Mussolini durante la marcha sobre Roma, 1922 |
«¿De dónde emana la influencia del fascismo sobre las masas? El fascismo logra atraer a las masas porque especula de forma demagógica con sus necesidades y exigencias más candentes. El fascismo no sólo azuza los prejuicios hondamente arraigados en las masas, sino que especula también con los mejores sentimientos de éstas, con su sentimiento de justicia y, a veces, incluso con sus tradiciones revolucionarias. ¿Por qué los fascistas alemanes, esos lacayos de la gran burguesía y enemigos mortales del socialismo, se hacen pasar ante las masas por «socialistas» y presentan su subida al poder como una «revolución»? Porque se esfuerzan por explotar la fe en la revolución y la atracción del socialismo que viven en el corazón de las amplias masas trabajadoras de Alemania.
El fascismo actúa al servicio de los intereses de los imperialistas más agresivos, pero ante las masas se presenta bajo la máscara de defensor de la nación ultrajada y apela al sentimiento nacional herido, como hizo, por ejemplo, el fascismo alemán que arrastró consigo las masas pequeño burguesas con la consigna de: «¡contra el tratado de Versalles!».
El fascismo aspira a la más desenfrenada explotación de las masas, pero se acerca a ellas con una demagogia anticapitalista muy hábil, explotando el profundo odio de los trabajadores contra la burguesía rapaz, contra los bancos, los trusts y los magnates financieros y lanzando las consignas más seductoras para el momento dado, para las masas que no han alcanzado una madurez política. En Alemania: «nuestro Estado no es un Estado capitalista, sino un Estado corporativo», en el Japón: «por un Japón sin explotadores», en los Estados Unidos: «por el reparto de las riquezas», etc.
El fascismo entrega al pueblo a la voracidad de los elementos más corrompidos y venales, pero se presenta ante él con la reivindicación de un «gobierno honrado e insobornable». Especulando con la profunda desilusión de las masas sobre los gobiernos de democracia burguesa, el fascismo se indigna hipócritamente ante la corrupción –véase, por ejemplo, el caso Barmat y Sklarek en Alemania, el caso Staviski en Francia y otros–.
El fascismo capta, en interés de los sectores más reaccionarios de la burguesía, a las masas decepcionadas que abandonan los viejos partidos burgueses. Pero impresiona a estas masas por la violencia de sus ataques contra los gobiernos burgueses, por su actitud irreconciliable frente a los viejos partidos de la burguesía.
Dejando atrás a todas las demás formas de la reacción burguesa por su cinismo y sus mentiras, el fascismo adapta su demagogia a las particularidades nacionales de cada país e incluso a las particularidades de las diferentes capas sociales dentro de un mismo país. Y las masas de la pequeña burguesía, incluso una parte de los obreros, llevados a la desesperación por la miseria, el paro forzoso y la inseguridad de su existencia, se convierten en víctimas de la demagogia social y chovinista del fascismo.
El fascismo llega al poder como el partido del asalto contra el movimiento revolucionario del proletariado, contra las masas populares en efervescencia, pero presenta su subida al poder como un movimiento «revolucionario», dirigido contra la burguesía en nombre de «toda la nación» y para «salvar» a la nación –recordemos la «marcha» de Mussolini sobre Roma, la «marcha» de Piłsudski sobre Varsovia, la «revolución» nacional-socialista de Hitler en Alemania, etc–.
Pero cualquiera que sea la careta con que se disfrace el fascismo, cualquiera que sea la forma en que se presente, cualquiera que sea el camino por el que suba al poder; el fascismo es la más feroz ofensiva del capital contra las masa trabajadoras; el fascismo es el chovinismo más desenfrenado y al guerra de rapiña; el fascismo es la reacción feroz y la contrarrevolución; el fascismo es el peor enemigo de la clase obrera y de todos los trabajadores». (Georgi Dimitrov, La clase obrera contra el fascismo: Informe en el VIIº Congreso de la Komintern, 2 de agosto de 1935)
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