«A. Generalidades sobre la ideología y la base teórica del Partido
La ideología de todo Partido Comunista –marxista-leninista– es el marxismo-leninismo, cuya base teórica es el materialismo dialéctico y el materialismo histórico.
No vamos a estudiar aquí a fondo los distintos aspectos de nuestra teoría, ya que hay un tema dedicado a ello. Sólo plantearemos las siguientes definiciones generales para que nos sirvan de punto de orientación y referencia al estudiar el papel histórico del Partido, el trabajo de organización y su funcionamiento orgánico.
Sobre el materialismo dialéctico
Lenin define la «dialéctica», como:
«El estudio, en sentido estricto, de las contradicciones contenidas en la misma esencia de los objetos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Cuadernos Filosóficos, 1915)
El materialismo dialéctico es la concepción filosófica del Partido marxista-leninista. Es la única concepción científica del mundo, que no sólo interpreta el mundo y sus fenómenos, sino que se plantea cómo transformarlo. Es la brújula que muestra al proletariado y a las masas oprimidas el camino de la lucha, la salida de la esclavitud en que los pueblos han vivido y viven desde hace siglos.
Así, en su genial obra sobre el «Materialismo dialéctico y el materialismo histórico», Stalin dice:
«Llámase materialismo dialéctico porque su modo de abordar los fenómenos de la naturaleza, su método de estudiar estos fenómenos y de concebirlos, es dialéctico, y su interpretación de los fenómenos de la naturaleza su modo de enfocarlos, su teoría, materialista». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Materialismo dialéctico y materialismo histórico, 1938)
Y con relación al materialismo histórico, Stalin dice:
«El materialismo histórico es la aplicación de los principios del materialismo dialéctico al estudio de la vida de la sociedad, al estudio de ésta y de su historia. La dialéctica es lo contrario de la metafísica». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Materialismo dialéctico y materialismo histórico, 1938)
La dialéctica es lo contrario de la metafísica
La dialéctica de Hegel fue la primera en presentar el mundo como un proceso. Pero Hegel era idealista. La base de todo lo existente lo veía en el desarrollo espontáneo de una idea absoluta, existente ya antes en la naturaleza y del hombre. El proceso del pensamiento era para Hegel el creador de lo real.
Por el contrario para Marx, lo ideal no es más que lo material traspuesto e interpretado por el cerebro del ser humano, es decir, Marx parte del principio materialista de que sin materia pensante –el cerebro– no puede concebirse la idea. Marx y Engels, liberaron así a la dialéctica hegeliana de su caparazón idealista, creando la dialéctica materialista, que más tarde fue desarrollada en su aplicación a las leyes de la sociedad por Lenin y Stalin.
Según Stalin los cuatro rasgos fundamentales del método dialéctico materialista son, de manera resumida:
1. La dialéctica considera a la naturaleza como un todo articulado único. Los objetos y los fenómenos dependen unos de otros y se condicionan recíprocamente.
2. La dialéctica considera la naturaleza en estado de perpetuo movimiento, cambio y renovación. Siempre hay algo en ella que nace y se desarrolla, y algo que caduca y muere.
3. La dialéctica considera el desarrollo de la naturaleza como un proceso, en el que los cambios cuantitativos se van produciendo de manera imperceptible, provoca brusca y repetidamente cambios radicales, cualitativos. Así, el desarrollo va siempre de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior. La cantidad –acumulación de pequeños cambios– se transforma en calidad –creándose una nueva situación–.
4. La dialéctica parte del criterio de que los objetos y fenómenos de la naturaleza encierran siempre contradicciones internas, con su lado negativo y su lado positivo, su pasado y su futuro; su desarrollo y su caducidad. La lucha entre ambos lados contrapuestos, constituye el contenido inferior del proceso de desarrollo. «El desarrollo –ha dicho Lenin– es la lucha de los contrarios». Esta lucha entre las tendencias contrapuestas es la que empuja hacia adelante todo proceso.
Así pues, al aplicar estos principios al desarrollo de la sociedad, la dialéctica materialista considera, por oposición a la metafísica:
a) Que todo movimiento o régimen social que aparece en la Historia debe ser explicado desde el punto de vista del lugar, del momento y de las condiciones que lo engendraron, y no desde el punto de vista de tal o cual hecho secundario o aislado, ni desde el punto de vista de unas leyes basadas en la «justicia eterna».
b) Que no hay ningún régimen social «inconmovible», ni existen «principios eternos» de la división de la sociedad en clases, de la propiedad privada y de la explotación del hombre por el hombre.
c) Que en régimen capitalista puede ser sustituido por el régimen socialista del mismo modo que aquél sustituyó al régimen feudal y que éste a su vez, sustituyó al régimen esclavista.
d) Que el paso del capitalismo al socialismo no puede realizarse por medio de cambios lentos, de reformas, sino mediante la revolución –cambio o transformación cualitativa–.
e) Que la lucha de clases es un fenómeno natural e inevitable, y que lo que hay que hacer en tanto que revolucionarios, no es amortiguar la lucha de clases, ni disimular, conciliar o embellecer las contradicciones de clase, como hacen los socialdemócratas y hoy también los revisionistas y oportunistas, sino llevar esas contradicciones existentes y la lucha de clases hasta el fin.
