acabarían con la expulsión del primero en 1935, versaban precisamente en acusaciones sobre quién era más aburguesado. En un artículo titulado: «El fascismo español, partido por gala en dos. Primo de Rivera y Ledesma Ramos se han colocado frente a frente», podíamos leer:

«Primo de Rivera utiliza una palabrería demagógica; pero son notorios sus relaciones con la alta Banca y los grandes terratenientes andaluces. A la vez que dice querer la revolución nacional-sindicalista pide dinero a los directores de los Bancos y a los grandes terratenientes». (Heraldo de Madrid, 18-1-1935)

«Porque hay tremebundos revolucionarios que ganan, por ejemplo, en una oficina pública 450 pesetas al mes y que gastan dos o tres mil entre viajes, alojamiento independiente, invitaciones a cenar y salario de tres pistoleros en automóvil para protección de sus preciosas vidas. Si alguien se obstina en averiguar de qué manera los tales revolucionarios repiten con sus parvos ingresos el milagro de los panes y los peces, no tardará en descubrir como fuente secreta de tales dispendios la mayordomía de algunos millonarios archiconservadores, o ciertos fondos estables dedicados a la retribución de confidentes». (José Antonio Primo de Rivera; Arte de identificar «revolucionarios», 1934)

Aunque algunos de sus líderes juraban no ser ni «señoritos» ni «agentes del capitalismo», de facto lo eran –por su origen social– o en su defecto actuaban como tal. Esta era una verdad que emanaba cada vez que hablaban de sus andanzas revolucionarias. En España el nacional-sindicalismo fue haciéndose un nombre por ser unos rompehuelgas, como ellos mismos reconocían:

«Hubo, por ejemplo, dos conflictos sociales huelguísticos que demostraron la impotencia absoluta del Gobierno: la huelga metalúrgica de Madrid, de más de dos meses, y la huelga general de Zaragoza, que tuvo a esta importante ciudad más de cuarenta días en paro riguroso. (...) Los tres triunviros estudiaron todo un plan de intervención en la huelga general de Zaragoza, cuando ésta duraba ya un mes. Esa intervención estaba organizada a base de formar equipos de trabajo y de movilizar unos mil escuadristas, que, acampados en las afueras, impresionasen a los obreros en huelga, a la ciudad, y garantizaran asimismo el éxito, sosteniendo, si era preciso, la lucha armada. (...) No se olviden las características de una intervención fascista en conflictos así: No consiste en una mera acción de machacar la huelga, en plan de esquirolaje al servicio de las Empresas y del Gobierno. Es otra cosa. Supone una rivalidad revolucionaria con las organizaciones subversivas de los huelguistas, y la obtención coincidente de una victoria política, de un robustecimiento de la propia bandera». (Ramiro Lesdesma; ¿Fascismo en España?, 1935) 

El modelo del régimen político fascista y sus jerarquías

Para Adolf Hitler el Estado era una forma de perpetuación de la raza dado por la providencia...

«El Estado nada tiene que ver con un criterio económico determinado o con un proceso de desarrollo económico. Tampoco constituye una reunión de gestores financieros económicos en un campo de actividad con límites definidos que tiende a la realización de cometidos económicos, sino que es la organización de una comunidad de seres moral y físicamente homogéneos, con el objeto de mejorar las condiciones de conservación de su raza y así cumplir la misión que a esta le tiene señalada la Providencia». (Adolf Hitler; Mi lucha, 1925)

El fascismo español reconocía que nacía para dar cabida a la armonía de clases, en contra del liberalismo, que ya no podía lograrlo, y en contra del marxismo, que promovía la lucha de clases:

«Necesitamos dos cosas: una nación y una justicia social. No tendremos nación mientras cada uno de nosotros se considere portador de un interés distinto: de un interés de grupo o de bandería. No tendremos justicia social mientras cada una de las clases, en régimen de lucha, quiera imponer a las otras su dominación, Por eso, ni el liberalismo ni el socialismo son capaces de depararnos las dos cosas que nos hacen falta». (José Antonio Primo de Rivera; «Luz nueva en España». Artículo no publicado y destinado a Patria Sindicalista, de Zaragoza, 1934)

Por ello FE atacaba así la tibieza de los grupos de derecha más laxos:

«Las derechas están con su Parlamento recién ganado como un niño con juguete nuevo. (...) Encerrados en el Parlamento se creen en posesión de los hijos de España. Pero fuera hierve una España que ha despreciado el juguete. La España de los trágicos destinos, la que, por vocación de águila imperial, no sirve para cotorra amaestrada de Parlamento. (...) Esa España, mal entendida, desencadenó una revolución. Una revolución es siempre, en principio, una cosa anticlásica. Toda revolución rompe al paso, por justa que sea, muchas unidades armónicas. Pero una revolución puesta en marcha sólo tiene dos salidas: o lo anega todo o se la encauza. Lo que no se puede hacer es eludirla; hacer como si se la ignorase. Esto es lo grave del momento presente: los partidos triunfantes, engollipados de actas de escrutinio, creen que ya no hay que pensar en la revolución. La dan por acabada. Y se disponen a arreglar la vida chiquita del Parlamento y de sus frutos, muy cuidadosos de no manejar sino cosas pequeñas. Ahora empiezan los toma y daca de auxilios y participaciones. Se formarán Gobiernos y se escribirán leyes en papel. Pero España está fuera». (José Antonio Primo de Rivera; Victoria sin alas, 7 de diciembre de 1933)

A veces el falangismo se presentaba como un movimiento «ni de izquierda ni de derecha», ni proletario ni burgués, ¡ante todo nacional!

«El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertiría se arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto se decora en unos y otros con una serie de consideraciones espirituales. Sepan todos los que nos escuchan de buena fe que estas consideraciones espirituales caben todas en nuestro movimiento; pero que nuestro movimiento por nada atará sus destinos al interés de grupo o al interés de clase que anida bajo la división superficial de derechas e izquierdas». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso pronunciado en el Teatro de la Comedia de Madrid, el día 29 de octubre de 1933)

Entonces, para asegurarse tal «unidad común de todos los patriotas», se pasaría a disolver los partidos para bien de la nación, ya que habían sido fuentes de las discusiones, inoperancia y debilidad para España:

«Nuestro Estado será un instrumento totalitario al servicio de la integridad patria. Todos los españoles participarán en él a través de su función familiar, municipal y sindical. Nadie participará a través de los partidos políticos. Se abolirá implacablemente el sistema de los partidos políticos con todas sus consecuencias: sufragio inorgánico, representación por bandos en lucha y parlamento del tipo conocido». (José Antonio Primo de Rivera; Norma programatica de Falange, 1934)

En algunos puntos, el fascismo no se diferencia a priori del socialdemocratismo o de la democracia cristiana populista en sus objetivos clasistas. 

«El marxismo predica la inhumana lucha de clases, base de odios e injusticias, de criminales reacciones y de aniquiladores exclusivismos. El fascismo levanta la doctrina de la concordia y la ayuda mutua entre todas las clases sociales, la armonía de todos los órganos de la producción para conseguir una mayor equidad distributiva». (Falange Española; Fascismo frente a marxismo, 11 de enero de 1934)

«La Patria es una unidad total, en que se integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que queremos es que el movimiento de este día, y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso pronunciado en el Teatro de la Comedia de Madrid, el día 29 de octubre de 1933)

En cuanto al presunto «anticapitalismo» del fascismo español, este se limitaba –como cualquier socialdemócrata o liberal– en exigir políticamente a las élites «la reducción de la sobrexplotación», en «respetar los derechos laborales» y en ocasiones en «repartir sus ganancias con los pobres» –exactamente la misma reclama máxima de las asociaciones y sindicatos católicos durante el franquismo como la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC)–:

«Diremos a los obreros que sus enemigos no son siempre los patronos, y que los verdaderos beneficiarios de la actual economía son los especuladores y los grandes prestamistas, enemigos de patronos y obreros juntamente». (Heraldo de Madrid; entrevista con Ramiro Ledesma, acompañado por Nicasio Álvarez de Sotomayor, 18 de enero de 1935)

Es fascismo es el germen perfecto para que prolifere la demagogia de corte burguesa que afirma que «todos estamos en el mismo barco» –eso sí, ¡unos miran y otros reman!–; es el rocío que hace florecer entre el pequeño burgués la necedad que se repite a sí mismo, se autoengaña pensando que es –o, en su defecto, aspira ser– como el gran empresario –aunque seguramente su negocio acabe absorbido por una empresa monopolista y se convierta en un proletario más–.  

En lo referido a aspectos políticos fundamentales, como la organización del poder, el fascismo es de base antidemocrático y no teme reconocerlo, es más, para él es un orgullo tener y anhelar tal esencia:

«El sufragio universal es inútil y perjudicial a los pueblos que quieren decidir de su política y de su historia con el voto». (José Antonio Primo de Rivera; La Voz, de Madrid, 14 de febrero de 1936)

Obviamente, esto es la fobia a las masas tan clásica de los espíritus misántropos y narcisistas, pero no solo eso, sino que en una sociedad de clases, que como ellos mismos reconocen, no pretenden abolir sino «reformar» y «armonizar», todo lo aristocrático, todas las élites económicas y parásitos serán quienes hegemonicen el poder político, económico y cultural, tanto en una democracia burguesa como en el fascismo. En el primero, a través del nepotismo de redes clientelares en torno a la plutocracia partidista y sindicatos, y en el segundo, sin olvidar la estructura de sindicato y partido único, lo principal es repetir lo que ya ocurría en España en la etapa monarquía absoluta con la Corte de Palacio: nepotismo y arribismo a través del círculo cercano, solo que en este caso no hablamos de un rey, sino de un caudillo.

Si hay un rasgo mucho más pronunciado en el fascismo que en el resto de ideologías burguesas es que este proporcionaba una visión claramente mesiánica del líder, el cual estaba por encima de los mortales hasta el punto de no poder ser juzgado ni discutido:

«Hay naciones que han encontrado dictadores geniales, que han servido para sustituir al Estado; pero esto es inimitable y en España, hoy por hoy, tendremos que esperar a que surja ese genio». (José Antonio Primo de Rivera; «España y la barbarie». Conferencia en el teatro Calderón, de Valladolid, 1935)

«El sistema jerárquico del Falange Española Tradicionalista y de las JONS está integrado por los siguientes elementos y órganos: 1. El Caudillo, jefe nacional del Movimiento; responsable de sus actos ante Dios y la Historia. (...) Toda autoridad o poder viene de Dios». (Formación del espíritu nacional, 1955)

Esto, junto a la raíz idealista-religiosa del falangismo, es la es la razón principal por la que el lenguaje joseantoniano rezuma constantemente ecos caballerescos, el motivo por el cual sus seguidores parecían monjes místicos que anunciaban el advenimiento de aquel que fue elegido por la gracia de Dios, «el Jefe Único de la Nación». Huelga decir que, tras la muerte de José Antonio en 1936 y tras la sumisión pragmática de casi todos los líderes restantes al decreto de unificación de Falange y el Carlismo en 1937, verán en Franco ese nuevo César a quien someterse. ¿De dónde procede todo esto? En verdad, en España ya tenía devoción por el caudillismo y las grandes figuras:

«Espartero es uno de estos hombres tradicionales a quienes el pueblo suele subir a hombros en los momentos de crisis sociales y de los que después, a semejanza del perverso anciano que se aferraba tenazmente con las piernas al cuello de Simbad el marino, le es difícil desembarazarse. (...) Una de las peculiaridades de las revoluciones consiste en que, justamente cuando el pueblo parece a punto de realizar un gran avance e inaugurar una nueva era, se deja llevar por las ilusiones del pasado y entrega todo el poder e influencia, que tan caros le han costado, a unos hombres que representan o se supone que representan el movimiento popular de una época fenecida». (Karl Marx; Espartero, 1854)

De hecho, fue una fórmula muy utilizada por los movimientos embelesados por el fascismo del siglo XX:

«La comparación de nuestro Líder con los genios de la humanidad siempre me resultó interesante, y he llegado, tal vez por mi fanatismo por esta causa que he tomado como bandera –y todas las causas grandes necesitan de fanáticos, porque de lo contrario no tendríamos ni héroes ni santos–, a establecer un paralelo entre los grandes hombres y el general Perón». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)

Pero nótese que el ascenso de Mussolini coincide en España con la publicación de una obra clave para el fascismo hispano:

«Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos. (...) Cuando en una nación la masa se niega a ser masa –esto es, a seguir a la minoría directora–, la nación se deshace, la sociedad se desmembra, y sobreviene el caos social, la invertebración histórica. (...) La raíz de la descomposición nacional está, como es lógico, en el alma misma de nuestro pueblo. (...) Un pueblo que, por una perversión de sus afectos, da en odiar a toda individualidad selecta y ejemplar por el mero hecho de serlo, y siendo vulgo y masa se juzga apto para prescindir de guías y regirse por sí mismo en sus ideas y en su política, en su moral y en sus gustos, causará irremediablemente su propia degeneración. (...) Pero, como en estas páginas queda dicho, las masas, una vez movilizadas en sentido subversivo contra las minorías selectas, no oyen a quien les predica normas de disciplina. (...) Tal vez no haya cosa que califique más certeramente a un pueblo y a cada época de su historia como el estado de las relaciones entre la masa y la minoría directora. (...) Cuando varios hombres se hallan juntos, acaece que uno de ellos hace un gesto más gracioso, más expresivo, más exacto que los habituales, o bien pronuncia una palabra más bella, más reverberante de sentido, o bien emite un pensamiento más agudo, más luminoso, o bien manifiesta un modo de reacción sentimental ante un caso de la vida que parece más acertado, más gallardo, más elegante o más justo. Si los presentes tienen un temperamento normal sentirán que, automáticamente, brota en su ánimo el deseo de hacer aquel gesto, de pronunciar aquella palabra, de vibrar en pareja emoción. (...) He aquí el mecanismo elemental creador de toda sociedad: la ejemplaridad de unos pocos se articula en la docilidad de otros muchos». (José Ortega y Gasset; España invertebrada, 1921)

De hecho, ¡Ramiro Ledesma le echaría en cara a Primo de Rivera no ser lo suficientemente irracional, violento y poco autoritario!

«Véasele organizando el fascismo, es decir, una tarea que es hija de la fe en las virtudes del ímpetu, del entusiasmo a veces ciego, del sentido nacional y patriótico más fanático y agresivo, de la angustia profunda por la totalidad social del pueblo. Véasele, repito, con su culto por lo racional y abstracto, con su afición a los estilos escépticos y suaves, con su tendencia a adoptar las formas más tímidas del patriotismo, con su afán de renuncia a cuanto suponga apelación emocional o impulso exclusivo de la voluntad, etcétera. Todo eso, con su temperamento cortés y su formación de jurista, le conduciría lógicamente a formas políticas de tipo liberal y parlamentario. (...) Esas vacilaciones eran las que a veces le hacían preferir el régimen de Triunvirato, refrenando su aspiración a la jefatura única». (Ramiro Lesdesma; ¿Fascismo en España?, 1935) 

Pero parece que Primo de Rivera le contestó que de ningún modo tal cosa era cierta:

«Ninguna revolución produce resultados estables si no alumbra a su César. Sólo él es capaz de adivinar el curso soterrado bajo el clamor efímero de la masa.

El jefe no obedece al pueblo: debe servirlo pues es otra cosa bien distinta; servirlo es ordenar el ejercicio del mando hacia el bien del pueblo, procurando el bien del pueblo regido, aunque el mismo pueblo desconozca cuál es su bien.

Los jefes pueden equivocarse porque son humanos; por la misma razón pueden equivocarse los llamados a obedecer cuando juzgan que los jefes se equivocan. Con la diferencia de que, en este caso, al error personal, tan posible como en el jefe y mucho más probable, se añade el desorden que representa la negativa o la resistencia a obedecer.

Ya es hora de acabar con la idolatría electoral. Las muchedumbres son falibles como los individuos, y generalmente yerran más. La verdad es la verdad –aunque tenga cien votos–. Lo que hace falta es buscar con ahínco la verdad, creer en ella e imponerla, contra los menos o contra los más». (Arriba, diario de la Falange Española de las JONS, 4 de julio de 1935)

La ideología del fascismo y su modelo político, su relación líderes-masa para sostenerlo, se expresa muy bien en cuanto a los análisis que hace de la monarquía. Para ellos, la monarquía fue positiva en cuanto a que conservó durante siglos valores que consideran innegociables. Por contra, la monarquía se fue convirtiendo en algo negativo cuando negó su absolutismo para defender tales votos de fidelidad:

«La monarquía española había sido el instrumento histórico de ejecución de uno de los más grandes sentidos universales. Había fundado y sostenido un imperio, y lo había fundado y sostenido, cabalmente, por lo que constituía su fundamental virtud; por representar la unidad de mando. Sin la unidad de mando no se va a parte alguna. Pero la monarquía dejó de ser unidad de mando hacía bastante tiempo: en Felipe III, el rey ya no mandaba; el rey seguía siendo el signo aparente, mas el ejercicio del poder decayó en manos de validos, en manos de ministros: de Lerma, de Olivares, de Aranda, de Godoy». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso sobre la Revolución Española. Cine Madrid, de Madrid, 1935)

En resumen, siempre existirán diferencias en cuanto a fuerza física e intelecto entre personas, incluso en una sociedad sin clases. Del mismo modo, salvo que uno sea anarquista, todo el mundo reconoce que también habrá jerarquías a la hora de dirigir. Lo que diferencia al marxismo del resto de ideologías, como el fascismo y otras formas de supremacismo, es cómo se articulan esas cuotas de poder y organización, aunque no creemos que visto lo visto más arriba debamos repetirlo, daremos de nuevo unas pinceladas ejemplificantes. La diferencia más característica entre el socialismo científico representado por Marx o Lenin e ideologías como el liberalismo, el fascismo o revisionismos varios, es que el primero aspira y practica el análisis real de la situación social y centra sus fuerzas en la capa de la sociedad que tiene un profundo interés de clase –independientemente de que sus miembros sean más o menos conscientes de su interés político-económico en ese determinado momento histórico–, en aquella con una capacidad independiente para invertir el orden de jerarquías existente, en este caso hablamos de la única clase que el capitalismo no puede degradar ni descomponer en general: el proletariado. Es decir, no aspira a rechazar la jerarquización, pero tampoco apoya las divisiones de poder que se crean únicamente para mantener la desigualdad social, sino que hace uso de las jerarquías en base al interés general. Ejemplos de este «buen uso de las jerarquías» son el derecho del pueblo a la elección de los representantes de los sóviets –asambleas de trabajadores– y la ejecución de sus tareas político-económicas; el derecho y obligación de que todos los miembros del partido comunista –bien sean dirigentes, militantes medios o de base– pidan y rindan cuentas ante todos respecto a sus aciertos y errores–, lo mismo cabe decir para los cargos públicos del sistema. También sería paradigmática la elaboración de proyectos de planificación económica para no desechar recursos y satisfacer las necesidades fundamentales de todo el país, tanto a nivel nacional, regional como local; la centralización de la economía sirve para que nadie use los medios de producción en detrimento del interés colectivo, para tener un poder de decisión efectivo a la hora de valorar si en determinado momento de necesidad o emergencia es pertinente disminuir la producción económica en un sector para concentrar más recursos en otro. Esto evita que no haya falta de artículos fundamentales como por ejemplo un alimento determinado o que se consiga una tecnología bélica en caso de amenaza –y así podríamos seguir poniendo muchos ejemplos–.

En cambio, ideologías como el fascismo o muchas variantes que pretenden revisar el marxismo, solo reconocen una voluntad, la del líder, y esta es, además, indiscutible, porque es la reencarnación de «los mejores valores de la nación». La respuesta en torno a qué significa esto se torna sencilla. Dado que caudillo no hay más que uno, esto, automáticamente, condena al resto, tanto a nivel general como regional y local, a ser esclavos del «Líder» y de otros «pequeños líderes». En todo caso, esta doctrina solo puede ser una ideología y «moral de señores» para los que ya lo son o aspiran a serlo –incluyendo en su plan nietzscheano avasallar al vecino–, pues recordemos que, según el filósofo de referencia del fascismo, Friedrich Nietzsche, la buena «virtud» del superhombre es la competición, incluyendo en esta la envidia, el engaño o la calumnia si eso sirve para superar al camarada y competidor. Estas maquiavélicas maquinaciones bien se pueden disimular con la hipocresía cristiana sobre el «amor al prójimo», e incluso con ciertas obras de asistencialismo –como la caridad–, pero los ideólogos del fascismo consideran que sobrepasar estas concesiones hacia el vulgo son contraproducentes porque crearían un rasgo de tibieza en el «férreo espíritu» que todo líder debe desarrollar sobre sus gobernados, la «esencia varonil de la nación» se acabaría degenerando, etc. Sea como sea, este plan y aspiraciones fascistas –que son imposibles de ocultar en la práctica– condenan inevitablemente al resto de mortales a una vida y empresa basada en la dependencia, la coerción de sus fuerzas internas y al terror. Si este ideal político es de por sí antidemocrático, como en el caso del fascismo más nietzscheano, no es –ni puede ser– una ideología de «autosuperación» para todos, como algunos estafadores la presentan, sino una moral de borregos para esclavizar al pueblo. Esta dicotomía psicológica se ve clara en aquellas ocasiones en las que, mientras el militante fascista acepta la monarquía e incluso le rinde pleitesía al rey –considerando normal y honroso ser súbdito de otra persona–, el líder fascista aunque a ratos la acepta, en realidad mira a cualquier monarca con desconfianza, como un posible rival, y tratará siempre de derrocarlo en cuanto ya no sirva al propósito de su movimiento, es decir, al suyo, puesto que él es el movimiento, el único verdaderamente «nacional» y «regenerador». 

