«La escisión es preferible a la confusión, que impide el crecimiento ideológico, teórico y revolucionario del partido y su madurez, así como su labor práctica unánime, verdaderamente organizada, que prepare de verdad la dictadura del proletariado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)
En tanto que las editoriales de nuestro país –que los imperialistas del mundo entero saquearon para vengarse de la revolución proletaria y que continúan saqueando y bloqueando, a pesar de todas las promesas hechas a sus obreros– organizaban la publicación de mi folleto, se han recibido del extranjero datos complementarios. Sin aspirar, ni mucho menos, a que mi folleto sea algo más que unas notas rápidas de un publicista, abordaré brevemente algunos puntos.
1. La escisión de los comunistas alemanes
La escisión de los comunistas en Alemania es un hecho. Los «izquierdistas» u «oposición de principio» han constituido su «Partido Comunista Obrero», a diferencia del «Partido Comunista». En Italia, por lo visto, las cosas marchan también hacia la escisión. Digo «por lo visto», pues dispongo sólo de dos nuevos números, el 7 y el 8, del periódico izquierdista Il Soviet, en los cuales se discute abiertamente la posibilidad y la necesidad de la escisión y se habla asimismo de un congreso de la fracción de los «abstencionistas» –o boicoteadores, es decir, los enemigos de la participación en el parlamento–, que hasta ahora pertenece al Partido Socialista Italiano.
Existe el peligro de que el rompimiento con los «izquierdistas», antiparlamentarios –y, en parte también, antipolíticos, adversarios del partido político y de la actuación en los sindicatos–, se convierta en un fenómeno internacional, a semejanza del rompimiento con los «centristas» –o kautskianos, longuetistas, «independientes», etc.–. Sea así. En fin de cuentas, la escisión es preferible a la confusión, que impide el crecimiento ideológico, teórico y revolucionario del partido y su madurez, así como su labor práctica unánime, verdaderamente organizada, que prepare de verdad la dictadura del proletariado.
Que los «izquierdistas» se pongan a prueba de una manera práctica a escala nacional e internacional, que intenten preparar –y, después, realizar– la dictadura del proletariado sin un partido rigurosamente centralizado, dotado de una disciplina férrea, sin saber dominar todas las esferas, ramas y variedades de la labor política y cultural. La experiencia práctica les enseñará con rapidez.
Pero se deben hacer todos los esfuerzos necesarios para que la escisión con los «izquierdistas» no dificulte –o dificulte lo menos posible– la fusión en un solo partido, inevitable en un futuro próximo y necesaria, de todos los participantes en el movimiento obrero que defienden sincera y honradamente el Poder Soviético y la dictadura del proletariado. Los bolcheviques de Rusia tuvieron una suerte singular al disponer de quince años para combatir de modo sistemático y hasta el fin tanto a los mencheviques –es decir, los oportunistas y los «centristas»– como a los «izquierdistas» mucho antes de que empezara la lucha directa de masas por la dictadura del proletariado. Ahora es forzoso hacer esta misma labor en Europa y América «a marchas forzadas». Algunos individuos, sobre todo fracasados pretendientes a jefes, pueden obstinarse durante largo tiempo en sus errores –si carecen de disciplina proletaria y de «honradez consigo mismos»–; pero las masas obreras, cuando llegue el momento, se unirán con facilidad y rapidez y unirán a todos los comunistas sinceros en un solo partido, capaz de instaurar el régimen soviético y la dictadura del proletariado*.
[*En cuanto a la fusión ulterior de los comunistas «de izquierda», de los antiparlamentarios, con los comunistas en general señalaré, además, lo siguiente. Por lo que he podido conocer en los periódicos de los comunistas «de izquierda» y de los comunistas en general de Alemania, los primeros tienen la ventaja sobre los segundos de que saben efectuar mejor la agitación entre las masas. Algo análogo he observado repetidas veces –si bien en menores proporciones y en organizaciones locales aisladas, y no en todo el país– en la historia del Partido Bolchevique. En 1907 y 1908, por ejemplo, los bolcheviques «de izquierda» desplegaban a veces y en algunos sitios con más éxito que nosotros su labor de agitación entre las masas. Esto se explica, en parte, porque es más fácil abordar a las masas con la táctica de la «simple» negación en una situación revolucionaria o cuando están frescos aún los recuerdos de la revolución. Sin embargo, eso está lejos de ser un argumento que justifique semejante táctica. En todo caso, no ofrece la menor duda que un Partido Comunista que quiera ser de verdad la vanguardia, el destacamento avanzado de la clase revolucionaria, del proletariado, y que desee, además, aprender a dirigir a las grandes masas no sólo proletarias, sino también no proletarias, a las masas trabajadoras y explotadas, está obligado a saber organizar y hacer propaganda y agitación del modo más accesible, comprensible, claro y vivo tanto para «la callo» urbana; fabril, como para la aldea.]
