«Necesitamos cerrar la brecha
del desarrollo y revitalizar el desarrollo mundial. El proceso de desarrollo
global está sufriendo una grave interrupción, lo que implica problemas más
destacados, como una brecha Norte-Sur cada vez mayor, trayectorias de
recuperación divergentes, fallas en el desarrollo y una brecha tecnológica. (…)
El camino correcto para la humanidad es el desarrollo pacífico y la cooperación
en la que todos ganan». (Xi Jinping; Discurso en el Foro Económico, 17 de enero
de 2022)
¡Qué bonito discurso, Presidente! ¡Qué pena que China incumpla día
y noche sus promesas de «coexistencia pacífica», «comercio justo», «compromiso climático»
y todo lo demás! ¿No os recuerda esto a los discursos de Kennedy, Carter o Clinton?
En verdad, este tipo de promesas son recurrentes en estos foros
internacionales, donde la potencia intenta presentarse ante el mundo como el
garante de la paz, como el hermano mayor altruista, etcétera. Véase la obra: «Algunas reflexiones sobre los
discursos en la VII Cumbre de las Américas» de 2015.
El llamado «tercermundismo» ha sido siempre la marca del revisionismo, en cualquiera de sus expresiones. Hoy, el tercermundismo sigue presente en la política exterior no solo del revisionismo, es decir, de quienes se intentan hacer pasar por marxistas de alguna manera u otra, sino que es el sello de la mayoría de gobiernos del mundo, puesto que existen una gran cantidad de teorías análogas que defienden lo mismo en lo fundamental: el «Movimiento de los Países No Alineados», «Nuevo Orden económico», el diálogo Norte-Sur», etc. Véase la obra: «La teoría de los «tres mundos» y la política exterior contrarrevolucionaria de Mao» de 2017.
Dicho esto, ha de entender la relación que circunda a todo este entramado:
a) Cuando la administración de las potencias imperialistas proponen a los gobiernos de los países que esquilman económicamente la búsqueda conjunta de un «nuevo orden económico», solo lo hacen para echarle un cable a sus socios, quienes saben que están ahogados en un mar de problemas con deudas, especulación financiera, corrupción y desbalances comerciales; por tanto, a su vez buscan coordinarse con sus homólogos para embaucar con promesas a los asalariados de estas zonas, hastiados de sufrir una explotación perpetua en beneficio de las camarillas locales y las empresas extranjeras. b) Del mismo modo, cuando los países capitalistas dependientes de las grandes potencias abogan públicamente por contraer un «nuevo orden económico», traducimos que están implorando a sus aliados que aflojen el nudo que les subyuga, que necesitan como el comer un mejor reparto de los mercados, más moratorias en los pagos, armas de última generación para reprimir las protestas internas, etcétera, en suma, todo lo que sea necesario para que el régimen no colapse; en verdad, como mucho están amenazando a sus socios con que si no son capaces de satisfacer sus demandas terminarán cambiando de bloque imperialista. c) Existen también otros muchos movimientos y jefes políticos que, si bien también están comprometidos y buscan la aprobación de las potencias extranjeras, tratan de adoptar una «estoica posición» de «rebeldía» de cara a la galería, ¿por qué? Para neutralizar a sus competidores, para calmar los ánimos de las masas trabajadoras, en definitiva, para intentar recalar todos los apoyos posibles y construir su relato como «valerosos antiimperialistas» que exigen el «fin de las injusticias históricas» y la inmediata puesta en marcha de un «nuevo orden económico», aunque sin ánimo real de ir a la refriega llegada la hora. d) Por último, hay otros gabinetes de gobierno que, como representantes de la burguesía de un país capitalista en auge, aprovechan este tipo de consignas demagógicas del «nuevo orden económico» para buscar que su nación «ocupe el lugar de honor que se merece» entre las potencias regionales o mundiales, es decir, para implementar un chantaje económico e injerencia política que antes denunciaban como abusivo o intolerable cuando lo practicaban otros. En resumidas cuentas, estas teorías, en cualquiera de sus variantes son falsas y mezquinas de arriba a abajo, ya que, como los revolucionarios saben, el único «nuevo orden económico» posible que dará solución a los problemas intrínsecos y recurrentes del capitalismo es su sustitución por el sistema económico socialista, fin.