De todo lo expuesto se desprende la capital importancia que para la práctica del Partido marxista-leninista de conocer y aplicar estos principios básicos del materialismo dialéctico y el materialismo histórico. De un lado para entender y analizar los fenómenos y las situaciones en cada circunstancia y de otro para orientarse y guiarse en el complejo desarrollo de los acontecimientos y de la lucha de clases, sin caer ni en el oportunismo conciliador ni en el aventurerismo liquidacionista.
Tal ha sido por ejemplo el caso de los cabecillas fraccionalistas y complotadores que en el Pleno del Comité Central del pasado mes de febrero, pretendieron, con falsos análisis, metafísicos y antimarxistas, desviar a nuestro Partido de su política revolucionaria.
Stalin advierte que:
«En política para no equivocarse, hay que mirar hacia adelante y no hacia atrás. (...) Hay que ser revolucionario y no reformista. (...) Hay que mantener una política proletaria de clase, intransigente, y no una política reformista y de armonía de intereses entre el proletariado y la burguesía, una política oportunista de integración gradual del capitalismo en el socialismo». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Materialismo dialéctico y materialismo histórico, 1938)
B. La organización y las tareas del Partido
1. Nuestras tareas generales en materia de organización son:
—Ajustar el trabajo de organización a las exigencias de la Línea Política del Partido.
—Elevar la dirección del trabajo de organización al nivel de dirección política.
—Conseguir que la dirección del trabajo de organización asegure por completo la realización de las consignas y decisiones del Partido.
Además de los principios generales determinados por los principios de organización del Partido, es preciso atenerse a las reglas y normas concretas que regulan su vida interior. Esto es de una gran importancia pues si no se concretan los principios de organización éstos pueden ser interpretados de distinta manera.
Es necesario que los métodos de organización respondan a las necesidades de la lucha en cada fase; una organización que asegure la aplicación de nuestra Línea Política; una organización que se vaya depurando y corrigiendo sus defectos continuamente.
2. La falta de responsabilidad personal, de control sistemático de las tareas y el temor a la autocrítica es origen de grandes dificultades en el trabajo de organización del Partido. Esas dificultades no se pueden vencer con resoluciones y disposiciones «generales». Esas dificultades se vencen elevando el nivel del trabajo de organización al nivel de dirección política. Como decía Lenin «Lo principal del trabajo de organización es la selección de hombres y mujeres y el control del cumplimiento de las decisiones adoptadas».
Con un buen control del cumplimiento de las decisiones adoptadas, los fallos y los errores serían en la mayoría de los casos evitados, o menores.
Uno de nuestros fallos habituales es la falta de control sistemático y riguroso de la ejecución de las tareas. Para asegurar ese control es necesario, entre otras cosas, que todas las organizaciones del Partido –es decir todos los comités del Partido a los distintos niveles– eleven informes periódicos sobre su actividad. Asimismo la dirección central deberá comunicar regularmente a las organizaciones del Partido todo lo concerniente a su actividad.
Sin ese control sistemático y riguroso de la ejecución de las tareas –acordadas en común y encomendadas por un órgano superior– nuestra organización de Partido nadará en el liberalismo, en la dejadez y desidia, la placidez inactiva y caerá en el liberalismo.
Asegurar el control de la ejecución de las tareas va ligado a redoblar nuestro sentido de la eficacia. El sentido de la eficacia está en la base del trabajo organizativo, sólo vinculando el sentido de la eficacia a la fidelidad, a los principios, se puede forjar un buen militante y un buen cuadro que combine la teoría con la práctica. De otro lado, sólo con un riguroso y eficiente control de la ejecución de las tareas es posible acrecentar el sentido de responsabilidad de los camaradas. Sin ese sentido de la responsabilidad no se puede implantar ni una cohesión monolítica ni una disciplina férrea ni una unidad de voluntad de todo el Partido, sino que se cae en el individualismo del obrar por cuenta propia.
Para que el control de las tareas cumpla sus fines son necesarias dos condiciones por lo menos: que el control sea sistemático y no episódico. Que el control del cumplimiento en todos los eslabones de las organizaciones del Partido esté dirigido por camaradas con suficiente autoridad, por los dirigentes mismos.
Las células y comités del Partido deben planificar sus tareas y fijarse objetivos concretos basados en las orientaciones políticas y en las tareas generales del Partido.
3. Las selecciones de cuadros y el control de las tareas ocupan uno de los lugares más importantes en el sistema marxista-leninista de la dirección del Partido. El mejor de los programas, la más certera de las líneas políticas, se quedarán sobre el papel si no son apoyadas por el trabajo de organización.
Ninguna dirección, ninguna decisión, obtendrá el efecto apetecido si no existen buenos cuadros para ejecutarlas, organizadores para realizarlas.
Los cuadros deben repartirse según las tareas que debamos realizar y de acuerdo con las aptitudes individuales de cada cual. Las diversas actividades necesitan aptitudes diferentes, a veces un militante inepto en tanto que organizador puede ser un excelente propagandista. El examen de las cualidades y de los defectos de cada militante permite colocar a cada cual en el puesto en el que sus aptitudes podrán desarrollarse y aplicarse mejor.
Debemos conocer los cuadros; estudiar minuciosamente los méritos y defectos de cada uno de los militantes activos, saber en qué puesto pueden desarrollarse con mayor facilidad las aptitudes de cada militante. Formar sólidamente los cuadros, ayudar a elevarse a cada uno de los militantes que progresan, no regatear el tiempo para educar pacientemente a estos militantes y acelerar su avance.