Aunque las arengas del fascismo hablen continuamente de la «heroica valentía» y «religioso deber» de cada uno, esa energía y voluntad se doblega no ante un ideal racional y conceptos comprensibles, sino a la simple admiración ciega o al temor consciente del jefe máximo. Claro que este caudillo, bien sea un demagogo sin escrúpulos o un tonto motivado, hablará al «vulgo» de la «empresa colectiva» que les une, como la nación, pero debe saberse que esta es entendida al –menos de cara al futuro– por él y su camarilla como la proyección de su propia gloria, por la cual sacrificará a propios y extraños en las aventuras más «nobles», como la «sagrada defensa de nuestras costumbres y religión», o «la orgullosa expansión de nuestra civilización». Por eso, precisamente, también rescata de la cultura nacional los aspectos más retrógrados, como los ideales de obediencia y sumisión de la religión, el chovinismo o el culto al líder, como forma de crear o reforzar su poder. El fascismo es incompatible con los intereses de la nación de los trabajadores, dado que su interés y el de los suyos, los capitalistas, pueden suponer –y han supuesto históricamente– proteger su bolsillo por encima del interés general.

Un luchador antifascista, marxista, describía así el ideario fascista, más afín siempre a las corrientes anarquistas u otras corrientes aburguesadas que al marxismo por su enorme irracionalismo:

«Cualquiera puede ser un fascista y tener una gran afinidad entre sus distintas expresiones y comportamientos, entre ellos rara vez existen enfrentamientos insalvables salvo rivalidades personales, como las que ocurren entre los muchas veces mal llamados comunistas. El problema principal está en el hombre mismo siempre tiende a anteponer su idea, pensando que es la correcta interpretación del marxismo, aunque sea con cero argumentos que lo demuestren. Dejando siempre la puerta abierta al enriquecimiento de la doctrina, que nunca puede ser cerrada, hay que ser «intransigentes» con lo que se ha llamado la ortodoxia marxista, pero para ello hay que estudiar y contrastar las distintas opiniones para poder sacar un análisis sobre lo que es ortodoxia, prescindiendo a priori de verdades absolutas dadas por hecho. El fascista nunca tendrá problema en esto, porque en lo fundamental todo consiste en seguir al jefe y unos «principios» intrínsecos de racismo, nacionalismo vitalismo primitivo, los cuales sí que son verdaderos dogmas de imposición a ultranza sin ninguna base racional para creer en ellos. En cambio, para ser comunista hay que tener un grado cultural mínimo, no ser seguidistas sino tener un criterio propio en base al estudio, aunque sea el más básico. Dudas habrá muchas conforme se avance en ese conocimiento, yo sigo teniendo hoy y seguramente el que me lee también. El mejor medio de estudio para empezar es comenzar leyendo nuestro «Manifiesto Comunista», y a partir de ahí ir tocando todos los palos en donde más flaqueemos. Tenemos que leer, preguntar a los compañeros y volver a leer. Lo tenemos muy difícil, y siento decirlo, pero el revisionismo y sus distintas tendencias estarán siempre a la orden del día, su populismo y fácil asimilación tiene gran parecido a los movimientos fascistas». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)

Base filosófica del fascismo español

En sus inicios, al fascio italiano, nacido en plena eclosión social, le interesaba bien poco su filosofía, era el cuerpo de choque de la burguesía para frenar las huelgas y protestas, todo lo demás daba un poco lo mismo:

«El fascismo creció de hecho histórico como un movimiento sin teoría, es decir, creció en realidad como un movimiento negativo empleando consignas mixtas nacionalchovinistas y pseudorrevolucionarias en oposición a la revolución proletaria, y principalmente distinguido por el uso de métodos violentos y extralegales contra el movimiento proletario. Solo más tarde, después de más de dos años de existencia, cuando quedó claro que para aparecer completamente vestido y equipado como partido y movimiento, se requería tener una «filosofía», en 1921 la dirección fascista dio órdenes para una adecuada «filosofía». (Palme Dutt; Fascismo y revolución social, 1934)

En efecto esto comenzó a ser un problema conforme el movimiento crecía como la espuma:

«El fascismo italiano ahora requiere, bajo pena de muerte, o peor, de suicidio, dotarse de un «cuerpo de doctrinas». (...) La expresión es bastante fuerte, pero desearía que dentro de los dos meses entre ahora y el Congreso Nacional debe crearse la filosofía del fascismo». (Benito Mussolini; Carta a Bianchi, 7 de junio de 1921)

Y por si a alguien no le quedase claro, Mussolini añadiría en una ocasión, que ante todo el fascismo era fe en la causa y el líder, nada más:

«Puede faltar una doctrina, bellamente definida y cuidadosamente aclarada, con titulares y párrafos; pero había que ocupar su lugar algo más decisivo: la fe». (Benito Mussolini; La doctrina del fascismo 1932)

En España los movimientos fascistas reconocían que no exigían requisitos de ningún tipo para ingresar en sus asociaciones. Anidaba en ellas un eclecticismo enorme de influencias filosóficas, lo cual era tolerado siempre y cuando claro, aceptasen lo que ordenaba el líder máximo:

«Falange Española y las J.O.N.S. eran entonces, en muchos sentidos, un conglomerado amorfo, en el que gentes de las procedencias más varias confluían. (...) Es evidente que la organización fascista perseguía el logro de esa cualidad: la de ser y constituir una organización de masas. Nada más opuesto a ello, entonces, que una línea restrictiva, que un examen riguroso, al solicitar su ingreso los nuevos militantes. Y más opuesto aun el prescindir a priori de un sector social entero, hostigándolo sin necesidad táctica ni estratégica y expulsando de la organización a quienes lo representan». (Ramiro Lesdesma; ¿Fascismo en España?, 1935) 

Aunque el falangismo trataría de estrechar sus márgenes ideológicos –programa de 1933– y diese circulares para evitar los peligros de una deformación de su doctrina –enero de 1936–, es claro que por sus vagos fundamentos –nación, catolicismo y justicia social– era susceptible de ser fusionado o absorbido por otras ideologías compatibles o semicompatibles –conservaduristas, liberales, monárquicos-parlamentaristas, carlistas, democracia-cristiana, etcétera–.

Explicar toda la serie de pequeñas organizaciones, filósofos e influencias políticas que dieron pie a movimientos autodenominados fascistas sería un trabajo hercúleo, por lo que resumiremos en qué punto se encontraban los fascistas españoles a mediados de los años 30. Aunque esta ideología en su variante española, hiciese gran apología del humanismo y piedad –sobre todo por su influencia católica–, lo cierto es que como todo fascismo contenía una clara vocación supremacista, chovinista, militarista, belicista, aristocrática, homófoba, racista, machista, anticomunista, como se verá sin trampa ni cartón. El fascismo recoge siempre los aspectos tradicionales más reaccionarios y retrógrados. Une todo estoy los actualiza para la fase superior del capitalismo, la era de los monopolios: 

«El proyecto fascista efectivamente se apropió de varios elementos preexistentes, pero que consiguió fundirlos en una síntesis nueva. Disueltos en el maelstrom fascista, los valores conservadores cambiaban sus códigos y resurgían cargados de una connotación inédita, eminentemente moderna. El darwinismo social transformaba la idea organicista de comunidad heredada del Antiguo Régimen en una visión monolítica de la nación, fundada sobre la raza proveniente de un proceso de selección natural. El militarismo y el imperialismo mutaron el rechazo de la democracia y de la legalidad en culto al orden nacional y racial, el rechazo del individualismo en adoración a la masa, el ideal caballeresco de coraje en culto vitalista e irracional al combate, la idea de fuerza en proyecto de conquista y de dominación, el principio de autoridad en visión totalitaria del mundo. Los componentes del fascismo eran indudablemente discrepantes. Encontramos en primer lugar un impulso romántico, es decir, una mística nacional que idealiza tradiciones antiguas, a menudo fabricando con diversas piezas un pasado mítico. La cultura fascista exalta la acción, la virilidad, la juventud, el combate, convirtiéndolos en cierta imagen del cuerpo, en unos gestos, unos emblemas, unos símbolos que deberían redefinir la identidad de la comunidad nacional. Todos estos valores exigen su antítesis, que se vierte en una multiplicidad de figuras de la alteridad: la alteridad de género de los homosexuales y de las mujeres que no aceptan su posición subalterna; la alteridad física de los disminuidos; la alteridad social de los criminales; la alteridad política de los anarquistas, comunistas y subversivos. (...) Paradójicamente, este impulso romántico coexistió en el fascismo con un culto a la modernidad técnica excelentemente ilustrado por la celebración de la rapidez en los futuristas y por el romanticismo de acero de Joseph Goebbels, que quería unir la belleza natural de los bosques germánicos con la potencia industrial de las fábricas Krupp. Se encuentran ahí todos los elementos de una metamorfosis del pesimismo cultural del fin del siglo XIX, inspirado en un profundo rechazo de la tradición de la Ilustración y demoledor de la modernidad identificada con la decadencia, en modernismo reaccionario 19, capaz de reactivar todos los valores de la tradición conservadora en una lucha por la regeneración nacional con los medios del imperialismo y del Estado totalitario». (Enzo Traverso; Interpretar el fascismo. Notas sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile, 2005)

Aunque no se quisiera, todo movimiento político tiene una base filosófica, y pese a esta notable improvisación filosófica. ¿Y cuál era la principal influencia filosófica básica del movimiento fascista? La misma que había ido deambulando a comienzos del siglo XX en los círculos reaccionarios:

«Uno de los productos ideológicos más repugnantes de la reacción imperialista es la filosofía subjetiva idealista de los existencialistas, que tiene muchos seguidores entre la burguesía y la intelectualidad burguesa de Francia y Estados Unidos, Inglaterra y Alemania Occidental. Los existencialistas consideran a San Agustín y otros místicos medievales, así como a Nietzsche y Bergson como sus maestros, tienen a los fascistas alemanes como la inspiración más cercana. El odio, egoísmo e individualismo, el desprecio por la razón y el conocimiento científico, el misticismo y la inmoralidad, el canto de muerte y el robo imperialista: estos son los rasgos característicos y la esencia de esta filosofía del capitalismo podrido. Los existencialistas proclaman una existencia personal e individual como la única realidad; los colectivos, las personas, la sociedad, son declarados como una ficción, una mentira». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Materialismo dialéctico, 1953)

El sustrato idealista del falangismo que es asumido con orgullo queda patente cuando se dice:

«Todo proceso histórico es, en el fondo, un proceso religioso. Sin descubrir el substratum religioso no se entiende nada». (José Antonio Primo de Rivera; Cuaderno de notas de un estudiante europeo, 1936)

En la filosofía falangista se notará un rechazo abierto del materialismo por castrar su ímpetu vitalista y místico. Ni que decir que los valores idealistas ligados al concepto de nación distorsionado y a una espiritualidad católica como proclama son valores metafísicos, es decir, verdades eternas, inmutables en el tiempo, que una vez concebidos por la providencia poco o nada tienen que cambiar, y si lo hacen es deber de los fieles restablecer el orden natural. 

«Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre. Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal de un alma que es capaz de salvarse y de condenarse. Sólo cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se respeta de veras su libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos, en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso en la Fundación de Falange, 29 de octubre de 1933)

¿Pero fue el fascismo español, o falangismo español si se prefiere, ajeno a las «influencias extranjerizantes»? Para nada. 

«A partir de una resonante polémica periodística entre José Antonio y el director de ABC, a comienzos de 1933, en torno al primero se congregó un grupo fuertemente influido por el fascismo italiano y por el triunfo del nacionalsocialismo en Alemania». (Francisco Bravo Martínez; Historia de la Falange Española, 1940)

«Contemplamos el fascismo italiano como el acontecimiento histórico más destacado de nuestros tiempos del cual pretendemos extraer los principios y la política que se adapten a nuestro país, por otra parte muy similar a Italia. El Fascismo ha establecido la base universal de todos los movimientos políticos de nuestro tiempo. La idea central del Fascismo, la de la unidad del pueblo en un Estado totalitario, es la misma que la de Falange Española». (Entrevista a José Antonio Primo de Rivera en Il lavoro fascista, 25 de mayo de 1935)

Como ya se ha repetido mil veces, el fascismo español recoge la influencia más reaccionaria de filósofos y políticos extranjeros como Hegel, Nietzsche, Kierkegaard, Schopenhauer, Bergson, Sorel, Mussolini, Gentile, Marinetti, Hitler, etc. Mientras que en el ámbito nacional recurre a los políticos contarrevolucionarios de un pasado próximo y a los filósofos modernos de moda: Miguel Primo de Rivera, Unamuno, Ortega y Gasset, Pérez Ayala, Pío Baroja, etc. Todos ellos se hacen notar en cuanto a sus conceptos de moral, bondad, aristocratismo, libertad, progreso, nación, militarismo, individualismo, vitalismo, etcétera. Combinó sin disimulo la antigua y presente ideología reaccionaria nacional con una admiración y aplicación de las doctrinas existentes y más afamadas de Europa. He aquí un breve compilado:

«El hombre es una síntesis de alma y cuerpo. Ahora bien, una síntesis es inconcebible si los dos extremos no se unen mutuamente en un tercero. Este tercero es el espíritu. (...) En la lógica no debe acaecer ningún movimiento porque la lógica y todo lo lógico solamente es, y precisamente esta impotencia de lo lógico es el que marca el tránsito de la lógica al devenir, que es donde surgen la existencia». (Søren Kierkegaard; El concepto de la angustia, 1844)

«El distintivo característico de los espíritus de primer rango es la inmediatez de todos sus juicios. Todo lo que dicen es el resultado de su propio pensamiento y siempre se proclama como tal ya en la propia exposición. Al igual que los monarcas, ellos poseen una inmediatez imperial en el reino de los espíritus. (...) Todo el que piensa de verdad por sí mismo se asemeja en esa medida a un monarca: es inmediato y no reconoce a nadie por encima. Sus juicios, como las resoluciones de los monarcas, nacen de su propia plenitud de poderes y proceden inmediatamente de él mismo. (...) En cambio, el vulgo de las inteligencias, inmerso en toda clase de opiniones predominantes, autoridades y prejuicios, se parece al pueblo. (...) Se puede dividir a los pensadores en los que piensan ante todo para sí y los que enseguida piensan para otros. Aquellos son los auténticos, son los que piensan por sí mismos». (Schopenhauer; Parerga y Paralipómena II, 1851)

«La «explotación» no forma parte de una sociedad corrompida o imperfecta y primitiva: forma parte de la esencia de lo vivo, como función orgánica fundamental, es una consecuencia de la auténtica voluntad de poder, la cual es cabalmente la voluntad propia de la vida. Suponiendo que como teoría esto sea una innovación, como realidad es el hecho primordial de toda historia: ¡seamos, pues, honestos con nosotros mismos hasta este punto! (…) Habría que excluir a Descartes, padre del racionalismo –y en consecuencia abuelo de la Revolución–, que reconoció autoridad únicamente a la razón: pero ésta no es más que un instrumento». (Friedrich Nietzsche; Más allá del bien y del mal, 1886) 

«Pero de ahí debería resultar también que nuestro pensamiento, en su forma puramente lógica, es incapaz de representarse la verdadera naturaleza de la vida, la significación profunda del movimiento evolutivo. (…) La inteligencia está caracterizada por una incomprensión natural de la vida. Pero en la forma misma de la vida, por el contrario, se ha moldeado el instinto. En tanto la inteligencia lo trataba todo mecánicamente, el instinto procede, si se puede hablar así, orgánicamente». (Henri Bergson; La evolución creadora, 1907)

«Las masas de los distintos grupos sociales, un día, la burguesía; otro, la milicia; otro, el proletariado, ensayan vanas panaceas de buen gobierno que en su simplicidad mental imaginaban poseer. (...) La revolución obrera va en derrota, por su absurda pretensión de triunfar a fuerza de exclusiones». (José Ortega y Gasset; La España invertebrada, 1921)

«Apenas iniciado el movimiento popular salvador que acaudilla el general Franco me adherí a él diciendo que lo que hay que salvar en España en la civilización occidental cristiana. (...) Si el desdichado gobierno de Madrid no ha podido querer resistir la presión del salvajismo apellidado marxista debemos esperar que el gobierno de Burgos sabrá resistir la presión de los que quieren establecer otro régimen de terror». (Miguel de Unamuno; Manifiesto, 23 de octubre de 1936)

«El antecedente inmediato del fascismo está en la corriente nitzscheana y soreliana: en los espíritus llamados entonces «disolventes, anarquistas y radicales». No en los colaboradores de la Academia Española, de «El Debate», ni de la «Correspondencia Militar». (Ernesto Giménez Caballero; Pío Baroja, precursor español del fascismo, 1939)

Esto no significa que absolutamente todos y cada uno de estos autores citados más arriba fuesen automáticamente protofascistas o fascistas, pero sí que gran parte de sus postulados son conjugables para el fascismo como efectivamente ocurrió. 

«Lo único que nos convendría es tener un Jefe... El Loyola del individualismo extrarreligioso es lo que necesita España. Una filosofía fría, realista, basada sobre los hechos. Y una moral basada en la acción». Este es, sin duda, el primero de los textos fascistas, la primera profecía fascista lanzada en la Europa de hace veinticinco años. Baroja intuye al fascismo como ‘individualismo extrarreligioso». Y señala sus más firmes características. Disciplina férrea de milicias, al frente de las cuales haya un jefe único. Es decir, un Dictador, el Héroe, el César. A España y países afines sentido imperial, de expansión es lo que le conviene. En España no tienen raíces ni la Democracia, ni la República, ni el Socialismo. ¿Cuál ha de ser la filosofía, la doctrina de ese sistema? Una filosofía fría basada en los hechos y una moral basada en la acción. Es decir, el estoicismo fascista. ¿En Qué antecedentes nacionales, tradicionales, íbamos a apoyar tal política, tal espíritu? Borja el César, y Loyola, el Santo, Séneca el Filósofo y Trajano el Emperador. Hace poco alguien eminente en Italia comparó la figura de Mussolini, del Duce del fascismo, con un «Loyola laico». Baroja ya había previsto esa figura del nuevo tiempo que se avecinaba en Europa. «El Loyola del individualismo extrarreligioso es lo que necesita España». Es decir: el caudillo del Contrarreformismo, del Contramarxismo. En una palabra: el Fascismo. La cosa es tan evidente que no se necesita ingenio alguno para justificarla. Se justifica por sí sola, teniendo en cuenta algo de que nadie podrá dudar, ni el propio Baroja: Que el Baroja de 1910 estaba sometido a las mismas corrientes espirituales profundas que estremecían las entrañas de los mejores hombres de la época. O sean: la corriente nietzscheana, que iba a derivar al Cesarismo. Teoría del Super-Hombre. Y la corriente soreliana, que iba a derivar al Sindicalismo heroico. Baroja expresa en literatura hacia 1910 lo que Mussolini comienza a realizar en la acción, diez años más tarde». (Ernesto Giménez Caballero; Pío Baroja, precursor español del fascismo, 1939)

¿Qué busca el fascismo en la filosofía moderna? Dejemos hablar a un miembro de las JONS, colaborador junto a Ortega y Gasset de la revista Revista de Occidente en los años 20:

«Friedrich Nietzsche instruye, sueña, metodiza un nuevo ideal heroico. Un nuevo semi-dios. El Superhombre que deberá ser al hombre como el hombre al mono, tipo de una especie futura, de una autocracia ideal que habrá de conducir una vida fuerte y alegre, más allá del bien y del mal, sin otra ley que la de sus instintos de poderío, depurados. Bajo esa minoría de héroes, de superhombres, las castas inferiores seguirán sometidas a las disciplinas inferiores, a la «moralde rebaño». (...) Iba a surgir su encauzador en la historia actual del mundo: Benito Mussolini. [Aquí viene una llamada a una nota que dice así: «Al cumplir hace poco el Duce italiano la cincuentena, recibió este telegrama de la señora Forster-Nietzsche, la hermana del gran creador ideal de la nueva Europa: Al más admirable discípulo de Zaratustra que Nietzsche pudo soñar»]. Más tarde: con otras características delimitadas en la raza germánica: Adolfo Hitler. (Ernesto Giménez Caballero; La nueva catolicidad. Teoría general sobre el fascismo en Europa, 1933)

Los filósofos falangistas reconocían que todos los fascistas del mundo sentían admiración por las ideas de autores como Heidegger, Dilthey o Bergson:

«La generación que aparece como representativa del pensamiento español a partir del Movimiento del 18 de julio, se presenta cargada de preocupación existencialista. En la Revista Jerarquía, que durante nuestra guerra mantuvo con dignidad la vigencia de los valores intelectuales, García Valdecasas, López Ibor y, sobre todo, Laín Entralgo, se ocuparon directamente de la filosofía de Heidegger. (...) Toda la filosofía moderna tiene un acusado matiz existencialista; incluso aquella que, como escuela, profesa postulados filosóficos distintos. Esto lo vemos claramente, por ejemplo, en la filosofía del idealismo actualista que representa en Italia Giovanni Gentile, cuyas raíces están en Hegel y Fichte. (...) Los mismos rasgos existencialistas dominan la versión alemana del idealismo objetivo. La filosofía política de este neohegelianismo resulta ser una interpretación de la existencia política del pueblo alemán en el momento presente. (...) La filosofía propiamente existencial tiene, como todo el mundo sabe, su ascendiente más remoto en San Agustín, y sus raíces próximas en Kierkegaard. Como nombres que jalonan la línea de esta filosofía están Dilthey, Troeltsch, Simmel, Bergson, Scheler, Ortega, Heidegger, Jaspers y Landsberg. En dirección parcialmente contraria a esta filosofía, pero en innegable conexión con ella, las figuras decisivas de Husserl y Nicolai Hartmann. (...) Esta es, me parece, una de las razones más profundas que puede alegar en su favor la filosofía de la existencia o la existencia como idea filosófica». (Luis Legaz Lacambra; Razones y sinrazones de la filosofía existencial, 1943)