Si asumimos que ha de darse el internacionalismo −y no cualquier tipo de internacionalismo, sino el proletario que mandan los cánones marxista-leninistas−, el continuar alimentando estas nociones y discursos «tercermundistas» supone contribuir −de una manera u otra− a la perpetuación de una expresión ideológica nacionalista; supone ser −se quiera o no− el furgón de cola de la burguesía nacional de tu país natal, la cual jugará −según le toque en cada momento− el papel de dominadora o dependiente en el gran escenario global. Bajo tales preceptos, a lo máximo que se podrá aspirar políticamente es a ser un actor secundario en un precioso proyecto internacional de falsas sonrisas y cínica solidaridad entre burguesías regionales, pero nadie en su sano juicio desearía participar en tal estafa. Si alguien cree que exageramos, puede repasar lo ocurrido con los ensayos de esta élite de «reformadores sociales» con el «panafricanismo», el «socialismo árabe» o, más reciente, el «socialismo del siglo XXI». Todos ellos, debido a su disparidad de intereses y los vínculos contraídos y/o mantenidos con el imperialismo extranjero, jamás pasaron de conformar una unidad formal y efímera. Esto es normal, porque cada productor capitalista tiene intereses competitivos contrapuestos con otros a nivel mundial, y en cuanto ve ocasión de sacar tajada, traiciona los intereses formales de esa «comunidad» aliándose con el mejor postor, que normalmente suele ser una potencia imperialista con una gran chequera o muchos misiles. En el común de los casos estos «héroes antiimperialistas» acaban actuando como agentes del imperialismo de turno, del cual difunden día y noche su propaganda sobre las «excelsas bondades» que supone colaborar con tan «compresivos amigos», aunque opriman y masacren a infinidad de pueblos, empezando por el propio. Una vez el imperialismo decide que estos elementos ya no les son funcionales para sus intereses, se deshace de ellos con los mismos métodos cuestionables, por lo que las más de las veces acaban derrocados por el mismo director que antes había decidido que iba a ser el protagonista de la tragicomedia, cerrándose el telón de una función que nos podríamos haber ahorrado.
¿Han leído bien? ¡China defiende «las legítimas aspiraciones de muchos pueblos de vivir libres»! El Sr. Gouysse apela a lo mismo que todos los adeptos al «socialismo del siglo XXI». Estos, cuando hablan de la más que discutible política exterior de Cuba, Venezuela o Bolivia, sostienen que, bueno, es cierto, sus «crecientes vínculos» con Rusia o China indican una clara dependencia, ¡pero al menos «entorpecen» la hegemonía estadounidense! Así es cómo el oportunismo presenta que el cambiar de potencia imperialista es un gran «progreso» y «desarrollo» histórico. ¡Aquí quién no se contenta es porque no quiere!
