28 de septiembre 1952
Stalin
He recibido sus cartas. Se ve que los firmantes estudian con profundidad y seriamente los problemas de la economía de muestro país. Las cartas contienen no pocas formulaciones acertadas y consideraciones interesantes. Sin embargo, al lado de ello, contienen también algunos graves errores teóricos. En la presente contestación pienso detenerme precisamente en estos errores.
a) El carácter de las leyes económicas del socialismo.
Los camaradas Sánina y Vénzher afirman que «las leyes económicas del socialismo surgen sólo gracias a la acción consciente de los ciudadanos soviéticos, ocupados en la producción de material». Esta tesis es completamente falsa.
¿Existen las leyes del desarrollo económico objetivamente, fuera de nosotros, independientemente de la voluntad y de la conciencia de los hombres? El marxismo responde a esta pregunta de modo afirmativo. El marxismo considera que las leyes de la economía política del socialismo son un reflejo, en el cerebro del hombre, de leyes objetivas que existen fuera de nosotros. Pero la fórmula de los camaradas Sánina y Vénzher responde a esta pregunta de modo negativo. Eso quiere decir que estos camaradas se sitúan en el punto de vista de una teoría errónea, según la cual en el socialismo las leyes del desarrollo económico «son creadas», «son transformadas» por los organismos dirigentes de la sociedad. Dicho de otro modo, estos camaradas rompen con el marxismo y pisan el camino del idealismo subjetivo.
Naturalmente, los hombres pueden descubrir estas leyes objetivas, llegar a conocerlas y, basándose en ellas, utilizarlas en interés de la sociedad. Pero no pueden ni «crearlas» ni «transformarlas».
Admitamos que por un instante compartimos la errónea teoría que niega la existencia de leyes objetivas en la vida económica del socialismo y que proclama la posibilidad de «crear» leyes económicas, de «transformar» las leyes económicas. ¿A dónde iríamos a parar? Iríamos a parar a un reino de caos y de casualidades, dependeríamos como esclavos de estas casualidades, nos privaríamos de la posibilidad, no ya de comprender, sino sencillamente de discernir en este caos de casualidades.
Esto nos conduciría a acabar con la economía política como ciencia, ya que la ciencia no puede ni vivir ni desarrollarse sin el reconocimiento de las leyes objetivas, sin el estudio de esas leyes. Y, al acabar con la ciencia, nos privaríamos de la posibilidad de prever el curso de los acontecimientos en la vida económica del país, es decir, nos privaríamos de la posibilidad de organizar incluso la dirección económica más elemental.
En última instancia, nos hallaríamos a merced de los caprichos de los aventureros «economistas» dispuestos a «demoler» las leyes del desarrollo económico y a «crear» nuevas leyes sin comprender y sin tomar en consideración las leyes objetivas.
Todos conocen el postulado clásico de la posición marxista respecto a este problema, expuesta por Engels en su «Anti-Dühring»:
«Las fuerzas sociales, al igual que las fuerzas de la naturaleza, actúan ciegamente, violentamente, de modo destructor, hasta que las llegamos a conocer y las tomamos en consideración. Pero una vez que las hemos conocido, que hemos estudiado su acción, su dirección y su influencia, dependerá exclusivamente de nosotros mismos supeditarlas más y más a nuestra voluntad y conseguir con su ayuda nuestros objetivos. Esto se refiere, en particular, a las potentes fuerzas productivas contemporáneas. Mientras nos neguemos obcecadamente a comprender su naturaleza y su carácter –y a esta comprensión se oponen el modo capitalista de producción y sus defensores–, las fuerzas productivas actuarán a despecho de nosotros, contra nosotros, dominarán sobre nosotros, como hemos demostrado con todo detalle antes. Pero una vez comprendida su naturaleza, pueden convertirse, en manos de los productores asociados, de tiranos demoníacos en obedientes servidores. Aquí existe la misma diferencia que media entre la fuerza destructora de la electricidad en los rayos de una tormenta y la electricidad domeñada en el aparato telegráfico y en la lámpara voltaica; la misma diferencia que media entre el incendio y el fuego que actúa al servicio del hombre. Cuando se comience a tratar a las fuerzas productivas contemporáneas de conformidad con su naturaleza por fin conocida, la anarquía social en la producción será reemplazada por la regulación social y planificada de la producción destinada a satisfacer las necesidades tanto de la sociedad en su conjunto como de cada uno de sus miembros. Entonces, el modo capitalista de apropiación, bajo el cual el producto esclaviza primero al productor y después también al que se apropia de él, será reemplazado por un nuevo modo de apropiación de los productos basado en la naturaleza misma de los medios de producción modernos: de un lado, por la apropiación social directa de los productos en calidad de medios para mantener y ampliar la producción, y, de otro lado, por la apropiación individual directa en calidad de medios de vida y de deleite». (Friedrich Engels; Anti-Dühring, 1878)
b) Las medidas para elevar la propiedad koljosiana al nivel de propiedad de todo el pueblo.
