jueves, 20 de noviembre de 2025

¿Cuáles son las quejas de Lunarcharski respecto al enfoque del arte y la vida social de Pereverzev?

«La esencia de nuestra postura marxista en la crítica literaria, como es bien sabido, radica en que, en primer lugar, consideramos todo arte, incluida la literatura, como un reflejo de la vida social. Para nosotros, la literatura forma parte del proceso social y está totalmente determinada por el entorno social en el que surge y se desarrolla.

En segundo lugar, consideramos la literatura una gran fuerza social, por lo que el marxismo no solo debe investigar los orígenes de la literatura −tal o cual libro o autor−, sino también su significado social, su propósito consciente o semiconsciente y los resultados verdaderamente objetivos, los cambios verdaderamente objetivos, que un libro, un autor o una escuela determinados son capaces de producir en la sociedad. Así pues, abordamos la literatura dialécticamente: primero, desde la perspectiva del origen, como sociólogos, como monistas, como personas que creen que la sociedad es un todo integrado, con el cambio económico como factor y fundamento fundamental y determinante. Por otro lado, abordamos la literatura como personas interesadas en el proceso sociopedagógico en el sentido más amplio del término, en el proceso de maduración y formación de la conciencia humana según ciertos ideales y actitudes.

Esto es lo principal que distingue a todo marxista: todo marxista ve las cosas exactamente de esta manera, y estas son las características principales de nuestro enfoque literario marxista.

Hay que decir que nosotros, los marxistas, en nuestra inmensa mayoría, con la excepción de muy pocos entre nosotros, creemos que esta base económica, este cambio en el poder del hombre sobre la naturaleza a través del crecimiento de su trabajo, sus herramientas y, dependiendo de ello, la organización económica del hombre, no influye directamente en la literatura, es decir, que en muy raras ocasiones es posible pasar directamente de la tecnología de un tiempo determinado y de la estructura económica de un tiempo determinado a la literatura.

Existen excepciones entre los marxistas que creen que tal conexión puede establecerse. A esto se le suele llamar «shulyatikovismo», en honor a Shulyatikov, quien, en los albores de nuestros estudios literarios marxistas, cometió tales errores y a menudo derivó formas artísticas de la tecnología o de hechos económicos.

He aquí uno de los ejemplos más burdos que se pueden dar: creía que la industria fabril, al crear una enorme cantidad de chimeneas, actúa en una dirección tal que en el arte las líneas verticales comienzan a prevalecer sobre las horizontales; un ejemplo de una transferencia burda y primitiva de cambios técnicos al arte.

Otro ejemplo: Shulyatikov creía que todos los escritores pertenecientes a la clase burguesa o de alguna manera bajo la influencia de la burguesía engañan deliberadamente a la gente, poniéndose máscaras de hipocresía, máscaras de liberalismo mercantil, e intentando disfrazar su verdadera naturaleza.

Esto, por supuesto, no es marxismo en absoluto, y en aquel entonces, cuando objeté a Shulyatikov −éramos jóvenes por aquel entonces−, señalé que aquello no era marxismo, sino misantropía, que intenta encontrar tras cada palabra elocuente un alma humana vil y cree que, con la excepción de los revolucionarios y los proletarios conscientes, todos los demás son oportunistas interesados en su propio beneficio, bastardos que se disfrazan bajo nobles ideales. Cabe decir que, en la actualidad, se han formulado reproches contra el camarada Pereverzev −de quien hablaré brevemente más adelante− por semejante shulyatikovismo, o una versión debilitada del mismo, debido a que evita cuidadosamente establecer la fórmula de Plejánov con la que este principal fundador de la crítica literaria marxista vinculó la economía y la literatura.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Engels reflexionando sobre la religión, su origen, evolución y solución


«Pero la religión no es más que el reflejo fantástico, en las cabezas de los hombres, de los poderes externos que dominan su existencia cotidiana: un reflejo en el cual las fuerzas terrenas cobran forma de supraterrenas. En los comienzos de la historia son las fuerzas de la naturaleza las primeras en experimentar ese reflejo, para sufrir luego, en la posterior evolución de los distintos pueblos, los más complejos y abigarrados procesos de personificación. Este proceso está documentado en detalle, por lo menos para los pueblos indogermánicos, por la mitología comparada, desde su origen en los vedas indios y en su continuación entre los indios, los persas, los griegos, los romanos, los germanos y, según la suficiencia del material, entre los celtas, los lituanos y los eslavos. Pero pronto entran en acción, junto a las fuerzas de la naturaleza, también las fuerzas sociales, fuerzas que se enfrentan al principio al hombre como tan extrañas e inexplicables como las de la naturaleza, y que le dominan aparentemente con la misma necesidad natural que éstas. Las formaciones fantásticas en las que al principio se reflejaron solo las misteriosas fuerzas de la naturaleza cobran así atributos sociales, se convierten en representantes de poderes históricos. A un nivel evolutivo aún superior, todos los atributos naturales y sociales de los muchos dioses se transfieren a un único Dios omnipotente, el cual no es a su vez sino el reflejo del hombre abstracto. Así nació el monoteísmo, el cual fue históricamente el último producto de la tardía filosofía vulgar griega y halló su encarnación en el Dios exclusivamente nacional judío Jahvé. En esta forma cómoda, manejable y adaptable a todo, la religión puede subsistir como forma inmediata —es decir, sentimental— del comportamiento del hombre respecto de las fuerzas ajenas, naturales y sociales, que le dominan, y ello mientras los hombres estén bajo el dominio de dichas fuerzas. Pero hemos visto varias veces que en la actual sociedad burguesa los hombres están dominados, como por un poder ajeno, por las relaciones económicas que han creado ellos mismos y por los medios de producción que ellos mismos han producido. El fundamento real de la acción refleja religiosa sigue, pues, en pie, y con él el reflejo religioso mismo. El hecho de que la economía burguesa permita cierta percepción de las conexiones causales de ese dominio externo no cambia objetivamente nada. La economía burguesa no puede ni impedir las crisis en su totalidad ni proteger al capitalista individual de pérdidas, malas deudas y bancarrota, o al trabajador individual del paro y la miseria. Aún sigue valiendo que el hombre propone y Dios es decir, el extraño poder del modo de producción capitalista dispone. El mero conocimiento, aunque sea más amplio y profundo que la economía burguesa, no basta para someter fuerzas sociales al dominio de la sociedad. Para ello hace falta ante todo una acción social. Y cuando esa acción está realizada, cuando la sociedad, mediante la toma de posesión y el manejo planificado de todos los medios de producción, se haya liberado a sí misma y a todos sus miembros de la servidumbre en que hoy están respecto de esos mismos medios de producción, por ellos producidos, pero a ellos enfrentados como ajeno poder irresistible; cuando el hombre pues, no se limite a proponer, sino que también disponga, entonces desaparecerá el último poder ajeno que aún hoy se refleja en la religión, y con él desaparecerá también el reflejo religioso mismo, por la sencilla razón de que no habrá nada ya que reflejar» (Friedrich Engels; Anti-Duhring, 1878)

jueves, 30 de octubre de 2025

¿Puede el «órgano de expresión» ser el «organizador y educador colectivo»? Lenin responde las objeciones de los «economicistas»