Aunque las posiciones de las que parte Vincent Gouysse sean levemente distintas a las del ya fallecido Fidel Castro, tanto los postulados del francés, como los del cubano, apuestan por lanzar a los pueblos del mundo a los brazos del imperialismo:
«Hoy es posible la sólida alianza entre los pueblos de la Federación Rusa y el Estado de más rápido avance económico del mundo: la República Popular China; ambos países con su estrecha cooperación, su avanzada ciencia y sus poderosos ejércitos y valientes soldados constituyen un escudo poderoso de la paz y la seguridad mundial, a fin de que la vida de nuestra especie pueda preservarse». (Fidel Castro; Artículo: Nuestro derecho a ser Marxistas-Leninistas, 8 de mayo de 2015)
He aquí las palabras de Fidel Castro, el gran menchevique del siglo XXI, el heredero de las causas imperialistas de Kautsky, que desea atar a los pueblos al carro del imperialismo con bonitas y vacías consignas:
«Kautsky, al aprobar la política de los mencheviques, aprueba que se engañe al pueblo, aprueba el papel de los pequeños burgueses, que para servir al capital embaucan a los obreros y los atan al carro del imperialismo. Kautsky mantiene una política típicamente pequeño burguesa, filistea, imaginándose –e inculcando a las masas esa idea absurda– que con lanzar una consigna cambian las cosas. (...) El proletariado lucha para derribar a la burguesía imperialista mediante la revolución; la pequeña burguesía propugna el «perfeccionamiento» reformista del imperialismo, la adaptación a él, sometiéndose a él». (Vladimir Ilich Uliánov; La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)
Con el acontecimiento del 70 aniversario de la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi, Fidel Castro intenta identificar el mismo cariño de los pueblos por la Unión Soviética socialista, la patria de todos los proletarios y la defensora de la paz y de la causa de los pueblos oprimidos, con la Rusia y China actuales, intentando cultivar un mismo sentimiento que nunca arraigará, pues los pueblos no son necios. ¡Castro recomienda a los pueblos unirse con el imperialismo ruso y chino, como si fueran países socialistas e internacionalistas, ocultando no solo las relaciones de producción capitalistas de estos países, sino el alto grado de desarrollo de las mismas que los constituye como potencias imperialistas!
¿Y por qué nos sorprendemos? ¿Por qué Castro no iba a aprovechar esta ocasión para hacer lo que ya lleva haciendo décadas?
¿Quién no ha oído hablar a Castro de los beneficios que pueden obtener los pueblos de entenderse con la Rusia imperialista de Putin, a la que no considera ni mucho menos como un país imperialista, sino como garante de los intereses de Cuba y del mundo?:
«Los reaccionarios la utilizaron para calificar tanto a Marx, como a Lenin, de teóricos, sin tomar para nada en cuenta que sus utopías inspiraron a Rusia y a China, los dos países llamados a encabezar un mundo nuevo que permitiría la supervivencia humana si el imperialismo no desata antes una criminal y exterminadora guerra. (...) El aporte que Rusia y China pueden hacer en la ciencia, la tecnología y el desarrollo económico de Suramérica y el Caribe es decisivo». (Fidel Castro; Es hora de conocer un poco más la realidad, 21 de julio de 2014)
Cuando el señor Castro hablaba de la posibilidad de nuevas guerras, comentaba que existían dos bloques más o menos diferenciados a los que hacía mención –Rusia y China de una parte, y Estados Unidos y la Unión Europea de la otra–, ambos con sus respectivos países aliados. ¿Y bien? Intentaba hacernos creer que solo un bloque imperialista –el estadounidense– que supone una amenaza para los pueblos, para su independencia estatal, para su soberanía económica y un peligro en general para la paz mundial. Actualmente, no vivimos en un mundo donde solo exista un único campo imperialista y otro antiimperialista, sino que lo que constatamos diariamente es que hasta dentro de estos campos –con sus países gobiernos y aliados– se trata de contradicciones interimperialistas, es decir, no antagónicas, una pugna entre bloques imperialistas competidores. Entendemos que tampoco es que el líder cubano haya mostrado alguna vez tener los conocimientos teóricos suficientes como para saber discernir tal cuestión. Fidel Castro, en el siglo pasado fue el gramófono del socialimperialismo soviético al que estaba ligado económicamente cuando este se encontraba compitiendo contra el otro bloque imperialista liderado por los EE.UU. Y ahora se presta a ser el vocero de los países imperialistas a los que está atado igualmente –Rusia y China–, aunque también manifiesta esperanzas y habla bien de los líderes estadounidenses como Obama, creyendo en la reforma del imperialismo yankee y pidiendo su inversión en la isla. Entonces, queda claro que no deberíamos molestarnos en saber si el señor Castro realmente se daba cuenta o no de las tonterías que soltaba, sino que nos basta con el hecho de que cometió tal felonía como es hacer de propagandista de los imperialistas.