¿Qué medidas son necesarias para elevar la propiedad koljosiana, que no es, naturalmente, propiedad de todo el pueblo, al nivel de propiedad de todo el pueblo –«nacional»–?
Algunos camaradas piensan que basta sencillamente con nacionalizar la propiedad koljosiana, declarándola propiedad de todo el pueblo, como se hiciera en otro tiempo con la propiedad capitalista. Esta propuesta es errónea por los cuatro costados y completamente inaceptable. La propiedad koljosiana es propiedad socialista, y no podemos tratarla en modo alguno como propiedad capitalista. Del hecho de que la propiedad koljosiana no sea propiedad de todo el pueblo no se desprende en ningún caso que la propiedad koljosiana no sea propiedad socialista.
Estos camaradas suponen que la transferencia de la propiedad de individuos o de grupos a propiedad del Estado es la única forma de nacionalización o, en todo caso, la mejor. Tal suposición es falsa. En realidad, la transferencia a propiedad del Estado no es la única forma de nacionalización y ni siquiera la mejor, sino la forma inicial de nacionalización, como acertadamente dice Engels en el «Anti-Dühring». Es indudable que, mientras exista el Estado, la transferencia a propiedad de éste será la forma inicial de nacionalización más comprensible. Ahora bien, el Estado no existirá por los siglos de los siglos. Con la ampliación de la esfera de acción del socialismo en la mayoría de los países del mundo, el Estado irá extinguiéndose, y, lógicamente, desaparecerá, debido a ello, el problema de la transferencia de los bienes de individuos o de grupos a propiedad del Estado. El Estado se extinguirá, pero la sociedad seguirá subsistiendo. En consecuencia, como heredero de la propiedad de todo el pueblo aparecerá no ya el Estado, que se extinguirá, sino la sociedad misma, en la persona de su organismo económico central, dirigente.
¿Qué es, pues, necesario emprender en tal caso para elevar la propiedad koljosiana al nivel de propiedad de todo el pueblo?
Los camaradas Sánina y Vénzher proponen como medida fundamental para tal elevación de la propiedad koljosiana, vender en propiedad a los koljóses, los instrumentos fundamentales de producción concentrados en las estaciones de máquinas y tractores, descargar de tal modo al Estado de las inversiones básicas en la agricultura y conseguir que los mismos koljóses asuman la responsabilidad del mantenimiento y del desarrollo de las estaciones de máquinas y tractores.
Dicen así:
«Sería erróneo suponer que las inversiones koljosianas deberán encauzarse principalmente a cubrir las necesidades culturales del agro-koljosiano y que para las necesidades de la producción agrícola debe el Estado, como antes, correr con la masa fundamental de las inversiones. ¿No sería más acertado liberar al Estado de esta carga, en vista de la plena capacidad de los koljóses de asumirla por entero? El Estado encontrará no pocas esferas para invertir sus recursos a fin de crear en el país la abundancia de objetos de consumo».
Para fundamentar esta propuesta, sus autores presentan varios argumentos.