«En el primer período del movimiento de masas (1896-1898), los militantes locales intentan publicar un órgano destinado a toda Rusia: Rabóchaya Gazeta; en el período siguiente (1898-1900), el movimiento da un gigantesco paso adelante, pero los órganos locales absorben totalmente la atención de los dirigentes. Si se hace un recuento de todos esos órganos locales, resultará por término medio un número al mes. ¿No es esto una prueba evidente del primitivismo de nuestros métodos de trabajo? ¿No demuestra eso de manera fehaciente el atraso que nuestra organización revolucionaria lleva del avance espontáneo del movimiento? Si se hubiera publicado la misma cantidad de números de periódicos por una organización única, y no por grupos locales dispersos, no sólo habríamos ahorrado una inmensidad de fuerzas, sino asegurado a nuestro trabajo infinitamente más estabilidad y continuidad. Olvidan con demasiada frecuencia este sencillo razonamiento tanto los militantes dedicados a las labores prácticas, que trabajan activamente de manera casi exclusiva en los órganos locales –por desgracia, en la inmensa mayoría de los casos, la situación no ha cambiado–, como los publicistas que muestran en esta cuestión asombroso quijotismo. (...) No se constriñan al principio indiscutible, pero demasiado abstracto, de la utilidad de los periódicos locales en general; tengan, además, el valor de reconocer francamente sus lados negativos, puestos de manifiesto en dos años y medio de experiencia. Esta experiencia demuestra que, en nuestras condiciones, los periódicos locales resultan en la mayoría de los casos vacilantes en los principios y faltos de importancia política. (...) Un buen mecanismo clandestino de imprenta exige una buena preparación profesional de los revolucionarios y la más consecuente división del trabajo, y estas dos condiciones son de todo punto irrealizables en una organización local aislada, por mucha fuerza que reúna en un momento dado. (...) El predomino de la prensa local sobre la central es síntoma de penuria o de lujo. De penuria, cuando el movimiento no ha cobrado todavía fuerzas para un trabajo a gran escala, cuando aún vegeta en medio del primitivismo y casi se ahoga «en las pequeñeces de la vida fabril». De lujo, cuando el movimiento ha podido ya plenamente con la tarea de las denuncias en todos los sentidos y de la agitación en todos los sentidos, de modo que, además del órgano central, se hacen necesarios numerosos órganos locales. (...) Nadiezhdin no está de acuerdo y dice: «Iskra cree que el pueblo se reunirá y organizará en torno a ese periódico en el trabajo para él. ¡Pero si le es mucho más fácil reunirse y organizarse en torno a una labor más concreta!» Así, así: «más fácil reunirse y organizarse en torno a una labor más concreta». Dice el refrán: «Agua que no has de beber, déjala correr». Pero hay gentes que no sienten reparo en beber agua en la que ya se ha escupido. ¡Qué de infamias no habrán dicho nuestros excelentes «críticos» legales «del marxismo» y admiradores ilegales de Rabóchaya Mysl en nombre de este mayor concretamiento! ¡Hasta qué punto coartan todo nuestro movimiento nuestra estrechez de miras, nuestra falta de iniciativa y nuestra timidez, que se justifican con los argumentos tradicionales de que «¡es mucho más fácil… en torno a una labor más concreta! (...) Vean en qué consiste ese «algo más concreto» en torno al que –cree él– será «mucho más fácil» reunirse y organizarse: 1) periódicos locales; 2) preparación de manifestaciones; 3) trabajo entre los obreros parados. A simple vista se advierte que todo eso ha sido entresacado totalmente al azar, por casualidad, pro decir algo, porque, comoquiera que se mire, será un perfecto desatino ver en ello algo de especial utilidad para «reunir y organizar». Y el mismo Naidezhdin dice unas páginas más adelante: «Ya va siendo hora de hacer constar sencillamente un hecho: en el plano local se realiza una labor pequeña en grado sumo, los comités no hacen ni la décima parte de lo que podrían... los centros de unificación que tenemos ahora son una ficción, son burocracia revolucionaria, sus miembros se dedican a ascenderse mutuamente a generales, y así seguirán las cosas mientras no se desarrollen fuertes organizaciones locales». No cabe duda de que estas palabras encierran, al mismo tiempo que exageraciones, muchas y amargas verdades. ¿Será posible que Nadiezhdin no vea el nexo existente entre la pequeña labor realizada en el plano local y el estrecho horizonte de los dirigentes locales, la escasa amplitud de sus actividades, cosas inevitables, dada la poca preparación de los mismos, puesto que se encierran en los marcos de las organizaciones locales?». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

viernes, 10 de octubre de 2025

Dutt y Deborin analizando las propuestas del corporativismo fascista

En esta ocasión traemos al lector una pequeña compilación de dos textos de gran interés y utilidad para estudiar el fascismo, especialmente en lo que se refiere a la propuesta de la sociedad corporativista:

a) Por un lado, el británico Rajani Palme Dutt en su obra «Fascismo y revolución social» (1934) analiza el papel que jugó fascismo en Italia y Alemania −presentándose como una supuesta tercera vía frente al liberalismo y el socialismo− y, a su vez, el papel de este en la defensa del orden burgués y las políticas monopolistas. 

b) Por el otro, el soviético Abraham Deborin, si bien se integró con mayor o menor éxito en la filosofía soviética con el halo permanente de sospecha sobre él y su grupo por su pasado menchevique y algunas teorías inexactas, hay que reconocer que siguió proporcionando producciones de gran valor, como su obra «La ideología del fascismo» (1936). Aquí corroboró que toda la teoría fascista respecto a la cuestión del Estado se resume en la defensa del orden burgués existente, la supeditación de las masas respecto a los caudillos y las «élites» del fascismo, conformadas por los capitalistas y sus ideólogos. 

Obviamente, la obra de Deborin sufrió diferentes reediciones a lo largo de los años, por lo que tras el periodo stalinista algunas frases fueron modificadas o directamente omitidas. Estos cambios, sin duda con la aprobación del propio autor, fueron una constante en el periodo de la «desestalinización» y no perseguían otro objetivo que borrar de la historia de la URSS tanto para el público autóctono como el extranjero cualquier referencia a Stalin y su pensamiento. Esto no es una simple especulación nuestra, dicha obra fue traducida al español en 1964 por la editorial Pueblos Unidos partiendo de la versión soviética más actualizada en aquel entonces, y en esta versión no es rastreable el nombre del georgiano, si bien se mantiene alguna cita suya sin mencionar la obra original.

La simpatía posterior de Deborin autor hacia el revisionismo soviético, hizo que intentase revocar sin éxito la «Resolución del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (Bolchevique)» (25 de enero de 1931). Pero esto o su conversión a la filosofía jruschovista no menoscaba la esencia de sus textos previos a 1953, puesto que más allá de inexactitudes o errores, que todos los autores los tienen, sus textos aún siguen siendo aptos para la formación de cuadros. En este caso logró dar en el blanco a la hora de hallar y desmontar el fenómeno demagógico del fascismo. 

Capitalismo, socialismo y Estado corporativo

«El fascismo difiere del socialismo principalmente en esto: que en el Estado Corporativo te dejarán en posesión de tu negocio». (El fascismo llama a los industriales y hombres de negocios; La Semana Fascista, 19-25 de enero de 1934)

El fascismo se esfuerza por presentarse como una tercera alternativa distinta del capitalismo o del socialismo. Ante los trabajadores, el fascismo insiste en que no defiende el capitalismo. Ante los empresarios, el fascismo insiste en que no representa al socialismo. Para su supuesta concepción positiva distinta sigue siendo extremadamente vaga. Sólo después de varios años de existencia el fascismo italiano elaboró la fórmula del «Estado corporativo» para cubrir su objetivo. El fascismo alemán elaboró la fórmula del «nacional-socialismo». Ambas fórmulas pretenden representar la supuesta «tercera alternativa» al capitalismo o al socialismo.

Esta supuesta «tercera alternativa» −el sueño de la ideología pequeñoburguesa desde el desarrollo del capitalismo y la lucha de clases− sigue siendo un mito y nunca podrá ser otra cosa que un mito. De hecho, no es más que una repetición del viejo sueño pequeñoburgués de una sociedad de clases sin contradicciones de clase ni lucha de clases, pero esta vez utilizado para encubrir en realidad el Estado de clases y la supresión de clases más violentamente coercitivos. El «Estado corporativo» es, de hecho, el disfraz transparente del capitalismo moderno, con una desarrollada organización estatal de la industria y la completa supresión de toda organización y derechos independientes de los trabajadores.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Los méritos del PTA en la lucha contra el revisionismo no deben de hacernos olvidar sus vacilaciones y debilidades; Equipo de Bitácora (M-L), 2025

«Hoy todavía no son pocos los que se empeñan en buscar en el PTA un «historial antirevisionista» impecable en todo momento y lugar. Pero tratar de hallar tal pretensión de pureza es simplemente una quimera. Esto supondría que la gente nunca se equivoca y actúa al máximo de sus capacidades, mientras sus homólogos también serían algo así como «superhombres» que pueden con todo, lo cual es ridículo. Esto nunca ocurrió con Enver Hoxha, como tampoco con ninguno de sus predecesores ni discípulos, por más sabios y prudentes que sean. En la resolución de cualquier tarea siempre habrá lagunas, campos del conocimiento sin explorar, malas valoraciones, tanto en el presente como en el pasado. Esto no significa que sea imposible para el individuo la búsqueda de una actividad consecuente. Sin embargo, animamos al lector a que se cuide y sospeche de todo aquel revolucionario que no sabe hallar falencias en sus referentes ni en su mismo, puesto que supone que su nivel de ignorancia, sentimentalismo o narcisismo es demasiado alto como para ser tomado en serio. Véase el capítulo: «Entonces, ¿nunca ha coqueteado el marxismo-leninismo con nociones mecanicistas, místicas o evolucionistas?» (2022).