Pero Luis Legaz Lacambra subrayaba que una vez más la «desagradecida Europa» no había sido justa al ignorar el papel de los filósofos barrocos de España, por no hablar ya del propio Ortega y Gasset, todos ellos clave a la hora de configurar este pensamiento moderno:

«Ni Heidegger ni nadie puede ignorar que en la Escolástica española del barroco, cuyo nombre más representativo es Suárez, juntamente con los de Fernández de Oviedo, Fonseca, Hurtado de Mendoza y Rodrigo de Arriaga, domina un sentido individualizador y existencialista que la sitúa plenamente en la línea de la filosofía moderna, sin dejar, naturalmente, de ser una forma o matiz de la filosofía perenne. (...) No hay que olvidar la circunstancia de que, en cambio, el pensamiento de José Ortega Gasset había ejercido ya por entonces una influencia decisiva sobre los intelectuales jóvenes, y ese pensamiento, como el propio Ortega hubo de recordar una vez, contiene por anticipado un gran número de tesis heideggerianas». (Luis Legaz Lacambra; Razones y sinrazones de la filosofía existencial, 1943) 

¿Qué pega le ponían los fascistas españoles a este Heidegger? Su falta de cristianismo:

«A mi juicio, lo que invalida radicalmente la filosofía existencial de Heidegger –y me refiero concretamente a este filósofo porque es el que ha dado su forma más acabada a una filosofía de la existencia– es el hecho de pretender construir un sistema filosófico al margen del cristianismo, pero con conceptos que precisamente proceden de la antropología cristiana.(...) No podemos negar que el concepto heideggeriano del hombre y de la existencia se corresponde de modo muy preciso con la situación vital del hombre moderno en general, y que ha dado una expresión muy certera a lo que esa situación objetivamente requiere y significa. (...) No es, pues, contra la existencia como idea filosófica o contra la filosofía existencial contra lo que hay que dirigir la objeción fundamental, pues la filosofía actual tiene que enfrentarse, ante todo, con el problema de la existencia y del hombre, y por eso tiene que ser filosofía existencial o, si se prefiere, como pide Landsberg, filosofía antropológica; pero a condición de integrarla en una concepción cristiana del hombre y de la existencia, esto es, sentando las bases de un existencialismo cristiano». (Luis Legaz Lacambra; Razones y sinrazones de la filosofía existencial, 1943)

Pese a proclamarse «producto que rescataba la esencia nacional y descansa sobre ella», el fascismo, como todo movimiento o ideología, no puede nacer de la nada ni tampoco ser ajeno a las ideas predominantes de su tiempo. Es claro que un país atrasado como España, siempre pendiente del contexto europeo, no podía evitar –tarde o temprano– la penetración de teorías filosóficas, recetas económicas y modelos políticos –como ocurrió con el romanticismo, el hegelianismo, el positivismo, el krausismo y otros tantos «ismos»–. El fascismo no fue la excepción. Si bien España había tenido ensayos de fascismo, como la dictadura de Primo de Rivera, esta careció de consolidación y fundamento ideológico como para ser tomada en serio, mucho menos en cuanto a cuerpo doctrinal, ya que el régimen nunca tuvo tal objetivo. Y por mucho que los fascistas españoles rebuscasen –y lograsen– encontrar en el acervo ideológico y cultural más reaccionario de los últimos siglos una justificación plausible para su porvenir, fue la aparición y resonancia del fascismo, el italiano primero, y el alemán después, el que alumbró a muchos de los reaccionarios españoles más desesperados o románticos sobre cómo enfocar según qué temas, ahorrándoles tiempo y quebraderos de cabeza. Es muy posible que sin estos movimientos previos, el fascismo español, en su versión falangista y jonsista, nunca hubiese aparecido o, más bien, nunca hubiera llegado a tener su fisonomía tan característica.

De ahí la supina estupidez de quienes confunden la necesidad de adecuar al contexto con la pretensión de «nacionalizar» ideologías –como el marxismo–, acabando, las más de las veces, por ser esto una burda excusa para desnaturalizarlo, para introducir resabios reaccionarios de la cultura patria. En realidad, toda ideología moderna transcendental no es esencia ni fórmula exclusiva de ningún país, sino producto de una época. Sí, por supuesto, desarrollada en un contexto nacional pero no cerrada al mundo «extranacional», y, por ende, cualquier ideología donde primeramente se haya manifestado –irremediablemente– también habrá recibido influjos externos «extranacionales». Incluso diremos más: a la hora de ese «esparcimiento» fuera de las fronteras, a otra realidad nacional diferente, aquí no primará tanto, como creen los nacionalistas, la dificultad de superar las «barreras culturales», sino que existen cuestiones mucho más importantes a tener en cuenta para aplicar con éxito el marxismo. Por ejemplo, en ese movimiento proletario nacional, cuál es su organización y conciencia? ¿qué desviaciones y vicios históricos arrastra? ¿Qué defectos y desbalances entre sectores económicos ha legado el capitalismo en dicho país? Se entiende, pues, que esto no tiene nada que ver con olvidar o rechazar lo fundamental de tal doctrina, ni de decorarla con folclore local para hacerla más «nacional», eso es un formalismo vacuo. De hecho, quienes caen en todo lo comentado suelen ser nacionalistas vestidos de rojo que bien pueden acabar engrosando las filas del fascismo.

La propuesta económica del fascismo

«Reconocemos la propiedad privada. Reconocemos la iniciativa privada. Reconocemos nuestra deuda y préstamos. Nos oponemos a la nacionalización de la industria. Nos oponemos a la estatalización del comercio. Nos oponemos a la economía planificada en el sentido soviético». (Gregor Strasser; Entrevista con ubert Renfro Knickerbocker, 1932)

«Nuestro régimen hará radicalmente imposible la lucha de clases, por cuanto todos los que cooperan a la producción constituyen en él una totalidad orgánica. (...) El Estado nacionalsindicalista permitirá toda iniciativa privada compatible con el interés colectivo, y aun protegerá y estimulará las beneficiosas». (José Antonio Primo de Rivera; Norma programática de Falange, 1934)

«El fascismo es la forma política y social mediante la que la pequeña propiedad, las clases medias y los proletarios más generosos y humanos luchan contra el gran capitalismo en su grado último de evolución: el capitalismo financiero y monopolista. Esa lucha no supone retroceso ni oposición a los avances técnicos, que son la base de la economía moderna; es decir, no supone la atomización de la economía frente al progreso técnico de los monopolios, como pudiera creerse. Pues el fascismo supera a la vez esa defensa de las economías privadas más modestas, con el descubrimiento de una categoría económica superior: la economía nacional, que no es la suma de todas las economías privadas, ni siquiera su resultante, sino, sencillamente, la economía entera organizada con vistas a que la nación misma, el Estado nacional, realice y cumpla sus fines». (Ramiro Ledesma; El fascismo, como hecho o fenómeno mundial, noviembre de 1935)

Claro que en lo económico el fascismo promueve un intervencionismo de Estado, pero interpretar esto, como hacen algunos, como algo incompatible en las democracias burguesas, significa no conocer nada de historia económica, dado que en estas tampoco existe un «libre capitalismo». Las formas de propiedad del capitalismo siempre han estado y están mediatizadas por las necesidades de las clases dominantes. Recordemos que la forma estatal de propiedad ha sido utilizada históricamente desde los albores del esclavismo hasta la actualidad. La burguesía en el poder ha realizado nacionalizaciones no solo durante las etapas fascistas, sino tanto a través de la socialdemocracia como por el llamado neoliberalismo. El nazismo, el peronismo, el gobierno laboralista, el gaullismo o el propio franquismo aplicaron medidas «intervencionistas» para financiar los proyectos industriales, las obras públicas, la industria armamentística, etc. Lo mismo que decir de los gobiernos salidos del colonialismo, como son los casos de la India, Egipto, Argelia, Indonesia, y tantos otros. El fascismo no había descubierto nada con el llamado «intervencionismo», pues es una máxima del capitalismo en cualquiera de sus etapas. La clave es que todos estos modelos de gestión económica mantienen intactas las leyes de producción que operan en el capitalismo y causan los monopolios, como, por ejemplo, la ley del valor. Por lo que ni en las democracias burguesas ni en los fascismos se produce un retroceso del proceso de monopolización capitalista, sino que siempre se desarrolla su extensión. Es más, las experiencias históricas en Alemania, Italia o España mismo, demostraron la falsedad del fascismo sobre su pretendida nacionalización y limitación de los monopolios capitalistas y su poder que campan a sus anchas en la democracia liberal, lejos de conseguir tal fin, se consiguió la acelerada conformación y consolidación de los monopolios en el país, aumentando su omnipotencia en la vida socio-política del país.

«¿Es posible retornar del capitalismo monopolista en la economía «pastoral agraria», en la manufactura de antes de la Revolución francesa, a los gremios, a las ciudades «libres» y en las regiones feudales de la Edad Media, a fin de salvar las clases medias del sistema de opresión colonial y estrangulamiento financiero , de una proletarización que se ha acelerado desde la advertencia del monopolismo? La respuesta, la encontraremos en la conducta del nazi-fascismo-falangista. Este «ideal» era la médula –teórica– del fascismo de Mussolini, del nacional-socialismo de Hitler, del nacional-sindicalismo de Franco. ¿Qué ha quedado de tanta pamplina llamativa? Conquistado el poder, hicieron exactamente una política contraria: reforzaron los monopolios, es decir, el capitalismo monopolista, hicieron de esto una política oficial y la impusieron con la brutalidad característica del régimen. Pocos meses después de la toma de poder, el 15 de julio de 1933, Hitler dictó la ley de organización forzosa de los cartels. (...) Las nuevas leyes dictadas de 1934 a 1936, aceleraron la cartelización y el reforzamiento de los carteles ya existentes. El resultado de esta política fue que a finales de 1936 el conjunto de los cartels comprendían no menos de las 2/3 partes de la industrias de productos acabados, en comparación con el 40% del total de la industria alemana, el 100% del total de la industria alemana, el 100% de las materias primas de las industrias semifacturadas, y el 50% de la industria de productos acabados, en comparación con el 40% existente a finales de 1933. Mussolini cartelizó por la fuerza la marina mercante, la metalurgia, las fábricas de automóviles, los combustibles líquidos. El 16 de junio de 1932 dictó una ley de cartelización obligatoria en virtud de la que formaron los cárteles de las industrias del algodón, cáñamo, seda y tintes. En España, nunca la oligarquía financiera había sido tan omnipotente como bajo el régimen del traidor Franco. Pero no se puede decir que ésta es una política económica impuesta por el nazi-fascismo-falangismo, que no vale como enjuiciamiento general para el capitalismo monopolista. Lo cierto es que los Gobiernos de los países formalmente demócratas han tenido la misma política. Antes que Hitler, los diferentes gobiernos de la República de Weimar crearon y abonaron los monopolios. Es más: salvaron a muchos de la ruina con subvenciones estatales, es decir, del pueblo alemán». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 15 de junio de 1944)

«Los fascismos instauraron, por tanto, regímenes nuevos, destruyendo el Estado de Derecho, el parlamentarismo y la democracia liberal, pero, a excepción de la España franquista, tomaron el poder por vías legales y nunca alteraron la estructura económica de la sociedad. (...) A diferencia de las revoluciones comunistas que modificaron radicalmente las formas de propiedad, los fascismos siempre integraron en su sistema de poder a las antiguas élites económicas, administrativas y militares. (...) En el fondo, es esta dimensión contrarrevolucionaria la que constituye el tronco común de los fascismos en Europa, más allá de sus ideologías y de sus trayectos a menudo diferentes. Arno J. Mayer acierta al afirmar que «la contrarrevolución se desarrolló y alcanzó la madurez en toda Europa bajo los rasgos del fascismo» (69)». (Enzo Traverso; Interpretar el fascismo. Notas sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile, 2005)

«Las actividades más remuneradoras han sido devueltas a las empresas privadas en 1936 y 1937; el Estado era en 1933 el principal accionista de los grandes bancos y en 1937 liquida el total de sus participaciones». (W. L. Shirer; Alcenso y caída del Tercer Reich: Una historia de la Alemania nazi, 2010)

Pese a matices más a la derecha o izquierda el modelo fascista siempre fue similar al de cualquier liberal o socialdemócrata de la actualidad: intervención estatal cuando fuese preciso, en aras del «bienestar nacional», pero defensa tácita del derecho a la iniciativa privada, incluso debía tácitamente ser promovida por el Estado según los ideólogos del fascismo. Precisamente el fascismo lo que se diferencia de la democracia burguesa es en el coorporativismo: el cual permite a la burguesía suprimir los derechos laborales básicos y tener controlados desde los sindicatos oficiales a los trabajadores con mayor coerción para trabajar en aras del «bienestar nacional». De nuevo hay que recordar también que las relaciones de producción tanto en su forma estatal como privada, no dista de las leyes de producción inherentes al capitalismo, por tanto toda planificación sea en el fascismo o en la democracia burguesa es un bluf, y ese afán de «economía nacional» del fascismo no es sino la economía al servicio de los capitalistas bajo excusas de realizar un «esfuerzo productivo patriótico en conjunto»

Un ejemplo de esta simbiosis entre falangistas y capitalistas, fue la historia de la familia Carceller:

«El patriarca y primer millonario de la familia fue Demetrio Carceller Segura. Nació en 1894, en el pueblo turolense de Las Parras de Castellote, pero se trasladó muy joven a Tarrasa con sus progenitores para procurarse mejor vida en la pujante Cataluña de comienzos de siglo XX. El joven se abrió paso como ingeniero textil al tiempo que desarrolló sus inquietudes políticas en las filas de la derecha, hasta el punto de colaborar en la fundación de la Falange Española (1933) junto a Miguel Primo de Rivera, hasta llegar a convertirse en el cerebro económico de la formación, un rol que luego marcaría su futuro. 

Vinculado a la creación de las petroleras Campsa (1927) y Cepsa (1929), el peso del primer Carceller dentro del sector juega un papel importante en el mercadeo de carburantes en los primeros compases de la Guerra Civil. Tras la victoria de las tropas del General Franco, su reconocimiento entre la jerarquía franquista le lleva hasta la recién constituida Comisión de Industria y Comercio, ministerio que ocupó entre 1940-1945. Durante ese periodo, fue un firme defensor de posicionarse con la Alemania nazi, aunque su germanofilia varió en pos de las potencias del Eje cuando intuyó el rumbo de la II Guerra Mundial. 

Como recoge el historiador económico Josep Fontana, para suerte de sus herederos, durante esos primeros años de autarquía, periodo en el que impulsa la creación del Instituto Nacional de Industria (INI), «ninguno de los negocios, empresas, industrias, comercios, permisos de importación, de explotación, negocios bancarios, establecimientos de industrias o su ampliación, o de comercio, ni una sola actividad industrial, comercial o de la banca españolas, puede realizarse sin contar con el beneplácito de don Demetrio Carceller», por cuyas manos pasaron «miles y miles de millones de pesetas», pero no sin dejar «peaje». El heredero natural de esta fortuna fue Demetrio Carceller Coll,que tuvo la capacidad demantener y multiplicar el legado durante la segunda mitad del Franquismo y tutelar su acomodo a los tiempos modernos de la democracia sin el menor coste para los intereses de la saga. Es en esta época cuando la familia de origen turolense amplía sus intereses empresariales Campsa, Cepsa, Hidrocantábrico y Banco Herrero y participa en importantes negocios capitalistas como Sevillana de Electricidad Endesa, Banco Comercial Transatlántico Bancotrans, adquirido luego por Deutsche Bank o el grupocerveceroDamm». (El Confidencial; La dinastía de los Carceller, un imperio levantado en tiempos de Franco, 12 de septiembre de 2013)

Paradójicamente más de uno se percatará que el discurso a veces «radical» del fascismo no se diferencia del de algunas expresiones antifascistas. Y lo que ocurre cuando observa con detenimiento a ambas expresiones es que muchas veces dicen coincidir, por ejemplo, en un presunto «anticapitalismo», pero cuando se mira con lupa qué argumentarios sostienen, uno se da cuenta de que lo único que hacen es predicar la conciliación de clases que perpetúan la explotación del hombre por el hombre, pero de una forma sutil y estudiada. En definitiva, uno no necesita ser fascista para ser un lacayo del capital, y esto es algo que todavía hoy cuesta asimilar.

Pese a hablar mil veces de «justicia social para todos» dentro de la nación, el legado ideológico de José Antonio –como era normal– se acopló al régimen fascista del franquismo con ciertas variaciones, pero en este periodo de la historia española 1939-75, lejos de aliviarse los problemas del capitalismo, como decía la propaganda falangista, las clases explotadoras se sirvieron de esta ideología para suprimir por la fuerza los derechos y libertades antes obtenidos por las masas trabajadoras, teniendo vía libre para enriquecerse a mansalva. Es de saber común cómo el franquismo abrió las puertas al imperialismo estadounidense, que establecería sus bases militares y sus multinacionales, agudizando aún más si cabe las condiciones de explotación de los trabajadores en España. Esto último tira por la borda toda palabrería sobre el patriotismo de los fascistas, comprobándose que su patriotismo en realidad su concepto de defender a la nación es portar ideología que se basa en las clases parasitarias, con una cultura reaccionaria y contando con la ayuda de los imperialismos extranjeros al precio que sea:

«¿Qué España representan ellos? Sobre este asunto, hay que hacer claridad. (...) No es posible que continúen engañando a estas masas, utilizando la bandera del patriotismo, los que prostituyen a nuestro país, los que condenan al hambre al pueblo, los que someten al yugo de la opresión al noventa por ciento de la población, los que dominan por el terror. ¿Patriotas ellos? ¡No! Las masas populares, vosotros, obreros y antifascistas en general, sois los patriotas, los que queréis a vuestro país libre de parásitos y opresores; pero los que os explotan no, ni son españoles, ni son defensores de los intereses del país, ni tienen derecho a vivir en la España de la cultura y del trabajo». (José Díaz; La España revolucionaria; Discurso pronunciado en el Salón Guerrero, de Madrid, 9 de febrero de 1936)

El fascismo español como testaferro de las potencias occidentales

Es por todo ello que como se dijo, el fascismo es un poder precario por sus contradicciones indisolubles entre su discurso, y los hechos que pone sobre la mesa: 

«El fascismo aspira a la más desenfrenada explotación de las masas, pero se acerca a ellas con una demagogia anticapitalista muy hábil, explotando el profundo odio de los trabajadores contra la burguesía rapaz, contra los bancos, los trusts y los magnates financieros y lanzando las consignas más seductoras para el momento dado, para las masas que no han alcanzado una madurez política; en Alemania: «nuestro Estado no es un Estado capitalista, sino un Estado corporativo»; en el Japón: «por un Japón sin explotadores»; en los Estados Unidos: «por el reparto de las riquezas», etc. (...) [Pero] Otra de las causas de la precariedad de la dictadura fascista estriba en que el contraste entre la demagogia anticapitalista del fascismo y la política del enriquecimiento más rapaz de la burguesía monopolista permite desenmascarar el fondo de clase del fascismo, quebrantar y reducir su base de masas». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo: Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)

¿Esta es la «soberanía nacional» de la cual presumieron los falangistas y franquistas? ¿Su «anticapitalismo»? Hoy el fascista español vulgar también se enorgullece de la colaboración con nazis alemanes y fascistas italianos:

«Isabel Medina Peralta, de 18 años, ha suscitado una gran polémica tras pronunciar un discurso fascista y racista en un acto de homenaje a los caídos de la División Azul, los españoles que combatieron a las órdenes de Adolf Hitler durante la II Guerra Mundial, con motivo del 78 aniversario de la batalla de Krasni Bor, donde murieron 2.000 soldados españoles». (Vozpopuli; Así es Isabel Peralta: la joven fascista hija de un exedil del PP, 17 de febrero de 2021)

Estos rinden honor a Hitler, que consideró tanto a Italia como a España como sus marionetas, riéndose de sus respectivos líderes en múltiples ocasiones, como demuestran los testigos. Es más, el 1 de agosto de 1942, Hitler consideró a España como un país de «moros» y «vagos», y a la querisíma «Isabel la Católica» a la cual rinden culto los falangistas como la «mayor ramera de la historia», considerando al español como un ser que no sobrepasaba el «anarquismo valiente», así lo hizo constar su secretario Martin Bormann. Véase la obra de Hugh Trevor-Roper: «Las conversaciones privadas de Hitler» de 1953. 

Para quien no lo sepa el triunfo de Franco no solo retrocedió España a la era del oscurantismo, sino que tuvo como saldo contraer una deuda con sus financieros enorme:

«El historiador Ángel Viñas publicó ya en 1979 que la deuda de la España de Franco con la Italia fascista y la Alemania nazi oscilaba entre 5.239 millones a los 6.018 millones de pesetas de la época, lo que suponía alrededor de 700 millones de dólares, pese a que el gobierno franquista se había limitado a señalar en 1949 que la factura se limitaba a algo menos de 1.200 millones de pesetas. La parte más importante de esta deuda correspondía a la Italia fascista, la potencia que más recursos puso para la victoria de las tropas de Franco. Sin embargo, Italia no fue la principal favorecida por los militares sublevados. En varias ocasiones responsables italianos afearon a los españoles que la Alemania nazi se estaba llevando la mejor parte de los recursos minerales españoles. Y es que los nazis no dieron ninguna facilidad a los franquistas. Ayudaban, sí. Y pasaron factura por todo. Incluso por los servicios de la Legión Cóndor o por los daños que los alemanes pudieron sufrir durante el conflicto. Hubo un tiempo, de hecho, a partir del acuerdo entre España y Alemania de 1941, que los alemanes podían comprar gratis en España: minerales, aceite, naranjas… y todo sin dejar una sola divisa en el Estado español». (El Público; Así financió Franco la Guerra Civil o las deudas de España con Hitler y Mussolini, 2019)

Pese a que España hubiese entrado en los 60 en la etapa monopolística por el considerable grado de concentración del capital, esto no implicaba como hacían algunos, que se tuvieran que negar tareas como la lucha contra los pactos hispano-estadounidenses de 1953 que implicaban una innegable penetración militar y económica de Estados Unidos. Es más, la introducción de cambios en las políticas económicas franquistas de 1958 fue instigada desde la administración estadounidenses, financiadas con su apoyo económico. Ellas fueron clave para que la economía española emitiese reformas que modernizasen dicha economía. Por tanto, negar la injerencia y la dependencia político-económica de la España franquista respecto al imperialismo estadounidense era tan ridículo como negar que la economía española ya no era la misma de 1931, existiendo ahora una mayor concentración económica y una mayor proletarización de la población. 