Algunos, a estas alturas de la película, todavía no parecen haberse dado cuenta de que, como demuestra la historia, los pueblos no pueden apoyarse en las potencias imperialistas para su emancipación social. Pero, claro, ¡esto es complicado cuando el sujeto no sabe ni siquiera identificar a los imperialismos de su época llegando, incluso, atisbar conatos de socialismo en dichos países imperialistas! Realmente, los castristas y aquellos que apoyan esta línea convierten su postura política en una tragicomedia.
El mensaje de los revisionistas cubanos supone una arenga al proletariado mundial para que confíe el mantenimiento de la paz en las clases burguesas de los países imperialistas competidores del imperialismo estadounidense; es decir, Rusia y China. Algo erróneo a todas luces, pues:
«Sólo cuando hayamos derribado, cuando hayamos vencido y expropiado definitivamente a la burguesía en todo el mundo, y no sólo en un país, serán imposibles las guerras». (Vladimir Ilich Uliánov; El programa militar de la revolución proletaria, 1916)
Sin duda, hay un abismo entre el leninismo y el castrismo». (Equipo de Bitácora (M-L); Crítica a la última broma de Fidel Castro en el 70 aniversario de la victoria soviética sobre el fascismo, 2015)
Como curiosidad debe anotarse que estas relaciones sino-cubanas no han variado desde 2015, en todo caso, se han ido profundizando. Hace no mucho, los medios chinos informaban cómo el gobierno de Cuba, agradeciéndole a China los «servicios prestados», difundiría la ideología del «camarada Xi Jinping» en la isla:
«Hace tres días, el diario oficial «Granma» destacó «el interés de los lectores cubanos por los volúmenes que reúnen textos de Xi Jinping», lo que «refleja la avidez por conocer el pensamiento y la gestión del máximo líder político de la República Popular China». (Xinhua; ESPECIAL: Cuba publicará textos del presidente chino, Xi Jinping, 12 de febrero de 2018)
Aquellos curiosos militantes «antiimperialistas» que solo ven una «amenaza» en los movimientos de Washington
Retomando el hilo principal, el Sr. Gouysse, también podríamos anotar que sus actuales argumentos no son muy diferentes a los del revisionista Atilio Borón, líder y heredero político de Codovilla en el Partido Comunista de Argentina (PCA), el cual ha llegado con toda desfachatez a saludar el «gran progreso» que supone para los pueblos latinoamericanos los regímenes del «socialismo del siglo XXI», así como también rehabilitar el trotskismo en sus filas para combatir el «antiguo dogmatismo». ¡Todo un espectáculo! Por si nuestro querido lector no lo sabe, actualmente, el PCA es el furgón de cola del peronismo en la Argentina –hoy representado bajo el kirchnerismo–. Este ideólogo también difunde la idea de que el único imperialismo que hay es el estadounidense, el resto serían buenos y válidos contrapesos para las luchas de los pueblos:
«La emergencia de actores cada vez más poderosos en la estructura internacional –la irrupción de China, el retorno de Rusia, el lento pero irreversible ingreso de la India, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y los BRICS, para señalar apenas los más importantes– está dando lugar a un naciente multipolarismo que si bien no puede ser caracterizado como intrínsecamente antiimperialista modifican, a favor de los pueblos, las condiciones objetivas bajo las cuales se libran las luchas por la democracia, la justicia y los derechos humanos en la periferia con independencia de los rasgos definitorios de los regímenes políticos imperantes en China, Rusia, la India o cualquier otro actor involucrado. (...) [Existe] un grave error desgraciadamente muy extendido en el campo de las izquierdas: habla de «los imperialismos», así, en plural. Pero el imperialismo es uno sólo; no hay dos o tres o cuatro. Es un sistema mundial que, desafortunadamente, cubre todo el planeta. Y ese sistema tiene un centro, una potencia integradora única e irreemplazable: Estados Unidos. Tiene el mayor arsenal de armas de destrucción masiva; controla desde Wall Street la hipertrofiada circulación financiera internacional». (Atilio A. Boron; Las izquierdas en la crisis del imperio, 2016)
