«Con la llegada de las elecciones municipales, todo el mundo podía evaluar los veinte meses de gobierno de izquierda y constatar que la victoria del partido socialista y el revisionista [Nota de Bitácora (M-L): L’Emancipation se refiere aquí al Partido Comunista Francés (PCF), que mantuvo una coalición con el Partido Socialista Francés bajo el gobierno de Mitterrand de 1981] no había traído nada a los trabajadores, a ningún nivel. En estas condiciones, apoyar a los partidos de izquierda sólo puede ser resultado de una sumisión al chantaje que utilizan para convencer a los trabajadores de que «la derecha es peor que la izquierda». Durante mucho tiempo, la democracia burguesa ha estado difundiendo sus ilusiones jugando con la oposición derecha/izquierda. Es notable observar que el número de trabajadores que no muestran entusiasmo por este juego ilusorio crece constantemente. Esta «desmovilización» que lamentan los partidos de izquierda puede deberse al hecho de que estos mismos partidos buscan sólo salvar al capitalismo de la crisis. Los Jospin, Mermaz y Poperen −hermanos− lo repitieron como si sufrieran de psitacismo: el socialismo no está en el orden del día. Los revisionistas, que sin embargo proclamaron en sus últimos congresos la vigencia del socialismo, pretenden hoy gestionar los asuntos de un país capitalista... ¡pues así lo ha decidido la mayoría de los franceses! En la bancada de la extrema izquierda, un tal Lipietz pontifica sobre la necesidad de mejorar las relaciones de producción capitalistas para acelerar la llegada del socialismo. Todo está claro sobre este punto en los discursos de nuestros políticos de izquierda: la hora del socialismo no ha llegado −ni siquiera a través de reformas−.
Es difícil pedir a los trabajadores que se movilicen para salvar el capitalismo. Pero la astucia, por así decirlo, de socialistas y revisionistas, consiste en presentar la mejora de la suerte de los trabajadores como una solución parcial o incluso como la solución definitiva a las crisis del capitalismo: el viejo precepto socialdemócrata de la colaboración entre clases. Sin embargo, los trabajadores tampoco muestran un especial entusiasmo por esta «apuesta económica». En el pasado ha sucedido que, como resultado de una encarnizada lucha de clases, se arrancaron a la burguesía concesiones que mejoraron las condiciones laborales en materia de jornada laboral, vacaciones pagadas, salarios, derechos sindicales... el gobierno de izquierda pretende situar su actividad en la continuidad de estas reformas.
Pero, ¿de qué reformas se tratan? Los socialistas y revisionistas no ocultan el hecho de que los capitalistas conservan el «poder económico». ¡Ciertamente! En este contexto, unas reformas pueden o bien ser resultado de concesiones arrebatadas a los capitalistas, o bien «satisfacer directamente las demandas de la burguesía». Las primeras pueden mejorar momentáneamente la situación de los trabajadores y permitir un progreso del movimiento obrero, aunque estén limitadas por el hecho de que éstas no cuestionan las relaciones capitalistas de producción. Las segundas representan una regresión, un atentado a los derechos anteriormente conquistados por la clase obrera. Los partidos de izquierda tienen reputación de aplicar las primeras, las segundas son atribuidas a la derecha. Con el fin de evaluar correctamente la situación política actual, y de definir claramente nuestra posición frente a los partidos de izquierda, es necesario conocer a qué tipo pertenecen las reformas implementadas desde mayo de 1981.
Es fácil ver que todas estas reformas, en todos sus aspectos, benefician directamente al gran capital. No vivimos un período de auge del movimiento obrero y revolucionario donde la burguesía, para frenar la ola, cedería en ciertos puntos. Estamos en un período de reflujo y desconcierto, de parálisis del movimiento obrero, de dispersión del movimiento revolucionario, una situación que la burguesía aprovecha con la esperanza de neutralizar definitivamente al proletariado, anticipándose a los oscuros días que el capitalismo aguarda. La izquierda está en el poder para cumplir esto y nada más: es por eso por lo que cada acto suyo, cada palabra suya, lleva el sello de la peor reacción. Hemos mostrado varias veces, en estas columnas, cómo las reformas implementadas por la izquierda fueron profundamente antiobreras, dejando más posibilidades a los capitalistas de explotar a los trabajadores, de dejarlos en la calle cuando les plazca, de aumentar la fracción de la plusvalía… Solamente la dura lucha, llevada a cabo en difíciles condiciones de aislamiento y en oposición a las confederaciones sindicales, ha permitido a determinadas categorías de trabajadores poder preservar el poder adquisitivo de sus salarios. El desempleo no ha disminuido, aunque se han hecho esfuerzos considerables para reducir las estadísticas oficiales, expulsando brutalmente a los trabajadores de la actividad con el pretexto de la «jubilación anticipada» o de la «jubilación a los 60», o inscribiendo a cientos de miles de jóvenes desempleados en falsos cursillos de formación.
Para financiar esta expulsión de millones de trabajadores de la actividad laboral, se sustrae cada vez más, directa o indirectamente, del salario de quien tiene un trabajo. De esta forma, por el simple hecho del desempleo actual, los ingresos de la masa de trabajadores, tengan o no trabajo, estén en activo o en «jubilación anticipada», han disminuido, arrojando a la pobreza a cientos de miles de familias. ¿Qué milagrosa solución recomienda la izquierda para afrontar esta tragedia? «Trabajo compartido», es decir, la transformación de cada trabajador en parcialmente desempleado. Según el gobierno socialista-revisionista, el empleo remunerado a tiempo completo ya no es un derecho, sino un privilegio. ¿Puede calificarse esta política de otra cosa que no sea reaccionaria? Por otra parte, no se hizo nada para limitar los despidos, que se han multiplicado, incluso en los sectores que el programa de izquierda pretendía desarrollar, como la industria del carbón. La reciente gran huelga en Carmaux solo pudo limitar el daño.
Para romper la resistencia de los trabajadores, la izquierda ha incitado el odio racial contra los trabajadores inmigrantes. ¿A quién encontramos hoy en el poder? A miembros del Partido Comunista Francés (PCF), un partido revisionista que no duda en lanzar sus perros de presa contra los africanos, ministros socialistas −como Defferre o Auroux− que hacen declaraciones abiertamente racistas contra los inmigrantes. Mientras la policía continúa luciéndose con ataques y crímenes racistas, el poder social-revisionista sigue reclutando para fichar a millones de «sospechosos». Una política tal que así… ¿es algo distinto a una política reaccionaria? El ataque a los salarios, para bajarlos, ha sido el más claro y característico del momento. En un primer momento, bajo la ordenanza sobre el trabajo a tiempo parcial, el gobierno buscó reducir los salarios en un 2,5%. Luego se bloquearon los salarios. En 1982, el poder adquisitivo de la mayoría de los trabajadores disminuyó. Estos ataques continuarán, porque son parte de la lógica del desarrollo actual del capitalismo, como lo demuestra el «plan de austeridad» adoptado al día siguiente de las elecciones municipales. Algunos esperaban que un «progreso social» acompañe las medidas de austeridad en forma de «medidas sociales», Delors aseguró que la «austeridad» se aplicará mucho más allá de este año.