¿Era España una «colonia» del Tío Sam? Evidentemente el tipificar como «colonia» a España como se hizo en algunas publicaciones de los años 60 del PCE (m-l) era una equivocación terminológica. En un famoso artículo escrito por Lorenzo Peña, pero aprobado por toda la cúpula se decía, por ejemplo:

«España [ha] sido reducida a la condición de colonia estadounidense». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Adulteraciones del equipo de Santiago Carrillo, 1966)

España era una neocolonia, en el sentido de que tenía soberanía estatal pero su economía y política estaba atada a otro país. Esto sería corregido a posteriori, pero la descripción y conclusiones de la economía española eran correctas más allá de este detalle. De hecho, en las variadas descripciones del estatus de España frente al imperialismo yanqui era descrita como lo que era: una neocolonia. 

Para algunos que no entienden bien las contradicciones que guarda el capitalismo, era y sigue siendo inconcebible que un país imperialista dependa de otro. Un país imperialista puede atar a otro económicamente y por ende políticamente, mientras el segundo país imperialista a su vez tiene su círculo de influencia sobre otros. Esto pudo verse al término de la Segunda Guerra Mundial en el caso de Francia, que, pese a tener un imperio colonial y mantener un control neocolonial sobre tantos otros países, debido a las circunstancias del momento tuvo que adherirse a una política que dejaba penetrar ampliamente al capital estadounidense y sus mercancías en su economía, fue obligada a entrar en sus pactos militares, y en general debía aceptar todas sus recetas políticas como la expulsión de los comunistas del gobierno. Eso no implica que dicho país intente desquitarse de esa influencia externa, como precisamente pasaría después en el caso francés; cada burguesía siempre intentará acercarse o alejarse de otra, según la correlación de fuerzas y los peligros que le amenacen. Quien no entienda esto simplemente no entiende de geopolítica ni de historia.

Hay que decir que negar los vínculos hispano-estadounidenses era negar una realidad. Véase el documento del PCE (m-l): «La dominación yankee sobre España» de 1968.

Por último, hagamos unos necesarios apuntes. La «lucha contra la penetración e injerencia del imperialismo» y en general la lucha por la «independencia nacional» solo pueden ser unas consignas de carácter reformista u oportunista, en el más sentido más clásico y falso del liberalismo, cuando el pretendido partido comunista lo hace apoyando al gobierno burgués o pequeño burgués de turno que, como es normal, precisamente no hace nada en esta cuestión o solo admite medidas tibias que desmoralizan a las masas, o, en su defecto, cuando propone un programa abstracto. Pero es una tarea básica que en muchos países el proletariado debe liderar. Sabemos que como en la cuestión del peligro de la guerra, la cuestión de género, la lucha contra el idealismo religioso, la cuestión ecológica, una educación de calidad y tantas otras, no podrá haber una solución definitiva en ese campo sin que haya una completa revolución política, económica y cultural, sin la emancipación social del proletariado, sin el establecimiento del socialismo como sistema social en dicho país, y en algunos casos, incluso habrá que esperar al triunfo del socialismo en una gran parte del planeta. De ahí que todo lo que no sea ligar las cuestiones concretas a la cuestión global será dar palos de ciegos, será poner una venda para una herida que seguirá sangrando.

El fascismo nace con el propósito fundamental de aplastar al marxismo

«El fascismo [es] la precisa negación de la doctrina que formó las bases del denominado socialismo científico o marxista». (Benito Mussolini; La doctrina del fascismo 1932)

«La lucha de clases ignora la unidad de la Patria porque rompe la idea de la producción nacional como conjunto. (...) Para nadie la libertad de perturbar, de envenenar, de azuzar las pasiones, de socavar los cimientos de toda duradera organización política. Estos fundamentos son: la autoridad, la jerarquía y el orden». (Falange Española; Puntos iniciales, 7 de diciembre de 1933)

«El Nacional-Sindicalismo se inspira, pues, en varias certidumbres. Su táctica no es la lucha inmediata contra el Estado. En nuestro tiempo una lucha así, para no recaer en candores infantiles, requiere unas cuantas victorias previas. Por ejemplo: la conquista de la calle, constituir de hecho la esperanza y la protección del pueblo. El sentido combativo del Nacional-Sindicalismo, lo que tiene o pueda tener de ofensiva contra algo, reconoce un único y exclusivo blanco: las organizaciones marxistas. Nada más. Pero es evidente y claro como el sol que el marxismo es invulnerable a todas las arremetidas, menos a una: la violencia fría y sistemática que sobre él se ejerza. Violencia legítima, porque el marxismo es asimismo violencia sobre y contra la sociedad nacional. El marxismo es, pues, el enemigo. La burguesía liberalparlamentaria es a su lado una ficción. El papel y la responsabilidad de ésta es, si acaso, servir al marxismo un éxito fácil. Facilitar la victoria marxista. (...) Al extirpar el marxismo se extirpa la lucha de clases; esto es, la insolidaridad nacional, y se abre paso a la convivencia a que nos obliga sobre todas las cosas nuestro carácter de españoles». (Ramiro Ledesma; El Nacional-Sindicalismo, 13 de enero de 1933)

El nuevo gobierno fascista de 1939, otorgó financiación para que médicos, neurólogos y demás intentasen hallar las causas de la presunta inferioridad del marxista:

«La idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos. La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia, podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible». (Antonio Vallejo-Nájera; La locura en la guerra. Psicopatología de la guerra española, 1939)

«La inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política o desafectos. La perversidad de los regímenes democráticos favorecedores del resentimiento promociona a los fracasados sociales con políticas públicas, a diferencia de lo que sucede con los regímenes aristocráticos donde solo triunfan socialmente los mejores». (Antonio Vallejo-Nájera; Psiquismo del fanatismo marxista; Publicado en Revista Semana Médica Española, 1939)

Y obviamente, para aplastar el marxismo, el liberalismo parlamentarismo era una traba, por eso buscaría también el golpismo clásico de las castas del ejército:

«Pedimos y queremos la suplantación del régimen parlamentario, o, por lo menos, que sean limitadas las funciones del Parlamento por la decisión suprema de un Poder más alto». (Ramiro Ledesma; Nuestras afirmaciones, 1931)

«Queráis o no queráis, militares de España, en unos años en que el ejército guarda las únicas esencias y los únicos usos íntegramente reveladores de una permanencia histórica, al ejército le va a corresponder, una vez más, la tarea de reemplazar al Estado inexistente». (José Antonio Primo de Rivera; «Carta a un militar español», 1934)

Como se puede ir observando, la conjunción del fascismo y la reacción es inequívoca.

El fascismo y su concepto místico de nación

Ya el fascio italiano había dejado muy claro su noción de nación:

«No es tampoco una creación de política pura, sin contacto con la realidad material y compleja de la vida de los individuos y la de los pueblos. El Estado, tal como lo concibe el Fascismo y lo realiza, es un hecho espiritual y moral, porque concreta la organización política, jurídica y económica de la nación, y esta organización en su génesis y en su desarrollo es una manifestación del espíritu». (Benito Mussolini; La doctrina fascista, 1930)

Y en honor a la verdad, una vez más en el caso español la cosa no difería demasiado:

«España es, ante todo, una unidad de destino. (...) España, que existe como realidad distinta y superior, ha de tener sus fines propios. Son esos fines: 1° La permanencia en su unidad. 2° El resurgimiento de su vitalidad interna. 3° La participación, con voz preeminente, en las empresas espirituales del mundo». (Falange Española; Puntos iniciales, 7 de diciembre de 1933)

Por un lado se focalizaron en eliminar cualquier 
«elemento separatista» que pusiera en riesgo la integridad de la nación:

«Necesitamos atmósfera revolucionaria para asegurar la unidad nacional, extirpando los localismos perturbadores. Para realizar el destino imperial y católico de nuestra raza. Para reducir a la impotencia a las organizaciones marxistas». (Ramiro Ledesma; Creación de las JONS, Nuestro frente: declaración ante la patria en ruinas, 3-X-1931)

Identificarse con los «héroes de la nación» erigidos por las clases explotadoras:

«Incorporamos a la política de España un propósito firme de vincular a la existencia del Estado los valores de Unidad de Imperio de la Patria. No puede olvidar español alguno que aquí, en la Península, nació la concepción moderna del Estado. Fuimos, con Isabel y Fernando, la primera nación del mundo que ligó e identificó el Estado con el ser mismo nacional, uniendo sus destinos de un modo indisoluble y permanente». (Ramiro Ledesma; Sentido nacional, Junio de 1933)

Pero en sentido amplio, ¿cómo se justificaba la existencia de la nación española, y su extensión hacia lo que ellos consideraban España?

«España no se justifica por tener una lengua, ni por ser una raza, ni por ser un acervo de costumbres, sino que España se justifica por su vocación imperial para unir lenguas, para unir razas, para unir pueblos y para unir costumbres en un destino universal». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso en el parlamento, 30 de noviembre de 1934)

«Así, si nosotros hablamos de la España eterna, de la España imperial». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso pronunciado en el Teatro Calderón de Valladolid, 4 de marzo de 1934)

«España es irrevocable. Los españoles podrán decidir acerca de cosas secundarias; pero acerca de la esencia misma de España no tienen nada que decidir. España no es nuestra, como objeto patrimonial; nuestra generación no es dueña absoluta de España; la ha recibido del esfuerzo de Generaciones y generaciones anteriores, y ha de entregarla, como depósito sagrado, a las que la sucedan. Si aprovechara este momento de su paso por la continuidad de los siglos para dividir a España en pedazos, nuestra generación cometería para con las siguientes el más abusivo fraude, la más alevosa traición que es posible imaginar». (Falange Española; núm. 15, 19 de julio de 1934)

El falangismo se enmarañaba intentando explicar una nación viva pero presa del pasado remoto, en donde al parecer sus aspectos fundamentales nunca cambiaban pero el mundo en el que se rodeaba sí; en donde se describía un momento en la historia donde se había constituido voluntariamente eso que se llama España pero a la vez su unión era ya irrevocable; en donde se hablaba se la libertad del hombre social pero a continuación también se hablaba de Dios y su gracia para con España.

En todo caso se haya el miedo fascista a la disgregación de la entidad nacional como su mayor pesadilla:

«Formar unidades ingentes, como la de España, es tarea de muchas generaciones al servicio de un constante esfuerzo. La gloria difícil de una gran obra así pide el sacrificio de siglos. Deshacerla es mucho más fácil: basta dejar que florezca en todas las grietas el separatismo elemental, desintegrador, bárbaro en el fondo, para que todo se venga abajo. Pero eso ocurre si no se interpone la decisión resuelta de un pueblo, ya formado, que quiere mantenerse a toda costa en su unidad y que se hallará entre sus juventudes gentes dispuestas a mandar fusilar por la espalda, sin titubeo, racimos de traidores». (José Antonio Primo de Rivera; El separatismo sin máscara, 12 de julio de 1934)

«Nsotros la amamos con una voluntad de perfección. Nosotros no amamos a esta ruina, a esta decadencia de nuestra España física de ahora. Nosotros amamos a la eterna e inconmovible metafísica de España». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso sobre la revolución española; Pronunciado en el Cine Madrid, 19 de mayo de 1935)

En todos los nacionalismos, sean fascistas o no, siempre podemos ver teorías idealistas raciales, las cuales rozan lo místico y fantasioso. Y es que hablar de pureza racial de cualquier pueblo –en el sentido biológico o místico, solo puede hacerlo o un desconocedor de la historia –en torno a la emigración y asimilación de los pueblos, o un nacionalista fanático. Em efecto, en el caso del fascismo, este nacionalismo es desacomplejado, es narcisista:

«Vamos a la afirmación de la cultura española con afanes imperiales. (...) ¡Él mundo necesita de nosotros, y nosotros debemos estar en nuestro puesto!». (Ramiro Ledesma; Del manifiesto político de «La conquista del Estado», 1931)

«Salga de Castilla la voz de la sensatez racial que se imponga sobre el magno desconcierto del momento: use de su fuerza unificadora para establecer la justicia y el orden en la nueva España». (Onésimo Redondo; ¡Castilla salva a España!, Libertad, nº 9, 10 de agosto de 1931)

«Al hablar nosotros de raza, nos referimos a la raza hispana, al genotipo ibérico, que en el momento cronológico presente ha experimentado las más variadas mezclas a causa del contacto y relación con otros pueblos. Desde nuestro punto de vista racista, nos interesan más los valores espirituales de la raza, que nos permitieron civilizar tierras inmensas e influir intelectualmente sobre el mundo. De aquí que nuestro concepto de la raza se confunda casi con el de la «hispanidad». (...) No podemos los españoles hablar de pureza del genotipo racial, menos quizás que otros pueblos, pues las repetidas invasiones que ha experimentado la península han dejado sedimento de variadísimos genotipos. (...) La política racial tiene que actuar en nuestra nación sobre un pueblo de acarreo, aplebeyado cada vez más en las características de su personalidad psicológica, por haber sufrido la nefasta influencia de un círculo filosófico de sectarios, de los krausistas, que se han empeñado en borrar todo rastro de las gloriosas tradiciones españolas. (...) Signos distintivos de los bandos en lucha serán, aristocracia en el pensamiento y sentimiento de los caballeros de la Hispanidad; plebeyez moral en los peones del marxismo. (...) Agradezcamos al filósofo Nietzsche la resurrección de las ideas espartanas acerca del exterminio de los inferiores orgánicos y psíquicos, de los que llama «parásitos de la sociedad». La civilización moderna no admite tan crueles postulados en el orden material, pero en el moral no se arredra en llevar a la práctica medidas incruentas que coloquen a los tarados biológicos en condiciones que imposibiliten su reproducción y transmisión a la progenie de las taras que los afectan». (Antonio Vallejo-Nájera; Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza, 1937)

Como ya advertían los comunistas, los pueblos que ahora se encuentran atrasados, bien perfectamente en el pasado pudieron haber otorgado grandes avances para la humanidad, o en su defecto, pueden hacerlo en un futuro, careciendo de sentido hablar de pueblos y razas superiores:

«Otro «argumento» que aducen los racistas para «demostrar» la existencia de razas «superiores» e «inferiores» es el atraso cultural de ciertos pueblos. Los imperialistas oprimen a una gran parte de los pueblos de la humanidad, los hacen objeto de una explotación inhumana, entorpecen por todos los medios su progreso y procuran fomentar su atraso diciendo que se trata de «razas inferiores». Luego, ¡se descuelgan diciendo que estos pueblos son «razas inferiores», como lo demuestra su «atraso cultural»! A eso se reduce el argumento de los lacayos racistas pseudoeruditos del imperialismo. Hace ya mucho tiempo que la ciencia, sobre todo la arqueología y la etnografía, ha demostrado que el mayor o menor atraso de ciertos grupos de la humanidad en el terreno cultural no tiene absolutamente nada que ver con las características raciales de estos grupos, del mismo modo que el mayor progreso social y cultural de otros grupos no puede atribuirse tampoco a sus características de raza. Este desarrollo responde a factores económicos y sociales, a factores históricos. Son éstos los que hacen que unos grupos de la humanidad se hallen más atrasados y otros más adelantados, con respecto al desarrollo general. Y a ellos se debe también el que grupos que habían sido siempre atrasados puedan convertirse de pronto en grupos progresivos, más avanzados incluso que otros que lo venían siendo hasta entonces». (Internacional Comunista, Nº8, 1939)

En el fascismo español había un racismo más espiritual que biológico, el cual tampoco deja de estar conectado con la supremacía aristocrática y con el fin a ultranza de suprimir la lucha de clases.

Uno de los fundadores del movimiento fascista español, José Antonio Primo de Rivera, coincidía con Nájera en que debido a la historia de España, era temerario afirmar que su fascismo tuviera un componente racial biológico como pretendían por ejemplo los nacionalistas catalanes. De igual modo, consideraban el castellano como lengua universal –el «idioma providencial»–, por lo que esto iba acompañado al desprecio y persecución constante de los falangistas hacia las lenguas de la península ibérica, pero igualmente se afirmaba que el idioma no era tampoco decisivo como elemento diferenciador en su concepto de «nación española», por tanto, atendiendo a las evidentes pruebas de la fisonomía de España y sus pueblos, la única salida que tenían los fascistas era proclamar que la nación no era cuestión de tener un idioma o raza concreta diferenciada, sino:

«Del mismo modo, un pueblo no es nación por ninguna suerte de justificaciones físicas, colores o sabores locales, sino por ser otro en lo universal; es decir: Por tener un destino que no es el de las otras naciones. Así, no todo pueblo ni todo agregado de pueblo es una nación, sino sólo aquellos que cumplen un destino histórico diferenciado en lo universal. (…) De aquí que sea superfluo poner en claro si en una nación se dan los requisitos de unidad de geografía, de raza o de lengua. (…) Los nacionalismos más peligrosos, por lo disgregadores, son los que han entendido la nación de esta manera. (…) Por eso es torpe sobremanera oponer a los nacionalismos románticos actitudes románticas, suscitar sentimientos contra sentimientos. (…) Lo importante es esclarecer si existe, en lo universal, la unidad de destino histórico. Los tiempos clásicos vieron esto con su claridad acostumbrada. Por eso no usaron nunca las palabras «patria» y «nación» en el sentido romántico, ni clavaron las anclas del patriotismo en el oscuro amor a la tierra. Antes bien, prefirieron las expresiones como «Imperio» o «servicio del rey»; es decir, las expresiones alusivas al «instrumento histórico». La palabra «España», que es por sí misma enunciado de una empresa. (...) Claro está que esta suerte de patriotismo es más difícil de sentir; pero en su dificultad está su grandeza». (José Antonio Primo de Rivera; Ensayo sobre nacionalismo, 1934)

El fascismo ve tan complicado de explicar su concepto de nación que ve necesario ligarlo a figuras e instituciones regresivas como el rey o el imperio. Como en muchos pseudomarxistas de hoy, el fascismo consideraba que el nacionalismo periférico no era natural porque nació en los albores del siglo XIX, bajo el auge del romanticismo, caracterizándose sus intelectuales por su sentimentalismo, subjetivismo y voluntarismo. ¿Acaso el concepto de nación alemana o italiana era un artificio? ¿Era la noción de nación de los checos, eslovenos, polacos, finlandeses, noruegos, griegos o albaneses que tardaron mucho más tiempo en lograr su soberanía, un mero invento de sus intelectuales nacionalistas? 

El nacionalismo español con sus conceptos de nación que incluyen intentos de integrar por la fuerza a otros pueblos, ¿no es ya propiamente otro nacionalismo «sentimental» que invoca un «espíritu universal» en el mejor sentido hegeliano donde se bendice la empresa conquistadora? El fascismo, como cualquier nacionalista, juega por tanto otro rol sentimental, idealista y pseudocientífico en lo que se refiere a la nación.

Como dijo Stalin, no existe esa «unidad de destino» de Otto Bauer al margen de una comunidad de territorio, de lengua y de vida económica, igual que tampoco puede haber una «unidad de destino» entre las clases explotadas y explotadoras de un mismo país ya que tienen intereses opuestos... pensar lo contrario es una idea metafísica. ¿No es la dialéctica del tiempo la que demuestra si existe en un Estado esa supuesta «unidad de destino histórico» entre sus regiones y habitantes? En la historia actual hemos tenido casos donde no hubo una completa asimilación de un pueblo sobre otro, de dicha resistencia se consolidó una nacionalidad que poco después llegó a conformarse como nación. En otros casos, tras lograrse una uniformidad nacional hubo una bifurcación de pueblos. Aunque, bajo otros marcos, estos procesos de asimilación o bifurcación de los pueblos ya ocurrían incluso antes de la era del capitalismo. Y por supuesto, siguió produciéndose en la era del capitalismo. Quienes nieguen esto pueden repasar la historia de los godos hasta ver como se dividen en visigodos, ostrogodos y otros pueblos durante la Edad Antigua. La propia fusión entre los visigodos con la población hispano-romana. Se puede ver el destino de Inglaterra y la independencia de sus trece colonias en 1776, o la independencia parcial de Canadá en 1867, y la posterior secesión completa en 1982. En Europa tenemos la independencia belga del Reino Unido de los Países Bajos en 1830. La propia repartición de Polonia en el siglo XVIII y la resistencia de su pueblo hasta su reaparición como Estado en el siglo XX. En Asia tenemos al zarato ruso con la conquista del pueblo kazajo y la posterior resistencia hasta su consolidación como nación durante el siglo XX. Hay, pues, ejemplos muy variados con pueblos de niveles de desarrollos y líneas históricas muy diferentes. 

Hoy, la derecha y la falsa izquierda repiten a cada paso que: «los nacionalismos son los más peligrosos», por lo «disgregadores» que son entre pueblos con lazos históricos, exactamente las palabras que José Antonio Primo de Rivera pronuncia en ese artículo de 1934. Lo cual es aparentemente cierto, pero es una falacia, y como siempre insistimos, toda falacia parte de medias verdades. Igual que denuncian la enemistad entre pueblos que causa el nacionalismo ajeno, curiosamente olvidan su propio nacionalismo, en este caso el español, que es precisamente el que está ejerciendo una opresión y disgregación mayor que evita cualquier posible unidad efectiva entre pueblos.