Seguramente, todo el mundo conocerá el famoso informe principal al VIII Congreso del PTA (1981) de Enver Hoxha donde este realizaba una radiografía muy precisa sobre el carácter del revisionismo soviético, chino, yugoslavo y eurocomunista. El PTA dedicó conferencias y campañas en sus periódicos, revistas, libros y radio para ampliar o matizar la información sobre cada uno, ¿pero esta «línea antirevisionista» siempre se mantuvo sin fisuras, como algunos siempre han creído? En absoluto. En esta sección repasaremos las posturas iniciales de los albaneses en relación a eventos de importancia. Los subcapítulos a desglosar serán los siguientes:

I. Unas notas preliminares sobre la lucha de los albaneses contra el revisionismo;

II. El PTA y su reacción a la rehabilitación del titoísmo (1954);

III. El PTA y su reacción ante la tesis del XXº Congreso (1956) y el «informe secreto»

IV. El PTA y la cuestión del «Grupo Antipartido» en el PCUS (1957);

V. El PTA y su papel en las conferencias internacionales de los 81 partidos (1957 y 1960);

VI. El PTA y el «Pensamiento Juche» (1955);

VII. La denuncia del «Pensamiento Mao Zedong» (1978);

VIII. El PTA y otras graves incoherencias de su política exterior (1976-84);

IX. Vincent Gouysse y Roberto Vaquero: del fanatismo a la deserción.

Anexo: Reflexiones sobre los vínculos del «stalinismo» (1925-1953) con el «jruschovismo» (1954-1964).

Unas notas preliminares sobre la lucha de los albaneses contra el revisionismo

«En general, en el caso de todas esas investigaciones científicas que abarcan un campo tan amplio y una cantidad tan grande de material, nada se puede lograr realmente sin muchos años de estudio. Los aspectos individuales que son nuevos y precisos y estos, por supuesto, se encuentran en sus artículos se presentan con mayor facilidad; pero examinar el conjunto y reorganizarlo es algo que solo se puede hacer después de haberlo explorado a fondo». (Friedrich Engels; Carta a Karl Kautsky, 18 de septiembre de 1883)

Esta sección, que cubre especialmente los años 1953-78, debe ser vista por el lector como una parte del todo, ¿a qué nos referimos? A que para entender todo el cuadro general de las deficiencias del PTA en la lucha contra el revisionismo o la caída de su régimen es necesario que el lector continúe después con los capítulos siguientes sobre política exterior, política cultural o política económica, ya que estos muestran los zigzagueos e inconsistencias que en lo sucesivo el PTA seguiría cometiendo entre 1979-91. 

Es clarividente que esta inconstancia del PTA en la lucha contra el revisionismo se reflejó en varios aspectos clave: a) como no ser capaz de percatarse a tiempo de traiciones consumadas −cuando ya se habían experimentado otras similares−;  b) no ser contundente ante tales evidencias ni manifestarlo en público −por miedo a posibles campañas de intoxicación, bloqueos económicos o represarías militares−; c) contentarse con aceptar de las excusas y fórmulas estereotipadas de terceros −por parte de Tito, Jruschov o Mao−, evitando profundizar en los hechos concretos, como si las cosas se fueran a resolver mágicamente, yendo muchas veces a la zaga de los acontecimientos; d) tropezar una y otra vez con tendencias ya superadas −como las ilusiones sobre el carácter de los países del  «segundo y tercer mundo»− regalando todo tipo de gestos y discursos conciliatorios. Este tipo de comportamientos no deben volver a repetirse, por lo que iremos desglosando su trasfondo con paciencia, tema a tema. 

Huelga comentar que estos defectos tuvieron una incidencia directa y muy severa en la formación de los partidos proalbaneses de América, Europa o África. El erigirse bajo estas costumbres y tradición tuvo notables méritos pero fue insuficiente para conseguir la hegemonía entre los trabajadores: estos vicios y carencias no solo supuso disminuir o barrer el apoyo efectivo de elementos avanzados que pudieran ser susceptibles de sumar a su causa, sino que indirectamente debilitó la lucha efectiva contra la gran cantidad de grupos revisionistas que en ese momento enfrentaban estos partidos proalbaneses −y que en la mayoría de casos contaban con mayor experiencia, financiación y astucia−. Dicho de otro modo, las torpezas y errores no forzados causaron a la larga una desmoralización y falta de orientación entre su propia militancia que puso en bandeja de plata para que sus rivales se mantuviesen en pie o creciesen en detrimento de aquellos que en teoría debían desenmascararlos y ser superarles en todo lo importante.

Este capítulo y los siguientes corroborarán una vez más que el hecho de no acaudalar unos principios bien definidos sobre el revisionismo −o de conocerlos perfectamente, pero no aplicarlos llegados la hora− dinamita toda posible unidad del movimiento revolucionario, como ocurrió precisamente con los partidos proalbaneses de los años 70 y 80, cuyos resultados no hace falta que sean comentados aquí, ya que hoy día el público general apenas sabe o recuerda nada de estos grupos, puesto que sus resultados no pocas palidecen en comparación de sus predecesores. 

Por este motivo, no nada hay peor que tratar de ignorar las derrotas de los movimientos pasados como si nada importasen; o peor, tratar de silenciar la crítica constructiva con pretextos ridículos de que supone «vulnerar el honor» de los que ya no están:

«[Marx] se entregó al desarrollo intelectual de la clase obrera que, con casi total seguridad, sería resultado de la acción combinada y la discusión mutua. Los propios eventos y vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas incluso más que las victorias, no pudieron evitar recordar a los hombres la insuficiencia de sus panaceas preferidas, y pavimentar el camino para una comprensión más completa de las verdaderas condiciones de la emancipación de la clase trabajadora». (Friedrich Engels; Prólogo a la edición rusa del Manifiesto Comunista, 1882)

martes, 2 de septiembre de 2025

¿Cómo era la estratificación y comportamiento de la intelectualidad albanesa en 1939? ¿Qué dificultades tuvo que sortear el PTA?

«En cuanto a la intelectualidad, naturalmente, debía realizarse un trabajo amplio, cualificado, diferenciado y a diversos niveles. En general el terreno para trabajar entre ellos era apropiado. Excepción hecha de los empleados de alta posición, quienes no sólo aceptaron el fascismo, sino que al mismo tiempo obtenían de él pingües beneficios materiales. Este tipo de empleados «con cultura», en general fueron corrompidos por todos los regímenes y fueron entre los primeros que, conscientemente, se apuntaron en el partido fascista «albanés» creado por el ocupante. 

Sin embargo, la mayoría de la intelectualidad de nuestro país era patriota, antifascista, estaba contra la ocupación del país, por ello el Partido dedicaría gran atención a esta capa del pueblo, porque también a través de ella continuaría forjando y estimulando cada vez más el patriotismo entre los jóvenes de uno y otro sexo. Estos amplios y detallados análisis de las situaciones, de la correlación de fuerzas, etc., fueron fruto de los debates que realizábamos tanto en las reuniones de la dirección, en los encuentros con los camaradas del Partido de la capital, como con los de las regiones. Estos constituían una gran ayuda en nuestro trabajo cotidiano y de cara al futuro, porque lo primordial e imprescindible para realizar nuestra tarea como comunistas, es decir como dirigentes de las masas, consistía en orientarse correctamente en aquella difícil situación de subyugación, de terror, de intrigas, de sufrimientos y miserias espirituales y físicas, que abrumaban a nuestro pueblo. (...)

Nuestro Partido, desde el principio, determinó con justa razón que en la lucha por la liberación del país debían participar todo el pueblo, todas las clases y las capas sociales sin distinción de puntos de vista políticos, ideológicos, religiosos, etc. Lo principal que podía y debía unir a estas fuerzas era la actitud hacia los ocupantes extranjeros, la lucha sin compromiso contra ellos. Sobre esta base se organizaría también el Frente Antifascista de Liberación Nacional, en el que participarían, además de las masas trabajadoras de la ciudad y el campo, todas las demás fuerzas y elementos, que estuvieran interesados en la libertad y la existencia de Albania y de la nación albanesa. Y, precisamente por ello, tuvimos que desarrollar un grande y vasto trabajo, a menudo extremadamente complejo, difícil y fatigoso, con los elementos patriotas o con los que presumían de tales, es decir, con todos aquellos que entonces se denominaban nacionalistas. 