Primero. Invocando las palabras de Stalin acerca de que los medios de producción no se venden ni siquiera a los koljóses, los autores de la propuesta ponen en tela de juicio esta tesis de Stalin y dicen que, pese a todo el Estado vende medios de producción a los koljóses, tales como pequeños aperos, por ejemplo: guadañas y hoces, pequeños motores, etc. Consideran que, si el Estado vende estos medios de producción a los koljóses, podría venderles también todos los demás medios de producción, por ejemplo, las máquinas de las estaciones de máquinas y tractores.
Este argumento es inconsistente. El Estado, como es natural, vende pequeños aperos a los koljóses, como estipulan los Estatutos del Artel Agrícola y la constitución. Ahora bien, ¿se puede equiparar los pequeños aperos con medios de producción tan fundamentales en la agricultura como las máquinas de las estaciones de máquinas y tractores, o, pongamos por caso, la tierra, que también es uno de los medios de producción fundamentales en la agricultura? Está claro que no se puede. No se puede, porque los pequeños aperos no deciden en absoluto la suerte de la producción koljosiana, mientras que medios de producción como las máquinas de las estaciones de máquinas y tractores y la tierra deciden por entero la suerte de la agricultura en nuestras condiciones actuales.
No cuesta trabajo comprender que cuando Stalin decía que los medios de producción no se venden a los koljóses, no se refería a los pequeños aperos, sino a los medios de producción agrícola fundamentales: las máquinas de las estaciones de máquinas y tractores y la tierra. Los autores de la propuesta juegan con las palabras «medios de producción» y confunden dos cosas distintas, sin advertir que se ponen en evidencia.
Segundo. Los camaradas Sánina y Vénzher invocan también que en el período en que comenzaba el movimiento koljosiano en masa –a últimos de 1929 y principios de 1930– el mismo Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética era partidario de entregar en propiedad a los koljóses las estaciones de máquinas y tractores, estipulando que amortizaran su coste en el transcurso de tres años. Los autores de la propuesta consideran que, si bien entonces la medida en cuestión fracasó «en vista de la pobreza» de los koljóses, ahora, cuando los koljóses son ricos, podría volverse a esta política, a la venta de las estaciones de máquinas y tractores a los koljóses.
Este argumento es también inconsistente. En efecto, a principios de 1930 en el Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética se tomó el acuerdo de vender las estaciones de máquinas y tractores a los koljóses. El acuerdo se adoptó a propuesta de un grupo de koljosianos de choque a título de experimento, de prueba, a fin de volver en un futuro inmediato a esta cuestión y examinarla de nuevo. Sin embargo, la primera comprobación demostró que ese acuerdo no era conveniente y al cabo de unos meses –precisamente a últimos de 1930– se anuló esa decisión.
El ascenso posterior del movimiento koljosiano y el desarrollo de la construcción koljosiana persuadieron definitivamente, tanto a los koljosianos como a los trabajadores dirigentes, de que la concentración de los medios de producción agrícola fundamentales en manos del Estado en las estaciones de máquinas y tractores, era el único medio de asegurar un ritmo de incremento de la producción koljosiana.
Todos nos congratulamos del gigantesco incremento de la producción agrícola en nuestro país, de la producción cerealista, de algodón, de lino, de remolacha, etc. ¿Dónde reside el manantial de este incremento? Su manantial reside en la técnica moderna, en la profusión de maquinas modernas que sirven a todas estas ramas de la producción. No se trata sólo de la técnica en general, sino de que la técnica no puede mantenerse en un punto muerto, de que debe perfeccionarse sin cesar, de que la técnica vieja debe ser desplazada y sustituida por la técnica nueva, y ésta por la novísima. Sin ello es inconcebible la marcha ascendente de nuestra agricultura socialista, son inconcebibles las grandes cosechas, la abundancia de productos agrícolas. Pero ¿qué significa desplazar a centenares de miles de tractores de ruedas y sustituirlos por tractores de oruga, sustituir decenas de miles de cosechadoras combinadas envejecidas por otras nueva, crear nuevas máquinas, pongamos por caso, para los cultivos industriales? Significa gastar miles de millones de rublos de las que no se podrá resarcirse hasta pasados seis u ocho años. ¿Pueden efectuar estos gastos nuestros koljóses, aunque sean millonarios? No, no pueden, ya que no están en condiciones de asumir gastos de miles de millones de rublos que no se pueden resarcir hasta la vuelta de seis u ocho años. Sólo el Estado está en condiciones de correr con esos gastos, pues el y únicamente el, puede soportar las pérdidas causadas por el desplazamiento de las máquinas viejas y su sustitución por otras nuevas; pues el, y únicamente el, está en condiciones de soportar esas pérdidas en el transcurso de seis u ocho años, para a la extinción de ese plazo, resarcirse de los gastos efectuados.