Ortega y Gasset, el intelectual del raciovitalismo y la teoría perspectivista, ante el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1932 mantuvo esta clásica posición chovinista que influenciaría a toda la reacción:

«Ortega, en el debate de 1932 sobre el estatuto catalán, utilizó dos veces, para la nación española, la expresión «unidad de destino», se inspiraba probablemente en el pensamiento de Otto Bauer, socialdemócrata austriaco, teórico de la nación-comunidad de cultura. No podía prever que la fórmula –no sé por qué razones y caminos– iba a ser recogida por José Antonio y Falange, y figurar 40 años como ABC de una doctrina oficial». (Pierre Vilar; Conferencia inaugural, 1980)

Cuando Euskadi empezó también a reivindicar sus derechos y solicitar un Estatuto de Autonomía –que se materializaría en 1936–, ¡el líder del movimiento español fascista profetizaba un castigo divino por romper «esa predestinación nacional junto a España»!:

«Hoy parece que quiere desandarse la Historia. Euskadi ha votado su Estatuto. Tal vez lo tenga pronto. Euskadi va por el camino de su libertad. ¿De su libertad? Piensen los vascos en que la vara de la universal predestinación no les tocó en la frente sino cuando fueron unos con los demás pueblos de España. (...) Verán cómo les castiga el Dios de las batallas y de las navegaciones, a quien ofende, como el suicidio, la destrucción de las fuertes y bellas unidades». (José Antonio Primo de Rivera; ¿Euskadi libre?, 1933)

El pueblo gallego presentaría el Proyecto de Estatuto de Autonomía en junio de 1936, pero el proceso fue paralizado debido a la guerra civil de julio de ese mismo año, cayendo rápidamente Galicia en manos fascistas.

Uno de los principales camaradas de José Antonio Primo de Rivera y luego su principal competidor en el campo fascista, diría en tono amenazante:

«La tarea de disciplinar esos Estatutos y la de rechazarlos corresponde a las Cortes Constituyentes. (...) El Gobierno provisional está en el deber de tomar medidas para el caso probabilísimo de que las Cortes rechacen el Estatuto separatista de los catalanes. Si no lo hace él, lo hará el pueblo, que se encargará de su propia movilización, así como de batir las rebeldías». (Ramiro Ledesma; España, una e indivisible, 1931)

Como se puede comprobar los jefes fascistas son antidemocráticos en esencia. Pretenden justificar su chovinismo y fanatismo nacional por la vía de la fuerza bruta, y dado que no atienden a razonar sobre la bestialidad que propone esto ha de tenerse en cuenta. Por eso es una patochada afirmar que «al fascismo se le combate estrictamente con razones». Sí y no. Desde luego estas explicaciones racionales que damos salvarán de la deshonra a muchos engañados, pero tampoco debemos intentar convencer a quienes no quieren ser convencidos. Las personas que solo entienden el lenguaje y la «dialéctica de los puños y pistolas», como diría Primo de Rivera, no pueden ser combatida solo con tácticas hippies. Al pan pan y al vino vino. Del mismo modo, huelga comentar que intentar combatir al fascismo con soflamas igual de estúpidas y místicas nos haría perder la partida antes de empezarla. Si nos creyésemos ese mito de que para combatir la demagogia del fascismo tenemos que ser igual de «emotivos», «desaforados» y en general buscar encender «la parte más irracional que se esconde en el espacio más recóndito del alma humana», ya le advertimos al lector que en eso nunca seremos mejor que el fascismo, pero además estaríamos tomando un camino equivocado, puesto que para nuestra causa no nos vale apelar a la parte más primitiva y ancestral de la esencia humana, eso solo nos puede condenar a ser presos del caudillaje y hacer volver a la humanidad a la era de las cavernas, solo que en una versión «modernizada». 

¿Cuál es la posición marxista frente a la herencia cultural incluyendo el rancio chovinismo?

«En las sociedades anónimas tenemos juntos y completamente fundidos a capitalistas de diferentes naciones. En las fábricas trabajan juntos obreros de diferentes naciones. En toda cuestión política realmente seria y realmente profunda los agrupamientos se realizan por clases y no por naciones. (...) Quien quiera servir al proletariado deberá unir a los obreros de todas las naciones, luchando invariablemente contra el nacionalismo burgués, tanto contra el «propio» como contra el ajeno. (…) El nacionalismo militante de la burguesía, que embrutece y engaña y divide a los obreros para hacerles ir a remolque de los burgueses, es el hecho fundamental de nuestra época». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

En cambio, ¿qué decía Lenin –del que tanto habla Armesilla, Vaquero y otros falsos «marxistas» más cercanos al falangismo–?:

«El derecho a la autodeterminación significa la existencia de tal régimen democrático en el que no sólo haya democracia en general, sino también, en el que, especialmente no pueda darse solución no democrática al problema de la separación. (…) El derecho a la autodeterminación. (…) Significa que el problema se resuelve precisamente no por el parlamento central, sino por el parlamento, la dieta, de la minoría que desea depararse o por referéndum. (…) El reconocimiento del derecho a la autodeterminación «hace el juego» al «más rabioso nacionalismo burgués», asegura el señor Semkovski. Eso es una puerilidad, pues el reconocimiento de este derecho no excluye en modo alguno que se haga propaganda y agitación contra la separación y se enuncie al nacionalismo burgués». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Acerca del programa nacional del POSDR, 1913) 

Refutando todas las ideas erróneas sobre la cuestión nacional, Stalin caracterizaba una nación como: «una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura». En 1913 ya refutó esta tesis idealista anticientífica de la nación mucho antes de que los líderes falangistas, socialdemócratas o anarquistas presentasen sus tesis:

«De este modo, llegamos a la definición más «completa», según la expresión de Bauer, de la nación. «Nación es el conjunto de hombres unidos en una comunidad de carácter sobre la base de una comunidad de destinos». Así, pues, una comunidad de carácter nacional sobre la base de una comunidad de destinos, al margen de todo vínculo obligatorio con una comunidad de territorio, de lengua y de vida económica. Pero, en este caso, ¿qué queda en pie de la nación? ¿De qué comunidad nacional puede hablarse respecto a hombres desligados económicamente unos de otros, que viven en territorios diferentes y que hablan, de generación en generación, idiomas distintos? (...) ¿En qué se distingue, entonces, la nación de Bauer de ese «espíritu nacional» místico y que se basta a sí mismo de los espiritualistas? (...) Pero ¿qué es el carácter nacional sino el reflejo de las condiciones de vida, la condensación de las impresiones recibidas del medio circundante? ¿Cómo es posible limitarse a no ver más que el carácter nacional, aislándolo y separándolo del terreno en que brota? Además, ¿qué era lo que distinguía concretamente la nación inglesa de la norteamericana, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuando América del Norte se llamaba todavía «Nueva Inglaterra»? No era, por cierto, el carácter nacional, pues los norteamericanos eran oriundos de Inglaterra y habían llevado consigo a América, además de la lengua inglesa, el carácter nacional inglés y, como es lógico, no podían perderlo tan pronto, aunque, bajo la influencia de las nuevas condiciones, se estaba formando, seguramente, en ellos su propio carácter. Y, sin embargo, pese a la mayor o menor comunidad de carácter, ya entonces constituían una nación distinta de Inglaterra. Evidentemente, «Nueva Inglaterra», como nación, no se diferenciaba entonces de Inglaterra, como nación, por su carácter nacional especial, o no se diferenciaba tanto por su carácter nacional como por el medio, por las condiciones de vida, distintas de las de Inglaterra. Está, pues, claro que no existe, en realidad, ningún rasgo distintivo único de la nación. Existe sólo una suma de rasgos, de los cuales, comparando unas naciones con otras, se destacan con mayor relieve éste –el carácter nacional–, aquél –el idioma– o aquel otro –el territorio, las condiciones económicas–. La nación es la combinación de todos los rasgos, tomados en conjunto». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

El fascismo coincide con muchas corrientes como el liberalismo, anarquismo o el socialdemocratismo en su visión de la nación opuesta al socialismo marxista:

«El socialismo es también un movimiento incompleto. En vez de considerar a un pueblo como una integridad, lo mira desde el punto de vista de una clase en lucha con otras. Y lo que quiere no es mejorar la suerte de la clase menos favorecida. (...) Frente a esos movimientos incompletos sólo el de Falange Española de las J.O.N.S. contempla al pueblo en su integridad y quiere vitalizarlo del todo: de una parte, implantando una justicia económica que reparta entre todos los sacrificios, que suprima intermediarios inútiles y que asegure a millares de familias paupérrimas una vida digna y humana. Y, de otra parte, compaginando esa preocupación económica con la alegría y el orgullo de la grandeza histórica de España, de su sentido religioso, católico, universal, de sus logros magníficos, que pertenecen por igual a los españoles de todas clases». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso pronunciado en Pamplona, en el centro local de Falange, 15 de agosto de 1934)

El líder fascista diría:

«Lo que sostenemos aquí es que nada de eso puede justificar un nacionalismo [catalán], porque la nación no es una entidad física individualizada por sus accidentes orográficos, étnicos o lingüísticos, sino una entidad histórica, diferenciada de las demás en lo universal por una propia unidad de destino. España es la portadora de la unidad de destino, y no ninguno de los pueblos que la integran. España es pues, la nación, y no ninguno de los pueblos que la integran. Cuando esos pueblos se reunieron, hallaron en lo universal la justificación histórica de su propia existencia. Por eso España, el conjunto, fue la nación. (...) España es irrevocable. Los españoles podrán decidir acerca de cosas secundarias; pero acerca de la esencia misma de España no tienen nada que decidir. España no es nuestra, como objeto patrimonial; nuestra generación no es dueña absoluta de España; la ha recibido del esfuerzo de Generaciones y generaciones anteriores, y ha de entregarla, como depósito sagrado, a las que la sucedan. Si aprovechara este momento de su paso por la continuidad de los siglos para dividir a España en pedazos, nuestra generación cometería para con las siguientes el más abusivo fraude, la más alevosa traición que es posible imaginar. Las naciones no son contratos, rescindibles por la voluntad de quienes los otorgan: son fundaciones, con sustantividad propia, no dependientes de la voluntad de pocos ni muchos». (José Antonio Primo de Rivera; España es irrevocable, 19 de julio de 1934)

¿Se puede concebir concepto más místico de la nación casi como un ente con vida, un ser superior que domina a sus ciudadanos desde su aparición? ¿Si las naciones no son formaciones sociales, qué son entonces? ¿Cómo explica que la nación española se forme porque sus pueblos «hallaron en lo universal la justificación histórica de su propia existencia» –una perfecta frase providencialista– pero luego proclame que la nación es inmutable y estática? ¿Las naciones se forman y no sufren jamás alteraciones en su seno? ¿Cómo explica el nacimiento de nuevas naciones que se independizaron de España y de otros imperios? ¿Salieron también de la nada, exactamente como su concepto de existencia de Dios? El materialismo demuestra que esto es imposible. Lamentablemente este despreciable idealismo casi religioso, es lo que algunos entienden hoy por la formación de naciones. 

Stalin refutando tales majaderías afirmaría:

«No se puede considerar la cuestión nacional como algo que exista por sí mismo y fijo de una vez para siempre. (...) La cuestión nacional se halla íntegramente determinada por las condiciones del medio social, por el carácter del poder vigente en el país, y en general, por toda la marcha del desarrollo social». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; La revolución de octubre y la cuestión nacional, 1918)

Una conclusión tan simple como brillante, aunque parezca mentira, hoy todavía no ha sido comprendida por la mayoría de autodenominados marxistas.

El hispanismo interclasista como vehículo ideológico de expansión imperialista

«El afán de potenciación de su país y de valorar sus valores. Difícilmente nos rendiremos en presencia de las vejeces tortuosas, ni acataremos otra normalidad que aquella que se elabore con la sangre misma de España. (...) En los últimos treinta años, ni una minoría intelectual sensible ha creído necesaria una exaltación de los valores universales que entraña la hispanidad». (Ramiro Ledesma; Grandezas de Unamuno, 1931)

Para el fascismo esa renegación imperial de la gloria nacional perdida debía darse con violencia y sin piedad:

«Hoy, que se precisa ir dibujando los con tomos de una civilización postliberal, creadora de mitos colectivos, de pueblo, para lo que es imprescindible una vanffiardia intelectual, tenemos aquí el triste espectáculo de una represión, de un retroceso. Y tiene que ser el sindicalista ciego y anónimo, el luchador impenitente, quien marque una ruta de violencia, de creación y de gloria. Pero el imperio hispánico surgirá». (Ramiro Ledesma; Nuestra angustia hispana. El discurso reaccionario de Azaña, 1931)

«Tenemos voluntad de imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el imperio. Reclamamos para España un puesto preeminente en Europa. No soportamos ni el aislamiento internacional ni la mediatización extranjera. Respecto de los países de Hispanoamérica, tendemos a la unificación de cultura, de intereses económicos y de poder. España alega su condición de eje espiritual del mundo hispánico como título de preeminencia en las empresas universales». (José Antonio Primo de Rivera; Norma programática de Falange, 1934)

«Y de la conquista de América nos hablaban [los profesores], al mismo tiempo que de la torpeza que cometieron los que a aquellas tierras fueron en plan de conquista. Cuando citaban a Carlos V y a Felipe II, ¿no condenaban su intromisión en las guerras religiosas europeas?». (Discurso pronunciado en el teatro Cervantes, 21 de julio de 1935)

Por supuesto, a este discurso, se sumó un gran amigo de Falange y Franco, el señor Perón, que mucho criticaba a la burguesía criolla y al radicalismo argentino, pero en el fondo estaba muy de acuerdo con este discurso perpetuador de los «hitos» más negros de la historia de España:

«La historia, la religión y el idioma nos sitúan en el mapa de la cultura occidental y latina, a través de su vertiente hispánica, en la que el heroísmo y la nobleza, el ascetismo y la espiritualidad, alcanzan sus más sublimes proporciones. El Día de la Raza, instituido por el Presidente Yrigoyen, perpetúa en magníficos términos el sentido de esta filiación. «La España descubridora y conquistadora –dice el decreto–, volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales y con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento». (Juan Domingo Perón; Discurso el Día de la raza, 1947)

¿Qué podíamos esperar de un líder de los «países no alineados» que acabó abriendo sus puertas de par en par al Tío Sam? Pues una actitud de lacayo frente a las potencias imperialistas, aprendida seguramente de su estancia en la España de Franco.

Los comunistas de aquel entonces condenaban los intentos, fuesen de quienes fuesen, de reavivar este tipo de ideas supremacistas que ensalzaban la esclavización de otros pueblos bajo excusas variopintas:

«[El líder socialdemócrata] Prieto hizo un examen de la obra de los colonizadores españoles en América, y concretamente en México. Según él, esta obra de los viejos reaccionarios y opresores de España y de otros pueblos, no ha sido más que una misión fecunda, grande y civilizadora. (…) Prieto ensalza y glorifica la obra de la iglesia católica, compañera inseparable de los colonizadores, que junto con ellos, trajo al pueblo mexicano y a los demás pueblos de América en aquella época, torturas, dolores e ignorancias enormes. El canto de Prieto en holocausto de los viejos verdugos y opresores españoles encuentra la sintonización con los sueños imperiales de Franco y Falange. Para estos, como para Prieto, la obra de los conquistadores es la que ha transmitido a América la influencia de la hispanidad, y esta influencia y esta tradición es la madre de la expansión imperial del franquismo, que exige hoy el derecho al dominio de España sobre cuantos pueblos esta conquistó. La misma hispanidad que cada día esgrime como bandera de su propaganda imperial la Falange, la hallamos clavada en la conferencia de Prieto». (Partido Comunista de España, Nuestra Bandera; Revista mensual de orientación política, económica y cultural, Nº6, 1940)

Mientras el mundo entero se batía contra el colonialismo que esclavizada a los pueblos y esquilmaba sin piedad sus recursos, encontramos a los fascistas españoles de la época, quienes, con un paternalismo inusitado y demagogo, justificaban la política pasada y presente del colonialismo italiano en Etiopía, así como la del colonialismo inglés en la zona. Misma «misión civilizadora» que, según él, desarrolló y desarrollaba aún España en el mundo, la verdadera razón de haber «cosechado su gloria»:

«Asunto colonial. ¿Es que vamos a fingir que nos escandalizamos porque se emprenda una nueva expedición colonial? Si todos los pueblos de Europa las han emprendido; si el colonizar es una misión, no ya un derecho, sino un deber de los pueblos cultos, ¿es que alguien que aspire a la hermandad universal se aviene a admitir la exclusión, de hecho, de la hermandad universal que constituye la barbarie? ¿Es que vamos a creer que defendemos el derecho de los pueblos atrasados a esa hermandad universal dejándolos en el atraso? Creo que ya es demasiado tarde para que nos vayamos a escandalizar por una empresa colonial de ningún país. En colonizar estuvo la gloria de España. En colonizar estuvo la gloria de Inglaterra». (José Antonio Primo de Rivera; Sobre la política internacional española, 1935)

Este tipo de argumentaciones son recogidas por muchos:

«La organización de los caminos como rutas comerciales terrestres que convergían en las Plazas de Armas de las ciudades, la promoción del mestizaje sexual, el otorgamiento de tierras comunales a indios y peninsulares, los más de 150.000 licenciados que salieron de las más de veinte Universidades generadas por el Imperio en América, el establecimiento del Real de a Ocho como moneda-mercancía de cambio universal, e incluso las reducciones jesuíticas de corte socialista». (Santiago Armesilla; Rosa Luxemburgo y España. Escrito para la Razón Comunista, 2019)

Atribuir en el caso del imperio hispánico o de cualquier otro imperialismo de cualquier época unas intenciones que no fueran el pillaje, la acumulación de tierras y la fama, es una completa tomadura de pelo, solo posible para un ultranacionalista sin escrúpulos y el blanqueamiento del imperio que defiende. 

Ver preocupación por los súbditos en la creación de infraestructuras de las colonias es tan estúpido como querer ver conatos de humanismo en un esclavista romano que daba comida al trabajador de su hacienda, cuando es claro que el único fin con que lo realizaba era el de que su propiedad no se muriese de hambre y pudiese retornar al día siguiente a su jornada laboral, una cuestión de puro interés basado en el beneficio económico.

«@armesillaconde: El Imperio Español fue la Unión Soviética de los siglos XV, XVI, XVII, XVIII y XIX, prácticamente desde 1492 hasta 1825 aproximadamente. (...) Tenía esclavitud, sí. Pero también mestizaje, jornadas laborales de ocho horas, proteccionismo...». (Twitter; Santiago Armesilla, 24 jun. 2018)

¿Se imaginan? ¡Armesilla dice que los indígenas de las minas del Potosí tenían mejores condiciones laborales que los obreros madrileños del siglo XIX?!

¿Y qué camino toman otros presuntos «marxistas» de hoy como Vaquero? El del yugo y las flechas. No hay ejemplo más claro de la burda justificación colonial que las ideas del «imperio generador hispánico».

«Desde hace unos años hay un montón de gente que está con lo de nada que celebrar, el descubrimiento fue un genocidio. Estamos hablando de gente que reniegan de su país y que aparte hace un análisis histórico que hace un seguidismo de la leyenda negra anglófila sobre España». (Roberto Vaquero; Sobre el 12 de octubre y la hispanidad, 2020) 

El fascismo y su relación con el anarco-sindicalismo

«Nosotros queremos que el Estado sea siempre instrumento al servicio de un destino histórico, al servicio de una misión histórica de unidad: encontramos que el Estado se porta bien si cree en ese total destino histórico, si considera al pueblo como una integridad de aspiraciones, y por eso nosotros no somos partidarios ni de la dictadura de izquierdas ni de la de derechas, ni siquiera de las derechas y las izquierdas, porque entendemos que un pueblo es eso: una integridad de destino, de esfuerzo, de sacrificio y de lucha, que ha de mirarse entera y que entera avanza en la Historia y entera ha de servirse». (José Antonio Primo de Rivera; Sobre el concepto del Estado; Discurso pronunciado en el Parlamento, 19 de diciembre de 1933)

Reacción o progreso se mira sobre estos términos donde el eje es la nación. Para el fascismo no existe la ideología que objetivamente está más a la «derecha» o la «izquierda», solo existen ideologías nacionalistas o de renegados, con métodos efectivos o pusilánimes para llevar a término su obra providencial. Esta y no otra es la explicacaión de que se haya dado históricamente grupos teóricamente de «izquierda» que podían compaginarse con el fascismo ya que congeniaban en su visión nacionalista y chovinista.

El anarquismo también aportó su grano de arena a la concepción metafísica de la nación. Federica Montseny, anarquista que llegaría a ser ministra durante 1936-1937, diría que el anarquismo extranjero era comprensible que no entendiera las características de «raza indómita» del anarquismo español:

«Ha habido casos en que el anarquista del resto del mundo apenas ha podido comprender al anarquista español. No pretendo censurar a los anarquistas; no puede censurarse un movimiento ni unos individuos que responden a circunstancias raciales. (...) Todo eso vive en España, todo eso es consustancial con cada español; miremos en el partido que miremos, todos en el fondo tenemos el mismo erguimiento racial. (...) Por eso en España han sido tan difíciles las dictaduras, y si han conseguido implantarse, han sido dictaduras de opereta, y cuando se ha querido imponer una verdadera dictadura, entonces el pueblo se ha rebelado y preferido la muerte a la esclavitud. (...) No he creído nunca que podamos ser vencidos. En cierto modo, por temperamento, quizá por condición de la raza. (...) El destino lo forjamos nosotros, con nuestras reacciones frente a los hechos que se van encadenando. Yo creí siempre que España era un país predestinado para convertirse en país mesías. Lo he creído, si queréis de una manera absurda. (...) Cada vez que salgo de España, cada vez que me asomo al mundo y veo el contraste violento entre la vitalidad española, entre la fuerza y el empuje de España, y la entrega, el acomodamiento a lo constituido de los demás hombres y de los demás pueblos. (...) Unidad a establecer: la unidad racial contra el invasor». (Federica Montseny; La Commune de Paris y La Revolución Española, 1937)

Esto ayudaba a crear la necia idea nacionalista de que España estaba predestinada, y por tanto, ante un evento como el levamiento fascista nacional y la intervención del fascismo internacional, sus habitantes eran invencibles. En esa exaltación infantil de lo nacional, se manipula la historia hasta el punto de despreciar los durísimos regímenes políticos instalados por las clases explotadoras durante los últimos siglos. A su vez, se acaba menospreciando con un refinado halo de superioridad las luchas del resto de países en comparación con el «ímpetu» y «vitalidad» española para rebelarse ante la injusticia. A esta anarquista romántica habría que recordarle que, efectivamente, en el espíritu de los pueblos que hoy forman oficialmente el país de España han tenido momentos históricos de notable rebelión contra los gobiernos impopulares, pero en lo que hemos de fijarnos en la historia reciente de España es todo lo contrario: la alineación ha permitido a la reacción caminar libre.