No hay que confundir el término «nacionalista», como lo utilizábamos en aquel período, con el significado que ha adquirido hoy en la literatura política como definición de los elementos con posiciones nacionalistas burguesas en oposición al principio marxista-leninista del internacionalismo proletario. El término «nacionalista» era un apelativo para denominar a aquellos combatientes que en el pasado lucharon contra los ocupantes extranjeros, que pretendían liquidamos incluso como nación. Precisamente de la palabra «nación», tomada de las lenguas latinas y que corresponde a nuestra palabra «komb», se derivó el término «nacionalista», que hemos utilizado a lo largo de la lucha y se encuentra en mis escritos de aquella época. 

En realidad, esta denominación incluía una amplia gama de personas, desde las gentes con pasado y actividad patrióticos, hasta los intelectuales conocidos o que se exhibían como personas de sentimientos patrióticos y democráticos. Así que, con el término «nacionalista», en cierto modo establecíamos la diferenciación entre los comunistas, por un lado, y otras personas con las que teníamos contacto y trabajábamos, por otro. Desde la época de los grupos, pero sobre todo tras la fundación del Partido, el trabajo con los «nacionalistas» era una tarea que correspondía a todos los comunistas. Naturalmente, este trabajo se hacía según las posibilidades de cada cual, según el entorno social, los conocidos y familiares. En las células de las que formábamos parte rendíamos cuentas de toda nuestra actividad y también del trabajo con los intelectuales y los patriotas, intercambiábamos opiniones y nos aconsejábamos mutuamente sobre nuestra actuación. Cuando alguien encontraba dificultades con la persona con quien se le había encomendado trabajar, se la pasaba a otro camarada y encontraba el modo de presentársela

Esta fue una de las labores más difíciles que han tenido que realizar el Partido y todos sus miembros, desde la dirección hasta el simple militante. No me refiero aquí únicamente al peligro que nos acechaba en este trabajo, a la posibilidad de la traición y la delación, de que se infiltrara algún agente provocador en nuestras filas. Estas posibilidades, naturalmente, existían, pero ¿qué labor realizaban los comunistas y los patriotas honrados sin correr peligro? Ya habían calculado estos peligros, puesto que se habían empeñado en la lucha contra un enemigo feroz, cruel y astuto.

viernes, 25 de julio de 2025

¿Cómo afectó el espejismo de «Proletkult» a la construcción de la nueva cultura soviética?; Equipo de Bitácora (M-L), 2025

«Proletkult», traducido del ruso como «cultura proletaria», fue una iniciativa creada en 1917 y que operó hasta 1932, aunque realmente perdió todo su vigor a mediados de los años 20 debido a las críticas demoledoras que recibió de muchos de los protagonistas de la Revolución de Octubre (1917). Este artículo será una breve recopilación del origen, propósitos y consecuencias del experimento cultural que fue «Proletkult», grupo que hoy, no es casualidad, es reivindicado por trotskistas, lukácsianos, maoístas, mariateguistas, luxemburgistas, decadentistas, y un largo etcétera. Sobre dicho grupo se ha escrito y blanqueado mucho, especialmente entre las páginas de los órganos de expresión revisionistas, quienes han intentado falsificar la realidad y presentar dicho proyecto como una «libre y honesta expresión de autoorganización del proletariado», mientras que su producto ha sido calificado «como una de las más altas expresiones de arte revolucionario», una mentira que no resiste el más mínimo análisis. 

Lejos de lo que han asegurado simpatizantes y detractores, «Proletkult» no puede considerarse como el organismo ejemplar que cumplió el proyecto cultural del bolchevismo. Más bien debe estudiarse como un foco representativo de la época que, más allá de aspectos positivos, también reflejó los experimentos y obstáculos que tuvieron los propios bolcheviques a la hora de llevar a cabo su programa cultural. En no pocas ocasiones los Lunacharski, Krúpskaya, Lenin, Pokrovski o Yákovlev tuvieron que intervenir constantemente en las cuestiones de «Proletkult» para poner orden ante los intentos de varios integrantes de este organismo, los cuales intentaron usarlo como plataforma alternativa y contrapuesta al poder bolchevique. No menos cierto es que el desafío temporal que supuso «Proletkult» fue una representación de las discrepancias internas entre la propia cúpula gobernante sobre el camino cultural a tomar, fruto de la inexperiencia y/o las dificultades en la aplicación de los acuerdos. Pero no hay mal que por bien no venga, el «caso Proletkult» sirvió para aclarar, avanzar y definir una política que, sin ir más lejos, en lo artístico derivó en el llamado «realismo socialista», algo que sabemos incomodó a los elementos más díscolos del poder revolucionario. 

Vayamos al meollo de la cuestión, ¿cuáles fueron los focos de tensión entre el gobierno bolchevique y los «proletkultistas» más obstinados? Esto lo abordaremos en los siguientes bloques: 

1) ¿Puede el proletariado tener y desarrollar su cultura?; 

2) Futuristas, constructivistas y productivistas y sus propuestas sobre el arte; 

3) ¿Cuál fue la posición de los bolcheviques sobre la cultura heredada?; 

4) ¿Qué papel deben tener los antiguos y nuevos intelectuales en la nueva sociedad?; 

5) ¿Cuáles eran los «grandes proyectos regenerativos» de los «proletkultistas»?; 

6) Realismo vs formalismo en el teatro, la poesía y la música;

7) Bogdánov, la «tectología» y la cultura proletaria;

8) ¿Por qué «Proletkult» fue reprendido públicamente y reorganizado?;

9) Los intentos de presentar a Lunacharski como un liberal de las artes;

10) ¿Fue el «realismo socialista» un arte plano, falso y dogmático?

miércoles, 16 de julio de 2025

Tradiciones, tentaciones e ilusiones en la Guerra Civil Española: «Ejército» y «Revolución»; Pierre Villar, 1978

«Tradiciones y tentación en el mundo militar. Unamuno decía: el régimen político natural de España es lo arbitrario, atemperado por arriba por el pronunciamiento y por abajo por la anarquía. Es una boutade, pero si se piensa que este país en ciento veintidós años ha conocido cincuenta y dos intentonas de golpe de estado militar, se comprende que no es injustificado que a este tipo de operación se la conozca en todas partes con un nombre español.

¿Qué es, en el sentido clásico, un pronunciamiento?: un grupo de conspiradores militares, que disponen en uno o varios puntos del país de fuerzas armadas y que cuentan con apoyos interiores y exteriores, sacan a las tropas de sus cuarteles, «se pronuncian» por medio de un manifiesto sobre la situación política, ocupan los lugares de decisión y de comunicación y, si el movimiento se extiende suficientemente, requieren al gobierno para que se retire, lo reemplazan y a veces cambian el régimen. Se ha podido sostener que hay diferencias de fondo entre los pronunciamientos del siglo XIX, que tienen un programa positivo −frecuentemente liberal, romántico, idealista− y los golpes de estado del siglo XX, simples precauciones contrarrevolucionarias, y es posible, en efecto, que haya matices a determinar.

Pero lo que nos interesa aquí, como factor de la forma si no del fondo− del episodio que debemos estudiar, es el hábito mental, la expectación, los anhelos espontáneos, que impulsan a los militares a intervenir políticamente y a ciertos civiles a esperar su intervención. El hecho de que de cincuenta y dos intentonas de pronunciamiento solamente once hayan tenido éxito demuestra que el intervencionismo −cabría decir la «intervencionitis»− de los militares es permanente siempre que se plantea un problema grave a la sociedad española; en el siglo XIX el de la revolución política burguesa −¿se llevará a cabo o no?−, en el siglo XX el de la revolución social: ¿cómo impedirla?

En el intervalo, una pausa: ningún pronunciamiento entre 1886 y 1923. Y es que la Restauración ha encontrado una forma de parlamentarismo que facilita los compromisos entre grupos dirigentes y, por otra parte, que las crisis del momento son de orden exterior: revueltas coloniales, derrota ante los Estados Unidos; las agitaciones de los cuarteles se limitan entonces a querellas internas y a reacciones de amor propio ante las críticas civiles que han suscitado las derrotas.

Conviene, pues, no exagerar los contrastes entre pronunciamiento y golpes de estado en los siglos XIX y XX. Hubo en el siglo XIX más de un simple «golpe de estado» contrarrevolucionario y, en pleno siglo XX, a finales del año 30, jóvenes oficiales exaltados y aviadores impacientes se «pronunciaron», algo precozmente, por la República. Por el contrario, el «Movimiento» de 1936, si bien tiene causas sociales mucho más profundas, ha sido en verdad, en sus formas iniciales, el más clásico de los pronunciamientos: conspiración generalizada, iniciativa en los lugares más alejados y en las guarniciones provinciales, con previsión de una marcha sobre Madrid.