¿Qué significa, después de todo eso, pedir la venta de las estaciones de máquinas y tractores en propiedad a los koljóses? Significa condenar a grandes pérdidas a los koljóses y arruinarlos, socavar la mecanización de la agricultura, aminorar el ritmo de la producción koljosiana.
De aquí la siguiente deducción: al proponer la venta de las estaciones de máquinas y tractores en propiedad a los koljóses, los camaradas Sánina Vénzher dan un paso atrás, hacia el atraso, e intentan retrotraer la rueda de la historia.
Admitamos por un instante que hemos aceptado la propuesta de los camaradas Sánina y Vénzher y nos hemos puesto a vender en propiedad a los koljóses los instrumentos de producción fundamentales, las estaciones de máquinas y tractores. ¿Qué resultado obtendríamos?
De ello resultaría que, en primer lugar, los koljóses serian los propietarios de los instrumentos de producción fundamentales, es decir, se hallarían en una situación excepcional, en una situación que no tiene en nuestro país ninguna otra empresa, ya que, como se sabe, ni siquiera las empresas nacionalizadas son en nuestro país propietarias de los instrumentos de producción. ¿Cómo se puede fundamentar esta situación excepcional de los koljóses? ¿En virtud de qué consideraciones de progreso, de avance? ¿Puede decirse que tal situación contribuiría a la elevación de la propiedad koljosiana al nivel de propiedad de todo el pueblo, que aceleraría el paso de nuestra sociedad del socialismo al comunismo? ¿No será más acertado decir que tal situación sólo podría alejar la propiedad koljosiana de la propiedad de todo el pueblo y que no conduciría a aproximarnos al comunismo, sino, al revés, a alejarnos de el?
De ello resultaría, en segundo lugar, una ampliación de la esfera de acción de la circulación mercantil ya que una la órbita de ésta entraría una enorme cantidad de instrumentos de producción agrícola. ¿Piensan los camaradas Sánina y Vénzher que podría contribuir una ampliación de la esfera de la circulación mercantil a nuestro avance hacia el comunismo? ¿No sería más exacto decir que no haría sino frenar nuestro avance hacia el comunismo?
El error fundamental de los camaradas Sánina y Vánzher consiste en que no comprenden el papel y el significado de la circulación mercantil en el socialismo, no comprenden que es incompatible con perspectiva del paso del socialismo al comunismo. Piensan, por lo visto, que la circulación mercantil no es óbice para pasar del socialismo al comunismo, que la circulación mercantil no puede impedir esa transición. Es éste un profundo error, nacido de la incomprensión del marxismo.
Al criticar la «comuna económica» de Dühring, que actúa en las condiciones de la circulación mercantil, Engels, en su «Anti-Dühring», demostró persuasivamente que la existencia de la circulación mercantil debe conducir ineluctablemente a la llamada «comuna económica» de Dühring al resurgimiento del capitalismo. Los camaradas Sánina y Vánzher, por lo visto, no están de acuerdo con esto. Tanto peor para ellos. Por nuestra parte, los marxistas partimos del conocido postulado marxista de que el paso del socialismo al comunismo y el principio comunista de la distribución de los productos con arreglo a las necesidades excluyen todo intercambio de mercancías, en consecuencia excluyen también la transformación de los productos en mercancías y, al mismo tiempo, su transformación en valor.
Eso es lo que quería decir respecto a la propuesta y a los argumentos de los camaradas Sánina y Vénzher.
¿Qué se debe hacer, en resumidas cuentas, para elevar la propiedad koljosiana al nivel de propiedad de todo el pueblo?
