«Hablando de la sociedad, se dice: ¿Hay que proceder por reformas o hacer la revolución? Se
discute para saber si, para transformar la sociedad capitalista en una sociedad socialista, se llegará a
ese objetivo mediante reformas sucesivas o por una transformación brusca: la revolución.
Ante este problema, recordemos lo que ya habíamos estudiado. Toda transformación es el
resultado de una lucha de fuerzas opuestas. Si una cosa evoluciona, es porque contiene en ella su
contrario, ya que cada cosa es una unidad de contrarios. Se comprueba la disputa de los contrarios y
la transformación de la cosa en su contrario. ¿Cómo se efectúa esta transformación? Este es el
nuevo problema que se plantea.
Se puede pensar que esta transformación se efectúa poco a poco, a través de una serie de
pequeñas transformaciones, que la manzana verde se transforma en una manzana madura mediante
una serie de pequeños cambios progresivos.
Del mismo modo, mucha gente piensa que la sociedad se transforma poco a poco y que el
resultado de una serie de esas pequeñas transformaciones será la transformación de la sociedad
capitalista en sociedad socialista. Estas pequeñas transformaciones son las reformas, y será su
totalidad, la suma de los pequeños cambios graduales, lo que nos dará una sociedad nueva.
Esta es la teoría que se llama el reformismo. Se llama reformistas a los partidos de estas
teorías no porque reclamen reformas, sino porque piensan que las reformas bastan, y que al
acumularse deben transformar insensiblemente la sociedad.
Examinemos si es verdad.
1. La argumentación política. Si observamos los hechos, es decir, lo que ha pasado en los
otros países, veremos que, allí donde se ha ensayado este sistema, no ha tenido éxito. La
transformación de la sociedad capitalista –su destrucción– ha tenido éxito en un sólo país: la
U.R.S.S., y comprobamos que no ha sido mediante una serie de reformas, sino por la revolución.
2. La argumentacion histórica. ¿Es cierto que, de una manera general, las cosas se
transforman por pequeños cambios, por reformas?
Veamos siempre los hechos. Si examinamos los cambios históricos, veremos que no se
producen indefinidamente, que no son continuos. Llega un momento en que, en lugar de pequeños
cambios, el cambio se produce mediante un salto brusco.
En la historia de las sociedades, los acontecimientos notables que comprobamos son
cambios bruscos, revoluciones.
En nuestros días, aún aquellos que no conocen la dialéctica saben que en la historia se han
producido cambios violentos; sin embargo, hasta el siglo XVII se creía que «la naturaleza no da
saltos»; no se querían ver los cambios bruscos en la continuidad de los cambios. Pero la ciencia
intervino y demostró en los hechos que se producían cambios bruscamente. La Revolución Francesa
de 1789 abrió aún más los ojos: era en sí misma un ejemplo evidente de total ruptura con el pasado.
Y se llegó a comprender que todas las etapas decisivas de la Historia habían sido trastornos
importantes,. bruscos, repentinos. Por ejemplo: de amistosas que eran, las relaciones entre tal y cual
Estado se volvían más frías, luego tirantes, se envenenaban, adquirían un carácter de hostilidad y,
repentinamente, era la guerra, brusca ruptura en la continuidad de los acontecimientos. O también:
en Alemania, después de la guerra de 1914-18, hubo un ascenso gradual del fascismo, y luego, un
día Hitler tomó el poder: Alemania entró en una nueva fase histórica.
Hoy, aquellos que niegan estos cambios bruscos pretenden que son accidentes, es decir, una
cosa que ocurre y que hubiera podido no ocurrir.
Así se explican las revoluciones en la historia de las sociedades: «Son accidentes».
Se explita, por ejemplo, que la caída de Luis XVI y la Revolución Francesa ocurrieron
porque Luis XVI era un hombre débil y blando: «Si hubiera sido un hombre enérgico, no
hubiéramos tenido la Revolución». Hasta se lee que si no hubiera prolongado su comida en
Varennes, no lo hubieran arrestado y el curso de la historia hubiera, cambiado. Por lo tanto, se dice,
la Revolución Francesa es un accidente.