Por supuesto, el pronunciamiento no se concibe sino en ejércitos de un cierto tipo: el ejército español se ha forjado en las guerras civiles −guerras carlistas−, y en las guerras coloniales. Aun en la actualidad, tiene más oficiales de los que exigiría un contingente normal, y más generales de los que justificarían los posibles conflictos.  

Este «cuerpo», que el vocabulario corriente llama simplemente «el ejército» −«el ejército quiere…», «el ejército cree…»−, se recluta en un medio algo cerrado, no aristocrático o rico, sino más frecuentemente ligado a tradiciones familiares; la formación en escuelas especializadas de cadetes, la vida de guarnición y de círculos, refuerzan el espíritu de cuerpo; existen «dinastías»: el general Kindelán, colaborador de Mola contra los vascos en 1937, tenía un antepasado que reprimió ya las revueltas de Guipúzcoa… ¡en 1766!; un Milans del Bosch, que participará en 1981, en el último, hasta la fecha, de los putschs militares, desciende del Milans del Bosch que «se pronunció» con Lacy… ¡en 1817!

martes, 8 de julio de 2025

Cuando una obra de arte tiene como base una idea falsa, ésta aporta contradicciones internas que inevitablemente menoscaban su valor

«El misticismo es enemigo irreconciliable de la razón. Pero no sólo los que caen en el misticismo están en pugna con la razón. También son hostiles a ella los que por una u otra causa, de un modo u otro, defienden una idea falsa. Y cuando se toma como base de la obra de arte una idea falsa, ésta aporta contradicciones internas que menoscaban inevitablemente el valor estético de aquella. Ya he hablado de la pieza de Knut Hamsun «A las puertas del reino» (1895); como ejemplo de una obra de arte empequeñecida por la falsedad de su idea fundamental [32]. El lector me perdonará que vuelva a hablar de ella. 

Ante nosotros aparece como héroe de esta pieza Ivar Kareno, joven escritor que tal vez no tiene talento, pero al que, en cambio, sobra suficiencia. Dice ser un hombre de «ideas libres como un pájaro». ¿Sobre qué temas escribe este pensador libre como un pájaro? Sobre la «resistencia». Sobre el «odio». ¿A quién aconseja que se resista? ¿A quién enseña a odiar? Aconseja que se resista al proletariado. Enseña a odiar al proletariado. ¿No es cierto que se trata de un héroe totalmente nuevo? Hasta ahora, en la literatura habíamos encontrado muy pocos héroes de este tipo, por no decir ninguno. Pero el hombre que predica la resistencia al proletariado es el más indudable ideólogo de la burguesía. Ivar Kareno, este ideólogo de la burguesía, se considera él mismo y es considerado por su creador, Knut Hamsun, un gran revolucionario. Ya hemos visto en el ejemplo de los primeros románticos franceses que hay tendencias «revolucionarias» cuyo principal rasgo distintivo es el conservadurismo. Théophile Gautier odiaba a los «burgueses» y al propio tiempo arremetía contra quienes decían que había llegado la hora de suprimir las relaciones sociales burguesas. Evidentemente, Ivar Kareno es un descendiente espiritual del célebre romántico francés. Sin embargo, el descendiente fue mucho más allá que su antepasado. Él odia conscientemente lo que en su antepasado despertaba tan sólo una hostilidad instintiva [33].

Si los románticos eran unos conservadores, Ivar Koreno es un reaccionario de pura cepa. Y además un utopista del tipo de aquel salvaje terrateniente de Schedrín. Él quiere exterminar al proletariado como éste quería exterminar a los mujiks. Esta utopía llega al colmo de la comicidad. Por lo demás, todas las «ideas, libres como un pájaro», de Ivar Kareno llegan al límite de lo absurdo. Para él el proletariado es una clase que explota a las otras clases de la sociedad. Es ésta la más errónea de todas las ideas, libres como un pájaro, de Kareno. Y la desgracia consiste en que, al parecer, Knut Hamsun comparte la errónea idea de su héroe. Kareno padece todas las desventuras precisamente porque odia al proletariado y se «resiste» a él. Por eso no puede obtener la cátedra y ni siquiera editar su libro. En una palabra, se atrae toda una serie de persecuciones de aquellos burgueses entre los que vive y actúa. Pero, ¿en qué parte del mundo, en qué utopía vive esa burguesía que castiga tan implacablemente la «resistencia» al proletariado? Tal burguesía no ha existido ni puede existir jamás ni en ninguna parte. Knut Hamsun ha tomado como base de su obra una idea que se halla en contradicción irreconciliable con la realidad. Y tal circunstancia ha perjudicado hasta tal punto a la obra, que ésta provoca risa precisamente en aquellos pasajes que según la intención del autor debía adquirir un giro trágico. 

Knut Hamsun posee un gran talento, pero ningún talento es capaz de convertir en verdad algo diametralmente opuesto a ella. Los enormes defectos del drama A las puertas del reino son una consecuencia lógica de la absoluta inconsistencia de la idea que le sirve de base. Esta inconsistencia es debida a la incapacidad del autor de comprender el sentido de la lucha de clases en la sociedad contemporánea, lucha de la cual su drama es un eco literario. 

sábado, 28 de junio de 2025

Plejánov sobre el origen y limitaciones de los realistas y naturalistas del siglo XIX

«Los primeros realistas franceses se esforzaron ya por suprimir el principal defecto de las obras románticas: el carácter irreal y artificioso de sus personajes. En las obras de Flaubert −a excepción, tal vez, de «Salambó» y de los «Cuentos»− no hay ni rastro de la irrealidad y la artificialidad de los románticos. Los primeros realistas también se sublevan contra los «burgueses», pero lo hacen a su manera. No oponen a los adocenados burgueses héroes imaginarios, sino que tratan de crear fieles imágenes artísticas de esos mismos seres adocenados. Flaubert consideraba que su deber era tratar el medio social descrito por él con la misma objetividad con que un naturalista se sitúa ante la naturaleza. «Hay que considerar a los hombres [dice] como se considera a los mastodontes o a los cocodrilos. ¿Acaso puede uno descomponerse a causa de los cuernos de aquéllos o de las mandíbulas de éstos? Hay que mostrarlos, convertirlos en espantajos, meterlos en frascos de alcohol, y nada más. Pero no lancéis condenas morales, pues ¿quién sois vosotros mismos, ranas minúsculas?». Y en la medida en que Flaubert lograba ser objetivo, los tipos presentados en sus obras adquirían la significación de «documentos», cuyo estudio es absolutamente indispensable para todo el que quiera hacer un estudio científico de los fenómenos de la psicología social. La objetividad era el lado fuerte de su método, pero aun siendo objetivo en el proceso de la creación artística, Flaubert no dejaba de ser muy subjetivo en la apreciación de los movimientos sociales de su época. Tanto él como Gautier [romántico y precursor del parnasianismo], despreciaban profundamente a los «burgueses», pero al mismo tiempo eran acérrimos enemigos de todos los que, de un modo u otro, atentasen a las relaciones sociales burguesas. Y Flaubert incluso más que Gautier. Flaubert estaba resueltamente en contra del sufragio universal, al que calificaba de «vergüenza de la inteligencia humana». «Con el sufragio universal [escribía al romántico George Sand] el número prevalece sobre la inteligencia, la instrucción, la raza e incluso el dinero, que vale más que el número». En otra carta dice que el sufragio universal es más estúpido que el derecho por la gracia de Dios. Para él «la sociedad socialista es un monstruo enorme que devorará toda acción individual, toda personalidad, todo pensamiento, que todo lo dirigirá y todo lo hará». Vemos por esto que su actitud negativa ante la democracia y el socialismo, hacía coincidir enteramente a este detractor y los «burgueses» con los más limitados ideólogos de la burguesía. Y ese mismo rasgo se observa en todos los partidarios del arte por el arte contemporáneos de Flaubert. En su ensayo sobre la vida de Edgar Poe, Baudelaire, que ya había olvidado desde hacía tiempo su revolucionario «Le salut public», dice: «En un pueblo sin aristocracia, el culto de la belleza sólo puede corromperse, aminorarse y desaparecer». En otro lugar afirma que sólo hay tres seres dignos de respeto: «el cura, el soldado y el poeta». Eso ya no es espíritu conservador, sino reaccionario. Tan reaccionario era también Jules Barbey d'Aurevilly. En su libro «Los poetas» (1862) se refiere a las obras poéticas de Laurent-Pichat y dice que éste podría haber sido un gran poeta: «Si hubiese tomado el partido de pisotear el ateísmo y la democracia, esos dos oprobios del pensamiento».