Promover continuamente cuadros nuevos, jóvenes, sin darles tiempo para enmohecerse en los viejos puestos. Distribuir a los militantes en sus puestos de tal manera que cada uno sienta que ocupa el lugar que le corresponde, que cada militante pueda aportar a nuestra lucha el máximo.
La experiencia demuestra que todo militante sirve para algo. Hay que poner a trabajar y rendir a todo el mundo. Hay que aprender a conocer las aptitudes específicas de cada miembro del Partido, su capacidad intelectual y de trabajo, nivel político, sentido de la disciplina, cumplimiento del deber, entrega al Partido. Hay que aprender a observar en qué medida cada militante está atado por vínculos o preocupaciones familiares o de otra índole y hay que ayudar a que supere estas ataduras. Cada militante debe estar en su puesto, allá donde pueda rendir. No se puede exigir de un militante mucho más de lo que pueda dar, como tampoco se pueden malgastar las capacidades de ninguno. Sólo mediante la selección de los militantes, mediante la colocación de cada uno en el puesto de combate para el que está capacitado es posible que la maquinaria del Partido marche a todo vapor.
La selección de cuadros está estrechamente ligada al control de la ejecución de las tareas. Cuando se designa a un militante para un puesto no se hace ciegamente ni es una misión para toda la vida. El Partido controla sistemáticamente y regularmente a los militantes siguiendo sus actividades, ayudándoles cuando lo necesitan, destituyéndoles cuando cometen serios errores en las cuestiones de principio. El control de la ejecución no consiste en un examen formal basándose en los informes sobre la ejecución de tal o cual tarea, sino en los resultados del trabajo práctico cuyo fin es la aplicación de las directivas del Partido. Un trabajo bien organizado con los cuadros y el control efectivo son las mejores garantías para obtener éxitos.
4. El principio rector de la estructura organizativa del Partido es el centralismo democrático. Este es uno de los puntos en los que se diferencia el Partido marxista-leninista de la clase obrera de los diversos tipos de partidos burgueses y pequeño burgueses, que se rigen por toda suerte de «principios»: el autoritarismo arbitrario, el feudalismo, el autonomismo, o que no se rigen propiamente por ninguno, dejando las labores del Partido a la buena de dios, con criterios oportunistas de componenda, etc.
Como en otros puntos también en este del centralismo democrático hay que hacer distinción entre verdaderos y falsos marxista-leninistas, verdadero y falso centralismo democrático. La burguesía ya no lucha contra el marxismo-leninismo únicamente con las armas de la violencia estatal, sino mediante la falsificación del marxismo, mediante el pseudo marxismo, el revisionismo en todas sus variantes en nuestra época.
¿En qué consiste el centralismo democrático? En el ensamblamiento estrecho de la más rigurosa centralización con una democracia interna tan completa como lo permitan las circunstancias en las que se desenvuelve el Partido.
El centralismo significa supeditación de los órganos inferiores a los superiores. La democracia significa la supeditación de la minoría a la mayoría.
Así pues, estos dos principios no están en modo alguno reñidos, sino que por el contrario, son partes inseparables de un todo. Pero en su aplicación pueden surgir ciertas contradicciones entre la democracia y el centralismo.
El centralismo se asegura mediante la disciplina rigurosa. La democracia se asegura mediante la electividad y la revocabilidad de los órganos superiores del Partido, mediante la rendición de cuentas de los órganos superiores ante la base y mediante la participación, por una u otra vía de todos los militantes en la elaboración de la política del Partido y de las decisiones más importantes.
El centralismo y la democracia deben ir unidos. Pero la manera de ensamblarlos debe ser diferente según las circunstancias en las que actúe el Partido. En ciertas circunstancias –cuando los partidos gozan de la legalidad estable o están en el poder, consolidado– la electividad y revocabilidad de los órganos superiores puede realizarse más o menos completamente. En cambio, en condiciones de clandestinidad o semiclandestinidad, guerra civil, etc., es preciso ante todo asegurar la disciplina, y no es posible la elección de todos los órganos directivos.
En condiciones de clandestinidad, de guerra civil, etc., es preciso asegurar la democracia interna por métodos que no descansen fundamentalmente en la electividad.
La disciplina
Una de las normas que lleva implícito el principio de la disciplina y el centralismo democrático es la inexistencia de fracciones en el Partido. En un Partido marxista-leninista no hay mayorías minoritarias organizadas. En eso consiste precisamente su cohesión monolítica. Todo militante puede mantener discrepancias con el conjunto del Partido en cuestiones de línea política o de actividad práctica, pero lo que no tiene derecho es a mantener un contacto con otros militantes que sean de su misma opinión al margen de los cauces establecidos orgánicos, por el Partido, ni sacar las discrepancias fuera del Partido. Todo militante debe apoyar ante las masas la línea y actividad del Partido, debe batirse sobre las posiciones del Partido.
El caso más grave de fraccionalismo es el de los militantes que se organizan una disciplina partidaria propia y por encima de ésta. Ello constituye uno de los delitos más graves contra el Partido. Pero tampoco las formas menos graves de actividad fraccional pueden ser toleradas. Todas ellas constituyen una violación de los Estatutos y un comportamiento oportunista, que debe entrañar sanciones correspondientes a la gravedad de la falta.