Las declaraciones de Castro, Borón o Gouysse solo las pueden realizar las gentes que o bien desconocen la dinámica del capitalismo, o que, pese a ser conocedores de su esencia, se pliegan a propagar ilusiones cándidas, sea por pragmatismo, sea por derrotismo. Hace ya más de medio siglo Joan Comorera registró el desarrollo del capitalismo cuando este alcanza la etapa monopolista, explicando las contradicciones indisolubles que nacen entre los países imperialistas. Una vez más nos vemos obligados a recurrir a su fina pluma para poner en su sitio a estos cabezas de chorlito:
«El capitalismo monopolista, sin embargo, no es un todo homogéneo, nunca podrá serlo. Es un mosaico de potentes núcleos rivales. En las pausas de una batalla carnicera, llegan a veces, a entendimientos parciales, provisionales, algunos grupos o grupos en oposición a otros, para el repartimiento de ciertos mercados o zonas de influencia. Pero no han conseguido, ni conseguirán, constituir un bloque monolítico mundial. Así cada grupo monopolista no aspira al entendimiento, sino a la aniquilación del grupo contrario, no quiere coparticipar en el dominio del mundo, de sus riquezas, sino aplastar a sus competidores, queriendo devenir como el único explotador, el super-trust mundial. Corroído por las indisolubles contradicciones internas, el capitalismo monopolista se divide en imperialismos mortalmente enemigos, en imperialismos de una total ferocidad que alinean a los pueblos en bandos contrarios, que envenenan la opinión pública de un pueblo contra el otro, que agravan la miserias y la pauperización universales, que agobian la vida de los hombres con armas y ejércitos de agresión, que transforman el Estado en distribuidor de dividendos y en agente policiaco, que imponen a la humanidad la crisis económica permanente, que provocan los choques armados con veces características diferentes a las proyectadas previamente. La inevitable división, la guerra permanente, entre los grupos monopolistas no garantizan la soberanía de las naciones, las cuales se disputan encarnizadamente. Por el contrario, cuanto más violenta es la lucha entre monopolistas, mayor es la esclavitud que deviene a las naciones». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 1944)
De igual forma, traeremos recuperaremos unas palabras cargadas de razón de un antiguo revolucionario francés, que quizás le resulten familiares al señor Gouysse:
«El tercermundismo es la ideología de la burguesía nacional de los países dependientes y de los valientes desvergonzados del imperialismo, que busca cambiar la dependencia colonial política y económica mantenida antaño por el yugo militar del imperialismo por una dependencia económica y, con ello, intentar engañar a los pueblos. No es por otra parte cosa del azar que el «no alineamiento» esté tan de moda tanto entre los pequeño burgueses de los países dependientes como en los pequeño burgueses de las metrópolis imperialistas». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2007)
¡Estamos totalmente de acuerdo con el Vincent Gouysse de 2007! ¡Es una pena que tal hombre no exista ya!
«Entre los revisionistas basta con proclamar algo para que crean que es cierto. (...) Por tanto, cualquier marxista debe tener cuidado antes de emitir un juicio, debido a la desinformación doble en que incurre: por un lado, la difamación del socialismo marxista y, por otro lado, el embellecimiento de la socialdemocracia bajo la apariencia de «socialismo». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2007)
¡Paradójicamente hoy ocurre lo mismo con las declaraciones del escritor galo! Aunque su «yo» del presente reconoce a China como país capitalista y− para ser más concretos la describe como una potencia imperialista hegemónica−, al mismo tiempo asegura que su desarrollo particular y sus vínculos con el exterior constituyen un «progreso histórico» de admirar. Además, sostiene que la dominación de China sobre el resto de países es inusualmente «pacífica». Cualquiera que defienda este tipo de aberraciones solo estará mostrando que está desinformado o manipulado, no hay otra explicación plausible. En cuanto a él, Vincent Gouysse, debido a que conocemos sus antiguos artículos, somos plenamente conscientes de que no podemos hablar de un caso de «desinformación» o «falta de luces», sino de una traición con premeditación y alevosía.
