miércoles, 19 de julio de 2023

Los marxistas-leninistas y las elecciones; L 'Empancipation, 1983

En relación con las próximas elecciones generales del 23 de julio de 2023, queremos dejarles el siguiente artículo publicado en su día en L'Emancipation. En él se puede observar cómo en 1983 el grupo marxista-leninista francés criticó la postura timorata y dubitativa del Partido Comunista de los Obreros de Francia (PCOF), el cual acabó pidiendo el voto por el bloque de alianza del Partido Socialista Francés (PSF) y el Partido Comunista Francés (PCF). En las anotaciones finales dejaremos al lector una serie de notas para entender ciertas cuestiones en su debido contexto, así como entender los paralelismos del fenómeno francés de aquellos días con otros escenarios y otras épocas. En resumen, se tratarán cuestiones como las siguientes: ¿cuándo tiene sentido el boicot o abstencionismo en unas elecciones?, ¿cuáles son las tareas verdaderamente urgentes cuando no existe un partido aglutinador? ¿por qué es necesario el análisis de la historia del movimiento revolucionario?, etcétera.

El documento:

«Con la llegada de las elecciones municipales, todo el mundo podía evaluar los veinte meses de gobierno de izquierda y constatar que la victoria del partido socialista y el revisionista [Nota de Bitácora (M-L): L’Emancipation se refiere aquí al Partido Comunista Francés (PCF), que mantuvo una coalición con el Partido Socialista Francés bajo el gobierno de Mitterrand de 1981] no había traído nada a los trabajadores, a ningún nivel. En estas condiciones, apoyar a los partidos de izquierda sólo puede ser resultado de una sumisión al chantaje que utilizan para convencer a los trabajadores de que «la derecha es peor que la izquierda». Durante mucho tiempo, la democracia burguesa ha estado difundiendo sus ilusiones jugando con la oposición derecha/izquierda. Es notable observar que el número de trabajadores que no muestran entusiasmo por este juego ilusorio crece constantemente. Esta «desmovilización» que lamentan los partidos de izquierda puede deberse al hecho de que estos mismos partidos buscan sólo salvar al capitalismo de la crisis. Los Jospin, Mermaz y Poperen −hermanos− lo repitieron como si sufrieran de psitacismo: el socialismo no está en el orden del día. Los revisionistas, que sin embargo proclamaron en sus últimos congresos la vigencia del socialismo, pretenden hoy gestionar los asuntos de un país capitalista... ¡pues así lo ha decidido la mayoría de los franceses! En la bancada de la extrema izquierda, un tal Lipietz pontifica sobre la necesidad de mejorar las relaciones de producción capitalistas para acelerar la llegada del socialismo. Todo está claro sobre este punto en los discursos de nuestros políticos de izquierda: la hora del socialismo no ha llegado −ni siquiera a través de reformas−.

Es difícil pedir a los trabajadores que se movilicen para salvar el capitalismo. Pero la astucia, por así decirlo, de socialistas y revisionistas, consiste en presentar la mejora de la suerte de los trabajadores como una solución parcial o incluso como la solución definitiva a las crisis del capitalismo: el viejo precepto socialdemócrata de la colaboración entre clases. Sin embargo, los trabajadores tampoco muestran un especial entusiasmo por esta «apuesta económica». En el pasado ha sucedido que, como resultado de una encarnizada lucha de clases, se arrancaron a la burguesía concesiones que mejoraron las condiciones laborales en materia de jornada laboral, vacaciones pagadas, salarios, derechos sindicales... el gobierno de izquierda pretende situar su actividad en la continuidad de estas reformas.

Pero, ¿de qué reformas se tratan? Los socialistas y revisionistas no ocultan el hecho de que los capitalistas conservan el «poder económico». ¡Ciertamente! En este contexto, unas reformas pueden o bien ser resultado de concesiones arrebatadas a los capitalistas, o bien «satisfacer directamente las demandas de la burguesía». Las primeras pueden mejorar momentáneamente la situación de los trabajadores y permitir un progreso del movimiento obrero, aunque estén limitadas por el hecho de que éstas no cuestionan las relaciones capitalistas de producción. Las segundas representan una regresión, un atentado a los derechos anteriormente conquistados por la clase obrera. Los partidos de izquierda tienen reputación de aplicar las primeras, las segundas son atribuidas a la derecha. Con el fin de evaluar correctamente la situación política actual, y de definir claramente nuestra posición frente a los partidos de izquierda, es necesario conocer a qué tipo pertenecen las reformas implementadas desde mayo de 1981.