2. Los comunistas y los independientes en Alemania
En el folleto he expresado la opinión de que el compromiso entre los comunistas y el ala izquierda de los independientes es necesario y provechoso para el comunismo, pero que no será fácil conseguirlo. Los números de los periódicos que he recibido con posterioridad confirman ambas cosas. En el núm.32 del periódico Bandera Roja, órgano del CC del Partido Comunista de Alemania –Die Rote Fahne [59], Zentralorgan der Kommunistischen Partei Deutschlands, Spartakusbund, del 26 de marzo de 1920–, se publica una «declaración» de dicho CC sobre el «putsch» militar –complot, aventura– de Kapp-Lüttwitz y acerca del «gobierno socialista». Esta declaración es absolutamente justa desde el punto de vista de la premisa fundamental y desde el de la conclusión práctica. La premisa fundamental consiste en que, en el momento actual, no existe «base objetiva» para la dictadura del proletariado por cuanto «la mayoría de los obreros urbanos» apoya a los independientes. Conclusión: promesa de «oposición leal» al gobierno «socialista» –es decir, negativa a preparar su «derrocamiento violento»– «si se excluye a los partidos burgueses-capitalistas».
La táctica es justa, sin duda, en lo fundamental. Pero si bien no es necesario detenerse en pequeñas inexactitudes de fórmula, es imposible, empero, silenciar que no se puede llamar «socialista» –en una declaración oficial del Partido Comunista– a un gobierno de socialtraidores; que no se puede hablar de exclusión de «los partidos burgueses-capitalistas», cuando los partidos de los Scheidemann y de los señores Kautsky y Crispien son democráticos pequeñoburgueses; que no se puede escribir cosas como el párrafo cuarto de la declaración, que proclama:
«... Para que el comunismo siga ganando a las masas proletarias, tiene magna importancia, desde el punto de vista del desarrollo de la dictadura del proletariado, una situación en la que la libertad política pueda ser utilizada de modo ilimitado y la democracia burguesa no pueda actuar como dictadura del capital...»
Semejante situación es imposible. Los jefes pequeñoburgueses, los Henderson –Scheidemann– y los Snowden –Crispien– alemanes, no rebasan ni pueden rebasar los límites de la democracia burguesa, que, a su vez, no puede dejar de ser la dictadura del capital. Desde el punto de vista de los resultados prácticos que se había propuesto con todo acierto el CC del Partido Comunista, no debían haber sido escritas en modo alguno esas cosas, erróneas por principio y perjudiciales políticamente. Para ello habría bastado con decir –si se quiere dar muestras de cortesía parlamentaria–: mientras la mayoría de los obreros urbanos siga a los independientes, nosotros, los comunistas, no podemos impedir a esos obreros que se desembaracen de sus últimas ilusiones democráticas pequeñoburguesas –es decir, también «burguesas-capitalistas»– con la experiencia de «su» gobierno. Eso es suficiente para: argumentar el compromiso, que es verdaderamente necesario y debe consistir en renunciar durante cierto tiempo a las tentativas de derrocar por la violencia un gobierno que cuenta con la confianza de la mayoría de los obreros urbanos. Y en la agitación cotidiana, masiva, no vinculada al marco de la cortesía oficial, parlamentaria, podría, claro está, agregarse: dejemos que miserables como los Scheidemann y filisteos como los Kautsky y los Crispien muestren con sus actos hasta qué extremo están engañados y engañan a los obreros; su gobierno «puro» hará «con más pureza que nadie» la labor de «limpiar» los establos de Augías del socialismo, del socialdemocratismo y demás variedades de la socialtraición.