La obra del anarquista Diego Abád Santillán: «Por qué perdimos la guerra» de 1940, causó un gran revuelo entre los antifascistas de la época por sus confesiones:

«Reivindicamos lo más puro de la tradición ibérica. Sí hay tradicionalistas en España los que van a la cabeza somos nosotros», Y para que no haya lugar a equívocos en la interpretación de su juicio añade: «En todas las guerras civiles españolas se han formado arbitrariamente los bandos beligerantes, y se han combatido a muerte muchos que habrían debido ponerse de acuerdo sobre su calidad de españoles, sobre su moral inatacable «Reconocíamos en tantos enemigos condenados por nuestros tribunales a verdaderos hermanos nuestros». Y después: «¡Qué mala ocurrencia hemos tenido al permitir el funcionamiento de los tribunales revolucionarios!» Pero su tono adquiere relieves repugnantes cuando descubre sus abiertas; afinidades con Falange. Oigámosle: «A pesar de la diferencia que nos separaba, veíamos algo de ese parentesco espiritual con J. A. Primo de Rivera, hombre combativo, patriota en busca de soluciones para el porvenir del país». Y lamentándose de que «razones de táctica» no hubiesen permitido antes del 18 de Julio llegar a un entendimiento perfecto entre ellos y los falangistas, dice: «Hemos pensado y seguimos pensando que fue un error por parte de la República el fusilamiento de Primo de Rivera. Españoles de esa talla, patriotas como él, no son peligrosos ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reivindican a España y sostienen lo español aun desde campos opuestos. ¡Cuánto hubiera cambiado el destino de España si un acuerdo entre nosotros hubiera sido tácticamente posible, según los deseos de Primo de Rivera!». La reivindicación de España y el sostenimiento de lo español del fundador de la Falange, ya lo vemos todos los días. «La España Imperial», «la tradición española», etc. Y a Santillán se le llena la boca de agua con todo ello. Tal es el grado de podredumbre, de degeneración, de traición, adonde ha llegado el anarquismo». (Jesús Rozado; Cómo trabajo la FAI para la derrota del pueblo, 1940)

Diego Abad de Santillán volvería a hablar de sus contactos con Primo de Rivera:

«Ya entrado el año 1935 nos llegaron diversas incitaciones a un encuentro con José Antonio Primo de Rivera para dialogar en torno a un posible entendimiento o acercamiento. Sus adeptos de Barcelona me hacían llegar cartas, declaraciones, material impreso para que me formase una idea de la doctrina del movimiento inicial. Pero opté por rechazar ese diálogo, que por muchas razones no habría ido tal vez muy lejos, y porque era ya tarde para influir de algún modo por ese medio en los acontecimientos que veíamos aproximarse. Pero la verdad es que hasta allí no había habido de parte de los gestores de ese movimiento ninguna expresión de hostilidad contra nosotros, ni de nuestras filas había surgido ninguna manifestación que impidiese el diálogo». (Diego Abad de Santillán; Memorias, 1977)

Esto no era nuevo, así se relatan los contactos entre los fascistas de Falange y los sindicatos anarquistas de la CNT:

«La falange de Barcelona, en cumplimiento de orden dictadas por José Antonio Primo de Rivera, había conectado a través de Luys Santa Marina y de José Mª Poblador, con auténticos sindicalistas de la CNT, preocupados esto por la politización de su movimiento en exclusiva –entonces– base sindical. (...) Los contactos fracasaron al final porque la FAI ejercía un «marcaje» muy intenso». (Felio A. Villarrubias; El Ejército del 19 de julio en Cataluña, 1990)

El propio Ramiro Ledesma, ideólogo del fascismo español, admiraba profundamente a la CNT, de hecho, no veía el anarquismo sino como unos confusos muchachos que serían fáciles de ganar para la causa:

«En España existe una organización obrera de fijrtísima capacidad revolucionaria. Es la Confederación Nacional del Trabajo. Sindicatos únicos. Han logrado la máxima eficiencia de lucha, y su fidelidad social, de clase, no ha sido nunca desvirtuada. Ahora bien: su apoliticismo los hace moverse en un orden de ideas políticas de tal ineficacia, que nosotros –que simpatizamos con su tendencia sindicalista y soreliana– lo lamentamos de veras. Pero la realidad desviará su anarquismo, quedando sindicalistas neto». (Ramiro Ledesma; La revolución y la violencia, 1931)

Años después los fascistas recocerían estos contactos:

«El compromiso que Luys tenía con la Falange le lleva también a tener contactos con los camaradas falangistas que se ocupaban especialmente de cuestiones políticas, como era el caso de José Mª Fontana con quien realiza algunas gestiones acerca de miembros de la CNT por orden de José Antonio Primo de Rivera y que, con tanto entusiasmo y esfuerzo, llevan a cabo, que, incluso suelen reunirse a cenar en varias ocasiones con un grupo de directivos anarco-sindicalistas». (José Mª García de Tuñón; José Antonio y Luys Santa Marina (Fundación Ramiro Ledesma, 1999)

El propio José Fontana diría:

«José Antonio se interesaba muchísimo por nuestros contactos con la CNT. En uno de sus viajes mantuvimos una charla y celebramos una cena con un grupo de directivos». (José Fontana; Los catalanes en la guerra de España, Acervo, 1977)

¿Qué cultura moral propugnaba el fascismo?

«4.° Es un imperativo de nuestra época la superación radical, teórica y práctica del marxismo.

5.° Frente a la sociedad y al Estado comunista oponemos los valores jerárquicos, la idea nacional y la eficacia económica.

6.° Afirmación de los valores hispánicos.

7.° Difusión imperial de nuestra cultura». (Ramiro Ledesma; Nuestra dogmática, 1933)

En un sentido nietzschiano, Ramiro Ledesma proclamaba orgulloso:

«Hay que desconfiar de todo lo que por esos mundos de Dios se llama moral. La moral no debe existir en los terrenos del espíritu. (...) La moral es una palabra vacua. (...) Todos sabemos lo que es «la bondad», una de las manifestaciones de la debilidad del hombre. Afirmo que el «hombre bueno» es una especie de «hazmerreír» en la sociedad de todos los tiempos. La «bondad» es la mayor parte de las veces timidez, falta de carácter y cobardía. Otras veces, es un exagerado amor al prójimo, amor que si lo sintieran todos los hombres engendrarían el más desastroso nihililismo». (Ramiro Ledesma; El Quijote y nuestro tiempo, 1924)

Y aunque se llenasen la boca de hablar de colectivismo, el fascismo era en muchas ocasiones la justificación individualista e irracional del pequeño burgués, la ideología aristocráta y egocéntrica para el burgués y sus temores:

«Todo contribuye en esta clase de pensadores a reafirmar su proyección íntegra hacia los objetos que les interesan de modo exclusivo. Kierkegaard es, como filósofo, el hombre que no encuentra con categoría de realidad, sino la vibración íntima de su yo al hallazgo de unas cuestiones que le son tradicionalmente dadas. Como ese hallazgo se verifica en lo hondo de la subjetividad. (...) El concepto de la angustia es un ensayo finísimo, quizá donde aparecen más completas las dotes gigantes de Kierkegaard. Pues no es posible contribuir con más esfuerzo dialéctico que el que aquí se utiliza a exponer con claridad intelectual un problema. Al par que esto, Kierkegaard persigue y logra hacer que la cuestión debatida permanezca en la altura jerárquica que le es propia, sin descender y desnaturalizarse en aspectos de rango inferior». (Ramiro Ledesma; Sören Kierkegaard. El concepto de la angustia, 1930)

Hablando el mismo autor de su ídolo, escribía eufórico:

«Únase también la capacidad poética desplegada, tan frecuente y rica en Kierkegaard, que eleva el libro a primor literario. Se aporta aquí asimismo una valiosísima investigación sobre el hecho psíquico de la angustia, que es hoy de interés precioso. Pues esta angustia que Kierkegaard delimita y analiza, es ese mismo concepto a que Heidegger refiere con frecuencia sus afanes metafísicos. Así, este trabajo magnífico del solitario danés significa también una actualidad en la filosofía que hoy se hace. Es, por tanto, un libro en la orden del día, con casi categoría de imprescindible». (Ramiro Ledesma; Sören Kierkegaard. El concepto de la angustia, 1930)

Se presentaba que el fascismo era una vuelta a los mejores valores del hombre puro y de la antigüedad, de campo, bien ejercitado por el trabajo, de palabra y honorable, en contraposición al hombre de ciudad,  codicioso, pusilánime y aburguesado por las comodidades de la urbe:

«La definición más profunda del fascismo es esta: es el movimiento político que va más franca, más radicalmente en la dirección de la gran revolución de las costumbres, en la dirección de la restauración del cuerpo –salud, dignidad, plenitud, heroísmo–, en el sentido de la defensa del hombre contra la gran ciudad y contra la máquina. (...) Porque son los hombres del siglo XX los que no quieren morir agobiados por todas las enfermedades que acechan los sedentarios y los inmóviles, con músculos débiles y vientres grandes en la terraza de un café o bajo la sombra de un cine». (Pierre Drieu La Rochelle; Artículo publicado en L’Émancipation nationale, 13 de agosto de 1937)

La mujer y el fascismo

El fascismo en un tono patriarcal, identificaba lo masculino con lo activo, por ende, lo activo debía de ser violento, imponerse sobre su contraparte femenino, pasivo, pacífico:

«El espíritu ascético, hispano, de eficacia luchadora y activa, que brota de la pluma de Unamuno, es el mismo que hoy en Europa sostiene el entusiasmo de cientos de miles de hombres, armas en mano frente a los viejos tópicos y las viejas inepcias. Es el espíritu que nosotros quisiéramos ver triunfante aquí, para batir toda la tontería suelta que por ahí andan buscando resquicios cobardes que la hagan dueña de los mandos.

Contra esta tontería usurpadora, Unamuno dice:

«Hay que contestar con insultos, con pedradas, con gritos de pasión, con botes de lanza. No hay que razonar con ellos. Si tratas de razonar frente a sus razones, estás perdido.

Mira, amigo: si quieres cumplir con tu misión y servir a tu patria, es preciso que te hagas odioso a los muchachos sensibles, que no ven el universo sino a través de los ojos de su novia. O algo peor aún. Que tus palabras sean estridentes y agrias a sus oídos».

Nosotros desafiamos a Europa para que nos diga si entre sus escritores, entre sus hombres de espíritu, a quienes tiene como antecedentes inmediatos de sus gestas actuales, hay nada de tan ajustada emoción y de tan preciosa grandeza como estas frases de Unamuno, escritas, repetimos, en 1908». (Ramiro Ledesma; Grandezas de Unamuno, 1931)

En cambio, un caballeresco Primo de Rivera, comentaba lo siguiente a las mujeres españolas sobre su visión de las mujeres y el deber de las féminas:

«No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnífico destino y entregarla a funciones varoniles. A mí siempre me ha dado tristeza ver a la mujer en ejercicios de hombre, toda afanada y desquiciada en una rivalidad donde lleva –entre la morbosa complacencia de los competidores masculinos– todas las de perder. El verdadero feminismo no debiera consistir en querer para las mujeres las funciones que hoy se estiman superiores, sino en rodear cada vez de mayor dignidad humana y social a las funciones femeninas. (...) Los movimientos espirituales, del individuo o de la multitud, responden siempre a una de estas dos palabras: el egoísmo y la abnegación. El egoísmo busca el logro directo de las satisfacciones sensuales; la abnegación renuncia a las satisfacciones sensuales en homenaje a un orden superior. Pues bien: si hubiera que asignar a los sexos una primacía en la sujeción de esas dos palancas, es evidente que la del egoísmo correspondería al hombre y la de la abnegación a la mujer. El hombre –siento muchachos contribuir con esta confesión a rebajar un poco el pedestal donde acaso lo teníais puesto- es torrencialmente egoísta; en cambio la mujer, casi siempre, acepta una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda abnegada a una tarea». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso en Don Benito, 28 de abril de 1935)

Incluso declaraba la inutilidad de la mujer para la economía o la pintura:

«Ni las matemáticas, ni la geografía, ni la pintura, ni la música –la ciencia o el arte, en fin– deben a la mujer casi nada en su global progreso». (José Antonio Primo de Rivera; La Voz, de Madrid, 14 de febrero de 1936)

¿Pero por qué José Antonio desconfiaba del voto de la mujer?

«Huelga que le diga que no soy partidario de darle el voto a la mujer. (...) No confío en el voto de la mujer. (...) Las mujeres no harán más que redoblar con su voto el voto masculino, con sus defectos; no teniendo, por tanto, el de ellas trascendencia en el camino futuro de España. (...) Cuando la mujer intervenga en la gobernación del Estado, ¿no cree usted que defenderá a sus hijos contra la guerra, evitando que le arrebaten y destruyan lo más preciado de su labor y de su vida? La educación a los hijos en el odio a la guerra. Los haría cobardes solamente. Los hombres necesitan la guerra. Si usted la cree un mal, porque necesitan del mal. De la batalla eterna contra el mal sale el triunfo del bien, dice San Francisco. La guerra es absolutamente precisa e inevitable. La siente el hombre con un imperio intuitivo, atávico, y será en el porvenir lo que fue en el pasado». (José Antonio Primo de Rivera; La Voz, de Madrid, 14 de febrero de 1936)

José Antonio debería estar más informado, puesto que por ejemplo, en Gran Bretaña las honorables señoras feministas como Emmeline Pankhurst señalaban a los hombres que se negaban a ir al frente –por la razón o convicción ideológica que fuese– como cobardes, colocándoles una pluma blanca. 

«Lo menos que pueden hacer los hombres es que todo hombre en edad de luchar se prepare para redimir su palabra a las mujeres, y esté listo para dar lo mejor de sí, para salvar a las madres, las esposas e hijas de Gran Bretaña». (Evening Post, 5 de junio de 1916)

Estas señoras lucharon por la implantación del reclutamiento forzoso masculino en favor de los intereses de la corona británica, por lo que fue condecorada por el gobierno. En efecto, como se veía en los carteles de propaganda, exigían que ellos sacrificasen su juventud yendo a la divertida carnicería imperialista que fue la Primera Guerra Mundial (1914-1918) a morir por las ganancias y posesiones de los capitalistas. El falangista desconocía u omitía adrede el papel «violento» de figuras como Artetmisa de Caria, Boudica, Zenobia, Trieu Thi Trinh, Juana de Arco, Isabel la Católica, Catalina de Aragón.

Su hermana, jefa de la Sección Femenina de Falange, la cual instruyó a las nuevas generaciones en el régimen franquista, diría:

«Así, pues, junto con la educación deportiva y universitaria, irá esta otra, que las prepare para que sean el verdadero complemento del hombre. Lo que no haremos nunca es ponerlas en competencia con ellos, porque jamás llegarán a igualarlos, y, en cambio, pierden toda la elegancia y toda la gracia indispensable para la convivencia. Y ya veréis cómo estas mujeres, formadas así con la Doctrina cristiana y al estilo nacionalsindicalista, son útiles en la Familia, en el Municipio y en el Sindicato». (Pilar Primo de Rivera; Discursoen el II Consejo Nacional de la Sección Femenina de F. E. T. y de las J. O. N. S. (Segovia), 1938) 

No fue una casualidad, en el régimen franquista, el famoso «científico» Vallejo-Nájera dijese:

«A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella». (Antonio Vallejo-Nájera; Psicología de los sexos, 1944)

Eva Perón, muy amiga del régimen franquista, el cual acogió a ella y su marido, decía:

«El primer objetivo de un movimiento femenino que quiera hacer bien a la mujer… que no aspire a cambiarlas en hombres, debe ser el hogar. Nacimos para constituir hogares. No para la calle». (Eva Perón; La razón de mi vida, 1951)

«La intuición no es para mí otra cosa que la inteligencia del corazón; por eso es también facultad y virtud de las mujeres, porque nosotras vivimos guiadas más bien por el corazón que por la inteligencia. Los hombres viven de acuerdo con lo que razonan; nosotras vivimos de acuerdo con lo que sentimos; el amor nos domina el corazón, y todo lo vemos en la vida con los ojos del amor». (...) Inculcar la doctrina y querer a Perón. Pero pienso que esta Escuela Superior no sólo habrá que enseñar lo que es el Justicialismo. Será necesario enseñar, también, a sentirlo y a quererlo. (...) Cuando llegue el día de las luchas y tal vez sea necesario morir, los mejores héroes no serán los que enfrenten a la muerte diciendo: «La vida por el Justicialismo», sino los que griten: «¡La vida por Perón!». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)

«En el corazón, antes que en la inteligencia Yo sé que es necesario y urgente que el Justicialismo sea conocido, entendido y querido por todos, pero nadie se hará justicialista si primero no es peronista de corazón, y para ser peronista, lo primero es querer a Perón con toda el alma. (...) Yo le deseo a esta Escuela Superior Peronista toda suerte de triunfos y una larga vida de fecunda tarea. Las mujeres peronistas vendremos a ella para aprender cómo se puede servir mejor a la causa de nuestro único y absoluto Líder, y pondremos, en el trabajo de aprender, todo nuestro fervor y toda nuestra fe mística en los valores extraordinarios del Justicialismo, pero nunca nos olvidaremos, jamás, de que no se puede concebir el Justicialismo sin Perón». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)

La postura marxista es bien conocida:

«Dejando a los estudiosos burgueses absortos en el debate de la cuestión de la superioridad de un sexo sobre el otro, o en el peso de los cerebros y en la comparación de la estructura psicológica de hombres y mujeres, los seguidores del materialismo histórico aceptan plenamente las particularidades naturales de cada sexo y demandan sólo que cada persona, sea hombre o mujer, tenga una oportunidad real para su más completa y libre autodeterminación, y la mayor capacidad para el desarrollo y aplicación de todas sus aptitudes naturales. Los seguidores del materialismo histórico rechazan la existencia de una cuestión de la mujer específica separada de la cuestión social general de nuestros días. (...) En otras palabras, las mujeres pueden llegar a ser verdaderamente libres e iguales sólo en un mundo organizado mediante nuevas líneas sociales y productivas». (Aleksandra Kolontái; Los fundamentos sociales de la cuestión femenina, 1907)

«Frente a la ideología reaccionaria burguesa, los marxista-leninistas oponemos nuestros principios de la igualdad total entre el hombre y la mujer y rechazamos de plano toda idea de discriminación hacia la mujer y de considerarla como un ser inferior. Afirmamos a este respecto. (...) Que el modo cómo las mujeres desempeñan las funciones sociales y profesionales demuestra que sus capacidades intelectuales, su poder de decisión y su espíritu de organización, no son en modo alguno inferiores a los hombres». (Elena Ódena; La mujer española y la lucha contra la dictadura franquista, 1967)

¿Cuál es la relación entre fascismo y religión?

«Mientras en Roma se firma el Tratado de Letrán, aquí tachamos de anticatólico al fascismo. Al fascismo que en Italia, después de noventa años de masonería liberal, ha restablecido en las escuelas el crucifijo y la enseñanza religiosa. Comprendo la inquietud en países protestantes donde pudiera haber pugna entre la tradición religiosa nacional y el fervor católico de una minoría. Pero en España ¿a qué puede conducir la exaltación de lo genuino nacional sino a encontrar las constantes católicas de nuestra misión en el mundo?». (José Antonio Primo de Rivera; «La violencia y la justicia». Carta a Julián Pemartín, 1933)

De hecho, la concepción religiosa de falange fue tomada como modo de vida:

«No hay más que dos maneras serias de vivir: la manera religiosa y la manera militar –o, si queréis, una sola, porque no hay religión que no sea una milicia ni milicia que no esté caldeada por un sentimiento religioso–; y es la hora ya de que comprendamos que con ese sentido religioso y militar de la vida tiene que restaurarse España». (José Antonio Primo de Rivera; parlamento. «Doctrina de la revolución española», 1934)

Aunque pudiera parecer extraño, el falangismo anteponía la nación, la familia y cualquier concepción o institución a la religión, a la cual definía como:

«El recobro de la armonía del hombre y su entorno en vista de un fin transcendente. Este fin no es la patria, ni la raza, que no pueden ser fines en sí mismos: tienen que ser un fin de unificación del mundo, a cuyo servicio puede ser la patria un instrumento; es decir, un fin religioso. ¿Católico? Desde luego, de sentido cristiano». (José Antonio Primo de Rivera; Cuaderno de notas de un estudiante europeo, 1936)

Y pese a que se criticaba al protestantismo por la predestinación divina –que borraba la necesidad de acatar las reglas cristianas para entrar en el Cielo y eludir el Infierno–, el mismo líder fascista se contradecía proclamando que la religiosidad, pese a ser algo impetrado, era un don divino:

«Suponer, irreligiosamente, que la religión se adopta, un día como las corbatas de color después de un luto. No. La religión es, fundamentalmente, un don de Dios». (José Antonio Primo de Rivera; Cuaderno de notas de un estudiante europeo, 1936)

¿Qué se puede concluir de aquí? El nacionalismo era médula espinal del falangismo, ¡pero el catolicismo era quien constituía su tejido óseo y nervios!