Es fácil ver que todas estas reformas, en todos sus aspectos, benefician directamente al gran capital. No vivimos un período de auge del movimiento obrero y revolucionario donde la burguesía, para frenar la ola, cedería en ciertos puntos. Estamos en un período de reflujo y desconcierto, de parálisis del movimiento obrero, de dispersión del movimiento revolucionario, una situación que la burguesía aprovecha con la esperanza de neutralizar definitivamente al proletariado, anticipándose a los oscuros días que el capitalismo aguarda. La izquierda está en el poder para cumplir esto y nada más: es por eso por lo que cada acto suyo, cada palabra suya, lleva el sello de la peor reacción. Hemos mostrado varias veces, en estas columnas, cómo las reformas implementadas por la izquierda fueron profundamente antiobreras, dejando más posibilidades a los capitalistas de explotar a los trabajadores, de dejarlos en la calle cuando les plazca, de aumentar la fracción de la plusvalía… Solamente la dura lucha, llevada a cabo en difíciles condiciones de aislamiento y en oposición a las confederaciones sindicales, ha permitido a determinadas categorías de trabajadores poder preservar el poder adquisitivo de sus salarios. El desempleo no ha disminuido, aunque se han hecho esfuerzos considerables para reducir las estadísticas oficiales, expulsando brutalmente a los trabajadores de la actividad con el pretexto de la «jubilación anticipada» o de la «jubilación a los 60», o inscribiendo a cientos de miles de jóvenes desempleados en falsos cursillos de formación.

Para financiar esta expulsión de millones de trabajadores de la actividad laboral, se sustrae cada vez más, directa o indirectamente, del salario de quien tiene un trabajo. De esta forma, por el simple hecho del desempleo actual, los ingresos de la masa de trabajadores, tengan o no trabajo, estén en activo o en «jubilación anticipada», han disminuido, arrojando a la pobreza a cientos de miles de familias. ¿Qué milagrosa solución recomienda la izquierda para afrontar esta tragedia? «Trabajo compartido», es decir, la transformación de cada trabajador en parcialmente desempleado. Según el gobierno socialista-revisionista, el empleo remunerado a tiempo completo ya no es un derecho, sino un privilegio. ¿Puede calificarse esta política de otra cosa que no sea reaccionaria? Por otra parte, no se hizo nada para limitar los despidos, que se han multiplicado, incluso en los sectores que el programa de izquierda pretendía desarrollar, como la industria del carbón. La reciente gran huelga en Carmaux solo pudo limitar el daño.

Para romper la resistencia de los trabajadores, la izquierda ha incitado el odio racial contra los trabajadores inmigrantes. ¿A quién encontramos hoy en el poder? A miembros del Partido Comunista Francés (PCF), un partido revisionista que no duda en lanzar sus perros de presa contra los africanos, ministros socialistas −como Defferre o Auroux− que hacen declaraciones abiertamente racistas contra los inmigrantes. Mientras la policía continúa luciéndose con ataques y crímenes racistas, el poder social-revisionista sigue reclutando para fichar a millones de «sospechosos». Una política tal que así… ¿es algo distinto a una política reaccionaria? El ataque a los salarios, para bajarlos, ha sido el más claro y característico del momento. En un primer momento, bajo la ordenanza sobre el trabajo a tiempo parcial, el gobierno buscó reducir los salarios en un 2,5%. Luego se bloquearon los salarios. En 1982, el poder adquisitivo de la mayoría de los trabajadores disminuyó. Estos ataques continuarán, porque son parte de la lógica del desarrollo actual del capitalismo, como lo demuestra el «plan de austeridad» adoptado al día siguiente de las elecciones municipales. Algunos esperaban que un «progreso social» acompañe las medidas de austeridad en forma de «medidas sociales», Delors aseguró que la «austeridad» se aplicará mucho más allá de este año.

martes, 18 de julio de 2023

Las causas de la derrota de la Guerra Civil (1936-1939); Partido Comunista de España (marxista-leninista), 1986

El presente texto se puede decir que tiene su base en otra la obra del Partido Comunista de España (marxista-leninista): «La guerra revolucionaria del pueblo español contra el fascismo» (1975). La parte que hoy traemos corresponde a uno de los dos fragmentos publicados en el órgano de expresión «Vanguardia Obrera» durante el año 1986; uno de ellos analizaba los condicionantes internos y el otro los condicionantes externos de este conflicto iniciado el 18 de julio de 1936. 