Desde la época en que Teófilo Gautier escribiera su prefacio a «Mademoiselle de Maupin» (1835) había corrido mucha agua. Los sansimonianos, que según él le habían aturdido los oídos con sus propósitos acerca de la perfectibilidad del género humano, proclamaban a gritos la necesidad de una reforma social. Pero, al igual que la mayoría de los socialistas utópicos, eran decididos partidarios de un desarrollo social pacífico, y por lo tanto, adversarios no menos decididos de la lucha de clases. Además, los socialistas utópicos se dirigían sobre todo a la gente acomodada. No creían en la actuación independiente del proletariado. Pero los acontecimientos de 1848 demostraron que esta actuación independiente podía llegar a ser muy amenazadora. Después de 1848 ya no se planteaba la cuestión de si las clases poseedoras querrían o no encargarse de mejorar la suerte de los desposeídos, sino de quién los poseedores o los desposeídos habría de triunfar en la lucha entablada entre unos y otros. Las relaciones entre las clases de la nueva sociedad se habían simplificado en medida extraordinaria. Ahora, todos los ideólogos de la burguesía comprendieron que de lo que se trataba era de saber si esa clase conseguiría mantener a las masas trabajadoras en el sojuzgamiento económico. La conciencia de este hecho había calado en la mente de los partidarios del arte para los poseedores. Ernest Renan, uno de los más notables entre ellos por su significación en la ciencia, exigía en su obra «La reforma intelectual y moral» (1871) un gobierno fuerte «que obligase a los buenos rústicos a realizar nuestra parte del trabajo, mientras nosotros nos entregamos a la especulación.

jueves, 26 de junio de 2025

La burguesía francesa en 1789; Karl Kautsky, 1889

«El Tercer Estado estaba también tan dividido como los dos primeros órdenes. Hoy en día está de moda considerar a la clase capitalista como el Tercer Estado y oponerle al proletariado como Cuarto Estado. Ahora bien, para empezar, el proletariado es una clase y no un orden; es un grupo social, separado de los otros grupos por una situación económica particular, y no por instituciones jurídicas especiales. Después, es inadmisible hablar de un cuarto estado porque el proletariado ya existía en el seno del Tercer Estado, el cual incluía a todos aquellos que no entraban en los dos primeros órdenes, desde los capitalistas hasta los artesanos, campesinos y proletariado. Puede uno figurarse fácilmente qué masa heterogénea formaba el Tercer Estado; en su seno encontramos los antagonismos más agudos, se proponen los fines más diversos, se preconizan los medios de combate más diferentes. No era cuestión, entonces, de una lucha de clases única.

La misma clase de los capitalistas, que hoy en día se designa bajo el nombre de Tercer Estado, no constituía una clase homogénea.

A su cabeza estaba la alta finanza. Siendo como era el mayor acreedor del estado, tenía todos los motivos para empujar hacia las reformas, que habrían preservado al estado de una bancarrota, elevado sus ingresos y disminuido sus cargas. Pero esas reformas debían hacerse según el principio muy conocido de «lávame la cabeza pero sin mojarla». De hecho, esos señores de las finanzas tenían muchos motivos para oponerse a las reformas financieras o sociales realmente profundas.

La mayor parte de ellos poseía grandes dominios feudales, títulos de nobleza, y no querían renunciar voluntariamente a los privilegios e ingresos que iban aparejados. Pero, además, en la conservación de los privilegios de la nobleza tenían ese interés benevolente del acreedor que no quiere ver quebrar a su deudor. No solamente eran los acreedores del rey sino, también, de la nobleza endeudada. Los economistas podían muy bien demostrar que los ingresos de la tierra tenían que aumentar si ésta era explotada según los principios capitalistas en lugar de serlo siguiendo los métodos semifeudales. Pero pasar al modo de explotación capitalista en la economía rural exigía cierto capital: había que cubrir los gastos de establecimiento, adquisición del ganado, de los útiles, etc. Ese capital lo poseían muy pocos nobles. La abolición de los derechos feudales amenazaba con arruinarlos. Sus acreedores no tenían ningún motivo para trabajar a favor de esa ruina. Además, socialmente, como ya hemos visto, nobleza y finanzas estaban cada vez más estrechamente unidas. Toda reforma financiera tenía que llevar a la sustitución de los recaudadores de impuestos por la administración del estado. Se habían arrendado todos los ingresos públicos más importantes, la gabela, las ayudas, las aduanas, el monopolio del tabaco. Los recaudadores le pagaban cada año al estado −en los últimos años anteriores a la revolución− 166 millones de libras, pero le sacaban al pueblo puede que el doble de esa suma. La administración de los impuestos era uno de los métodos más productivos de explotación pública: ¡cómo iban a renunciar de buen grado esos señores de las altas finanzas! Habrían sido los últimos en levantarse contra ella.

Por añadidura, no tenían ningún interés en acabar con el déficit y la deuda del estado. De las inscripciones de deuda pública se guardaban sólo una parte. Sabían cómo volver a pasar el mayor número de ellas, con un alto interés, al «público», a los capitalistas pequeños y medianos, especialmente a los rentistas. Si se hacía un nuevo empréstito, la alta finanza sabía así hacer recaer en las espaldas de los otros el riego. Pero era enorme el beneficio que sacaba de la conclusión de un empréstito, ya directamente, ya indirectamente, mediante la explotación del estado o del público. Cada nuevo empréstito le reportaba grandes beneficios a la gente las finanzas. Nada le hubiera sido más desagradable que un presupuesto sin déficit que hubiese hecho inútil la conclusión de nuevos empréstitos.

Por consiguiente, ¡qué sorprendente que las simpatías de la alta finanza, como clase, estuviesen del lado del Antiguo Régimen, de los privilegiados! Reclamaba reformas, ¡pero quién no las reclamaba en vísperas de la revolución! La aristocracia más terca estaba convencida de que había reformas necesarias, que la situación era intolerable; el descontento era general; pero cada clase quería «reformas» que, lejos de exigirle sacrificios, le asegurase ventajas.

martes, 24 de junio de 2025

La revuelta de los privilegiados; Karl Kautsky, 1889

«La lucha entre los parlamentos, defensores de la nobleza burocrática, y la administración fuertemente centralizada del estado despótico, se ampliaba algunas veces desde un simple compló de la corte, del que el pueblo no sospechaba nada, a una lucha de todos los privilegiados, a un movimiento de revuelta que levantaba hasta a las masas populares.

El capítulo más importante de esos levantamientos fue La Fronde, del que ya hemos hablado en el capítulo precedente. Estalló en la primera mitad del siglo XVII, cuando la nobleza todavía tenía fuerza y orgullo. Un levantamiento análogo se produjo en el último cuarto del siglo XVIII; pero si en 1648 La Fronde tuvo como resultado un mayor afianzamiento del poder real, en 1787 la revuelta de los privilegiados llevó a la victoria del Tercer Estado y puso en marcha la gran revolución.

En el segundo capítulo ya hemos visto la actitud dubitativa de Luis XVI.

«La doble alma» de la monarquía absoluta en el siglo XVIII encontró en ese príncipe su más tópica encarnación, y sus dos ministros, Turgot y Calonne, tradujeron de la forma más notable la «duplicidad». El primero, tan gran pensador como gran carácter, trató en su ministerio de poner el estado al servicio del progreso económico, apartando los obstáculos que le ponían trabas, y realizar aquello que los teóricos habían reconocido como absolutamente necesario para la conservación del estado y de la sociedad. Quiso que la administración dejase de ser, en manos de la nobleza de la corte, un instrumento de explotación de las finanzas públicas. Suprimió las corveas, las aduanas interiores, las corporaciones, y liberó a la industria de la opresión de los reglamentos. Quería hacer pagar impuestos a la nobleza y el clero como lo hacía el Tercer Estado, someter los gastos públicos al control de los Estado Generales. Se trataba de insoportables injerencias en los «derechos sagrados». Conducido por la reina, el ejército de los privilegiados se levantó contra el ministro reformador, y Turgot sucumbió a la tempestad (1776).