La naturaleza auténtica de los jefes actuales del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania –de esos jefes de los cuales se dice, faltando a la verdad, que han perdido ya toda influencia, pero que, de hecho, son todavía más peligrosos para el proletariado que los socialdemócratas húngaros, que se denominaban comunistas y prometían «apoyar» la dictadura del proletariado– se ha puesto de manifiesto una y otra vez durante la korniloviada alemana, es decir, durante el «putsch» de los señores Kapp y Lüttwitz*. Una ilustración pequeña, pero elocuente, de ello nos la ofrecen el articulejo de Carlos Kautsky «Los minutos decisivos» –Entscheidende Stunden–, publicado en Freiheit –La Libertad [60], órgano de los independientes– el 30 de marzo de 1920, y el de Arturo Crispien «Acerca de la situación política» –aparecido el 14 de abril de 1920 en el periódico citado–. Estos señores no saben en absoluto pensar y razonar como revolucionarios. Son llorones demócratas pequeñoburgueses, mil veces más peligrosos para el proletariado si se declaran partidarios del Poder Soviético y de la dictadura proletaria, pues, en la práctica, cometerán de manera ineluctable una traición en cada momento difícil y peligroso... ¡«sinceramente» convencidos de que ayudan al proletariado! También los socialdemócratas húngaros, rebautizados de comunistas, querían «ayudar» al proletariado cuando, por cobardía y pusilanimidad, consideraron desesperada la situación del Poder Soviético en Hungría y gimotearon ante los agentes de los capitalistas de la Entente y ante sus verdugos.
*Dicho sea de pasada, esto lo ha explicado con extraordinaria claridad, concisión y exactitud, al estilo marxista, el magnífico periódico del Partido Comunista Austríaco «Bandera Roja» en sus números del 28 y 30 de marzo de 1920 –Die Rote Fahne, Wien, 1920, Nº266 und267; L. L.: Etn neuer Abschnitt der deutschen 1'levolution–. –L. L.: "Una nueva etapa de la revolución alemana". 9. de la Edit–.
3. Turati y compañía en Italia
Los números del periódico italiano «Il Soviet» a que he aludido confirman cuanto he dicho en el folleto acerca del error del Partido Socialista Italiano, el cual tolera en sus filas a tales miembros e incluso a semejante grupo de parlamentarios. Lo confirma más aún un testigo ajeno, el corresponsal en Roma del periódico liberal burgués «The Manchester Guardian» –Inglaterra–, que en el número del 12 de marzo de 1920 publicó una interviú hecha por él a Turati.
«... El señor Turati –escribe este corresponsal– supone que el peligro revolucionario no es tan grande como para suscitar temores en Italia. Los maximalistas juegan con el fuego de las teorías soviéticas únicamente para mantener a las masas en estado de agitación y excitación. Sin embargo; estas teorías son nociones puramente legendarias, programas no maduros, inútiles para el uso práctico. Sirven sólo para mantener a las clases trabajadoras en estado de expectación. La misma gente que las emplea como cebo para deslumbrar los ojos proletarios se ve obligada a sostener una lucha cotidiana para conquistar algunas mejoras económicas, con frecuencia insignificantes, a fin de retrasar el momento en que las clases trabajadoras pierdan las ilusiones y la fe en sus mitos predilectos. De ahí ese largo período de huelgas de toda magnitud y por cualquier pretexto, incluidas las últimas huelgas de correos y de ferrocarriles, que hacen todavía más grave la situación del país, ya difícil de por sí. El país está irritado por las dificultades dimanantes de su problema adriático, se siente abrumado por su deuda exterior y por su desmesurada emisión de papel moneda y, sin embargo, está muy lejos aún de comprender la necesidad de asimilar la disciplina de trabajo, única capaz de restablecer el orden y la prosperidad...»
Está claro como la luz del día que el corresponsal inglés se ha ido de la lengua y ha dicho una verdad que, probablemente, ocultan y adornan el propio Turati y sus defensores, cómplices e inspiradores burgueses en Italia. Esta verdad consiste en que las ideas y la labor política de los señores Turati, Treves, Modigliani, Dugoni y cía. son tal y como los dibuja el corresponsal inglés. Eso es auténtica socialtraición. ¡Cuán elocuente es la sola defensa del orden y de la disciplina para los obreros que padecen la esclavitud asalariada, que trabajan para que se lucren los capitalistas! ¡Y qué conocidos nos son a los rusos todos esos discursos mencheviques! ¡Cuán valiosa es la confesión de que las masas están a favor del Poder Soviético! ¡Qué estúpida y trivialmente burguesa resulta la incomprensión del papel revolucionario de las huelgas, que crecen de manera espontánea! Sí, sí, el corresponsal inglés del periódico liberal burgués ha prestado un flaco servicio a los señores Turati y cía. y ha confirmado de modo excelente cuán justas son las demandas del camarada Bordiga y de sus amigos del periódico Il Soviet, los cuales exigen que el Partido Socialista Italiano, si quiere de verdad estar a favor de la Komintern, expulse con oprobio de sus filas a los señores Turati y cía. y se transforme en un Partido Comunista tanto por el nombre como por sus actos.