La insistencia unilateral en el centralismo conduce al burocratismo. Las deformaciones burocráticas se manifiestan:
—En la rutina en el trabajo organizativo, en la falta de iniciativa y de crítica.
—En aplicar la disciplina de manera ciega y no consciente; aplicarla sin tratar de comprender las razones por las que se debe realizar una tarea, de pretender aplicar mecánicamente «los mejores» procedimientos organizativos en cualesquiera circunstancias, sin saber adaptar los procedimientos a la realidad concreta.
—En no saber simplificar los métodos organizativos, creando o manteniendo trámites innecesarios.
—En no saber impulsar la crítica, la discusión y la iniciativa de la base, transformando a ésta en un mero brazo ejecutor de las decisiones de la dirección, sin tomar parte activa en la elaboración de la política del Partido.
La insistencia unilateral en la democracia, sin centralismo, lleva a: el ultrademocratismo; según esta concepción cada decisión debe ser ampliamente discutida por la base, verificándose votaciones en cada caso, cual es la posición mayoritaria y los órganos dirigentes deben ser elegidos de abajo arriba, independientemente de las circunstancias y permanentemente revocables.
—El autonomismo o federalismo que pretende establecer un margen de derechos de las organizaciones del Partido en detrimento de los derechos de la dirección central, así como también el independentismo en relación con las organizaciones de masas.
—El anarquismo individualista, consistente en no someterse al fallo de la mayoría y de las decisiones de los órganos superiores erigiéndose uno mismo con su propia autoridad sin acatar la del Partido. Ejemplos recientes: los fraccionalistas «mencheviques saniosos» recientemente expulsados.
—El fraccionalismo, la falta de espíritu partidario y el espíritu fraccional de círculo, el compadrazgo o incluso la conspiración contra la disciplina del Partido.
En realidad el autonomismo, el anarquismo y el fraccionalismo son manifestaciones extremas del ultrademocratismo.
El burocratismo y el ultrademocratismo no sólo no son todo lo contrario el uno del otro, sino que son manifestaciones de una misma negación del centralismo democrático, de la rigurosa disciplina democrática consistente en la subordinación de la minoría a la mayoría. Incluso pueden coincidir parcialmente estas dos manifestaciones. Ambas caen en el formalismo, en el olvido del contenido y la preocupación exclusiva o preferente por las formas de tomar decisiones.
5. La burguesía es la clase dominante de la sociedad capitalista. Su concepción del mundo inspira todo el ambiente de esta sociedad. Su realidad como clase es inmediatamente evidente. Cuenta con todos los recursos en sus manos, con todos los medios de instrucción, de organización y de acción. No se halla embrutecida ni agobiada por sus ocupaciones. Por lo tanto su conciencia de clase se engendra de una manera natural y espontánea y no necesita una disciplina rígida para organizarse como clase, en circunstancias normales.
Todo lo contrario le ocurre a la clase obrera. Por ello, esta clase sólo puede organizarse si sabe implantar en las filas de su vanguardia militante –el Partido marxista-leninista– una disciplina de hierro, si esta vanguardia sabe llevar la dirección única de todas las organizaciones de clase y de las masas no organizadas.
La disciplina de hierro, la cohesión monolítica, son características peculiares de los partidos marxista-leninistas, que diferencian a estos partidos de los partidos revisionistas y socialdemócratas y de las agrupaciones políticas de la burguesía y de la pequeña burguesía.
La clase obrera está acostumbrada a esta disciplina, puesto que es similar a la disciplina de la organización fabril. En cambio los elementos pequeño burgueses e intelectuales que no han asimilado enteramente la concepción proletaria del mundo, no son capaces de soportar esta disciplina que se les antoja «cuartelaria». Pues bien, precisamente el Partido es el Estado Mayor del gran ejército de los oprimidos y explotados y necesita una disciplina tan rígida como la disciplina militar –aunque cualitativamente distinta–.
Sólo un Partido que sabe imponer en sus propias filas una disciplina de hierro podrá dirigir a la clase obrera y a todo el pueblo a la revolución. Plantearse tan gigantescas tareas con un Partido que debe necesariamente abarcar a una pequeña minoría de la clase obrera, si este Partido no está férreamente unido es una tarea sin perspectivas de triunfo.
La disciplina implica el más riguroso centralismo y la negación del autonomismo, el federalismo y demás «principios» oportunistas que van en contra del centralismo democrático.
En el Partido debe haber «autonomía» de cada organización, pero esa autonomía relativa no es un principio de dirección, sino un método de trabajo. Es decir, que esa autonomía no limita los derechos de los órganos superiores del Partido, sino que consiste en el derecho y el deber de cada organización del Partido de desplegar la máxima iniciativa en el desempeño de sus tareas, dentro del cumplimiento de las instrucciones de los órganos superiores. La autonomía consiste, pues, en que al encomendar la ejecución de una tarea a una organización del Partido, el órgano superior que se la encomienda debe concederle el margen necesario de iniciativa propia.
Pero incluso esa autonomía, que no es un principio de dirección, sino sólo un método de trabajo, no debe ir tan lejos que impida o dificulte el control sistemático de la ejecución de las tareas encomendadas.
Es misión de los órganos dirigentes del Partido saber Combinar el control con el margen de iniciativa, de modo que no se caiga ni en el liberalismo ni en el ultracentralismo burocrático –el cual mata la iniciativa de los militantes y de los órganos inferiores– pero combinar ambos aspectos es tarea que incumbe a los órganos dirigentes, de modo que una organización del Partido no puede actuar en este punto a su buen saber y entender o atribuirse a sí misma el margen de autonomía que entienda necesario.