Tras una serie de experiencias, de ensayos, el rey llamó a Calonne al ministerio (1783). Era un hombre a imagen de la reina; superficial pero charlatán retorcido y sin escrúpulos, tenía por regla sacrificar los ingresos actuales y también los futuros del estado en aras de la nobleza de la corte, de saquear no solamente las finanzas actuales sino, además, el crédito público. Un empréstito sucedía a otro; durante los tres años que fue ministro, tomó prestado del tesoro público 650 millones de libras −ver el informe de Louis Blanc, I, 233−, suma enorme para aquellos tiempos. Y la corte, el rey, la reina y sus favoritos se tragaban casi todo. «Cuando vi que todo el mundo alargaba la mano, yo alargué mi sombrero», dice un príncipe que narra la borrachera de entonces. La corte nadaba en medio de delicias y no se alzaba ninguna voz advirtiendo y mostrando a dónde debía llevar tal locura. El mismo Luis XVI rendía testimonio de toda la satisfacción que sentía por tener tal ministro de finanzas, que pagaba sus deudas, que se elevaban a 230.000 libras. Todo el mundo en la corte admiraba con qué facilidad y prontitud el «gran hombre» había logrado resolver la cuestión social.

La extravagante conducta de la corte precipitó naturalmente la caída de todo el régimen. Tras tres años de insensata gestión, Calonne había quemado ya todas sus soluciones; el déficit anual había ascendido a 140 millones de libras y el mismo Calonne se vio forzado a confesar que ningún empréstito podía ya conjurar la inminente bancarrota y que sólo había un medio para evitarlo: aumentar los ingresos y bajar los gastos. Pero ello sólo era posible tocando a los privilegiados: del pueblo ya no se podía sacar nada más.

Cuando Calonne comunicó esta noticia a los notables que había reunido (febrero de 1787), desde las filas de los privilegiados ascendió un rugido de furor: no para condenar la falta de escrúpulos con los que Calonne había gestionado hasta entonces las finanzas públicas, sino para protestar contra el final que quería ponerle a su administración escandalosa. Calonne cayó, pero sus sucesores debieron seguir la política de aumento de impuestos a los privilegiados: éstos acabaron teniendo la convicción de que la realeza ya no podía asegurarles como en otros tiempos la explotación de Francia, y se alzaron contra la misma realeza. La cosa es increíble, pero, sin embargo, cierta: nobleza, clero, parlamentos, todos los privilegiados, cuya situación era ya tan comprometida y que no tenían otro apoyo más que la realeza, se unieron para derrocarla. Tanto puede cegar la avaricia ante la inminencia de su caída a una clase que se sobrevive a sí misma: ¡ella misma es la primera en precipitar su caída!

Los privilegiados no tenían ni idea de los profundos cambios que se habían realizado en la sociedad, creían que no había cambiado nada desde los tiempos en que podían desafiar a los reyes y al Tercer Estado, y reclamaron virulentamente una nueva convocatoria de los Estados, siguiendo el modelo de las de 1614. Sin tener más sostén que el poder real, ahora querían defender sus privilegios con sus propias fuerzas. Y en el mismo momento en el que deberían unirse lo más estrechamente posible con la realeza, y en el que su posición estaba amenazada más seriamente, ¡desde su seno se alzó una rebelión por el reparto del botín!

Cegados por el furor, los privilegiados se colocaron en un terreno revolucionario. Los parlamentos de mayo de 1788 fueron a la huelga general, el clero rechazó cualquier contribución a las finanzas públicas hasta que los estados fueran convocados; la nobleza se levantó en armas en las provincias, y se produjeron graves disturbios en el Delfinado, Bretaña, Provenza, Flandes y el Languedoc.

jueves, 5 de junio de 2025

Corridas de toros; Mariano José de Larra, 1828


«Vous connaissez l’ horreur des spectacles affreux
Dont les romains faisaient le plus doux de leurs jeux.
Ce peuple qui donnait, par un mépris bizarre,
A tout peuple étranger le titre de barbare,
Ne repaissait ses yeux que des pleurs des mortels
Et de sang arrosait ses théâtres cruels,
Aux tigres, aux lions livrant des misérables
Il se divertissait de leurs cris lamentables;
Il exposait aux ours des esclaves tremblants
Pour en voir disperser tous les membres sanglants,
Le grave sénateur courait à ces supplices,
Et la jeune vestale en faisait ses délices.


(M. RACINE, FILS: Epître à madame la duchesse de Noailles sur l’âme des bêtes.)                


Ejercite sus fuerzas el mancebo
En frente de escuadrones: no en la frente
Del útil bruto l’asta del acebo.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Gineta y cañas son contagio moro;
Restitúyanse justas y torneos,
y hagan paces las capas con el toro.


(Quevedo. Epíst. satír. y censor.)                


Estas funciones deben su origen a los moros, y en particular, según dice don Nicolás Fernández de Moratín, a los de Toledo, Córdoba y Sevilla. Estos fueron los primeros que lidiaron toros en público. Los principales moros hacían ostentación de su valor y se ejercitaban en estas lides, mezclando su ferocidad natural con las ideas caballerescas, que comenzaban a inundar la Europa. El anhelo de distinguirse en bizarría delante de sus queridas, y de recibir su corazón en premio de su arrojo, les hizo, poner las corridas de toros al nivel de sus juegos de cañas y de sortijas.

Los españoles sucesores de Pelayo, vencedores de una gran parte de los reyezuelos moros que habían poseído media España, ya reconquistada, tomaron de sus conquistadores en un principio, compatriotas, amigos o parientes en seguida, enemigos casi siempre, y aliados muchas veces, estas fiestas, cuya atrocidad era entonces disculpable, pues que entretenía el valor ardiente de los guerreros en sus suspensiones de armas para la guerra, la emulación entre los nobles que se ocupaban en ellas, haciéndolos verdaderamente superiores a la plebe, y acostumbraba al que había de pelear a mirar con desprecio a un semejante suyo, cuando le era preciso combatir con él, si acababa de aterrar a una fiera más temible.

domingo, 1 de junio de 2025

Lenin criticando la falta de responsabilidad y sentido del deber


«Le escribo bajo la impresión reciente de su carta, que acabo de leer. Su palabrerío irreflexivo es tan indignante que no puedo resistir el deseo de expresarle francamente mi opinión. Por favor, haga llegar mi carta a su autor, y dígale que no debe sentirse agraviado por el tono duro. Después de todo no está destinada a ser publicada.

La carta merece respuesta, a mi juicio, porque pone especialmente de relieve uno de los rasgos característicos del modo de ser de muchos revolucionarios de hoy: esperar instrucciones, reclamar que todo venga de arriba, de otros, de afuera; quedarse pasmados ante los fracasos provocados por la inactividad local, acumular quejas sobre quejas e inventar recetas para una cura barata y simple de los males.

¡No inventarán nada, señores! Si ustedes mismos permanecen inactivos, si permiten que se produzcan escisiones ante sus propias narices y luego se ponen a suspirar y a lamentarse, ninguna receta les servirá. Y es absurdo colmarnos de reproches por ello. ¡No vayan a creer que nos sentimos agraviados por sus acusaciones y ataques: han de saber que ya estamos acostumbrados, tan endiabladamente acostumbrados que no nos conmueven!

Publicaciones «de masas», «por decenas de puds» [unidad de masa equivalente a 16,38 kilogramos]: este grito de guerra de ustedes no es otra cosa que una receta inventada para que otros los curen de su inactividad. Créanme, ¡ninguna de esas recetas dará jamás resultados! Si ustedes mismos no se muestran despiertos y enérgicos, nadie les ayudará de ninguna manera. Es muy poco razonable clamar: dennos esto y lo otro, entreguen eso y lo de más allá, cuando ustedes mismos deberían ocuparse de adquirir y entregar. Y es inútil que nos escriban, pues nosotros desde aquí nada podemos hacer, mientras que ustedes mismos pueden y. deben resolverlo: me refiero a la entrega de las publicaciones que editamos y de que disponemos.

Algunos «activistas» locales –llamados así por su inactividad–, que sólo vieron algunos números de lskra y que no trabajan activamente para recibirla y difundirla en masa, inventan una débil excusa: no es eso lo que queremos; ¡dennos publicaciones de masas, para las masas! ¡Mastíquenlo por nosotros, pónganlo en nuestra boca y quizá podamos tragarlo nosotros solos! 

sábado, 24 de mayo de 2025

Dobroliúbov: ¿qué es el fenómeno del oblomovisimo? La inoperancia y apatía por excelencia

«¿Cómo se ha expresado, en qué se ha invertido el talento de Goncharov? El examen del contenido de esta novela debe servir como respuesta a esta pregunta.