No es extraño que para José Antonio la mayor proeza de España fuese la invasión de América y otros lugares, ya que gracias a esta aventura incorporaba a toda una serie de impíos y paganos a la empresa universal del catolicismo. ¡Los estaba salvando!

«Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A esas preguntas no se puede contestar con evasivas: hay que contestar con la afirmación o con la negación. España contestó siempre con la afirmación católica. La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera, pero es además, históricamente, la española. Por su sentido de catolicidad, de universalidad, ganó España al mar y a la barbarie continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación. (...) Falange Española considera al hombre como conjunto de un cuerpo y un alma; es decir, como capaz de un destino eterno; como portador de valores eternos». (Falange Española; Puntos iniciales, 7 de diciembre de 1933)

Hoy sus sucesores ideológicos –unos reconocidos y otros más admiradores en privado–, nos decían lo siguiente sobre España y su vinculación cristiana:

«España desde su constitución como Imperio –es decir, desde su constitución como sociedad política– ha sido siempre una monarquía. (...) España es una sociedad católica –y no protestante, ni islámica, ni judía, por ejemplo– en cuanto que buena parte de las costumbres de sus habitantes están determinadas por el ceremonial católico». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)

Esta es la misma gente que defiende la tauromaquia o el catolicismo, porque son «marcas inalterables de España, su esencia». ¿Es esto compatible con el marxismo-leninismo?

«Y no es, ni mucho menos, fortuito que el programa nacional de los socialdemócratas austríacos imponga la obligación de velar por «la conservación y el desarrollo de las particularidades nacionales de los pueblos». ¡Fijaos bien en lo que significaría «conservar» tales «particularidades nacionales» de los tártaros de la Transcaucasia como la autoflagelación en la fiesta del «Shajsei-Vajsei» o «desarrollar» tales «peculiaridades nacionales» de los georgianos como el «derecho de venganza»! Este punto estaría muy en su lugar en un programa rabiosamente burgués-nacionalista». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

Por otro lado, estos señores, afirman que:

«Está por demostrar la incompatibilidad entre el catolicismo y las formas modernas de organización económica, cultural, política. (…) Hay que decir, por ejemplo, que buena parte de los responsables de la llamada «revolución científica» eran católicos». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)

Debido a que estamos en tiempos modernos, estos «católicos», como Bueno o Abascal, son conscientes de que la promoción a ultranza del catolicismo no tendría eco en la población, mucho menos tratar de imponerlo como en la época franquista. Por ello deciden utilizar una táctica defensiva, como es decir que no hay evidencia de que el catolicismo y la ciencia sean incompatibles. Pero les recordaremos a estos señores la siguiente verdad sobre sus científicos creyentes:

«Hay en el mundo ignorantes y reaccionarios que pretenden que nosotros, los comunistas, queremos atribuir al marxismo-leninismo también las obras de aquellos científicos viejos y nuevos que no sabían ni saben qué es el marxismo-leninismo, que no son marxistas, siendo algunos de ellos hasta adversarios de esta ideología. Eso no es en absoluto verdad. No se trata de apropiarse de las obras de éste o de aquél científico, nacido en tal o cual país, hijo de éste o de aquél pueblo. Pero es un hecho que ni Descartes ni Pavlov, ni el jansenista Pascal ni el científico Bogomoletz, ni otros miles y miles de científicos renombrados de todos los tiempos, son conocidos por la humanidad porque iban a la iglesia o porque hubieran rezado alguna vez a dios, sino por sus obras racionales, progresistas, materialistas, anticlericales, antimísticas. Su método en general, en ciertos aspectos, ha sido dialéctico, mas, sin embargo, no tan perfecto como nos lo proporciona el marxismo-leninismo. La doctrina marxista-leninista es el súmmum de la ciencia materialista y del desarrollo de la sociedad humana; es la síntesis de todo el desarrollo anterior de la filosofía y de manera general, del pensamiento creador de la humanidad; es la síntesis de todo lo racional y progresista que en todas las épocas y en diversas formas ha luchado contra las supersticiones, la magia, el misticismo, la ignorancia, la opresión moral y material de los hombres. Actualmente esta doctrina se ha convertido en faro que ilumina el camino de los pueblos hacia el socialismo y el comunismo. Por eso hoy, cuando existe una ciencia hasta tal punto completa como el marxismo-leninismo, que nos proporciona la correcta concepción materialista sobre el mundo y el mejor método científico, el método dialéctico marxista, es imperdonable que nuestros científicos y especialistas no la utilicen en beneficio de sus estudios en todos los terrenos, y, a nadie debe darle vergüenza comenzar el estudio inclusive desde las primeras nociones del marxismo-leninismo o, cuando no sepa alguna que otra cuestión, consultar a algún especialista en la materia, sin importarle si es más joven que él. En aras de la causa del Partido y del pueblo, cada uno de nosotros está dispuesto a soportar esta «vergüenza». (Enver Hoxha; Nuestra intelectualidad crece y se desarrolla en el seno del pueblo; Extractos del discurso pronunciado en el encuentro con los representantes de la intelectualidad de la capital, 25 de octubre de 1962)

En todo caso, estos científicos creyentes deberían ser criticados por aplicar el materialismo solo en algunos aspectos de la ciencia y no aplicarlo de forma consecuente, es decir, en todos los aspectos de la vida, inclusive en la cuestión de la religión.

Como Marx declaró, el proletariado en su concepto de patriotismo no necesita la moral del catolicismo por varias razones:

«Los principios sociales del cristianismo han tenido ya dieciocho siglos para desenvolverse, y no necesitan que un consejero municipal prusiano venga ahora a desarrollarlos. Los príncipes sociales del cristianismo justificaron la esclavitud en la antigüedad, glorificaron en la Edad Media la servidumbre de la gleba y se disponen, si es necesario, aunque frunciendo un poco el ceño, a defender la opresión moderna del proletariado. (...) Los principios sociales del cristianismo dejan la desaparición de todas las infamias para el cielo, justificando con esto la perpetuación de esas mismas infamias sobre la tierra. Los principios sociales del cristianismo ven en todas las maldades de los opresores contra los oprimidos el justo castigo del pecado original y de los demás pecados del hombre o la prueba a que el Señor quiere someter, según sus designios inescrutables, a la humanidad. (...) El proletariado, que no quiere que se lo trate como canalla, necesita mucho más de su valentía, de su sentimiento de propia estima, de su orgullo y de su independencia, que del pan que se lleva a la boca. Los principios sociales del cristianismo hacen al hombre miedoso y trapacero, y el proletariado es revolucionario». (Karl Marx; El comunismo del Rheinischer Beobachter, 12 de septiembre de 1847)

En materia religiosa, este «filósofo reputado» nos dice:

«La Iglesia heredó el derecho romano y la filosofía griega y les dio un impulso gigantesco que en cierto modo fue lo que hizo la transición de la Edad Media a la Edad Moderna». (ABC; Entrevistando a Gustavo Bueno, 2015)

Bajo su idea de «ateísmo católico», que es otro sinsentido más, se atreve a declarar que la filosofía contemporánea debe recuperar y pagar tributo a esta escolástica, y que su filosofía así lo hace:

«El arcaísmo de decir que la escolástica es un residuo medieval, ¿pero esto qué es? (…) Por eso la recuperación de toda la filosofía española. (…) Y esto solo puede decirlo quien posea un sistema filosófico actual, que sea tributario directamente de esta filosofía, cuando no se tiene ese sistema no se puede hablar de esto. (…) Se puede necesitar recuperar, sino será una mera función ornamental». (Gustavo Bueno; España, 14 de abril de 1998)

Esto contrasta con lo que dicen los filósofos marxistas:

«Lo más típico de la escolástica fue lo siguiente: la sumisión a la teología; el idealismo y el ascetismo hipócrita. (…) Un método abstractamente lógico, formalista, encaminado, no a descubrir algo nuevo, sino a consolidar y sistematizar la verdad absoluta «revelada por dios». (…) Adaptación de sus fines de las doctrinas de los antiguos filósofos idealistas, principalmente la de Aristóteles, falsificada y convertida en teología metafísica. (…) La iglesia miraba con mucha sospecha a estos elementos de la ciencia y de la instrucción antiguas, que en uno u otro grado salieron a relucir mediante la escolástica. Muy significativo en este aspecto es la persecución y acusación de herejía. (…) El imperio de la dogmática muerta estaba relacionado con el nivel sumamente bajo de las ciencias naturales y el estancamiento de la producción medieval, de la vida económico-social en general». (Profesor A. V. Shcheglov y un grupo de catedráticos de la Academia de Ciencias de la URSS; Historia general de la filosofía; de Sócrates a Scheler, 1942)

El señor Bueno no entiende que la filosofía marxista recupera las mejores tradiciones del pensamiento, pero de su lado materialista, no de sus desviaciones idealistas –estén más o menos justificadas por el contexto histórico–.

En el campo cultural, para intentar hacer pasar su mercancía nacionalista, los seguidores del «materialismo filosófico» de Bueno, olvidan adrede el axioma de que:

«En cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación existe asimismo una cultura burguesa –y, además, en la mayoría de los casos, ultrarreaccionaria y clerical–, y no simplemente en forma de «elementos», sino como cultura dominante. Por eso, la «cultura nacional» en general es la cultura de los terratenientes, de los curas y de la burguesía. (…) Al lanzar la consigna de «cultura internacional de la democracia y del movimiento obrero mundial», tomamos de cada cultura nacional sólo sus elementos democráticos y socialistas, y los tomamos única y exclusivamente como contrapeso a la cultura burguesa y al nacionalismo burgués de cada nación. Ningún demócrata, y con mayor razón ningún marxista, niega la igualdad de derechos de los idiomas o la necesidad de polemizar en el idioma propio con la burguesía «propia» y de propagar las ideas anticlericales o antiburguesas entre los campesinos y los pequeños burgueses «propios». (…) Quien defiende la consigna de la cultura nacional no tiene cabida entre los marxistas, su lugar está entre los filisteos nacionalistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Los conceptos que Gustavo Bueno manejaba sobre España eran muy básicos y conocidos:

«Se ha constituido necesariamente en los términos del materialismo histórico, y se ha constituido precisamente como imperio católico. (…) La constitución de España es la constitución de un imperio católico, católico quiere decir como todos sabemos, universal (sic). (…) Para la doctrina de España, como constitución, como sintaxis histórica, no hace falta recurrir a número de factores, aunque que los hay, ¿por qué? Porque yo creo que España hay que explicarla a partir de un factor que está dado a la misma escala que España estaba llegando ya, pero que es distinto. (…) Este factor es el imperio romano. Éste es un imperio que pretende ser universal. (…) Inmediatamente fundaron ciudades, ofrecieron la lengua, y en la época de Caracalla dieron la ciudadanía a todas las ciudades del imperio. (…) Cuando se contempla un imperio depredador como el inglés, y uno generador, generador de otras ciudades, en este caso de la URSS, o el imperio romano tradicional, cuando estas dos estructuras se comparan. (…) Son indiscernibles». (Gustavo Bueno; España, 14 de abril de 1998)

Aquí Bueno intenta demostrar que el imperio hispánico es heredero directo del romano, pero por ejemplo el llamado Al-Ándalus estuvo asentado más tiempo en la península que el imperio romano, aun así, la influencia árabe es totalmente descartable según los buenistas, aquí nos quedamos solo con lo romano. Vaya, a veces parece que con Bueno estamos leyendo un manual de «Formación para el espíritu nacional».

Como el lector puede constatar, aunque aquí jugara a hacerse pasar por alguien que comprendía, dominaba y aplicaba el marxismo hablándonos de «materialismo histórico», lo cierto es que sus términos inventados y, sobre todo, los significados que les otorgó, lo encaminaron inevitablemente hacia el reaccionarismo más idealista, subjetivista, chovinista y hasta clerical. Un instrumento que favorece a las élites explotadoras, y que no por ser «herencia nacional» se debe defender, puesto que un marxista debe estar siempre:

«Luchando contra la violencia ejercida sobre las naciones, sólo defenderá el derecho de la nación a determinar por sí misma sus destinos, emprendiendo al mismo tiempo campañas de agitación contra las costumbres y las instituciones nocivas de esta nación». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

¡Más claro imposible!


III
El fascismo en época franquista

En este último bloque valoraremos la inclusión del falangismo y el jonsismo dentro de las estructuras franquistas, aportaremos argumentos sobre las típicas dudas sobre hasta qué punto el franquismo fue como tal un fascismo, etc.

¿Cómo evolucionó el franquismo tras la derrota del nazismo alemán y el fascio italiano?

Tras las señales de la derrota del bloque del Eje formado por Alemania e Italia, los aliados de Franco, más el crecimiento de los comunistas por toda Europa, el estado de pánico de la cúpula franquista fue evidente. 

«Conocemos el poder insidioso del bolchevismo, tenemos que considerar que la destrucción o debilitamiento de sus vecinos acrecentará grandemente su ambición y su poder, haciendo más necesaria que nunca la inteligencia y comprensión de los países del occidente de Europa. Lo que ocurre en la Italia liberada y la grave situación de la nación francesa, en la que las órdenes del Gobierno no son obedecidas y los grupos «maquis» proclaman con descaro sus fines de proclamar la República soviética francesa, para lo que dicen contar con el apoyo de la U.R.S.S., es harto elocuente en estos difíciles momentos. (...) Después de la terrible prueba pasada por las naciones europeas, sólo tres pueblos, entre los de población y recursos importantes, se han destacado como más fuertes y viriles: Inglaterra, Alemania y España; mas destruida Alemania, sólo queda a Inglaterra otro pueblo en el Continente a que volver sus ojos: España». (Carta de Francisco Franco a Winston Churchill, 8 de octubre de 1944)

La directriz del régimen franquista fue muy clara, intentar hacer que la amistad y colaboración con el nazismo alemán y el fascismo italiano nunca había tenido lugar. En 1943 se dio la orden de que:

«Como norma general deberá tenerse en cuenta la siguiente: en ningún caso, bajo ningún pretexto, tanto en artículos de colaboración como en editoriales y comentarios…, se hará referencia a textos, idearios ejemplos extranjeros al referirse a las características y fundamentos políticos de nuestro movimiento. El Estado español se asienta exclusivamente sobre principios, normas políticas y bases filosóficas estrictamente nacionales. No se tolerará en ningún caso la comparación de nuestro Estado con otros que pudieran parecer similares, ni menos aún extraer consecuencias de pretendidas adaptaciones ideológicas extranjeras a nuestra Patria». (Fernando Díaz-Plaja; La España franquista en sus documentos, 1976)

Véase también la carta del falangista y concuñado de Franco, Serrano Suñer, proponiendo liquidar la influencia de lo que había sido falange y formar un nuego gabinete formado por un gran abanico de figuras intelectuales anticomunistas, las cuales debían ser afínes al régimen, pero, eso sí, menos implicadas con su abierto falangismo-hitlerismo. El objetivo de esta maniobra era ganarse el favor de cara a Gran Bretaña y Estados Unidos:

«Yo fui resueltamente germanófilo, y, aunque ello fuera físicamente posible jamás cometería la villanía de negar la sinceridad de mis sentimientos. Mi amistad hacía los pueblos hoy vencidos fue inequívoca, leal y digna. (...) La Falange debe ser hoy honrosamente licenciada con la conciencia de haber servido a España en su momento. Si mañana fuera derribada por coacción exterior pesaría sobre ella la vergüenza de haber antepuesto su vanidad al servicio de la Patria. Y aunque ello fuera obra no de la Falange sino de «aquellos jefecillos que piensan que la salud de la comunidad va ligada directamente a su permanencia en el Gobierno» ante la Historia el hecho sería aquel. La Falange en sus mejores días tiene una Historia de honor que ha de ser respetada. No se puede ahora inventar una Falange democrática y aliadófila sin faltar a aquel respeto. Pero lo que es mucho más importante es que España como pueblo, como comunidad, ha de salvarse de la revolución o la invasión a cualquier precio. (...) Disuélvase o apártese del Poder a la Falange, pero esta disolución con dos cláusulas: una respecto a la Falange misma, otra respecto al Estado. La Falange debe ser relevada con honra y con libertad para justificarse y seguir sirviendo a España. (...) Respecto al Estado es necesaria la continuidad. (...) Sólo es posible: hacia un Gobierno nacional apoyado sobre la base popular extensa y apolítica de un frente nacional que empezará en la extrema derecha para acabar en la zona templada de la izquierda. Todo lo español no rojo estará integrado allí y el Gobierno compuesto por hombres eminentes empezando por los monárquicos de mayor respetabilidad, pasando por políticos de excepcional valía como Cambó, para terminar en otros del tipo político intelectual de Ortega o Marañón con nombres resonantes en el mundo será capaz de hacerle entender que la mayoría del pueblo español, por miedo a la revolución comunista». (Ramón Serrano Suñer; Carta a Francisco Franco, 3 de septiembre de 1945)

Aunque Franco rechazó este cambio drástico con sorna, como apuntó en los resortes de la carta, finalmente cesó a los falangistas de varios puestos empezando por el propio Suñer que había sido un protegido de los mismos.

Si bien años antes Franco había dejado claro sus intenciones políticas sobre su nuevo régimen:

«Un estado totalitario armonizará en España el funcionamiento de todas las capacidades y energías del país, en el que, dentro de la Unidad Nacional, el trabajo, estimado como el más ineludible de los deberes, será el único exponente de la voluntad popular. Y merced a él, podrá manifestarse el auténtico sentir del pueblo español a través de aquellos órganos naturales que, como la familia, el municipio, la asociación y la corporación, harán cristalizar en realidades nuestro ideal supremo». (Francisco Franco Bahamonde; Discurso, 1 de abril de 1939)

Ahora intentaba engañar al mundo proclamando que de ahora en adelante... ¡el franquismo sería democrático! El famoso «Fuero de los españoles» de 1945 fue una de las primeras señales de esta fingida «renovación democrática» de cara al exterior. En lo progresivo, Franco se esforzaría por aparentar que su régimen no era tan lejano a las democracias burguesas:

«Nosotros no negamos la libertad ni las esencias de la democracia; nosotros no rehuimos la intervención del hombre en las tareas del Estado, que tiene entre nosotros más de un milenio de existencia. Nosotros lo que queremos es hacer compatible la libertad con el orden: lo que pretendemos es la seguridad social y la seguridad de España». (Francisco Franco; Discurso en Burgos, 1 de octubre de 1946)

«A esa democracia convencional nosotros oponemos una democracia católica y orgánica que dignifica y eleva al hombre». (Francisco Franco; Discurso en las Cortes, 14 de mayo de 1946)

Al franquismo se le ha intentado tachar «de régimen sin ideología», de «autoritarismo conservador», de «régimen autoritario», «régimen totalitario», de «dictadura sincrética» y una inifinidad de terminología vacía que en realidad quiere desligar al franquismo de su esencia fascista, y hablamos por fascismo como:

«La dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero. (...) La subida del fascismo al poder no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de clase de la burguesía –la democracia burguesa– por otra, por la dictadura terrorista abierta». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo: Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)

Evidentemente, el falangismo, descabezado tras la muerte de sus principales figuras, afrontó la posguerra como un partido de renombre, fervorosos jóvenes y afluyentee militancia, pero sin una dirección clara. Franco, tras diversos procesos para apretarle las tuercas, consiguió que falangistas y carlistas se entendiesen a la fuerza, cayese quien cayese, y así fue. En 1937 se anunció el famosísimo Decreto de unificación entre ambas corrientes, formando la Falange Española Tradicionalista de las JONS –denominación que duró hasta 1970, cuando se cambió el nombre a «Movimiento Nacional», desapareciendo este en 1977–. De este modo, Falange fue puesta en bandeja a Franco, y de ahora en adelante, tendría que actuar a su servicio so pena de consecuencias severas –Manuel Hedilla que tras varias dudas se opuso al decreto y fue encarcelado hasta 1947–. Bien es cierto que hubo algunos «camisas viejas» –denominados así a los veteranos falangistas previos a 1936–, que intentarían rebelarse ante la dirección de Franco. Unas veces trazarían desde la clandestinidad conspirando con dar un golpe de efecto, mientras que otros, aunque igualmente descontentos, optarían por maniobrar dentro de las facciones del régimen. De igual es verdad que la mayoría de falanges, camisas nuevas, aceptaron con gusto al Caudillo, al menos en un principio.

En todo caso, desde el primer momento Franco se valdría de la estructura del partido de moda, sabedor que eran quienes más habían crecido y quienes más disciplinados eran, pero cada vez que pudo se aseguró no solo de domesticar a sus jefes, sino de irlos reemplazando por opciones más moderadas para satisfacer al Ejército y la Iglesia. El falangismo y su doctrina fue utilizado como modelo propagandístico del régimen, solo que en una versión más menos radical y más conservadora, pero, sea como fuere, su ideología siguió dominando los aparatos del franquismo.

Cualquiera que haya estudiado la historia de Falange conocerá que esta fue vapuleada y domesticada por Franco en multitud de ocasiones, perdiendo gran parte de su autonomía y siendo obligada a aceptar una versión, digámoslo así, más conservadora y clerical de lo que ya era de por sí el rancio «nacional-sindicalismo». La crisis de mayo de 1941 y los sucesos de Begoña de 1942 marcarían el inicio del declive de la influencia falangista en los gabinetes del poder ejecutivo, conservando, eso sí, gran influencia en campos como la propaganda y juventudes. El proyecto frustrado de Arrese en 1957 o el rechazo de Franco al proyecto de Ley de Asociaciones de José Solís en 1964, indican el poco interés de Franco en la visión falangista, algo que contrastó en esa década con la promoción de los tecnócratas del Opus Dei y otros antifalangistas –como Carrero Blanco– para dirigir los destinos del país. Los falangistas –incluso los de corte «aperturista» como el propio Solís– habían perdido las manijas del «Movimiento Nacional». El Caso Matesa de 1969 fue otro duro golpe para el falangismo, y solo durante los años finales del tardofranquismo, con el cerco de la oposición hacia el régimen, los falangistas volvieron algo de peso.