La disciplina partidaria no debe ser una disciplina ciega. Es por eso por lo que no es una disciplina cuartelaria. Nuestra disciplina es consciente, está basada en el conocimiento de unos principios organizativos, en la comprensión de las razones ideológicas de esos principios y en la libre admisión de esa disciplina, puesto que el ingreso en el Partido es voluntario y ese ingreso no puede realizarse sin conocer los Estatutos del Partido.
Nada más absurdo, pues, que calificar nuestra disciplina de «ciega». Un militante puede no comprender las razones concretas por las que se le encomienda una tarea, pero lo que sí es necesario es la subordinación de la minoría a la mayoría y de los órganos inferiores a los superiores.
6. El centralismo democrático en el Partido lleva implícito la libertad de examen y discusión de la política del mismo basado en la crítica y la autocrítica, Lenin señalaba la importancia de la crítica y la autocrítica y que éstas deben ser desarrolladas continuamente pues son armas que permiten descubrir y eliminar los defectos y errores.
La crítica y la autocrítica constituyen una de las reglas más importantes en la vida del Partido.
A veces se da o puede darse que en ciertos escalones de dirección del Partido se trate de ahogar la crítica; de amordazarla; se trate de impedir que los militantes ejerciten su derecho a «apelar ante los órganos superiores del Partido contra las medidas adoptadas por los inferiores que no considere justas» y a «dirigir preguntas y propuestas a cualquier instancia del Partido incluido el Comité Central, y exigir una respuesta concreta». En tales casos es deber de la dirección central del Partido sancionar rigurosamente a esos órganos directivos que amordacen la crítica y traten de restringir los derechos de los militantes.
En el problema de desarrollar la crítica debemos huir tanto de la tendencia al compadrazgo, a velar las faltas o no profundizar en su esclarecimiento, como de la tendencia a abultar los errores, a hacer «de una mosca un elefante» sobre todo si esta tendencia va ligada a la arbitrariedad y la discriminación.
Saber hacer una crítica seria, serena, desapasionada, objetiva y mesurada no es siempre fácil; puede haber una serie de obstáculos para ello. Por eso es necesario esforzarse por adquirir el hábito de la crítica racional de todos los defectos y errores, independientemente de quien sean los camaradas que los cometan. Esta capacidad para la crítica va ligada al desarrollo de las demás virtudes que debe tener un militante, principalmente el anteponer los intereses del Partido a los intereses propios, de familiares o amigos; de esta manera no caeremos ni en la animadversación ni en el compadrazgo.
Entendemos que la crítica debe servir para reforzar la disciplina consciente en las filas del Partido. Debemos partir del principio: después de las discusiones y una vez adoptadas las decisiones correspondientes, se impone la unidad absoluta de acción. Todos los militantes deben actuar como un sólo hombre.
«Cada cual es libre de decir o escribir aquello que le parezca bien. Pero las asociaciones libres –el Partido incluido– es libre también de excluir aquellos de sus miembros que se aprovechan del nombre del Partido para propagar ideas antipartido. (...) El Partido es la unión libremente consentida que se dislocaría inevitablemente, primero ideológicamente y luego materialmente, si no se depurara de los elementos que propagan ideas o concepciones antipartido. Para establecer la demarcación entre lo que está de acuerdo con las concepciones del Partido y lo que no está, debemos referirnos siempre al programa del Partido, a sus resoluciones tácticas y a sus Estatutos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La organización del partido y la literatura del partido, 1905)
La consigna de «Libertad de crítica» dentro del Partido es una consigna socialdemócrata revisionista y reaccionaria, que sólo trata de introducir en el Partido elementos contrarios a su Línea Política, a sus Estatutos y a la doctrina marxista-leninista.
Naturalmente, todo militante es libre de exponer sus opiniones y tiene la obligación de hacerlo. Sin discusión y sin crítica es imposible el funcionamiento del centralismo democrático en el Partido.
Pero también es verdad que es miembro del Partido todo aquel que acepta su Línea Política y sus Estatutos, el derecho a la crítica y a la discusión no implica el derecho a hacer sistemáticamente dentro del Partido la propaganda de ideas contrarias a los principios ideológicos, políticos y organizativos de nuestro Partido. Ese «derecho» llevaría de hecho a la total dispersión ideológica del Partido, a la ruptura de su cohesión. Si en el Partido se ha introducido una persona cuyas concepciones no son marxista-leninistas y trata de difundirlas entre los demás militantes del Partido, se le debe prohibir que continúe esa propaganda, que es objetivamente una labor de zapa contra el Partido. Y si a pesar de la prohibición continúa su labor de zapa ideológica, deberán tomarse medidas disciplinarias para sancionar su acto de indisciplina, y si persiste en su actitud, expulsarle del Partido.
Una de las virtudes que todos debemos adquirir es la de «saber aprender». Saber asimilar la experiencia, comprenderla, hacer un balance de ella es imprescindible para avanzar en la aplicación práctica de nuestra Línea Política. Y el mayor obstáculo que puede oponerse al saber asimilar las experiencias prácticas es la incapacidad de autocrítica.