El documento:

«Con la guerra civil y todo lo que la misma representó, es también necesario hacer un análisis crítico desde el punto de vista de la clase obrera y el pueblo, que nos permita estudiar y sintetizar sus aciertos y sus fracasos, sus victorias y sus errores y que nos permita componer las causas fundamentales por las que fueron derrotadas las fuerzas populares. Algunos de esos errores han sido mencionados en los anteriores capítulos. De lo que ahora se trata es de hacer una panorámica general de las causas de la derrota.

Los errores fueron tanto políticos como militares, si bien aparecen ligados. Aunque por razones de espacio y claridad, podemos sintetizar los fundamentales.

Principales causas políticas generales

–La guerra y el Frente Popular estuvieron dirigidos, en lo fundamental, por la media y la pequeña burguesía, y no por la clase obrera y su partido. Las diversas capas de la burguesía y sus correspondientes partidos se caracterizaron por su ambigüedad, sus vacilaciones y su gran temor a la clase obrera. Esto condicionó todo lo demás. No bastó, en efecto, con desarrollar con elevada combatividad y entusiasmo la lucha, sino que para poder llevar ésta a buen puerto era necesario también que la clase obrera y su partido asumieran la dirección de la misma, más cuando la guerra civil al ocurrir en la época de las revoluciones proletarias iniciada con la Revolución de Octubre de 1917 se inscribía y formaba parte de la revolución socialista mundial.

–Las propias contradicciones y la división en el seno de las fuerzas populares y republicanas que no se pudieron, o no se supieron resolver correctamente, lo cual llevó a continuos enfrentamientos políticos entre las organizaciones del Frente Popular, e incluso provocaron enfrentamientos armados entre ellas.

–El pesimismo y el espíritu de claudicación que se manifestaron sobre todo durante la etapa final de la guerra y desde la pérdida de Cataluña entre diversos factores burgueses derrotistas del lado republicano, comenzando por el propio Manuel Azaña, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, el General José Miaja, etc., lo cual llevó a minar progresivamente el espíritu de resistencia de la población y del mismo ejército republicano y facilitó el golpe traicionero de Segismundo Casado en 1939 [1].

–Las ilusiones que el Gobierno, las organizaciones del Frente Popular, incluso el mismo Partido Comunista de España (PCE) hicieron concebir a las masas de conseguir la victoria y la paz rápidamente. Al no llegar ésta, los sectores menos politizados y más vacilantes, se desilusionaron, perdieron firmeza y se cansaron de la lucha, posibilitando las condiciones para la derrota.

Principales causas militares

Son numerosos los errores estratégicos y tácticos que condujeron a la derrota de las fuerzas populares. Fueron también numerosos los problemas que no se supieron enfocar y no se resolvieron correctamente, tales como la cuestión de los cuadros de mando, no construir cuerpos de reserva para el Ejército, solucionar los problemas de logística armamento, industria de guerra, transporte, etc.–, despreciar los problemas de información fidedigna sobre el campo enemigo mientras los fascistas sí que la tuvieron del campo republicano, no tomar medidas para continuar la guerra en otras formas, etc. La lista sería demasiado larga. Por ello vamos a centrarnos en tres cuestiones:

–Una guerra con las características que tuvo la nuestra no podía, no debía, al menos en sus planteamientos generales iniciales, ser un tipo de guerra clásico para las fuerzas del pueblo. El tipo de guerra de posiciones, de trincheras, daba superioridad al Ejército enemigo, al estar éste mejor armado, entrenado y organizado para ello, tal como se demostró. El hecho de que en Madrid se pudo resistir no significaba que eso se debiera hacer en todo momento, pues en Madrid se daba una situación particular y era la excepción que confirmaba la regla. La guerra que debían llevar a cabo las fuerzas populares era, ante todo, una guerra de movimientos combinada con la acción en la retaguardia del enemigo [2]. Sin embargo, el Ejército republicano, dirigido por militares profesionales de formación tradicional, utilizó en lo esencial la guerra de posiciones, la guerra de desgaste, que ya sabemos qué resultados nos dio.