Esto no quiere decir que la ideología fascista no estuviera de una forma u otra presente en los poros sociales del franquismo y sus representantes políticos. Más allá de las guerras internas entre las llamadas «familias del régimen», de los intentos del franquismo a partir de 1945 de barnizar «democráticamente» su imagen o de la pérdida de peso de los «camisas viejas» falangistas, una cosa es clara: el fascismo fue el eje ideológico que vertebró el régimen franquista. Aunque hubo una progresiva «desfalangización» en los puestos de mando, estos dominaban los resortes propagandísticos. Pero no solo eso, tengamos en cuenta que hasta las facciones más antifalangistas: católicos, militares, monárquicos y otros, no estaban lejos de haber sufrido una «efervescencia fascista» décadas antes –véase algunos conatos de la CEDA o la propia financiación de los monárquicos de Renovación Española a los falangistas–. Todos ellos la habían aceptado– en mayor o menor medida– que el fascismo era la ideología que estaba salvando a Europa del bolchevismo y que si como último recurso, debía hacerse lo mismo en España, pues bienvenido fuese. Aunque bajo ciertos retoques, el llamado «nacionalsindicalismo» de José Antonio Primo de Rivera fue la doctrina fundamental adoptada por el franquismo desde 1939 hasta su fin oficial en 1976. La famosa Ley de Principios del Movimiento Nacional de 1958, era básicamente una adaptación de los 9 puntos de Falange Española creados en 1933, aunque en una versión más moderada y conservadora.

«España es una unidad de destino en lo universal. El servicio a la unidad, grandeza y libertad de la Patria es deber sagrado y tarea colectiva de todos los españoles. (...) La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación. (...) Las instituciones y corporaciones de otro carácter que satisfagan, exigencias sociales de interés general deberán ser amparadas para que puedan participar eficazmente en el perfeccionamiento de los fines de la comunidad nacional. (...) La participación del pueblo en las tareas legislativas y en las demás funciones de interés general se llevará a cabo a través de la familia, el municipio, el sindicato y demás entidades con representación orgánica que a este fin reconozcan las leyes. Toda organización política de cualquier índole al margen de este sistema representativo será considerada ilegal. (...) Se reconoce al trabajo corno origen de jerarquía, deber y honor de los españoles, y a la propiedad privada, en todas sus formas, como derecho condicionado a su función social. La iniciativa privada, fundamento de la actividad económica, deberá ser estimulada, encauzada y, en su caso, suplida por la acción del Estado». (Ley de Principios del Movimiento Nacional, 17 de mayo de 1958)

En 1976 los que habían sido los gestores de estos principios –cada uno bajo su interpretación– terminaron aprobando en las Cortes franquistas la famosa Ley para la Reforma Política, que ponía el primer paso para inmolar el sistema fundado en 1939. Esto forzó a que muchas personas, todavía fieles a los valores del viejo orden, ocultasen sus inclinaciones políticas para adaptarse a los nuevos tiempos democrático-burgueses. Aun hoy existen personas que por diversas razones siguen aspirando a emular los principios básicos de lo que en su día fue el fascismo español. En su mayoría el catecismo ideológico que profesan reproduce, en mayor o menor medida, los nueve puntos que Falange Española anunció al mundo en 1933. Y aunque algunos antifascistas se resistan a creerlo, estos nostálgicos pueden abarcar a todo tipo de personajes imaginables, incluso podemos hallar a seguidores de esta doctrina entre las capas sociales más bajas. 

Generalmente, quienes evitan exponer esto suelen ser personajes filofranquistas, que intentan embellecer a Franco separándolo de las similitudes con las teorizaciones y prácticas de Primo de Rivera, Hitler o Mussolini para intentar no crear antipatías hacia él. De ahí que se haya definido el franquismo de mil maneras menos como es: un fascismo a la española.

Si leemos con atención a los teóricos o gobernantes fascistas veremos que esta concepción y función «corporativista» de «acuerdos» entre el patrón y el proletario a través del sindicato único son, en esencia, las mismas nociones del nacional-sindicalismo:

«Este periodo de crecimiento. (...) Es la consecuencia de la paz social lograda por el Movimiento Nacional, que se ha mantenido inconmovible pese a la contumacia de un enemigo externo que no cesa en sus ataques, gracias a las virtudes de un pueblo que se ha encontrado a sí mismo. (...) A una organización sindical que, asociando a los tres elementos de la producción, empresarios, técnicos y obreros, resuelve en su seno, al menos en primera instancia, los conflictos laborales, sustituyendo la violencia por el diálogo». (Luis Carrero Blanco; Discurso retransmitido en Televisión Española, 1 de abril de 1964)

No hace falta comentar también a aquellos «ilustrados», historiadores, analistas políticos, catedráticos y demás figuras del espectro de la «izquierda» –keynesianos, estructuralistas, posmodernos y otros– que en pleno siglo XXI todavía pretenden decirnos que el franco-falangismo no tienen que ver nada con el fascismo, porque según ellos «este rasgo le diferencia de este otro régimen en tal aspecto» o porque «éste otro rasgo está muy pronunciado y no se perfila en estos otros regímenes». Todo no se trata más que de palabrería insulsa, discusiones propias de escolástica moderna para intelectuales aburridos. Estas calificaciones artificiales desorientan y desarman a las masas sobre qué es y no es fascismo, pues el franquismo lo cumple en demasía como para volver a debates estériles. Por tanto hay que entender de una vez que:

«Dejando atrás a todas las demás formas de la reacción burguesa, por su cinismo y sus mentiras, el fascismo adapta su demagogia a las particularidades nacionales de cada país e incluso a las particularidades de las diferentes capas sociales dentro de un mismo país». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo: Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)

¿Y qué debemos decir del paso del franquismo a la monarquía parlamentaria?

Tampoco hay que descuidar la necesidad de poner en tela de juicio las teorías de los ideólogos semianarquistas, los cuales, dominados por la metafísica que creen que todo régimen que reprime es automáticamente tachado de fascista –¡como si la democracia burguesa no se reprimiese!–. Mención especial a aquellos que también creen que una vez instaurado el fascismo la burguesía no puede marchar hacia la democracia burguesa para salir de su crisis institucional –así lo creen pese a que se ha demostrado lo contrario en infinidad de países en las últimas décadas–. Estos señores comparten sin duda con los propios fascistas la falta del conocimiento y dominio de la dialéctica. Véase el capítulo: «El error de relacionar automáticamente represión con fascismo» de 2017.

Ni que decir de aquellos que igualmente venden que ven en la conservación en regímenes democrático-burgueses de algunas de las instituciones, dirigentes o leyes fascistas no es un rasgo que demuestre que el fascismo sigue vigente. Quién dice lo contrario es un metafísico. 

Todas las clases sociales explotadoras cuando acceden al poder, suelen crear nuevas formas políticas y jurídicas, pero llegado el caso conservan las leyes, estamentos y figuras servidoras de las antiguas clases derrotadas, al menos las que les son útiles. Así lo hizo la burguesía con la nobleza, en el tránsito del feudalismo al capitalismo sin ir más lejos. Como hemos visto en la mayoría de países la burguesía más liberal de las ciudades en los países atrasados, donde no se han realizado aún las tareas de la revolución burguesa, alienta consignas revolucionarias y democráticas pero una vez llegada la hora de la verdad, si no se ve con suficiente fuerza como para liderar el proceso en solitario, prefiere la mayoría de veces aliarse con los elementos retrógrados y reaccionarios como la nobleza, el clero, los terratenientes del campo e incluso en caso de haberlo también con los viejos colonialistas, frenando las reformas hasta un punto «aceptable para todos», prefiere ciertamente eso que ir del lado del proletariado que impulsa junto al campesinado el resolver esas tareas lo más rápidamente posible. Esto ocurre porque teme la fuerza, las iniciativas y las pretensiones de las capas trabajadoras, por ello se alía con las clases en decadencia e incluso propone formas políticas reaccionarias como la monarquía, es por eso también que simplemente mantiene instituciones y leyes precedentes, fuese anteriormente el régimen anterior uno colonial, monarquía absoluta, fascista, etc. Véase el capítulo: «La creencia de que si un Estado conserva figuras, instituciones o leyes de una etapa fascista es demostrativo de que el fascismo aún persiste» de 2017.

El proceso del fascismo a la democracia burguesa, igual que de la democracia burguesa al fascismo, no es un camino recto, por tanto, no dejan de representarse avances y retrocesos desde la casilla de salida hasta la meta; los cuales no son sino la vacilación de la propia burguesa al sopesar las ventajas y desventajas del paso que se está dando, así como las pugnas internas entre las fracciones de la burguesía. Por ello, muchas veces, hemos visto que la liberalización del régimen ha sido abortada durante un tiempo, para ponerse de nuevo en marcha y consumarse poco después, y en otros casos, la liberación se ha abolido definitivamente, y se vuelven a los métodos fascistas de dominación.

«Como pronosticaron desde el PCE (m-l) en 1966, el carrillismo del Partido Comunista de España (PCE) se equivocaba cuando anunciaba que el nuevo gobierno franquista de entonces significaba el fin próximo de las formas de dominación fascistas y que en un breve lapso de tiempo el régimen iba a desembocar en un tránsito pacífico hacia la democracia burguesa –incluso apartando a Franco–. Cierto es que el gobierno encabezado por uno de los líderes teóricamente más aperturistas –como era Manuel Fraga con su nueva Ley de Prensa-, toleraba un menor nivel de censura y publicaciones ajenas al régimen, también la Ley de Secretos Oficiales –condescendiente con los aperturistas y sus tramas– o la Ley de Libertad Religiosa –menos rígida que las anteriores–, suponían un cambio notable a comparación de los férreos años 40. Pero en realidad hubo una lucha cruenta dentro de las «familias del régimen» –véase el Caso Matesa que implicaba la corrupción de una fracción importante de los «tecnócratas» y el aireo en los medios de dichos affaires económicos por parte de los «aperturistas»–, pero pese a todo, estos desarrollos acabaron con la derrota de los aperturistas en 1969, con la consiguiente sustitución de los ministros sospechosos de mantener posiciones liberales y la supresión de facto de la Ley de Prensa y otras disposiciones generales. En los sucesivos gobiernos del tardofranquismo como el de 1973 –encabezado por Carrero Blanco hasta su muerte–, vemos un acoso mayor de la oposición que tiene como respuesta el endurecimiento de la represión mientras también encontramos conatos y concesiones, ahí está el gobierno de Arias y la Ley de asociaciones políticas de 1974, que nunca entró en vigor por temor a la oposición de figuras de la «línea dura» como Antonio Girón de Velasco. En todos estos gobiernos, tuviesen un equilibrio más o menos favorable para las familias, lo único cierto es que el régimen y su estructura aguantaría intacto más de lo que los carrillistas pensaban, que venían augurando el cambio a la democracia burguesa hacía ya más de veinte años. Esto solo ocurrió –y no de forma totalmente pacífica– con la muerte de Franco y los primeros gobiernos de Arias, cuando la resistencia del régimen al empuje de la oposición se fue agotando del todo para finales de 1975, reflejando que ya no podían gobernar como hasta entonces, dejando paso a Suárez, un reformador declarado, que hizo valer el «pacto entre señores» con la oposición moderada al franquismo, dando una muerte dulce al franquismo mediante un «abrazo de Vergara». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2020) 

Los marxistas jamás negaron que la burguesía pudiera alternar a la hora de utilizar ambos métodos de dominación, ni siquiera se afirmó lo contrario en los mayores momentos de crisis de la burguesía:

«Lo que caracteriza a la situación política internacional en el momento actual es el fascismo, el estado de sitio y la creciente ola de terror blanco desatada contra el proletariado. Pero esto no excluye la posibilidad de que, en un futuro bastante próximo, en países muy importantes la reacción burguesa abierta sea remplazada por una era «democrático-pacífica». (Internacional Comunista; Resolución sobre la táctica en el IVº Congreso de la Internacional Comunista, 1922)

Lo quieran o no, señores esquemáticos, la burguesía se decide a veces por el fascismo como forma de dominación y otras muchas se recicla así misma para reconvertirse bajo un régimen político de democracia burguesa. Para que esto suceda influye el nivel de movilizaciones y presiones populares, el nivel de organización de la clase obrera, el contexto y apoyo internacional del régimen fascista, la situación de la economía del país y mundial. Más allá de las figuras del régimen visibles, es la propia burguesía la que elige colectivamente renunciar a una forma de dominación política que no le está dejando gobernar con tranquilidad –incluso temiendo perder el poder–, por ello prefiere maniobrar y adaptarse a otra forma que sabe que es más aceptable a ojos de las masas populares, aunque le suponga hacer mayores concesiones a sus derechos y libertades. Es un cambio que puede dar la ocasión a la burguesía para calmar los ánimos de los trabajadores, permitiendo que el sistema productivo siga adelante sin más sobresaltos.

Si bien en la democracia burguesa asistimos a una pugna pueril y deshonesta entre las facciones de la burguesía, que se escenifica desde el parlamento, estas disputas no suelen acabar en colisiones demasiado violentas y normalmente priman las negociaciones y los acuerdos. Si bien el parlamentarismo democrático-burgués presupone la pugna de las facciones de la burguesía sin demasiadas colisiones, con el fascismo no hay garantía del fin de las luchas internas de la burguesía, sino que sucede al revés, pues su lucha se vuelve más violenta, incorporando incluso choques armados con una frecuencia inusitada, golpes en los que la otra facción queda fuera de juego durante largo tiempo. La causa de estas pugnas tan violentas no solo se explica por arribismos, sino también por la confrontación entre elementos de la burguesía que quieren pasar a formas más coercitivas y entre otros que desean adoptar formas de dominación más relajadas o directamente liberalizar el régimen; estas disputas no son discusiones académicas sobre la forma de gobernar, sino que son en algunos momentos discusiones muy serias, pues tomar una decisión u otra puede determinar que el sistema burgués salga mejor o peor parado.

La restricción de las cuotas de poder y el nepotismo, no solo promueven un obvio descontento entre los trabajadores, sino que en el campo burgués también crea una animadversión ante las capas que habían estado acostumbradas a llevar la batuta del país y ahora han sido apartadas. Este «descontento burgués» se inflama mucho más cuando, además, el gobierno fascista no es capaz de garantizar una economía que satisfaga sus ambiciones productivas, financieras y comerciales. Huelga decir que esta burguesía «antifascista» puede volverse rápidamente pro fascista si el gobierno le garantiza una colaboración política y por encima de todo unas ganancias económicas. Y, aunque como en todas las ideologías, siempre hay exaltados y románticos, estas discusiones no se producen tanto por amor a unos ideales concretos como a la forma en que creen que mejor defenderán sus intereses económicos. En resumen, podemos concluir que, exceptuando a sujetos fanáticos, que siempre los hay, la burguesía no puede ser calificada fascista o demócrata-burguesa por naturaleza, pues sus miembros siempre preferirán defender su bolsillo y su patrimonio en detrimento de la ideología concreta que en ese momento profese.

Entiéndase que, como en cualquier sociedad, la burguesía, pese a ser la clase dominante y la principal responsable de las ideas que circulan –moldeándolas a su imagen y semejanza o al menos con el fin de que sirvan a sus propósitos egoístas–, en verdad en su seno nunca logra obtener un acuerdo total en torno una única ideología que defienda sus intereses, sino que existen varias fórmulas que cumplen con dicho fin. Así, el liberalismo, el fascismo y otras expresiones son ideologías burguesas que responden a los mismos intereses de clase, pero desde distintos puntos de vista filosóficos y ofreciendo diferentes proyectos políticos –esto no excluye, por ejemplo, que finalmente ambas se encuentren en lo económico en la defensa de la propiedad privada o en lo cultural en la promoción del chovinismo nacional, sino fuese así, no tendrían el mismo tronco clasista–. Esta situación a su vez redunda en que en el campo burgués no exista una única «ideologización concreta» ni una «identidad homogénea» –ni entre los suyos ni entre sus aliados y ni mucho menos entre sus enemigos–; esto no se puede conseguir ni siquiera en los periodos más favorables para su causa, solo se pueden limitar –que no es poco– a que algunas de ellas consigan «dominar» e «influenciar» a otras ideologías y capas sociales. 

Es más, como clase dominante, la burguesía muchas veces acaba absorbiendo y readaptando diversas ideologías que a priori representaban a otras clases sociales intermedias, como la pequeña burguesía; esto ocurre cuando la burguesía toma y neutraliza la dirección de estos movimientos políticos o cuando estos por su propia voluntad se intentan hacer un hueco en el sistema político, aburguesándose –el socialdemocratismo y el agrarismo serían buenos ejemplos históricos–. Dicho esto, asumimos que es perfectamente viable y lícito emplear la expresión «ideología burguesa» incluso para pretendidas corrientes «marxistas» –las cuales pretenden conscientemente o no «revisar el marxismo»–, pues bajo estas marcas se recogen los puntos ya mencionados que tienen en común las distintas variantes ideológicas de los capitalistas, aunque no nazcan en el seno de su propia clase. Este «pluralismo» ideológico y las diferentes ofertas políticas burguesas, suceden, entre otros motivos, porque el capitalismo unas veces produce –espontáneamente– y otras conduce –voluntariamente– hacia él; la propia estratificación social da como resultado ideas y costumbres diferentes, y los medios de comunicación bombardean con toda una diversidad de filosofías idealistas que penetran sobre la población.

En España, con el fin del franquismo, muchos de los elementos simpatizantes que habían apoyado al franquismo tuvieron que resguardarse en distintas agrupaciones políticas como la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez, o la Alianza Popular (AP) de Manuel Fraga, transformando o moderando el discurso y su política para tener éxito en el nuevo régimen –bajo la nueva monarquía parlamentaria–. Nadie negará el desempeño fascista que en su día tuvieron estos ministros franquistas, del mismo modo que es imposible de negar que estos mismos fueron los que tuvieron la iniciativa de aceptar y encarrilar a las élites en desmontar el régimen del cual eran parte.

En verdad, ambos –Suárez y Fraga– fueron protagonistas en el franquismo y luego bajo la monarquía parlamentaria –el primero como Presidente de España y el segundo como Presidente de Galicia–. Esto implicaba, por supuesto, que en la llamada «Transición» se hiciese a costa de no juzgar y de mantener a los responsables del régimen franquista en los respectivos puestos de poder económico, judicial y político, como ya se había hecho en 1931 durante la también «modélica transición» de la dictadura de Primo de Rivera a la II República. El señor Fraga, por ejemplo, se había significado directamente en la represión antifranquista, pero no hubo problemas en que luego fuese fundador de Alianza Popular (AP), refundado luego bajo el nombre del actual Partido Popular (PP), que hasta hace nada gobernaba España. 

Con «el abandono» de los principales ideales del «movimiento» –franquista–, con esta adaptación a marchas forzadas, hubo muchos cruces de acusaciones entre antiguos «camaradas». Con los años se dio multitud de agrupaciones de «derecha»: entre abiertos y orgullos franquistas versus viejos franquistas ahora camuflados como «demócratas», surgiendo un problema sobre la militancia que se arrastra y los principios que se dicen defender. Los Blas Piñar y Cía acusaron a Fraga y Suárez de traidores a España y fueron amenazados por sus huestes.

La mayoría de jefes de los nuevos partidos, como José María Aznar, Presidente de España entre 1996-2004, provenían de las juventudes falangistas. ¿Pudo superar ese «pecado de juventud»? Es difícil saberlo. El señor Aznar se declaraba desde las filas del PP como liberal, globalista pero conservador en lo social, pero hace poco salió a la luz que financió a la Fundación Francisco Franco:

«La entidad franquista vivió un momento de oro con el Gobierno de José María Aznar, que le dio la polémica subvención de 150.000 euros para digitalizar un archivo de más de 29.000 documentos. Pero la FNFF también compró con ese dinero ordenadores, muebles, extintores o una trituradora de papel». (El diario.es; Las cuentas de la Fundación Franco: más de dos millones de euros donados por entusiastas del régimen, 6 de enero de 2019)

¿«La cabra tira al monte»? Claro que para los revolucionarios es importante saber de qué pie cojea» cada político, pero más importante a analizar son los desempeños de dichas figuras políticas, a qué clase representan y cómo se han comportado en el ejercido de su poder. Quien diga que «Aznar ha gobernado como un fascista» o que «el Estado que gobernó Aznar» es fascista, es que no tiene ni la más remota idea de lo que es el fascismo.

Hoy día, tanto agrupaciones añejas, como el PP, como agrupaciones nuevas, como C's, se han presentado ante su público como «liberales comprometidos con la democracia [burguesa]» pero se han negado a condenar el franquismo y sus crímenes en multitud de ocasiones en el parlamento. 

«El pleno del Senado ha condenado este miércoles «rotundamente» el franquismo, así como «cualquier acto de exaltación del mismo» en una moción del PSOE que respalda al Gobierno en la exhumación de Franco del Valle de los Caídos y que ha salido adelante por la abstención del PP, que tiene mayoría absoluta en la Cámara alta. La iniciativa, sin ningún voto en contra, ha recibido el apoyo de 97 votos del PSOE, Unidos Podemos y los nacionalistas catalanes y vascos. PP, Ciudadanos, Unión del Pueblo Navarro y Foro Asturias han aportado 136 abstenciones». (El País; El Senado condena el franquismo con la abstención de PP y Ciudadanos, 2018)

¿Les hace eso inherentemente fascistas? No, pero lo hacen porque saben que en mayor o menor medida arrastran a los nostálgicos del franquismo en sus filas o votos. Comprender esa peculiaridad de la política española es imprescindible». (Equipo de Bitácora (M-L); ¿Acaso el fascismo español falangista era realmente una «tercera vía» entre capitalismo y comunismo?, 2014)

Anexo: Véase el capítulo: «¿Es Vox un partido fascista?» de 2019.

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