Tenemos que fomentar constantemente la tendencia a saber autocriticamos. Todos los militantes, y todos los órganos del Partido, pero muy especialmente sus dirigentes y sus órganos de dirección, deben apoderarse del arma de la autocrítica, deben aprender a descubrir y corregir sus errores. Uno de los indicios de la madurez del militante es su capacidad para descubrir, reconocer y corregir sus propios errores.
7, Como se ha expuesto anteriormente, todo militante del Partido –salvo excepciones por motivos de clandestinidad u otros– trabaja en un órgano colectivo del Partido, sea una célula de base, o un comité del Partido de uno u otro nivel. Todos los órganos, células o comités del Partido celebran reuniones regulares para tomar decisiones colectivas.
Las reuniones de los órganos del Partido tienen una gran importancia en el funcionamiento del mismo, puesto que es en ellos donde se lleva a cabo la discusión y la decisión colectivas, que es un rasgo peculiar que nos diferencia de las organizaciones burguesas y pequeño burguesas, en las cuales a menudo se funciona individualmente.
Todos los problemas importantes deben tratarse en las reuniones. Pero no se debe caer en el reunionismo, en la tendencia a hacer reuniones por cualquier cosa y pasarse la vida en reunión tras reunión.
Se debe establecer una periodicidad en las reuniones de forma que éstas no se espacien demasiado ni se repitan de forma seguida con el consiguiente peligro para la organización. Naturalmente, los intervalos entre las reuniones varían en función de las tareas concretas de tiempo y lugar en las que se desenvuelve su actividad, etc. No se puede establecer una norma rígida pero sí se tiene que establecer la norma general de la periodicidad.
La célula
La célula es la organización de base del Partido. Ver artículos 31 y 35 de nuestros Estatutos aprobados en el III Congreso del PCE (m-l) de 1979.
Las reuniones a todos los niveles del Partido deben ser preparadas y no dejarlas a la libre iniciativa e improvisación. El responsable debe llevar un orden del día establecido que se someterá a discusión para aprobarlo, rechazarlo o ampliarlo.
En las reuniones deben evitarse las polémicas y los diálogos personales. Todos los militantes deben participar en las discusiones sobre todos los temas que se planteen. Se debe agotar la discusión antes de pasar a tomar una decisión por votación. En la medida de lo posible se debe tender a que las decisiones o acuerdos sean tomados por unanimidad. Dentro de la reunión es donde se pueden hacer proposiciones, sugerencias, críticas, etc., una vez terminada la reunión y las decisiones tomadas, todos los militantes actúan en la misma dirección aunque haya alguno que no esté de acuerdo con la decisión tomada. Su obligación es la de someterse a la mayoría de sus camaradas.
Lo más peligroso en la celebración de las reuniones es caer en la tertulia. La seriedad de las reuniones y la necesidad de emplear en ellas el tiempo estrictamente necesario son incompatibles con ese ambiente de tertulia que a veces se crea y que se puede manifestar en conversar sobre problemas generales sin ceñirse a la discusión sobre los problemas planteados en el orden del día, etc.
En una reunión no se va a arreglar el mundo de una vez ni se puede dedicar el tiempo a charlar sobre tales o cuales problemas de política internacional, a la buena iniciativa de cada uno. Como tampoco se puede pretender abarcar globalmente todos los problemas del Partido.
Es preciso que la discusión se ciña, en cada reunión a problemas determinados y especificados en un orden del día y que la discusión sea ordenada. Sin eso, las discusiones se hacen interminables y estériles, cuando no se cae en el puro charlatanerismo y en la plácida tertulia de amigos.
La reunión no es un mero círculo de estudio. En ella se deben discutir las tareas encomendadas; los materiales del Partido, «Vanguardia Obrera» en primer lugar, etc., en común. Deben organizarse en la medida que el tiempo lo permita el estudio común, y orientar el estudio individual de cada militante, según las directivas del Partido y vinculando la teoría con la práctica.
En toda reunión del Partido se deben estudiar y discutir los documentos del Partido, sus publicaciones y materiales de orden interno. Sin esta labor es imposible la unidad política de todo el Partido, es imposible que el Partido marche al unísono en el enfoque de los problemas y en la aplicación de la Línea Política.
8. La dirección colectiva, supremo principio sobre la dirección del Partido, una de las reglas más importantes de la vida del Partido, es la expresión del centralismo democrático. En el seno del Partido, en todos sus niveles, de abajo a arriba, la dirección debe ser colectiva en la medida de lo posible. La actividad del Partido y su lucha efectiva para poner en marcha su política, no son posibles si no se elaboran colectivamente ciertas normas y reglas de organización del trabajo. Sólo la experiencia colectiva del Partido, los conocimientos colectivos del Comité Central, apoyándose en los principios científicos de la teoría marxista-leninista, pueden garantizar una dirección correcta del Partido, la justeza de las decisiones tomadas.
Si en un determinado nivel de dirección del Partido se socava el principio de dirección colectiva y un dirigente –sea el responsable, secretario o presidente del órgano de dirección– toma personalmente decisiones que por su importancia deben ser adoptadas en común por el órgano dirigente de que se trate, entonces se incrementa por un lado el riesgo de error –puesto que un solo militante, por grande que sea su capacidad, corre mayor peligro de caer en un error que un órgano colectivo del Partido, que sintetiza las opiniones y experiencias de todos los miembros–, y por otro lado, se relaja la responsabilidad del órgano colectivo en cuestión, y se fomentan tendencias individualistas.