sábado, 15 de julio de 2023

Plejánov sobre el «medio geográfico», las «fuerzas productivas» y las «relaciones de producción»


«Sea como fuere, la zoología trasmite a la historia su homo ya en posesión de las actitudes necesarias para la invención y la utilización de los instrumentos primitivos. La tarea del historiador consiste pues únicamente en seguir el desarrollo de los órganos artificiales y revelar su influencia sobre el desarrollo del espíritu, así como la zoología lo ha hecho en lo referente a los órganos naturales. Ahora bien, si el desarrollo de éstos últimos fue influido por el medio natural, es fácilmente concebible que haya ocurrido lo mismo en el caso de los órganos artificiales.

Los habitantes de un país desprovisto de metales están en la imposibilidad de inventar instrumentos superiores a las herramientas de piedra. Para que el hombre pueda domesticar al caballo, a los cuadrúpedos de cuernos, al carnero, etc., que han desempeñado un papel tan importante en el desarrollo de sus fuerzas productivas, ha sido necesario habitar regiones en donde estos últimos, es decir, sus antecesores zoológicos, vivían en estado salvaje. El arte de la navegación no se ha iniciado en las estepas, etcétera. El medio natural, el medio geográfico, su pobreza o su riqueza, han ejercido por lo tanto una indiscutible influencia sobre el desarrollo de la industria. Además, el carácter del medio geográfico ha desempeñado otro papel mucho más notable en la historia de la cultura.

No es la fertilidad absoluta del suelo, sino más bien la diversidad de sus cualidades químicas, de su composición geológica, de su configuración física y la variedad de sus productos naturales, que forma la base natural de la división social del trabajo y que excitan al hombre en razón de las condiciones multiformes en medio de las cuales se encuentra, a multiplicar sus necesidades, sus facultades, sus medios y modos de trabajo.

Es la necesidad de dirigir socialmente una fuerza natural, de servirse de ella, de economizarla, de apropiársela en un plano superior mediante obras de arte, en una palabra, la necesidad de dominarla, lo que desempeña el papel decisivo en la historia de la industria. Tal ha sido la necesidad de regular y distribuir el curso de las aguas en Egipto, en Lombardía, en Holanda, etc. Lo mismo ocurre en la India, en Persia, etc., en donde la irrigación por medio de canales artificiales proporciona al suelo no sólo el agua indispensable sino también los abonos minerales que absorbe en las montañas y deposita en su limo.

Es así, pues, que el hombre obtiene en el medio natural los elementos necesarios para la creación de órganos artificiales con los cuales combate a la naturaleza. El carácter del medio natural determina el carácter de su actividad productora, de sus medios de producción. Pero los medios de producción determinan las relaciones recíprocas de los hombres en el proceso de producción tan inevitablemente como el armamento de un ejército determina toda la organización de éste, todas las relaciones recíprocas de los individuos que la componen. Pero las relaciones recíprocas de los hombres en el proceso social de la producción determinan toda la estructura de la sociedad. La influencia del medio natural sobre esta estructura es, por lo tanto, indiscutible. El carácter del medio natural determina el del medio social.

domingo, 9 de julio de 2023

Engels explicando la interrelación entre «casualidad» y «necesidad»