El koljós es una empresa de tipo no corriente. El koljós actúa sobre una tierra, trabaja una tierra que ya hace mucho tiempo no es koljosiana, sino propiedad de todo el pueblo. Por lo tanto, el koljós no es el propietario de la tierra que trabaja.
Prosigamos. El koljós trabaja con ayuda de implementos de producción fundamentales que no son propiedad koljosiana, sino de todo el pueblo. Por lo tanto, el koljós no es propietario de los instrumentos de producción fundamentales.
Prosigamos, el koljós es una empresa cooperativa; se vale del trabajo de sus miembros, y distribuye los ingresos entre ellos con arreglo a los días de trabajo que han cumplido; además, el koljós tiene sus semillas, que se renuevan anualmente y se destinan a la producción.
Cabe preguntar: ¿qué posee concretamente el koljós?, ¿dónde está la propiedad koljosiana, de la que puede disponer con plena libertad, a su antojo? Tal propiedad es la producción koljosiana: los cereales, la carne, la manteca, las legumbres, el algodón, la remolacha, el lino, etc., sin contar la casa, las dependencias y la hacienda personal de los hogares koljosianos. Ahora bien, una parte considerable de esta producción, los excedentes de la producción koljosiana, van a parar al mercado y se suma de tal modo al sistema de circulación mercantil. Precisamente esta circunstancia impide ahora elevar la propiedad koljosiana al nivel de propiedad todo el pueblo. Por eso precisamente hay que tomar este hecho como punto de arranque del trabajo para elevar la propiedad koljosiana al nivel de propiedad de todo el pueblo.
Para elevar la propiedad koljosiana al nivel de propiedad del todo el pueblo es necesario sustraer los excedentes de la producción koljosiana del sistema de circulación mercantil y sumarlos al sistema de intercambio de productos entre la industria del Estado y los koljóses. En ello reside el quid de la cuestión.
No disponemos todavía de un sistema de intercambio de productos desarrollado, pero existen los gérmenes del intercambio de productos en la forma de «pago en mercancías» por los productos agrícolas. Como se sabe, la producción de los koljóses que cultivan algodón, lino, remolacha y otros, hace ya mucho que se «paga en mercancías», si bien es verdad que no por entero, sino parcialmente, pero, pese a todo, se «paga en mercancías». Observamos de paso que término «pago en mercancías» es desafortunado, que debería ser sustituido por el término «intercambio de productos». La tarea consiste en organizar en todas las ramas de la agricultura estos gérmenes del intercambio de productos y desarrollarlos en un amplio sistema de intercambio de productos, a fin de que los koljóses obtengan por su producción, no sólo dinero, sino principalmente los artículos necesarios. Tal sistema exige un aumento inmenso de la producción que envía la ciudad al campo; por ello habrá que introducirlo sin grandes apresuramientos, en la medida en que se acumulen los artículos de la ciudad. Pero hay que introducirlo con firmeza, sin vacilaciones, reduciendo paso a paso la esfera de acción de la circulación mercantil y la ampliando la esfera de acción del intercambio de productos.
Tal sistema, al reducir la esfera de acción de la circulación mercantil, facilitará el paso del socialismo al comunismo. Además, permitirá incluir la propiedad fundamental de los koljóses –el fruto de la producción koljosiana– en el sistema general de la planificación de toda la economía del país.
Este será, precisamente, el medio real y decisivo para elevar la propiedad koljosiana al nivel de propiedad de todo el pueblo, en nuestras condiciones de hoy día.
¿Es ventajoso tal sistema para los campesinos koljosianos? Indudablemente, es ventajoso. Es ventajoso, puesto que los campesinos koljosianos obtendrán del Estado mucha más producción y a precios más baratos que con el sistema de circulación mercantil. Todos saben que los koljóses que tienen un contrato de intercambio de productos con el gobierno –«pago en mercancías»– obtienen ventajas incomparablemente mayores que los koljóses que no tienen tales contratos. Si el sistema de intercambio de productos se extiende a todas los koljóses del país, estas ventajas serán patrimonio de todos los campesinos koljosianos. (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Problemas económicos del socialismo en la Unión Soviética, 1952)
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