La dirección colectiva sólo puede ser eficaz si va ligada a la responsabilidad personal. A todos los niveles del Partido las decisiones se toman colectivamente por un órgano del Partido –célula, comité, etc–. Pero sobre la base de la decisión tomada, cada militante y cada responsable tiene una tarea especial que cumplir, lo que entraña que es él quien debe desplegar su iniciativa en lo que concierne a la manera concreta de cumplir la tarea; y que debe dar cuenta de su ejecución. En la ejecución de las tareas acordadas por un órgano colectivo y que deben ser efectuadas por un núcleo de camaradas, debe existir un responsable.
9. «Ninguna clase en la Historia ha podido subir al poder a menos que destacara a sus jefes políticos, a sus representantes avanzados, capaces de organizar movimientos y dirigirlos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Las tareas urgentes de nuestro movimiento, 1990)
«Es una tarea difícil y de larga duración formar jefes del Partido, experimentados y de alto prestigio. Pero sin ello la dictadura del proletariado y la «voluntad» única de esto no son más que frases vacías». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a los comunistas alemanes, 14 de agosto de 1921)
Los marxista-leninistas luchan contra todas las formas de exaltación del individuo, en particular contra la más peligrosa, que consiste en supervalorar el papel de las personas individuales, infravalorando el de las masas. Pero al mismo tiempo saben comprender la importancia que tienen los dirigentes, cuando están ligados a las masas; cuando son infinitamente fieles, cuando saben sintetizar sus ideas y ponerlas luego en práctica.
El Partido debe tener a su frente un equipo de dirección homogéneo y relativamente estable, compenetrado y entregado en cuerpo y alma a la revolución.
Los dirigentes del Partido a todos los niveles, deben tener capacidad para dirigir no sólo al Partido sino también a las masas sin Partido; deben estar entregados en todas las fases de la lucha y saberlas dirigir. En nuestras condiciones necesitamos forjar dirigentes del Partido capacitados para la lucha clandestina y para la lucha militar. Los dirigentes del Partido deben ser los militantes más disciplinados, los que sepan aceptar con la mayor lealtad el fallo de la mayoría y las decisiones de los órganos superiores.
Lucha ideológica
10. «Somos un pequeño grupo compacto. Seguimos una vía escabrosa y difícil, codo con codo. Estamos rodeados por todas partes de enemigos y nos vemos obligados a avanzar bajo sus disparos. Nos hemos unido en virtud de una decisión libremente consentida, precisamente para combatir al enemigo y no caer en el oportunismo de los que nos reprochan haber constituido un grupo aparte y preferir la vía de la lucha a la vía de la conciliación». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer, 1902)
La experiencia del movimiento obrero en España y en el mundo demuestra que en las filas de los partidos revolucionarios de la clase obrera se manifiestan frecuentemente tendencias oportunistas, que son el reflejo de la influencia ideológica de la burguesía. Los partidos proletarios luchan en medio de un ambiente más o menos influenciado por la ideología de la clase gobernante: la burguesía capitalista. Por ello no puede por menos ocurrir que una parte de sus militantes se dejen influenciar por ese medio en el que campea la concepción burguesa del mundo. Por otro lado a las filas del Partido proletario acuden elementos de otras clases sociales, pequeño burguesas en general, cuya mentalidad está aún en muchos puntos bajo el dominio de la ideología burguesa.
Por todo ello el Partido no puede liberarse de esos influjos ajenos a la ideología marxista-leninista y para vencer esos influjos dañinos debe desplegar una lucha ideológica interna contra la negación o tergiversación de los principios marxista-leninistas, y por la defensa de la unidad del Partido.
Desde su constitución en diciembre de 1964, nuestro Partido ha tenido que luchar no sólo contra sus enemigos externos y declarados, sino contra toda clase de influencias hostiles y no proletarias que se han manifestado en él.
La lucha interna y la lucha externa son dos clases de lucha que difieren entre sí, pero ambas son necesarias y tienen un carácter de clase –son formas de la lucha de clases–. Si nuestro Partido no llevara a cabo la lucha interna, si no combatiera constantemente el Partido todo tipo de ideología no proletaria y derrotara tanto al oportunismo de derecha como al de «izquierda» sucedería que esa ideología no proletaria y ese oportunismo tanto de derecha como de «izquierda» podrían ganar terreno dentro del Partido, influenciarlo y hasta llegar a dominarlo, y cambiar la política, la táctica y la estrategia del Partido como lo han intentado recientemente los fraccionalistas y complotadores que fueron expulsados en el Pleno de febrero pasado.
La lucha interna en el Partido es una manifestación de la lucha de clases. Cuando hay una lucha interna en el Partido entre los principios marxista-leninistas y oportunistas, esta lucha es, por su contenido de clase, una lucha entre el proletariado y la burguesía.
En principio, las contradicciones y luchas internas en el Partido, no son contradicciones antagónicas –contradicciones entre nosotros y el enemigo– sino contradicciones en el seno del pueblo. El método de superarlos es la crítica, la discusión ideológica y el centralismo democrático –supeditación de la minoría a la mayoría–. Pero si partiendo de una actitud ideológica equivocada, un miembro del Partido degenera en reaccionario, entonces la contradicción y la lucha cambia de carácter.