Por lo visto, Goncharov no ha escogido una esfera muy amplia para su representación. La historia de cómo yace o duerme el buen holgazán de Oblómov y de cómo ni la amistad ni el amor pueden desperezarlo y levantarlo, Dios sabrá cuán importante historia pueda ser. Pero en ella se ha reflejado la vida rusa, en ella se ha presentado ante nosotros un tipo ruso contemporáneo vivo, acuñado con rigurosidad y corrección implacables; en ella se ha dicho una palabra nueva en torno a nuestro desarrollo social, pronunciada de manera clara y firme, sin desesperación y sin esperanzas pueriles, sino con plena conciencia de la verdad. Esta palabra es el oblomovismo; ella sirve como clave y solución de muchos fenómenos de la vida rusa y ella otorga a la novela de Goncharov una significación considerablemente mayor que cuanto tienen en esto todas nuestras novelas de denuncia. En el tipo de Oblómov y en todo el oblomovismo, vemos algo más que la simple creación acertada de un talento fuerte: encontramos en él una obra de la vida rusa, un signo de los tiempos. (…)

¿En qué consisten los rasgos principales del carácter de Oblómov? En la más completa inercia, que procede de su apatía hacia cuanto ocurre en el mundo. Sin embargo, la causa de esta apatía se encuentra parcialmente en su situación externa y en parte en la imagen de su desarrollo intelectual y moral. Por su situación externa es un señor: «tiene un Zajar y trescientos Zajar más», según expresión del autor. (…)

La historia de su educación sirve toda ella como confirmación de sus palabras. Desde que tenía muy pocos años acostumbra a ser un haragán porque tiene quien le dé y le haga; aquí, hasta en contra de su voluntad, no es extraño que haraganee y lleve vida de sibarita. (…)

Es comprensible la influencia que esta situación ejerce sobre todo el desarrollo moral e intelectual de un niño. Las fuerzas internas «se marchitan y se ajan» necesariamente. Si el niño las alimenta de vez en cuando, es quizás por capricho o por exigencias arrogantes de que los demás cumplan sus órdenes. Y es notorio que la satisfacción del capricho desarrolla falta de carácter, y la arrogancia es incompatible con la capacidad de mantener seriamente la dignidad propia. 

Al acostumbrarse a enunciar exigencias irrebatibles el muchacho pierde con presteza la medida de la posibilidad o la conveniencia de sus deseos, se despoja de toda capacidad de hacer corresponder los medios con los objetivos y se coloca después, al primer inconveniente, en un callejón sin salida, para cuya superación es necesario hacer un esfuerzo propio. Cuando crezca, se convertirá en un Oblómov, cubrirá en un grado mayor o menor su apatía y falta de carácter bajo una máscara más o menos habilidosa, pero siempre con una cualidad invariable: la negativa a la actividad seria e independiente.

Mucho ayuda en esto el desarrollo intelectual de los Oblómov, orientado también, por supuesto, por una situación externa. Una vez que han mirado al revés la vida, ya después no podrán alcanzar una comprensión racional de su actitud hacia el mundo y hacia la gente hasta el final de sus días. Después se les darán muchas interpretaciones, y algo llegarán a comprender; pero los puntos de vista que han arraigado desde la infancia se mantendrán en algún rinconcillo, y siempre mirarán desde ellos, estorbando a los nuevos conceptos y no cediendo espacio a éstos en el fondo del alma... Y en la cabeza se hace un cierto caos: en otra ocasión aparece la decisión de hacer algo en el hombre, pero no sabe éste cómo comenzar, a dónde dirigirse... Y no es raro: el hombre normal siempre desea sólo aquello que puede hacer; en cambio, sí hace inmediatamente todo cuanto desea... Pero Oblómov... él no está acostumbrado a hacer una cosa cualquiera, y por tanto no puede definir adecuadamente qué puede y qué no puede hacer; en consecuencia, tampoco puede, de una manera seria, activa, desear cosa alguna. Su deseo se encuentra sólo en la forma: «Estaría bien hacer esto»; pero cómo se puede hacer esto, no lo sabe. De aquí que guste de soñar y que tema horriblemente al momento en que sus sueños entren en contacto con la realidad. Aquí comienza a tratar de echar el asunto sobre los hombros de algún otro, y si no existe ninguno, pues al azar... (…)

viernes, 16 de mayo de 2025

Joan Comorera analizando en 1943 la supuesta «no beligerancia» de Franco y Falange en la Segunda Guerra Mundial

«La crisis profunda del régimen franquista no significa que ya está vencido, que su caída sea inminente, que caerá solo troceado por las propias e insolubles contradicciones internas. ¡No, compañeros! Nunca debemos olvidar que el régimen de Franco y Falange es fascista, que nunca se dará por vencido, que nunca dejará voluntariamente el poder. El régimen de Franco y Falange, como el de Mussolini y el de Hitler, morirá matando. (...)

Desde hace un año, todos los actos y medidas de Franco y Falange no tienen otro objetivo que el de rehacer el bloque descuartizado del régimen. Las declaraciones de Franco en Montserrat, en las que prometió un ensanchamiento del régimen, pidió la colaboración de los sectores derechistas catalanes, dejó entrever la posibilidad de una restauración monárquica; la convocatoria de una caricatura de Corts, traspasando a ellas la facultad legislativa reservada en la estructura teórica del régimen en el Consejo Nacional de Falange; la última crisis gubernamental, con la caída aparente de Serrano Suñer y el nombramiento del General Francisco Gómez-Jordana Sousa, aparentemente menos nazi; la última reorganización del Consejo de Falange con el intento de presentarlo como un símbolo del bloque originario del régimen, por cuanto son miembros designados por Franco, generales, obispos, monárquicos, requetés, que no formaban parte de lo anterior, esfuerzo oficial para poner de manifiesto una unidad inconmovible del régimen que no existe: los rumores de restauración monárquica que se acentúan o debilitan según el buen querer de Franco y Falange. (...)

¡No, compañeros, Franco y Falange no son, ni quieren ser neutrales Franco y Falange son beligerantes del Eje! Oficialmente Franco y Falange son «no beligerantes», como lo fueron Mussolini antes de herir por la espalda a la Francia vencida e Hirohito antes de agredir traicioneramente a los EE. UU. dormidos por apaciguadores y muniqueses. (...)

Sin embargo, en la práctica Franco y Falange han sido y son desde el comienzo de la guerra, beligerantes. Son beligerantes por los actos y por las definiciones oficiales del régimen. La firma del Pacto Antikomintern [el 27 de marzo de 1939] por el General Gómez-Jordana Sousa, presentado hoy cuanto menos nazi que Serrano Suñer, es un acto de beligerancia. La organización oficial de la División Azul [el 26 de junio de 1941], es un acto de beligerancia. El envío coercitivo de obreros españoles a las fábricas de guerra alemanas, es un acto de beligerancia. Comprar víveres, materias primas, combustible en América y por la cuenta de Alemania y con dinero entregado por Hitler a Franco, es un acto de beligerancia. Romper el bloqueo aliado en beneficio de la Alemania hitleriana, es un acto de beligerancia. Poner a disposición de los técnicos alemanes y de los submarinos piratas del Eje Baleares, Canarias y Fernando Poo, los puertos gallegos y andaluces del Atlántico, es un acto de beligerancia. Proveer de combustible en alta mar en los submarinos nazis, es un acto de beligerancia. (...) 

Entregar a los alemanes toda la producción de guerra de los altos hornos y de las minas del norte de España, es un acto de beligerancia. Aceptar el control nazi en los aeródromos, en las comunicaciones, en los transportes de España, es un acto de beligerancia. Que la Gestapo controle los centros vitales de la policía terrorista de Franco, es un acto de beligerancia. Es tan poco neutral Franco, que en el mes de julio propuesto el embajador norteamericano para justiciar las restricciones al envío de petróleo, dijo oficialmente, que eran debidas a:

«Ya temor comprensible de una nación que está en guerra, que los productos esenciales para la contienda, exportados libremente a un país que no está en guerra, sean reexportados a una tercera nación en guerra con la primera».

Es tan poco neutral Franco que el «New York Times», el mes de julio pasado [1943], cuando el VIII ejército británico se retiraba en derrota, denunció que:

«El ministro español de El Cairo colabora de forma importante en los esfuerzos que hace Alemania para sembrar la discordia entre los ingleses y los gobernantes de Egipto».

Es tan poco neutral Franco que en el «New York Post» del último septiembre se afirmó concretamente como:

«Los falangistas, valiéndose de las comunicaciones y valijas diplomáticas, facilitan a la Gestapo toda la información que consiguen sobre los movimientos de los barcos mercantes y de la marina de guerra».