Para más inri, mediante esta labor de relativización sobre el carácter y las intenciones de la dirección china está contribuyendo a la confusión general de las masas. ¿En qué sentido? Como es de esperar, una parte de la población, la más manipulable, se convertirá en obedientes devotos del régimen capitalista chino, mientras otro sector, algo más crítico, se negará a seguir su odiosa política exterior, aunque se quedará con la impresión −equivocada, eso sí− de que la política depredadora y agresiva de Pekín es la política común de los «países marxistas», ya que es lo que defiende gran parte de la «izquierda europea». Esto último causará el deleite y regocijo de todo tipo de especímenes «misántropos» o «antiautoritarios», que entre tanta confusión intentarán pescar en río revuelto, como no podía ser de otra forma. Véase el capítulo: «¿Qué es eso de un «imperialismo pacífico»?» de 2021.
Entonces, recapitulando, ¿quién puede hoy sostener este tipo de mitos sobre el «antiimperialismo» con total convicción? Para empezar, como hemos dicho antes, si se tiene conocimiento de causa, desde luego que no alguien marxista, sino una persona que, a lo sumo, ha desertado y ha dejado de serlo hace largo tiempo, por lo que aquí da lo mismo cómo se autoperciba el sujeto, si «marxista», «libertario» o X. ¿Qué otras opciones hay? Siendo benévolos, quizás podría tratarse del militante promedio que hoy podemos encontrarnos en esa «izquierda domesticada» −socialdemócrata, nacionalista, anarquista, feminista, ecologista−. Aquí el individuo presupone de su postura «antiimperialista» pero esta es formal, mero postureo, pues en cuanto a conocimientos se haya aletargado en la más profunda de las ignorancias; su frenético y fanático «activismo» −donde no pregunta, no cuestiona, solo obedece a ciegas e intenta pasarlo bien con los compañeros− son funciones agotadoras que apenas le ha dejado un hueco para estudiar y debatir sobre economía política −y con ello adquirir los necesarios conocimientos y desarrollo un espíritu crítico−. Ahora, no debemos llevarnos a engaño, todo esto no le impide −ni mucho menos− tener el orgullo y las convicciones intactas, por lo que defenderá su particular engañifa −con las variantes de su secta determinada− con la vida. ¿Pero esto solo ocurre con este tipo de elementos de «bajo perfil»? No. En el peor de los casos, estaríamos frente al clásico y experto jefe demagogo de la «izquierda combativa», un vendehúmos profesional que, ocurra lo que ocurra, su función se reduce a realizar cálculos exagerados, leer los datos a su manera y adaptar forzosamente la realidad a sus deseos, ¿con qué fin? Garantizar a sus fieles que la historia está de su lado, que el triunfo inexorable de la «causa» es un hecho consumado, de lo contrario, la colección de mentiras de su tinglado −su organización− empezaría a venirse abajo, y con ello, seguramente, el modo de vida que le provee tan buenos ingresos. Por fortuna para nosotros, por muchos malabarismos que realice este personaje su relato es altamente inconsistente y está lleno de contradicciones irresolubles. Lo que en unas ocasiones bajo unas condiciones presenta como «abominable», en otras situaciones pese a ser análogas lo encuentra totalmente «comprensible», virando hacia una opinión y otra dependiendo única y exclusivamente de su simpatía. Esta es la razón que hace que su credibilidad se resquebraje rápidamente, y con el tiempo, acabe siendo, en el mejor de los casos, un pastor de borregos, siendo este movimiento inofensivo por su carácter y pretensiones para el capital.