4. Conclusiones erróneas de premisas justas
Pero de su justa crítica a los señores Turati y cía., el camarada Bordíga y sus amigos «izquierdistas» sacan la errónea conclusión de que es perjudicial en general participan en el parlamento. Los «izquierdistas» italianos no pueden aportar ni sombra de argumentos serios en defensa de esta opinión. Simplemente desconocen –o tratan de olvidar– los modelos internacionales de verdadera utilización revolucionaria y comunista de los parlamentos burgueses, provechosa de modo indiscutible para preparar la revolución proletaria. En realidad, no se imaginan la «nueva» utilización del parlamentarismo y claman, repitiéndose hasta la saciedad, contra la utilización «vieja», no bolchevique.
En esto reside, precisamente, su error básico. No sólo en el terreno del parlamento, sino en todos los campos de actividad, el comunismo debe aportar –y no podrá hacerlo sin un trabajo prolongado, persistente y tenaz– algo nuevo por principio, que rompa de manera radical con las tradiciones de la II Internacional –conservando y desarrollando, al mismo tiempo, todo lo que ha proporcionado de bueno–.
Tomemos, aunque sólo sea, el trabajo periodístico. Los periódicos, folletos y hojas cumplen una labor necesaria de propaganda, agitación y organización. Ningún movimiento de masas puede pasarse en un país, por poco civilizado que sea, sin un mecanismo periodístico. Y ni los gritos contra «los jefes» ni los juramentos de proteger la pureza de las masas frente a la influencia de los jefes pueden librarnos de la necesidad de utilizar para ese trabajo a hombres procedentes de los medios intelectuales burgueses, pueden librarnos de la atmósfera y el ambiente democráticos burgueses, «de propiedad privada», en que se efectúa esa labor en el capitalismo. Incluso dos años y medio después de ser derrocada la burguesía y de conquistar el poder político el proletariado, vemos en torno nuestro esa atmósfera, ese ambiente de relaciones de propiedad privada, democráticas burguesas, que tienen carácter de masas –campesinos, artesanos–.
El parlamentarismo es una forma de trabajo; el periodismo, otra. El contenido puede ser comunista en ambas, y debe serlo, si quienes actúan en una u otra esfera son verdaderos comunistas, verdaderos militantes del partido proletario, de masas. Pero en una y en otra –y en cualquier esfera de trabajo en el capitalismo y en la transición del capitalismo al socialismo– es imposible rehuir las dificultades y las originales tareas que debe vencer y cumplir el proletariado para utilizar en su propio provecho a gente que procede de medios burgueses, para conquistar la victoria sobre los prejuicios y la influencia de los intelectuales burgueses, para debilitar la resistencia del ambiente pequeñoburgués –y, posteriormente, para transformarlo por completo–. ¿Acaso no hemos visto en todos los países, hasta la guerra de 1914-1918, extraordinaria abundancia de ejemplos de anarquistas, sindicalistas y otros elementos muy «izquierdistas» que fulminaban el parlamentarismo, se mofaban de los parlamentarios socialistas contaminados de trivialidad burguesa, fustigaban su arribismo, etc., etc., y hacían la misma carrera burguesa a través del periodismo, a través de la labor en los sindicatos? ¿Es que los ejemplos de los señores Jouhaux y Merrheim, si nos limitamos a Francia, no son típicos?
La puerilidad de «negar» la participación en el parlamento consiste, precisamente, en que con ese método tan «sencillo», «fácil» y pseudo-revolucionario quieren «cumplir» la difícil tarea de luchar contra las influencias democráticas burguesas en el seno del movimiento obrero y, en realidad, lo único que hacen es huir de su propia sombra, cerrar los ojos ante las dificultades y desembarazarse de ellas sólo con palabras. Es indudable que el arribismo más desvergonzado, la utilización burguesa de los escaños parlamentarios, la aclamante adulteración reformista de la labor en el parlamento y la vulgar rutina pequeñoburguesa son rasgos peculiares habituales y predominantes, engendrados por el capitalismo en todas partes tanto fuera como dentro del movimiento obrero. Pero el capitalismo y el ambiente burgués creado por él –y que, incluso después de derrocada la burguesía, desaparece muy despacio, pues el campesinado hace renacer sin cesar a la burguesía– engendran absolutamente en todos los ámbitos del trabajo y de la vida, en esencia, el mismo arribismo burgués, el chovinismo nacional, la trivialidad pequeñoburguesa, etc., con insignificantes variedades de forma.