«Otra contraposición de que se ve cautiva la metafísica es la que media entre casualidad y necesidad. ¿Puede haber una contradicción más tajante que la que separa a estas dos determinaciones del pensamiento? ¿Cómo es posible que ambas sean idénticas, que lo casual sea necesario y lo necesario, al mismo tiempo, casual? El sentido común, y con él la inmensa mayoría de los naturalistas, consideran la casualidad y la necesidad como categorías que se excluyen mutuamente de una vez por todas. Una cosa, una relación, un fenómeno tiene que ser o casual o necesario, pero nunca ambas cosas a la vez. Lo uno y lo otro coexisten, por tanto, paralelamente, en la naturaleza; ésta encierra toda suerte de objetos y procesos, de los cuales unos son casuales y otros necesarios, siendo importante no confundir entre sí ambas categorías. Así, por ejemplo, se consideran las características determinantes del género como necesarias, reputándose como casuales las demás diferencias que median entre individuos del mismo género, lo mismo si se trata de minerales que de plantas o de animales. Y, a su vez, el grupo inferior se declara casual con respecto al superior, considerándose casual, por ejemplo, cuántas especies distintas integren el género felino o el género equino, cuántos géneros y órdenes entren en una clase, cuántos individuos de cada una de estas especies existan, cuántas clases distintas de animales se den en determinada región o, en general, la fauna o la flora. Y se reputa lo necesario como lo único interesante desde el punto de vista científico y lo casual como lo indiferente para la ciencia. Lo que vale tanto como decir que lo que puede reducirse a leyes, o sea lo que se conoce, es interesante y lo que no se conoce, lo que no se sabe reducir a leyes, indiferente y que, por tanto, se puede prescindir de ello. Con lo cual cesa toda ciencia, ya que ésta debe precisamente investigar lo que no conocemos. Eso quiere decir: lo que se puede reducir a leyes generales se considera necesario y lo que no, casual. Todo el mundo se da cuenta de que es el mismo tipo de ciencia el que reputa natural lo que sabe explicarse y atribuye a causas sobrenaturales lo que es inexplicable para ella, siendo de todo punto indiferente en cuanto al fondo de la cosa que llame a la causa de lo inexplicable casualidad o la llame Dios. Son dos maneras distintas de expresar mi ignorancia y nada tienen que ver, por lo tanto, con la ciencia. Esta termina allí donde falla la trabazón necesaria.

Frente a esto tenemos el determinismo, que pasa del materialismo francés a las ciencias naturales y que trata de resolver el problema de lo casual pura y simplemente negándolo. Según esta concepción, en la naturaleza reina sencillamente la necesidad directa. Si esta vaina de guisante tiene precisamente cinco granos, y no cuatro o seis; si la cola de este perro mide cinco pulgadas de largo, ni una línea más o menos; si esta flor de trébol ha sido fecundada en el año actual por una abeja, y que la otra no, y lo ha sido, además, por una determinada abeja y en un momento determinado; si esta simiente ya ajada de diente de león ha germinado y la otra no; si anoche me ha picado una pulga a las cuatro de la mañana, y no a las tres ni a las cinco, y me ha picado, concretamente, en el hombro derecho, y no en la pantorrilla izquierda: son todos hechos producidos por un encadenamiento inexorable de causa a efecto, por una inconmovible necesidad, de tal modo, que ya la bola de gas de la que nació el sistema solar estaba dispuesta de manera que estos hechos tuvieran que producirse precisamente así, y no de otro modo. Es ésta una clase de necesidad que no nos saca para nada de la concepción teológica de la naturaleza. A la ciencia le da, sobre poco más o menos, lo mismo que llamemos a esto, con Agustín y Calvino, los designios eternos e insondables de Dios, que lo llamemos «kismet», como los turcos, o que lo bauticemos con el nombre de necesidad. Imposible desembrollar en ninguno de estos casos la cadena causal; nos quedamos a oscuras lo mismo en un caso que en otro, la llamada necesidad no pasa de ser una frase vacía de sentido, y la casualidad sigue siendo, así, lo que antes era. Mientras no podamos probar a qué causas obedece el número de guisantes que hay en una vaina, seguirá siendo algo casual, y no avanzaremos ni un paso en su explicación por decir que la cosa se hallaba ya prevista en la originaria constitución del sistema solar. Más aún. La ciencia que se propusiera indagar retrospectivamente en su encadenamiento casual el caso de esta vaina concreta de guisante, ya no sería tal ciencia, sino un mero juego, pues la misma vaina de guisante presenta por sí sola innumerables características individuales más, que se presentan como obra del azar: el matiz del color, el espesor y la dureza de la cáscara, el tamaño de los guisantes, etc., para no hablar de las particularidades individuales que pueden ser descubiertas a través del microscopio. Una sola vaina de guisante plantearía, pues, más problemas de concatenación causal de los que serían capaces, de resolver todos los botánicos del mundo.