Por el contrario, la dialéctica reconoce que las revoluciones son necesidades. Hay muchos
cambios continuos, pero al acumularse terminan por producir cambios bruscos.
3. La argumentación científica. Tomemos el ejemplo del agua. Partiendo de 0° y haciendo
subir la temperatura del agua a 1º, 2º, 3º hasta 98°, el cambio es continuo. Pero ¿puede continuar así
indefinidamente? Llegamos hasta 99°, pero a los 100º tenemos un cambio brusco: el agua se
transforma en vapor.
Si, a la inversa, de 99° descendemos hasta 1º, tendremos de nuevo un cambio continuo, pero
no podremos descender así indefinidamente, porque a 0°, el agua se transforma en hielo.
De lº a 99°, el agua sigue siendo siempre el agua; sólo su temperatura cambia. Esto es lo que
se llama un cambio cuantitativo, que responde a la pregunta «¿cuánto?», es decir, «¿cuánto calor en
el agua?». Cuando el agua se transforma en hielo o en vapor, tenemos un cambio cualitativo, un
cambio de calidad. Ya no es agua, se ha transformado en hielo o en vapor.
Cuando la cosa no cambia de naturaleza tenemos un cambio cuantitativo, (en el ejemplo del
agua, tenemos un cambio de grados de calor, pero no de naturaleza). Cuando cambia de naturaleza,
cuando la cosa se convierte en otra cosa, el cambio es cualitativo.
Por consiguiente, vemos que la evolución de las cosas no puede ser indefinidamente
cuantitativa; al transformarse las cosas experimentan, finalmente, un cambio cualitativo. La
cantidad se transforma en calidad. Esta es una ley general. Pero, como siempre, no hay que atenerse
únicamente a esta fórmula abstracta.
En el libro de Engels, AntiDühring, en el capítulo «Dialéctica, cantidad y calidad», se
encontrará un gran número de ejemplos que harán comprender que, en todo como en las ciencias de
la naturaleza, se verifica la exactitud de la ley, según la cual
en ciertos grados del cambio cuantitativo se produce repentinamente una
conversión cualitativa. He aquí un nuevo ejemplo, citado por H. Wallon en el tomo VIII de la Enciclopedia
Francesa –donde se remite a Engels–: la energía nerviosa acumulada en un niño provoca la risa, pero
si continúa aumentando, la risa se transforma en crisis de lágrimas; así, cuando los niños se excitan y ríen demasiado, terminan por llorar.
Daremos un último ejemplo bastante conocido: el del hombre que presenta su candidatura a
un cargo cualquiera. Si hacen falta 4.500 votos para obtener la mayoría absoluta, el candidato no es
elegido con 4.499 votos, sigue siendo lo que es: un candidato. Con un voto más, este cambio
cuantitativo determina un cambio cualitativo, puesto que el candidato que era se convierte en un
electo.
Esta ley nos aporta la solución del problema: reforma o revolución.
Los reformistas nos dicen: «Ustedes pretenden cosas imposibles que sólo ocurren por
accidente; ¡son utopistas!». Pero por esta ley, se ve claramente quiénes son los que sueñan con cosas
imposibles. El estudio de los fenómenos de la naturaleza y de la ciencia nos muestra que los
cambios no son indefinidamente continuos, sino que en un cierto momento el cambio se vuelve
brusco. No lo afirmamos nosotros arbitrariamente: ¡lo afirman la ciencia, la naturaleza, la realidad!
Entonces puede preguntarse: ¿qué papel desempeñamos nosotros en estas transformaciones
bruscas?
Vamos a responder a esta pregunta y a desarrollar este problema mediante la aplicación de la
dialéctica a la Historia. Hemos llegado a una parte muy célebre del materialismo dialéctico: el
materialismo histórico». (Georges Politzer; Principios elementales de la filosofía, 1949)
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