Os parece, queridos boicoteadores y anti-parlamentaristas, que sois «terriblemente revolucionarios»; pero, en realidad, os habéis asustado de las dificultades relativamente pequeñas que presenta la lucha contra las influencias burguesas en el seno del movimiento obrero, en tanto que vuestra victoria, es decir, el derrocamiento de la burguesía y la conquista del poder político por el proletariado, hará surgir esas mismas dificultades en proporciones mayores, muchísimo mayores. Os habéis asustado como niños de la pequeña dificultad que se alza hoy ante vosotros, sin comprender que mañana y pasado mañana tendréis, pese a todo, que aprender –y aprender por completo– a vencer las mismas dificultades, pero en proporciones incomparablemente mayores.
Con el Poder Soviético, en vuestro –y en nuestro– partido proletario tratarán de infiltrarse aún más elementos procedentes de la intelectualidad burguesa. Penetrarán también en los Soviets, en los tribunales y en el mecanismo administrativo, pues es imposible construir el comunismo con otra cosa que no sea el material humano creado por el capitalismo. Es imposible expulsar y exterminar a los intelectuales burgueses. Lo que se debe hacer es vencerlos, transformarlos, refundirlos, reeducarlos, de la misma manera que es necesario reeducar en lucha prolongada, sobre la base de la dictadura del proletariado, a los proletarios mismos, que no se desembarazan de sus prejuicios pequeñoburgueses de golpe, por milagro, por obra y gracia del Espíritu Santo o por el efecto mágico de una consigna, de una resolución o de un decreto, sino únicamente en una lucha masiva larga y difícil contra la influencia de las ideas pequeñoburguesas entre las masas. En el Poder Soviético, esas mismas tareas que el antiparlamentario aparta ahora de un manotazo con tanto orgullo, altanería, ligereza y puerilidad, esas mismas tareas resurgirán dentro de los Soviets, en la administración soviética, entre «los defensores del Derecho» [61] al soviéticos –hemos destruido en Rusia, e hicimos bien en destruirla, la abogacía burguesa, pero renace entre nosotros al socaire de «los defensores del Derecho» «soviéticos»–. Entre los ingenieros soviéticos, entre los maestros soviéticos y entre los obreros privilegiados –es decir, los de más alta calificación y los mejor colocados– de las fábricas soviéticas vemos renacer de manera constante absolutamente todos los rasgos negativos propios del parlamentarismo burgués, y sólo con una lucha reiterada, infatigable, prolongada y tenaz del espíritu de organización y la disciplina proletarios estamos venciendo –paulatinamente– este mal.
Está claro que bajo el dominio de la burguesía es muy «difícil» triunfar sobre las costumbres burguesas en el propio partido, es decir, en el partido obrero: es «difícil» expulsar del partido a los jefes parlamentarios habituales, corrompidos sin esperanza de curación por los prejuicios burgueses; es «difícil» someter a la disciplina proletaria al número absolutamente necesario –en cierta cantidad, aunque sea muy limitada– de gente que procede de la burguesía; es «difícil» crear en el parlamento burgués una minoría comunista digna por completo de la clase obrera; es «difícil» conseguir que los parlamentarios comunistas no se dediquen a nimiedades parlamentarias burguesas, sino que se entreguen a la labor esencialísima de propaganda, agitación y organización de las masas. Todo eso es, sin duda, «difícil»; fue difícil en Rusia y es incomparablemente más difícil en Europa Occidental y en Norteamérica, donde son mucho más fuertes la burguesía, las tradiciones democráticas burguesas, etc.
Pero todas estas «dificultades» son, en verdad, pueriles si se las compara con las tareas, absolutamente del mismo carácter, que deberá cumplir de manera ineluctable el proletariado para conquistar la victoria, en el transcurso de la revolución proletaria y después de tomar el poder. En comparación con estas tareas verdaderamente gigantescas, cuando, existiendo la dictadura del proletariado, habrá que reeducar a millones de campesinos y pequeños propietarios, a centenares de miles de empleados, funcionarios públicos e intelectuales burgueses, subordinándolos a todos al Estado proletario y a la dirección proletaria, y vencer en ellos las tradiciones y los hábitos burgueses; en comparación con estas tareas gigantescas, resulta de una facilidad pueril crear en el parlamento burgués, bajo el dominio de la burguesía, una minoría auténticamente comunista del verdadero partido proletario.