Conviene tener en cuenta esta posibilidad, pero no hay que exagerarlo. En tanto que no se demuestre lo contrario, los camaradas que adoptan por insuficiente asimilación del marxismo-leninismo, una actitud errónea y oportunista, no son enemigos; es cierto que están bajo la influencia ideológica de la burguesía, pero ello no quiere decir que se haya convertido en un agente del enemigo de clase.
En cuestiones de principio no hay término medio posible. Lo que queremos significar cuando hablamos de una «cuestión de principio» es un problema respecto del método que se emplea para resolver una determinada cuestión, teórica o práctica, de acuerdo con las leyes generales que gobiernan el desarrollo de las cosas. Si nos equivocamos en cuanto a esas leyes generales, si el método empleado para resolver una cuestión teórica y práctica no concuerda con esas leyes generales, entonces no podremos por menos que cometer errores de principio, los cuales se traducirán inevitablemente en toda una serie de errores prácticos.
Cuando se discute la validez de un principio político o ideológico no puede haber ningún compromiso. Las tendencias conciliadoras son manifestaciones de liberalismo demuestran falta de vigilancia revolucionaria, son contrarias a los principios políticos y organizativos del Partido.
La lucha interna
11. La lucha interna en el Partido es un mal necesario, pero es algo más que eso. La lucha interna se engendra por la influencia ideológica burguesa y pequeño burguesa es cierto, y por ello es un mal.
Pero es erróneo pensar que la lucha interna no reporta al Partido ningún bien. El bien que la lucha interna reporta al Partido no es solamente el bien de corregir y enderezar a los camaradas con posiciones oportunistas –o si ello no es posible, desembarazarse de ellos–. Además de ese bien, que es el objetivo principal de la lucha interna contra el oportunismo; la lucha interna enseña mucho a los militantes. Les enseña a precisar, delimitar y formular mejor las posiciones correctas, a distinguir las tesis marxista-leninistas de las tesis oportunistas. Todos los partidos marxista-leninistas se han desarrollado y han aprendido en la lucha contra el oportunismo de derecha y de «izquierda». Cada vez que una corriente oportunista es derrotada en las filas de un partido marxista-leninista, el partido sale fortalecido de esa lucha y de ese triunfo, la vigilancia revolucionaria de sus militantes resulta acrecentada, su capacidad política e ideológica ha aumentado.
12. El oportunismo consiste en anteponer ventajas temporales y parciales a los intereses generales del movimiento obrero y del Partido.
El oportunismo de derecha tiene entre otras cosas las siguientes manifestaciones: hacer concesiones de principio para atraerse aliados; cejar la lucha o rebajar su nivel por miedo al enemigo; en arrastrarse a la zaga del grado de conciencia de las masas en vez de ir por delante de él, en exagerar la importancia de peculiaridades nacionales o regionales abandonando los principios generales; en el liberalismo en materia de organización.
El oportunismo de «izquierda» tiene entre otras las siguientes características o manifestaciones: el criterio de «o todo o nada», el no saber hacer las concesiones necesarias y los compromisos útiles que vayan en bien de la causa revolucionaria; en no saber adaptar el marxismo-leninismo a las condiciones peculiares del país, a la realidad nacional, en no saber adaptar el nivel y las formas de lucha a las condiciones subjetivas de las masas; en adoptar criterios excesivamente rígidos y severos en materia de organización.
13. Los fraccionalistas y complotadores recientemente expulsados del Comité Central y del Partido, el pasado mes de febrero, constituyen un ejemplo bastante completo del oportunismo de derecha en el terreno ideológico. Pretendían que el Partido abandonara sus propios análisis sobre la situación actual y asumiera los de los partidos y fuerzas revisionistas y oportunistas. En lo político, intentaron desviar al Partido de su propia política y táctica de alianzas basada en nuestros principios, negando la necesidad de que el Partido levantara su propia bandera y sus propias organizaciones obreras y de masas frente a la táctica y la política y las organizaciones de las fuerzas oportunistas y colaboracionistas. En el terreno organizativo, los derrotados fraccionalistas pretendían negar la necesidad del centralismo democrático en el funcionamiento de los órganos de dirección y preconizaban la existencia de minorías y corrientes organizadas en los distintos órganos de dirección y en todo el Partido.
14. Si el Partido se limitase a luchar en uno sólo de estos dos frentes, a luchar actualmente sólo contra las diversas variantes del oportunismo de derecha y descuidase la lucha contra la otra influencia burguesa, en este caso el «izquierdismo», el enemigo se encontrará en condiciones de atacarnos por el flanco que tenemos desguarnecido.
15. A lo largo de la Historia del movimiento obrero revolucionario, el oportunismo que ha hecho más estragos ha sido el oportunismo de derecha. Actualmente, tanto a escala mundial como nacional, el oportunismo de derecha en su forma acabada de revisionismo es el peligro principal para el movimiento obrero.
En la actualidad y en cuanto al Partido, el derechismo y oportunismo de derecha constituye el peligro principal». (Elena Ódena; Notas para la escuela del partido, 1981)
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ResponderEliminarMuy buena publicación.
ResponderEliminar¿El desplome del socialismo estuvo influido, o no, por el debilitamiento de los partidos comunistas debido a su alejamiento de los principios que en lista el artículo comentado?
ResponderEliminar¿Cómo iniciar la reconstrucción?, claro de ser esta posible...
¿Recibieron el comentario que hice hace una hora? No lo veo publicado
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