La teoría catastrofista para hacer de testaferro de Pekín
Por último, no podemos olvidar que cuando el señor Gouysse afirmó en 2020 que «el libre comercio tiene por efecto empujar las contradicciones internas del capitalismo a su paroxismo, apresurando así la revolución social», solo está repitiendo un dogma, aquel de «cuanto más libre comercio, más se hundirá el capitalismo». . Esta completa tontería ya fue abordada más atrás, y constituye la típica «profecía del colapso» que a día de hoy ni el niño más cándido podría creerse, ya que nunca ha sucedido ni sucederá. Véase el capítulo: «¿Lucha de clases o lucha entre proteccionismo y librecambismo?» de 2021.
¿Por qué esto es importante? Porque algunas de estas concepciones del señor Gouysse que estamos analizando parten de su mala comprensión del capitalismo moderno, de su hipérbole relativa a la ponderación de las crisis, un vicio muy extendido que hoy no se ha superado, ni mucho menos. Sin ir más lejos, ya en 2007 aseguraba:
«Hoy, es el sistema mundial imperialista en su conjunto el que se está arruinando: en los países que albergan a la inmensa mayoría de la población del planeta existen las condiciones revolucionarias objetivas y subjetivas más favorables: una poderosa base industrial y diverso, un gran proletariado industrial, un nivel cultural relativamente alto». (Vincent Gouysse; Imperialismo y antiimperialismo, 2007)
En este sentido, sus tesis no se diferencian de lo que, incansablemente, profetizan los revisionistas día y noche: el inminente colapso de las potencias imperialistas y del sistema capitalista en general, algo que en España han repetido todos: PCE (r), PCOE, PCE (m-l), RC, LR, etc. Véase nuestro capítulo: «La creencia que en la etapa imperialista cualquier crisis es la tumba del capitalismo» de 2017.
Nosotros, muy por el contrario, nos vemos en la obligación de advertirle al lector, que esto no tiene ningún sustento, que él mismo puede comprobar la veracidad de estas tesis catastrofistas sobre el «colapso del sistema», pues solo tiene que echar un vistazo a su alrededor para observar quien sigue ganando la lucha de clases, si los explotadores o los explotados, quien sigue en el poder:
«Ni la crisis del petróleo de 1973-85, ni la crisis de 1992-93, ni la reciente crisis española que se arrastra desde 2008 han hecho caer a los sucesivos gobiernos de España. (...) Precisamente porque, como hemos comentado, aunque una crisis madure, si sus frutos no son recogidos por una fuerza consciente que eleve la concienciación de los trabajadores, estos no romperán sus cadenas. (...) Este es el discurso clásico del populista, no del marxista serio. Lo cierto es que el capitalismo sí tiene «salida» a sus crisis, como ya hemos afirmado, y hemos podido observar sus estrategias en las más recientes: rescatar a la banca privada con fondos públicos, cargar sobre los hombros de los trabajadores mayores horas de producción e impuestos, flexibilizar los contratos laborales en beneficio del fácil despido y el abaratamiento de la indemnización, realizar recortes en sectores públicos sensibles para los trabajadores –sanidad, educación–, petición de nuevos créditos y renegociación de la deuda ya existente, devaluación de la moneda, búsqueda de nuevos mercados –incluso a costa de poder iniciar una guerra–, y muchísimas otras que dependen del tipo de país que sea y de donde se producen los déficits a tratar. Podríamos decir que estas fórmulas son las «válvulas de escape» de las que se vale la burguesía para evitar que su sistema se autodestruya por sus crisis cíclicas. Otra cosa muy diferente son los cambios de gobierno, o los cambios en las formas de dominación política. (...) Efectivamente, las sucesivas crisis capitalistas agudizan la lucha de clases, esto es un hecho. Pero a falta de un factor subjetivo, como es el partido marxista-leninista, la lucha de clases siempre será redirigida hacia otros cauces: culpar a una fracción de la burguesía en el poder, crear un chivo espiratorio hacia una etnia o religión, entrar en guerra para desviar la atención pública, entre otros. En suma, lo que sea necesario para capear la crisis sin que los cimientos del sistema se muevan». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)
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