Si los camaradas «izquierdistas» y antiparlamentarios no aprenden a vencer ahora una dificultad incluso tan pequeña, podrá decirse con seguridad que o no estarán en condiciones de realizar la dictadura del proletariado, no podrán subordinar y transformar en vasta escala a los intelectuales burgueses y las instituciones burguesas, o deberán terminar de aprender a toda prisa y, con esa premura, originarán un daño inmenso a la causa proletaria, cometerán más errores que de ordinario, darán muestras de una debilidad y una incapacidad más que regulares, etc., etc.
En tanto que la burguesía no sea derrocada –y, después de su derrocamiento, hasta que no desaparezcan por completo la pequeña hacienda y la pequeña producción mercantil–, el ambiente burgués, los hábitos de propiedad privada y las tradiciones pequeñoburguesas echarán a perder la labor proletaria desde dentro y desde fuera del movimiento obrero, no sólo en una esfera de actividad, la parlamentaria, sino, de manera inevitable, en todas y cada una de las esferas de la actividad social, en todos los campos del quehacer cultural y político, sin excepción alguna. Y constituye un profundísimo error, que deberá pagarse después de modo inexcusable, el intento de desentenderse, de apartarse de una de las tareas «desagradables» o de las dificultades en una esfera de trabajo. Hay que aprender, y aprender hasta el fin, a dominar todos los tipos de trabajo y de actividad, sin ninguna excepción, a vencer por doquier todas las dificultades y todas las costumbres, tradiciones y hábitos burgueses. Cualquier otro planteamiento de la cuestión carece simplemente de seriedad, es pueril.
12-V-1920.
V
En la edición rusa de este libro he expuesto con cierta inexactitud la conducta del Partido Comunista Holandés en su conjunto en el ámbito de la política revolucionaria mundial. Por eso aprovecho la ocasión para publicar la carta, que se reproduce más abajo, de nuestros camaradas holandeses acerca de este problema y, además, para corregir la expresión «tribunistas holandeses», empleada por mí en el texto ruso, sustituyéndola con las palabras «algunos miembros del Partido Comunista Holandés» [62].
N. Lenin
Carta de Wijnkoop
Moscú, 30 de junio de 1920
Querido camarada Lenin:
Gracias a su amabilidad, los miembros de la delegación holandesa al II Congreso de la Komintern hemos tenido la posibilidad de leer su libro «La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo» antes de que apareciera traducido a los idiomas de Europa Occidental. En este libro subraya Ud. varias veces su desaprobación del papel que han desempeñado algunos miembros del Partido Comunista Holandés en la política internacional.
Debemos protestar, sin embargo, contra el hecho de que atribuya Ud. al partido comunista la responsabilidad por los actos de esos miembros. Esto es inexacto en extremo. Más aún, es injusto, pues esos miembros del Partido Comunista Holandés participan muy poco, o no participan en absoluto, en la labor cotidiana del partido; intentan también, directa o indirectamente, aplicar en el partido comunista las consignas oposicionistas, contra las que el Partido Comunista Holandés y todos sus organismos han sostenido y sostienen hasta hoy la lucha más enérgica.
Con un saludo fraternal –en nombre de la delegación holandesa–.
D. I. Wijnkoop.
Notas
[59] Die Rote Fahne –«Bandera Roja»–: periódico fundado por Karl Liebknecht y Róża Luksemburg como órgano central de la Liga Espartaco; más tarde fue órgano central del Partido Comunista de Alemania. Se publicó desde 1918 hasta 1939.
[60] La Libertad –«Die Freiheit»–: diario, órgano del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania; se editó en Berlín desde 1918 hasta 1922.
[61] «Defensores del Derecho Soviéticos»: colegios de abogados instituidos en febrero de 1918 adjuntos a los Soviets de diputados obreros, soldados, campesinos y cosacos; fueron disueltos en octubre de 1920.
[62] De conformidad con esta indicación de Lenin, en la presente edición se ha sustituido en todas partes la expresión «tribunistas holandeses» con las palabras «algunos miembros del Partido Comunista Holandés».
Vladimir Ilich Uliánov, Lenin;
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